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La máquina del tiempo de H. G. Wells (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

-Esto es la realidad, amigo mío. Pronto se lo demostraré.  El Folies Bergère no era una sala de fiestas muy grande y por ello  proporcionaba una gran sensación de confort entre los asistentes. Con docenas  de cigarrillos humeando al mismo tiempo el ambiente era aún más intenso, a lo  que contribuían especialmente las discretas luces rojas que apenas conseguían  romper las penumbras del ambiente. Y allí, al fondo, en el escenario, estaba  una guapa mujer totalmente desnuda sentada sobre la grupa de un caballo  blanco. Mata-Hari era aún más hermosa a la luz de los focos que en la  fotografía. Pronto bajó del caballo e inició su sensual baile al que  denominaba "Devandasisher" y que según la publicidad lo había aprendido en sus  días más jóvenes, cuando estuvo recluida en un templo indio sagrado. Por todo  vestuario llevaba un par de pendientes que pertenecieron a una sacerdotisa de  Shiva y que eran la causa de su buena suerte en la vida.  No había en aquel momento ni un solo espectador varón que no tuviera sus ojos  puestos en ella, en su cuerpo ondulante, mientras las pocas mujeres asistentes  trataban de averiguar dónde radicaba el secreto para lograr esa seducción  imparable en los hombres. No solamente era el desnudo, algo que cualquiera de  ellas podía efectuar sin problemas, sino su mirada ingenua y su cuerpo no  demasiado voluminoso lo que le aportaban un encanto imposible de superar. En  la mente de los hombres suponía algo por modelar, por mejorar, lo mismo que  hiciera anteriormente el escultor Pigmalión y que Bernard Shaw inmortalizó en  su famosa novela. Pero en su forma de mirar y moverse había algo más que una  simple mujer que sabía las debilidades de los varones. Había sagacidad,  inteligencia y orgullo de saberse admirada. Su forma de mirar a sus futuras  presas indicaba que para alcanzarla les costaría mucho trabajo… y dinero. A  cambio de ello, el placer sin límites.    

-¿Qué opina de esa mujer? – preguntó Wells -.    

-Pues que la sensualidad no se aprende, se nace con ella, y esa mujer la    tiene. Nos pone delante el pastel, pero nos indica también que solamente un    privilegiado lo podrá comer. Es como si fuera un óvulo que solamente será    penetrado por uno entre millones de espermatozoides. Indudablemente, se    trata de una mujer muy lista.    -¿Qué haría usted para conquistarla?     -Lo que no haría nunca es ofrecerla dinero. El amor no se compra.    

-Pero el sexo, sí.    

-Se pueden tener ambas cosas sin necesidad de pagar por ellas.    

-Ya, para usted es fácil porque es un actor y está acostumbrado a tratar con    mujeres. Pero mire a su alrededor y verá que la mayoría de esos hombres son    unos infelices a quienes nadie ha regalado un beso en los últimos cien años.    Solamente les queda el recurso de arruinarse si quieren conseguir abrazar a    una mujer como ella.    -No se confunda Wells, estamos hablando de Mata-Hari, la diosa del amor, la    Niña del Alba. Ella es más un producto para la fantasía de los hombres que    una solución para el amor verdadero. Existen miles de mujeres que nos pueden    hacer vibrar de emoción y pasión solamente mostrándonos un hombro desnudo, y    que, además, son maravillosas compañeras en la vida cotidiana.    (Dudándolo) Espero que su mujer sea así con usted.    Ahora que me acabo de casar y que estoy tan lejos de ella, creo que aún me queda mucho para encontrar la mujer perfecta.  En ese momento algo ocurría allí, cerca del escenario del Folies Bergère.  Cuatro policías franceses hablaban y gesticulaban con uno de los encargados del local, quien pugnaba por impedir que subieran al escenario. Mientras tanto, Mata-Hari había salido ya presurosa de allí sin que nadie se diera cuenta de ello. En pocos segundos la pequeña resistencia del empleado del local se vio desbordada y los cuatro policías subieron al escenario mientras pedían con sus manos silencio al público.  

 -¡Silencio, por favor! – dijo uno de ellos gritando -. Tenemos que comunicarles algo muy importante. La señorita Mata-Hari está acusada de espionaje contra el gobierno francés, a favor de nuestros enemigos alemanes.    Recientemente ha logrado escapar de las fuerzas aliadas que la habían  deportado a Holanda y nos vemos en la obligación de detenerla para que sea  juzgada en nuestro país.  Mientras esta conversación tenía lugar ante los ojos incrédulos de Bogart, Wells le estaba apartando a un lado, llevándoselo discretamente hacia la  puerta de salida.    

-Creo que es imprescindible que nos marchemos cuanto antes. Hemos llegado  justo en el momento de su detención y si hacen una redada seguramente nos tomarán también por espías. No tenemos pasaporte, ni salvoconducto y ni siquiera disponemos de ninguna reserva en algún hotel.  

