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Recuerdos no olvidados (página 3)


Partes: 1, 2, 3

Aquel sábado 12 de marzo, cuando aún el diario era voceado por las calles de La Habana y se difundía por toda la nación; cuando los acontecimientos y las protestas populares se precipitaban en toda la capital, se apareció en la redacción el "banquetero" Fernando Chaviano, a quien conocíamos. Dijo haber tomado las fotos. En más de una oportunidad le habíamos comprado otras de sucesos para publicarlas. Lamentamos no poder contar con su testimonio.

Al enfrentarse conmigo me dijo en tono airado:

– Quintana, me has hundido. Yo le hubiera podido sacar a esas fotos algunos cientos de pesos…

A lo que respondí:

– Te lo creo. También nosotros hubiéramos podido obtener miles de dólares, quizás. Pero, a diferencia tuya, lo que nos interesaba no era el dinero, sino publicarlas como denuncia de un hecho más que condenable…

Recuerdo que fuimos a ver a Vasconcelos y éste, a sugerencia mía, le extendió un vale para la caja del diario por cien pesos.

Y del mal el menos, lo aceptó más o menos satisfecho.

Alrededor de las 8 de la mañana de aquel sábado, con su denuncia pública, era voceado por toda la capital. La tirada de ejemplares de ese día se multiplicó varias veces. A iniciativa de la compañera Gloria Vasconcelos, secretaria de la dirección del periódico, finalizada la tirada, nos dirigimos todos los trabajadores hacia el Parque Central con una enorme corona de flores., y luego de colocarla al pie del monumento, en desagravio al Apóstol, iniciamos las guardias de honor que continuaron durante todo el día y hasta la madrugada por obreros, estudiantes, periodistas y pueblo en general.

Y comenzaron a arribar más y más coronas y más y más flores, hasta cubrir la base de la estatua, a nombre de organizaciones, la FEU, centros estudiantiles, sindicatos, clubes de recreo, deportistas, etc.… Incluso, una del Ministerio de Relaciones Exteriores, a nombre del gobierno y otra del embajador de los Estados, Mr. Butler.

Debe señalar que estas dos últimas tuvieron efímera existencia: el pueblo las destruyó en pocos minutos pues constituían realmente una afrenta.

Gloria Vasconcelos, en su oficina de la OSPAAL, en el Vedado, donde laboraba entonces, nos expuso:

"Recuerdo aquel día con orgullo ante la valiente actitud de nuestro pueblo, de su reacción plena de coraje y de espíritu patriótico y revolucionario. Me enteré de la existencia de las fotos por la mañana. Pero cuando las vi., no dudé nunca que tenían que publicarse…y las publicamos".

"Cuco Valdés" era el tipógrafo encargado de confeccionar la primera plana de "Alerta" y posteriormente, al triunfo de la Revolución, jefe de talleres de "Juventud Rebelde". Sobre su protagonismo en el mismo, rememora:

"Aún recuerdo como esa mañana montamos la primera plana solo con las bases de los grabados. No sabíamos ni habíamos visto las fotos ni los grabados que ocuparían esas bases y espacio, hasta unos minutos antes de ser entregada la plana a los matrizadores y a la fundición (técnicas tipográficas de entonces. N. del E.). Se había todo en un marco de total discreción…La rotativa tuvo trabajo ese día"

La protesta popular era motivo de gran preocupación del gobierno de turno que presidía Carlos Prío. Y prueba de ello lo constituyó la declaración de un vocero de la Cancillería cuando los periodistas le pidieron una respuesta acerca de aquel agravio a Martí. El diario "Alerta" la publicó entonces. Decía:

"El asunto es tan grave y puede tener implicaciones internacionales tan graves, que únicamente el Ministro de Estado, siguiendo instrucciones del Señor Presidente, puede opinar sobre ese asunto".

Pero claro, ninguno de ambos personajes, ni funcionario alguno, emitió jamás declaración de protesta oficial.

Lo que ocurrió después lo dejamos a los relatos de algunos de los protagonistas. En primer término, Alfredo Guevara (entonces estudiante universitario) y el Dr. Baudilio Castellanos, presidente en esa época de los alumnos de la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana. Para estos últimos testimonios contamos con la colaboración del autor radial, compañero Julio Batista.

Alfredo Guevara:

– No había alcanzado a cundir por toda la ciudad la noticia, cuando ya en la Universidad de La Habana había surgido la necesidad de una respuesta. A esa hora de la mañana del sábado, cuando nos enteramos por el diario "Alerta", había pocos estudiantes en el Alma Máter, pero algunos dirigentes decidimos y lo hicimos, trasladarnos a la Plaza de Armas, donde estaba entonces la embajada norteamericana".

Baudilio Castellanos:

– Efectivamente, nos enteramos del caso por "Alerta". Bajamos en manifestación por la calle de Obispo y se nos iban uniendo más personas al conocer nuestro propósito. Recuerdo que al cruzar frente a un edificio de gruesas columnas y muchos cristales, lo confundí con un banco yanqui representativo de los grandes monopolios, del Chase Bank, de los Morgan o de los Dupont…y comencé a pronunciar un discurso a tacando a los consorcios explotadores y los corruptos. "Señor, señor", me interrumpió un hombre del pueblo, esto no es un banco americano, es el Ministerio de Hacienda. Un poco mohíno, pero no abatido, continuamos (por la calle) Obispo abajo, hacia los muelles, con rumbo a la embajada norteamericana. Llegamos así frente al antiguo edificio de J.Z.Horter, donde radicaba la sede diplomática de EE.UU. Nos situamos en la Plaza de Armas y empezamos a dar grito de "Abajo el imperialismo" y de condenación a los profanadores de la memoria de Martí.

Alfredo Guevara:

– No recuerdo si allí estaban haciendo algunas reparaciones en un edificio cercano o en la calle. Lo cierto es que aparecieron piedras y adoquines por todos lados…y piedras y adoquines lanzamos contra el edificio de la embajada americana. Pero no se trataba solo de lanzar piedras al edificio, sino de dar gritos, demostrar de alguna manera la profunda indignación de nuestro pueblo. Debemos recordar que todos los gobiernos de entonces eran vendidos, entreguistas, que jamás representaron al pueblo, ni tenían vocación alguna por tomar la defensa de nuestro Apóstol, frente al amo imperialista yanqui. Entonces frente a esa impotencia, nos tocaba hacer algo…y lo hicimos.

Baudilio Castellanos:

– Recuerdo que un momento me encontré junto al compañero Lionel Soto, quien subido en los hombros de otro compañero trataba inútilmente de arrancar con las manos el escudo yanqui empotrado en la pared, a la entrada del edificio. En esos instantes bajó hacia la acera el embajador yanqui, que era Butler, rodeado por ocho o diez guardaespaldas y miembros del FBI. Butler quiso establecer diálogo con notros; quizás si pretendía ofrecer alguna disculpa, cuando asomó por el final de la calle una caravana de "perseguidoras". En una de las primeras, si mal no recuerdo, venía el jefe policiaco José Manuel Caramés, a quien dedicaron luego una música popular titulada "Ahí viene Caramés con su pelotón"; detrás Salas Cañizares y Casals y los otros esbirros que lo seguían, empuñando revólveres y pistolas en una mano y en la otra el inolvidable "bicho de buey", pronto para la golpiza…y pronto comenzaron a atacarnos, a repartir golpes a todo el mundo. Cuando yo me incliné para calzarme uno de los mocasines que en la trifulca había rodado por el asfalto, recibí un latigazo en la espalda que me dejó un profundo dolor y un escozor candente.

