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Preguntar es una manera de filosofar (página 2)

Enviado por Luis Ángel Rios


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Muchos docentes, estudiantes y padres de familia se preguntan si tiene sentido mantener la asignatura de filosofía en la educación básica secundaria y media vocacional. "¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante"[57]. Sin embargo, la filosofía sigue preocupando a educadores comprometidos con el destino del hombre y a estudiantes inquietos, porque es una asignatura diferente, que despierta inquietudes capaces de involucrarlos en una constante búsqueda de respuestas a los interrogantes que afectan al hombre, cada vez más ávido de encontrarle el horizonte a su incierta existencia.

"La experiencia de la Filosofía en el aula es la experiencia que permite una comprensión intelectual, reflexiva, afectiva y humana de nuestro entorno inmediato, proyectándolo a hacia un compromiso vital con la historia; es la posibilidad de la constitución de la ciudadanía en su sentido profundo"[58]. La esencia de las cuestiones filosóficas consiste en indagar la última esencia, el significado extremo, la raíz más profunda de una realidad. "La filosofía es el preguntar mismo: la pregunta es búsqueda de respuesta -la cual es el saber logrado- y la filosofía es un saber buscado. Una pregunta a la cual se haya dado respuesta parece dejar de ser con la respuesta filosófica. La filosofía abre horizontes con la pregunta"[59]. Con respecto al preguntar en filosofía, el profesor Armando Mera Rodas señala que "una de las formas más elementales de aproximar a los estudiantes universitarios a la filosofía y a su quehacer es la pregunta", y agrega que la pregunta "ha marcado el origen de las ciencias y también el punto de partida de la misma filosofía. La pregunta abre el inicio de todo discurso y de toda interacción humana…"[60].

La filosofía se hace las preguntas radicales, aquellas que necesitamos responder para estar en claro, para saber a qué atenernos, para orientarnos sobre el sentido del mundo y de nuestra vida, para saber quiénes somos y qué tenemos que hacer y qué podemos esperar, qué será de nosotros. "Las preguntas definen las tareas, expresan problemas y delimitan asuntos. Impulsan el pensar hacia adelante. Las contestaciones, por otra parte, a menudo indican una pausa en el pensar. Es solamente cuando una contestación genera otras preguntas que el pensamiento continúa la indagación. Una mente sin preguntas es una mente que no está viva intelectualmente. El no hacer preguntas equivale a no comprender…

Las preguntas superficiales equivalen a comprensión superficial, las preguntas que no son claras equivalen a comprensión que no es clara. Si su mente no genera preguntas activamente, usted no está involucrado en un aprendizaje sustancial… Cuestionar en una mente viva y "aprendiz" nunca termina. Las preguntas se transforman. Las preguntas generan más preguntas. Estimulan nuevas maneras de pensar, nuevos caminos para seguir mientras nosotros analizamos, evaluamos el pensar, mejoramos nuestro pensamiento… Cada campo intelectual nace de un grupo de preguntas esenciales que impulsan la mente en la búsqueda de unos hechos y una comprensión particular… Cada campo se mantiene vivo solamente hasta el punto que se generan preguntas nuevas y éstas se toman en serio como la fuerza que impulsa el pensamiento. Para pensar en algo y volver a pensarlo, uno debe hacer las preguntas necesarias para pensar lógicamente sobre eso, con claridad y precisión…"[61]. El pensamiento filosófico, de acuerdo con Walter Riso, vive y consiste fundamentalmente en el intercambio de preguntas y de respuestas. La pregunta se refiere a la última esencia y a las más profundas raíces de una realidad. "Aunque las preguntas y respuestas van juntas y cada una depende de la otra, ambas se complementan y alteran dependiendo de la situación: hay momentos en que la resolución de problemas es fundamental para la supervivencia y hay ocasiones en que las preguntas son más importantes que las respuestas"[62].

Riso agrega que las preguntas fundamentales de la vida (¿Quiénes somos o cómo hemos de vivir?) siguen vigentes. Las preguntas fundamentales sobre la propia existencia -señala Riso-, el sentido de la vida, la felicidad, la libertad interior, la relación con el cosmos no son una moda pasajera, son las preguntas que nos hacen humanos y de las que no podemos prescindir. Con respecto a la libertad interior, lo que nos da ésta frente a los intentos de someternos a servidumbre espiritual "es nuestra decisión de vivir en la verdad y de la verdad, consagrarnos a hacer el bien, admirar la belleza y encarnarla en nuestra vida, practicar la justicia incondicionalmente"[63].

