5. De la Démocratie en Amérique
La aristocracia y el individualismo, el despotismo y los intentos de centralización estatal, son las facetas que observa Tocqueville en 1831, pero lo que más chocó a su mentalidad de aristócrata europeo, fue la "igualdad de condiciones", que él atribuye a variadas circunstancias, entre otras a la legislación que rige las sucesiones, (10: TOCQUEVILLE, A., 1985, pág. 57/58). que todo lo reduce a un nivel igualitario, generando un impresionante Estado social: "Los hombres en América, para alcanzar alguna riqueza necesitan ejercer una profesión la cual exige siempre un aprendizaje. Los americanos, pues, no pueden conceder al cultivo general de la inteligencia más que los primeros años de su vida: a los quince años entran en una carrera, de manera tal que su educación termina en la misma etapa en que comienza la nuestra. Si la continúan después de ese plazo, no se dirige más que a una materia especial y lucrativa: se estudia una ciencia igual que se elige un oficio y con ello no se persigue otro fin que las aplicaciones cuya utilidad presente está reconocida. […]la mayor parte son gentes ocupadas; de donde resulta que, cuando podría tenerse afición al estudio, no se tiene tiempo para dedicarlo a él y, cuando se ha adquirido el tiempo para dedicárselo, ya no se tiene afición al estudio.
No existe pues en América, en absoluto, una clase en que la inclinación por los placeres intelectuales se transmita con facilidad, ni ocios hereditarios, ni que tenga como un honor los trabajos de la inteligencia.
[…] Hay allí, pues, una multitud inmensa de individuos que poseen el mismo número de nociones poco más o menos, en materia de religión, de historia, de ciencias, de economía política, de legislación, de gobierno. La desigualdad intelectual procede directamente de Dios, y el hombre no podrá impedir que reaparezca siempre. […]
El tiempo, los acontecimientos, las leyes, han formado allí al elemento democrático, no sólo como factor preponderante, sino único, por así decir. […]
América presenta entonces en su estado social, el más extraño fenómeno. Los hombres se muestran iguales por su fortuna y por su inteligencia, o, dicho en otros términos, más igualmente fuertes que lo son en ningún país del mundo, o que lo haya sido en ningún siglo de los que la historia conserva recuerdo."(11: Op.Cit. pág. 37/38).
Hemos querido citar textualmente estos párrafos extractados de la obra de Tocqueville, porque entendemos que en ellos se patentiza la idea que, respecto a educación y democracia en América se formó el autor.
El acento de su análisis lo pone en las formas que allí asumen la democracia y la soberanía del pueblo, pero cuando en el capítulo 4 estudia lo que ocurre en particular en cada Estado de la Unión, no deja se señalar la circunstancias que imperceptiblemente nivelan a todos en lo educativo: no niega la existencia de algunos espítus selectos y de pensadores originales, pero pareciera que esa igualdad democrática que lo entusiasma fuera en buena medida el resultado paralelo de una educación no diversificada e igualitaria a la que acceden todos, mientras que en la vieja Europa existen otros niveles de excelencia, pero restringidos a unos pocos privilegiados. El aserto de que "Nada hace tan diferentes a los hombres como la educación", preside tácitamente su pensamiento.
Recurrentemente insiste también en la importancia de la que llama Ley de las sucesiones y que refiere a la herencia y por ende al derecho de propiedad, hallando que en sus formas americanas, la misma terminó por romper las influencias locales., en lo cual, tal vez se equivoca o exagera un poco su importancia, pero objetivamente considerada, la facilidad del acceso a la propiedad de la tierra que caracterizó al Destino Manifiesto de extenderse hasta el Pacífico, reviste enormes diferencias con lo que sucedió en nuestro paìs, en el cual, después de 1879, cuando lleguen las oleadas inmigratorias, "las extensiones estarán vacías, pero tendrán dueños".
No es casual que Sarmiento, conocedor de los EE.UU., pensara en términos de "una educación común para un paìs de pequeños propietarios campesinos alfabetizados," (12: WEINBERG, G., 1977, pág. 81/97) sueño que el latifundismo impidió concretar.
