Mujeres que sufren violencia de pareja: estilo de apego a la relación actual
Enviado por Cristian Mena Martineau
- Resumen
- Introducción
- Antecedentes sobre el concepto de apego
- Modelos operativos internos
- Sistemas de memoria y proceso de exclusión defensiva
- Evaluación del apego en adultos
- Estilos de apego en relaciones de pareja adulta
- Contexto actual de la violencia contra la mujer en chile
- Violencia contra las mujeres: consecuencias a nivel clínico
- Definiciones y tipos de violencia
- Algunos modelos explicativos sobre la violencia en pareja
- Factores de riesgo
- Algunas características de las mujeres que sufren violencia
- Teoría del apego y violencia
- Apego y violencia en la infancia
- Apego y violencia en la pareja
- Apego en mujeres que sufren violencia en su relación de pareja
- Objetivos
- Marco metodológico
- Modalidad de análisis
- Análisis de resultados
- Identificación de metas y necesidades relacionadas con el apego y su grado de satisfacción
- Planes y estrategias asociados a la satisfacción de las necesidades de apego
- Discusión
- Bibliografía
- Anexos
Tesis para optar al grado de Magíster en Psicología Clínica, Mención Estudios de la Familia y la Pareja
RESUMEN
El presente estudio intentó conocer y caracterizar algunas dimensiones de la calidad de apego a la relación actual en mujeres que son atendidas en 7 COSAM de la ciudad de Santiago. Desde una perspectiva cualitativa y descriptiva, esta investigación se basa en el concepto de modelos operativos internos, propuesto por Collins y Read (1994), en tanto aporta elementos conductuales, cognitivos y emocionales a otras definiciones anteriores del mismo término. Se revisan los principales conceptos relativos al apego en adultos, violencia en la pareja y características de los estilos de apego en relaciones de pareja.
El análisis se desarrolla en torno a cuatro ejes: descripción de la evolución del apego, creencias, actitudes y expectativas sobre sí misma y la pareja, necesidades de apego y estrategias para alcanzar estas metas.
Los resultados apuntan a la existencia de una evolución de la calidad del apego hacia mayores niveles de seguridad, situación que puede estar relacionada con las particularidades de la muestra. Al mismo tiempo, no se aprecia uniformidad respecto a dimensiones relativas al apego, observándose algunas cualidades propias de los estilos ansioso y temeroso.
Palabras Claves: Teoría del apego – modelos operativos internos – violencia contra la mujer.
INTRODUCCIÓN
De un tiempo a esta parte, las investigaciones en psicología clínica, en su intento por describir, explicar y comprender los fenómenos humanos, han tendido a converger desde distintas vertientes teóricas en el apego y el vínculo como tópicos centrales. Estos estudios ponen especial énfasis en que la génesis de distintos problemas de atención clínica se encontraría en que las personas logren o no vincularse de manera satisfactoria.
En la experiencia clínica, el fenómeno de la violencia adquiere relevancia en tanto puede estar asociado con diversos motivos de consulta y síntomas que la encubren bajo aparentes cuadros de base psicosomática o alteraciones del ánimo. En ese sentido, la presente investigación tiene como propósito conocer, a través del análisis de la narrativa, algunas dimensiones relevantes del estilo de apego específico a la relación en mujeres que sufren violencia por parte de sus parejas.
Los supuestos teóricos fundamentales serán tomados de la Teoría del Apego propuesta por John Bowlby (1969, 1998) y Mary Ainsworth (1978), que ha posibilitado el surgimiento de una importante línea investigativa, que relaciona esta teoría con algunos avances teórico- prácticos en terapia de pareja. A su vez, se tomarán como base los planteamientos de Collins y Read (1994), quienes postulan la existencia de una estructura cognitiva jerarquizada con respecto a la información de apego en los sujetos, encontrándose un esquema global de apego y, por otra parte, estilos de apego específicos a las relaciones.
Para ello, se revisaran algunos hallazgos sobre las dimensiones de violencia, modos de resolución de conflictos, pautas interaccionales más frecuentes en estos casos y algunas consideraciones en torno a los modelos operativos internos de personas víctimas de violencia.
Desde la experiencia clínica con mujeres que sufren agresión física y/o abuso sexual de sus parejas, surge el propósito central de esta investigación: caracterizar cómo es el estilo de apego específico a la relación que ellas construyen, específicamente en los dominios de confianza, dependencia y cercanía, como componentes de los esquemas relacionales. (Baldwin, Keelan, Fehr, Enns y Koh-Rangarajoo, 1996; Rowe y Carnelley, 2003).
Entre las características de los modelos operativos internos se precisa la capacidad de flexibilidad frente a las circunstancias vitales y ambientales, que permite la reflexión y comunicación sobre las situaciones de apego pasadas y futuras, facilitando así la creación de planes para regular la proximidad y resolver los conflictos (Bretherton y Munholland, 1999).