El profesor Miguel Ángel Ruiz García precisa que la filosofía consiste en la sana costumbre de hacer preguntas y conservarlas. "La Filosofía tiene pues un puesto importante en la existencia porque sirve para ella misma, para sus propios fines. Y siendo libre de todo tipo de servidumbre (poder, fama, prestigio), de su contemplación desinteresada de la verdad surge su capacidad para romper esquemas y hacer sujetos libres de los prejuicios de sus propias teorías, suposiciones y supuestos científicos. Lo que no pertenece a la filosofía no pertenece a la vida. Cuando perdemos el sentido de la vida hemos perdido también el sentido de la filosofía y cuando perdemos el gusto por la filosofía, lo que en realidad hemos perdido es el gusto por la elegancia de vivir, que es la cosa verdaderamente útil que nos deberíamos conceder. Pero, ¿cómo recuperar el gusto por la filosofía si la gente se hastía porque no sabe cómo llenar su vida cuando le toca esperar un minuto?"[64].

El filósofo debe preguntarse, ya que el preguntar filosófico es la actitud por la cual el hombre adquiere distancia de lo cotidiano. Y la adquiere precisamente al dedicarle mayor atención. En todo ello queda comprometido el hombre que se admira, ya que este – al preguntarse – se cuenta por lo que sobrepasa la cerrazón factual de su existencia. Por su apertura a las cosas, bajo la formalidad de realidad, el hombre puede interrogarse acerca de ellas y sobre él mismo. El hombre es el único animal que se pregunta; vive preguntándose y preguntando a los demás. Por ser el hombre conciencia abierta a lo real, es esencialmente preguntón. "No se puede vivir como persona sin pensar, sin filosofía de preguntas, de respuestas o, al menos, sin la búsqueda de respuestas"[65]. Sus preguntas no son algo periférico. El Hombre queda envuelto en la pregunta, es él mismo pregunta o interrogante siempre abierto. "Filosofar, según Heidegger, consiste en preguntar por lo extraordinario… y no sólo es extraordinario aquello que se pregunta, sino el preguntar mismo… Todo preguntar es un buscar. Todo buscar tiene su dirección previa que le viene de lo buscado… El preguntar tiene, en cuanto preguntar por… aquello que se pregunta. Todo preguntar por es en algún modo preguntar a…" Kart Rahner señala que "toda pregunta tiene un de donde, un principio de una posible respuesta de ella misma". La filosofía es pregunta y vive en la pregunta, "en la incógnita alojada en la raíz de la vida, y en la búsqueda de la sabiduría que es mucho más que conocimiento", dice Alejandro Serrano Caldera[66]y agrega que mientras haya pregunta habrá filosofía. "Existen preguntas que para la felicidad y satisfacción en la propia vida del ser humano, son de gran importancia y que tan solo la filosofía puede afrontar"[67].

El mundo moderno está más interesado en las respuestas que en los procesos de pensamiento que hay tras la respuesta. Este estilo de vida impide al hombre percatarse de su triste condición humana, de su falta de libertad. No puede desarrollar y fortalecer su conciencia crítica. La conciencia crítica es el "carácter de una persona cuyo hábito de conducta procede a una crítica de los datos del problema antes de formular su opinión o de actuar conforme a un fin. Se señala en oposición a la idea de conciencia no crítica o vulgar, en la que se da por sentado la "objetividad" del conocimiento sin más y en la que los prejuicios sociales, como creencias, actúan como evidencias cognoscitivas prácticas y fuente de conocimiento y de la acción sin ponerlas en cuestión respecto a un contenido objetivo"[68]. ¡Eso sí, hay que reconocerlo: la filosofía es una ciencia difícil! Requiere esfuerzos. "Nada importante es regalado al hombre; antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo", sentenció el filósofo José Ortega y Gasset. La filosofía comienza exigiendo un esfuerzo, continúa exigiendo más esfuerzos y termina exigiendo más esfuerzos. Donde casi todo se pone siempre en tela de juicio, donde no rige ningún supuesto ni método tradicional, donde hay que tener siempre ante los ojos los complejísimos problemas de la ontología, el trabajo no puede ser fácil. El estudio de la filosofía requiere de un esfuerzo continuo para analizar, interpretar y explicar de una manera lógica las creencias y valores humanos.

