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La formación sacerdotal

Enviado por Diego Bustamante


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. La base de la formación sacerdotal en la Iglesia: la familia
  3. Discernimiento de los candidatos al sacerdocio
  4. Conclusión
  5. Bibliografía consultada

Introducción

Desde sus inicios el ser humano tiene un llamado a existir, de tal manera le influye, provocando en él un deseo de realizarse en la historia. No es sólo una pulsión, la realización de la persona no es una moción instintiva de tipo biológico, peor aún de tipo pragmático: "porque hay que hacer algo en la vida". En el origen de las cosas, la vocación tiene un emisor: Dios mismo, pues el hombre es su imagen, de ahí el sentido de la complementariedad. La vocación al servicio de la Iglesia la tenemos todos los bautizados, y en la comunidad se dan las sucesivas realizaciones humanas, en un ambiente de caridad y esperanza. El sacerdote como ministro es el servidor de los bautizados, por lo mismo comparte una obligación grave: ser presencia de Cristo en el mundo. Todos los ministerios de la Iglesia son de servicio, por ello no se trata de una escala social de superioridad o inferioridad ante los enfoques en exceso altruistas, ante posiciones de la época pesimistas frente al sacerdocio ministerial o lo relacionado con las Sagradas Órdenes. Es la vivencia auténtica de la vocación recibida. Por ello abordar el tema de la formación sacerdotal, es un tema justificable en toda su esencia, sus connotaciones características lo impulsan hacia una comunidad que es la Iglesia, de la cual formamos parte los bautizados.

"Los presbíteros, tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los mismos en las cosas que miran a Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, viven con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor, Jesús, Hijo de Dios, hombre enviado a los hombres por el Padre, vivió entre nosotros y quiso asemejarse en todo a sus hermanos, fuera del pecado (…)"[1].

En este breve estudio, intento indagar sobre aspectos quizá ya conocidos, otros no tanto; acotando criterios para una mayor reflexión, antes que algo meramente informativo. Presento tres capítulos en los cuales destaco elementos, desde mi óptica, interesantes. En el primero, hablo del sacerdocio en relación con el entorno más propio: la familia, su evolución en la historia y sus características. El segundo trata sobre definiciones de las órdenes sagradas, cuyo objetivo es dar más fuerza a la legislación eclesiástica, destacando el entorno vocacional como los seminarios y el perfil del formador. Finalmente, el tercero, explica algunos criterios de discernimiento del candidato al sacerdocio. Estas apreciaciones son válidas a nivel diocesano como en los IVC, he procurado mantener preeminencia en el ámbito del CIC, motivo de este trabajo, todavía escueto, pero enriquecedor.

CAPITULO 1:

La base de la formación sacerdotal en la Iglesia: la familia

A partir de los inicios de las primeras comunidades primitivas en la Iglesia, se iba instaurando la continuidad y la sucesión apostólica desde los albores del cristianismo. Permanencia llena de profundas connotaciones mesiánicas, un mensaje inagotable a la premura del tiempo y las vicisitudes de la historia. Hablamos de quienes ejercen las órdenes sagradas, en fidelidad a Cristo, en constancia evidente del Evangelio: los diáconos y sacerdotes.

La Iglesia tiene como premisa mayor la formación sacerdotal como una necesidad apremiante, por medio de los vacacionados el mensaje de Cristo tiene vigencia en el ayer, hoy y después de las generaciones. En el seno de la familia se promueve y anima el deseo de servicio de los futuros pastores de la comunidad eclesial, en referencia a esto, afirma el Decreto Optatam Totius, sobre la formación sacerdotal, dice:

"Es deber de fomentar las vocaciones (…) sobre todo, a esto las familias, que llenas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, son como el primer seminario, y las parroquias de cuya vida fecunda participan los mismos adolescentes"[2]

Como indica el documento, el pivote del asunto vocacional no deriva tanto en las acciones posteriores de la etapa juvenil, radica mas en el modelo de vida cristiana observada por los llamados a ese estilo de vocación, en ese momento trascendental. La familia como núcleo de la vivencia de la fe influencia en modo decisivo en el niño.

El CIC por su parte informa una realidad similar, ya como un imperativo con fuerza de ley, un aspecto obligante de todos los fieles cristianos y la familia, referido con el mencionado fomento vocacional:

"233 § 1.    Incumbe a toda la comunidad cristiana el deber de fomentar las vocaciones, para que se provea suficientemente a las necesidades del ministerio sagrado en la Iglesia entera; especialmente, este deber obliga a las familias cristianas, a los educadores y de manera peculiar a los sacerdotes, sobre todo a los párrocos. Los Obispos diocesanos, a quienes corresponde en grado sumo cuidar de que se promuevan vocaciones, instruyan al pueblo que les está encomendado sobre la grandeza del ministerio sagrado y la necesidad de ministros en la Iglesia, promuevan y sostengan iniciativas para fomentar las vocaciones, sobre todo por medio de las obras que ya existen con esta finalidad"[3].