 -Pero somos americanos – replicó Bogart – y podemos demostrarlo con nuestra identificación personal.  

 -Esa identificación pertenece a dos personas del futuro. Imagínese en una comisaría francesa tratando de explicar a los gendarmes que ha viajado  conmigo en una máquina del tiempo.    

-Es que aún no me creo que estemos en el pasado. Todo esto es producto de la imaginación de alguien que quiere gastarme una broma.    -Todavía no es usted lo suficientemente famoso como para que alguien se tome tantas molestias. Lo acepte o no estamos en el París de 1917, veintiún años en el pasado. Y ahora, vámonos porque están llegando más refuerzos.  El Folies Bergère se convirtió pronto en un lugar tumultuoso, con la gente dando gritos, unos para exigir que les dejasen salir y otros a causa de los pisotones de la multitud. Lo que hasta hace unos minutos era un lugar de placer y ensueño se había convertido en un desastre en el cual los más débiles estaban teniendo la peor parte. La policía, ahora con nuevos y más enérgicos refuerzos, pegaba sin piedad a cuantos intentaban hacerles frente, mientras  que otros agentes bloqueaban ya la puerta de salida. Los disparos no se  hicieron esperar y los primeros cadáveres inundaron el suelo. Mientras tanto,  Wells y Bogart habían conseguido salir ya al exterior y corrían calle abajo en dirección desconocida.  

 -(Wells, casi sin aliento) ¿Dónde podemos ir?     

-Usted siga corriendo sin parar hasta que estemos bien lejos. Luego veremos dónde nos podemos esconder.    -¿Esconder?, ¿Para qué?  Si nadie sabe que estamos aquí nadie nos va a  buscar.    -Dos personas corriendo siempre infunden sospechas.  

 -¿Y por qué corremos?     

-Porque es una regla elemental de supervivencia. Primero corremos y luego nos paramos. Así de sencillo (se detienen)  

 -(Wells) ¿Dónde estamos?     

-Hemos corrido tanto que ni siquiera sé si lo hemos hecho a derecha o  izquierda. (Mirando un letrero) Aquí dice "Rue Fontaine", pero con mis escasos conocimientos de francés me da lo mismo que dijera "Quinta avenida".    

-No se olvide que soy inglés y que el francés es casi mi segunda lengua. Ese  letrero quiere decir algo así como "Calle de la fuente", pero da lo mismo el nombre, puesto que ahora lo más importante es buscar un lugar donde dormir.    

-Oiga, ¿no sería mejor volvernos a nuestra época?  Creo que por esta vez ya  hemos tenido las suficientes emociones. Prefiero estar ahora en brazos de mi  mujer, aunque no tenga las mismas curvas que esa Mata-Hari. Creo que es el  momento de poner en marcha su máquina del tiempo, pero en sentido inverso.  

 -Desdichadamente no tengo esa llave mágica que usted me pide. Mi máquina del  tiempo nos devolverá a nuestro mundo dentro de tres días, el 17 de octubre,  justo cuando se acabe la energía de las baterías.  

 -¿Está loco?, ¿Tres días en este infierno?   

 -¿Pero no me dijo que quería vivir las emociones de la guerra y ayudar a  luchar contra los alemanes?  Pues ahora tiene su oportunidad.    

-Yo hablaba de luchar con un ejército americano muy poderoso a mi lado, con  sus cañones y tanques, no de estar perdido en un país extraño, perseguido  por toda la gendarmería francesa por haber visto a una bailarina desnuda.      

CAPÍTULO SIETE: 

  Montmartre

 Ambos, más calmados, siguieron caminando por las oscuras calles parisinas, en busca de un hotel. La calle ahora era más empinada, aunque al fondo se vislumbraba muchas luces y con ellas la posibilidad de encontrar gente despierta y una cama libre. Un gran griterío, esta vez de gente cantando y  riéndose, les condujo hasta un bar llamado "Maison Catherine". La agradable  noche del verano de París les invitaba a sentarse en la pequeña terraza del  lugar, en busca de un alivio para sus resecas gargantas.  Sentándose, más concretamente tumbándose, en las sillas de mimbre, nuestros  amigos decidieron permanecer en silencio hasta recuperar el aliento y  serenarse un poco. Un camarero se les acercó y les preguntó qué querían tomar.

 Aunque Bogart hizo intención de pedir, una mirada de Wells fue suficiente para  hacerle callar. Este, hablando un correcto francés, pidió dos cervezas y un  poco de queso, no sin antes explicar al camarero que solamente tenían dólares,  pues eran americanos.    

-.(Bogart, algo enfadado) Bueno, querido Herbert, dígame ahora qué podemos hacer aquí en París, durante tres días y en plena invasión fascista.    