Fernando Savater[69]aclara que a las preguntas sobre la vida, la muerte, la verdad, el universo, la libertad, la belleza, el conocimiento, el sentido de la vida, etc., la filosofía no pretende darles una respuesta definitiva, sino que sigue enseñando a plantearlas de manera rica y significativa, mientras avanza respuestas tentativas para ayudarnos a convivir racionalmente con ellas. Walter Riso aclara que la filosofía no siempre brinda soluciones concretas, pero abre puertas que conducen a nuevas maneras de ver el problema. La filosofía -señala José Luís Dell"Ordine- es el descubrimiento de un horizonte de preguntas ineludibles. Volverse de espaldas a ellas es renunciar a ver, aceptar una ceguera parcial, contentarse con lo penúltimo. Significa, pues, la filosofía un incalculable enriquecimiento del mundo. Es además una disciplina moral: la exigencia de no engañarse, de no aceptar como evidente lo que no lo es. (Sin que esto quiera decir que hay que rechazar lo que no es evidente, porque muy pocas cosas lo son.) Es sobre todo, una llamada a la lucidez, a ese "señorío de la luz sobre las cosas y sobre nosotros mismos", de que hablaba Ortega y Gasset. Y con ello, una llamada a la autenticidad, a la verdad de la vida, a ser cada uno quien verdaderamente pretende ser.

Entre muchas certezas y conocimientos, necesitamos una certidumbre radical, tenemos que buscarla, si queremos vivir como hombres lúcidamente, y no a ciegas o como sonámbulos. "La filosofía nunca ha parecido más urgente emprender una reflexión común sobre la importancia de la filosofía y de la actividad filosofante, que en el difícil contexto de una aguda situación de crisis política y social"[70].

Son muchas las preguntas que surgen a la hora de hablar de "enseñar" filosofía: "¿Enseñar filosofía aun cuando el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?"[71]. A pesar de todos estos interrogantes, la materia tiene demasiada importancia en el proceso de formación del estudiante, debido a que lo enseña a pensar crítica y reflexivamente. "Y la filosofía, que por definición, por etimología y por esencia, se describe a sí misma como amor a la sabiduría, tiene el objetivo fundamental de enseñarnos a pensar, a discurrir con la cabeza, a formar criterio, a tener espíritu crítico y, por lo tanto, a tener personalidad, a saber discutir con argumentos. Forma mucho a la persona. La filosofía es la disciplina que nos ayuda a buscar la verdad con el único concurso de la razón natural. Porque la mayoría de las grandes cuestiones (por no decir todas) que preocupan siempre a la humanidad han sido pensadas y abordadas ya por los filósofos: cada uno ha dado su respuesta, ha sido rebatido, matizado, defendido o ampliado por otro, y conocer todo esto nos ayuda enormemente a amueblar nuestra propia cabeza, a formar nuestras propias ideas y actitudes con lo mejor de los argumentos de unos y de otros.

Prácticamente todas las ideas de uno y otro signo que encontramos hoy en la calle, más escépticas, optimistas, etc., han sido dichas y discutidas también años atrás (o siglos atrás) por los filósofos, de modo que conocerlas todas nos aporta una poderosa arma para la dialéctica, esto es, para saber discutir con precisión e, incluso, para superarlas con nuestro propio pensamiento. De manera que si usted desea ser un buen retórico o un buen dialéctico, a lo mejor tiene que empezar por ser un poco filósofo, por conocer bien la filosofía"[72].

La falta de una sólida estructura filosófica es la responsable de que la formación filosófica de nuestra juventud se haya convertido en reproche unánime y ya indiscutible. "La casi totalidad de nuestros bachilleres se contentan con una muy superficial ilustración filosófica, pues ella les basta para superar con éxito un examen. Para casi todos, la filosofía es, dentro del bachillerato, la asignatura más tediosa, más difícil y hasta la más inútil para su vida. Después, cuando el joven se le planteen serios problemas que comprometen su ideología y su credo religioso, lo vemos inseguro, persuadido de que no puede discutir en filosofía y de que lo aprendido en el bachillerato ya no vale. Sin fundamentos y desorientado, opta por un escepticismo ruinoso, sin saber qué defiende ni por qué sostiene determinada doctrina"[73]. Entonces, es tanta la necesidad de encontrar salidas mágicas a su existencia, que cualquier escape le parece bueno. No le importa que tan delirante, tonta o poco sustentada sea la alternativa; con tal de llenar el vacío existencial, todo vale. Por esto no surge en el joven un escepticismo sano y creativo del que investiga y no traga entero. No surge en él la duda motivadora que lo empuje a profundizar. No existe para él una fluctuación momentánea que lo lleve a mirar el otro lado de las cosas. No se advierte en él una duda racional, que es inseparable de la auténtica libertad de pensamiento, para que se atreva a discutir y a cuestionar las opiniones establecidas. "La duda es el punto de partida de la filosofía moderna, la necesidad de acallarla constituyó un poderoso estímulo para el desarrollo de la filosofía y de la ciencia modernas… La duda misma no desaparecerá hasta tanto el hombre no supere su aislamiento y hasta que su lugar en el mundo no haya adquirido un sentido expresado en función de sus humanas necesidades"[74].

