Resumen
En el presente trabajo se analizó de forma detallada el antecedente y desarrollo actual del lo que representa el turismo comunitario en el Ecuador. Se detalló su influencia social y económica entre los grupos que históricamente han sido los menos favorecidos. Cabe señalar que uno de los objetivos del Estado y la Comunidad es la conservación de la naturaleza y su entorno. Se analizó la relevancia de los distintos factores a través de su efecto en las comunidades, de esta forma a cada comunidad servirá de pretexto para analizar uno a uno los factores que entendemos explican el desarrollo y la sostenibilidad social del turismo comunitario. Cada comunidad ejemplifica la relevancia de un factor, entendiendo que los demás factores también ejercen su influencia sobre ella, asunto sobre el que no será posible detenerse de forma explícita.
Finalmente, se reflexiona tanto sobre el futuro del turismo comunitario en Ecuador, como sobre la oportunidad y retos de la aproximación analítica que aquí se propone
. Palabras claves: Agroturismo. Ecoturismo. Turismo comunitario. Sostenibilidad. Sustentabilidad. Ecuador.
Introducción
Aunque el turismo en Ecuador inicia su desarrollo moderno en los años 50 del siglo XX, es principalmente en las tres últimas décadas, en que empieza a consolidarse como actividad económica y socio-cultural de importancia. En el campo político, la creación de una instancia gubernamental —el actual Ministerio de Turismo— surge tan sólo hace
14 años (agosto 1992, MINTUR).
Hoy, el turismo representa para Ecuador la tercera actividad en importancia económica, luego del petróleo y el banano (sin considerar los ingresos de las remesas de los emigrantes). Implica un promedio de 700.000 visitantes extranjeros por año y alrededor de 800 millones de dólares que ingresan al país por este concepto (MINTUR, 2006).
Efectivamente, significa el 4.4% del PIB, lo que lo coloca como uno de los principales sectores productivos del país. Por cada dólar que se genera en la economía nacional, 10 centavos corresponden al turismo. Por otro lado, un incremento de un dólar en la demanda turística, genera el crecimiento de la producción (PIB) en 2,75 dólares, lo cual es un indicador significativo de su efecto multiplicador (MINTUR, 2006).
Hay que señalar que el turismo –bajo ciertas modalidades de operación– tiene condiciones excepcionales para proyectar su desarrollo, al ser Ecuador considerado como uno de los 12 países megadiversos del mundo, poseedor de una de las mayores diversidades de ecosistemas y culturas vivas en un territorio relativamente pequeño, con buenas condiciones de conectividad interna y ubicado estratégicamente. De hecho, algunos especialistas afirman que Ecuador es el país más biodiverso del mundo por Km2, el 11% de la biodiversidad del planeta está en Ecuador. Solamente Mindo, en sus
27 mil hectáreas tiene 450 especies de aves, esto es mayor que lo que tiene EEUU y
Europa juntos (MAE, 2005). Los especialistas en observación de aves (bird watching) han identificado en Ecuador dos de los diez sitios con mayor variedad de especies de avifauna en el mundo, específicamente en Podocarpus y en Mindo (MINTUR, 2005).
El turismo por otra parte, en una economía como la ecuatoriana, altamente dependiente de los ingresos del petróleo, es considerado como una actividad generadora de empleo y de redistribución de la riqueza, integradora y complementaria con múltiples actividades.
Por cada empleo directo que se genera en turismo se crean entre 3 y 6 puestos de empleo indirecto. De hecho, el turismo se constituye así en una estrategia relevante para la superación de la pobreza y el desarrollo sostenible del país (MINTUR, 2002).
En este contexto, por un lado se ha desarrollado el sector tradicional del turismo, integrado por servicios como hotelería, restaurantes, operadoras turísticas, transporte comercial y turístico, infraestructura de turismo; mientras, por otro lado, las comunidades indígenas y rurales empezaron lentamente durante las tres últimas décadas del siglo XX a plantearse también la relación con la actividad turística, acuñando una propuesta propia que se denomina turismo comunitario.