Alfredo Guevara:

– Los golpes menudeaban, no solo sobre nosotros los estudiantes, porque estudiantes no

Éramos muchos los que habíamos iniciado la protesta en horas de la mañana, sino contra el pueblo que se nos unía; trabajadores, transeúntes, vecinos de los alrededores….Ya aquello se iba convirtiendo en una concentración multitudinaria. Los policías no cesaban de repartir golpes en forma violenta. Yo viví un momento emociónate, pues acababa de salir de una grave enfermedad pulmonar y los golpes sobre los pulmones podrían ser fatales para mí. Fue entonces que el compañero Bilito Castellanos, que era Presidente de la Escuela de Derecho, se lanzó sobre mí, me cubrió con su cuerpo, conocedor de mi enfermedad y recibió en su espalda todos los "gomazos" que debieron ser para mí. Realmente "Bilito" fue muy golpeado.

Y agrega Guevara en su testimonio:

– En medio de todo aquel "molote" me encontré con el compañero Fidel (Castro), dirigente estudiantil entonces y líder del Movimiento Acción Caribe que él había fundado en la Universidad. La policía no había logrado romper aquella manifestación. Nosotros, el pueblo, resistíamos a pie firme. A veces la multitud se retiraba ante la violencia de la agresión, pero cuando la policía se replegaba, volvía. De pronto aparecieron otros grupos, no sabemos de donde salieron, pero presumimos que de la embajada, y entre ellos recuerdo a un tipo fornido, tan joven como nosotros, pero muy bien vestido; y empezó a hacer declaraciones como si fuera representante de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) ante un grupo de periodistas que ya había acudido a ese lugar. Empezó a decir que eso era obra de agitadores, que no era organizada por la FEU y que debían condenarse esos métodos, etc.… refiriéndose al mitin de protesta. Pero tuvo mala suerte pues se le ocurrió decir eso casi junto a Fidel y a mí. Ahí mismo lo desmentimos enérgicamente y proclamamos que si había sido iniciado por los estudiantes y la FEU, que era un acto consciente de condenación, que estábamos dispuestos a hacerlo mil veces y que nos sentíamos orgullosos de haber apedreado a la embajada norteamericana. Fidel, personalmente, se enfrentó a ese tipo desenmascarándolo ante los periodistas y el pueblo allí congregado, y el sujeto se escabulló rápidamente. Esto no era raro. En semejantes ocasiones siempre aparecían "bocones" tratando de desvirtuar los hechos… hasta que apareció Fidel y ante el enfrentamiento directo, se ponían en fuga.

Baudilio Castellanos:

– Viéndome lesionado, Fidel dijo: "Vamos a buscar una casa de socorros" (así se denominaban en la época los centros públicos de primeros auxilios. N. del E.). Corriendo por las calles, dando gritos de abajo el imperialismo y otros parecidos, llegamos a la casa de socorros de (la calle) San Lázaro, pegada (a las calles) Gervasio o Escobar. Luego que me atendieron, Fidel exigió un certificado médico detallando las lesiones. Un reportero grafico tomó algunas fotos allí y se publicaron en la revista "Bohemia". Fidel, que se había dado cuenta de la trascendencia política de aquella acción, dijo entonces: "Vamos al Ministerio de Gobernación a hacer una denuncia por todos los atropellos". Todo el grupo, portando en alto los certificados de los lesionados, entre ellos el mío, nos presentamos en esas oficinas y al policía que con arma larga custodiaba la entrada, le dijo Fidel: "Vengo a presentar una denuncia contra el Ministro de Gobernación" (El Ministro era entonces Rubén de León, traidor a la Revolución del año 30 y responsable de la Policía Nacional durante el gobierno de Carlos Prío. N. del A.). El oficial de carpeta, todo alarmado, pálido, se disculpó por no recibir la denuncia. "mira-le dijo- aquí no podemos levantar acta. Vayan a la Tercera Estación". Y allí "caímos" minutos después. Era la estación situada en Dragones y Monserrate. Al fin logramos que se levantara un acta. No quisieron consignar nombres, pusieron muchas dificultades…solo hicieron constar los números de las perseguidoras que habíamos copiado. En definitiva, nunca nos citaron a juicio. Aquella acta al parecer no salió jamás de la estación policíaca.

Alfredo Guevara:

– Yo no participé en la presentación de la denuncia, ni en el grandioso mitin de protesta que se originó después en el Parque Central en desagravio a José Martí. Tuve una inspiración e hice otra cosa. Se me ocurrió infiltrarme y lo logré, en el Ministerio de Estado, donde el embajador norteamericano, hipócritamente desde luego, presentaba disculpas al gobierno cubano por la vejación infligida por los marines yanquis a Cuba. Digo esto, porque es típico de los representantes aplicar la hipocresía cuando les conviene aplicarla. Cuando entré en el Ministerio, y lo logré gracias a la imbecilidad del Canciller, que era entonces Carlos Hevia, famoso por lo bruto que era. Este hombre no se dio cuenta que yo era un dirigente estudiantil, ni de mi posición política, ni del estado de indignación en que me encontraba, ni que pertenecía a un grupo de estudiantes antiimperialistas con conciencia revolucionaria. Por suerte, Hevia vivía en la luna y así pide situarme a su lado.

Y agrega en su testimonio:

– Allí pude ver que era un hermano de Hevia, funcionario del Ministerio y a quien no conocía, el que estaba contratando, comprando las flores que iba a depositar el embajador yanqui ante la estatua de Martí, es decir, que el gobierno cubano se encargaba de comprar y pagar la corona que debía llevar el embajador norteamericano. Eran tan miserables, tan vendidos, tan indignos. Que montaban toda aquella farsa como una escenografía, solo para cubrir las formas. Cuando el embajador yanqui comenzó a leer su mensaje presentando sus hipócritas disculpas…no recuerdo bien como era, pero decía más o menos que, si bien estos marinos habían hecho eso, también había que recordar que en la historia estaba el aporte que otros marines habían hecho a la independencia de Cuba. Yo me dije: esta es mi oportunidad. Y sorpresivamente le interrumpí, ante el asombro del embajador y el estupor de todos los presentes y dije fuerte para que me oyeran todos:

"Usted no tiene derecho a pronunciar esas palabras, mientras las tropas norteamericanas ocupen la base naval de Guantánamo, usurpada por el imperialismo durante su intervención frustradora de la independencia de Cuba…"

Alfredo Guevara culmina su relato así:

– Para nosotros, de todas maneras, constituyó una gran experiencia política, porque aunque todo aquel grupo lo formábamos estudiantes universitarios, conscientes antiimperialistas y algunos ya habíamos hecho la opción marxista-leninista, de todas maneras fue una vivencia personal inolvidable para cada uno de nosotros. Y pudimos constatar, en forma concreta, hasta que punto puede ser brutal el espíritu imperialista y colonialista y hasta que extremo puede rastrero el lacayismo de los burgueses que defendían sus intereses en nuestro país. Podemos afirmar que nuestra conciencia antiimperialista se ahondó mucho y creció la decisión de lucha, pues vejaciones como estas dejaron huellas muy profundas en el pueblo y en toda una generación que resultase protagonista de la acción liberadora encabezada por Fidel.

