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La máquina del tiempo de H. G. Wells (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

 -No lo sé – respondió Bogart – no conozco París en absoluto.  Mientras esto ocurría, Mata-Hari ya había sido informada por Monet de que eran  amigos que pretendían salvarla del fusilamiento, a lo que ella respondió:    -Conozco un sitio perfecto para escondernos. La iglesia del Sagrado Corazón  posee una cripta adecuada para ello. Allí es donde tenían montada su emisora  los espías alemanes. Si no les han encontrado a ellos, tampoco lo  conseguirán con nosotros.  Velozmente atravesaron las calles de París, ahora casi totalmente vacías por  el fusilamiento público que se iba a celebrar próximamente. Su protagonista  principal, Mata-Hari, sonreía mirando por la ventana a la gente que acudía  presurosa hasta la plaza donde supuestamente iba a ser ajusticiada. Ahora  estaba a salvo, acompañada por cuatro personas que habían demostrado ser más  eficaces que los policías franceses que la custodiaban. Dentro de una hora  exactamente debería caer muerta bajo las balas del pelotón de fusilamiento,  pero ahora estaba a salvo y custodiada por unos amigos.  Todos estaban satisfechos menos Wells, preocupado por las paradojas del  destino y su repercusión en la historia de la Humanidad. No sabía las  consecuencias por alterar un hecho histórico, ni qué les podría ocurrir a  ellos si la policía les detenía. Acusados de espías y cómplices de la fuga de  Mata-Hari seguramente serían fusilados inmediatamente, algo incomprensible  puesto que no pertenecían a esa época ni lugar. Bogart tenía aún que llegar a  ser un popular actor de cine y a él le quedaban todavía muchos viajes en el  tiempo que realizar. Si morían ahora, ¿quiénes eran los que estaban en el año  1938?   Sin encontrar una respuesta a sus interrogantes, miró su reloj y se dio cuenta  de algo aún más terrible: estaba a punto de finalizar la energía de la máquina  del tiempo y cuando esto ocurriera regresarían bruscamente. Si ocurría  mientras Bogart estaba conduciendo el coche, al quedarse sin conductor se  estrellarían y es posible que muriesen todos, mientras ellos regresaban a  salvo a su época.  

 -¡Bogart! – dijo nervioso – detenga el coche rápidamente. ¡Hágalo!.  Su tono de voz no dejaban lugar a dudas sobre la necesidad para detenerse y  aparcándolo en un lugar discreto Bogart esperó la explicación de Wells.    -Aguarden aquí un momento – dijo a sus acompañantes – mi amigo y yo tenemos    que hablar a solas urgentemente.  Ambos se bajaron del coche y mientras Bogart interrogaba con la mirada a  Wells, intentando adivinar qué es lo que ocurría, los tres ocupantes del coche  hablaban entre ellos asustados por el suceso. La brusca detención del coche y  la salida de nuestros amigos para hablar a solas, no eran el mejor presagio  para quienes huían de la policía. Desconfiando de ellos, especialmente por la  poca simpatía que Bogart tenía hacia los comunistas, y sin esperar una  respuesta, Picasso, Monet y Mata-Hari salieron presurosos del coche, corriendo  calle abajo para escapar de Bogart y Wells, a quienes suponían ya miembros de  los servicios secretos americanos. Si querían capturarles deberían  perseguirlos corriendo más que ellos.  Pero Wells trataba de explicar a Bogart que estaban a punto de retornar a su  época y no se percató de la huida de sus hasta ahora amigos. En ese momento,  una tenue luz les envolvió y se encontraron inmediatamente dentro de la  máquina del tiempo de Wells, de nuevo en el año 1938. El peligro para ellos  había pasado.  Unos pocos minutos después, Mata-Hari era detenida de nuevo por la policía de  París cuando intentaba entrar en la iglesia del Sagrado Corazón. Atrás habían  quedado Monet y Picasso, después que ella les diera esquinazo sospechando que  eran igualmente fascistas al servicio de Alemania. Su desconfianza la había  llevado a cometer un grave error y ser apresada de nuevo, mientras que ellos  habían conseguido ponerse a salvo refugiándose en su buhardilla de Montmartre.  Y así, una gran muchedumbre, concentrada en París la mañana del 15 de octubre  de 1917, vio por última vez a Mata-Hari, ahora con un sencillo pero elegante  vestido, delante del pelotón de fusilamiento. Ella se negó por dos veces a que  la vendaran los ojos y a que le ataran las manos a la espalda, y envió un beso  al pelotón de fusilamiento antes de que ellos apretaran el gatillo. Dicen que  uno de los soldados, emocionado por este beso, y apesadumbrado por haber  tenido que disparar la bala fatal, se desmayó allí mismo.

