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Orientaciones pastorales iluminadas por la Teología Radical

Enviado por vivianaendelman


    1. Ideas o conceptos de Dios a purificar
    2. Cristianos encarnados en el mundo
    3. Purificación de las estructuras eclesiales

    Ideas o conceptos de Dios a purificar

    Los pensamientos y doctrinas teológicas que se entrecruzan en la Teología Radical (o Teología de la muerte de Dios) nos ayudan a encontrar algunas ideas o conceptos de Dios que necesitan ser purificados. Señalo los siguientes:

    • Dios no es un "tapa huecos", un relleno. Así se podría definir la imagen que me invita a rechazar la "negación de todo apriorismo religioso", punto de partida de la teología radical, tomado de K. Barth. Imagen que asocio a una mentira frecuentemente escuchada: que Dios es para el que lo busca una especie de relleno, como una tapa del vacío existencial.

    Dejando de lado reservas al respecto, esta negación me acerca al Dios que no puso en el hombre una inclinación única, forzosa, no libre, hacia Él, o una dependencia en forma de hueco, de insuficiencia existencial. Bonhoeffer mismo echará en cara a las personas religiosas que recurren a Dios como tapa-agujeros de los límites humanos.

    Creo que vivir y anunciar a Dios como un "tapa-agujeros" sería como ponerlo en la lista de la cantidad de "sustitutos de la plenitud" que en la hora actual el hombre se busca (podríamos analizar aquí las idolatrías del presente)

    También encuentro una exhortación a rechazar toda imagen de Dios como una esponja que absorbe al hombre y le impide realizarse, que lo esclaviza, que lo asfixia, lo atonta, lo reprime. Imagen que, creo, está detrás de consejos como "no te dejes absorber; también tenés que hacer tus cosas; no postergues tanto tu propia realización…" Es la imagen del Dios que domina y no que ama. El Dios que esclaviza y no el que nos regaló la libertad.

    • La desmitificación pregonada por Bultmann me alerta sobre otra desfiguración que tiene que ver con lo sobrenatural como "tapa" y evasión de lo natural o del carácter secular del mundo. No es lo mismo saber ver a Dios en todas las cosas que dejar de ver las cosas porque se mira a Dios. Esto último es una equivocación que paraliza la vida del cristiano y muchas veces despierta la reacción atea: "no lo metas a Dios en esto".

    Encontrar y anunciar al Dios presente en la historia del mundo, en el presente, me remite a la necesidad que tenemos como cristianos de percatarnos del nuevo mundo que ha surgido a nuestro alrededor, en donde -por distintas razones- es muy difícil captar la trascendencia de la vida, donde lo sobrenatural parece haber desaparecido y la realidad trascendente resulta insignificante para muchos, donde se pone en cuestión el sentido de lo religioso, de lo sagrado, del misterio.

    En relación a este punto, me ha parecido muy interesante el pensamiento de H. Cox. En expresiones como las que resumo a continuación se encuentra, a mi entender, un profundo llamado a la purificación de las ideas sobre Dios: Lo secular, según Cox, no sería contradictorio con lo religioso, sino la condición de su purificación y el acceso a su madurez. Según Cox (en su conocida obra La ciudad secular) la fe bíblica desencanta la naturaleza y desacraliza la política. La ciudad secular de hoy día está en ese camino. Tanto el "anonimato" como la "movilidad" social, que hoy se viven en el medio urbano no serían antivalores bíblicos, sino la condiciones de posibilidad de construir una vida humana desde la esfera privada donde se recupera la libertad, para hacer esto o lo otro, para quedarse aquí o para ir allá. El hombre secular para Cox se caracteriza también por un estilo de vida definido por el "pragmatismo" y la "profanidad". Según esta visión el hombre "pragmático" no se mueve por "cuestiones últimas" sino por "cuestiones próximas" a las que puede acceder, conocer y resolver. Por su lado el "hombre profano" es un hombre que decide por sí mismo con total autonomía y sin depender de ningún poder supramundano. Según Cox, ambas actitudes pueden ser rescatadas desde una lectura "secular" de la Biblia y no son contradictorias con la revelación. Le toca a la pastoral de la Iglesia sacar las consecuencias de tal lectura y aplicarlas a su pastoral para salvar lo secular y no caer en el "secularismo" que sería equivalente a la negación de todo valor religioso y trascendente.

    • En cuanto a los aportes de P.Tillich, me queda como exhortación el volver a lo esencial del mensaje que Dios nos revela en Jesús: la caridad como epifanía del amor a Dios (cf. 1 Jn. 4, 19-21). La concepción horizontalista y ética de la redención también es un llamado a mirar a Dios como quien nos invita a salvar la vida en el amor a los demás hombres.