Así, podemos decir que el turismo comunitario se desarrolla a partir de los años 80, "paralelamente" a la industria turística convencional, llegando a ser un sector creciente e importante para no menos de 100 comunidades indígenas y campesinas —unas 3.000 familias— . Esta actividad, por lo tanto, beneficia directa e indirectamente a no menos de 15.000 personas del sector rural ecuatoriano (FEPTCE, 2006).
Tomando en cuenta que la industria turística exhibe indicadores de 58 mil personas con empleo directo —1.5% de la PEA ecuatoriana— (MINTUR, 2002), su peso es relativamente significativo. De hecho, ya en 1993, The Ecotourism Society señalaba que más comunidades indígenas y locales del Ecuador están manejando productos ecoturísticos que en ningún otro país del mundo, posicionándole al Ecuador como líder mundial en ecoturismo comunitario (en MINTUR, 1993:2).
¿Cómo se explica este surgimiento —"en paralelo" a la empresa turística— de una modalidad operada por las propias comunidades, con una fuerza y un peso específico que convierten a Ecuador en un país pionero de esta forma de turismo? Es lo que vamos a tratar de responder a continuación, a través de un recorrido histórico.
Desarrollo
El turismo comunitario se está consolidando como estrategia de desarrollo y objeto de investigación científica. El creciente número de artículos recogidos en las revistas más prestigiosas dedicadas monográficamente a la investigación turística (Annals of tourism research, Tourism Management y Journal of Sustanaible Tourism), y asimismo publicaciones institucionales como Directrices para el desarrollo del turismo comunitario de la WWF Internacional (2001) o el documento de la Organización Mundial del Turismo (2006) titulado Turismo y atenuación de la pobreza: recomendaciones para la acción, nos sitúan ante un fenómeno emergente que precisa de atención especializada. Por otra parte, y como hecho más importante, el turismo comunitario se ha convertido en muchos países en una estrategia de desarrollo local desde abajo, protagonizada por comunidades que habían sido tradicionalmente objetos de desarrollo antes que sujetos del mismo. Ecuador es buena muestra de ello.
El turismo comunitario es una forma de gestión del turismo que aúna tres perspectivas fundamentales: una sensibilidad especial con el entorno natural y las particularidades culturales, la búsqueda de sostenibilidad integral (social y natural), y el control efectivo del negocio turístico por parte de las comunidades. Se trata, pues, de un modo de implementar el turismo que persigue equilibrar las dimensiones medioambientales y las culturales, con la particularidad de una gestión y organización anclada en las comunidades. En la actualidad todo negocio turístico afirmará una actitud sensible con el medio y la cultura, por eso la organización y gestión comunitarias se convierten en el verdadero elemento distintivo del turismo comunitario.
No obstante, no podemos olvidar que, igualmente, el turismo comunitario parte de una premisa con respecto al consumidor: la especial disposición del turista que opta por este modelo turístico. El Turismo comunitario es en los actuales momentos, una "marca internacional" y un elemento de creciente interés en la oferta y demanda turística de los países del "sur", tanto es así que existen diversidad de experiencias de turismo comunitario en Asia, en África y especialmente en América Latina. Pero no sólo en las zonas emergentes del mundo, también se está experimentando un desarrollo creciente del turismo comunitario en Canadá, Australia, Estados Unidos y Nueva Zelanda. En nuestro sub-continente, desde México hasta Bolivia, pasando por Centroamérica y los países andinos, e incluso Argentina, encontramos tanto experiencias locales como Federaciones Nacionales y redes que agrupan dichas iniciativas y trazan su propio camino en el mundo del turismo.
Dentro de América Latina, se suele señalar al Ecuador como el país pionero, por el peso cuantitativo y cualitativo de sus experiencias de turismo comunitario. Así, desde los años ochenta, el turismo comunitario se ha convertido en Ecuador en una actividad estratégica para muchas comunidades ya que actúa como catalizador de diferentes procesos:
(1) La promoción socioeconómica de comunidades en situación muy vulnerable desde los puntos de vista social, económico y cultural, constituyendo un motor estratégico para el desarrollo local de las mismas.