CAPÍTULO NUEVE:   

 Un desconcertante regreso y un encuentro increíble

 Aturdidos, no tanto por el viaje como por las emociones de la aventura, Wells y Bogart estuvieron unos minutos sin hablar, tratando de revivir aún los  momentos más apasionantes del viaje. Bogart pidió enseguida un cigarrillo y un  vaso de whisky, mientras que Wells comenzó a tomar apuntes y a comprobar el  tiempo transcurrido.  El reloj de su muñeca dejaba bien claro que esta vez habían estado en el  pasado durante más de tres días, pero el implacable reloj de cuco de su  biblioteca, así como el periódico del día, le indicaban que seguían en el  mismo día y hora que antes de emprender al viaje en el tiempo. Todo permanecía  igual y hasta era posible que no hubieran envejecido ni un segundo más.  

 -¿Está usted seguro, amigo Wells – preguntó Bogart – que no ha sido todo un    sueño o un trance hipnótico producido por esta endiablada máquina suya?  

 -Es difícil que dos personas compartan el mismo sueño, especialmente de    manera simultánea. Además, hay una prueba irrefutable y son nuestros relojes    de pulsera. Si comprueba el suyo verá que marca una hora y una fecha    distinta a cuantos se encuentran en esta casa, señal inequívoca de que    ciertamente hay dos universos paralelos en los cuales nos estamos moviendo.    En uno, ese viaje al pasado, el tiempo sigue su curso, lo mismo que la    historia. En el otro también avanza el tiempo, pero no para nosotros, puesto    que no estamos en este momento ni en esta dimensión.    

-Creo que saldré de dudas cuando regrese a mi casa y vea el recibimiento de    mi mujer. (Sonriendo) Si la encuentro durmiendo con otro hombre y me echa de    casa, es seguro que su teoría es una solemne tontería. (Ahora, más serio) A    lo mejor aquí han pasado doscientos años y ya no tengo familia ni amigos y    posiblemente mi casa haya sido derruida para construir apartamentos de lujo.    -Si es así no se apene, puesto que por lo menos conocerá ya su destino y    sabrá si su presencia en el cine ha dejado huella. Además, siempre nos    quedará París.  

 -Me gusta esa frase; es posible que la incluya en alguna de mis películas.  Bogart se marchó para acudir presuroso a su fiesta de bodas, si es que aún  continuaba, mientras que Wells apuntaba en su diario todos los detalles del  fabuloso viaje al pasado. Simultáneamente, empezaba ya a realizar los planes  para su próxima aventura, tratando de encontrar un lugar o unas personas lo  suficientemente importantes como para que el viaje mereciera la pena. No  estaba seguro si lo mejor era limitarse a ser un simple espectador de la  historia contemporánea, sin tomar parte en ningún acontecimiento, o intentar,  una vez más, modificar los hechos históricos en bien de la Humanidad. Su  intento fallido para rescatar a Mata-Hari de su cruel destino le había dejado  apesadumbrado, aunque estaba convencido de que solamente el inoportuno regreso  a su época era la causa del fracaso.  Pero otras dudas le asaltaban y le preocupaban, especialmente sobre la  posibilidad de morir en uno de esos viajes, o cuando tuviera la oportunidad de  estar frente a frente a sí mismo o su familia. No sabía qué modificaciones se  podrían dar en su vida actual si algo de esto llegara a suceder, puesto que  los libros de ciencia ni siquiera contemplaban hipotéticamente esa  posibilidad.