    Creo que esto es una invitación que está muy clara en la Palabra de Dios.

    • Las ideas de Bonhoeffer también me interpelaron acerca de las imágenes distorsionadas que nos hacemos de Dios. En primera instancia significaron para mí como una alerta ante una fe que se puede ir volviendo sinónimo de "vida con elementos religiosos" en vez de hacer concreto el Señorío de Jesús en el amor a los otros.

    Al respecto, me ha impactado y alertado la convicción de Vahanian acerca de que la religiosidad es un signo de profunda descristianización y que son los mismos cristianos los que han matado a Dios, convirtiéndolo en un producto más de la sociedad de consumo, en un compañero cósmico y copiloto, en un idolillo o diocesito que ya no está presente, un Dios hecho por el hombre.

    Más allá de las exageraciones que pueda haber en estos planteos, encuentro implícita una invitación al Señorío de Jesús, a la centralidad del amor.

    También pensando en el tema de la religión, veía que algo a purificar es la imagen deformada de Dios que tienen quienes no creen en la Iglesia; un Dios sin mediaciones: Dios sí, la Iglesia, no.

    Parte de esta desfiguración creo que tiene que ver con lo siguiente: en general, se percibe que la imagen del Dios de la ley, de la obligación, ha sido superada por la del Dios del amor, pero, frecuentemente, este Dios es percibido como un Dios a medida propia, un "Dios de rostro amable" pero que no pone en tensión de santidad la vida, ni crea compromisos, ni exhorta a un amor responsable o a una libertad que dependa de la verdad. Pasar a hablar del "Dios amor" en vez del "Dios todopoderoso" no resuelve la cuestión; también detrás de esta imagen puede encubrirse su Verdadero rostro.

    Cristianos encarnados en el mundo

    Desde las inquietudes anteriores, vemos que hay hechos concretos que debemos realizar en nuestra comunidad cristiana para demostrar que estamos encarnados en el mundo que nos circunda.

    Pienso primero en tres actitudes generales, pero muy concretas, que debemos asumir en nuestra comunidad cristiana y que están muy relacionadas entre sí:

    Interés por la sociedad actual en la que estamos inmersos y a la que podemos contribuir, intentando, por ejemplo: valorar sus elementos positivos, no anatematizar sino más bien vivir la actitud del diálogo (siempre con discernimiento).

    -Rechazo de toda actitud de ghetto, de quedar afuera, excluidos, extraños al entorno, lejanos a las realidades temporales.

    -Vivir como ciudadanos del mundo: una auténtica espiritualidad mira al cristiano tanto como miembro de la Iglesia, cuanto de la sociedad civil, según lo enseña el apóstol San Pablo (Rom 12-13). Éste, si bien es peregrino del cielo, no es fugitivo de la tierra.

    Como base de estas actitudes quizás debamos partir de un efectivo reconocimiento de la autonomía de la realidad terrena y su destino sobrenatural. En otras oportunidades lo hemos dicho pero lo repetimos: ¿Cómo mostrar que el destino sobrenatural de las realidades profanas no priva al orden temporal de su autonomía, sino que lo afirma y lo perfecciona en su valor y excelencia? Hay que seguir insistiendo que no se está en contra de la laicidad (como esfera propia de las realidades temporales que se rigen con leyes propias y autonomía). Y, a mi entender, esta insistencia tiene que partir de una sana integración de la vida y la fe. "Porque en definitiva es el cristiano, motivado por su fe, quien debe demostrar que también él admite y trata de realizar la autonomía de la ciudad terrena. (…) Los cristianos tenemos que demostrar prácticamente no sólo que nos entregamos con afán y competencia a las tareas laicas y terrenas, sino que, al ser movidos por la esperanza escatológica, tenemos más motivos para ser laicos."

    Podemos demostrarlo, por ejemplo, realizando nuestro trabajo con responsabilidad y bien; también cumpliendo con los compromisos ciudadanos (por ej.: cuidar la limpieza de los espacios públicos, evitar ruidos molestos, ser buen vecino, abonar a tiempo los impuestos y servicios, votar).

    Asimismo, creo que hay que formar la conciencia social de los miembros de la comunidad eclesial, apuntando a una mayor inserción del cristiano en la sociedad, pero siempre desde el reconocimiento de una sociedad pluralista que salió de la situación de cristiandad.

