-Esto es la realidad, amigo mío. Pronto se lo demostraré. El Folies Bergère no era una sala de fiestas muy grande y por ello proporcionaba una gran sensación de confort entre los asistentes. Con docenas de cigarrillos humeando al mismo tiempo el ambiente era aún más intenso, a lo que contribuían especialmente las discretas luces rojas que apenas conseguían romper las penumbras del ambiente. Y allí, al fondo, en el escenario, estaba una guapa mujer totalmente desnuda sentada sobre la grupa de un caballo blanco. Mata-Hari era aún más hermosa a la luz de los focos que en la fotografía. Pronto bajó del caballo e inició su sensual baile al que denominaba "Devandasisher" y que según la publicidad lo había aprendido en sus días más jóvenes, cuando estuvo recluida en un templo indio sagrado. Por todo vestuario llevaba un par de pendientes que pertenecieron a una sacerdotisa de Shiva y que eran la causa de su buena suerte en la vida. No había en aquel momento ni un solo espectador varón que no tuviera sus ojos puestos en ella, en su cuerpo ondulante, mientras las pocas mujeres asistentes trataban de averiguar dónde radicaba el secreto para lograr esa seducción imparable en los hombres. No solamente era el desnudo, algo que cualquiera de ellas podía efectuar sin problemas, sino su mirada ingenua y su cuerpo no demasiado voluminoso lo que le aportaban un encanto imposible de superar. En la mente de los hombres suponía algo por modelar, por mejorar, lo mismo que hiciera anteriormente el escultor Pigmalión y que Bernard Shaw inmortalizó en su famosa novela. Pero en su forma de mirar y moverse había algo más que una simple mujer que sabía las debilidades de los varones. Había sagacidad, inteligencia y orgullo de saberse admirada. Su forma de mirar a sus futuras presas indicaba que para alcanzarla les costaría mucho trabajo… y dinero. A cambio de ello, el placer sin límites.
-¿Qué opina de esa mujer? – preguntó Wells -.
-Pues que la sensualidad no se aprende, se nace con ella, y esa mujer la tiene. Nos pone delante el pastel, pero nos indica también que solamente un privilegiado lo podrá comer. Es como si fuera un óvulo que solamente será penetrado por uno entre millones de espermatozoides. Indudablemente, se trata de una mujer muy lista. -¿Qué haría usted para conquistarla? -Lo que no haría nunca es ofrecerla dinero. El amor no se compra.
-Se pueden tener ambas cosas sin necesidad de pagar por ellas.
-Ya, para usted es fácil porque es un actor y está acostumbrado a tratar con mujeres. Pero mire a su alrededor y verá que la mayoría de esos hombres son unos infelices a quienes nadie ha regalado un beso en los últimos cien años. Solamente les queda el recurso de arruinarse si quieren conseguir abrazar a una mujer como ella. -No se confunda Wells, estamos hablando de Mata-Hari, la diosa del amor, la Niña del Alba. Ella es más un producto para la fantasía de los hombres que una solución para el amor verdadero. Existen miles de mujeres que nos pueden hacer vibrar de emoción y pasión solamente mostrándonos un hombro desnudo, y que, además, son maravillosas compañeras en la vida cotidiana. (Dudándolo) Espero que su mujer sea así con usted. Ahora que me acabo de casar y que estoy tan lejos de ella, creo que aún me queda mucho para encontrar la mujer perfecta. En ese momento algo ocurría allí, cerca del escenario del Folies Bergère. Cuatro policías franceses hablaban y gesticulaban con uno de los encargados del local, quien pugnaba por impedir que subieran al escenario. Mientras tanto, Mata-Hari había salido ya presurosa de allí sin que nadie se diera cuenta de ello. En pocos segundos la pequeña resistencia del empleado del local se vio desbordada y los cuatro policías subieron al escenario mientras pedían con sus manos silencio al público.
-¡Silencio, por favor! – dijo uno de ellos gritando -. Tenemos que comunicarles algo muy importante. La señorita Mata-Hari está acusada de espionaje contra el gobierno francés, a favor de nuestros enemigos alemanes. Recientemente ha logrado escapar de las fuerzas aliadas que la habían deportado a Holanda y nos vemos en la obligación de detenerla para que sea juzgada en nuestro país. Mientras esta conversación tenía lugar ante los ojos incrédulos de Bogart, Wells le estaba apartando a un lado, llevándoselo discretamente hacia la puerta de salida.