 Confundido en relación con aquello que había narrado en su novela "La máquina  del tiempo", tan diferente a lo que en realidad ocurría, se le ocurrió la idea  de hacer una segunda parte, ahora viajando al pasado, pero contando fielmente  todas sus vivencias. Sabía que al menos así millones de lectores disfrutarían  y vibrarían de emoción por estos viajes al pasado, aunque siempre lo  considerarían como pura ficción. Triste destino para una persona que había  inventado la máquina más asombrosa de todos los tiempos, pero que no podía  mostrarla públicamente ni ganar fama y prestigio por ello. Incluso su primer  compañero, Humphrey Bogart, dudaba que hubiera sido real y probablemente ni  siquiera podría volver a contar con él para otro viaje. Una vez en los brazos  amorosos de su esposa y con varias películas a punto de rodarse, seguramente  ni se cuestionaría efectuar un nuevo viaje. Necesitaba, pues, otro compañero  de fatigas.  Su aturdimiento le llevó a deambular por las calles de Nueva York, esperando  que algún acontecimiento le indicara cuál debería ser su camino desde este  momento. Tenía claro que el viaje no podría hacerlo en solitario y tampoco le  interesaba, puesto que emocionalmente quería compartir la experiencia y  necesitaba testigos, aunque fueran tan incrédulos como Bogart. Sentado en un  banco se dedicó a contemplar la gente que pasaba, hasta que su vista se posó  en una sala de cine que tenía casi enfrente. Allí estaban proyectando la  película "Room Service", de los Hermanos Marx, unos cómicos que le habían  apasionado desde que vio "The Cocoanuts". No era mala idea distraerse un poco  hasta que las ideas surgieran más precisas en su mente.  Escogió una butaca trasera, alejada del público, y asistió más relajado a la  proyección de la película, ahora ya bastante avanzada. Su mente no lograba  concentrarse, no tanto porque su imaginación volaba frecuentemente desde allí  hasta sus vivencias en París, sino porque justo detrás de él estaban sentados  dos espectadores que gustaban de manifestar su opinión en voz alta.    

-Este argumento hace aguas por todos los sitios – dijo uno -, parece    solamente una excusa para intercalar los chistes.    -Por lo menos no son tan malos como los que tú escribes – le replicó su    compañero -.    

-Cierto, son tan malos que he pensado dejar de escribir chistes y dedicarme    a elaborar citaciones de Hacienda. Así por lo menos la gente los leería.  

 -¡Vaya!, casi sin proponértelo te ha salido algo gracioso.  

 -Pero es que es cierto. Estoy convencido de que en el departamento de  Hacienda es donde más admiradores tengo. Todos quieren un autógrafo mío en  un cheque.    

-Si al menos pagaras tus impuestos de vez en cuando…  

 -Es que me tienen acorralado y hasta sueño con embargos y citaciones. El  otro día fui a comer a un restaurante de lujo y me pusieron cangrejo, pero  no lo comí por si acaso era un inspector de Hacienda disfrazado.    -Deberías haber escogido otra profesión, así conseguirías comer los  cangrejos sin problemas.  

 -Mira, yo siempre he querido ser médico, más que nada para tener guapas  enfermeras a mi alrededor, pero ya sabes que mamá me quitó esa idea de la  cabeza. Decía que era algo perverso, especialmente si me dedicaba a la  ginecología.    -Ahora comprendo tu interés en hacer papeles de médico en las películas.  

 -Exacto, pero en ésta se nota la mano maquiavélica de Zeppo en el guión y no  me ha dejado realizar ninguna de mis exploraciones anatómicas preferidas.    Estoy convencido que por ello la película será un fracaso total.  La conversación ya no dejaba lugar a dudas sobre sus protagonistas y Wells se volvió convencido de que detrás de él estaban, al menos, dos de los Hermanos Marx. Efectivamente, y aunque menos reconocibles que con sus habituales trajes  de las películas, allí estaban en persona Groucho y Harpo Marx.  

 -¡Eh, usted! – gritó Groucho a Wells – ¿es que acaso tengo monos en la  cara?; al menos yo les doy cacahuetes de vez en cuando.    -(Wells, cortado por la respuesta) Perdone, es que he creído que…  

 -Fascinante. Ahora cuéntemelo con más detalle.  

 -Le decía que…  

 -Eso sí que no lo entiendo. Repítamelo.    

-(Levantándose nervioso) Está bien, ya me voy, no he querido molestarles, es solo que…    

-¡Espere!, no puede dejarnos ahora aquí plantados. Si lo hace tendrá que pasar por encima de mi cadáver. Pensándolo mejor, si se marcha seguiré  viendo esta horrible película y le dejaré que acuda a mi funeral otro día  que yo no esté allí.  Wells sale presuroso de la sala, pero en el hall es detenido suavemente por  Groucho, quien esbozando la mejor de sus sonrisas, le dice:    -Perdóneme, era una broma. Solamente suelo discutir de 3 a 4 de la tarde y  así el resto del día me parece maravilloso. (Extendiéndole la mano) Soy  Groucho Marx y este ratón sin queso que está a mi lado es mi hermano Harpo.    -(Wells, aún aturdido) Debo confesarles que durante un momento creí que  estaban verdaderamente enfadados.  

 -Es que nos molesta mucho que nos confundan con los Hermanos Marx. A Harpo,  por ejemplo, siempre le confunden con Harpo y eso es denigrante para él.  

 -Pero, ¿son o no son ustedes los Hermanos Marx?    