-Si conociera mejor la historia sabría que los norteamericanos somos bien recibidos aquí en Francia. Hemos abastecido de comida durante toda la contienda a los franceses, hemos roto nuestras relaciones con Alemania y  estamos colaborando militarmente con Londres y París. En estos momentos no somos unos espías, sino unos aliados muy queridos.  

 -Bueno, pero eso no quita que estemos cansados, hambrientos y muy sucios.    -Está bien, le preguntaré al camarero si sabe de algún hotel próximo donde  podamos pasar la noche.  Cuando volvió Wells, todo parecía empezar a normalizarse en su aventura. En ese mismo lugar había habitaciones libres y podían pasar allí los tres días  que les quedaban hasta su regreso al año 1938. Cuando subieron a su cuarto  apenas hablaron y tumbándose cada uno en su cama durmieron plácidamente toda  la noche. A la mañana siguiente, la fresca brisa que soplaba en la colina de  Montmartre les despertó casi simultáneamente. Arreglados, aseados y repuestos  físicamente, los dos pasajeros del tiempo salieron a dar una vuelta por los  alrededores, no sin antes ser advertidos por el dueño de la pensión que  tuvieran cuidado con los carteristas.    

-Dos turistas americanos – les dijo – son siempre una presa apetecible para    los ladrones. Guarden sus dólares en los calcetines y no se fíen de nadie.  La escarpada colina de Montmartre era el lugar escogido por los pintores europeos para elaborar sus mejores cuadros, aunque la mayoría de los que allí  vivían, o malvivían, eran sencillos entusiastas y soñadores que nunca  conseguirían vender ni uno solo de sus cuadros. Hacinados en pequeñas pero  entrañables buhardillas, sin más luz que la que entraba por las ventanas,  pasaban la mayor parte del día pintando una y otra vez los mismos paisajes, en  busca de ese estilo y peculiaridad que les hiciera saltar a la fama  súbitamente. Por esas calles habían pasado ya en busca de un lugar inédito que  plasmar en sus lienzos pintores como Van Gogh, con su pelo rojo y su locura  incipiente, quizá provocada por el hambre. También estuvo Toulouse-Lautrec  antes de refugiarse para siempre en el Moulin Rouge, en donde consiguió ser  aceptado por las prostitutas y recobrar así su confianza como ser humano a  pesar de su corta estatura.  Todos estos pintores, además de Cèzanne, habían contribuido a proporcionar a  Montmartre una aureola de leyenda en todo el mundo, y no había estudiante de  las bellas artes que no considerase como obligado pasar algunos años de su  vida allí, entre el hambre y el romanticismo. Es más, para quienes regresaban  a sus países la estancia en París suponía ya el mayor de los prestigios,  aumentado por la posibilidad de mantener amores intensos en los cuales el  dolor y la tristeza eran lo más habitual.    

-¿Se da cuenta, amigo Bogart, que estamos viviendo una época irrepetible?     

-(Sarcástico) Lo de irrepetible estoy de acuerdo, pues espero que la próxima    vez que viajemos en el tiempo lo hagamos a épocas y lugares más tranquilos.    Si decide viajar a Hawai no se olvide de sacarme un billete en clase  preferente.    -(Sin escucharle) Estoy preocupado por Mata-Hari. Según la historia fue fusilada el 15 de octubre, aquí en París, dentro de dos días, y me gustaría  intentar algo para evitarlo. Puesto que conocemos el destino fatal que se  cierne sobre ella, parece razonable que intentemos salvarla.    

-Pero si la historia cuenta que murió ese día, veo imposible que nosotros  podamos alterarla.    -Ese razonamiento me lo he planteado yo varias veces, pero creo que existe  una posibilidad de cambiar el curso de la historia sin alterar los acontecimientos. Lo que nosotros sabemos es que Mata-Hari fue fusilada ese  día, pero eso es lo que los historiadores han contado.  

 -No entiendo la diferencia.    -Es muy sencilla. Suponga que todo fue un simulacro y quien murió ese día fue otra mujer que se le parecía o que en realidad las balas eran de salva,  totalmente inofensivas. Los historiadores fueron engañados como el resto de la población, pues describieron fielmente el fusilamiento y la supuesta  muerte, aunque Mata-Hari no murió realmente. Nosotros podríamos lograr que eso fuera cierto, ayudándola a escapar de la muerte.    

-Bueno, es una posibilidad, pero tan descabellada que no merece ser considerada. Ahora mismo no sabemos dónde está Mata-Hari, ni quiénes son sus  amigos, ni cómo lograremos montar esa farsa del fusilamiento.    