(2) El encuentro cultural a través del turismo, en tanto en cuanto no sólo potencia las identidades culturales indígenas, sino el contacto intercultural en contextos menos asimétricos que los habituales en la práctica turística.
(3) El desarrollo de actividades económicas sustentables desde el punto de vista ambiental habida cuenta que este tipo de turismo tiene en la naturaleza a uno de sus principales pilares de atracción.
(4) La apertura de posibilidades de autogestión y desarrollo endógeno de las comunidades (indígenas o mestizas) en virtud de los índices de participación, acción y control comunitario que promociona esta actividad.
De esta forma, el turismo comunitario se convierte en un campo estratégico de desarrollo social, económico y cultural, que parece encarar con éxito varias de las más acuciantes expectativas del mundo actual. Por un lado, es una alternativa complementaria a los modelos clásicos de desarrollo hegemónico, por otro, cataliza la búsqueda de actividades económicas compatibles con la conservación ambiental, y aun supone una exploración consistente de condiciones más equilibradas para el encuentro cultural.
Sin embargo el turismo comunitario no es una etiqueta que encierre un dominio conceptual claro, sobre todo a nivel analítico.
El principal problema para clarificar esta forma de gestión turística viene de la propia nomenclatura a utilizar y del reconocimiento de ésta en la literatura especializada. No existe una referencia uniforme a este sector turístico. Por el contrario, encontramos un conjunto de términos asociados
—ecoturismo, etnoturismo, turismo étnico, turismo indígena…—, tras los que se esconden discursos muy distintos. En este punto conviene tener presente que el elemento definitorio del turismo comunitario no es tanto su objeto como actividad turística, sino la forma de organizar esa actividad. Es presumible que venga de aquí gran parte de la confusión terminológica ya que se están confundiendo productos turísticos (la naturaleza, la cultura, los pueblos indígenas) con formas de organización de la actividad turística. Aunque es evidente que el consumo de ciertos objetos se ve mejorado por la propia organización de la actividad, no podemos confundir el mero ecoturismo o el propio turismo étnico con una actividad ecoturística o de turismo cultural organizada por una comunidad.
En este sentido lo que hay que diferenciar claramente es la organización empresarial de la organización comunitaria. Cierto que esta frontera tampoco marca límites inequívocos, pero al menos clarifica el ámbito específico del turismo comunitario, remarcando el modelo organizativo frente al uso de productos turísticos como elementos distintivos. Podemos afirmar que toda la cadena turística se "contagia" con lo comunitario: la oferta con su sello, la demanda predispuesta a la "autenticidad", la calidad de los servicios, una forma específica de intermediar… Desde el turismo comunitario se pueden desarrollar cualquiera de los productos turísticos al uso, la particularidad reside en el modelo organizativo de la propia actividad turística. La gestión y la organización autónoma son las que propician el desarrollo social, cultural y económico de las comunidades.
Por todo ello, la clave conceptual para comprender el turismo comunitario estaría orientada hacia el propio concepto de "comunidad". No significa esto que la dimensión de mercado quede fuera de interés. Sino más bien que en el caso del turismo comunitario la atención lógica al mercado –como contexto en el que tendrá lugar la actividad en sí– deberá complementarse a igual nivel con una rigurosa atención hacia el distintivo de este modo de operación turística: la comunidad y sus formas organizativas.
¿Qué concepto de comunidad sería operativo para comprender el turismo comunitario?
Desde Occidente es habitual encontrar estudios que entienden a la comunidad, principalmente, como un contexto simbólico apoyado en discursos y prácticas de identificación colectiva. Al ocuparnos del turismo comunitario conviene tener muy presente que la comunidad en Ecuador también tiene una acusada dimensión histórica, jurídica, normativa, socio-organizativa y de gestión de recursos. La comunidad, al mismo tiempo que un ámbito simbólico, es una estructura de funcionamiento que implica una organización y un marco de liderazgos y relaciones de poder, amén de una fuerte adscripción territorial. Por tanto debe aprehenderse como un contexto simbólico organizativo inextricable. Esta es su fortaleza para encarar con garantías los requerimientos de dedicación, intensidad, estacionalidad, irregularidad, y recompensas del negocio turístico que patrocina.