Cabe señalar que la Teoría del Apego ha contribuido a conceptualizar de mejor forma lo que ocurre a nivel relacional, siendo pertinente señalar que la terapia de pareja se encuentra contraindicada en aquellos casos donde existen episodios recurrentes de violencia. De este modo, resulta pertinente profundizar en la comprensión de los modelos operativos internos de aquellas personas que sufren agresión de sus parejas, en tanto la terapia individual será el espacio que hará posible el fortalecimiento de los recursos personales y el autocuidado[1]proceso que pasa necesariamente por una re-revisión de los esquemas fundamentales con los que la víctima se siente y significa a sí misma, sus relaciones interpersonales y su "estar" en el mundo.
Al entender que la terapia debe tener como foco la promoción del desarrollo de la capacidad reflexiva planteada por Fonagy y Target en 1997 (Fonagy, 1999a), se hace necesario tener en consideración el carácter iatrogénico que pueden llegar a tener aquellas lecturas o intervenciones que no tomen como base el carácter central de los esquemas proto-narrativos, que son, en último término, los que guían el modo de organizar la experiencia.
Se espera que los elementos centrales y propios de los estilos de apego y modelos operativos internos de mujeres agredidas, contribuyan a profundizar los lazos entre esta teoría y el fenómeno de la violencia intrafamiliar, posibilitando así el diseño de intervenciones psicoterapéuticas más focalizadas y acopladas a los esquemas emotivos y de significado particulares de este grupo de mujeres consultantes. Por otra parte, se constituye en un intento por conocer estos procesos en nuestro contexto, rescatando y considerando las particularidades con las que puede manifestarse a diferencia de la cultura anglosajona.
La investigación tendrá un carácter cualitativo y exploratorio. Se trabajará bajo un enfoque cualitativo, debido al objetivo de ésta, intentando abordar y comprender; mediante la recolección de datos descriptivos y su posterior análisis e interpretación; los discursos que las propias mujeres poseen o construyen acerca del tema investigado.
De este modo, se torna en un estudio de experiencias de vida, de subjetividades, asumiendo que, para lograr una comprensión acerca de las vivencias, debe existir un "adentrarse" en un territorio donde los "hechos" no son susceptibles de ser concebidos como realidades absolutas y completamente independientes de la acción del sujeto que conoce.
Debido a estos elementos, la investigación no promoverá la búsqueda de explicaciones ni la comprobación o rechazo de hipótesis.
MARCO TEÓRICO
TEORÍA DEL APEGO.
ANTECEDENTES SOBRE EL CONCEPTO DE APEGO
Diversos enfoques psicológicos han dado énfasis a la influencia que tienen las relaciones tempranas en el desarrollo posterior de la personalidad. Entre ellos, el psicoanálisis sirvió de base para los estudios realizados por John Bowlby, psiquiatra británico que estudió a huérfanos de guerra que estaban internos luego de la Primera y Segunda Guerra Mundial (McClellan, 2000), con el fin de explicar por qué los seres humanos, y otros animales, muestran una tendencia innata a formar lazos emocionales fuertes o apegos con otros.
Bowlby formuló la teoría del apego, basándose en los aportes de la teoría de la evolución, algunos postulados del psicoanálisis, la etología, la teoría del control y la psicología cognitiva (Bowlby, 1980, 1993; 1988). Este enfoque propuso que la conducta de apego de los niños, tales como el llanto, la búsqueda de contacto y cercanía son regulados por el sistema conductual de apego, cuyo objetivo sería promover la supervivencia, al asegurar que las crías mantengan la proximidad con su cuidador, especialmente bajo condiciones de amenaza (Bartholomew, Henderson y Dutton (2001).
Los niños llegan a internalizar estas interacciones recurrentes con sus figuras de cuidado en modelos operativos internos o esquemas del self, de otros cercanos y de si mismo en relación con otros a través de un proceso de construcción activa por parte del individuo (Bowlby, 1980, 1993). Frente a un cuidador eficiente y responsivo será más probable que un niño desarrolle expectativas positivas de los otros cercanos y confianza en su propio valor como alguien que merece apoyo. Así, tales modelos de seguridad facilitarán el desarrollo de relaciones de apego seguras en la adultez, que provean una base segura. En caso inverso, se hipotetiza que una historia familiar caracterizada por inconsistencias y rechazo por parte del cuidador hacia el niño dará lugar al desarrollo de modelos menos seguros, que a futuro conducirán a recrear patrones inseguros en las relaciones adultas (Bartholomew, Henderson y Dutton (2001).
De esta forma, el comportamiento de los padres es una variable crucial que regula la calidad y el curso de los procesos de vinculación. Lo esencial de esta relación vincular está en la percepción que el niño tiene de como son los padres, más que en sus actitudes reales o sus intenciones específicas. En este sentido, Dixon (1971) y Erdelyl, 1974) plantearon que el infante tendría un rol de mayor actividad dentro del sistema de apego, considerando también los distintos niveles de conciencia implicados en el procesamiento de la información que se considera relevante, los procesos defensivos y de exclusión selectiva, entre otros (Bretherton, 1992).