Esta preocupante realidad insta a los intelectuales a advertir que si nuestros jóvenes no quedan sólidamente formados en filosofía, apenas estarán capacitados para superar cualquier examen oficial, el que muchas veces se limita a pedir nociones escuetas y cuestiones insustanciales e inconexas que mal pueden significar la contextura ideológica del alumno. "En cambio, quien estuviere sólidamente fundado en filosofía estará capacitado no sólo para dar cuenta de lo que allí se pregunte, sino también para mostrar un pensamiento consistente y personal; es decir, una filosofía asimilada"[75]. Se recalca la importancia de enseñar a pensar, a juzgar o valorar, a discutir y a desentrañar el contenido de las ideas, equipando la mente del estudiante con una actitud crítica y abierta a la problemática actual. La filosofía le debe permitir al discente "pensar, discurrir, juzgar y sintetizar"[76].

A pesar de que muchos sostienen que de lo único que podemos estar seguros es de la incertidumbre, porque lo único que podemos afirmar es que nada podemos afirmar, es en la incertidumbre en donde debemos buscar el valor de la filosofía. "El hombre que no posee un gusto por la filosofía va por la vida maniatado por los prejuicios que provienen del sentido común, de las creencias habituales de su generación o de su país, y de las convicciones que se han arraigado en su mente sin la ayuda o la conformidad de una razón deliberada. Para este tipo de hombre el mundo tiende a ser definido, finito, obvio; las cosas corrientes no le suscitan interrogantes, su mentalidad rechaza desdeñosamente las posibilidades que no le son familiares. Por el contrario, tan pronto como empezamos a filosofar, descubrimos que aun las cosas cotidianas suscitan filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la respuesta verdadera a las dudas que suscita, puede sugerir muchas posibilidades que amplíen nuestros pensamientos y los liberen de la tiranía de la costumbre"[77]. Sólo quienes no desean saber el porqué de las cosas desdeñan la filosofía. "Un espíritu simplón puede pasarse la vida extrañándose de las cosas más banales y corrientes sin llegar nunca a filosofar. Es verdad, el pensamiento filosófico está más lejos de la conciencia rústica que se queda boquiabierta ante los tranvías y las luces de neón de la ciudad, que del hombre urbano cuya mente no es extraña al lenguaje de la ciencia y, quizá sin saberlo, interprete la realidad racionalmente gracias a las categorías de este lenguaje"[78].

Aunque la filosofía es universal, no todas sus respuestas y planteamientos ofrecen soluciones a las problemáticas nacionales, regionales o locales. Cada comunidad tiene sus interrogantes que la filosofía, si quiere ser práctica y menos especulativa, debe responder localmente, con el aporte universal que estructura y fundamente el filosofar. No reflexionar sobre este punto de vista nos lleva a emitir juicios erróneos sobre la practicidad de la filosofía. La filosofía, como hija y como conciencia crítica de una cultura, debe estar situada y contextualizada, para que pueda buscar respuestas a la problemática actual. La cultura, entendida como el conjunto de "todos los productos de la vida humana creadora (sociedad, lenguaje, costumbres, educación, vida, moral, política, económica, técnica, arte, ciencia, mito, religión, filosofía, etc.)"[79], sirve de suelo nútrico para la reflexión filosófica. "La actividad filosófica se presenta siempre como una manifestación inevitable de toda cultura que ha alcanzado cierto desenvolvimiento. Esta persistencia del fenómeno filosófico se comprende si recordamos que es una necesidad para el hombre que ha arribado a determinado grado de evolución, la explicación de la realidad como un todo, en el que puede localizar la posición de sí mismo"[80].