    Pienso que este tema de la inserción implica, como actitud básica, rechazar toda forma de oposición entre las dimensiones espirituales o escatológicas del Cristianismo y su fuerza transformadora de la realidad. De lo contrario, se estará escondiendo lo más original y radical del cristianismo, su capacidad para transformar desde dentro del corazón de los hombres la realidad humana entera. Ya lo he dicho también otras veces: los católicos hemos de mostrar, en la vida cotidiana y en la práctica real y social, que el servicio del hombre es el criterio de autenticidad de nuestra fe y de nuestra experiencia de Dios como Dios; y viceversa, que esta experiencia (con Dios y no sin Dios) es la condición para un servicio verdaderamente reconciliador y liberador del hombre.

    La comunidad cristiana no puede tener un anuncio eficaz ante la secularización, ante la expulsión de Dios de la vida pública, si reduce lo religioso al ámbito privado y del culto.

    En orden a este anuncio eficaz, también creo que nuestra fe en Dios como comunidad cristiana debe tener muchas más cualidades de la confianza, de la esperanza, de la entrega, que elementos de credulidad intelectual.

    Junto a esto, otro hecho concreto que podemos realizar es reformular el lenguaje y contenido de nuestra pastoral a la luz del diálogo de la teología con la nueva cultura (tema de la hermenéutica y la ortopraxis). Buscar que el Evangelio no sea letra muerta o incomprensible, y esto especialmente desde el intento de vivir hoy según el Evangelio. Sin embargo, creo que esta reformulación no deberá implicar prejuicios metafísicos, ni quedarse sólo en superficialidades hermenéuticas, o en una actitud y compromiso acríticos con la nueva cultura. Tampoco deberá caer en desfigurar la naturaleza de lo religioso haciéndola "a la carta" (P. Tillich) para que sea aceptada por una humanidad donde muchas personas viven efectivamente sin religión.

    Por último, quisiera resumir algunas ideas de Bonhoeffer que me parecen muy sugerentes para repensar nuestra inserción como comunidad cristiana en el mundo que nos circunda:

    Una cuestión que inquietaba mucho (especialmente mientras estuvo prisionero del régimen nazi) al teólogo evangélico alemán Dietrich Bonhoeffer era: las condiciones de posibilidad, la razón de ser y el sentido de la experiencia religiosa en un mundo que vuelve la espalda a la religión. Razonando sobre esto formuló varias preguntas que hoy, 60 años después, tendrían especial vigencia para nuestra reflexión:¿Qué sentido tienen la vida cristiana y la liturgia en un mundo no religioso? ¿Qué significan una Iglesia, una parroquia, una predicación, una liturgia, una vida cristiana en un mundo sin religión? ¿Cómo hablar de Dios sin religión, esto es, sin las premisas temporalmente condicionadas de la metafísica, de la interioridad […]? ¿Cómo hablar […] "mundanamente" de Dios? ¿Cómo somos cristianos "irreligiosos-mundanos"? ¿Qué significan el culto y  la plegaria en una ausencia total de religión?

    Más allá de todos los debates que puedan surgir al respecto, es cierto que la evolución posterior de la religión y de la cultura occidental ha confirmado las sospechas de Bonhoeffer. Vivimos en un clima socio-cultural  secularizado, donde la religión ha perdido el protagonismo que tuviera otrora.

    En este clima cultural y religioso como el descripto, Bonhoeffer cree que hay que renunciar a una interpretación religiosa del cristianismo y optar por una interpretación no-religiosa. La negativa a interpretar religiosamente la fe cristiana significa, para él, renunciar a hablar de Dios de forma metafísica e individualista, pues ambas formas son contrarias al mensaje bíblico y a la cultura actual. No acepta la forma metafísica porque lleva derechamente a pensar a Dios en clave de absoluto e infinito y a situarlo fuera del mundo. Tampoco le parece razonable la forma individualista porque le llevaría a pensar a Dios fuera del ámbito público de la existencia humana y a situarlo en el ámbito de lo personal, íntimo y privado.

    Junto a la interpretación no-religiosa del cristianismo, Bonhoeffer propone vivir "mundanamente", que consiste en vivir en el mundo sin Dios, participar en el sufrimiento de Dios en la vida del mundo. Es esto lo que hace que el cristiano sea tal, y no el acto religioso. En definitiva, "ser cristiano no significa ser religioso de cierta manera, sino ser hombre, el hombre que Cristo crea en nosotros". En este punto Bonhoeffer recalca que los cristianos de los primeros siglos vivieron una "mundanidad-santa": la santidad en el mundo, una santidad en tensión con la mundanidad y viceversa.