-Creo que es imprescindible que nos marchemos cuanto antes. Hemos llegado justo en el momento de su detención y si hacen una redada seguramente nos tomarán también por espías. No tenemos pasaporte, ni salvoconducto y ni siquiera disponemos de ninguna reserva en algún hotel.
-Pero somos americanos – replicó Bogart – y podemos demostrarlo con nuestra identificación personal.
-Es que aún no me creo que estemos en el pasado. Todo esto es producto de la imaginación de alguien que quiere gastarme una broma. -Todavía no es usted lo suficientemente famoso como para que alguien se tome tantas molestias. Lo acepte o no estamos en el París de 1917, veintiún años en el pasado. Y ahora, vámonos porque están llegando más refuerzos. El Folies Bergère se convirtió pronto en un lugar tumultuoso, con la gente dando gritos, unos para exigir que les dejasen salir y otros a causa de los pisotones de la multitud. Lo que hasta hace unos minutos era un lugar de placer y ensueño se había convertido en un desastre en el cual los más débiles estaban teniendo la peor parte. La policía, ahora con nuevos y más enérgicos refuerzos, pegaba sin piedad a cuantos intentaban hacerles frente, mientras que otros agentes bloqueaban ya la puerta de salida. Los disparos no se hicieron esperar y los primeros cadáveres inundaron el suelo. Mientras tanto, Wells y Bogart habían conseguido salir ya al exterior y corrían calle abajo en dirección desconocida.
-(Wells, casi sin aliento) ¿Dónde podemos ir?
-No se olvide que soy inglés y que el francés es casi mi segunda lengua. Ese letrero quiere decir algo así como "Calle de la fuente", pero da lo mismo el nombre, puesto que ahora lo más importante es buscar un lugar donde dormir.
-Oiga, ¿no sería mejor volvernos a nuestra época? Creo que por esta vez ya hemos tenido las suficientes emociones. Prefiero estar ahora en brazos de mi mujer, aunque no tenga las mismas curvas que esa Mata-Hari. Creo que es el momento de poner en marcha su máquina del tiempo, pero en sentido inverso.
-¿Está loco?, ¿Tres días en este infierno?
-¿Pero no me dijo que quería vivir las emociones de la guerra y ayudar a luchar contra los alemanes? Pues ahora tiene su oportunidad.
Montmartre
Aunque Bogart hizo intención de pedir, una mirada de Wells fue suficiente para hacerle callar. Este, hablando un correcto francés, pidió dos cervezas y un poco de queso, no sin antes explicar al camarero que solamente tenían dólares, pues eran americanos.
-.(Bogart, algo enfadado) Bueno, querido Herbert, dígame ahora qué podemos hacer aquí en París, durante tres días y en plena invasión fascista.
-Si conociera mejor la historia sabría que los norteamericanos somos bien recibidos aquí en Francia. Hemos abastecido de comida durante toda la contienda a los franceses, hemos roto nuestras relaciones con Alemania y estamos colaborando militarmente con Londres y París. En estos momentos no somos unos espías, sino unos aliados muy queridos.
-Bueno, pero eso no quita que estemos cansados, hambrientos y muy sucios. -Está bien, le preguntaré al camarero si sabe de algún hotel próximo donde podamos pasar la noche. Cuando volvió Wells, todo parecía empezar a normalizarse en su aventura. En ese mismo lugar había habitaciones libres y podían pasar allí los tres días que les quedaban hasta su regreso al año 1938. Cuando subieron a su cuarto apenas hablaron y tumbándose cada uno en su cama durmieron plácidamente toda la noche. A la mañana siguiente, la fresca brisa que soplaba en la colina de Montmartre les despertó casi simultáneamente. Arreglados, aseados y repuestos físicamente, los dos pasajeros del tiempo salieron a dar una vuelta por los alrededores, no sin antes ser advertidos por el dueño de la pensión que tuvieran cuidado con los carteristas.
