- La China primitiva
- De la división al Imperio T"ang
- La Dinastía Song
- La Dinastía de los Ming
- El Imperio chino
- China: nacionalismo y revolución
La China primitiva
Las dinastías Shang y Chou
Las primeras comunidades urbanas de China surgieron en torno a una importante vía fluvial, el río Amarillo, en función de la necesidad de organizar el aprovechamiento de los recursos hidráulicos para obtener mejores rendimientos agrícolas. En época de la dinastía Shang (II milenio a.C.), los chinos conocían ya el bronce y se había desarrollado la escritura. Eran un pueblo esencialmente de campesinos, entre quienes los clanes detentadores de la industria broncínea adquirieron superioridad. Los reyes Shang ubicaron su capital en Anyang, cerca del río Hoang-ho, en un buen emplazamiento estratégico para prevenir posibles ataques. La ciudad estaba repartida en barrios, de acuerdo con las ocupaciones artesanales. Esta dinastía ejerció notable influencia en la mayor parte de China central.
La China de los Shang parece haber sido gobernada bajo altos principios éticos de respeto al individuo y la comunidad. El rey actuaba de mediador entre los dioses y el mundo terrenal, teniendo, como sumo sacerdote, atribuciones tendentes a mantener el buen orden establecido (dirección del culto y los sacrificios, establecimiento del calendario de fiestas y tareas agrícolas). La nobleza -integrada tanto por príncipes de sangre real, como por quienes habían ascendido en el servicio de la corte- le estaba sometida. En el aspecto religioso, cabe destacar la creencia en la adivinación y el culto a los antepasados.
Entre el año 1000 y el 770 a.C., China estuvo regida por la dinastía de los Chou occidentales, que se impusieron tras largas luchas, organizando un vasto reino feudal, en el que la fidelidad de muchos nobles y parientes de la familia imperial se pagó con concesiones de señoríos, que se transformaron en verdaderos Estados independientes. El emperador tuvo que apoyarse en el ejército, para contrarrestar las invasiones, debiendo premiar la fidelidad de sus generales con extensas propiedades. Las distancias y difíciles comunicaciones hacían imposible que el poder central se impusiera.
La dinastía Ts"in.
La trascendencia de Che Huang-Ti
China sufrió ya por entonces ataques de pueblos bárbaros (entre los que ya se cita a los hunos) en su frontera noroeste, que debilitaron el poder de los Chou. Esta inestabilidad minó el prestigio de la dinastía, sometida al poder de los señores feudales, respaldados por sus propios ejércitos. Entre aquéllos, el más poderoso recibía el título de hegemón, que fue llevado por representantes de cinco casas feudales. Dos de ellas adquirieron a partir del siglo VII a.C. especial fuerza, la de los Ts"in, en el valle del Wei, y la de los Ch"u, en el valle del Han, ambas al frente de principados con fronteras bárbaras, lo que favoreció su consolidación. Los Ts"in y los Ch"u mantuvieron una activa rivalidad para incorporarse los pequeños enclaves feudales. China quedó sumida en un período de crisis interna (época de los «reinos combatientes»), en la que se engrandecieron algunos Estados, y los príncipes usurparon el título real. Al final de aquella etapa de descomposición política, se impuso la dinastía Ts"in, que logró anexionarse los restantes reinos que aún subsistían (fines del siglo III a.C.).
La gran transformación socioeconómica
El primer milenio significó para China una decisiva transformación social y económica. Se registró el ascenso de una nueva clase comerciante, y en los últimos tiempos feudales la antigua nobleza de sangre fue paulatinamente reemplazada por una aristocracia de funciona- nos más cualificados, muchos de origen humilde. Se desarrolló el urbanismo, y las ciudades se configuraron como importantes ejes administrativos. Los nobles servían en la guerra a caballo y en carros, pero la infantería, reclutada en las filas del campesinado, fue adquiriendo cada vez mayor importancia. Se impulsaron las obras hidráulicas en las cuencas del Hoang-ho y del Yang-Tse, para mejor aprovechamiento de los cultivos -con los que atender a una población en aumento-, y se mejoraron las técnicas y el instrumental agrícola. También proliferaron los intercambios mercantiles, extendiéndose el uso de la moneda. La minería fue otro sector económico en auge. En el plano cultural, se difundió el uso de la escritura, y el oficio de letrado adquirió una gran consideración social. En la administración, sirvieron importantes figuras del pensamiento chino: Lao-Tsé, fundador del taoísmo, y Confucio, el gran reformador de la moral (ambos, del siglo VI a.C.).