    En todo caso, estas palabras son un llamado a ser comunidad cristiana encarnada en el mundo que nos circunda, entregada al prójimo; comunidad que procure, sí, el retorno de lo sagrado, pero no a la manera errada de una neo-sacralización del mundo sino como retorno a la "praxis mesiánica del amor".

    – Purificación de las estructuras eclesiales

    Llegamos finalmente a la pregunta: ¿Qué estructuras eclesiales –o elementos de las mismas- debemos purificar a la luz de esta teología?

    • De acuerdo al modelo de la Teología Radical una de las primeras cuestiones que pienso es la necesidad de una purificación constante de la pastoral cristiana para que tenga un anuncio eficaz según el mundo en el que se inserta (en este caso, un mundo totalmente secularizado).

    De lo cual se desprenden cuestiones muy prácticas como la importancia de tener conocimiento de la realidad del entorno de la ciudad, del pueblo, donde se desarrolla la pastoral, observando su idiosincrasia, aspectos cuantitativos, realidad sociológica, horizonte cultural, su imaginario social.

    Junto a este conocimiento del entorno, incluiría el buscar crecer en el conocimiento de las otras comunidades que haya en el seno de la Iglesia y las demás confesiones para promover juntos (mediante la acción) la estructuración del mundo circundante en referencia a Dios.

    Profundizando en esta cuestión, creo que estamos hablando de una necesidad pastoral que podría resumirse así: Si el Evangelio no quiere ser letra muerta debe encarnarse, inculturarse.

    Encuentro muy interesante al respecto las pistas que propone Jorge R. Seibold: "La inculturación, para ser llevada con éxito, debe estar acompañada de una adecuada teología inculturada, de una sabia pedagogía inculturada, que sepa encarnar el evangelio en la cultura humana sin destruir lo que de bueno hay en ella, y de una pragmática inculturada que sepa tomar decisiones acertadas, a la luz del Evangelio, que respondan a los desafíos precisos que la urbe le plantea a la pastoral comunitaria."

    Resumiendo sus ideas: una teología que permita ver los acontecimientos humanos y las realidades mundanas a la luz de la fe y que al mismo tiempo permita operarlas y transformarlas según esa misma fe.

    Al subrayar la importancia de los pueblos, esta teología inculturada amplía los márgenes de su comprensión teológica del Misterio de Cristo viviente en los pueblos y permite al mismo tiempo avanzar hacia un mayor compromiso pastoral de la comunidad eclesial con los más pobres y excluidos.

    Ligada a esta teología inculturada debería, pues, elaborarse una pedagogía inculturada de la pastoral comunitaria. No es suficiente saber los contenidos, es preciso saber inculcarlos. Para ellos se necesita una nueva pedagogía. Aquí la pastoral puede aprender de los avances de las ciencias pedagógicas, especialmente en lo que se refiere a la pedagogía intercultural. Plantear este problema entre multiculturalidad y Educación es interesante, porque nos iluminará el problema que esta multiculturalidad también plantea a la Iglesia en su acción pastoral. Si la educación debe saber asumir este problema de la multiculturalidad, cuanto más la Iglesia. Este desafío debería llevar a la Iglesia, sin desdecirse a sí misma, a cambiar su tonalidad "monocultural" a fin de hacerse capaz de inculturarse en la multiculturalidad adveniente y cumplir así la misión que Jesucristo le fijara.

    En cuanto a la pragmática inculturada, este teólogo señala el prestar atención a los desafíos y las demandas ante los que se encuentra hoy la comunidad eclesial.

    Y al referirse a las demandas que tienen que ver con la sociedad posmoderna insertada en la sociedad urbana, Seibold nos propone unas preguntas fuertes pero necesarias para nuestra purificación ¿Qué posición pastoral asumirá la comunidad eclesial frente a las manifestaciones culturales posmodernas? ¿Se deslizará por los caminos de la condena a semejanza de lo que sucediera en el siglo XIX cuando se condenó sin discernimiento la cultura moderna? ¿O se tratará de discernir en esta cultura posmoderna las semillas del Verbo, para desde ella relanzar su Buena Noticia inculturada?

    Seibold apunta (y me enseña por dónde pensar esta purificación) que una pastoral inculturada en nuestras ciudades tendrá solo su pleno sentido si lleva a la urbe al "encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad", según lo dice Juan Pablo II. El mismo Santo Padre en su reciente Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte nos recuerda, por si lo olvidamos, que no hay "una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula la que nos salve, pero sí una persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estaré siempre con ustedes!".