-Usted es actor de cine y está acostumbrado a los decorados y a fingir. Esta  es su oportunidad para hacer algo real, aunque nadie vaya a aplaudirle.  En ese momento, un periódico del lugar, vociferado por su joven vendedor, les sacó de dudas en cuanto al destino de la guapa bailarina. La noticia que ocupaba la primera página decía que Mata-Hari había sido detenida por los Servicios de Inteligencia francesa y que el juicio sumarísimo se efectuaría  esa misma tarde. La fobia generada en esa época contra los espías alemanes se  había cebado en ella y era empleada como cabeza de turco por el gobierno para  dar un aviso a los auténticos espías.  Esto aturdió a nuestros amigos quienes, viendo frustrados sus intentos de  salvarla, volvieron a su pequeña buhardilla. Allí se tumbaron en la cama  desmoralizados, meditando sobre las pocas posibilidades que ofrecía viajar en  el tiempo, aunque se supiera el destino cruel de las cosas y las personas.  Unas voces, procedentes del cuarto contiguo al suyo, les sacó de sus  pensamientos. Dos hombres estaban discutiendo acalorados, conversación que  podía ser escuchada perfectamente a través de las delgadas y agrietadas  paredes.    

-¡No te he enseñado a pintar -gritaba uno – para que hagas estas  porquerías!.    

-¿Porquerías?  Estoy tratando de proporcionar a mis cuadros una novedad, una  perspectiva más atrevida de lo que veo.  

 -Lo que haces no tiene calidad alguna. Lo podría pintar cualquier niño, o  hasta un mono si le diéramos un pincel. La naturaleza es tal y como la  vemos, no cuadrada y de colores irreales.    -Es que eso ya lo hacéis todos y empieza a ser aburrido mirar tanto cuadro realista. Si no aportamos nuevas ideas a la pintura es mejor que nos dediquemos a descargar bultos en los muelles. No he venido desde España para hacer lo que hacéis todos, tan discretos y puristas que aburrís al más  entusiasta de los aficionados al arte.  La conversación subió de tono, se oyeron algunos forcejeos, y Bogart creyó  llegado el momento de intervenir, más que nada para protegerse ante la  eventualidad de la llegada de la policía. Saltando de un balcón a otro  entraron en el lugar de la confrontación y allí encontraron a dos hombres, uno  más joven que el otro, agarrando ambos un cuadro. Mientras uno lo intentaba  tirar por la ventana, el otro pugnaba por salvarlo del desastre. La llegada de  nuestros amigos puso fin a la pelea y ahora, ambos ya más calmados, trataron  de explicar dónde radicaba su problema.  

 -Miren, amigos – dijo el mayor de ellos – este joven que ven aquí está    prostituyendo el arte de la pintura con sus cuadros. A mí no me importaría    mucho que lo hiciera, pero como maestro suyo mi prestigio se vendría abajo  si sus horrorosos cuadros actuales, de estilo desconocido, salieran de esta  habitación.  

 -Ese estilo desconocido – respondió el joven – tiene un nombre y se llama  Cubismo, y representa la forma de expresión pictórica que revolucionará la  pintura. Tú, querido Monet, perteneces ya al pasado y yo soy el futuro.    

-¡Insolente Picasso! – gritó – ¿cómo te atreves a criticar a quien tanto te  ha enseñado?   Cuando el tal Monet se abalanzó de nuevo hacia su compañero, Bogart se  interpuso entre ellos pidiéndoles de nuevo serenidad. Como quiera que el idioma inglés les era totalmente desconocido a los dos pintores, supuso el suficiente revulsivo como para detenerles de nuevo y decidir bruscamente dar  por concluida la pelea.    -Permítanme que les dé las gracias por su oportuna intervención. Me llamo Claude Monet y aunque algo mayor para estas peleas, sigo pensando que la pintura debe reflejar la realidad, incluso mejorarla si es posible. Mi amigo y discípulo Pablo Picasso era hasta ahora un buen pintor con gran futuro,  pero súbitamente ha cambiado su estilo y ha diseñado eso que denomina Cubismo y que resulta incomprensible a mis ojos.  

 -Solamente quiero probar nuevas formas de expresión – respondió Picasso,  mucho más sereno -. Tengo 36 años y necesito crear mi propio estilo, aunque  en principio sea incomprensible para los demás. Eso ya lo han hecho  anteriormente otros pintores. Intento proporcionar sentimientos y emociones nuevas mediante el uso de las formas geométricas y los colores, sin  necesidad de que reflejen nada concreto. Es el amante de la pintura quien debe poner su imaginación. De este modo, el espectador no se limita a mirar  mi cuadro pasivamente y puede dejar volar su imaginación.    

-La idea me parece sugestiva – alegó Wells – puesto que así convertimos al  aficionado en parte de nuestras obras. (Hace una pausa) Permítanme que me  presente: me llamo H. G. Wells, soy un escritor inglés, y debo añadir que al  igual que el señor Picasso ha hecho con su pintura, también he dado un giro    grande a mis novelas. Dejé totalmente las historias realistas y sociales  para meterme en el mundo de la ficción y la fantasía. Por eso comprendo la  postura del señor Picasso. Creo que todos los estilos artísticos pueden  tener su sitio en la sociedad, tanto el realista, como el impresionista o el  cubismo suyo.    