Otro aspecto de la democracia que estudia Tocqueville es el relacionado con lo electoral. Los colonos habían gozado desde sus inicios de variados sistemas para elegir a los miembros de las Asambleas locales, todos eran más o menos censatarios, pero según Tocqueville:"¡Cosa singular! El impulso democrático pudo manifestarse de manera más irresistible en aquellos Estados en los cuales la aristocracia tenía más profundas raíces," encontrando que en ellos fue, paradójicamente, donde con más rápidez se llegó al sufragio universal. (13: TOCQUEVILLE, A., 1985, pág. 41/42).
También anota que los EE.UU. poseen una constitución compleja, notablemente heredera del Common Law y a base de sucesivas enmiendas, encontrando que políticamente "se trata de dos sociedades distintas, comprometidas, encajadas la una en la otra; se ven dos gobiernos completamente separados y casi independientes: uno, habitual e indefinido, que responde a las necesidades cotidianas de la sociedad; el otro, excepcional y circunscripto, que no se aplica más que a ciertos intereses generales. Son [en 1831] veinticuatro pequeñas naciones soberanas, cuyo conjunto forma el gran cuerpo de la Unión". (14: Op.Cit., pág. 43).
Aprecia el autor que el pueblo reina sobre el mundo político americano como Dios sobre el universo. Él es la causa y el fin de todas las cosas: todo emana de él y todo se absorbe en él. Se trata de un poder absoluto, dice, Pero no el de uno solo. Ni exactamente el de todos. Es el del mayor número, el de la mayoría y agrega: "Fuera de la mayoría, en las democracias no hay nada que resista". (15: Op.Cit., pág. 107).
Uno de los puntos fundamentales en De la Démocratie, es el de la centralización, tema que atravieza toda la obra. Tocqueville, cuya infancia vivió los últimos años del Primer Imperio, está -a nuestro juicio- tremendamente sensibilizado respecto a ese fenómeno político al que rechaza con horror exclamando: "Todos los genios guerreros aman la centralización… y todos los genios centralizadores aman la guerra". (16: Op.Cit, Cap. 5). Es la imagen rediviva de Napoleón I, genio de la organización centralizada… y de la guerra, la cual, por otra parte, muestra a través de la historia cómo los grandes guerreros, lo son, casi sin excepción, por ser grandes organizadores.
De las asociaciones dice: " Nada hay que la voluntad humana no pueda alcanzar merced al libre accionar del poder colectivo de los individuos".(17: Op.Cit., pág. 83).
Concluyendo en que, mientras en Francia a la cabeza de una empresa nueva siempre se verá al gobierno y en Inglaterra a un magnate, "en los Estados Unidos encontraremos una asociación". (18: Op.Cit., Cap. 9).
El sentido de la democracia americana influye también según Tocqueville en las formas del catolicismo estadounidense, dado que se lo ha colocado bajo una concepción liberal: "los católicos de los EE.UU. son a la vez los fieles más sumisos y los ciudadanos más independientes. Concluyendo en que: A diferencia de Europa, donde política y religión se imbrican íntimamente, en América, la religión, independiente de los poderes terrenales, no resulta nunca herida por los golpes que se dirigen a dichos poderes". (19: Op.Cit., Cap. 17).
Aunque Tocqueville en sus análisis sólo aborda tangencialmente lo educativo, sus reflexiones sobre la democracia americana, se afirman decididamente en el ejercicio descentralizado del poder, en los ámbitos municipales y de las pequeñas comunidades. Contemporáneo, como ya se dijo, de la Francia de la Restauración borbónica con sus restricciones a la democracia y de la Monarquía de Julio con su espíritu clasista, nuestro autor, admirará sin reservas esa capacidad de los Estados de la Unión de reservarse la mayor parte de sus facultades locales, delegando -pero nunca demasiado- las imprescindibles a los poderes centrales, lo cual a su juicio y a medida que el ejercicio ininterrumpido de esas formas democráticas se acentuara, libraría a los norteamericanos de eventuales abusos del poder central, protegiendo sus libertades individuales. Aunque no lo dice explícitamente, la lectura de su obra maestra deja flotando la presunción de que, en alguna medida, esas estructuras democráticas que lo entusiasman, tienen origen en las diferencias localistas de las colonias originales, sobre todo a partir de sus diversidades religiosas y, a caballo de éstas, sus distintos fines educativos, unificados al comienzo únicamente por un republicanismo a ultranza, en el que la búsqueda de la libertad no se coloca por encima del deseo de igualdad, por la cual sienten "una pasión ardiente, insaciable, eterna, invencible: quieren la igualdad en la libertad, y si no pueden obtenerla, la quieren también en la esclavitud,[…] convencidos de que la igualdad social conduce a la igualdad política: la soberanía de todos, mientras que el poder absoluto significa el poder de uno solo sobre el conjunto de la sociedad". (20: Op.Cit., Cap. 15).