Si la comunidad funciona bien subsume eficazmente los requerimientos del negocio turístico; es más podríamos afirmar que adapta el negocio a sus propias formas organizativas. No es de extrañar que algunos casos específicos nos hagan pensar que la organización comunitaria pudiera superar a la propia organización empresarial en cuanto a su eficacia y eficiencia. Pero al mismo tiempo, la estructura comunitaria (que pretende un sistema equilibrado, a veces igualitario, rotativo en las tareas…) puede constituir un contexto de mayor lentitud y complejidad para la competitividad que impone el mercado (nivel de servicios, calidad, prestaciones…).
En este sentido el Turismo Comunitario se entendería mejor desde la economía social y las economías populares (formas organizativas) que desde el sector turístico tal cual (objeto de la actividad), ya que su elemento definitorio es su organización comunitaria.
No obstante, el turismo comunitario presenta una cierta ventaja en cuanto a la venta de sus productos. Si bien sus productos son tan variados como el propio mercado turístico (naturaleza, arqueología, la propia comunidad –vivencias–, la cultura de forma general…) para algunos sectores del mercado el acceso a esos productos adquiere un plus si son ofertados desde sus depositarios. Es más, la fuerza de lo comunitario, para el caso del Ecuador y otros países andinos, reside en factores extra-turismo, que no son otros que la vitalidad de culturas ancestrales, asentadas en espacios de enorme diversidad natural, con lenguas, visiones, sociedades y conocimientos diferentes que colocan parte de todo ello en la llamada "industria de las experiencias": el turismo. Así ecoturismo y etnoturismo adquieren una dimensión muy especial si se consumen desde el turismo comunitario, lo que coloca a este subsector turístico en una situación potencialmente privilegiada dentro del propio mercado. De ahí la aparición de ciertos recelos por parte de los operadores turísticos y la resistencia a que se conforme un ámbito de exclusividad dentro de la actividad amparada en criterios que van más allá del mercado: derechos de los pueblos indígenas, políticas de discriminación positiva, exenciones fiscales…
Es aquí donde el papel regulador del Estado y la reivindicación de las organizaciones del turismo comunitario adquieren razón de ser. Desde el punto de vista legal y normativo, el turismo comunitario en Ecuador arrastra varias rémoras que es necesario tener en cuenta. Es la ley de turismo de 2002 la que reconoce las operaciones turísticas comunitarias y asimismo a la Federación Plurinacional de Turismo Comunitario del
Ecuador (FEPTCE) como su interlocutor colectivo. Pero en esta ley no está clara la definición de este tipo de actividad. En 2006, y tras un periodo de abierto conflicto, el ministerio y la FEPTCE llegan a un acuerdo para que esta organización tenga un papel protagonista en la regulación y definición del turismo comunitario (concretamente para el reconocimiento de actividades turísticas comunitarias). No obstante estos acuerdos han abierto un divorcio-conflicto entre la operación comunitaria y la operación turística privada, ya que por parte de los empresarios turísticos puede entenderse que se está asistiendo a una regulación del mercado turístico que los discrimina frente a las operaciones comunitarias, en definitiva a una competencia desleal.
Con todas estas consideraciones en mente hemos de asumir que la comprensión del turismo comunitario debe situarse a caballo entre el análisis turístico y el estudio de las comunidades que lo implementan. El turismo comunitario forma parte de una estrategia de desarrollo local a través de la actividad turística. Desde esta perspectiva ¿qué efectos persigue?
(a) Mejora de la calidad de vida (el buen vivir según la propuesta indígena).