Baudilio Castellanos:

– Además de todo lo expuesto es bueno que se conozca que preparando la acusación para el juicio que no llegó a celebrarse nunca contra el Ministro de Gobernación, ni contra los marines, y para reforzar nuestra argumentación, acudimos a los libros y a los profesores. Confirmamos entonces como el gobierno y las autoridades policíacas y judiciales cubanas de la época se plegaron a los mandatos de la embajada yanqui. Esta violó una vez más las leyes cubanas y el derecho internacional, que establece que hechos de esa naturaleza, calificados como desorden público, deben ser juzgados por los tribunales del país donde se cometieron, cualesquiera que fuese la nacionalidad de sus ejecutores. Sin embargo, los marines culpables fueron entregados al comandante del barco de guerra norteamericano, que se los llevó de Cuba, burlando al pueblo que reclamaba para ellos un castigo ejemplar.

Decíamos que aquel pudo ser un viernes cualquiera. Sin embargo, un acontecimiento imprevisto lo dejó insertado en la historia, con caracteres indelebles y trascendencia futura. Resultó indudablemente la expresión de un sentimiento antiimperialista que había germinado y se desarrollaba en la conciencia de nuestro pueblo, a través de más de medio siglo de combates incesantes contra la opresora dominación foránea y las afrentas a la soberanía patria.

65 jornadas heroicas

En este capítulo me referiré a la historia del periódico La Calle, basándonos en un reportaje publicado en un suplemento especial de su tercera etapa, en julio de 1959. Este trabajo se tituló

"Historia de un diario que se enfrentó a la tiranía"

"Recuento de una etapa de la que fue y es testigo el pueblo de Cuba"

"El día en que los esbirros de Salas Cañizares (brigadier Rafael Salas Cañizares, entonces jefe de la Policía Nacional de la dictadura de Batista), destruyeron las maquinarias del diario La Calle- el 17 de julio de 1955- se cumplían 65 ediciones del único periódico que le hizo frente a la tiranía, sin hacer concesiones, sin retroceder ante el terror y las amenazas, sin aceptar la censura".

Ese día aparecía en la primera plana una foto de Luís Orlando Rodríguez, director, bajo este título: CONDUCIDO NUESTRO DIRECTOR AL SIM (siglas del Servicio de Inteligencia Militar de la dictadura. N. del E.). Al centro de esa primera plana, un artículo: "AQUÍ YA NO SE PUEDE VIVIR". Y lo firmaba Fidel Castro.

Ese número no llegó a circular (10). Poco después de las cinco de la tarde un grupo de esbirros uniformados, ametralladora en mano, unos, y con mandarrias otros, asaltaron el local del diario habanero en la calle San José 458. Golpearon salvajemente a los trabajadores que en los talleres vigilaban la tirada y a cientos de vendedores que esperaban sus ejemplares para salir a vocearlo por las calles.

Rompieron los paquetes de periódicos ya listos para la circulación, hicieron añico los linotipos, regaron por el suelo las cajas con los tipos de letras y destrozaron a mandarriazos la modesta rotativa. Luego los esbirros subieron a la primera planta donde estaban la redacción, la administración, los archivos y el despacho de la dirección….y continuaron la obra vandálica: buroes, estantes, máquinas de escribir, colecciones de periódicos y cuanto hallaron a su paso, lo destruyeron y lanzaron al piso, pisoteándolos finalmente.

Diez minutos antes de la aparición de las hordas policiales nos habíamos retirado- yo era jefe de información– con el director, Luís Orlando Rodríguez y el administrador, Pepillo del Cueto. De no haberse producido este hecho fortuito, quizás el final de la historia hubiese sido distinto.

Esto es apenas un recuento de 65 jornadas plenas de firme decisión y coraje por un lado y de terror y amenazas por el otro. En los días previos al asalto una voz femenina, a través del teléfono, me prevenía de lo que después ocurrió…

Día a día, en esa segunda etapa, "La Calle" llegó al pueblo con los cintillos de la verdad. Llamó asesinos a los asesinos y corruptos a los corruptos. Desde su primera página, Fidel Castro y Luis Orlando Rodríguez, denunciaban las tropelías del tirano, que pocos se atrevían a decir.

El pueblo arrebataba los ejemplares a los vendedores y hubo algunos que llegaron a vender hasta a cinco pesos. Su oferta promedio en la calle era de dos o tres pesos por diario. Un hecho sin precedentes que en nuestro país jamás se había producido.

Este es un somero recuento de cómo se vivieron esas 65 jornadas de 1955.

Cómo nació "La Calle" y por qué se llamó así

Para ser exactos, "La Calle" nació dos años antes de todo lo relatado anteriormente. Pero murió al nacer. En junio de 1953, en recordación de la muerte de Eddy Chibás, "La Calle" publicó su primer ejemplar, pero esa edición nunca llegó a circular, destruida por la policía, al pie mismo de la rotativa. Resultó necesario esperar 24 meses, para que apareciera en su segunda etapa, aprovechando un contexto propicio.

Hagamos un poco de historia. Después del golpe de estado del 10 de marzo, transcurrieron días amargos y difíciles. Luís Orlando (Rodríguez) y los demás representantes a la Cámara por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) acordaron en demostración de protesta contra la dictadura de Batista, no cobrar sus haberes como legisladores. Mes a mes, los cheques se fueron acumulando en la Pagaduría del Congreso, hasta que conocieron, que de no retirar los ocho mil pesos allí depositados, serían reintegrados a la Secretaria de Hacienda, a disposición del régimen. Entonces Luis Orlando y demás legisladores ortodoxos decidieron emplear ese dinero en algo útil para la patria y el pueblo. Se levantó un acta notarial ante el doctor Jiménez de la Torre y ese dinero se destinó a editar de nuevo "La Calle".

Eran instantes angustiosos en que pocos se atrevían o podían decir la verdad. El hombre del pueblo se preguntaba ansiosamente: ¿Qué se dice en la calle? Y el diario nació precisamente para ello, para decir lo que la gente de la calle quería saber. Los viejos talleres de la calle San José, se compraron a plazos, a Daniel Gómez Nieto. En ellos se imprimía el semanario "Cuba Deportiva". El papel resultó necesario comprarlo en el mercado negro, ya que a la nueva empresa se le negaba, pues esta carecía de la cuota oficial, que controlaba la embajada norteamericana, pues las bobinas se importaban- como todo- de los Estados Unidos. Súmesele a lo anterior la ardua tarea de buscar a los trabajadores (periodistas, tipógrafos y personal administrativo), que estuviesen decididos a enfrentarse a los riesgos, amenazas, incluso golpizas. Y salir cada día con la angustia de que podía ser el último. Como un día ocurrió.