Esta soberanía del pueblo constituye, al decir de Tocqueville, un verdadero dogma americano: ha adquirido en los EE.UU. todos los desarrollos prácticos concebibles, todas las formas: no existe allí ningún poder exterior al cuerpo social.
Democracy and Education
El 16 de abril de 1859 fallecerá en Cannes Alexis de Tocqueville. Ese mismo año, en Burlington, Estado de Vermont, nacerá el filósofo y pedagogo norteamericano, John Dewey, que tendrá seis años de edad cuando finalice la Guerra de Secesión y, aun cuando vivirá más de la mitad de sus años en el siglo XX, puesto que fallecerá en 1952, es un referente obligado por lo que se refiere a lo educativo, para la segunda parte del siglo XIX, no sólo en su paìs sino también a nivel mundial.
Su tratado sobre Filosofía de la Educación: Democracy and Education. An Introduction to the Philosophy of Education, aunque publicado en 1916, constituye un agudo análisis de las ideas finiseculares vigentes en la sociedad norteamericana y aplicadas a la educación, estableciendo los fines constructivos y los métodos educacionales, desde el punto de vista de la democracia, lo que por una parte nos permitirá, en la medida de lo posible, comprobar si las proyecciones de Tocqueville en relación a la democracia norteamericana descentralizada se cumplieron y con qué caracteres y por otra parte visualizar, ahora puntualmente, esa interdependencia de que venimos hablando entre Democracia y Educación.
Los Estados Unidos posteriores a la Guerra de Secesión ya no serán los que visitó Tocqueville en 1831. Por de pronto, el triunfo de los federales o nordistas, que habían alcanzado un destacado desarrollo industrial capitalista, significó la ruina de los confederados sudistas, cuya economía, basada en la producción de plantaciones de algodón, tabaco y otros cultivos tropicales, funcionaba merced a la utilización de la mano de obra barata suministrada por el sistema esclavista. Más de seiscientos mil muertos en cinco años de guerra mortífera entre los Estados de ambos bandos, necesariamente debían pesar económica y socialmente en la fisonomía de la nación: la aristocracia de plantadores sureños dejaría de tener vigencia y poderío, frente al ascenso incontenible del empresariado comercial e industrial del norte.
La década del 70 asistirá al nacimiento de los primeros monopolios y a la sanción de las primeras leyes antitrust, en tanto que en la del 80, completada la Conquista del Oeste, aniquilados o neutralizados los restos de las tribus indígenas, unidas por varias líneas ferroviarias paralelas las ciudades de la costa atlántica con las del Pacífico, surgirán incontenibles las grandes concentraciones económicofinancieras de los gigantes del carbón y del acero y más tarde del petróleo y del caucho, así como también las primeras asociaciones sindicales, con su correlato de luchas por los derechos gremiales con sus huelgas masivas. Una docena de grandes ciudades se poblarán de altísimos rascacielos y, aun cuando Gran Bretaña continuará siendo todavía la primera potencia mundial por sus flotas mercante y de guerra, el gigantismo norteamericano habrá sobrepasado a Europa en su conjunto en la producción industrial y agrícola. Se trata, sin ninguna duda de un mundo distinto al de la primera mitad del siglo y la sociedad norteamericana, incrementada por elevados volúmenes de inmigrantes de todo origen, entre los que numéricamente sobresalen irlandeses, judíos e italianos, registrará sensibles cambios en su estructura con el surgimiento de magnates multimillonarios, no siempre de familias tradicionales.