-Dos turistas americanos – les dijo – son siempre una presa apetecible para los ladrones. Guarden sus dólares en los calcetines y no se fíen de nadie. La escarpada colina de Montmartre era el lugar escogido por los pintores europeos para elaborar sus mejores cuadros, aunque la mayoría de los que allí vivían, o malvivían, eran sencillos entusiastas y soñadores que nunca conseguirían vender ni uno solo de sus cuadros. Hacinados en pequeñas pero entrañables buhardillas, sin más luz que la que entraba por las ventanas, pasaban la mayor parte del día pintando una y otra vez los mismos paisajes, en busca de ese estilo y peculiaridad que les hiciera saltar a la fama súbitamente. Por esas calles habían pasado ya en busca de un lugar inédito que plasmar en sus lienzos pintores como Van Gogh, con su pelo rojo y su locura incipiente, quizá provocada por el hambre. También estuvo Toulouse-Lautrec antes de refugiarse para siempre en el Moulin Rouge, en donde consiguió ser aceptado por las prostitutas y recobrar así su confianza como ser humano a pesar de su corta estatura. Todos estos pintores, además de Cèzanne, habían contribuido a proporcionar a Montmartre una aureola de leyenda en todo el mundo, y no había estudiante de las bellas artes que no considerase como obligado pasar algunos años de su vida allí, entre el hambre y el romanticismo. Es más, para quienes regresaban a sus países la estancia en París suponía ya el mayor de los prestigios, aumentado por la posibilidad de mantener amores intensos en los cuales el dolor y la tristeza eran lo más habitual.
-¿Se da cuenta, amigo Bogart, que estamos viviendo una época irrepetible?
-(Sarcástico) Lo de irrepetible estoy de acuerdo, pues espero que la próxima vez que viajemos en el tiempo lo hagamos a épocas y lugares más tranquilos. Si decide viajar a Hawai no se olvide de sacarme un billete en clase preferente. -(Sin escucharle) Estoy preocupado por Mata-Hari. Según la historia fue fusilada el 15 de octubre, aquí en París, dentro de dos días, y me gustaría intentar algo para evitarlo. Puesto que conocemos el destino fatal que se cierne sobre ella, parece razonable que intentemos salvarla.
-Pero si la historia cuenta que murió ese día, veo imposible que nosotros podamos alterarla. -Ese razonamiento me lo he planteado yo varias veces, pero creo que existe una posibilidad de cambiar el curso de la historia sin alterar los acontecimientos. Lo que nosotros sabemos es que Mata-Hari fue fusilada ese día, pero eso es lo que los historiadores han contado.
-No entiendo la diferencia. -Es muy sencilla. Suponga que todo fue un simulacro y quien murió ese día fue otra mujer que se le parecía o que en realidad las balas eran de salva, totalmente inofensivas. Los historiadores fueron engañados como el resto de la población, pues describieron fielmente el fusilamiento y la supuesta muerte, aunque Mata-Hari no murió realmente. Nosotros podríamos lograr que eso fuera cierto, ayudándola a escapar de la muerte.
-Bueno, es una posibilidad, pero tan descabellada que no merece ser considerada. Ahora mismo no sabemos dónde está Mata-Hari, ni quiénes son sus amigos, ni cómo lograremos montar esa farsa del fusilamiento.
-Usted es actor de cine y está acostumbrado a los decorados y a fingir. Esta es su oportunidad para hacer algo real, aunque nadie vaya a aplaudirle. En ese momento, un periódico del lugar, vociferado por su joven vendedor, les sacó de dudas en cuanto al destino de la guapa bailarina. La noticia que ocupaba la primera página decía que Mata-Hari había sido detenida por los Servicios de Inteligencia francesa y que el juicio sumarísimo se efectuaría esa misma tarde. La fobia generada en esa época contra los espías alemanes se había cebado en ella y era empleada como cabeza de turco por el gobierno para dar un aviso a los auténticos espías. Esto aturdió a nuestros amigos quienes, viendo frustrados sus intentos de salvarla, volvieron a su pequeña buhardilla. Allí se tumbaron en la cama desmoralizados, meditando sobre las pocas posibilidades que ofrecía viajar en el tiempo, aunque se supiera el destino cruel de las cosas y las personas. Unas voces, procedentes del cuarto contiguo al suyo, les sacó de sus pensamientos. Dos hombres estaban discutiendo acalorados, conversación que podía ser escuchada perfectamente a través de las delgadas y agrietadas paredes.
-¡No te he enseñado a pintar -gritaba uno – para que hagas estas porquerías!.
-¿Porquerías? Estoy tratando de proporcionar a mis cuadros una novedad, una perspectiva más atrevida de lo que veo.