La exhortación apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II, indica: "En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la "familia humana" y en la "familia de Dios", que es la Iglesia" (Familiaris Consortio número 17, 1981). En el presente concepto algunos elementos interesantes: las relaciones interpersonales, como una necesidad del ser humano para relacionarse, el hombre es un ser sociable. La familia es el primer actor de las relaciones, según la psicología, porque configura al niño desde una edad temprana, y posteriormente, su personalidad. En esa sintonía, distinguimos al sacerdocio fundarse en el amor de su hogar, el espacio más propio del hombre, y por lo tanto insoslayable. Pero no debemos idealizar el concepto como una realidad generalizada, como afirma el mismo Juan Pablo II, la familia es víctima de aspectos externos alienantes de su esencia y dignidad, sometiéndose a la vorágine de las ideologías, solo unos cuantos son capaces de perseverar en la llamada cristiana, sin que ello signifique un juicio de valor, sino una característica favorable al futuro servidor del Altar.

"La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales"[4].

La familia, es la unión de personas integradas por lazos de parentesco, consanguinidad, asociación afectiva, unida por aspectos sociales (matrimonio o filiación), en su seno se educa a los hijos. El concepto familia, siempre ha sido discutido, debido a la presencia de numerosos grupos sociales, muchos de ellos no se adaptan al concepto dado por otros, porque se creen en desventaja. La familia se encuentra presente en todos los estamentos de la vida social, de los estados o naciones, permanece en convivencia, bajo las directrices de los jefes de hogar. La familia en toda su estructura, es la base del desarrollo social de los pueblos y estados, genera ciudadanos, quienes influyen directamente en la construcción de una civilización nueva.

BREVES DE LA EVOLUCIÓN HISTORICA DE LA FAMILIA

La familia, además, ha tenido una evolución histórica. Desde tiempos inmemoriales, la familia es comunidad. En el siglo XVI, después de la reforma protestante, unida al secularismo del siglo de las luces y posteriores eras; dejó de ser observada en toda su magnitud, para ser abordada simplemente en el derecho civil, compromiso legal del que todos debían forma parte si querían contraer matrimonio, con derecho a posesiones y demás bienes de su estado jurídico. En la revolución industrial y las tecnologías, se comprendía a la familia como sociedad que asegura la supervivencia material (mercantilismo) de la prole y no necesariamente un espacio para la formación en los valores familiares, sino de producción; fruto de ello, más adelante, habrán manifestaciones en defensa del trabajo y posteriores revoluciones. Sin embargo, a pesar de toda la diversidad de pensamiento ante el concepto familia, destacamos las acepciones concretas y plausibles, en su mayoría propugnadas por la fe cristiana católica, defensora incesante de la familia, profundiza en su génesis valores auténticos y antropológicos inalienables.

Hoy en día, asistimos a una familia de economía de mercado, acuciada por el consumismo, capitalismo, globalización y demás factores exógenos, destructores de la esencia de la sociedad en desarrollo. En la era moderna, se ha visto afectada por la migración, hogares disfuncionales, desempleo, entre otros. La familia sigue siendo la unidad básica de la organización social, ha variado bastante respecto de la familia tradicional, en cuanto a funciones, composición, ciclo de vida, y roles de los padres. Frecuentemente se encuentra sometida a grandes avatares, sobretodo de orden social, racial, incluso persecución. Ante este abandono algunos estados han elaborado leyes para la defensa de la familia; a nivel público y privado existen instituciones que brindan su apoyo a los hogares, destacando ante todo las no gubernamentales.

RESPUESTA ADECUADA DEL CRISTIANO

Los aspectos nombrados se relacionan claramente con la preocupación de Juan Pablo II, sobre los espabilazos de los tiempos contemporáneos en el seno del hogar. El joven adquiere de su prole una herencia religiosa, lo que le invita a vivir con claridad su vocación, sea en el matrimonio, vida consagrada, o su vida de soltero. El problema de nuestra sociedad a nivel antropológico es una crisis de familia, un sinsentido de la vida caracterizado por un tropel confuso de conceptos, ideas y definiciones, esa evidencia crea la inestabilidad no solo de los jóvenes, sino de la familia misma, no sabe qué rumbo continuar, de ahí la necesidad de replantearse y ponerse en la dinámica de acoger a la familia en la Iglesia, recordándole su compromiso en las sociedades. La sociedad es la expresión de la familia, no es un apartado, es el inequívoco basamento del progreso moral de la humanidad.