En el sentido en que Kant plantea el filosofar "se torna, ya desde la escuela, en discusión libre sobre todas las cosas, afectando el modo mental de la persona de situarse frente al mundo, frente a los demás y frente a sí mismo"[81]. Ante el sistema educativo imperante, que educa para la minoría de edad (incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro), para la renuncia al uso autónomo del propio entendimiento, para el placer de la obediencia, para la sumisión total a unos tutores que ahorran la dificultad de decidir por pensamiento propio, el pensador alemán sostiene que se requiere un pensar por sí mismo, autónomo, un argumentar crítico y analítico, sin dejarnos enajenar por los demás; un pensar en el lugar del otro, un debatir dialógico y tolerante, y un pensar consecuente. Plantea que las reglamentaciones y las fórmulas son instrumentos mecánicos que atan a una persona a su minoría de edad. "Hay filosofía cuando los humanos asumen que deben pensar por sí mismos, sin dogmas preestablecidos, soportando la crítica y el debate con nuestros semejantes"[82].

En opinión de Jean Piaget, el estudiante aprenderá a hacer funcionar su razón por sí mismo y construirá libremente sus propios razonamientos, lo cual se logra mediante su participación activa en el proceso de aprendizaje, que no sólo comprende el qué sino el cómo, el contenido sino el cómo lo aprende. El estudiante asume el compromiso de conquistar por sí mismo un cierto saber a través de investigaciones libres y de razonamientos propios, y de esta manera aprenderá a no dejarse engañar por sí mismo. "El engañarse así mismo es seguramente lo peor que puede suceder; porque entonces el engañador es uno con nosotros, y nos sigue por todas partes"[83].

Leopoldo Zea invita a los hombres que aprendan a juzgar por sí mismos para que aspiren a la independencia del pensamiento. Quien piensa con independencia piensa también, al mismo tiempo, del modo mejor y más útil para todos. Kant decía que todo hombre debería saber quién es, qué debe pensar y qué debe hacer. Aprender a pensar filosóficamente es prepararse para ver detrás de las apariencias, para llegar al fondo de todo, a su ser, a lo que hace que sea lo que es. La filosofía, señala Savater, es un instrumento para ayudar a vivir a la gente o para suscitar inquietudes entre la gente. La filosofía debe ser un saber riguroso en procura de respuestas. "Antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja; antes de ofrecer respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos"[84]. De nada sirve saber mucha filosofía como puro conocimiento, si la teoría no se aplica a la práctica de la vida, si ella no se convierte en un arte de vivir, tal como lo aclara una "Guía del Maestro".

Frecuentemente se pregunta a los adultos ¿a qué vinieron a este mundo? Y a los niños ¿qué quieren ser cuando grandes? Los "grandes" enmudecen ante la dimensión de este interrogante tan profundo y desconcertante, o responden "cualquier cosa" para "salir del paso": realizarse, tener éxito, triunfar, trabajar, progresar, tener una familia, hacer el bien al prójimo, desarrollar nuestras potencialidades, cumplir la misión para la cual estamos destinados, buscar la excelencia, la perfección y la verdad, etc. Los niños responden que quieren ser profesionales, millonarios, poderosos, grandes deportistas, actores de cine, etc. Algunos, jocosamente, dicen que cuando grandes quieren ser pequeños. Son muy pocos los adultos y los niños que contestan a estas dos preguntas como debe ser: "¡Venimos al mundo a ser felices! ¡Cuando seamos grandes queremos ser felices! He ahí las respuestas, porque el fin supremo del a vida humana es la búsqueda de la felicidad. "¡Qué desgraciados somos los que tenemos una idea de felicidad y no podemos conseguirla, y tenemos una idea de la verdad y no podemos conocerla!", sentenció el filósofo Blas Pascal. A su vez, Goethe se interrogó que ¿si tenía acaso la necesidad de leer en los libros que "en todas partes se atormentaban los hombres, que sólo acá y allá ha habido uno dichoso?"[85], y un poco pesimista agregó que el ser humano "con ávida mano escarba la tierra buscando tesoros, y se da por satisfecho cuando encuentra lombrices"[86]. Robert Spaemann se atreve a decir que el hombre para ser feliz necesita filosofar. "Porque ¿cómo se puede ser feliz sin saber de dónde vengo, a dónde voy, dónde me encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va a ser de mí, qué caminos me pueden conducir a alguna parte?"[87]