-¿Y su compañero también es escritor? – preguntó Monet -.    

-No, él es un actor de cine que está comenzando a ganar mucha popularidad en  Norteamérica. Se llama Humphrey Bogart, pero no sabe una palabra de francés.  

 -¡Ah, el cine! – dijo Picasso ilusionado – es la forma de expresión  artística más completa de todas. En las películas están reunidas todas las artes al mismo tiempo. Me alegro de poder estrechar la mano a dos personas  tan interesantes como ustedes. ¿Y cuál es el motivo de su visita a París?   Wells se alegró de que Bogart no entendiera la pregunta, y mucho más  acostumbrado a contar historias fantásticas les respondió presuroso pero sin  vacilar:  

 -Estamos buscando escenarios para rodar una película basada en una novela  mía titulada "La isla del Doctor Moreau". Por desgracia, la guerra europea  nos va a impedir seguir con el proyecto y nos marcharemos de nuevo a los  Estados Unidos en unos días.  

 -Ciertamente – dijo Picasso – esta guerra se está alargando más de lo  previsto a causa del Kaiser. Su cruel fascismo esta provocando la ruina de  toda Europa y muchas personas inocentes están siendo fusiladas todos los  días aquí mismo, cerca del Palacio de Justicia.  

 -(Wells, dándose cuenta que puede ser sincero) Acabamos de ser testigos ayer  del apresamiento de la bailarina Mata-Hari en el Folies Bergère. Si no  escapamos a la carrera ahora mismo nos habrían acusado también.    -(Picasso, sumamente alterado) ¿Cómo?, ¿Mata-Hari ha sido apresada por los  gendarmes?  Tenemos que hacer algo para salvarla; ella es una patriota, no  una espía. ¿Quieren ustedes ayudarnos?   

 -Tanto mi amigo Bogart como yo mismo estaremos encantados de hacer lo que  podamos para ayudarla. No obstante, tenga en cuenta que no tenemos pasaporte  y que si nos detiene la policía nos podrán acusar también de espías  alemanes.    

-No se preocupe, yo también debo permanecer oculto de ellos pues soy miembro  del Partido Comunista. Espérenme un momento que voy a indagar dónde se han  llevado a Mata-Hari.  Picasso salió presuroso, mientras que Monet se quejaba a Wells que con sus 77  años ya no estaba en buenas condiciones para correr por las calles escapando  de la policía. No obstante, se ofreció para colaborar con ellos en la medida  en que sus fuerzas se lo permitieran. También hubo un enfrentamiento entre  Wells y Bogart, puesto que la noticia de que Picasso era comunista le  desagradó de gran manera.    .No me gustan los comunistas – le dijo enfadado Bogart – tratan de socavar    todo lo bueno que hemos logrado en mi país.  

 -Pero usted ha manifestado en muchas ocasiones su defensa de la libertad de  expresión.  

 -Y sigo estando a favor de ella, siempre y cuando ello no suponga destrozar  nuestras propias libertades. La prensa debe ser libre y cada ciudadano podrá  manifestar su idea política preferida, pero ello no implica que puedan  reunirse clandestinamente para formar un ejército. No conozco ni un solo  país comunista que tenga un buen nivel de vida y libertades. Eso debería ser  suficiente para excluirles de mi país.    -Pues hay mucha gente del mundo del cine que se ha manifestado abiertamente  como pro-comunistas.  

 -Y sigo diciendo que son libres de hacerlo y pensar como quieran, pero  deberían ejercer su política en Rusia.  Fueron interrumpidos por el regreso de Picasso, sumamente nervioso, quien les  dijo que habían llevado a Mata-Hari al Palacio de Justicia y que probablemente  la condenarían rápidamente para dar un escarmiento y una advertencia a los  espías.  

 -Probablemente – siguió contando entristecido – la ejecutarán mañana mismo.    Tienen costumbre de hacer juicios rápidos y fusilar a los culpables en una  plaza a orillas del Sena.    

-¿Y qué podemos hacer? – preguntó Wells con pocas esperanzas, puesto que  sabía el destino de Mata-Hari -.  

 -De momento acudir al juicio y luego tratar de rescatarla antes de la  ejecución. ¡Vámonos!.       