-Lo que haces no tiene calidad alguna. Lo podría pintar cualquier niño, o hasta un mono si le diéramos un pincel. La naturaleza es tal y como la vemos, no cuadrada y de colores irreales. -Es que eso ya lo hacéis todos y empieza a ser aburrido mirar tanto cuadro realista. Si no aportamos nuevas ideas a la pintura es mejor que nos dediquemos a descargar bultos en los muelles. No he venido desde España para hacer lo que hacéis todos, tan discretos y puristas que aburrís al más entusiasta de los aficionados al arte. La conversación subió de tono, se oyeron algunos forcejeos, y Bogart creyó llegado el momento de intervenir, más que nada para protegerse ante la eventualidad de la llegada de la policía. Saltando de un balcón a otro entraron en el lugar de la confrontación y allí encontraron a dos hombres, uno más joven que el otro, agarrando ambos un cuadro. Mientras uno lo intentaba tirar por la ventana, el otro pugnaba por salvarlo del desastre. La llegada de nuestros amigos puso fin a la pelea y ahora, ambos ya más calmados, trataron de explicar dónde radicaba su problema.
-Miren, amigos – dijo el mayor de ellos – este joven que ven aquí está prostituyendo el arte de la pintura con sus cuadros. A mí no me importaría mucho que lo hiciera, pero como maestro suyo mi prestigio se vendría abajo si sus horrorosos cuadros actuales, de estilo desconocido, salieran de esta habitación.
-Ese estilo desconocido – respondió el joven – tiene un nombre y se llama Cubismo, y representa la forma de expresión pictórica que revolucionará la pintura. Tú, querido Monet, perteneces ya al pasado y yo soy el futuro.
-¡Insolente Picasso! – gritó – ¿cómo te atreves a criticar a quien tanto te ha enseñado? Cuando el tal Monet se abalanzó de nuevo hacia su compañero, Bogart se interpuso entre ellos pidiéndoles de nuevo serenidad. Como quiera que el idioma inglés les era totalmente desconocido a los dos pintores, supuso el suficiente revulsivo como para detenerles de nuevo y decidir bruscamente dar por concluida la pelea. -Permítanme que les dé las gracias por su oportuna intervención. Me llamo Claude Monet y aunque algo mayor para estas peleas, sigo pensando que la pintura debe reflejar la realidad, incluso mejorarla si es posible. Mi amigo y discípulo Pablo Picasso era hasta ahora un buen pintor con gran futuro, pero súbitamente ha cambiado su estilo y ha diseñado eso que denomina Cubismo y que resulta incomprensible a mis ojos.
-Solamente quiero probar nuevas formas de expresión – respondió Picasso, mucho más sereno -. Tengo 36 años y necesito crear mi propio estilo, aunque en principio sea incomprensible para los demás. Eso ya lo han hecho anteriormente otros pintores. Intento proporcionar sentimientos y emociones nuevas mediante el uso de las formas geométricas y los colores, sin necesidad de que reflejen nada concreto. Es el amante de la pintura quien debe poner su imaginación. De este modo, el espectador no se limita a mirar mi cuadro pasivamente y puede dejar volar su imaginación.
-La idea me parece sugestiva – alegó Wells – puesto que así convertimos al aficionado en parte de nuestras obras. (Hace una pausa) Permítanme que me presente: me llamo H. G. Wells, soy un escritor inglés, y debo añadir que al igual que el señor Picasso ha hecho con su pintura, también he dado un giro grande a mis novelas. Dejé totalmente las historias realistas y sociales para meterme en el mundo de la ficción y la fantasía. Por eso comprendo la postura del señor Picasso. Creo que todos los estilos artísticos pueden tener su sitio en la sociedad, tanto el realista, como el impresionista o el cubismo suyo.
-¿Y su compañero también es escritor? – preguntó Monet -.
-No, él es un actor de cine que está comenzando a ganar mucha popularidad en Norteamérica. Se llama Humphrey Bogart, pero no sabe una palabra de francés.
-¡Ah, el cine! – dijo Picasso ilusionado – es la forma de expresión artística más completa de todas. En las películas están reunidas todas las artes al mismo tiempo. Me alegro de poder estrechar la mano a dos personas tan interesantes como ustedes. ¿Y cuál es el motivo de su visita a París? Wells se alegró de que Bogart no entendiera la pregunta, y mucho más acostumbrado a contar historias fantásticas les respondió presuroso pero sin vacilar:
-Estamos buscando escenarios para rodar una película basada en una novela mía titulada "La isla del Doctor Moreau". Por desgracia, la guerra europea nos va a impedir seguir con el proyecto y nos marcharemos de nuevo a los Estados Unidos en unos días.