 -(Groucho, tomando aliento) Lo cierto es que cuando yo nací quería llamarme  Robinson, pero mis padres fueron más rápidos que yo y me pusieron Julius. Lo  de Groucho fue culpa de mi madre y es que ella pensaba que así me  confundirían con uno de los Hermanos Marx y tendríamos más trabajo. ¡Pobre    mujer!, era una infeliz; se murió sin poder ir antes al servicio.  

 -(Wells, ya más tranquilo) Y usted señor Harpo, ¿cómo ha logrado mantener el  mito de que es mudo?  Personalmente siempre he creído que era cierto.  

 -(Groucho, sin dejarle hablar a su hermano) Es que este hermano mío es tonto  como un zorro, un carácter sin alma ni profundidad, un hombre admirablemente  sencillo. Un día se le olvidó el guión durante una obra de teatro y siguió  actuando sin articular palabra. Le aplaudieron tanto, por primera vez, que    decidió seguir así toda la vida. ¿Y usted quién es?     

-Me llamo H. G. Wells.  

 -¡Claro, por eso su cara me recordaba a usted!. Conozco a un escritor que es  igual que usted y que se llama como usted. Bien, no tiene ningún mérito que  me mire así, pero todavía insisto en que hay una gran semejanza entre H. G.    Wells y usted. ¿Cómo dijo que se llamaba?   

 -Sigo siendo H. G. Wells.  

 -Bueno, pues ya que después de habernos presentado seguimos siendo unos  perfectos desconocidos me gustaría invitarle a mi casa, pero mi mujer me ha  amenazado con reconciliarse conmigo si lo hago.    -Podemos ir a un restaurante.  

 -¡Estupendo!, aunque quiero advertirle que siempre que voy a comer fuera de  casa voy al mismo restaurante. Ya me conocen y me ponen cerca de la puerta  de la cocina y en lugar de servilletas me traen un delantal.  

 -Si lo prefieren, mi casa está cerca y tendré mucho gusto en invitarles a  cenar.    -(Harpo, por primera vez) Si me perdonáis, yo no puedo ir con vosotros, he  quedado con una amiga.  

 -Oiga a mi hermano – comentó Groucho – para una vez que habla es para darme  envidia con sus ligues. Te recomiendo que si quieres volver temprano a casa  te olvides la cartera encima del piano.    -(Wells) Si usted señor Groucho también tiene algún compromiso con una amiga  la puede traer a mi casa. Por mí no hay ningún inconveniente.  

 -Por desgracia ya no tengo ni perrito que me ladre. Me di cuenta que ya no  ligaba como antes cuando un día abrí el buzón y solamente recogí propaganda;    antes encontraba bragas de colores. Bueno, ¡en marcha!.  Durante el corto trayecto hasta la casa de Wells, Groucho no paraba de hacer  chistes, aunque hubo un momento en el cual recuperó su aliento para  preguntarle sobre sus novelas y confesarse un entusiasta de ellas.  

 -La que más me gustó fue "La vuelta al mundo en ochenta días" – dijo -.    

-Pero esa la escribió Julio Verne y yo soy H. G. Wells.  

 -Ya me parecía que su cara me era familiar.  

 -¿Sabe que no ha parado de hablar desde que salimos del cine?     

-Desde que entramos en el cine, amigo Wells, desde que entramos en el cine.    Mi madre me decía que era porque me había tragado una aguja de fonógrafo.  Wells se preguntaba ahora si habría sido acertada la elección de Groucho como  nuevo acompañante en su viaje en el tiempo. Todavía no había escuchado una  palabra o comentario serio de ese hombre y empezaba a pensar que meterle de  lleno en la historia, con los peligros que ello conllevaría, podía ocasionar  cuando menos un caos imposible de descifrar luego por los historiadores y  biógrafos. Quería que en cada viaje estuviera asistido por una personalidad  diferente, puesto que así tendría mejor oportunidad para evaluar los  acontecimientos y la utilidad de su máquina del tiempo, pero empezaba a  considerar a Groucho como una mala opción.    

-Groucho – preguntó Wells – ¿no es usted capaz de decir dos palabras unidas  sin hacer un chiste?  ¿No hay nada en su vida que le merezca estar serio?   

 -Imposible. El sentido del humor es lo que nos ayuda a soportar la estupidez  que supone estar vivos. ¿Cómo explica nuestro deseo de permanecer nueve  meses dentro de nuestra madre y que para sacarnos tengan que hacer tantos  esfuerzos?  Es obvio que no queremos nacer y por eso lloramos a moco tendido    cuando un estúpido médico nos tira de la cabeza para sacarnos al exterior.  