Como la verdadera naturaleza humana radica en la posibilidad de generar pensamiento, el hombre debe filosofar en procura de desentrañar y comprender la realidad y buscar la felicidad, sin importar los esfuerzos que deba realizar y los prejuicios que debe enfrentar en la cotidianidad de lo establecido, lo convencional, lo rutinario y lo mediocre, como el riesgo de ser tildado de loco. Según Goethe, la locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma. Este genial alemán pedía que se oyera la fantasía con todos sus coros: "razón, inteligencia, sentimiento y pasión; mas, advertidlo bien: no sin locura"[88]. Pero no puede desistir de su esfuerzo de filosofar, porque "tan acusado de locura es el espíritu pequeño como el extremadamente grande; sólo es buena la mediocridad; la mayoría ha establecido esto, y muerde a quien intenta escapar de ellos por algún extremo"[89]. Jalil Gibrán nos invita a reflexionar cuando leemos lo siguiente: "-¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras! Así fue que me convertí en un loco. Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser"[90]. El "rebaño" no logra entender la dimensión estética del genio, del artista, del intelectual, del pensador, del filósofo. No comprende la concepción schopenhaueriana en la que la vida auténtica se expresa profundamente en el arte, en la contemplación libre y desenfrenada. "El arte nos libera pasajeramente de la individuación, de las miserias de la vida, nos desliga de la voluntad y nos convierte en sujetos. La esencia del arte consiste en la capacidad especial para la contemplación. Por eso es obra del genio. La fantasía es la cualidad fundamental del genio, de ahí la estrecha relación entre el genio y la locura"[91]. El genial Goethe pregunta que el espíritu humano, en sus altas aspiraciones, "¿ha sido acaso nunca comprendido por sus semejantes?"[92].

Quienes no tienen el hábito del filosofar, del pensar, acuden a salidas facilistas, a expresiones y juicios populares; se limitan a repetir lo que los demás dicen y han dicho, pero no tienen la capacidad de tener una palabra o un decir propio. Por eso, cuando están en presencia de un pensador, de un filósofo, de un razonador, de un intelectual, lo tildan de loco, "chalado", chiflado, "chiflis", orate o "rayado", al escuchar que éste, gracias a su espíritu crítico, a su capacidad de pensar por sí mismo y a su actitud irreverente, controversial, iconoclasta, contestataría, dubitativa y libertaria, piensa y se expresa de manera diferente a la del rebaño. Al cuestionar y superar algunas tradiciones, convencionalismos y costumbres acríticas se le pretende "encamisar" dentro de los moldes establecidos como "loco[93]Para el rebaño es más cómico y fácil acudir a los rótulos cotidianos que al espíritu crítico para entender y respetar las diferencias, y comprender que el decir y el proceder, el hacer y el ser del filósofo procede de la reflexión profunda, del conocimiento y de la desinterpretación y la reinterptretación de la realidad, debidamente sustentada con los fundamentos epistemológicos, metodológicos, científicos, sociológicos, sicológicos, antropológicos y filosóficos. Si el rebaño se concienciara del respeto por las diferencias, dejaría de llamar "loco" al filósofo. "Uno no "enloquece" nunca cuando no difiere del suyo el pensamiento de ningún otro individuo… "Enloquece" porque su mente está en oposición con la de todos los demás"[94].

Con respecto al preguntar filosófico, a las cuestiones filosóficas, veamos lo siguiente:

"Puede decirse que, en sentido general, el objeto principal del conocimiento filosófico consiste en inquirir la razón y el fundamento de todo aquello que se presenta como de índole esencial para la vida humana y la naturaleza. Especialmente, implica cuestionar muchos conceptos que se dan por sabidos, por supuestos y por verdaderos a partir de una percepción sensorial o primaria; en una actitud que busca esclarecer si verdaderamente son como se presentan, y cuál es el sentido de su propia existencia, en un intento de alcanzar a comprender intelectualmente el significado más profundo de todas las cosas.

Cabe preguntarse por los motivos que impulsan al hombre a interrogarse acerca de la razón y el fundamento primero y esencial del mundo en que vive, y de sí mismo. Platón y también Aristóteles, postularon que ello se debe a la capacidad de asombro, de admiración y de extrañeza que siente el hombre ante la realidad que lo rodea, y ante la conciencia de sí mismo y de algunas circunstancias que lo afectan; que le suscitan un insaciable deseo de saber más.