-Ciertamente – dijo Picasso – esta guerra se está alargando más de lo previsto a causa del Kaiser. Su cruel fascismo esta provocando la ruina de toda Europa y muchas personas inocentes están siendo fusiladas todos los días aquí mismo, cerca del Palacio de Justicia.
-(Wells, dándose cuenta que puede ser sincero) Acabamos de ser testigos ayer del apresamiento de la bailarina Mata-Hari en el Folies Bergère. Si no escapamos a la carrera ahora mismo nos habrían acusado también. -(Picasso, sumamente alterado) ¿Cómo?, ¿Mata-Hari ha sido apresada por los gendarmes? Tenemos que hacer algo para salvarla; ella es una patriota, no una espía. ¿Quieren ustedes ayudarnos?
-Tanto mi amigo Bogart como yo mismo estaremos encantados de hacer lo que podamos para ayudarla. No obstante, tenga en cuenta que no tenemos pasaporte y que si nos detiene la policía nos podrán acusar también de espías alemanes.
-No se preocupe, yo también debo permanecer oculto de ellos pues soy miembro del Partido Comunista. Espérenme un momento que voy a indagar dónde se han llevado a Mata-Hari. Picasso salió presuroso, mientras que Monet se quejaba a Wells que con sus 77 años ya no estaba en buenas condiciones para correr por las calles escapando de la policía. No obstante, se ofreció para colaborar con ellos en la medida en que sus fuerzas se lo permitieran. También hubo un enfrentamiento entre Wells y Bogart, puesto que la noticia de que Picasso era comunista le desagradó de gran manera. .No me gustan los comunistas – le dijo enfadado Bogart – tratan de socavar todo lo bueno que hemos logrado en mi país.
-Pero usted ha manifestado en muchas ocasiones su defensa de la libertad de expresión.
-Y sigo estando a favor de ella, siempre y cuando ello no suponga destrozar nuestras propias libertades. La prensa debe ser libre y cada ciudadano podrá manifestar su idea política preferida, pero ello no implica que puedan reunirse clandestinamente para formar un ejército. No conozco ni un solo país comunista que tenga un buen nivel de vida y libertades. Eso debería ser suficiente para excluirles de mi país. -Pues hay mucha gente del mundo del cine que se ha manifestado abiertamente como pro-comunistas.
-Y sigo diciendo que son libres de hacerlo y pensar como quieran, pero deberían ejercer su política en Rusia. Fueron interrumpidos por el regreso de Picasso, sumamente nervioso, quien les dijo que habían llevado a Mata-Hari al Palacio de Justicia y que probablemente la condenarían rápidamente para dar un escarmiento y una advertencia a los espías.
-Probablemente – siguió contando entristecido – la ejecutarán mañana mismo. Tienen costumbre de hacer juicios rápidos y fusilar a los culpables en una plaza a orillas del Sena.
-¿Y qué podemos hacer? – preguntó Wells con pocas esperanzas, puesto que sabía el destino de Mata-Hari -.
-De momento acudir al juicio y luego tratar de rescatarla antes de la ejecución. ¡Vámonos!.
CAPÍTULO OCHO:
El cadalso
Bogart y Picasso, los más jóvenes, caminaban rápidamente hasta el Palacio de Justicia, mientras unos metros detrás les seguían como podían Wells y Monet; sus muchos años encima les pasaban factura. Cuando llegaron el juicio aún no había comenzado, pero ya la sala del tribunal se encontraba llena de gente, ansiosos algunos por maldecir a Mata-Hari y otros para intentar aplaudirla. Nuestros amigos buscaron las mejores posiciones que pudieron, encontrándose con una barrera de fornidos policías que impedían cualquier intento de liberar a la guapa bailarina. Todo en los espectadores era ya muy diferente a lo que habían visto en el Folies Bergère. Unos días antes esa mujer era admirada y aplaudida, deseada, y suponía el ejemplo para miles de mujeres que buscaban salir del anonimato y la miseria. Ahora, tratada como una vulgar delincuente, iba a ser mostrada como escoria ante la opinión pública. Cuando salió al estrado Mata-Hari, esposada y vestida hasta los pies, escoltada por los policías, su imagen altiva no había desaparecido y para muchos estaba más guapa aún que a la luz de los focos. En el juicio no había testigos que declarasen a su favor y ni siquiera existía un abogado defensor que la disculpara. Todo estaba ya preparado de antemano. La acusaron de mantener relaciones amorosas con los funcionarios alemanes y pasarles así, en la intimidad del lecho, información vital sobre los movimientos del ejército francés.