    En este punto, es también muy enriquecedora la reflexión que hace Scanonne, de la cual he escogido algunas afirmaciones:

    "En el diálogo entre fe y cultura, la inculturación del Evangelio (incluida la de la teología) corresponde a la evangelización de la cultura. Como aquella, también ésta respeta la autonomía de las culturas y de quienes en ellas viven, según el ‘modelo’ de la Encarnación, sugerido por el Papa. Pues precisamente un diálogo genuino supone la autonomía y libertad de los que en él participan, sobre todo si -de acuerdo a dicho ‘modelo’- dicho diálogo se da por acción del Espíritu, ya que donde está el Espíritu, ahí está la libertad."

    Coincido con el autor cuando, en relación a esta evangelización y señalando el lugar destacado que ocupan las ciencias sociales en nuestra cultura, destaca la importancia que tiene emplear la contribución de éstas como instrumento tanto para el análisis, la interpretación, el discernimiento y la evaluación de los signos de los tiempos desde el Evangelio, como también para que la caridad logre mediaciones históricas eficaces en la tarea de hacer el mundo más humano, aun mediante un cambio radical de estructuras sociales, interpretadas teológicamente como "estructuras de pecado".

    Claro que, tal como describe Scanonne, "se necesita un discernimiento crítico, de carácter evangélico y teológico, antes de que la reflexión de fe asuma los aportes de los ámbitos humanos de conocimiento, es decir, de las culturas, la sabiduría de los pueblos y las ciencias, como son la filosofía (y las distintas filosofías) y las diversas ciencias del hombre y la sociedad, a fin de purificarlos de su posible índole ideológica. Han de ser "redimidos" del pecado que eventualmente condiciona y pervierte al conocimiento. (…) Pues tanto la filosofía como las ciencias del hombre presuponen en su tarea como ciencias una precomprensión del hombre y la sociedad que las caracteriza precisamente como tales, en su estatuto epistemológico propio (…)."

    En cuanto a la encarnación de la fe en las culturas, a la redención de éstas de lo anti-humano, y a su transformación y liberación, coincido con que esta encarnación siempre debe estar acompaña de un momento espiritual de conversión y vivificación. Así, como para que el lenguaje de la fe diga no sólo en forma nocional sino realmente lo que pretende decir, ha de enraizarse en un testimonio de vida. Y para esta vida nueva y la conversión que ella supone, es necesaria la fuerza e inspiración del Espíritu.

    Y creo que, como cristianos, debemos crecer en el reconocimiento efectivo que sólo por la fuerza del Espíritu se realizan la evangelización de las culturas y la inculturación (o encarnación) del Evangelio en ellas. Siguiendo también la enseñanza de la Palabra: si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores (cf. Sal 127,1).

    • Lo anterior tiene más que ver con la relación comunidad eclesial-entorno. Pero no puede escapar a nuestro interés la necesidad de mirar más hacia adentro. De hecho, ¿cómo asumir esos desafíos si no es desde una nueva vitalidad en las mismas estructuras eclesiales?

    Podemos empezar mirando la parroquia, lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia concreta de la Iglesia.

    Las parroquias están llamadas a ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciación cristiana, de la educación y la celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de los movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y superparroquiales y a las realidades circunstantes. Creo que contemplar y asumir esta misión específica es ya un camino de purificación siempre necesario para nuestras parroquias. ¿Se vive así?

    Lo cierto es que la parroquia debe renovarse continuamente, partiendo del principio fundamental de que la parroquia tiene que seguir siendo primariamente comunidad eucarística.

    Y una clave de renovación parroquial, especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades, puede encontrarse quizás considerando la parroquia como comunidad de comunidades y de movimientos. Parece por tanto oportuno la formación de comunidades y grupos eclesiales en las parroquias. Comunidades que deben basarse en la Palabra de Dios y realizarse, en la celebración eucarística.

    Esto permitirá vivir más intensamente la comunión, procurando cultivarla no sólo ad intra, sino también con la comunidad parroquial a la que pertenecen estos grupos y con toda la Iglesia diocesana y universal. En este contexto humano será también más fácil escuchar la Palabra de Dios, para reflexionar a su luz sobre los diversos problemas humanos y madurar opciones responsables inspiradas en el amor universal de Cristo. La institución parroquial así renovada puede suscitar una gran esperanza. Puede formar a la gente en comunidades, ofrecer auxilio a la vida de familia, superar el estado de anonimato, acoger y ayudar a que las personas se inserten en la vida de sus vecinos y en la sociedad . De este modo, cada parroquia hoy, y particularmente las del ámbito urbano, podrá fomentar una evangelización más personal, y al mismo tiempo acrecentar las relaciones positivas con los otros agentes sociales, educativos y comunitarios.