Con todo, los pronósticos del politólogo francés se cumplieron: la democracia norteamericana se adaptó con vitalidad a las cambiantes circunstancias por las que fue atravesando el conjunto de la nación, sin perder sus caracteres descentralizados, sin abandonar el dogma de la soberanía del pueblo, ni la pasión por la igualdad ante la ley, con oportunidades para todos.
Tratemos de ver ahora cómo evolucionó lo educativo en esa sociedad democrática decimonónica.
Según Dewey, la educación es a la vida social, el equivalente de la nutrición y la reproducción en la vida fisiológica. Educar, dice, implica hacer partícipes de nuestras experiencias a todos los miembros de la sociedad, con el objeto de que las innovaciones progresistas pasen a ser una posesión de todos en libertad igualitaria. Ese proceso, continúa, se lleva a cabo a través del intercambio en el ambiente social y por tanto resulta imprescindible crear en las escuelas ambientes capaces de orientar y canalizar las energías de los niños y jóvenes, dado que el resultado inmediato de ese proceso de intercambio es la capacidad de progreso ulterior.
Dewey criticará tanto las ideas pedagógicas de Platón, basadas más sobre las diferencias sociales que sobre los individuos y también las de la Ilustración dieciochesca, que con su pretensión utópica de hacer extensiva a toda la humanidad los avances sociales, pone en riesgo las posibilidades de progreso al soñar con un retorno a la vida natural. También el Idealismo postkantiano merecerá las críticas de Dewey, ya que le achaca la tendencia de restringir la concepción de lo social igualitario, al subordinar al individuo al Estado nacional, que en última instancia no es más que un intermediario [el Estado] entre los individuos y la humanidad.
Dewey dedica varios capítulos al análisis de los problemas esenciales de la educación desde lo filosófico: la relación del pensamiento con la experiencia; la índole del método; el sentido humano del trabajo; encarando a continuación desde la Filosofía de la Educación, el problema central de la obra: los valores y la distinción entre cultura y utilidad práctica, para lo cual comienza por recordar que ese discernir entre una y otra tuvo su origen en la Hélada, partiendo de la base de que una vida verdaderamente humana sólo podía ser alcanzada por unos pocos seres humanos verdaderamente libres, porque no estaban atados a trabajar con sus manos, puesto que vivían gracias al trabajo de los demás integrantes de la polis, dando así origen a una diferenciación entre pensadores y trabajadores, dedicados unos a las profesiones liberales y otros a tareas manuales a las que permanecían irremisiblemente atados para poder subsistir.
Proyectada a lo pedagógico esa distinción dio lugar a la divisón entre educación clásica o liberal y educación técnica o profesional. Sostiene Dewey que el maquinismo emancipò al hombre de muchas fatigas corporales y de muchas horas de trabajo, pero hace notar que, mientras la educación de los trabajadores se limite a una escolarización destinada al aprendizaje rudimentario de leer, escribir y contar, desprovista de toda otra educación en lo científico, lo literario y lo histórico, sus mentes quedarán al margen de toda posibilidad de beneficiarse dedicando sus horas libres al ocio constructivo de una actividad de orden cultural.
La recomendación de Dewey apunta a que, en una sociedad verdaderamente democrática, esa dualidad entre educación liberal y educación técnica debe desaparecer, superada por un Plan de Estudios que haga del pensamiento una guía igualitaria para todos los individuos, propugnando un tipo de educación que, sin desatender la formación técnico-profresional del obrero, contemple también su formación espiritual, con lo cual, sostiene Dewey, se anularían los males del sistema económico vigente, al par que, al unificar las orientaciones, las disposiciones y las tendencias de todos los miembros de la sociedad, se alcanzaría también una sociedad homogénea y voluntariamente igualitaria.
Por último, enfoca también el autor el tema, a veces innecesariamente dicotómico, de hombre y naturaleza, dualismo que en educación ha originado otra división entre Estudios Humanísticos y Estudios en Ciencias Exactas, con la tendencia a limitar los primeros a simples recuerdos del pasado humano en lo histórico-literario y los segundos a un conocimiento seudocientífico desprovisto de toda sensibilidad humana.