El «Primer Augusto Soberano»
En la segunda mitad del siglo III a.C., la dinastía de Ts"in acabó imponiéndose en toda China, país que de ella tomaría su nombre. Su monarca Che Huang-ti, que llevó el título de «Primer Augusto Soberano», forjó un Estado fuertemente centralizado, anulando los regionalismos y las tendencias feudales. El imperio fue dividido en comandancias, regidas por gobernadores civiles y militares. El canciller Li-Seu unificó las leyes, el sistema monetario, las unidades de pesos y medidas y la escritura. Los campesinos recibieron la propiedad de las tierras, a cambio del pago de un tributo. También prosperó la clase comerciante, favorecida por la estabilidad política y la construcción de grandes vías de comunicación.
Che Huang-ti instaló su capital en Hienyang, rodeando su persona de un ceremonial fastuoso, a fin de resaltar su condición divina. Ordenó la quema de los libros tradicionales para destruir los vestigios del espíritu feudal, y culminó la impresionante empresa de la Cran Muralla, para defender la frontera norte del ataque de los hunos. También favoreció el proceso de sinización de la parte sur de China, el país ocupado por las tribus Yüe, donde se instalaron muchos colonos chinos.
La dinastía Han
Inicios y auge de la dinastía. Wu-ti
Las tendencias centralizadoras acabaron provocando movimientos de resistencia, que culminaron con la imposición de Lin Pang, príncipe de Han, que fundó una nueva dinastía, cuya administración quedó en manos de letrados y funcionarios partidarios de la tradición de Confucio. La sociedad china adoptó unos modos de funcionamiento más democráticos (el mismo emperador era de origen humilde). Sus sucesores redujeron los impuestos, se preocuparon por el campesinado, actuaron con justicia. En el sur, el país de Yüe consiguió la autonomía, mientras que, en el norte, la presión de los pueblos bárbaros se hacía insostenible.
Con Wu-ti (140-87 a.C.) el Imperio Han llegó a su máximo apogeo. Este emperador inteligente y reformador, de gran carácter y firme en sus decisiones, emprendió una enorme actividad en diversos frentes. En la frontera noroeste realizó numerosas campañas contra los hunos, penetrando hasta el interior de Asia (Altai, desierto de Gobi). Fundando colonias, logró asegurar la ruta de la seda, que, a través de la meseta de Pamir y el Turquestán, llegaba hasta el valle del Oxus, con ramales hacia el Tíbet y la India. Sus victorias en el Turquestán le permitieron acceder a Ferghana, cuyos caballos necesitaban los chinos para combatir a los hunos. En el norte, Wu-ti amplió su influencia hasta Corea, y en el sur logró algunas anexiones territoriales en el país de los Yüe, extendiendo por esa zona el comercio chino hacia Birmania y la India. La acción colonizadora se amplió también al territorio de Ordos, completándose, así mismo, la Gran Muralla en Manchuria.
En el interior, el soberano mantuvo las prerrogativas de la nobleza, aunque los cargos importantes de la administración y el ejército se reservaron a plebeyos. Se fundaron diversas escuelas de letrados. El confucionismo fue objeto de reconocimiento oficial bajo los Han, lo que produjo un renacimiento de la cultura tradicional, recibiendo entonces su redacción definitiva muchas obras literarias del pasado. El comercio experimentó un gran desarrollo, proporcionando los impuestos buenos dividendos al Estado.
Los conflictos de la dinastía. Usurpación, restablecimiento imperial, feudalismo A principios de la Era cristiana, un usurpador -Wang Mang- se hizo con
el poder en China a raíz de una intriga palaciega. Renunciando a la política exterior de sus antecesores, se centró fundamentalmente en las reformas sociales y económicas, aboliendo los latifundios y redistribuyendo la propiedad. Se anularon los impuestos sobre la producción agrícola, se controlaron los precios, se suprimieron los mercados de esclavos y el Estado efectuó préstamos sin intereses. El monopolio estatal sobre las acuñaciones y los tributos gravó a nobles y comerciantes.