    Las parroquias deben señalarse por su impulso misional que haga que extiendan su acción a los alejados. Pero este impulso solo brotará en la medida en que los miembros de la comunidad tengan un sentido de pertenencia (de nosotros) y una participación fructuosa en la vida litúrgica y en la convivencia comunitaria. Es decir, en la medida en que vivan como comunidad.

    En relación a las parroquias y los movimientos, me parece muy iluminador el siguiente comentario de Seibold: en gran medida las parroquias tradicionales no superan los criterios de su propia territorialidad y de sus propias preocupaciones pastorales. Les cuesta moverse en el horizonte más amplio que su propio territorio. Los movimientos laicales son extraterritoriales y se mueven bajo motivaciones que los hace ajenos a una estrategia común. Y esto no es por mala voluntad. Es así porque no hay una convocatoria, no hay una decisión colegiada, donde todos estén comprometidos, desde el Obispo, pasando por el presbiterio, los religiosos, las instituciones laicales, los agentes de pastoral, hasta llegar a los simples fieles. Aunque en los últimos decenios se hayan llevado a cabo en grandes ciudades latinoamericanas experiencias muy interesantes y alentadoras. Es preciso –dice este teólogo- ganar el espacio físico y mediático de la urbe. Muchas de nuestras parroquias incluso no han ganado todavía su propio espacio externo. Es como si nuestras comunidades eclesiales estuvieran centradas en el templo, aisladas de la calle y del barrio (en esta estrategia las iglesias evangélicas nos han ganado la calle y los sectores estratégicos del espacio barrial por la multiplicación de pequeños y activos lugares de culto). Las comunidades eclesiales de base y otras estructuras populares radicadas en familias o en grupos de familias han sido formas sugerentes y nuevas para resolver este desafío. Pero además se debe entrar en el espacio mediático. Todo un desafío para la pastoral urbana.

    Pero –aclara- la puesta en el lugar de nuevas instancias más cercanas a la gente no resuelve totalmente el problema pastoral, si no se flexibiliza la estructura interna de la comunidad, especialmente de sus agentes de pastoral. La parroquia ha heredado un fuerte sesgo personalista ligado al párroco, que corre el peligro de trasladarse a estas unidades menores. Rige en algunos lugares una estática "sociedad eclesiástica" regida por una "eclesiología de potestades" dada por la desigualdad de sus estamentos, clero y laicos, donde unos mandan y otros obedecen, unos enseñan y otros aprenden. Es verdad que este modelo está en extinción, pero todavía la comunidad eclesial no ha abordado de modo positivo y alternativo otras modalidades de participación donde rija más lo comunitario y fraternal, donde la autoridad tenga un sentido verdaderamente ministerial, y se avance decisivamente hacia una concepción y práctica realmente comunitaria de los ministerios. Para ello se necesita una iglesia comunitaria dialogal, que sepa aceptar sus diferencias dentro de la fraternidad y del logro de consensos y acuerdos pastorales. Y es preciso que esos espacios de diálogo se institucionalicen.

    En orden a esta purificación puede ser interesante hacer una mirada al ministerio sacerdotal. Quizás justamente por el amplio abanico de desafíos del mundo actual y el extenso campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes, deba empezarse por no perder de vista lo esencial de su servicio. Conviene, por ello, que coloquen como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio: dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo. Como testigos y discípulos de Cristo misericordioso, los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de perdón y de reconciliación, comprometiéndose generosamente al servicio de los fieles según el espíritu del Evangelio. Una mejor distribución de las tareas (impulsando la participación y corresponsabilidad de los fieles con cualidades para la animación de la comunidad) les permitirá consagrarse a lo que está más estrechamente conexo con el encuentro y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a su pueblo.

    Desde su propio lugar podrán entonces, con frutos, estar atentos a los desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres.

    Los seminarios, como lugares de acogida y formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a los futuros ministros de la Iglesia para que vivan en una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la acción del Espíritu, que los hará especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos carismas, y de trabajar en común.

    Desde la perspectiva que estamos analizando, parece central que, dentro de la formación general, se promueva en los seminaristas la capacidad de observación crítica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores, como requisito indispensable para entablar un diálogo constructivo con el mundo de hoy.

    Creo que lo anterior vale como necesidad imperante para todas las personas consagradas al anuncio del Evangelio, tanto para los que eligen una vida contemplativa y testifican lo absoluto de Dios, para quienes hacen presente a Cristo en los diversos campos de la vida humana, para los que ayudan a resolver la tensión entre apertura real a los valores del mundo moderno y profunda entrega de corazón a Dios.