Lo diáfano del mensaje cristiano, es la vivencia en la comunidad; en esa tonalidad, es la Iglesia, comunidad de hermanos quien promueve desde su riqueza espiritual y diversidad de dones el compromiso de la imitación de Cristo. Es decir, asimilar el mensaje de Jesús implica evidenciar en la vida, lo que se dice en la palabra, como sucesivas revelaciones, cuyo manantial surge de la autenticidad del testimonio de sus miembros. Evidentemente, no afirmamos que esa fuerza es solo humana, o se origina con el solo esfuerzo de la comunidad; si no se manifiesta como realidad encarnada en el seno familiar. Significa vivir con autenticidad la vocación cristiana, sin temor a ser reprobado por la sociedad, por los medios, etc.; en eso consiste la verdadera revolución de Cristo, vivir con trascendentalidad la caridad, y el amor siempre será cuestionado en la historia, porque ello implica una denuncia constante del mal, representado en odio y el rencor a los hermanos.

Los demás actores sociales de la vida de fe, como la escuela católica (en todas sus acepciones y estructuras) están convocados a enriquecer ese manantial familiar, ello implica una identidad cristiana para no confundir el mensaje con los esnobismos de la cultura, paradójicamente, es la dificultad fehaciente en la actualidad, donde se confunde a Cristo, con meros valores, cuyas expresiones se relegan a una simple asignatura de la malla curricular, pero a veces se da a comprender no ser un eje transversal.

Retomando la OT del Vaticano II, es deber de toda la comunidad de fieles, fomentar las vocaciones, "que debe procurarlo con una vida totalmente cristiana" (OT, 2). El vigor de la misión de la Iglesia, consiste en una vida autentica del mensaje de Jesús, donde interviene: la familia, la escuela, y el obispo en la diócesis; esto trasciende límites geográficos y nacionalismos, lo católico (universalidad) en su esencia no cambia, los principios de caridad son los mismos. Dentro de este tema, queremos destacar las definiciones de la familia, para luego centrarnos en aspectos centrales del Derecho Canónico, queriendo con ello poner una base en la familia para destacar aspectos de orden jurídico.

CONCEPTUALIZACIÓN DE LA FAMILIA POR CARACTEREOLOGÍA

  • a) La familia es monogámica: La familia es también la comunidad de los padres y de los hijos. Los lazos de sangre que unen a los padres y a los hijos fundan las inclinaciones y los impulsos dentro de la comunidad familiar que no dejan ninguna duda sobre las leyes fundamentales de su constitución por derecho natural. Entendiendo por derecho natural, las mociones propias del ser humano; lo propio en su esencia de ser persona. Desde esta apreciación, la pareja está llamada a ser una sola, a buscar el respeto y la valoración del uno al otro, en un ágape (amor) auténtico. No todos los pensadores se inclinan por esta concepción, figuras como Engels, defienden la poligamia, distingue a la familia encausada hacia la promiscuidad, se opone frontalmente al pensamiento católico religioso. Para Engels, el origen de la familia no es la monogamia, porque todos los seres humanos son similares en todo a los animales, hasta en su naturaleza; empero, el ser humano no es animal irracional, su razón le hace determinar sus acciones, actuar en conciencia y no mero instinto. Entre los defensores de la familia poligámica, se encuentra Engels, opuesto a la teoría monogámica. En sus concepciones rescatamos lo siguiente:

"Pero si despojamos las formas de las familias más primitivas conocemos de las ideas de incesto que les corresponden (ideas que difieren en absoluto del las nuestras y que a menudo las contradicen por completo, vendremos a parar a una forma de relaciones carnales que solo puede llamarse promiscuidad sexual, en el sentido de que aún no existan las restricciones impuestas más tarde por la costumbre. Pero de esto no se deduce en ningún modo que en la práctica cotidiana dominase inevitablemente la promiscuidad. De ningún modo queda excluido la unión de parejas por un tiempo determinado, y así ocurre en la mayoría de los casos, aún en el matrimonio por grupos" (Engels, 1984).

Desde el punto de vista religioso los antiguos consideraban al hogar como santo, el símbolo de la comunidad familiar y al mismo tiempo, se le designa por ellos como el altar de la casa. Ninguna realidad natural pone al hombre en una relación más cercana con su Creador que la responsabilidad y los misterios que van unidos a la procreación y crianza de los propios hijos. Cristo ha dado a este orden natural una clara sanción divina con la santificación de la familia en virtud de su nacimiento de mujer y de su vida y de su trabajo en la familia. Y en su doctrina, la familia ocupa claramente el puesto de la formación social más importante.

  • b) La familia posee roles indelegables: El fin de la familia es triple: el proveer a sus miembros de los bienes corporales y espirituales necesarios para una ordenada vida cotidiana; la incorporación de los hijos; el ser la célula de la sociedad. El rango de la familia está por encima de cualquier otra formación social, incluido el Estado, descansa en estas funciones individuales y sociales (fines existenciales). Pues los fines existenciales, y las funciones de responsabilidad fundadas en ella determinan la posición de una comunidad dentro del pluralismo social y jurídico. De aquí que la familia posea derechos naturales con preeminencia al Estado, a cuyo reconocimiento está obligado éste. El estado no es "dueño" de la familia, porque la familia es libre por naturaleza; éste se supedita a la familia.