Aquellos talleres permanecieron silenciosos durante dos años- de 1953 a 1955- y "La Calle" comenzó su segunda etapa también rindiendo sentido homenaje al máximo líder de la ortodoxia, Eddy Chibás. En su editorial de este número inicial, Luis Orlando vaticinaba como…"…sólo una verdadera revolución podrá sacarnos del barranco y ponernos en situación de emprender la solución de nuestros problemas"

"La Calle" comenzó editando 20 000 ejemplares (dependía de las bobinas de papel que se pudieran conseguir N.del A.) y cuando fue cerrado violentamente, su tirada ascendía a unos cincuenta mil, y ello porque no existía el papel suficiente. ¡Cuántos intentos de soborno por el camino! ¡Cuantas amenazas inútiles!

En ese barrio habanero donde proliferaba la prostitución bajo el amparo de la policía corrupta, aquellos viejos talleres de San José, reparados poco a poco según los recursos disponibles, resultaron insuficientes para seguir el curso vertiginoso de una circulación y de una demanda popular, en permanente ascenso.

En la etapa más violenta, represiva y sanguinaria de la tiranía batistiana, los titulares de "La Calle" tuvieron vigencia de grito. Sus páginas recibieron con abrazo y calor solidarios a los combatientes del Moncada, recién liberados de la cárcel, a mediados de mayo de 1955. En su edición del 16 de mayo- al día siguiente de su excarcelación- apareció una fotografía de Fidel y sus compañeros cuando salían del mal llamado Presidio Modelo, en la entonces Isla de Pinos, con un titular a toda plana que contenía una frase del líder: "CONTINUAREMOS COMBATIENDO EN CUBA". Y al pie, un manifiesto a la opinión pública de los hombres que guardaron dos años de prisión por querer ver libre a la patria. Mientras en la última página destacaba otro titular: LIBRES LOS COMBATIENTES DEL MONCADA, acompañado de una entrevista realizada al dirigente revolucionario, por el autor, realizada en el hotel Isla de Pinos, sito en la propia Nueva Gerona, poco después de liberado.

Es oportuno señalar que un grupo de reporteros de diarios y emisoras de radio de la capital, participaron en aquella entrevista, pero solamente la publicó "La Calle" y la transmitió la emisora COCO. Lo que Fidel dijo, con su valentía y honestidad de siempre, no se atrevieron a publicarla los editores de los diarios burgueses de la época, temerosos de los riesgos que ello conllevaba.

Los titulares de "La Calle" en esa etapa de violencias y de sangre, asesinatos y torturas de revolucionarios, reflejaban la situación imperante.

El 23 de abril de 1955 un titular a toda plana informaba: GOLPES Y PALMACRISTI A UN LOCUTOR DE SANTIAGO. El primero de junio, para solo señalar algunas denuncias, sacaba a la luz pública un escándalo: EL AFFAIRE DE LA LECHE EN POLVO, en el que estaban involucrados casi todos los miembros del Consejo de Ministros de Batista. Posteriormente los artículos de Fidel, así declaraciones de las heroínas del Moncada, Melba Hernández y Haydée Santamaría, acerca de los asesinatos de los combatientes detenidos, tras el asalto al cuartel santiaguero; el 6 de junio publicó nuevas acusaciones contra los militares por los sucesos del Moncada, y un titular, con un sensacional reportaje: "YO VI FUSILAR A MÁS DE 30 REVOLUCIONARIOS" basado en las declaraciones del ex gobernador de Oriente, Waldo Pérez Almaguer, y un subtítulo: "Al llegar Chaviano comenzó la masacre", ilustrado con una foto del asesino, coronel Alberto del Río Chaviano, con el encabezamiento: "El Chacal de Oriente".

Días después apareció publicada una foto impresionante, a varias columnas de ancho, mostrando el cuerpo acribillado a balazos del intachable revolucionario Jorge Agostini y un titular acusador, con letras de varias pulgadas: "Laurent lo asesinó" (Emilio Laurent era uno de los más notorios criminales del batistato y jefe del Servicio de Inteligencia de la Marina de Guerra. N. del A.).

En la edición del 12 de junio se publicó el siguiente cintillo a lo ancho de la primera página: EXIGIMOS EL CASTIGO DE LOS ASESINOS DE AGOSTINI. Y un artículo de Fidel, en respuesta a las mentiras divulgadas por la tiranía, sobre los sucesos del Moncada, que tituló: "¡Mientes Chaviano!".

Y así un día tras otro.

"La Calle" se convirtió en el vocero del pensamiento de Fidel tras su excarcelación. El 11 de junio publicó SU artículo: "FRENTE AL TERROR Y FRENTE AL CRIMEN". En sucesivas ediciones se publicaron otros más. Los trabajadores del diario conocimos muy de cerca a Fidel en aquellos días de fuerte tensión. Lo veíamos traer personalmente sus cuartillas, corregir las pruebas de sus artículos, pronunciarse con indignación contra las fechorías de la tiranía.

Cuando los esbirros del régimen torturaron a Juan Manuel Márquez- hecho que con fotografías publicó "La Calle" en forma destacada- Fidel calificó a los batistianos de estúpidos. Cuando le prohibieron hablar por la radio, escribió, desde las páginas del diario, su vibrante y enérgico artículo: "LO QUE IBA A DECIR Y ME PROHIBIERON POR SEGUNDA VEZ".

Al fin, en ese último número de la policía impidió que circulara, tras la brutal destrucción de los talleres y la clausura indefinida del periódico, se publicaba un artículo de Fidel, que constituía una declaración de objetivos, titulado "AQUÍ YA NO SE PUEDE VIVIR". Tras lo cual éste decidió partir hacia el exilio en México, para continuar la lucha, hasta el logro de la expedición del Granma.

A pesar de la destrucción de la imprenta, de la ocupación permanente de los talleres por la policía, portando armas largas, Luis Orlando no se resignó al silencio. Aprovechando una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que se efectuaba en La Habana y en compañía del que les relata estos hechos, protestó oficialmente contra la clausura del diario. A lo único que accedió la dictadura fue a retirar la custodia policial de los talleres, pero la mantuvo frente al edificio y a lo largo de la cuadra, impidiendo el acceso a los mismos.

La SIP, al servicio de los grandes empresarios de la prensa y de los gobiernos, pro norteamericanos, hizo mutis. Y la arbitrariedad culminó con un decreto presidencia, que refrendó el entonces Ministro de Gobernación, Santiago Rey Pernas, prohibiendo definitivamente la salida de "La Calle".

Luis Orlando siguió a Fidel al exilio en México, para posteriormente regresar para incorporarse a la lucha clandestina, que más tarde habría de conducirle a la Sierra Maestra, en los primeros meses de la etapa insurreccional.