    ¿Y qué decir de los laicos? Pienso, por ejemplo, en el desafío que implica, estando encarnados en una cultura donde se van haciendo corrientes la corrupción, la inmoderación en el consumo, la violencia, etc., encarnar valores profundamente evangélicos como la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en las condiciones difíciles. Un desafío que implicará seguramente una gran fuerza creativa en gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio.

    Creo que también por ahí pasa la "invitación" de la Teología radical. Y me surge pensar en la familia cristiana y la necesidad de ser realmente iglesia doméstica, un ámbito donde no falte la oración en la que se encuentren unidos los cónyuges entre sí y con sus hijos, donde los padres transmitan la fe, pues ellos deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo.

    • La Cristología de la Teología Radical nos recuerda lo medular del mensaje cristiano, médula de la vida de Cristo: la caridad o el amor a los hombres como única epifanía del amor a Dios. Lo que realmente redime es el amor a los demás hombres, del que Cristo es el ejemplar por excelencia. Esta Teología nos "exige" el amor mutuo.

    En primer lugar, creo que esto nos deja, como Iglesia, una exhortación que tiene que ver con nuestra misma razón de ser pero que muchas veces descuidamos: es necesario testimoniar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios.

    Y, por tanto, es necesario estar siempre purificando lo que no nos ayuda a la comunión y no nos hace signos del amor del Señor para los hombres.

    Siendo que la comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación cristiana, creo que puede ayudar el reflexionar sobre esto. Y me parecía importante la siguiente pista del Documento de Medellín (Nº 1 del Cap. 6): Hasta ahora se ha contado principalmente con una pastoral de conservación, basada en una sacramentalización con poco énfasis en una previa evangelización. Pastoral apta sin duda en una época en que las estructuras sociales coincidían con las estructuras religiosas, en que los medios de comunicación de valores (familia, escuela, y otros) estaban impregnados de valores cristianos y donde la fe se transmitía casi por la misma inercia de la tradición. Es necesario madurar hacia una pastoral que renueve la evangelización de sus miembros de acuerdo a la nueva coyuntura.

    También creo que es provechoso reflexionar sobre la Eucaristía, ya que es el centro de comunión con Dios y con los hermanos, lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo. Y recalcar que los pastores del pueblo de Dios, a través de la predicación y la catequesis, deben esforzarse en dar a la celebración eucarística dominical una nueva fuerza, como fuente y culminación de la vida de la Iglesia, prenda de su comunión en el Cuerpo de Cristo e invitación a la solidaridad como expresión del mandato del Señor: "que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34).

    No se edifica ninguna comunidad cristiana si ella no tiene por raíz la celebración de la Santísima Eucaristía, "mediante la cual la Iglesia continuamente vive y crece" (LG 26)

    Es también necesario recordar en estos tiempos (y dejándonos siempre iluminar por el modelo de la teología radical) el lazo existente entre la Eucaristía y la caridad. La participación en la Eucaristía debe llevar a una acción caritativa más intensa como fruto de la gracia recibida en este sacramento.

    • De acuerdo a la Teología radical, lo válido del mensaje evangélico es Cristo, especialmente en la cruz, donde aparece la debilidad de Dios; por eso el mensaje evangélico se reduce a la imitación de Cristo. Y la vida de Dios comprende la muerte de sí, el don de sí, la pérdida de sí, la autodonación al hombre que halla en la muerte de Cristo su manifestación más suprema.

    Estos teólogos nos muestran a Jesús como quien invita al hombre a salir de sí mismo como decisión libre. Como quien invita al hombre a ser para los otros. Como quien no propone una teoría sobre Dios, sino que anuncia y hace presente al Dios vivo ante el que debe jugarse toda la existencia.

    El Maestro se hace vivo y presente en nosotros, en el corazón de la historia, y atrae de este modo el futuro de Dios al presente de los hombres, que aceptan como él existir para Otro, para los otros.

    Dietrich Bonhoeffer escribía desde la cárcel donde la barbarie nazi le había encerrado: El "ser-para-los-demás" de Jesús es la experiencia de la trascendencia. Sólo desde la libertad de sí mismos, sólo del "ser-para-los-demás" hasta la muerte nace la omnipotencia, la omnisciencia, la omnipresencia. Fe es participar de este ser de Jesús… Nuestra relación con Dios no es una relación "religiosa" con un ser, el más alto, el más poderoso, el mejor que pueda pensarse —ésta no es trascendencia auténtica—, sino que es una vida nueva en el "ser-para-los-demás", en la participación del ser de Jesús. Lo trascendente no es asunto infinito, inalcanzable, sino el prójimo que se nos presenta una y otra vez, que es alcanzable. ¡Dios en forma humana!… "¡el hombre para los demás!", y por eso crucificado. El hombre que vive a partir de lo trascendente.