Para diferenciarlo del concepto de dependencia, Bowlby (1969, 1998) definió el apego como un tipo de vínculo especial que se constituye en un sistema conductual innato, dirigido a cumplir funciones como la búsqueda de proximidad, creación de una base y pertenencia seguras y la posibilidad de protestar frente a la separación, pero desempeñando fundamentalmente una función reguladora del afecto (Bretherton, 1992).
Desde la teoría de Bowlby se presenta un paradigma integrador del desarrollo humano que da una visión comprensiva y organizada de todos los factores que contribuyen a la estructuración del autoconocimiento, donde el apego es más que una disposición o una respuesta espontánea que deriva de un comportamiento para mantener la proximidad física y emotiva. El paradigma del apego permite conceptualizar la conducta que se caracteriza por dirigirse a un individuo específico, ser duradera, implicar un vínculo asociado a una emoción intensa, involucrar aprendizaje, establecerse en base a respuestas organizadas que van conformando sistemas comportamentales más complejos que derivarán en el desarrollo de modelos operativos internos que explican distintas formas de psicopatología y dificultades en lo emocional, originadas por las separaciones y pérdidas (Bowlby, 1979, 1986; 1993).
En este sentido, Ainsworth, Velar, Waters y Wall (1978), lograron distinguir tres estilos de apego con características particulares, a partir de las observaciones realizadas en su experimento de la Situación Extraña. Dicha clasificación, fue complementada posteriormente por Main y Solomon (1990) quienes agregaron una cuarta categoría (Edwards, 2003; Fonagy, 1999a; Silvermann, 2000):
a).- Apego seguro: Los infantes clasificados como seguros pueden o no mostrar estrés cuando se separan de sus progenitores. En tal caso, buscan contacto con el progenitor cuando se reúnen, calmándose con el contacto y pudiendo volver a jugar. Hay una simetría con respecto a la expresión del/la niño/a de necesidad por contacto físico o emocional con su progenitor y la recepción de ese contacto, de tal manera que el/la niño/a se muestra satisfecho/a (Fisher y Crandell, 2001). Las personas con este estilo de apego han tenido experiencias de respuestas consistentes de sus cuidadores, quienes facilitaron el desarrollo de una imagen positiva de si y de los otros. Estos individuos se sienten cómodos con la autonomía y la intimidad y son capaces de usar a otros como fuente de apoyo cuando lo necesitan. Se caracterizan por una alta autoestima y por la capacidad de establecer y mantener lazos íntimos cercanos con otros sin perder el sentido de si. Esperan que sus figuras de apego sean apoyadoras, que faciliten su seguridad interior y las competencias conductuales. Probablemente formen relaciones intimas en las que ambos miembros de la pareja actúen como abrigos y bases seguras el uno para el otro y viceversa (Edwards, 2003; Fonagy, 1999a; Silvermann, 2000).
b).- Apego inseguro- evitativo: Los infantes clasificados como evitadores, muestran un mínimo o nada de estrés durante la separación. Tienden a evitar el reencuentro con sus progenitores, incluso cuando el progenitor hace repetidos intentos de acercamiento, mostrando restricción afectiva. Pese a lo anterior, las evidencias señalan que este tipo de niños/as tiene el pulso acelerado y evidencian respuestas galvánicas de la piel, lo que indica actividad fisiológica, a pesar de la escasa expresión emocional (Fisher y Crandell, 2001).
En estos casos, el cuidador no ha estado disponible ni receptivo al individuo durante la niñez temprana. Éste aprende a ocultar sus emociones y no mostrar lo que le ocurre, soliendo ser hostil y mostrar un comportamiento agresivo no provocado, con el fin de permitir un vínculo soportable con la madre y prevenir un posible sentimiento de perdida en sí mismo. En la adultez, estos individuos tienden a evidenciar un falso-self, término desarrollado en 1960 por Winnicott[2]y que se caracteriza por mostrar autoconfianza compulsiva, mucho control emocional y restar importancia a las relaciones íntimas como mecanismo defensivo. Estas personas suelen volverse invulnerables al rechazo potencial de los otros, ya que aprendieron a desactivar defensivamente su sistema de apego, para reducir la probabilidad de experimentar ansiedad, emoción que caracteriza la frustración de necesidades de apego. Esta actitud emocional también equivale a una postura conductual distante en sus relaciones cercanas (Bowlby, 1980, 1993; Edwards, 2003; Fisher y Crandell, 2001; Fonagy, 1999a; Silvermann, 2000).