En el reportaje a que hicimos referencia en el inicio de este capítulo y que apareciera publicado en julio de 1959, en la tercera etapa de "La Calle", se amplía acerca de la trayectoria revolucionaria de Luis Orlando, que comenzó en la lucha clandestina contra el gobierno tiránico de Gerardo Machado (1925-1933), en la cual hay que destacar su participación en un atentado contra el comandante Arsenio Ortiz, conocido como "El chacal de Oriente".

Ya incorporado a la tropa guerrillera en la Sierra Maestra- dominado siempre por la inquietud periodística- y estimulado por Fidel y el Che, convencidos de que en la propaganda revolucionaria radicaba una de las armas más efectivas en la lucha, se dio a la tarea con el técnico Eduardo Fernández y de los locutores Ricardo Martínez y >Orestes Valera, así como los hermanos Edilberto, Ciro y Hugo Ríos, a montar una modesta planta de radio que llevara el mensaje de la verdad desde la Sierra Maestra, al pueblo de Cuba y a otros pueblos latinoamericanos.

Junto con los sacos de arroz, de sal y de azúcar, comenzaron a llegar al territorio libre de "La Pata de la Mesa", en el firme de la montaña, transformadores, micrófonos, baterías eléctricas y cuanto exigía la instalación de la que pronto se convirtió en la Radio Rebelde inaugurada el 24 de febrero de 1958. "La Calle" reapareció, en su tercera etapa, tras el triunfo de la Revolución, en su edición del 26 de julio de 1959, impulsada por renovado entusiasmo en su empeño de llegar al pueblo con la misma verdad de la Revolución, ahora triunfante. Quedaban atrás los días angustiosos, pero abnegados y heroicos, de las 65 jornada de 1955. El diario, en ese nuevo empeño, contó con antiguos y nuevos colaboradores. Presidía la empresa, el Comandante Luis Orlando Rodríguez; su director Raúl Quintana Pérez y su administrador, el Comandante Jesús Montané Oropesa, recién salido de la prisión. Los talleres donde ahora se editaba, habían pertenecido a la Gaceta Oficial, ubicados en la esquina formada por las calles Zanja y Lealtad. Posteriormente "La Calle" cedió el paso al diario "La Tarde", dirigido por el compañero Ernesto Vera, que devino con el tiempo en el actual "Juventud Rebelde".

Camino de la Sierra

Es lógico empezar por el principio, o sea, por qué me decidí a viajar a la Sierra Maestra, en una época, febrero de 1958, en que la ofensiva rebelde se había intensificado y daba muestras evidentes de una fortaleza, que llegó a alarmar con razón a la dictadura y que como respuesta, incrementó la represión contra la población civil en la zona de guerra y en las ciudades, contra los heroicos combatientes clandestinos.

Independientemente del prestigio que se había ganado tras la organización y ejecución del asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953; de la valiente y vertical postura en el juicio que le siguió la dictadura, por su directa participación en los sucesos de Santiago de Cuba y Bayamo, en el Año del Centenario del Apóstol, en octubre de 1953; de su actitud inclaudicable mantenida en prisión, de octubre 1953 hasta su excarcelación en mayo de 1955; así como su insobornable actitud de denuncia en la prensa y radio de los desmanes del régimen, de mayo a julio de 1955, en que marcha al exilio, así como de su actividad revolucionaria, llena de riesgos y sacrificios en el exilio, hasta su salida de México en la expedición del Granma, en noviembre de 1956, yo mantenía en lo íntimo, una profunda admiración y desinteresado cariño y respeto, por aquel dirigente estudiantil que conocí a finales de la década de los 40 en el diario "Alerta", de Carlos III y Oquendo.

Todo ello, aparte de mi deseo de hacer algún aporte a la lucha de liberación, divulgando el pensamiento de Fidel por una cadena nacional de radio y de cumplir con el deber de periodista revolucionario, enmarca las motivaciones que me decidieron a emprender el viaje a la Sierra Maestra.

Cuando Fidel, como Comandante en Jefe de las ya bien organizadas fuerzas rebeldes, hizo por el mes de febrero (de 1958), un llamamiento a la prensa cubana, para que los reporteros fueran a los campamentos en las montañas orientales, a conocer y divulgar la verdad de las guerrillas y sus objetivos, que deformaban los falsos y mal intencionados partes oficiales de salían del Campamento Militar de Columbia, en la capital, tomé la decisión de informar a mis compañeros y a la gerencia de la entonces emisora Circuito Nacional Cubano (CNC), propiedad del doctor Antonio Pérez Benitoa, ex yerno de Batista, de mi deseo de incorporarme al grupo de periodistas que acudiría al llamado de Fidel. Hubo algunos que pretendieron disuadirme alegando que era riesgoso, que me comprometería públicamente y que podía incluso perder el puesto como director de los noticieros de la mencionada emisora, ya que no podía olvidar quien era el dueño de la misma.

No obstante, no desistí de mi propósito y solicité de la gerencia de la emisora, que se me acreditara y autorizara. En esos trámites andaba, cuando se dio a conocer que el dictador Batista no autorizaba el viaje de los periodistas cubanos, y que por lo tanto, el gobierno no ofrecería garantía alguna a los que pretendiesen burlar la prohibición oficial. Como es natural, eso significaba una amenaza potencial. Y resultaba lógico que aquel régimen procediera así, pues la verdad de la Sierra pondría en peligro los mentirosos partes oficiales del Buró de Prensa del Estado Mayor del Ejército.

Lejos de amilanarme, se hizo entonces más firme mi propósito de hacer el viaje a la Sierra, fuera como fuera. No sabía cómo, ni por dónde, ni con qué medios podría realizarlo, pero estaba decidido. Ya sin autorización de la gerencia de la emisora, planifiqué con dos o tres compañeros un supuesto viaje a New York. Ellos me guardarían las espaldas, como suele decirse, para contrarrestar los rumores que pudieran surgir por mi ausencia luego de conocerse que yo había solicitado autorización oficial para ir a las montañas orientales.

Estoy seguro y esto lo comprobé a mi regreso, que muchos compañeros no creyeron nunca en mi simulado viaje a la urbe neoyorquina. Pero es justo reconocer que todos fueron lo suficientemente discretos como para que algo de esto pudiera llegar a los oídos de los esbirros e informantes, conocidos como "chivatos", que estaban a la caza de los periodistas que pretendieran burlan la orden del tirano.

Algún compañero – Eduardo Corominas o Adolfo Gil, no recuerdo bien – adquirió una diminuta grabadora de pilas de no más de cinco pulgadas de longitud, que grababa en alambre, capaz de llevarse disimuladamente en un bolsillo y destinada a la misión que me había propuesto: entrevistar a Fidel para transmitir sus palabras, en su propia voz, por la emisora de alcance nacional.

Es curioso que los 300 pesos (Entonces equivalente al dólar. N. del E.) se pagaron por el propio ex yerno de Batista, a través de vales cargados a otros gastos menos comprometedores. Meses después, cuando las victorias rebeldes hacían germinar en las mentes de los personeros del régimen la idea de una fuga salvadora, el propio doctor Antonio Pérez Benitoa me dijo, sigilosamente:

– Oye Quintana, no creas que me has engañado. Esos 300 pesos que aparecen ahí, son los de la grabadora que tú llevaste a la Sierra. Pero, no importa, yo sigo ignorándolo….