Al margen del tema específico de este trabajo monográfico, pero no por ello menos digno de ser destacado, señalemos que con una lúcida exposición de teorías gnoseológicas y éticas, aplicadas a lo educativo, Dewey cierra su valioso ensayo filosófico y pedagógico que, en opinión de muchos, constituye una de las más importantes obras que sobre educación se publicaron en el siglo XX.
6. Democracia y Educación: a manera de síntesis.
La elaboración de esta ponencia nos ha llevado a repensar analíticamente la evolución histórica que los conceptos Educación y Democracia y su puesta en práctica, registraron desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, primero en la Francia revolucionaria e imperial y luego en los nacientes Estados Unidos de Norteamérica, en una evolución que estimamos haber reseñado en forma sucinta en las páginas que preceden.
Intentaremos ahora reflexionar sobre las diferencias existentes en una y otra realidad histórica, la europea y la americana, en ese lapso, tratando de visualizar la incidencia que en cada una de ellas ejerció la estructuración de lo educativo y las formas de su democracia.
Por de pronto y como ya señaláramos, es evidente que en Francia los cambios fueron revolucionarios: en lo político se pasará del autocratismo a la democracia, cierto que se tratará de una democracia burguesa, limitada, restringida, censataria a ratos y al compás de los cambios y momentos registrados por la revolución, que culminará con la sólida estructuración del Imperio Napoleónico, monárquico y rígidamente centralizado, pero en el cual los méritos personales posibilitaban un ascenso social.
Paralelamente, el sentido de lo educativo en Francia se afirmará también de manera centralizada, pero extendida ideal e igualitariamente a todos los habitantes del imperio, como contrapartida imprescindible para sostener el nuevo sistema democrático-burgués. (5: CRONIN, V., 1988, pág. 63).
Recordemos que los dos grandes fracasos de Napoleón se dieron en ambos extremos de Europa, en España y en Rusia, dos países que además de regímenes absolutistas, tenían en común una población en la cual el analfabetismo registraba una tasa superior al 75%. Allí, las ideas revolucionarias no prendieron sino en reducidos círculos intelectuales y la gran masa de la población cerró filas cerrilmente para defender los tronos y las estructuras políticas, sociales y económicas que las oprimían, lo que no sucedió en Italia, ni en Prusia, ni en Austria, ni en la Confederación del Rin, ni en ninguno de los países de Europa Central, porque en estos las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad se difundieron por escrito antes de concretarse en nuevas formas democratizantes de la organización estatal que, más allá de las inevitables deficiencias registradas, favorecieron en general el bienestar de los pueblos, eliminando barreras y diferencias y unificando regímenes aduaneros e impositivos, circulación de productos y también de ideas y proyectos. Es evidente que la educación, aunque más no fuera a partir de una alfabetización básica, produjo un cambio en las ideas, cambio inimaginable antes de 1750. El correlato Educación y Democracia resulta entonces evidente: al extenderse la práctica de la primera, se posibilitó un creciente ejercicio de la segunda.
Al otro lado del Atlántico, las colonias angloparlantes partieron desde muy distintas realidades en relación a la vieja Europa y también entre ellas. Ya señalamos las tres coincidencias básicas que acreditaron entre un sinnúmero de diferencias: 1) Dependencia de la corona británica de cada una de ellas, pero separadamente de las restantes. 2) Funcionamiento en todas de alguna forma de Asamblea comunal, con representantes elegidos por los colonos, que, aunque con sistemas operativamente disímiles, les permitieron el ejercicio de una cierta democracia, larvada, limitada respecto al conjunto de su población, pero práctica al fin y 3) Profesión sentida de diferentes formas confesionales, pero todas englobadas en el espíritu del protestantismo y en la necesidad de saber leer para tener acceso a la palabra de Dios en la Biblia.
En los ámbitos angloamericanos, la práctica de lo referente a la Educación, evolucionó paralelamente al de la Democracia, con más diferencias que similitudes entre las trece colonias originales que a partir de 1776 darían comienzo a las luchas por la independencia frente a Inglaterra (cfr. TOCQUEVILLE, A., 1985, pág. 7 a 11).