  • c) La familia como comunidad de vida: La actitud humana y moral de los miembros de la familia entre sí y con relación a los valores fundados en los fines existenciales del hombre, y en los que únicamente puede encontrar éste lo mejor de sí mismo, es fundamental en este sentido. La educación familiar se expresa al exterior en las diversas formas del trato de los miembros de la familia entre sí, en su disposición para la ayuda mutua en la vida cotidiana, en el desprendimiento del amor de unos con otros, etc. La educación familiar encuentra una fuerte protección en los usos y costumbres, en los que una parte ésta formación. El proceso de descomposición se ha desarrollado más ampliamente donde se han dado influjos colectivistas en la evolución social.

  • d) La familia como unidad económica: La atención de la comunidad familiar a las necesidades de una vida ordenada, es en gran parte una función económica. Apenas ninguna otra función es totalmente independiente de ésta. En los tiempos en que la división del trabajo tenía aún una amplitud relativamente pequeña, la familia, era una comunidad económica en un sentido muy estricto: el marido, la mujer y los hijos mayores trabajaban en la casa, en el campo, en el jardín y en los talleres, cada hijo capaz de trabajar aumentaba las posibilidades de trabajo, pero también, al mismo tiempo, el producto y las ganancias. Todo esto ha cambiado por completo desde el momento que una gran parte de la población se ha visto obligada a obtener los medios para la economía familiar fuera de casa y en la forma de salario. Hoy en día, están en el primer plano de la atención los ingresos económicos del padre de familia asalariado o de su mujer.

  • e) La familia como comunidad educativa: Cuando se habla de la educación familiar, se piensa sobre todo en la educación de los hijos por los padres. De hecho, la educación familiar comprende mucho más, y cada miembro de la familia desempeña un papel activo y pasivo. En efecto, la educación en el seno de la familia tiene que actuar en tres aspectos: la educación de los padres por la vida en familia, la de los hijos por los padres y la de los hijos unos con otros. Con ello nos referimos, pues, y no en último término, también a la educación de los padres por la vida familiar y pensamos principalmente en la abnegación que exigen de ellos sus relaciones entre sí y con los hijos: el evitar las dificultades de unos con otros.

  • f) La familia como célula de la sociedad: La familia es la célula de la sociedad, porque ésta únicamente puede subsistir, crecer y renovarse. La familia, es, por consiguiente, célula de la sociedad en sentido biológico y moral, se ha mostrado cómo el desarrollo de todas las fuerzas espirituales y morales del hombre son cuestión de educación familiar. Las dos virtudes sociales más importantes, el amor al prójimo y la justicia, las aprende el hombre principalmente en la familia. A esto se añaden las dos virtudes sociales que siguen en importancia, la de la justa obediencia y la del justo mando. La justa obediencia presupone el respeto a la autoridad como poder moral dado por Dios; el justo mando presupone la conciencia de que la autoridad se ha dado para bien de aquellos a quienes se manda.

  • g) La familia como comunidad de vida: Ya Aristóteles, y Santo Tomás de Aquino le sigue en esto, definió la familia como la comunidad instituida por la naturaleza para el cuidado de las necesidades de la vida cotidiana (Política, 1, 2 ,5). Con razón añade, invocando a los poetas, que los miembros de la familia son compañeros de mesa, o, según otra posible lectura del texto griego, compañeros de hogar. Aún hoy día, es la mesa común la que con más frecuencia une a los miembros de la familia que, a causa del trabajo (por lo general uno, con frecuencia ambos padres y aun los hijos mayores) o a causa de los estudios de los hijos que están en la edad correspondiente, pasan la mayor parte del día fuera de casa. Pero la familia no tiene una función menos importante en la satisfacción de otras necesidades humanas. Entre ellas se han de comprender, ante todo, las necesidades que se derivan del impulso a la alegría, al juego, a la broma, al entretenimiento y a la expansión. El encontrar medios y procedimientos para ello no habrá de poner a la familia en un aprieto, si está internamente sana; pues la naturaleza misma regala a los jóvenes esposos, como con razón se ha dicho, el juguete más precioso, el más noble y que jamás cansa: el niño. Y se puede decir, con igual derecho, que el niño ve también en sus padres jóvenes, y más tarde en sus hermanos, sus mejores compañeros de juego. Esto se compagina muy bien con una de las tareas más nobles de la familia; pues es una máxima la antigua sabiduría pedagógica que apenas ninguna otra cosa ofrece tantas posibilidades de educación como el juego.