Preparadas las condiciones partí por avión hacia Santiago de Cuba.

De toda mi familia solo mi esposa y mis hijos, ya jovencitos, sabían la verdad. Y aun conociendo el riesgo que podía correr, pero evaluando mis razones, no trataron de disuadirme. Es un reconocimiento íntimo, que quizás no debiera decirlo, pero que me hace sentir mejor luego de exponerlo.

Solo tenía un posible contacto inmediato: el corresponsal de los noticieros de la emisora en Santiago de Cuba, Carlos Pascual. Éste, periodista de muchos años de ejecutoria profesional, ligado por intereses económicos al gobierno de esa provincia y con amplias relaciones oficiales, no parecía ser el más indicado como enlace con los miembros del Movimiento 26 de Julio, en la capital provincial. Sin embargo tuve fe en él y la confianza, en que si no me servía para mis planes, tampoco me delataría a los "perros de presa" de Chaviano, ni a los "tigres" de (Rolando) Masferrer. Y no me defraudó.

Cuando en su hogar en Santiago de Cuba le hablé clara y llanamente de mis planes y le dije que estaba en sus manos para que me delatara o me pusiera en contacto con el 26, me respondió:

– Haré todo lo posible por complacerte. Por lo pronto, no te muevas de mi casa, ni te dejes ver por persona alguna, ni llames a nadie. Tu presencia podría llamar la atención de la policía. Quédate aquí y espera.

Ante esta situación mentiría si dijera, que en algunos momentos, no sentí cierto miedo de caer en manos de aquellos asesinos con uniforme, deseosos de prestar servicios a la tiranía.

Al día siguiente o a los dos días, no recuerdo exactamente, de aquel encierro voluntario, llegó Carlos y me dijo:

– Vamos, ahí nos espera un auto.

Sin hacer preguntas, confiándome a él, subimos al automóvil y velozmente nos dirigimos a un modesto barrio de la ciudad, no sé cual: a una calle cuyo nombre ignoro y a una casa cuyo número no quise ver y como es natural, nunca pregunté. Alélame presentó a un hombre de rostro franco y serio, vestido como obrero acabado de salir de su taller y le dijo señalándome:

– Este es el compañero de quien te hablé.

No dije una sola palabra y él no me hizo pregunta alguna. Al parecer todo estaba convenido. Solo aquel miembro del 26 de Julio que no volví a ver jamás, ni supe nunca su nombre, me dijo lacónicamente:

– Espere en casa de Carlos que ya pasaremos a buscarlo.

Eso fue todo lo que pasó en aquella entrevista. Regresamos a casa de Carlos, Fueron horas de incertidumbre, de dudas y de inquietud. ¿Vendrían a buscarme? ¿Realmente aquel desconocido pertenecía al Movimiento? Horas de no saber lo que pasaría, ni cuándo ni cómo pasaría… En un momento dado, no recuerdo el día ni la hora, aunque debió ser como mediodía, vinieron a buscarme en un automóvil tres jóvenes a quienes veía por primera vez y cuyos rostros no puedo precisar. Seguramente a ellos les ocurría lo mismo.

– Usted- me dijo el que parecía ser el jefe del grupo- no tiene que hablar nada. Limítese a seguir las instrucciones que le demos, sin discutirlas y sobre todo, esté preparado para todo.

La serenidad, la firmeza, la seguridad en la voz y en sus gestos, creo que me serenó un poco, aunque mantuviera mi decisión de no dar un paso atrás. A las no sé cuantas cuadras, en una calle en cuyo nombre no me fijé, me trasbordaron silenciosamente a otro auto. Otros jóvenes, bien vestidos y de rostro sereno, me recibieron. Seguimos viaje, cambiando de carro dos o tres veces, siempre en lugares distintos y con jóvenes diferentes. Tras ese despistaje previsor, el vehículo se detuvo frente a un elegante palacete del aristocrático barrio santiaguero de Vista Alegre. Allí radicaba un laboratorio que más tarde supe que era propiedad de Santos Buch.

– Cumpla fielmente las instrucciones que le den. Y buena suerte – me dijo como despedida uno de mis acompañantes. Nos despedimos con una sonrisa que yo pretendí que fuese lo más agradable posible.

En la sala de aquella casa, bellamente amueblada, me recibió una compañera rubia, de porte elegante, amable y sonriente, quien después de preguntarnos si insistía en hacer el viaje y recibir de mi parte una respuesta afirmativa, me condujo a un patio interior, donde se movían intensamente 8 o 10 hombres y mujeres, de distintos tipos y edades, entre maletas, botas militares amontonadas en el suelo, cámaras fotográficas y fílmicas, trípodes para estos equipos y no sé cuantas cosas más. Todo presentaba el aspecto general de un orden desordenado. Yo no llevaba equipaje alguno. Solo lo puesto y la grabadora en el bolsillo trasero del pantalón.

De vez en cuando uno de aquellos personajes misteriosos, o algunas de las muchachas que trajinaban por el patio, se perdían por una puerta lateral y regresaban vestidos con ropas distintas. Los hombres como si regresaran del campo o se dispusieran a encaminarse a su trabajo. Nada de sacos o cuellos duros. A mí me correspondió a la vez, el turno para desprenderme de cualquier documento que pudiera identificarme. Todo quedaría allí en depósito. Eran los preparativos iniciales de la aventura en que nos veríamos envueltos, sin presumir el incierto final.

Solo las muchachas, dos o tres, no puedo precisarlo, estoy recordando hechos ocurridos hace más de 30 años, aparecieron mejor vestidas Con blusas y sayas de colores. Pero ambas prendas siempre muy anchas. Las sayas parecían sombrillas recogidas.

Después los acontecimientos se desarrollaron como en una película, siguiendo un guión previamente establecido. No puedo fijar bien los detalles, ni la ruta que seguimos; lo cierto es que dimos algunas vueltas por el barrio, quizás si precedidos por otro auto con compañeros del Movimiento, en plan de vigilancia y custodia. Enfilamos al fin por la carretera hacia Palma Soriano y luego hacia Contramaestre, donde cambiamos de vehículo; ahora era un jeep con capota gris, parabrisas de cristal corrido plano y doble asiento.

El automóvil que dejamos no era evidentemente el vehículo apropiado para los ahora caminos accidentados que debíamos recorrer. Después de un almuerzo frugal, recibimos nuevas instrucciones. El grupo lo integrarían dos "turistas", amantes de aventuras galantes; tres supuestas muchachas "Alegres" de Santiago y un viajante de comercio– yo, por supuesto. De una firma de maquinarias que había viajado ocasionalmente para tratar de hacer algunas ventas en la región. Para hacer ese papel, recibí catálogos y algunas instrucciones de nuestro enlace- el guía del 26 de nombre Ricardo Hernández- que representaba en esa localidad próxima a las estribaciones de la Sierra Maestra, a firmas extranjeras de equipos agrícolas. Pero en el trayecto, antes de realizar el trayecto definitivo hacia nuestro objetivo, por Oro de Guisa, ocurrieron algunos episodios que no debemos silenciar, sobre todo en lo que se refiere a nuestras compañeras de viaje.