También allí se fortalecerá sin retroceso el correlato de Educación y Democracia, cierto que de manera muy distinta que en Europa, merced a la descentralización política que tanto entusiasmará a Tocqueville; él proviene de un ámbito donde la concentración del poder en manos de los gobiernos centrales, aunque igual significara avances democráticos en relación al absolutismo unipersonal del antiguo régimen, no dejaba de mostrar serias limitaciones para los gobiernos y administraciones locales, comunas, intendencias y departamentos, centralización estatal que también se daba en la educativo, precisamente por ese afán de tornar homogéneo a nivel nacional el ejercicio de la libertad y la igualdad.
Tocqueville intuye que esa soberanía que se reservaron los Estados de la Unión frente al gobierno instalado en Washington, sería el reaseguro para conservar y fortalecer el ejercicio de la Democracia y pronostica que en el futuro el verdadero y más profundo modelo democrático se desarrollará en los ámbitos municipales, pronóstico que nos parece certero, si tenemos en cuenta que hoy, la importancia de los municipios viene acrecentándose año a año en casi todos los países, en un proceso en el que los gobiernos centrales terminaron por comprender que la solución de los problemas locales, los que tienen que ver con el abastecimiento, la calidad de vida, la educación, la salubridad pública, etc. pueden ser encarados con mayores posibilidades de éxito desde lo comunal que desde lo nacional.
Tampoco se equivocará Tocqueville al analizar las características que revestía la Educación en América en comparación con lo que sucedía en Francia (cfr. Op.Cit., pág. 11/12), ya que esa especialización práctica que él señala" no se dirige más que a una materia especial y lucrativa: se estudia una ciencia, igual que se elige un oficio y con ello no se persigue otro fin que las aplicaciones cuya utilidad está reconocida", característica que en lo esencial, sigue estando en la base de la educación norteamericana, más centrada en la especialización que en la amplitud de los conocimientos, lo cual explica la recomendación que formulará Dewey respecto a los peligros que, "para una sociedad verdaderamente democrática [implicaría] la dualidad entre educación liberal y educación técnica […] entre los Estudios Humanísticos y los Estudios en Ciencias Exactas", lo cual, a su juicio conspiraría contra el objetivo de alcanzar "una sociedad homogénea y voluntariamente igualitaria". (Cfr. Op.Cit., pág. 19) No olvidemos que en el análisis de Tocqueville, la democracia norteamericana está basada ferreamente en el sentido de igualdad y en el poder de la mayoría.
Cubrir el lapso que separa a Dewey de Tocqueville exigiría siquiera reseñar el desarrollo ulterior que en los EE.UU. registraron la Educación y la Democracia. Respecto a ésta última, el tema es algo más conocido.Rememoremos que en De la Démocratie en Amérique, el francés dedica un breve acápite al análisis de la "Posición que ocupa la raza negra en los Estados Unidos, peligros que su presencia hace correr a los blancos". (21: Op.Cit., pág. 152).
Por entonces, 1831, Gran Bretaña todavía no había profundizado sus conquistas en África ni su régimen colonial imperialista; cuando lo acentúe después de 1838, sus empresas negreras cambiarán de signo y entonces comenzará la persecusión de todos los barcos que actúen en la trata de esclavos, para evitar que le arrancaran los habitantes y la mano de obra en sus colonias africanas., con lo cual se resentirán los países cuya economía estaba basada en regímenes esclavistas: recordemos que el Imperio del Brasil será esclavista hasta 1888, Cuba hasta 1898 y en los EE.UU. la abolición de la esclavitud recién se concretará en 1865, al término de la Guerra de Secesión que enfrentará a los abolicionistas norteños contra los esclavistas sureños.
Hombre de su época, Tocqueville no oculta su opinión antiesclavista, pero afirma que en los EE.UU. el problema no se solucionaría sin graves enfrentamientos. Formado en el pensamiento clásico, tampoco se horroriza frente a la magnitud de esa aberración inhumana, en un país cuya población sustenta su sentido de la democracia en la igualdad a ultranza, pero fino analista como es, observa que, cualquiera fuera la solución que se buscara al problema, sus secuelas no serían fáciles de superar. Pensemos que cien años más tarde, hasta mediados de la década del sesenta en el si-glo XX, los problemas raciales continuarían siendo profundos en los EE.UU. y que aun hoy, en los albores del siglo XXI, la campaña electoral presidencial está signada por la Discriminación y la Pena de Muerte, ya que las estadísticas señalan que, no obstante constituir sólo el 12,1% de la población norteamericana, los negros que en el corredor de la muerte esperan ser ajusticiados, ascienden al 43%. (22: diario RIO NEGRO, 25-VI-2000, pág. 2). Cabría preguntarse ¿Cuál es la democracia de la que estamos hablando?