CAPITULO 2:

El sacramento del orden: definición y rol de la formación

ASPECTOS BÍBLICOS Y PATRÍSTICOS

El orden es la apropiada disposición de las cosas iguales y desiguales, dándoles a cada una su propio lugar (San Agustín, Ciudad de Dios XIX13). Orden primariamente significa una relación. Se usa para designar aquello en que se funda la relación y así generalmente significa rango. (Santo Tomás, "Suppl.", Q. XXXIV, a.2, ad 4um). En este sentido se aplicaba al clero y al laicado. (San Jerónimo, "In Isaiam", XIX, 18; San Gregorio el Grande, "Moral.", XXXII, xx). El significado fue restringido más tarde a la jerarquía como un todo o a los varios rangos del clero. Tertuliano y algunos escritores primitivos ya habían usado la palabra en ese sentido, pero generalmente con un adjetivo calificativo (Tertuliano, "De exhort. cast.", VII, ordo sacerdotalis, ordo ecclesiasticus; San Gregorio de Tours, "Vit. patr.", X, I, ordo clericorum). Orden se usa para manifestar no sólo el rango particular o estado general del clero, sino también la acción externa por la cual ellos son elevados a ese estado, y así poder ser candidatos a la ordenación. También indica lo que diferencia al laicado del clero o los varios rangos del clero, y así significa poder espiritual. El Sacramento del Orden es el sacramento mediante el cual se confiere la gracia y poder espiritual para desempeñar los oficios eclesiásticos.

Cristo fundó Su Iglesia como una sociedad sobrenatural, el Reino de Dios. En esta sociedad debe haber poder de gobernar; y también los principios por los cuales los miembros conseguirán su fin sobrenatural, es decir, la verdad sobrenatural, que es sustentada por la fe, y la gracia sobrenatural mediante la cual el hombre es formalmente elevado al orden sobrenatural. Así, además del poder de jurisdicción, la Iglesia tiene el poder de enseñar (magisterio) y el poder de conferir la gracia (poder del orden). Este poder del orden se lo confió el Señor a sus apóstoles, quienes continuarían Su obra y serían Sus representantes terrenales. Los apóstoles recibieron su poder de Cristo: "como el Padre me envió, también yo los envío." (Jn. 20,21). Cristo poseía la plenitud del poder en virtud de Su sacerdocio—de Su oficio como Redentor y Mediador. El mereció la gracia que libró al hombre de las ataduras del pecado, cuya gracia es aplicada al hombre mediatamente por el Sacrificio de la Eucaristía e inmediatamente por los sacramentos. El concedió a sus apóstoles el poder de ofrecer el Sacrificio (Lc. 22,19), y dispensar los sacramentos (Mt. 28,18; Jn. 20,22.23); haciéndolos así sacerdotes. Es verdad que cada cristiano (v. cristianismo) recibe la gracia santificante la cual le confiere un sacerdocio. Aun cuando Israel era bajo la antigua dispensa "un reino sacerdotal" (Ex. 19,4-6), así bajo la nueva, todos los cristianos somos "un sacerdocio real" (1 Ped. 2,9); pero ahora como entonces el sacerdocio especial y sacramental fortalece el sacerdocio universal (cf. 2 Cor. 3,3.6; Rom. 15,16)

SACRAMENTO DEL ORDEN:

Aprendemos de la Sagrada Escritura que los apóstoles designaron a otros mediante un rito externo (la imposición de manos), confiriéndoles la gracia interior. El hecho de que la gracia sea adscrita inmediatamente al rito externo muestra que Cristo lo debe haber ordenado así. El hecho de que cheirontonein, cheirotonia, que significa elegir levantando las manos, adquirió el significado técnico de la ordenación por imposición de manos antes de la mitad del siglo III, muestra que la designación a los varios órdenes fue hecho mediante el rito externo. Leemos sobre los diáconos, cómo los apóstoles "oraban, imponiéndoles las manos" (Hch. 6,6). En 2 Timoteo 1,6 San Pablo le recuerda a Timoteo que él fue nombrado obispo por la imposición de manos de San Pablo (cf. 1 Tim. 4,4), y Timoteo es exhortado a nombrar presbíteros mediante el mismo rito (1 Tim. 5,22; cf. Hch. 13,3; 14,22. En Clem., "Hom.", III, LXXII, leemos sobre la designación de Zaqueo como obispo por la imposición de manos de San Pedro. La palabra es usada en su significado técnico por Clemente de Alejandría (Stromata VI.13, 106; cf. "Const. Apost.", II, VIII, 36). "Un sacerdote impone las manos, pero no confiere órdenes" (cheirothetei ou cheirotonei) "Didasc. Syr.", IV; III, 10, 11, 20; Cornelio, "Ad Fabianum" in Eusebio, Church History VI.43.