-He estado frecuentemente con soldados que me han pagado por acostarme con ellos – comenzó a decir Mata-Hari – puesto que no me interesan los hombres que no están en el ejército. A muchos les he amado también, pero no les he preguntado su nacionalidad. Me atraen los militares especialmente porque son valientes, aventureros y en cierto modo superiores, pero cuando están desnudos en mi cama nadie habla de política y solamente manifiestan interés por mi cuerpo.
Estas sinceras palabras no sirvieron para disculparla y en lugar de ello agudizaron los ánimos de los jueces, ahora convertidos también en censores a causa de la presión de sus esposas, celosas del atractivo de Mata-Hari. Allí nadie intercedía por ella, ni siquiera los mismos hombres que días antes la habían amado. Convertidos todos ya en sus enemigos, se la acusó de pasar información secreta gracias a sus pendientes. Mostrados en la sala, descubrieron un compartimiento secreto en la parte de atrás, en donde se suponía guardaba sus confidencias bélicas. Naturalmente en ese momento no había dentro de los pendientes nada parecido, pero para los jueces era la prueba irrefutable de su delito. Parte del público se dio cuenta de la farsa de ese juicio, especialmente porque la mayoría de las personas que pasaron como testigos de la acusación eran los mismos hombres que habían mantenido relaciones íntimas con ella. Era obvio que querían destruir la prueba de la infidelidad hacia sus mujeres y esta era su mejor y única oportunidad. Sus amigos, ahora convertidos en enemigos, alegaron que había ejercido como espía para ambas naciones, Francia y Alemania, dependiendo del bando de su amante.
-(Mata-Hari, llorando) Sí, ciertamente soy una ramera, pero nunca he traicionado a Francia.
El juez que presidía el tribunal se levantó sin inmutarse y dijo:
-Margaretha Geertruida Zelle, alias Mata-Hari: ha sido condenada por este tribunal especial por sus delitos contra Francia al ejercer como espía para nuestros enemigos alemanes y por ello la condeno a morir fusilada públicamente. La ejecución se celebrará mañana en la plaza de este mismo Palacio de Justicia. Que Dios tenga piedad de su alma. Ni un solo grito de repulsa por la sentencia se escuchó en la sala y en lugar de ello cientos de voces escupieron toda clase de insultos hacia ella.
Solamente cuatro personas permanecieron mudos ante esta manifestación de injusticia, avalada por un tribunal que precisamente estaba allí para no condenar a ningún inocente. Cuando todos salieron, la mayoría para festejar con champán la próxima muerte de Mata-Hari, precisamente en el Folies Bergère, Bogart ya tenía elaborado un plan para rescatarla, inspirado seguramente en alguna de sus películas. -Mi idea es la siguiente: necesitamos dos trajes de la policía francesa y algunos documentos falsos. Con ellos, y si la suerte no nos da la espalda, lograremos rescatar a Mata-Hari antes de que sus verdugos se den cuenta.
-(Wells, algo menos entusiasta) ¿Y quién se pondrá esos trajes de policía?
Obviamente tienen que ser dos personas que hablen perfectamente francés. -Usted será uno de ellos – le dijo Bogart a Picasso – y el otro tiene que ser Monet; no hay nadie más que hablen el francés como ustedes.
-¿No cree – respondió Monet – que ya soy algo viejo para simular ser un policía en activo?
-Mi experiencia con los maquillajes para el cine hará el milagro. Le convertiré en un atractivo detective de cincuenta años. Wells y yo seremos unos agentes del Servicio Secreto Británico que han venido para asegurarse de que se cumpla la ejecución. Nadie sospechará de nosotros por no saber francés.
-Pero ¿cuándo piensan rescatar a la chica?