Desde los organismos internacionales como la Organización Mundial del Turismo o la Organización Internacional del Trabajo el turismo comunitario se asocia a los programas de lucha contra la pobreza. Desde el turismo comunitario se procura un efecto positivo sobre el conjunto de la comunidad; así los beneficios deben repercutir sobre el conjunto de sus miembros, aunque al mismo tiempo considere recompensas desiguales en virtud del distinto grado de participación de los mismos en el negocio turístico. En este mismo sentido, también se entiende que el turismo comunitario es una forma de frenar la emigración desde las comunidades. Se trata, por tanto, de una estrategia socio-económica de desarrollo comunitario que elevando el nivel de vida general frene las tendencias migratorias.
(b) Mejora medioambiental. La sistemática vinculación del turismo comunitario con el ecoturismo y de manera general con la naturaleza como objeto turístico, hace que a nivel comunitario el negocio turístico implique una práctica de conservación ambiental. No se ha hallado mejor excusa para transformar las prácticas ambientales negativas que hacer al medioambiente objeto del mercado. Junto a este proceso se recuperan formas de relación tradicional que, coincidentes con las políticas ambientales internacionales, vienen a hacer aún más consistente la protección ambiental.
(c) Defensa de las minorías étnicas. Para las asociaciones y organizaciones indígenas, también para muchas comunidades, el turismo comunitario tiene una marcada dimensión política ya que se convierte en un medio de reivindicación y autogestión sobre territorios y recursos. En Ecuador, en estos momentos, la operación turística comunitaria es un campo de presencia indígena en la política nacional (también en el mercado turístico): a través de él los indígenas no sólo reclaman su lugar en el Estado sino también en el
Mercado. Esta misma actitud se extiende a las comunidades campesinas que no forman parte de las nacionalidades y pueblos indígenas ecuatorianos.
Estos tres niveles de impacto del turismo comunitario –sin perjuicio de que pudieran señalarse alguno más– nos deben hacer pensar en un fenómeno acusadamente multidimensional y que rompe los moldes de las formas disciplinarias más clásicas de abordar fenómenos sociales, transformaciones culturales o sectores económicos. El turismo comunitario no sólo produce una cierta incertidumbre enfocado desde la óptica del mercado ya que cuestiona algunas de sus premisas al tiempo que se muestra envidiable en el desempeño de otras; sino que a nivel propiamente comunitario presenta un perfil acusadamente dialógico, con tendencias que al mismo tiempo son complementarias, antagónicas y concurrentes.
Al interior de las comunidades, el turismo comunitario propicia una nueva visión del medio ambiente, que en muchos casos implica paradójicamente una recuperación de formas de representación tradicional de la naturaleza que se encontraban en franca crisis. También se documentan revitalizaciones de la cultura propia, y aproximaciones novedosas a culturas ajenas (la de los turistas); todo ello se imbrica con procesos de incremento de la autoestima y reivindicación política de la identidad. Resulta revelador el fortalecimiento de la organización comunitaria (en creciente crisis y fuertemente debilitada por la influencia de formas económico-sociales dominantes desde la modernidad y el mercado) al desarrollarse un nuevo contexto en el que practicarla; contexto que además reporta interesantes beneficios a los individuos y sus comunidades. Asimismo, se produce en la mayoría de los casos una recuperación de ciertas actividades tradicionales (agrarias, ganaderas, artesanales, gastronómicas).
El turismo comunitario no viene a sustituirlas, sino que antes bien las convierte –además– en recursos turísticos (agroecología por ejemplo), lo cual redunda en la sensibilidad y sostenibilidad ambiental. No se trata de hacer depender a las comunidades de una nueva actividad que anule a las demás, sino que debe complementarse con estas. En ese complemento reside el aumento del nivel y la calidad de la vida a los ojos del exterior y del interior de las comunidades. Pero no podemos olvidar que el turismo también puede conllevar la antítesis de todos y cada uno de los procesos a los que nos hemos referido.