No tengo una idea precisa de cuantos hicimos el viaje desde Santiago. Creo recordar que eran: dos periodistas norteamericanos, uno de la UPI y el otro de una cadena de televisión, de ahí las cámaras filmadoras; dos o tres muchachas, todas atractivas, de buen porte, discretas, acostumbradas a solo hablar lo necesario en tales circunstancias; el que esto relata y Ricardo, en funciones de chofer.

Íbamos un poco apretados en el automóvil, no tanto por la cantidad de pasajeros, como el espacio que ocupaban las jóvenes, cuyas sayas se habían extendido tanto, que parecían del modelo que las mujeres llamaban "malacó". Ahora daban la sensación de ser sombrillas abiertas. Al principio no le encontré explicación. Viajar con esas sayas abultadas, más propias para exhibirlas en un salón de baile, me parecía un absurdo. Después, por algunas palabras sueltas, comprendí: esas compañeritas tan sencillas, tan presuntamente ingenuas, tan atractivas, estaban cumpliendo una misión tan riesgosa, para la cual hacía falta poseer tales dotes de valor, coraje, serenidad, que llegué a sentir vergüenza de hacer tan poco, cuando ellas arriesgaban tanto. Y tuve la duda de si yo hubiera sido capaz de hacer lo que ellas realizaban con tanta naturalidad, sin atisbo de afectación y con una tranquilidad que me asombraba.

Lo comprendí en toda su magnitud, cuando al término del viaje, ya en territorio libre, de aquellas sayas de vivos colores, que yo juzgué absurdas, comenzaron a emerger cámaras fotográficas, paquetes de ámpulas, vendajes, algodón, pomos de medicinas, cajas de jeringuillas, toda una farmacia ambulante, que se fijaban al cuerpo con cinta adhesiva. Las cámaras filmadoras mayores y sus trípodes, como me enteré después, iban debajo del vehículo, convenientemente enmascaradas.

Al cruzar frente al cuartel de la Guardia Rural en Palma Soriano, paso obligado para no despertar sospechas, nos interceptaron un sargento y dos soldados. Había que explicar a dónde íbamos y proceder a un registro. Yo no llevaba encima nada comprometedor, ni tampoco los norteamericanos. Pero, ¿ellas?

Uno se serenaba observando sus rostros tranquilos, sin un gesto de temor, esbozando una perenne sonrisa, de nuestras compañeras de viaje. El registró pretendió ser minucioso: levantaron el capó, abrieron el maletero, miraron ligeramente debajo del vehículo, nos hicieron bajar a algunos, inclusive a una de las muchachas, que lo hizo con gran dificultad, simulando tener las piernas dormidas. Al fin nos autorizaron a seguir viaje. Me dio la impresión de que aquel sargento, no quiso correr riesgos registrando demasiado, ante el temor de encontrar lo que no deseaban. Estaban muy cerca de la Sierra y temían siempre un enfrentamiento con los muchachos del 26.

Aquellas jovencitas, que además de la misión que cumplían con tanto riesgo, trayendo útiles y hasta proyectiles para los combatientes y que pertenecían a las familias más respetables y revolucionarias de Santiago, crecieron ante mi admiración, como no soy capaz de expresarlo.

En definitiva, continuamos el viaje en el mismo jeep que abordamos en Contramaestre, conducido aún por Ricardo, gran conocedor de la zona. Camino más adelante, como medida de seguridad, Ricardo se salió de la carretera e introdujo el vehículo por una sabana. Atravesando potreros, abriendo "talanqueras", cortando cercas con alicate, saltando sobre terrenos arados y atravesando riachuelos, avanzamos con las naturales precauciones para evitar un encuentro con los "casquitos" (así se denominaban a los soldados de la tiranía, mayormente tropas bisoñas que por un miserable salario, aceptaban incorporarse, producto de la miseria y la necesidad reinante en el país. N. del E.). Algunos campesinos nos informaban al paso por donde rondaban los soldados y ello nos permitía evadirlos. Estamos seguros que los soldados, dominados por el miedo y desmoralizados, hacían lo mismo, pero por causas bien diferentes.

Al cabo de varias horas, con el jeep dando brincos mortales y amenazando volcarse a cada momento o de rodar por las zanjas, obstáculos que salvaba sin igual pericia el compañero Ricardo, nos topamos inesperadamente con los primeros "rebeldes" Surgieron de pronto de unos matorrales. Muchachos jóvenes, aspirando a ser "barbudos" (Así se denominaban a los guerrilleros más veteranos, integrantes de las diversas columnas, que operaban en las montañas N. del E.) sin haberlo logrado aún (eran los denominados "escopeteros", que mal armados y peor vestidos, operaban en las zonas llanas, esperando su momento para que se les incorporará a una de las columnas guerrilleras. N. del E.). Era la primera vez que veía el glorioso uniforme rebelde y dentro de él, a verdaderos guerrilleros.

Saludos, apretones de manos, abrazos, sonrisas y felicitaciones, porque el viaje se desarrollaba sin encuentros desagradables. No les sorprendimos realmente. Era obvio que ya tenían noticia de nuestro arribo y habían traspasado las líneas fronterizas del territorio libre, para brindarnos protección si fuese necesario.

– Cuando pasen el arroyo – dijo el que parecía ser el jefe del grupo – ya pueden cantar el Himno Nacional. Estarán en territorio libre de Cuba.

Y lo hicimos. No, no es cierto, yo pretendí hacerlo, pero confieso que no pude. Me limité a escucharlo en las voces de nuestras compañeras de viaje. Nunca antes, ni después, he sentido tan hondo el significado de las estrofas escritas por Perucho Figueredo. Y estoy seguro, que nunca más las oiré con la emoción de aquella tarde, subiendo los primeros lomeríos de la Sierra, ya en tierra liberada.

A poco trecho llegamos a la modesta vivienda, coronada por el típico techo de guano, de un campesino que constituía el enlace con el campamento guerrillero. Habíamos rendido la primera etapa, que fuera de los riesgos, no resultó ciertamente la más difícil. En nuestra inexperiencia, ignorábamos que precisamente desde allí comenzaba la caminata que pondría a prueba nuestra voluntad y fuerzas físicas.

Luego de descansar en aquel hogar campesino y dejar allí el cargamento que traían las muchachas- sus sayas "malacó" perdieron rápidamente su abultado volumen– nos dispusimos a iniciar el ascenso a pie. Las jóvenes y el guía, luego de afectuosos saludos y deseos de buen viaje, regresaron a Santiago en el jeep. Los norteamericanos y yo, con un nuevo guía, un niño de apenas unos 14 años, pero con una actitud y valentía increíbles a su edad, comenzamos el ascenso del lomerío, con un sol que recalentaba nuestras espaldas y nos provocaba una sofocación dolorosa.