También es frecuente mencionar como uno de los motivos que impulsan a filosofar, en el sentido de buscar una comprensión íntima y convincente para uno mismo, acerca de cuestiones que nos resultan trascendentales, el enfrentar en la vida ciertas situaciones que resultan claves, o situaciones límite para las facultades humanas, y que a menudo implican la necesidad ineludible de tomar decisiones de gran importancia: la muerte, el sufrimiento, el sentimiento de culpa, la incomunicación o la soledad, la decepción, la duda, el amor […].

Abocado a tratar de descubrir la razón de ser esencial de las cosas, la primera cuestión que se suscita al pensamiento filosófico es la del hombre mismo y su realidad: qué es el hombre, cuál es su origen, cuál la razón de su existencia como género y como individuo. Si tiene un alma y en tal caso en qué consiste y cuáles son sus relaciones con su cuerpo; si es simple o compuesta, si es material o inmaterial, si se extingue con la vida del cuerpo o es inmortal o por lo menos permanece luego de la muerte corporal, cuáles son sus propiedades.

Una similar categoría de interrogantes surgen en relación al mundo en que el hombre habita: cuál es su origen, por qué existe, en qué consiste en definitiva, es eterno o tuvo un principio y puede tener un final, es todo él viviente o no, en qué consisten la materia y la vida, qué razón justifica lo que se presenta al hombre como la existencia de leyes naturales y armónicas que parecen regirlo. De todo ello emana inmediatamente la interrogante de si lo que aparece al hombre como un orden universal y armónico, por lo menos comprensible para él en muchos aspectos de su funcionamiento – la ciencia – obedece a algún plan general, es obra de alguna inteligencia tan superior y poderosa como para haber sido capaz de establecer ese orden; si esa inteligencia tiene una esencia divina o es parte de la naturaleza misma.

Frente a la indudable vastedad que la sola enunciación de estas interrogantes representa, surge necesariamente la de si el hombre es capaz de conocer realmente toda la realidad, y de conocerla en su verdad total; si es capaz de conocer no solamente la realidad que le circunda, sino si es capaz de alcanzar un conocimiento verdadero de sí mismo. Qué valor de verdad pueden esos mismos "conocimientos" que emanan de sus reflexiones filosóficas. En qué consiste y cómo funciona su propia capacidad de razonar […].

Dependiendo de los acontecimientos que sobrevienen a cada persona en su vida familiar, cultural y profesional, económica y de relación, habrán de suscitarse diversas situaciones cotidianas con variable grado de intensidad, que serán propicias a la aplicación de una actitud filosófica; es decir, de un análisis objetivo, sereno, racional, que busque un equilibrio de argumentos lógicos y que permita determinar una forma de razonar y de actuar"[95].

Con respecto a la pregunta en filosofía y para qué sirve ésta, es procedente atender lo que nos dice Darío Sztajnszrajber:

"Hacer filosofía es una manera de pensar, una manera de pensar que busca fundamentar el sentido de las cosas que se nos presentan como obvias. ¿Qué es fundamentar? Es llevar la pregunta a su máxima expresión. Preguntar el porqué del porqué del porqué, y así al infinito. ¿Hay una respuesta final para todas estas preguntas? Tal vez lo más interesante es saber que la filosofía tiene que ver más con las preguntas que con las respuestas. Una buena manera de comprender qué es la filosofía es diferenciarla de otra realidad, como el pensamiento cotidiano y el pensamiento técnico… Con el pensamiento técnico se busca entender cómo funcionan las cosas, y eso ya supone un paso más allá del pensamiento cotidiano… La filosofía comienza justamente acá; si la ciencia se pregunta por el cómo, la filosofía se pregunta por el qué.

Pensemos en la vida. La ciencia puede explicar a través de la biología cómo sucede la gestación de un bebé, qué mecanismos intervienen, cómo se desarrolla un embrión, cómo se desencadena el parto; pero lo que no puede explicar es el hecho mismo de la vida, no puede explicar qué es la vida: que la vida sea de este modo y no de otro.

En nuestra vida cotidiana, generalmente nos olvidamos hasta dónde podemos llevar el cuestionamiento sobre las cosas. Detenernos en la pregunta por el cómo, tiene respuestas; la pregunta por el qué, no, son sólo indicios. Muchas veces creemos encontrar certezas fundamentales, cuando en realidad lo que tenemos son certezas funcionales sobre el funcionamiento de las cosas… La filosofía nos agrega permanentemente nuevos problemas […].