CAPÍTULO OCHO:   

 El cadalso

 Bogart y Picasso, los más jóvenes, caminaban rápidamente hasta el Palacio de  Justicia, mientras unos metros detrás les seguían como podían Wells y Monet;  sus muchos años encima les pasaban factura. Cuando llegaron el juicio aún no  había comenzado, pero ya la sala del tribunal se encontraba llena de gente,  ansiosos algunos por maldecir a Mata-Hari y otros para intentar aplaudirla.  Nuestros amigos buscaron las mejores posiciones que pudieron, encontrándose  con una barrera de fornidos policías que impedían cualquier intento de liberar  a la guapa bailarina.  Todo en los espectadores era ya muy diferente a lo que habían visto en el  Folies Bergère. Unos días antes esa mujer era admirada y aplaudida, deseada, y  suponía el ejemplo para miles de mujeres que buscaban salir del anonimato y la  miseria. Ahora, tratada como una vulgar delincuente, iba a ser mostrada como  escoria ante la opinión pública.  Cuando salió al estrado Mata-Hari, esposada y vestida hasta los pies,  escoltada por los policías, su imagen altiva no había desaparecido y para  muchos estaba más guapa aún que a la luz de los focos.  En el juicio no había testigos que declarasen a su favor y ni siquiera existía  un abogado defensor que la disculpara. Todo estaba ya preparado de antemano.  La acusaron de mantener relaciones amorosas con los funcionarios alemanes y  pasarles así, en la intimidad del lecho, información vital sobre los  movimientos del ejército francés.    

-He estado frecuentemente con soldados que me han pagado por acostarme con    ellos – comenzó a decir Mata-Hari – puesto que no me interesan los hombres    que no están en el ejército. A muchos les he amado también, pero no les he    preguntado su nacionalidad. Me atraen los militares especialmente porque son    valientes, aventureros y en cierto modo superiores, pero cuando están    desnudos en mi cama nadie habla de política y solamente manifiestan interés    por mi cuerpo.  

Estas sinceras palabras no sirvieron para disculparla y en lugar de ello  agudizaron los ánimos de los jueces, ahora convertidos también en censores a  causa de la presión de sus esposas, celosas del atractivo de Mata-Hari. Allí  nadie intercedía por ella, ni siquiera los mismos hombres que días antes la  habían amado. Convertidos todos ya en sus enemigos, se la acusó de pasar  información secreta gracias a sus pendientes. Mostrados en la sala,  descubrieron un compartimiento secreto en la parte de atrás, en donde se  suponía guardaba sus confidencias bélicas. Naturalmente en ese momento no  había dentro de los pendientes nada parecido, pero para los jueces era la  prueba irrefutable de su delito.  Parte del público se dio cuenta de la farsa de ese juicio, especialmente  porque la mayoría de las personas que pasaron como testigos de la acusación  eran los mismos hombres que habían mantenido relaciones íntimas con ella. Era  obvio que querían destruir la prueba de la infidelidad hacia sus mujeres y  esta era su mejor y única oportunidad. Sus amigos, ahora convertidos en  enemigos, alegaron que había ejercido como espía para ambas naciones, Francia  y Alemania, dependiendo del bando de su amante.    

-(Mata-Hari, llorando) Sí, ciertamente soy una ramera, pero nunca he    traicionado a Francia.  

El juez que presidía el tribunal se levantó sin inmutarse y dijo:  

 -Margaretha Geertruida Zelle, alias Mata-Hari: ha sido condenada por este    tribunal especial por sus delitos contra Francia al ejercer como espía para    nuestros enemigos alemanes y por ello la condeno a morir fusilada    públicamente. La ejecución se celebrará mañana en la plaza de este mismo    Palacio de Justicia. Que Dios tenga piedad de su alma.  Ni un solo grito de repulsa por la sentencia se escuchó en la sala y en lugar  de ello cientos de voces escupieron toda clase de insultos hacia ella.

 Solamente cuatro personas permanecieron mudos ante esta manifestación de  injusticia, avalada por un tribunal que precisamente estaba allí para no  condenar a ningún inocente. Cuando todos salieron, la mayoría para festejar  con champán la próxima muerte de Mata-Hari, precisamente en el Folies Bergère,  Bogart ya tenía elaborado un plan para rescatarla, inspirado seguramente en  alguna de sus películas.    -Mi idea es la siguiente: necesitamos dos trajes de la policía francesa y    algunos documentos falsos. Con ellos, y si la suerte no nos da la espalda,    lograremos rescatar a Mata-Hari antes de que sus verdugos se den cuenta.  

 -(Wells, algo menos entusiasta) ¿Y quién se pondrá esos trajes de policía?   

 Obviamente tienen que ser dos personas que hablen perfectamente francés.    -Usted será uno de ellos – le dijo Bogart a Picasso – y el otro tiene que  ser Monet; no hay nadie más que hablen el francés como ustedes.    

-¿No cree – respondió Monet – que ya soy algo viejo para simular ser un  policía en activo?     

-Mi experiencia con los maquillajes para el cine hará el milagro. Le  convertiré en un atractivo detective de cincuenta años. Wells y yo seremos    unos agentes del Servicio Secreto Británico que han venido para asegurarse  de que se cumpla la ejecución. Nadie sospechará de nosotros por no saber  francés.  