A la hora de analizar la dimensión económica del turismo comunitario hay que ser prudentes y contextualizar apropiadamente las reflexiones. No parece razonable insertar los resultados económicos de esta forma de operación turística en los análisis macroeconómicos al uso. Hay que tener siempre muy presente el contexto que supone el funcionamiento económico de la comunidad, marcado por una visión de integralidad, es en este ámbito en el que adquiere realmente sentido, significación y relevancia explicativa. Ni siquiera parece lógico que las cifras de turistas comunitarios se fundan tal cual con las cifras generales. En este sentido hemos de tener muy presente que por definición, el turismo comunitario complementa, no subsume, el funcionamiento económico de la comunidad. Su funcionamiento no se basa en el empleo por cuenta ajena, y en mayor o menor grado, según los casos, debe generar beneficios tangibles para el conjunto de la comunidad; además la minga y otras formas de trabajo colectivo sirven de base y referente tanto para la organización como para la generación y mantenimiento de las infraestructuras turísticas (que no sólo se utilizan para fines turísticos). No basta por tanto con un análisis estrictamente al uso y sectorial, lineal de amortizaciones, inversiones, rentabilidades, etc., sino que todo el efecto económico de esta actividad hay que contextualizarlo tanto en la lógica de mercado como en la lógica de las relaciones de intercambio y reciprocidad comunitarias. Una vez más, el análisis económico nos obliga a entender la diferente racionalidad de la economía y las relaciones sociales de las comunidades de Ecuador, más allá de los tradicionales conceptos económicos de occidente.
En tanto que fenómeno multidimensional, dialógico, y como vemos ahora híbrido, el estudio del turismo comunitario debe desarrollarse de forma empírica. La comunidad es el contexto en el que toda esta maraña de influencias e impactos tiene lugar. Por eso es muy importante el análisis del uso privado-colectivo de los beneficios, de la organización del trabajo, de las formas en que la comunidad se presenta al turista, de las pautas de consumo… Esta necesidad de empirismo nos recomienda acercarnos al turismo comunitario sin planteamientos excesivamente preconfigurados, debemos estar abiertos a las contradicciones y las sorpresas. Así, paradójicamente, podemos encontrar que el mercado, al penetrar en la comunidad vía turismo comunitario (quizá lo hace ya mediante otra fórmula de turismo, así como por otras vías no turísticas) activa las identidades étnicas. Esto puede ser entendido como un impacto positivo, al lado de otros netamente negativos provocados también desde mercado. El mercado debe ser tomado como un factor de influencia muy compleja y de valoración contradictoria; la lectura que hagamos no puede tener sólo un cariz.
El turismo comunitario puede estar suponiendo una forma de ser en la globalización sin quizá caer absolutamente inerme ante ella, de ahí que constituya una buena atalaya para analizar y reflexionar de forma más general sobre la trayectoria de las comunidades, situadas entre el Mercado y el Estado. No hay que olvidar además, que la habilidad y capacidad de inserción selectiva de las comunidades en el Mercado y el Estado, ha sido ya documentada como una de las claves de su resistencia, recreación y vitalidad históricas.
Conclusión
Toda investigación social es una investigación incompleta. Ésta naturalmente también. Y sin embargo, tres hechos (la interdisciplinariedad, la variada casuística analizada y la fecunda reflexión grupal) nos alientan a plasmar algunas conclusiones que arrojen luz no ya sobre el turismo comunitario en Ecuador, sino que sugieran formas de alumbrar semejantes fenómenos sociales en otros países latinoamericanos y aun en otros continentes.
Centrarse en ciertos factores analíticos una vez aparecen en el trabajo de campo –y no como hipótesis previas– es una estrategia investigadora, como lo es priorizar la observación participante y la convivencia de los investigadores en las comunidades o la mirada interdisciplinar. En este sentido estas últimas letras son una invitación a compartir nuestras perspectivas de comprensión del hecho turístico comunitario que, creemos, arroja algunas pistas notables a la vez que abre interesantes vías para proseguir estudiando un campo aún poco labrado por las ciencias sociales. Pensamos que los resultados de nuestra investigación serán útiles para la toma de decisiones de instituciones, agencias y organismos con capacidad para influir en el sector. Y asimismo estamos persuadidos de la necesidad de seguir trabajando en la operativización y modelización de los resultados aquí presentados.
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Autor:
Ing. Jhonny Macías Rodríguez
Consultor Turístico