c).- Apego inseguro- ambivalente o resistente: Las experiencias con cuidadores que han sido inconsistentes e insensibles a las necesidades emocionales, contribuyen a la génesis de un apego ansioso, que conlleva tener un modelo positivo de los otros, pero negativo de si mismo. Esta razón puede llevar a estos niños a concluir que ellos mismos tienen la culpa por la falta de amor de quien los cuida, adquiriendo un estilo globalmente dependiente, caracterizado por intensos sentimientos de desvaloración y una excesiva necesidad de la aprobación de los demás. En el intento por satisfacer sus necesidades de apego, estos individuos demuestran un estilo interpersonal demandante e intrusivo, en función de alcanzar un permanente apoyo y seguridad para validar su autoestima. A menudo cuestionaran la disponibilidad de las figuras de apego, en tanto sus excesivas demandas y expectativas de apoyo tienden a no ser satisfechas. Estos rechazos suelen ser más intermitentes que continuos, lo que alimenta la esperanza de alcanzar el amor y aprobación de la figura de cuidado, mientras experimentan un estado de ansiedad y temor al abandono que genera aumento en las demandas y protestas hacia el cuidador (Bowlby, 1980, 1993, 1988; Edwards, 2003; Fisher y Crandell, 2001; Fonagy, 1999a; Silvermann, 2000). En su extremo, pueden evidenciar tendencias histriónicas y limítrofes.
d).- Apego desorganizado: Constituye una categoría anexa a los tres estilos de apego ya descritos, considerados apegos "organizados". Fue formulada por Main y Solomon (1990) para referirse a aquellos infantes que tiene experiencias con una figura de cuidado que se encuentra asustada o que asusta al niño. Éste no se siente seguro ni protegido porque el progenitor es abusador, o bien inseguro, no logrando proporcionar una imagen de acogida y contención, ante lo cual el niño responde con intentos de búsqueda y posterior rechazo hacia él, de modo tal que las respuestas del infante parecen no tener finalidad (Edwards, 2003; Fonagy, 1999a; Silvermann, 2000). Estos infantes manifiestan una estrategia conductual desorganizada para responder al estrés de la situación y exhiben conductas competitivas y/o peculiares. Dado que esta categoría no es considerada por todos los teóricos del apego, estas personas pueden eventualmente ser clasificados alternativamente en alguna de las otras tres categorías de inseguridad, según el tipo de medición que se ocupe (Fisher y Crandell, 2001).
Las diversas manifestaciones de la conducta de apego tienden a permanecer mientras resulta necesario, es decir, mientras perdura el vínculo. Pese a ello, una conducta de apego que se activa intensamente puede requerir de grandes esfuerzos por parte del progenitor para lograr que el niño se tranquilice y que cese la conducta de apego. Cabe señalar que la protección y entrega de cuidados son conductas complementarias a la conducta de apego que, si bien resulta indispensable durante la niñez y adolescencia, permanece potencialmente activa durante toda la vida, siendo importante entre los adultos frente a situaciones de vulnerabilidad como estrés, angustia, enfermedad o vejez (Bowlby, 1980, 1993). En relación a esto, Hazan y Shaver (1987) observaron que estas mismas dinámicas de apego caracterizan a las relaciones de pareja en adultos aunque, a diferencia de las relaciones cuidador-hijo, el apego es reciproco, en tanto ambos miembros de la pareja funcionan como figuras de apego de manera bidireccional.
Desde esta perspectiva, la psicopatología puede manifestarse como perturbaciones en la conducta de apego. En este sentido, una persona puede presentar una excesiva facilidad para elicitar esta conducta, lo que, en el caso del apego ansioso, se experimenta con una permanente activación que conlleva a un estado de estrés crónico o a desactivar total o parcialmente el comportamiento vincular. Así, las experiencias vividas desde la infancia y hasta la adolescencia son los principales determinantes del curso que sigue el desarrollo de esta conducta (Bowlby, 1980, 1993). A lo anterior se suman las evidencias de Waters, Weinfield y Hamilton (2000) quienes comprobaron que la estabilidad de los estilos de apego se encuentra fuertemente determinada por las capacidades evolutivas del niño, los cambios normativos en la estructura familiar como nacimientos o muertes, cambios en los procesos familiares como empleo o transiciones en el cuidado y cambios en los padres.
MODELOS OPERATIVOS INTERNOS
Definiciones y características.
La calidad de la relación entre el infante y el cuidador y la naturaleza del apego de un individuo, evolucionan de manera dinámica y se encuentran determinados por la disponibilidad emocional de la figura cuidadora y su sensibilidad frente a las necesidades del niño, especialmente la mantención de la proximidad y logro de un sentido de seguridad (Collins y Read, 1994).
En este sentido, Bowlby afirmó que las experiencias de relaciones tempranas con el cuidador primario llevan eventualmente a expectativas generalizadas acerca del self, los otros, y el mundo, manteniéndose abiertas a la revisión, de acuerdo a las nuevas experiencias significativas. Así, el apego se constituye en un sistema de apoyo emocional de carácter conductual que tiene como función monitorear la proximidad física y disponibilidad psicológica, activándose y poniéndose en evidencia fundamentalmente bajo condiciones de amenaza, incomodidad y miedo. Sobre esta base, Bowlby creó el término "modelos representacionales" para describir la representación mental interna que los individuos desarrollan sobre el mundo y sobre personas significativas dentro de él, incluyendo el self. De esa manera, los modelos de sí mismo y de los otros se encuentran estrechamente relacionados, tienden a ser complementarios y a confirmarse mutuamente (Bowlby, 1973, 1998).