-Pero ¿cuándo piensan rescatar a la chica?    

 -Será mañana, aquí mismo, en los calabozos del juzgado.  Las horas que precedieron a esta arriesgada misión fueron intensas para todos.  Picasso se encargó de buscar entre sus amigos uniformes de la policía,  mientras que Monet solucionaba en una imprenta clandestina la elaboración de  los documentos adecuados. Bogart y Wells, por su parte, trazaban ya sobre el  papel la situación del pelotón de fusilamiento, el público, las medidas de  seguridad y el recorrido que haría Mata-Hari hasta donde le esperaba el juez  que hablaría a la muchedumbre. Con todos estos datos presentes tenían claro  que solamente existía la posibilidad de rescatarla mientras estuviese en los  calabozos.  Por la noche, los cuatro amigos realizaron una minuciosa comprobación del  terreno, la puerta del juzgado y la situación exacta de los calabozos. Sabían  ya que la ejecución tendría lugar a las nueve de la mañana y se esperaba que  miles de personas vitoreasen el fusilamiento.  Por eso, aquella noche apenas durmieron, mientras cientos de preguntas y  temores pasaban por sus mentes. Bogart se preguntaba aún qué hacía allí, en la  Francia de principios de siglo, tratando de rescatar de la muerte a una guapa  chica con la cual ni siquiera había intimado. Analizaba su papel de héroe en  el cine, de duro y hábil manejando las pistolas y a las mujeres, sin entender  cómo la realidad podía ser tan distinta a la ficción. Ahora el peligro de  muerte era cierto y posiblemente inminente, mientras que a miles de kilómetros  de distancia, en los Estados Unidos, le esperaba una esposa con la cual ni  siquiera había celebrado la noche de bodas. De reojo miraba a H. G. Wells, un  escritor con más fantasía en su mente que un niño, a quien había considerado  un loco pero ahora le veía ya como un idealista empeñado en corregir las  injusticias. Y en la habitación de al lado dos fanáticos del pincel y el  carboncillo, maestro y alumno, tratando de cambiar la plácida vida de artistas  por la de miembros de una resistencia política extraña, puesto que iban en  contra de su propia gente.  

 -Cuando despierte de esto – dijo casi en sueños – no volveré a beber ni una    gota de alcohol. Me ha trastornado el cerebro.  

 -(Wells, semidespierto) ¿Qué dice?     

-Nada, que me apetecería beber un buen whisky escocés o un coñac francés.  A la mañana siguiente, dos militantes del Partido Comunista francés trajeron  los trajes de policía que habían solicitado, más la documentación falsa para  todos. Con rapidez, se pusieron los trajes y revisaron los documentos  falsificados en los cuales se mencionaba su condición de miembros especiales  de los servicios de seguridad franceses e ingleses. Bogart, ayudado por las  dotes pictóricas de Picasso, elaboró con acuarela y óleo un perfecto  maquillaje para la cara de Monet, quien ahora se mostraba como un aguerrido  policía.  Rápidamente se dirigieron hasta el Palacio de Justicia y allí, sin vacilar,  hasta la entrada de los calabozos. Una férrea puerta de hierro y dos  centinelas armados les dieron el alto.    

-No pueden pasar, esta zona está restringida hasta mañana.    

-(Picasso, muy sereno) Traemos una orden firmada por el Servicio de    Inteligencia en la que dice que tenemos que conducir a la espía Mata-Hari de    nuevo hasta el juez. Se han encontrado documentos importantes en su vivienda    que comprometen a personalidades jurídicas muy destacadas y debe ser    interrogada por ello.  

 -(El centinela de mayor graduación) Tenemos órdenes estrictas de que nadie    se acerque a la prisionera, salvo una orden firmada por el propio Jefe del    Gobierno. Su ejecución no se retrasará bajo ningún concepto.    

-Estos documentos nos conceden la máxima autoridad – replicó Monet con    energía – y le insisto que esta mujer debe ser interrogada de nuevo antes de    morir. Venimos acompañados por dos miembros de los Servicios Secretos    británicos y si usted se opone creará un conflicto internacional.  El centinela miró a Wells y Bogart, revisó los documentos en los cuales se  explicaba la orden de traslado de Mata-Hari hasta el juez y pidió a Bogart que  le mostrara sus credenciales. Cuando la comprobó pidió lo mismo a Wells y le  preguntó:  

 -¿Quién es su jefe inmediato?  Debo llamarle por telégrafo para confirmar su  identidad.  La petición dejó estupefactos a ambos, esencialmente porque no entendían una palabra del idioma francés. Su pasividad alertó al centinela, quien se dirigió  a su compañero para que avisase al sargento de guardia. Sus intenciones  parecían sumamente preocupantes para todos.  