Por lo que hace a la evolución del concepto de Educación y a su desenvolvimiento en la segunda parte del siglo XIX, encontramos que en los Estados Unidos constituye una nueva era, a partir de aportes tales como las contribuciones de William James y su psicología holística; las oposiciones al herbartismo; el pensamiento reflexivo y el método científico aplicado al aprendizaje; la doctrina experimentalista de Dewey ya esbozada; todo lo cual confluirá para conformar en conjunto el denominado progresismo educativo norteamericano, aspectos todos muy interesantes pero que excederían los límites de esta ponencia.
Sí nos parece interesante señalar dos aspectos de esa educación, uno de los cuales nos toca de cerca: el primero es el referido al régimen en el que se orientó la educación superior, basada sobre el modelo de los nueve colegios existentes en 1776. Para 1812, Harvard, Georgia y North Caroline habían sido elevadas al status de universidad, pero en 1819 se planteó un conflicto jurídico cuando el Estado de New Hampshire pretendió poner bajo su control el College of Dartmouth transformándolo en universidad estatal. La Corte Suprema dictaminó que esa acción violaría la constitución, con lo cual preservó el derecho de las corporaciones privadas para fundar y mantener instituciones educativas libres del control estatal, lo cual significó un notable estímulo para la erección de colegios y universidades independientes, a tal punto que, al iniciarse la guerra civil en 1860 había 516 Colegios en dieciseis Estados. (23: Tewkesburu, en BOWEN, J., 1985, pág. 447).
El segundo nos parece interesante porque tiene que ver con Horace Mann (1796-1859), abogado y miembro de una familia calvinista, cuyas ideas sobre lo que él denominaba educación común inflyueron en Domingo Faustino Sarmiento. Para Mann, "la Educación, más que cualquier otro recurso de origen humano, era el gran igualador de las condiciones del hombre, el volante de la maquinaria social", (24: Mann, H. En BOWEN, J., 1985, pág. 456). concepto que, en el pensamiento de la Generación del 80, bien puede haber presidido la sanción de la Ley 1420 de educación común en nuestro país. Concordantemente con la extensión de la educación común, los EE.UU. asistieron a un movimiento paralelo referido a la formación de los maestros, bajo la influencia de las pautas europeas inglesas y prusianas, y las teorías pedagógicas de Pestalozzi y de Froebel, que fueron adoptadas hasta cierto punto y bajo cuya orientación fueron estableciéndose las primeras escuelas normales para la formación de los maestros, una de las cuales, a instancias de Edward Sheldon, superintendente de las escuelas municipales de Oswego en New York y con el apoyo de la Asociación Nacional de Maestros de Filadelfia, fue inaugurada en 1865 precisamente en Oswego, convirtiéndose pronto en centro de interés nacional, con la curiosidad, para nosotros de que en ella se formaron la casi totalidad de las maestras norteamericanas bilingües que importó Sarmiento en número cercano al centenar y que dieron impulso a partir de 1870 con la Escuela Normal de Paraná, a las escuelas normales argentinas, de las cuales, según dato de la Revista La Educación, había ya 34 en 1889 en nuestro país. (25: CIRIGLIANO, G.F.J., 1996, pág. 42).
Sin ninguna duda, la influencia de esas maestras en nuestra Educación fue profunda y duradera: sólo una volvió a su país de origen y casi todas formaron aquí sus familias y dejaron descendencia. No obstante, esa influencia no fue suficiente como para modificar la mentalidad preexistente, por lo que se refiere a cambiar sustancialmente en nuestro país ni el concepto ni la práctica cotidiana respecto a la Democracia.
Autor:
Santiago Polito Belmonte
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