 -¿Pero no le gustaría hacer algo trascendental en la vida?     

-¿Se refiere a poder comprar un gran coche con un dólar o conseguir bailar  con una vaca?  Ambas cosas ya las he intentado repetidas veces y si se fija  atentamente en mi cara sabrá los resultados.    -(Con paciencia) Intente ponerse serio por una vez. Le estoy hablando de algo como hacer un viaje a un mundo desconocido, salvar a la Humanidad de un  desastre o…  

 -(Le interrumpe) O conseguir averiguar cuál es el truco que tienen las  mujeres para seducir. Bueno, en realidad todos sabemos dónde tienen situado  su truco, pero a veces prefiero hacerme el ignorante para que me lo enseñen.    -¡Por favor, póngase serio una sola vez!.  

 -La última vez que lo hice fue cuando escribí una carta muy emotiva a una  amiga el día de su funeral. -Le dije que esperaba que siguiera tan guapa  como siempre y que deseaba verla muy pronto.  

 -Veo que es inútil que deje de bromear. Venga conmigo, quiero enseñarle algo  que quizá le borre esa sonrisa de su boca.  

 -¿Dónde me lleva?     

-Al sótano. (Bajando)    

-¿Sabe qué es lo mejor cuando se nos inunda el sótano?  (Sin esperar respuesta) Que podemos dedicarnos a pescar sin que nos pongan una multa.

 CAPÍTULO DIEZ:   

 Wall Street   

Cuando Wells encendió las luces que iluminaban la máquina del tiempo,  mostrando el artefacto más extraño que Groucho había visto nunca, se hizo el  silencio durante unos segundos, algo que por lo menos alivió el incipiente  dolor de cabeza de Wells. Groucho se enderezó, posiblemente por primera vez en  su vida, escudriñó la máquina, se quitó las gafas dos veces y colocándose el  bigote dijo:  

 -Siempre he creído que la hierba crece más verde en casa de mi vecino, pero    ahora veo que es cierto.    

-(Welles, lógicamente, sin comprenderle) ¿No tiene interés en saber qué es    este aparato?     -Creo que se trata de una idea maravillosa.    

-Pero… aún no le he explicado qué es y para qué sirve.  

 -Pues me sigue pareciendo maravillosa.  

 -(Tratando de ser contundente) Esto es una máquina del tiempo, con ella  podemos viajar al pasado.    ¡Oh!.  

 -He realizado ya varios viajes con éxito y quisiera que usted me acompañase  ahora. Mi último compañero fue el actor Humphrey Bogart, pero su nuevo  matrimonio le impide volver a viajar conmigo.    -¿Sabe una cosa?, eso del matrimonio es algo extraño. Por ejemplo: yo  siempre pensé que mi sobrina era tan tonta que acabaría casándose con un  caballo. El mes pasado me confirmó que era cierto y ahora se dedican los dos  a correr el Derby.    

-¡Por favor, amigo, estoy intentando que me tome en serio!. No le quiero  gastar una broma. Esta es verdaderamente una máquina del tiempo y funciona  perfectamente. Quisiera poder demostrárselo.  

 -¿Y podríamos escaparnos de los inspectores de hacienda que visten de gris?     Si es así ¿dónde hay que sacar el billete para este viaje?     

-¡Espere, espere!, aún no hemos decidido dónde podemos ir.    

-Vayamos a cualquier lugar en donde no tenga que escuchar ópera. Cada vez  que tengo que ir a la ópera le pido al cochero que vaya despacio. Me sienta  bastante mal que un cochero me lleve justo cuando aún no ha terminado la  función.    

-Me parece que tendré que tomar yo mismo la decisión. ¿Qué le parece si  viajamos al año 1929, un par de días antes del colapso de Wall Street?     

-Bien, pero creo que a mi hermano Harpo no le va agradar la idea.  

 -¿Por qué?     -Ese día acompañé a su mujer a casa y aún no ha regresado.