Las experiencias ocurridas durante la infancia primaria entre infante y cuidador se incorporan a través de sistemas representacionales, de imágenes simbólicas, a lo que Bowlby denomina modelos operativos internos. La teoría del apego postula que el modelo de interacción entre el niño y sus padres tiende a convertirse en una estructura interna, o sistema representacional (Bowlby, 1969, 1998). Sin embargo, no es la calidad de los apegos primarios de la infancia en si misma lo que modela las relaciones interpersonales de los adultos, sino mas bien lo que es critico para las relaciones intimas de los adultos, son las "representaciones mentales" de esos apegos. (Fisher y Crandell, 2001).
Según esta perspectiva, los efectos a largo plazo de las tempranas experiencias con cuidadores se deben a la persistencia de estos modelos operativos internos, entendidos como esquemas cognitivos/afectivos, o las representaciones, de si mismo en relación con las interacciones cercanas con los compañeros (Bartholomew, 1990; Shaver, Collins y Clark, 1996).
Estos modelos contienen información sobre aspectos claves de las relaciones de apego, componentes afectivos y motivacionales, que constituyen elementos principales del estilo de apego global (Collins y Read, 1994; Rowe y Carnelley, 2003). Lo central de los modelos representacionales es la noción de quienes son las figuras de apego, donde encontrarlas y como se espera que respondan. Del mismo modo, lo fundamental de los modelos representacionales del si mismo es si alguien se considera aceptable, potencialmente valorado y capaz de ser querido por las figuras de apego, elementos que conforman la base de la autoestima y el sentido de identidad (Bowlby, 1973, 1998; Marrone, 1993).
Pueden concebirse como un espectro de analogías que van desde los aspectos más simples a los más complejos del mundo, internamente representados y accionados, pudiendo tomar la forma de diálogos internos o interacciones con los otros. Se trata de un "saber" automático, estable y eficiente en tanto demanda menos atención, pero a costa de perder cierta flexibilidad por ser resistentes al cambio. Se constituyen en guías para la acción que permiten satisfacer las necesidades de apego con mayor eficiencia. Por otra parte, permiten la creación de realidades, significados individuales y sociales compartidos (Bretherton y Munholland, 1999).
Se considera que los componentes conductuales y cognitivos del apego se encuentran tan arraigados y sobreaprendidos que comienzan a funcionar en automático y fuera de la conciencia, lo que trae como ventaja poder ahorrar esfuerzo al no sobrecargar los canales de procesamiento. Sin embargo, por estas mismas características resulta difícil su modificación. En resumen, si los modelos operativos internos logran ajustarse y adaptarse a las condiciones y requerimientos de un sujeto, el hecho de recurrir a ellos automáticamente constituye una ventaja (Bowlby, 1993).
Cabe mencionar que de todos modos, a pesar de que los teóricos del apego han considerado los modelos de funcionamiento interno como universales, relativamente estables y resistentes al cambio, éstos pueden ser modificados a lo largo de la vida, considerando el desarrollo, experiencias vinculares correctivas y los eventos vitales (Bowlby, 1982; 1988; Feeney y Noller, 1990; McClellan, 2000). En el caso de un niño con apego seguro, los modelos pueden experimentar actualizaciones graduales a medida que éste crece, según las circunstancias vitales o cambios en los cuidados parentales. En contraste, para un infante con apego ansioso será más difícil la actualización gradual de sus modelos, por la exclusión defensiva de la experiencia y la información discrepante. Esto significa que las pautas de interacción a las que conducen los modelos, una vez que se han vuelto habituales, generalizadas y en gran medida inconscientes, persisten en un estado más o menos permanente e invariable, lo que puede manifestarse en la adultez, cuando un sujeto se enfrenta a personas que lo tratan de forma diferente a la de sus padres cuando era niño (Bowlby, 1989).
Las personas construyen sus modelos operativos de relaciones cercanas basados en los mayores roles de relación que experimentaron primero cuando eran niños en relación a uno o más cuidadores y luego con respecto a su familia, y finalmente, en otros tipos de relaciones. Como personas maduras construyen modelos de relación complejos que conectan y separan sus múltiples roles. Los roles se organizan dentro del contexto de las interacciones actuales de los individuos como así también en relación con la gente específica que está involucrada en estas interacciones. Los modelos son también delineados por las emociones generadas del intercambio interactivo (Ayoub, Fischer, y O'Connor, 2003).
En las relaciones de pareja adultas, la coordinación de las interacciones de los pares da paso a un modelo de funcionamiento compartido que continúa delineando la relación y que luego sirve como modelo para otras relaciones. El significado del modelo puede variar según el miembro de la pareja, pero la composición interaccional entre la pareja lleva a demostrar un solo patrón, el que se desarrolla a través del tiempo (Ayoub y cols., 2003).