-Será mañana, aquí mismo, en los calabozos del juzgado. Las horas que precedieron a esta arriesgada misión fueron intensas para todos. Picasso se encargó de buscar entre sus amigos uniformes de la policía, mientras que Monet solucionaba en una imprenta clandestina la elaboración de los documentos adecuados. Bogart y Wells, por su parte, trazaban ya sobre el papel la situación del pelotón de fusilamiento, el público, las medidas de seguridad y el recorrido que haría Mata-Hari hasta donde le esperaba el juez que hablaría a la muchedumbre. Con todos estos datos presentes tenían claro que solamente existía la posibilidad de rescatarla mientras estuviese en los calabozos. Por la noche, los cuatro amigos realizaron una minuciosa comprobación del terreno, la puerta del juzgado y la situación exacta de los calabozos. Sabían ya que la ejecución tendría lugar a las nueve de la mañana y se esperaba que miles de personas vitoreasen el fusilamiento. Por eso, aquella noche apenas durmieron, mientras cientos de preguntas y temores pasaban por sus mentes. Bogart se preguntaba aún qué hacía allí, en la Francia de principios de siglo, tratando de rescatar de la muerte a una guapa chica con la cual ni siquiera había intimado. Analizaba su papel de héroe en el cine, de duro y hábil manejando las pistolas y a las mujeres, sin entender cómo la realidad podía ser tan distinta a la ficción. Ahora el peligro de muerte era cierto y posiblemente inminente, mientras que a miles de kilómetros de distancia, en los Estados Unidos, le esperaba una esposa con la cual ni siquiera había celebrado la noche de bodas. De reojo miraba a H. G. Wells, un escritor con más fantasía en su mente que un niño, a quien había considerado un loco pero ahora le veía ya como un idealista empeñado en corregir las injusticias. Y en la habitación de al lado dos fanáticos del pincel y el carboncillo, maestro y alumno, tratando de cambiar la plácida vida de artistas por la de miembros de una resistencia política extraña, puesto que iban en contra de su propia gente.
-Cuando despierte de esto – dijo casi en sueños – no volveré a beber ni una gota de alcohol. Me ha trastornado el cerebro.
-(Wells, semidespierto) ¿Qué dice?
-Nada, que me apetecería beber un buen whisky escocés o un coñac francés. A la mañana siguiente, dos militantes del Partido Comunista francés trajeron los trajes de policía que habían solicitado, más la documentación falsa para todos. Con rapidez, se pusieron los trajes y revisaron los documentos falsificados en los cuales se mencionaba su condición de miembros especiales de los servicios de seguridad franceses e ingleses. Bogart, ayudado por las dotes pictóricas de Picasso, elaboró con acuarela y óleo un perfecto maquillaje para la cara de Monet, quien ahora se mostraba como un aguerrido policía. Rápidamente se dirigieron hasta el Palacio de Justicia y allí, sin vacilar, hasta la entrada de los calabozos. Una férrea puerta de hierro y dos centinelas armados les dieron el alto.
-No pueden pasar, esta zona está restringida hasta mañana.
-(Picasso, muy sereno) Traemos una orden firmada por el Servicio de Inteligencia en la que dice que tenemos que conducir a la espía Mata-Hari de nuevo hasta el juez. Se han encontrado documentos importantes en su vivienda que comprometen a personalidades jurídicas muy destacadas y debe ser interrogada por ello.
-(El centinela de mayor graduación) Tenemos órdenes estrictas de que nadie se acerque a la prisionera, salvo una orden firmada por el propio Jefe del Gobierno. Su ejecución no se retrasará bajo ningún concepto.
-Estos documentos nos conceden la máxima autoridad – replicó Monet con energía – y le insisto que esta mujer debe ser interrogada de nuevo antes de morir. Venimos acompañados por dos miembros de los Servicios Secretos británicos y si usted se opone creará un conflicto internacional. El centinela miró a Wells y Bogart, revisó los documentos en los cuales se explicaba la orden de traslado de Mata-Hari hasta el juez y pidió a Bogart que le mostrara sus credenciales. Cuando la comprobó pidió lo mismo a Wells y le preguntó:
-¿Quién es su jefe inmediato? Debo llamarle por telégrafo para confirmar su identidad. La petición dejó estupefactos a ambos, esencialmente porque no entendían una palabra del idioma francés. Su pasividad alertó al centinela, quien se dirigió a su compañero para que avisase al sargento de guardia. Sus intenciones parecían sumamente preocupantes para todos.