 -¡Espere! – interrumpió Picasso – ¿no se da cuenta que no saben francés?  Yo  les hablaré en inglés para que atiendan su petición.  La conversación que mantuvo con Wells y Bogart no tenía, por supuesto, nada que ver con las pretensiones del centinela, pero la ignorancia de éste del  idioma inglés les proporcionaba total impunidad. De manera sutil y sin  realizar ademanes que pudieran infundir sospechas, les indicó que el centinela  francés empezaba a sospechar y que debían hacer algo con rapidez o todos  acabarían como Mata-Hari.  Bogart le tranquilizó y le dijo que ahora había llegado su momento. Con una  sonrisa cínica en los labios, la mejor que tenía, y simulando ser el más  fiable de los amigos, avanzó hacia los centinelas mientras sacaba una tarjeta  de su gabardina. Esta tarjeta era de una productora cinematográfica, con  teléfono incluido, pero cuando la mostró a los centinelas parecía pertenecer  al mismísimo FBI. Mientras los dos desconfiados franceses la miraban,  intentando descifrar lo allí escrito en inglés, Bogart hizo señas a sus  compañeros y los cuatro se abalanzaron sobre los centinelas, golpeándoles en  la cabeza. Desmayados y fuertemente amordazados y maniatados, fueron llevados  hasta un cuarto trasero próximo.  

 -Bueno – dijo Bogart tomando ya las riendas de la situación -ahora hay que    obrar con mucha rapidez. Vamos a los calabozos para sacar cuanto antes a    Mata-Hari de allí. Tenemos tiempo hasta que se realice el relevo de la  guardia y no sabemos cuándo ocurrirá.  Presurosos, pero conservando su apariencia de miembros especiales de la  policía, los cuatro amigos bajaron a los oscuros calabozos, hasta que se  toparon con un nuevo control policial.  

 -¡No pueden pasar! – les gritaron – ¿quién les ha dejado entrar aquí?   

 -(Picasso, sumamente enérgico) Traemos órdenes expresas de los Servicios de  Inteligencia para llevar cuanto antes a la detenida ante el juez. Debe  prestar declaración antes de ser ajusticiada. El cabo de guardia ya ha  realizado las comprobaciones oportunas. Si quiere volver a mirar nuestros documentos, aquí están.  El policía leyó cuidadosamente los documentos y decidió llamar al puesto de  guardia para hablar con el cabo. Cuando descolgó el teléfono fue interrumpido  bruscamente por Picasso.  

 -¡No nos haga perder más tiempo, estúpido!. Si tardamos un minuto más en    entregar a esta mujer ante el juez la llevarán hasta el pelotón de  fusilamiento sin que pueda ser interrogada de nuevo. Usted será el    responsable de que se pierdan datos sobre otros espías. Pediré a sus  superiores que le formen un consejo de guerra que le lleve a la cárcel para  toda su vida.  Estas palabras, dichas con energía y agresividad, más la mirada hosca de Bogart, fueron suficientes para que el policía receloso les franqueara la  puerta, mientras comenzaba a disculparse por su desconfianza. Rápidamente  abrió la puerta del calabozo donde estaba Mata-Hari.    

-¡Sal de ahí, sucia espía! – la gritó – el juez quiere interrogarte de  nuevo. Pero no te alegres por ello, pues nadie te salvará ya del  fusilamiento. La plaza está ya abarrotada de gente esperando ver cómo te  matan.  Más serena de lo que debería estar, Mata-Hari recogió sus pertenencias no sin  antes pintarse los labios y peinarse minuciosamente.  

 -Debo estar guapa – alegó ante la impaciencia de todos – para hablar delante  de un juez tan importante. Le recordaré los ratos tan agradables que hemos  pasado juntos en su cama cuando su mujer se marchó a las playas de la  Riviera.  Esta vez fue Bogart quién la agarró con fuerza, sacándola de allí con rapidez.  Su decisión, que para el centinela fue interpretada como una muestra del odio que la tenía, simplificó las cosas y en poco tiempo todos estaban ya en la  puerta de salida, ahora sin ningún centinela allí.  

 -Debemos marcharnos cuanto antes de este lugar – dijo Bogart – pero  necesitamos un coche. Andando no llegaríamos a ningún lugar seguro.  Miró a su alrededor y pronto encontró aparcado el vehículo ideal: un flamante  Ford T. Con decisión se dirigió hacia la puerta y poniéndose un pañuelo en una  mano golpeó el cristal delantero hasta romperlo. Una vez dentro no le costó  nada arrancar el motor, puesto que era el mismo modelo que había conducido en  las películas. Y así, una vez todos dentro, pisó el acelerador a fondo sin un  rumbo concreto.    

-¿Dónde nos dirigimos? – preguntó Wells -.  

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