La gracia fue unida a este signo externo y conferida por él. "Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por (día) la imposición de mis manos." (2 Tim. 1,6). El contexto muestra claramente que aquí hay un asunto de gracia que capacita a Timoteo para desempeñar dignamente el oficio conferido a él, pues San Pablo continúa: "Porque no nos dio el Señor un espíritu de miedo, sino de fortaleza, de caridad y de templanza." Esta gracia es algo permanente, como demuestran las palabras "que reavives la gracia de Dios que está en ti"; llegamos a la misma conclusión de 1 Tim. 4,14, donde San Pablo dice: "No descuides la gracia que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética (v. profecía) mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros." Este texto muestra que cuando San Pablo ordenó a Timoteo, los presbíteros también le impusieron sus manos, según hoy día los presbíteros que ayudan en la ordenación colocan sus manos sobre el candidato. San Pablo aquí exhorta a Timoteo a enseñar y encomendar, y a ser un modelo para todos. Descuidar esto sería descuidar la gracia que está dentro de él. Esta gracia, por lo tanto, lo capacita para enseñar y encomendar, para desempeñar su oficio rectamente. La gracia entonces no es un don carismático, sino un don del Espíritu Santo para el adecuado desempeño de los deberes oficiales. El Sacramento del Orden siempre ha sido reconocido en la Iglesia como tal. Esto es atestiguado por la creencia en un sacerdocio especial (cf. San Juan Crisóstomo, "De sacerdotio"; San Gregorio de Niza, "Oratio in baptism. Christi"), el cual requiere una ordenación especial. San Agustín, hablando sobre el bautismo y el orden, dice: "Cada uno es un sacramento, y cada uno es dado por cierta consagración,… si ambos son sacramentos, lo cual nadie duda, ¿cómo es que uno no se pierde (por defección de la Iglesia) y el otro se pierde?" (Contra. Epist. Parmen., II, 28-30). El Concilio de Trento dice, "Mientras que, por el testimonio de la Escritura, por tradición apostólica y por el consentimiento unánime de los Padres, es claro que la gracia es conferida por la sagrada ordenación, la cual es realizada por las palabras y signos externos, nadie debe dudar que el Orden es verdaderamente y propiamente uno de los Sacramentos de la Santa Iglesia (Sess. XXIII, c. III, can. 3).

NÚMERO DE ÓRDENES:

El Concilio de Trento (Sess. XXIII, can. 3) define (v. definición teológica) que, además del sacerdocio, hay en la Iglesia otros órdenes, ambos mayores y menores. Aunque nada ha sido definido respecto al total de órdenes, usualmente se dan como siete: sacerdote, diácono, subdiácono, acólito, exorcista, lector y portero. Se considera que el sacerdocio incluye a los obispos; si éste último se cuenta por separado tendremos ocho; y si añadimos primera tonsura, el cual antes era considerado como un orden, tendremos nueve. Nos encontramos con diferentes cantidades en diferentes iglesias y parece ser que han sido influenciadas hasta cierto punto por razones místicas (v. misticismo) (Martène, "De antiq. eccl. rit.", I, VIII, l, 1; Denzinger, "Rit. orient.", II, 155). La "Statuta ecclesiæ antiqua" enumera nueve órdenes, así, por ejemplo, el autor de "De divin. offic.", 33, y de San Dunstan y los Jumièges pontificales (Martène, I, VIII, 11), este último no cuenta a los obispos y añade al cantor. Inocencio III, "De sacro alt. Minister.", I, I, cuenta seis órdenes, así como también el canon irlandés, donde se desconocía a los acólitos. Además del salmista o cantor, a muchos otros funcionarios se le ha reconocido la posesión de órdenes, por ejemplo, fossarii (fosotes) cavadores de tumbas, hernmeneutoe (intérpretes), custodes martyrum, etc. Algunos consideran a éstos como órdenes verdaderos (Morin, "Comm. de sacris eccl. ordin.", III, Ex. 11, 7); pero es más probable que ellos fueran meramente oficios, generalmente realizados por clérigos (Benedicto XIV, "De syn. dioc.", VIII, IX, 7, 8). En occidente hay considerable variedad de tradición en cuanto al número de órdenes. La Iglesia griega reconoce cinco: obispo, sacerdote, diácono, subdiácono y lector. Este mismo número se halla en San Juan Damasceno (Dial. contra manichæos, III); en la antigua Iglesia griega los acólitos, exorcistas y porteros eran considerados probablemente sólo como oficios (cf. Denzinger, "Rit. orient.", I, 116).