-¡Espere! – interrumpió Picasso – ¿no se da cuenta que no saben francés? Yo les hablaré en inglés para que atiendan su petición. La conversación que mantuvo con Wells y Bogart no tenía, por supuesto, nada que ver con las pretensiones del centinela, pero la ignorancia de éste del idioma inglés les proporcionaba total impunidad. De manera sutil y sin realizar ademanes que pudieran infundir sospechas, les indicó que el centinela francés empezaba a sospechar y que debían hacer algo con rapidez o todos acabarían como Mata-Hari. Bogart le tranquilizó y le dijo que ahora había llegado su momento. Con una sonrisa cínica en los labios, la mejor que tenía, y simulando ser el más fiable de los amigos, avanzó hacia los centinelas mientras sacaba una tarjeta de su gabardina. Esta tarjeta era de una productora cinematográfica, con teléfono incluido, pero cuando la mostró a los centinelas parecía pertenecer al mismísimo FBI. Mientras los dos desconfiados franceses la miraban, intentando descifrar lo allí escrito en inglés, Bogart hizo señas a sus compañeros y los cuatro se abalanzaron sobre los centinelas, golpeándoles en la cabeza. Desmayados y fuertemente amordazados y maniatados, fueron llevados hasta un cuarto trasero próximo.
-Bueno – dijo Bogart tomando ya las riendas de la situación -ahora hay que obrar con mucha rapidez. Vamos a los calabozos para sacar cuanto antes a Mata-Hari de allí. Tenemos tiempo hasta que se realice el relevo de la guardia y no sabemos cuándo ocurrirá. Presurosos, pero conservando su apariencia de miembros especiales de la policía, los cuatro amigos bajaron a los oscuros calabozos, hasta que se toparon con un nuevo control policial.
-¡No pueden pasar! – les gritaron – ¿quién les ha dejado entrar aquí?
-(Picasso, sumamente enérgico) Traemos órdenes expresas de los Servicios de Inteligencia para llevar cuanto antes a la detenida ante el juez. Debe prestar declaración antes de ser ajusticiada. El cabo de guardia ya ha realizado las comprobaciones oportunas. Si quiere volver a mirar nuestros documentos, aquí están. El policía leyó cuidadosamente los documentos y decidió llamar al puesto de guardia para hablar con el cabo. Cuando descolgó el teléfono fue interrumpido bruscamente por Picasso.
-¡No nos haga perder más tiempo, estúpido!. Si tardamos un minuto más en entregar a esta mujer ante el juez la llevarán hasta el pelotón de fusilamiento sin que pueda ser interrogada de nuevo. Usted será el responsable de que se pierdan datos sobre otros espías. Pediré a sus superiores que le formen un consejo de guerra que le lleve a la cárcel para toda su vida. Estas palabras, dichas con energía y agresividad, más la mirada hosca de Bogart, fueron suficientes para que el policía receloso les franqueara la puerta, mientras comenzaba a disculparse por su desconfianza. Rápidamente abrió la puerta del calabozo donde estaba Mata-Hari.
-¡Sal de ahí, sucia espía! – la gritó – el juez quiere interrogarte de nuevo. Pero no te alegres por ello, pues nadie te salvará ya del fusilamiento. La plaza está ya abarrotada de gente esperando ver cómo te matan. Más serena de lo que debería estar, Mata-Hari recogió sus pertenencias no sin antes pintarse los labios y peinarse minuciosamente.
-Debo estar guapa – alegó ante la impaciencia de todos – para hablar delante de un juez tan importante. Le recordaré los ratos tan agradables que hemos pasado juntos en su cama cuando su mujer se marchó a las playas de la Riviera. Esta vez fue Bogart quién la agarró con fuerza, sacándola de allí con rapidez. Su decisión, que para el centinela fue interpretada como una muestra del odio que la tenía, simplificó las cosas y en poco tiempo todos estaban ya en la puerta de salida, ahora sin ningún centinela allí.
-Debemos marcharnos cuanto antes de este lugar – dijo Bogart – pero necesitamos un coche. Andando no llegaríamos a ningún lugar seguro. Miró a su alrededor y pronto encontró aparcado el vehículo ideal: un flamante Ford T. Con decisión se dirigió hacia la puerta y poniéndose un pañuelo en una mano golpeó el cristal delantero hasta romperlo. Una vez dentro no le costó nada arrancar el motor, puesto que era el mismo modelo que había conducido en las películas. Y así, una vez todos dentro, pisó el acelerador a fondo sin un rumbo concreto.
-¿Dónde nos dirigimos? – preguntó Wells -.
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