Cada vez el camino se empinaba más, el trillo más bien, eludiendo las zarzas que se empeñaban en prenderse a nuestras ropas sudorosas. A cada trecho nos veíamos obligados a hacer un alto, sobre todo por mí, ante la mirada comprensiva del muchacho guía, al que no parecía afectarle la fatigosa caminata. Cayendo la tarde nos alentó la esperanza de que podríamos tener un descanso más prolongado y hasta dormir un rato. Vana ilusión. El jovencito guía nos sacó del error:

– Descansen ahora un rato, que tenemos que apresurar el paso y aprovechar la oscuridad de la noche para pasar la cañada que está a tiro de los guardias (Así se denomina en la región oriental a los militares. N. del E.), apostados en una altura próxima. Trataremos de salvarla antes de que amanezca.

Constituyó realmente un tramo difícil que se prolongó varias horas, en continuo ascenso, agarrándonos a veces de los matojos para no rodar al abismo, en medio de una casi total oscuridad y alertados a menudo por la voz previsora del guía:

– Tengan cuidado ahora. Péguense bien al muro de tierra y sujétense de las matas. Afirmen bien los pies, para no resbalar…

Confieso sin rubor que me ocurrió lo que no me había ocurrido nunca: en dos ocasiones- y quizás alguna más- sufrí desmayos y quedé desplomado en el camino por unos minutos. La solícita atención del guía y de los norteamericanos, también terriblemente agotados, me permitió continuar el camino. Para reponer fuerzas, el muchacho nos suministraba de vez en cuando, algunos sorbos de leche condensada, que llevaba en su mochila.

Todavía el sol del nuevo día no asomaba sobre las montañas, aunque la claridad comenzaba a vencer la noche, cuando la voz de alerta del pequeño guía, nos indicó:

– Tenemos que aprovechar esta semi oscuridad para pasar el lugar que les dije, donde están los guardias. Cuando yo les diga, se pegan bien a la pared de tierra y corran hasta doblar la loma. Tienen que apurarse antes que los guardias nos vean.

Y a los pocos metros, exclamó:

– ¡Ahora corran! ¡apúrense, apúrense!

Y así lo hicimos temiendo a cada momento rodar por aquellas laderas, húmedas a causa de una fina llovizna, que había caído durante la madrugada… Apenas habíamos logrado salvar la curva de la colina, y ya protegidos, sonaron varios disparos cuyo eco se perdió en el valle.

– Se dieron cuenta – dijo el niño guía – pero ya pasamos – y sonrió satisfecho.

Minutos después nos tomamos un descanso un poco más prolongado, momento en que el pequeño combatiente, nos hizo una revelación, que no por haber ya ocurrido, dejó de preocuparnos:

– Tengo que decirles que anoche estuvimos perdidos. Era tanta la oscuridad, que perdí el trillo y me desvié del camino. Pero no quise asustarlos y me callé. Ya amaneciendo reconocí el terreno y volví a encontrar el trillo. Pero ya eso pasó.

Le agradecí, yo al menos, su silencio.

En jornadas fatigosas de calor, sofocación, sostenidos solo por la voluntad de llegar, nos fuimos acercando, loma arriba y lentamente, al campamento de Pata de la Mesa. La subida de la empinada Loma de la Vela, creo que así la denominan, es algo para no olvidar. Ya cercano el mediodía avistamos en una especie de valle, abajo, una vivienda algo mayor que las que habíamos visto por el camino.

– Ese es el campamento a donde vamos- nos dijo el guía.

– ¿En cuánto tiempo estaremos allí?- pregunté.

– En menos de una hora- dijo – pero es mucho más fácil. Iremos parte del recorrido en bajada.

Arribamos al fin a nuestro destino. Allí radicaba la comandancia del Che Guevara y fuimos recibidos cordialmente por el entonces capitán Ramiro Valdés Menéndez; el combatiente Joel Iglesias, que convalecía de una grave herida de bala en una pierna; así como un pequeño grupo de rebeldes, que consumía su tiempo dedicado a diversas ocupaciones: en la armería, en la cocina, en los talleres de fabricación de granadas o en el hospitalito.

Expuse a Ramiro Valdés el proyecto de hacerle una entrevista grabada a Fidel y prometió ofrecerme la oportunidad, tan pronto llegara el comandante Guevara, que estaba en operaciones, de facilitarme contactos.

En un ambiente de franca camaradería aproveche esos días iniciales, en visitar la armería, el hospital, así como otros departamentos, y la sección jurídica. Allí tuve el privilegio de presenciar varios juicios, algunos de ellos presididos por el Che.

Como una prueba de la disciplina que imponía el Che y que todos aceptaban porque la presidía un alto espíritu de justicia. Citaré como ejemplo el siguiente caso:

Un jovencito rebelde compareció ante el tribunal. Su falta: la sospecha de haberse apropiado de unos cigarrillos de un compañero. Al principio pretendió negarlo, pero interrogado hábilmente, confesó su falta. La amonestación del jefe guerrillero, plena de razonamientos y consejos, constituyó una sanción más severa y efectiva que la pequeña condena que le fue impuesta. Resultó un saludable ejemplo de justicia revolucionaria para cuantos presenciamos la vista.

Días después llegó al campamento el periodista J.R. González Regueral, representando a la revista Carteles y al semanario humorístico Zigzag. También por esos días se incorporaron a las tropas guerrilleras dos estudiantes: Antonio Llibre que llegó recibir el grado de capitán e integró luego del triunfo revolucionario el Departamento Legal del Ejército Rebelde; y Osvaldo Herrera, quien por su valor y temeridad ganó los grados de capitán, y que luego de ser hecho prisionero y remitido al cuartel de Bayamo, prefirió suicidarse, antes que correr el riesgo de flaquear ante las horribles torturas que le esperaban (parte de este relato se publicó en la revista Bohemia, en un reportaje del compañero Reinaldo Peñalver, en su edición del 3 de enero de 1986. N. del A.).

Semblanza del autor:

Raúl Quintana Pérez nació en Máximo Gómez, provincia de Matanzas, el 10 de junio de 1911 y falleció en La Habana, el 14 de diciembre de 1994. Durante más de 60 años de trayectoria periodística profesional, ha desempeñado cargos de director y jefe de redacción e información en periódicos y revistas de la capital cubana. Ha laborado igualmente en la radio nacional durante muchos años, y sus últimos 20 años de vida, hasta su jubilación, en la emisora internacional de onda corta Radio Habana-Cuba, como redactor, comentarista y jefe de distintos departamentos de idiomas. Se ha destacado en los géneros de entrevistas y reportajes.

Fundador de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y miembro de su Grupo Asesor, así como de la Organización Internacional de Periodistas (OIP). Titular de la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling.

Primer periodista cubano que viajó a la Sierra Maestra (marzo de 1958) al Campamento Pata de la Mesa y a la Radio Rebelde, en Alto de Conrado, donde radicaba la Comandancia de Ernesto Che Guevara.

Ha realizado numerosos viajes al exterior en misiones periodísticas (Venezuela, Puerto Rico, RPD Corea, Bulgaria, antigua URSS y otros).

Coautor de un Ensayo de Iconografía In Memoriam de Eduardo Chibás.

Premio del Concurso 25 Años de la Revista Verde Olivo.

 

 

Autor:

Raúl Quintana Pérez

Partes: 1, 2, 3
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