Lo cotidiano funciona siempre bajo el criterio de la utilidad: las cosas tienen que servir para algo. Pero la filosofía lo cuestiona porque interpela lo cotidiano, y le pregunta ¿por qué todo tiene que ser útil?, ¿por qué las cosas tienen que servir para algo?, ¿a quién sirve que las cosas sirvan?… Hoy, en tiempos que la utilidad parece ser lo más importante, la filosofía se vuelve un medio de cuestionamiento a los poderes dominantes […].

Otra posible definición de la filosofía, es entenderla como en análisis de lo obvio. Algo obvio es algo que no se cuestiona; algo que no se muestra como parte de la trama más general, algo que se nos presenta como una verdad fundada… Pero la filosofía muestra la contaminación en todas las verdades, muestra que en todo siempre hay supuestos, que nada existe de manera obvia, o al revés, que siempre que algo se nos presenta de manera obvia hay que desconfiar… Hay en el filósofo un deseo incesante de buscar la sabiduría. Pero, ¿dónde poner el acento: en alcanzar la sabiduría o en el ejercicio incesante de la búsqueda? […].

Hacer filosofía es volver siempre sobre nuevas preguntas… Haciendo filosofía tomamos conciencia del carácter finito y limitado de nuestra existencia… La filosofía puede servir para desenmascarar una realidad de poder y de intereses que creemos verdadera; una realidad en la que estamos inmersos sin darnos cuenta, y a la que le somos, por eso mismo, funcionales… Nietzsche dice que hay que adoptar una actitud de permanente crítica con lo establecido y desestructurar una realidad que se nos impone como verdad incuestionable […].

Amor a la sabiduría es, en definitiva, amor a la pregunta; es apostar por la búsqueda como un fin en sí mismo y no como un medio para otra cosa. La filosofía no nos provee de certezas ni de respuestas definitivas sobre los grandes cuestionamientos existenciales, pero nos ejercita en la libertad de las preguntas y nos invita a ser más libres, más abiertos, a ser más sensibles con el mundo que nos rodea"[96].

Entre los múltiples detractores del filosofar hay muchos que nunca han filosofado. ¿Con qué fundamento o autoridad se oponen al filosofar, si no han filosofado? Hay que sumergirse en las profundidades del a filosofía y bucear en sus cristalinas y turbias aguas para saber a qué "sabe" el filosofar. No se puede desconocer el valiosísimo aporte de la filosofía en la conformación de gran parte del fundamento de la tradición occidental. La democracia, a pesar de sus múltiples inconvenientes y deficiencias, las instituciones políticas, los sistemas de pensamiento, los derechos humanos, la filosofía del derecho, algunas ideologías y doctrinas políticas se idearon, germinaron, evolucionaron y desarrollaron en el apasionante y extraordinario universo de la filosofía.

 

 

Autor:

Luis Angel Rios Perea

Licenciado en Filosofía y Letras.

2012

[1] EL HERALDO. La filosofía y las preguntas más importantes en la vida. www.elheraldo.hn

[2] COSTA, Ivana. ¿Para qué sirve la filosofía? www. edant.clarin.com.

[3] FUENTES HERNANDEZ, María del Rosario. Filosofía. http://fuentesfilosofia.blogspot.com

[4] ARTO, Sandra Edith. Filosofía: ¿asignatura a enseñar o actividad a compartir? www.consultoriafilosoficaintegral.blogspot.com.

[5] Estanislao Zuleta, en Derechos humanos y diversidad de culturas. Conversaciones con Estanislao Zuleta.

[6] PETER, Ricardo. Elogio de la inutilidad ¿Para qué "sirve" la Filosofía? https://www.edu.red

[7] CORNEJO, Miguel Ángel. Para triunfar. www.todocaleta.com

[8] CRUZ VÉLEZ, Danilo. Filosofía sin supuestos. Sudamericana, Buenos Aires, 1970, pág. 258.

[9] MARQUINEZ ARGOTE, Germán. Filosofía de la religión, Usta, Bogotá, 1996, p. 178.

[10] Absurdo es lo carente de sentido.

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[92] GOETHE, Wolfang. Ob. Cit. p, 52.

[93] Es procedente aclararles a los detractores de la filosofía que la locura es un estado en el que una persona pierde la prueba de realidad, se aleja de los patrones del aquí y del ahora, no puede distinguir lo interno de lo externo y, en forma irreversible, se aleja del principio consensual de realidad (Definición desde la psiquiatría). El filósofo, por el contrario, es una persona lúcida: todo lo contrario a esta definición.

[94] FROMM, Erich. El corazón del hombre. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 138 y 140.

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