La exclusión defensiva puede interferir con la actualización adecuada de los modelos de funcionamiento si no logra incorporar información relevante disponible, pudiendo ocurrir una desrregulación o desactivación que se manifestará a nivel de las conductas, sentimientos y pensamientos de apego. Inversamente, este mecanismo puede tener un carácter adaptativo en la medida que sea flexible, variable y capaz de adaptarse a los distintos contextos, cumpliendo en forma permanente con la función de "auto- protección" adaptativa en el corto plazo en tanto, según postula Bowlby, rechaza las percepciones, sentimientos y pensamiento que provocarían ansiedad y sufrimiento psíquico (Bretherton y Munholland, 1999).
Dentro de las múltiples conceptualizaciones sobre estos modelos, Bartholomew y Horowitz (1991a) propusieron un modelo de apego bidimensional de 4 categorías que analiza conceptualmente los modelos operativos internos del self y los otros, para entregar una estructura que explora el rango potencial de los patrones de apego adulto. Se definen cuatro patrones de apego prototípicos en términos de la intersección de las dimensiones positividad de si, que indica el grado al cual los individuos tienen un sentido internalizado de su autoestima o valor propio. De esta forma, los individuos con una dimensión propia positiva serán seguros de si mismos y no serán ansiosos en sus relaciones cercanas. Por su parte, la dimensión positividad del otro, que refleja las expectativas de disponibilidad y apoyo de los otros, que contribuyen a una actitud de búsqueda de los demás, más que evadir la intimidad, en relaciones cercanas. (Figura 1). El patrón seguro implica una visión positiva del mismo y del otro, con baja ansiedad y baja evitación; el estilo rechazante es definido como un modelo positivo de sí mismo, pero negativa de los otros, con baja ansiedad y alta evitación. En contraste, el patrón temeroso es caracterizado por un modelo negativo del mismo y del resto, en que experimenta alta ansiedad y alta evitación; y, finalmente, el modelo preocupado o ansioso se caracteriza por una visión negativa de sí mismo, pero positiva de los otros, con alta ansiedad y baja evitación (Bartholomew, Henderson y Dutton, 1997; 2001).
Fig.1. El modelo de apego adulto bidimensional de Bartholomew y Horowitz (1991a).
Posteriormente, Collins y Read (1994) sistematizaron el concepto de modelos operativos internos, planteando un análisis de su estructura y contenido, que adiciona elementos conductuales, cognitivos y emocionales, en relación a otras definiciones previas. Para estos autores, los modelos operativos son un componente integral del sistema conductual de apego que permite a los individuos actuar en nuevas situaciones sin la necesidad de replantearse cada una desde el principio. En la infancia, se espera que estos modelos se cristalicen a través de la repetición de experiencias y que vayan convirtiéndose en una propiedad del individuo más que de la relación (Collins y Read, 1994). Por otra parte, proponen que la información de apego se almacena en una estructura cognitiva jerarquizada, en la cual se encontraría:
1.- El esquema global de apego, que contiene información generalizada del apego abstraída de los patrones repetitivos de interacción de varias relaciones de apego. Éste influye en como las personas se comportan, piensan y sienten sus relaciones íntimas en la vida. (Simpson, 1990 Bartholomew y Horowitz.1991a; Hazan y Shaver, 1987).
2.- Los estilos de apego específicos a las relaciones, que son patrones particulares, establecidos en la interacción con las figuras de apego, en los dominios de la confianza, dependencia y cercanía que se internalizan y almacenan dentro de esquemas relacionales (Baldwin, Keelan, Fehr, Enns y Koh-Rangarajoo, 1996). Cabe señalar que pueden ser o no congruentes con el estilo global de apego de la persona (Baldwin y cols., 1996; Rowe y Carnelley, 2003).
A juicio de Kobak y Hazan (1991), el concepto de "estilos de apego" debería reservarse sólo para modelos más generales y que tienen la capacidad de influir o impactar a más de una relación. A diferencia de ello, cuando se trata de describir el modelo que alguien desarrolla dentro de una relación cercana y específica es más apropiado utilizar el concepto "calidad del apego", que se considera una función del estilo de apego. Ello además se evidencia en el nombre utilizado en los estudios respecto a este tema, que son justamente evaluaciones sobre la calidad del apego dentro de una relación amorosa (Collins y Read, 1994).
Collins y Read (1994), sostienen que estos modelos operativos internos serían útiles y beneficiosos en distinto grado, de modo que aquellos que se encuentran en lo más alto de la jerarquía encajarán en una amplia variedad de situaciones, a costa de tener menos utilidad a la hora de guiar la percepción y comportamiento, puesto que no están cercanamente emparejados con los detalles de situaciones particulares. En contraste, los modelos ubicados en la parte inferior de la jerarquía podrían encajar mejor, aunque sólo pueden ser aplicados a una variedad más estrecha de relaciones y situaciones. En este mismo sentido, se espera que los componentes de la red de apego se conecten a través de un juego complejo de eslabones y asociaciones, y que los modelos tengan muchas cosas en común. Esta multiplicidad de modelos de apego provee a los adultos de la flexibilidad necesaria para funcionar adaptablemente y para satisfacer las necesidades del apego en un contexto social complejo (Collins y Read, 1994).