 Esbozando por fin una sonrisa ante el delirio cómico de Groucho Marx, Wells preparó adecuadamente la máquina del tiempo poniendo una fotografía del  edificio de la bolsa de Nueva York, en cuyas inmediaciones se encontraban  cientos de personas preocupadas por sus ahorros. Puso en marcha el generador  de energía y rápidamente los rayos X incidieron en la foto. Después,  atravesaron los cuerpos de los dos amigos y la imagen se fundió perfectamente  en el tubo de rayos catódicos, llevándoles de nuevo en un rápido viaje a  través de la historia.  Cuando llegaron, el alboroto de las personas concentradas en la calle era  intenso, puesto que las noticias que llegaban desde el interior eran sumamente  confusas. El precio de las acciones subía y bajaba escandalosamente cada  minuto, mientras que los pequeños ahorradores pasaban de la pobreza a la  riqueza con la misma facilidad. Con la mayoría de las acciones sobrevaloradas  a causa del gran crecimiento económico de la posguerra, los norteamericanos se  habían dejado engañar por los agentes de bolsa y pidieron créditos a los  bancos para comprar acciones que suponían seguras. En ese momento, más de un  millón de personas estaban endeudadas con los bancos y no lograban pagar sus  créditos por la gran fluctuación de las acciones.  Cuando Wells y Groucho aparecieron bruscamente en medio del griterío, nadie  les prestó la menor atención.  

 -Tenía que haber viajado en primera clase – protestó Groucho – este viaje me    ha mareado un poco.  

 -No se preocupe, los efectos de la radiación se le pasarán pronto. Ahora es    importante que planifiquemos bien nuestro tiempo disponible puesto que la    máquina funcionará apenas tres días. ¿Dónde le parece que vayamos en primer  lugar?    

 -Me gustaría ir a visitar a mi mujer para ver si es cierto que me engaña con  ese gran hombre que se llama Groucho Marx. Me han dicho que es una fiera  haciendo el amor.    -Debería tomarse este salto en el tiempo con mayor seriedad. Mi consejo es  que no intervenga en su propio destino; las consecuencias son imprevisibles.    

-¡Oh, no se preocupe por eso!. Mi mujer ha decidido quitarse años en cada  cumpleaños y si tengo suerte dentro de poco ni siquiera estaremos casados y  podré visitarla en su bautizo. Será como visitar a mi nieta.    -Espere un poco, tiene que meditar las consecuencias de sus actos y  aprovechar bien este viaje en el tiempo. Creo que lo primero es vender todas  nuestras acciones, ahora que todavía tienen cierto valor. Dentro de dos  días, justo el 24 de octubre, se pondrán a la venta más de 13 millones de  acciones y ninguna valdrá más de un centavo. Tenemos que ir ahora mismo al  banco para que las vendan al mejor precio.  -La operación bursátil de venta no constituyó ningún problema para ninguno de los dos, puesto que bastó con su identificación personal para poner en venta todas sus acciones y que el dinero resultante se depositara automáticamente en  sus cuentas corrientes.  

 -¡Ahora que recuerdo! -dijo Groucho bruscamente al salir del banco – mañana  es el día en que murió mi madre y en ese momento no pude estar a su lado. Me  gustaría ir a mi casa para estar presente.    -Ya sabe que no es prudente que vea a su familia ni a nadie conocido. Tenga  en cuenta que hemos viajado nueve años al pasado y toda su familia será diez  años más joven, incluido usted.    

-Gracias por el piropo.  

 -No me ha entendido. ¿Qué cree que ocurriría si su familia le viese ahora,  envejecido súbitamente nueve años?   

 -¿Pero no me ha dicho que estaré nueve años más joven?     

-Me refería a su otro yo, el que vive en 1929. Usted sigue siendo el mismo  porque pertenece al 1938.  

 -Me alegro que me lo explique con esa claridad porque ahora ya sé que yo no  soy Groucho Marx el joven sino Groucho Marx el viejo. De todas formas, si me  miro al espejo seguro que me pareceré a Groucho Marx y creo que entre los  dos habrá una gran semejanza. También estoy seguro que si voy a casa de mi    esposa ella no notará la diferencia, a menos que esté conmigo en la cama. Se  me ocurre una idea: ¿por qué no va usted a mi casa para ver si mi mujer me    está engañando conmigo?   

 -(Irritado) Si he de ser sincero, debo confesarle que nunca debí traerle conmigo a este viaje en el tiempo. Me tiene aturdido con sus chistes.    

-¿Sabe usted por qué me casé con Ruth?     -Me temo que me lo dirá aunque no me interese, así que…  

 -Un día me hizo beber champán en uno de sus zapatos. Calza el 38 y cuando  iba por la mitad la miré a los ojos y me enamoré de ella. Brillaban como mis  pantalones azules cuando están sucios. Hubo un momento en que en lugar de  ojos veía ballenas y el champán tenía ya un gusto intenso a arenques    podridos. Fue una noche maravillosa.  