    Más allá de cualquier desacuerdo con estas palabras, es cierto que nos da una importante luz para someter a purificación nuestro ser comunitario: Jesús no es un modelo exterior y lejano, sino que es el Dios cercano, doliente, que está junto a nosotros, en nosotros, en lo vivo de las tensiones de la historia. No es un extraño y ni le es extraña la realidad. Y está en el hermano. Y nos llama a que nuestra vida cristiana sea su misma vida en nosotros, sea su entrega al extremo, su donación, su ser para los demás. Nos invita a hacer, en nuestra situación, lo que Él hizo desde la suya (claro, con la guía del Espíritu Santo).

    Esto corresponde a la lógica de la Revelación: el amor de Dios es el primero y el mayor mandamiento, pero no puede cumplirse fuera del amor del hombre. No se cumple sin él.

    Esto también debe ser para la Iglesia un llamado siempre actual a la solidaridad particular con todos los que sufren y que experimentan la pobreza, la miseria, la injusticia, la persecución. Teniendo en cuenta justamente que, en Cristo, Dios se incorporó a la historia y -por Él- la humanidad puede ser liberada de todos los opios o alineaciones de la vida.

    Cristo fue enviado por el Padre para evangelizar a los pobres…, y levantar a los oprimidos (Lc. 4, 18), para buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc. 19, 10); así también la Iglesia debe abrazar a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, la Iglesia, al reconocer en los pobres y sufrientes la imagen de su Fundador, debe estar disponible para aliviar sus necesidades y en ellos servir a Cristo.

    • Quisiera culminar este punto con una expresión que me parece que resume en mucho la enseñanza que podemos tomar de esta teología: el Evangelio hoy.

    La Teología radical nos deja preguntas cruciales: ¿Cómo anunciar el Mensaje al hombre de hoy incapaz de captar la trascendencia? ¿Cómo trasponer las categorías del primitivo cristianismo a las categorías de la cultura de hoy?

    También nos pone de cara al carácter humanizador y liberador del mensaje del Evangelio.

    El Evangelio puede ser anunciado también hoy y trae un mensaje fundamental para los graves problemas sociales.

    Pienso que esto nos ubica, por ejemplo, en la importancia que tiene el leer los signos de los tiempos que se hacen presentes y descifrables en los acontecimientos propios del lugar y época. Y en la necesidad de que, como cristianos, revaloricemos, estudiemos y asumamos con más fuerza toda la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia, con su lectura teológica de estos signos y su respuesta teológica y pastoral ante los desafíos que los tiempos actuales presentan. Esta doctrina debiera orientar nuestra maduración hacia una fe inculturada que esté al servicio de la liberación integral de los hombres.

    El Papa Juan Pablo II ha dicho: "La evangelización auténtica implica el auténtico desarrollo. (…) Evangelización y desarrollo humano integral -el desarrollo de toda persona y de toda la persona- están íntimamente ligados. (…) Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona.

    Precisamente porque el hombre ha sido revestido de esta extraordinaria dignidad, no debería verse reducido a vivir en condiciones sociales, económicas, culturales o políticas infrahumanas. Esta es la base teológica de la batalla por la defensa de la justicia y la paz social, por la promoción, la liberación y el desarrollo integral de la persona, de todas las personas, de cada uno de los individuos. (…)

    Este lazo entre evangelización y desarrollo humano explica la presencia de la Iglesia en la esfera social, en el debate público y en la vida social. (…) Por ello, desafía las conciencias de los Jefes de Estado y de los responsables de la vida pública a garantizar más aún la liberación y el desarrollo de sus pueblos. La proclamación de la Buena Noticia incluye, por este motivo, la promoción de iniciativas que contribuyan al desarrollo y ennoblecimiento de la existencia espiritual y material de la gente. Denuncia y combate también todo lo que degrada y destruye a la persona humana. (…)"

    Anunciar el Evangelio hoy nos está apuntando la exigencia de una hermenéutica que tienda a conseguir que los textos del pasado hablen a nuestro presente y lo conviertan o lo consoliden con su fuerza. Conseguir que el mensaje sea inteligible para el hombre de hoy. Quizás haya que modificar un lenguaje que deja indiferente al otro, modificar dinámicas, pero siempre teniendo en cuenta que "nuestra tarea no consiste en imponer nuestras razones, sino en conquistar almas".

     

    Lic. Viviana Endelman Zapata