Es necesario considerar que no siempre existe interacción entre ambos niveles de apego, pero, en la adultez, tiende a existir un efecto primordial del estilo de apego específico a la relación que, una vez activado, logra influir sobre el estilo global (Rowe y Carnelley, 2003). De este modo, el bagaje de relaciones pasadas y presentes influye en la comprensión y conducta en las relaciones de pareja, existiendo evidencia que relaciona la experiencia con los cuidadores primarios y la forma cómo se experimenta la relación de pareja según el tipo de apego. Así, los miembros de una pareja entran a la relación con una larga historia de apego hacia sus padres y hacia otros más allá de ellos mismos (Bretherton y Munholland, 1999; Hazan y Shaver, 1987; Rowe y Carnelley, 2003). Al respecto, es necesario recordar que en las relaciones de pareja adulta está presente la atracción sexual como componente importante en la mantención del vínculo, teniendo un estilo relacional más recíproco y simétrico (Bretherton y Munholland, 1999).
Dada su primacía y extensión histórica, los modelos de relaciones padre-hijo tienden a ser más centrales en la estructura de la red y a estar mejor conectadas. Las nuevas relaciones con modelos específicos entregan oportunidades para el continuo provocar cambios extensos en un modelo de orden más alto (Collins y Read, 1994). Esta idea fue cuestionada en un estudio sobre los estilos de apego en adolescentes, realizado por Furman, Simon, Shaffer y Bouchey (2002), donde se encontró una fuerte correlación entre las perspectivas que éstos tenían de sus amistades y de las relaciones de pareja, en contraste con las relaciones con sus padres, donde no se encontró una asociación significativa. Aunque no fue posible inferir causalidad, los hallazgos sugieren que la visión de las amistades cercanas moldea con mayor fuerza las expectativas en las relaciones de pareja (Furman y cols., 2002).
Las circunstancias que posibilitan la activación de ciertos modelos de apego que guiarán las percepciones y el comportamiento, dependerá de las características de la red y de la fuerza del modelo (la cantidad de la experiencia sobre cual se basa y el número de veces que ha sido aplicado en el pasado), el grado de coincidencia entre la situación y el modelo (donde pesan las características del compañero, la naturaleza de la relación y los objetivos de la situación), y el nivel de especificidad del modelo (Collins y Read, 1994).
Pese a lo planteado por estos autores, Baldwin y cols., (1996) postulan que la estructura del conocimiento relacional puede no ser tan jerárquica, tendiendo a acercarse más a una "red enredada".
A diferencia de otros teóricos del apego que utilizan el concepto de modelos operativos internos, Collins y Read plantean una definición conceptual más completa y detallada, proponiendo cuatro dimensiones interrelacionadas que definen el constructo. Estos elementos son:
1. Recuerdos de experiencias relacionadas con el apego;
2. Creencias, actitudes y expectativas sobre el sí mismo y los otros en relación al apego;
3. Metas y necesidades relacionadas con el apego; y
4. Estrategias y planes asociados con alcanzar las metas de apego.
Señalan, a su vez, que los contenidos de cada modelo presentan diferencias en adultos con distintos estilos de apego. La incorporación de los dos últimos elementos (puntos 3 y 4) tiene como base la conceptualización del apego como un sistema de comportamiento que se corrige en función del logro de objetivos, para lo cual es indispensable el desarrollo de distintas estrategias. A riesgo de parecer con un sesgo cognitivista, estos autores aclaran que en cada uno de los cuatro componentes siguientes, se debe considerar la dimensión afectiva:
1.- Los recuerdos de experiencias relacionadas con el apego, tienen que ver con las memorias autobiográficas y la cantidad de experiencias de apego con los padres y figuras significativas. Incluyen representaciones sobre las interacciones y episodios concretos, así como la elaboración de explicaciones y afectos vinculados a la conducta propia y de los otros. Basándose en Ross y Conway (1986), Collins y Read plantean que estas memorias pueden ser reconstruidas o reinterpretadas a la luz de nueva información y experiencias de vida. Por otra parte, entregan información relevante respecto a la organización y representación presente de una experiencia relacionada con el apego. En los adultos, existen diferencias en las memorias autobiográficas, entre los distintos estilos de apego (Collins y Read, 1994).
2.- Creencias, actitudes y expectativas relacionadas con el apego: es esperable que durante la adultez el conocimiento de una persona sobre sí mismo, los otros, y las relaciones se caracterice por tener una complejidad mayor, incluyendo creencias, actitudes y expectativas. Este conocimiento es abstraído, en parte, de experiencias concretas del pasado y el presente cercano, pudiendo ser modificadas por la reflexión y reevaluación. Si bien, Bandura (1986) propuso que esta información también puede ser aprendida de manera vicaria, Prior y Merluzzi (1985) sostienen que el conocimiento proveniente de las experiencias propias tiene un mayor grado de diferenciación, complejidad y elaboración (Collins y Read, 1994).