 -(Claramente mareado) Está bien, usted gana. Iremos a ver a su familia      

 Pero cuando por fin llegan, tratando de permanecer ocultos ante los ojos de  los vecinos, un féretro portado a hombros de unas personas les indican sin  lugar a dudas que habían llegado tarde. Su madre emprendía ya su último viaje  en esta vida, ahora más aclamada que durante toda su anterior vida como  actriz. A su alrededor estaban los cinco hermanos Marx, numerosos parientes  venidos de todos los estados americanos, la prensa y docenas de aficionados  que habían acudido con el deseo de poder estar cerca de los ya populares  Hermanos Marx.  Groucho intentó acercarse, pero la férrea mano de Wells sujetándole le hizo  reflexionar. Su semblante pasó del inicial abatimiento a mostrar su habitual  ironía mordaz.     

 -Mire, ahí están mis hermanos. Chico es aquel con aspecto de caballo y que    parece que le duelen los pies, y Harpo el que se está comiendo la bandeja  entera de pasteles. A quien no conozco es aquel joven tan elegante y apuesto  que se parece al príncipe de Gales.    

-¿Es posible que no se reconozca a sí mismo?     

-¿Qué?, ¡Eso que dice es un insulto!. Si no fuera mayor que usted le pegaría por eso que ha dicho.  

 -Pero si yo soy más grande que usted…  

 -Así ya podrá.    -(Nuevamente alterado) Señor Marx, está consiguiendo que termine hablando  las mismas tonterías que usted. Esperaba que asistir de nuevo a la muerte de su madre le hiciera ponerse más serio, pero veo que es incorregible.    

-Es que sería la primera vez en la vida que alguien llorase dos veces en el mismo entierro, especialmente si se han celebrado con nueve años de  diferencia.  

 -(Nervioso) Creo que ha llegado el momento que hagamos algo más útil por la Humanidad que seguir diciendo chistes y despropósitos. Lo primero es marcharnos de este lugar, puesto que nos pueden reconocer.  

 -Bien, yo propongo que vayamos a comer a un restaurante italiano. ¿Sabe usted que mi hermano Chico no era italiano?  Bueno, yo tampoco lo soy y  nunca he presumido de ello, pero al menos sé hacerme entender en perfecto  italiano. Conozco cuatro palabras claves para moverme sin problemas por el centro de Roma: "Bésame, rápido", "¡Ayuda, me ha mordido una serpiente!",  "Tengo que alimentar a mi gato" y "¡Vaya, otra multa!".  

 -(Desanimado) Está bien, me rindo. Iremos a comer a un restaurante italiano.      

 Little Italy era el lugar donde residían la mayor parte de los inmigrantes  italianos y su aroma se dejaba notar incluso en los barrios periféricos.  Pegado al también emblemático Chinatown, ambos modos de vida lograron convivir  sin problemas hasta que la llegada de los gángsteres les complicó seriamente  la existencia. El restaurante elegido fue el Umberto"s Clam House, situado en  Hester Street, un lugar famoso por su exquisito marisco.       

-Groucho, ¿no cree que este lugar es demasiado caro para nosotros?     

-Para mí, no; quizá para usted que es quien va a pagar. De todas formas, nos  pondremos cerca de la salida por si acaso. No olvide aquello de "las mujeres  y los niños primero"; en ocasiones yo me siento como si fuera un bebé.  

 -Espero que las monedas de nuestra época se hayan acuñado hace tiempo y sean  igualmente válidas ahora.  

 -Tiene que confiar más en la gente, amigo Wells. Hay que dar una oportunidad  a los centavos que tiene en el bolsillo. Son como una gran familia deseando  ser útiles.    

-Desde ese punto de vista no me parece una mala idea.  

 -Pues olvídela y comience a comer esos raviollis con tomate, no esperará que  además de pagar usted tenga que comerme yo su comida.      

 CAPÍTULO ONCE:   

 Al Capone

 Todo parecía transcurrir con normalidad y hasta H. G. Wells empezó a pensar que precisamente la presencia de Groucho Marx le podía aportar mayores  beneficios de los planeados. Su carácter y su punto de vista para juzgar los  acontecimientos proporcionaban una visión de la historia de la Humanidad nueva  y reconfortante. Con un margen todavía de dos días para poder realizar  acciones y visitas a Nueva York, antes de que la máquina del tiempo les  hiciera retornar a su época, podrían tratar de avisar al mundo de posibles  desgracias y alertarles sobre el peligro que supone el avance al poder de  algunos líderes políticos.  Les podría advertir del expolio que sufrirían los judíos residentes en  Alemania que les privaría de todos sus derechos y bienes, o de la desastrosa  marcha de Mao Zedong hacia la provincia de Shaanxi que provocaría la muerte de  90.000 hombres.