En la Iglesia latina se hacía distinción entre órdenes mayores y menores. En oriente el subdiaconato se consideraba un orden menor, e incluía tres de los otros órdenes menores (portero, exorcista, acólito). En la Iglesia latina el sacerdocio, diaconato y subdiaconato son órdenes mayores, o sagrados, llamados así porque ellos tienen inmediata referencia a lo que es consagrado (St. Thom., "Suppl.", Q. XXXVII, a. 3). Los estrictamente llamados órdenes jerárquicos son de origen divino (Conc. Trid., Sess. XXIII, can. 6). Hemos visto que nuestro Señor instituyó un ministerio en las personas de Sus apóstoles, quienes recibieron la plenitud de la autoridad y poder. Uno de los primeros ejercicios de este poder apostólico fue el designar a otros para ayudarlos y sucederlos. Los apóstoles no circunscribieron sus tareas a una Iglesia en particular, sino que, siguiendo el mandato divino de hacer discípulos a todos los hombres, ellos fueron misioneros de la primera generación. En la Sagrada Escritura se menciona a otros que también ejercieron un ministerio itinerante, tales como aquellos que en un sentido amplio son llamados apóstoles (Rom. 16,7), o profetas, maestros y evangelistas (Ef. 4,11). Lado a lado con este ministerio itinerante se hace provisión para el ministerio ordinario nombrando a ministros locales, a quienes pasó completamente los deberes cuando los ministros itinerantes desaparecieron. (v. diácono).

Además de los diáconos se nombró a otros para el ministerio, que son llamados presbyeroi y episkopoi. No hay documentos sobre su institución, pero los nombres aparecen casualmente. Aunque algunos han explicado la designación de los setenta y dos discípulos en Lucas 10 como la institución del presbiterado, generalmente se está de acuerdo que ellos tuvieron un nombramiento temporero. Encontramos presbíteros en la Iglesia Madre de Jerusalén, recibiendo los dones de los hermanos de Antioquía. Ellos aparecen en conexión cercana con los apóstoles, y apóstoles y presbíteros publicaron el decreto que libró a los gentiles conversos (v. conversión) de la carga de la legislación mosaica (Hch. 15,23). En Santiago (5,14-15) ellos aparecen realizando acciones rituales (v. liturgia), y de San Pedro aprendemos que ellos son pastores del rebaño (1 Ped. 5,2). Los obispos mantenían una posición de autoridad (Fil 1; 1 Tim. 3,2; Tito 1,7) y han sido nombrados pastores por el Espíritu Santo (Hch. 20,28). De Hechos 14,23 se deriva que el ministerio de ambos aparecía como local, donde leemos que Pablo y Bernabé designaron presbíteros en las varias Iglesias que fundaron durante su primera jornada misionera. Esto se demuestra también por el hecho de que ellos tenían que apacentar el rebaño, donde fueran designados, los presbíteros tenían que apacentar el rebaño que les ha tocado cuidar (1 Ped. 5,2). Tito fue dejado en Creta para que designara presbíteros en cada ciudad (kata eolin, Tito 1,5; cf. Chrys., "Ad Tit., homil.", II, I).

No podemos argüir por la diferencia de nombres sobre la diferencia en la posición oficial, porque los nombres son hasta cierto punto intercambiable (Hch. 20,17.28; Tito 1,6-7). El Nuevo Testamento no muestra claramente la distinción entre presbíteros y obispos, y debemos examinar su evidencia a la luz de tiempos posteriores. Para fines del siglo II había una tradición universal e incuestionable, que los obispos y su autoridad superior databa desde tiempos apostólicos (v. jerarquía de la Iglesia primitiva). Arroja mucha luz sobre la evidencia en el Nuevo Testamento y encontramos que lo que aparece claramente desde el tiempo de Ignacio puede ser rastreado a través de las epístolas pastorales de San Pablo (v. Epístolas a Timoteo y Tito), hasta el mismo principio de la historia de la Iglesia Madre en Jerusalén, donde Santiago, el hermano del Señor, aparece ocupando la posición de obispo (Hch. 12,17; 15,13; 21,18; Gal. 2,9); Timoteo y Tito poseen autoridad episcopal completa, y fueron siempre así reconocidos en la tradición (cf. Tito 1,5; 1Tim. 5,19.22). No hay duda de que hay mucha obscuridad en el Nuevo Testamento, pero esto responde a muchas razones. Los monumentos de la tradición no nos dan la vida de la Iglesia en su plenitud, y no podemos esperar esta plenitud con respecto de la organización interna de la Iglesia existente en tiempos apostólicos, de las referencias superficiales en los escritos ocasionales del Nuevo Testamento. La posición de los obispos podría ser necesariamente mucho menos prominente que en tiempos posteriores. La autoridad suprema de los apóstoles, el gran número de personas dotadas carismáticamente, el hecho de que varias iglesias eran gobernadas por legados apostólicos quienes ejercían la autoridad bajo la dirección de los apóstoles, parece haber evitado dicha prominencia. La unión entre los obispos y presbíteros era estrecha, y los nombres permanecen intercambiables mucho después que fue comúnmente reconocida la distinción entre presbíteros y obispos, por ejemplo, en Ireneo, Contra Las Herejías IV.26.2. Por lo tanto, parece ser que ya en el Nuevo Testamento, encontramos, sin duda obscuramente, el mismo ministerio que apareció luego tan claramente.