Collins y Read (1994) toman como base las ideas de otros autores[3]para señalar que el conocimiento de sí mismo y de los otros no es representado como proposiciones individuales, sino que se organiza en unidades o esquemas relacionales, que incluyen imágenes del self, imágenes de los otros, y una narrativa interpersonal de la relación entre ambos. Respecto al sí mismo, contiene imágenes y evaluaciones sobre el self, imágenes de los pasados selfs y expectativas sobre futuros selfs en relación al apego.
3.- Metas y necesidades relacionadas con el apego: existen diferencias entre los individuos respecto a las necesidades y objetivos personales del apego, en tanto varían los temas y motivaciones para desarrollar relaciones íntimas, sea de evitar el rechazo, mantener la autonomía o bien, buscar la aprobación de los demás. Además los distintos estilos de apego difieren respecto al grado en que algunas metas se encuentran crónicamente accesibles y las condiciones que son necesarias para satisfacerlas[4]Por otra parte, estas metas pueden ser más generales o específicas, según la particularidad y jerarquía del modelo que se considere. Finalmente, se espera que los modelos en la adultez no sólo consideren las metas y necesidades propias, sino también las de otros.
4.- Los planes y estrategias son secuencias organizadas de comportamiento que apuntan a alcanzar una meta. En la adultez, las personas han recopilado una gama de planes y estrategias tendientes a regular sus necesidades sociales y emocionales de apego. Si bien, la meta general es mantener el sentido de seguridad, la estrategia específica que se use para alcanzarla es contingente con el historial de experiencias individuales con figuras clave. Las diversas estrategias de comportamiento incluyen el modo de enfrentar situaciones emocionales desafiantes u obtener confort cuando sea necesario, entre otras. En el caso de los niños, el desarrollo de estilos de apego inseguro puede ser interpretado como una estrategia secundaria de comportamiento que ayuda a sobrevivir cuando la estrategia primaria fue inefectiva[5]En este sentido, los distintos estilos de apego difieren en los planes o estrategias a la hora de enfrentar sus necesidades y metas. Es importante hacer notar que la misma estrategia puede servir a más de una meta y que una sola meta puede ser satisfecha por más de una estrategia.
En forma adicional a los cuatro elementos anteriores, el análisis de los modelos internos de trabajo hace necesario considerar las relaciones existentes entre los elementos que conforman un modelo. Si bien no desarrollan en profundidad este punto, Collins y Read (1994) consideran relevante algunas directrices a la hora de evaluar el grado de coherencia de los modelos, entre las cuales nombran: la presencia de coherencia o contradicción entre descripciones generales y específicas de una figura de apego en el relato (presencia de modelos múltiples e incompatibles[6]presencia o ausencia de oscilaciones entre relatos negativos y positivos de la figura de apego; nivel de organización o desorganización del relato y los contenidos; existencia o falta de un foco coherente; nivel de facilidad o dificultad para recordar acontecimientos; habilidad para integrar experiencias o sentimientos positivos y negativos; grado de accesibilidad a la información y, finalmente; habilidad y motivación para comparar información en sistemas de memoria diferentes: procesal, semántico y episódico (Collins y Read, 1994).
Los modelos operativos del self y otros son construcciones altamente accesibles que serán activadas automáticamente (fuera de la conciencia), cada vez que ocurran eventos de apego relevantes. El impacto de los modelos operativos en el comportamiento en cualquier situación es en gran parte mediada por la interpretación cognitiva de la situación junto con la respuesta emocional. De esta forma, una vez activados en la memoria, se predice que los modelos tendrán influencia directa tanto en el procesamiento cognitivo de la información social como en la valoración emocional. Se espera que los procesos cognitivos y afectivos no operen aisladamente, sino que tengan efectos recíprocos entre ellos. Finalmente, el resultado de estos procesos determinará la elección de las estrategias comportamentales (Collins y Read, 1994).
Es necesario señalar que, dentro de las funciones de los modelos operativos en la adultez, Collins y Read (1994) consideran elementos cognitivos, afectivos y comportamentales. . Cabe señalar que, respecto a cada uno de ellos, es posible apreciar diferencias individuales entre los diferentes estilos de apego. La evocación automática de emociones particulares o construcción interpretaciones determinadas establece la puesta en práctica de ciertos planes y estrategias específicos. Al respecto, es posible distinguir:
a).- Los patrones de respuesta cognitiva: Respecto a esta dimensión, se consideran 3 procesos que estarían influidos por los modelos operativos y que tienen implicancias en el funcionamiento personal e interpersonal. Primero se encuentra la atención selectiva, proceso que alude a la forma como los individuos atienden a cierto tipo de información y descartan otra, en tanto sus recursos atencionales se orientan de acuerdo a sus metas y necesidades personales. En segundo término, se encuentra la codificación y recuperación de memoria, donde los esquemas establecidos dirigen la memoria hacia información relevante y consecuente con ellos. Finalmente, se encuentran los procesos de inferencia y explicación, que se refieren a las atribuciones y expectativas interpersonales previamente establecidas.
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