También sabía la futura invasión de Abisinia por parte de  Italia, el desastre del dirigible Hindenburg en el que murieron 37 personas a  causa de un sabotaje, y las consecuencias mundiales de la Gran Depresión. Pero  su problema era el mismo que en los otros viajes, puesto que no le serviría de  nada acudir a uno de los diarios neoyorquinos y explicar que gracias a su  máquina del tiempo conocía el destino de la humanidad de los próximos nueve  años. Ni siquiera su bien ganado prestigio como escritor de ficción le podría  proporcionar un mínimo de credibilidad.  Todos estos pensamientos fueron interrumpidos bruscamente con la entrada al  restaurante de cuatro hombres armados con ametralladoras Thompson.  

 -¡Todo el mundo al suelo!, ¡Esto es un atraco!.  Esa enérgica advertencia debía ser algo habitual en aquella zona, puesto que  los camareros primero y posteriormente los clientes, todos se tiraron al suelo  inmediatamente sin que se oyeran gritos o voces de protesta. Los cuatro  matones, vestidos tan impecablemente que parecían banqueros, realizaron  algunos disparos al techo y a las estanterías, mientras que un quinto apareció  en escena portando sobre sus hombros un lujoso abrigo de lana. Wells y  Groucho, por su parte, aún no habían tenido tiempo de reaccionar y seguían  sentados mirando con estupor los acontecimientos. El recién llegado se dirigió  a ellos.  

 -Veo que estos dos señores no entienden nuestro idioma. Quizá entiendan  mejor el sonido de mi Tommy – dijo señalando su ametralladora -.  

 -¡No, espere! – gritó Wells -.      

 Fue inútil. La ametralladora le apuntó directamente a los ojos, mientras que  el gángster esbozaba una sonrisa de satisfacción. El gatillo se movió, pero  afortunadamente el arma se encasquilló y en ese momento fue cuando Groucho se  atrevió a suplicar por su vida, o al menos eso era lo que Wells creía.   

 -(Groucho, levantándose) Señor cualquiera: sepa que es usted muy afortunado  por encontrarse delante de dos personas tan importantes como nosotros. No  crea que estamos aquí para saborear los exquisitos platos de la comida  italiana, sino para asegurarle a usted y a sus amigos que dentro de muy poco    habrán pasado cinco minutos, ni uno más, ni uno menos.  No solamente el matón se quedó mudo con esta frase de Groucho, sino que todo el restaurante al completo se sumió en un estado mental cercano al estupor.  Nadie era capaz de averiguar qué había querido decir, y ni siquiera si suponía  una amenaza larvada o una palabra en clave. El silencio que siguió era cada  vez más tenso, mientras que ninguno se atrevía a mover un solo dedo. En ese  momento y justo cuando todo el mundo esperaba una respuesta brutal del  gángster, una sonora carcajada salió de su boca adornada con una gran cantidad  de saliva. A los pocos segundos todo el restaurante estaba riendo sin parar,  unos por corear a su compañero y otros para evitar que las ametralladoras  escupieran nuevamente sus balas.  

  -¡Por la santa Madonna que en la vida había escuchado tal disparate! –    dijo satisfecho el matón -. ¿Quién es usted?     

 -Hasta hace un minuto era Groucho Marx, pero ahora me parezco más a un  pedazo de mantequilla derretido.    

 -(Muy amigable) ¿Y como alguien que tienen un nombre tan ridículo es capaz de decir una frase tan graciosa?   

   -Si me da dos pavos le diré el secreto. Mejor aún: si nos deja marchar le  pondré un telegrama pidiéndole trescientos dólares para pagar al casero.

     (Risas)      -(Conteniendo la risa) Como me llamo Al Capone que yo a este tío le pego un tiro antes que me mate de risa. ¿Y este abuelo que está a su lado tan  pálido, es su padre?         

 Wells se levantó también y algo más sereno que hace un momento le tendió la mano al gángster, obviamente sin encontrar respuesta por su parte. Nervioso y  sumamente asustado ante la respuesta tan poco cordial, miró a Groucho  demandándole una ayuda inmediata.      

-(Groucho, de nuevo) ¡Oh, no se preocupe por mi amigo!. En realidad se quedó    así, sin habla, cuando vio la lista de precios de este restaurante. Yo le    aconsejaría, señor matón con ametralladora, que nos marchásemos a otro lugar    en donde nos pudieran servir unos raviollis al horno, o mejor aún, una  espina de pescado para dársela a mi gato.    

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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