¿Cuáles de los órdenes son sacramentales? Todos concuerdan que sólo hay un Sacramento del Orden, es decir, que la totalidad del poder conferido por el sacramento está contenido en el orden supremo, mientras que los otros contienen sólo parte de ello (St. Thomas, "Supplem.", Q. XXXVII, a. I, ad 2um). El carácter sacramental del sacerdocio nunca ha sido negado por cualquiera que admita el Sacramento del Orden, y, a pesar de que no está explícitamente definido, sigue inmediatamente de los enunciados del Concilio de Trento (Sess. XXIII, can. 2), "Si alguno dice que además del sacerdocio no hay en la Iglesia Católica otros órdenes, ambos mayores y menores, mediante los cuales por ciertos pasos se hace el avance hacia el sacerdocio, sea anatema." En el cuarto capítulo de la misma sesión, después de declarar que el Sacramento del Orden imprime un carácter "que no puede ser ni borrado ni quitado, el santo sínodo con razón condena la opinión de aquellos que afirmaban que los sacerdotes del Nuevo Testamento tienen sólo un poder temporero". El sacerdocio es por lo tanto un sacramento.

Con respecto del episcopado, el Concilio de Trento define que los obispos pertenecen a la jerarquía divinamente instituida, que ellos son superiores a los sacerdotes, y que ellos poseen el poder de confirmar y ordenar, lo cual es propio a ellos (Sess. XXIII, c. IV, can. 6, 7). La superioridad de los obispos es abundantemente atestiguada en la Tradición, y hemos visto arriba que la distinción entre sacerdotes y obispos es de origen apostólico. Muchos de los escolásticos (v. escolasticismo) más antiguos opinaban que el episcopado no es un sacramento; esta opinión halla defensores hábiles aun ahora (e.g., Billot, "De sacramentis", II), aunque la mayoría de los teólogos (v. teología) mantienen que es verdad que la ordenación de un obispo es un sacramento. En cuanto al carácter sacramental de los otros órdenes vea diáconos, órdenes menores, subdiáconos.

LA FORMACIÓN SACERDOTAL EN SÍ MISMA: MINISTROS SAGRADOS O CLÉRIGOS (232-234)

Una vez realizado un análisis de la importancia de la familia, y aspectos de orden doctrinal, nos adentraremos en el desarrollo de aspectos propios del candidato, una vez ingresado al seminario diocesano o IVC, no sin antes retomar ciertos elementos.

Ministros sagrados o clérigos, son aquellos fieles que han recibido el sacramento del Orden, luego de haber concluido su respectivo proceso de formación.

El código afirma que es obligación y derecho exclusivo de la Iglesia el formar a quienes son llamados a los ministerios sagrados, precautelando así que ésta misión tan delicada y propia de la Iglesia, se perjudique de algún modo, en caso de presentarse intereses ajenos a la misma. Se insiste con claridad, como lo describimos anteriormente, la obligación interdisplinar e interrelacional de la familia, educadores, los sacerdotes (sobre todo los párrocos), la promoción vocacional. Mayor responsabilidad recae sobre los Obispos diocesanos y a su vez a los IVC, en sus superiores, animar las vocaciones para la Iglesia, con profundo interés sin remediar en costes económicos o logísticos.

EL SEMINARIO MENOR

La posibilidad inmediata que todavía contempla el CIC, es la promoción de los seminarios menores. En la base de esta propuesta se encuentra la OT, en su terminología designada como "gérmenes de la vocación". Sin embargo, en la realidad actual, sobre todo en Latinoamérica, es que no se ha hecho suficiente énfasis en este aspecto, ya sea por realidades culturales o ausencia de motivación en los ordinarios; lo evidente es observar el crecimiento de los seminarios mayores, antes que los menores. En todo caso, una continuación de la semilla vocacional, todavía tiene vigencia hoy, si se toma en cuenta las recomendaciones de los conciliares:

"En los Seminarios Menores, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación, los alumnos se han de preparar por una formación religiosa peculiar, sobre todo por una dirección espiritual conveniente, para seguir a Cristo Redentor con generosidad de alma y pureza de corazón. Su género de vida bajo la dirección paternal de los superiores con la oportuna cooperación de los padres, sea la que conviene a la edad, espíritu y evolución de los adolescentes y conforme en su totalidad a las normas de la sana psicología, sin olvidar la adecuada experiencia segura de las cosas humanas y la relación con la propia familia (…) Con atención semejante han de fomentarse los gérmenes de la vocación de los adolescentes y de los jóvenes en los Institutos especiales que, según las condiciones del lugar, sirven también para los fines de los Seminarios Menores, lo mismo que los de aquellos que se educan en otras escuelas y de más centros de educación. Promuévanse cuidadosamente Institutos y otros centros para los que siguen la vocación divina en edad avanzada."[5]

Partes: 1, 2
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