Wang Mang no pudo culminar el programa de socialismo estatal que se había propuesto. La acción de ciertas bandas armadas (los «Cejas Rojas») y la rebelión del partido de los Han acabaron con su reinado, restaurándose la dinastía hacia el 25 d.C. en la persona de Kuang Wu-ti, quien tuvo que luchar de nuevo contra los hunos para afianzar la seguridad de China. Tras él, Ming-ti heredó un imperio restablecido, que las campañas del general Pan Tschao se encargaron de ampliar.
Los chinos recuperaron el control sobre las vías que iban desde la Gran Muralla hasta el valle del Yaxartes. La Ruta de la Seda llegó a poner en contacto a China con el Imperio Romano, consolidándose las comunicaciones a través de la cuenca del río Tarim con la fundación de algunas colonias tras la ocupación militar de aquella zona. También buscaron otra ruta de llegada a Occidente por vía marítima, a través del Índico. Pan Tschao llegó incluso a intentar -sin éxito– establecer relaciones diplomáticas con la Roma de Trajano, pero sus embajadores fueron interceptados por los partos.
Reinando Marco Aurelio, en cambio, una delegación romana llegó hasta su país. Otro acontecimiento importante de ese período fue la introducción del budismo en China, facilitado por el favor que dicha religión gozó entre los yue-tchi, un pueblo cuya alianza buscó China para contrarrestar la amenaza de los hunos, quienes, presionados desde el este, acabaron desplazándose hacia Occidente. Así mismo, núcleos de comerciantes de la Ruta de la Seda establecieron en China centros budistas.
El imperio prosperó bajo la dinastía Han, pero su final, hacia el 220 d.C., significó, de nuevo, la vuelta al antiguo feudalismo y el recrudecimiento de la amenaza de los pueblos nómadas de Asia Central.
De la división al Imperio T"ang
La fragmentación política de China
Al igual que sucedió con la India, aunque en fechas más tempranas, la presencia de los bárbaros de las estepas terminó con el imperio de los Han e introdujo un período de fragmentación política que perduró hasta fines del siglo VI. El norte del país quedó en manos de los turcos, que, a partir del 396, formaron un imperio con capital en Luoyang, dirigido por la dinastía Wei, mientras que en el sur, sirviendo como divisoria el Yang Tsé, se refugió el legitimismo chino, en cuya capital, Nankín, se sucedieron nada menos que hasta seis dinastías diferentes.
Los gobernantes de China del Norte fueron ganados por la superior civilización de los vencidos y acabaron adoptando desde los vestidos hasta la escritura china; conservaron su carácter militar, pero recurrieron a funcionarios locales, más cultos y preparados, para administrar el imperio, y terminaron por fusionarse con la población autóctona. Desde mediados del siglo V aceptaron el budismo, al que tomaron bajo su protección, y favorecieron la instalación de comunidades monásticas y la construcción de numerosos santuarios (Yungkang, Long .Men). Al comenzar el segundo tercio del siglo VI, el imperio Wei se fraccionó: al oeste, en contacto con sus bases, se formó un reino turco, mientras que, en el este, apareció otro de claro predominio chino.
En cuanto a la China del Sur, el traslado de los elementos aristocráticos y burocráticos que acompañaron a los monarcas en su exilio constituyó una superestructura dominante, que vivió a costa de la explotación de los habitantes del país, de reciente colonización china. Los contactos entre ambos grupos incidieron en la sinización del sur, resultando una cultura caracterizada por su refinamiento y por la expansión del budismo, que, de este modo, se convirtió en la religión dominante en toda China.
A fines del siglo VI se produjo la reunificación de toda China por obra de Yang Kien, quien primero controló los reinos del norte y, posteriormente, conquistó el imperio del sur, fundando la dinastía Súei. Durante el cuarto de siglo que los Suei gobernaron China, restablecieron la administración imperial y realizaron importantes obras artísticas y prácticas, las más importantes de las cuales fueron el canal que unía el río Amarillo con la desembocadura del Yang Tsé, y la reconstrucción sobre plano octogonal de la ciudad de Chang Ngan, que convirtieron en capital del imperio. La política expansionista de la dinastía y su intento de conquistar Corea exigió un aumento de impuestos y de levas para el ejército, que provocaron el descontento popular y la sublevación de las tropas que asesinaron al emperador. Pero la obra de los Suei fue continuada por los T"ang que marcaron el momento de apogeo político y cultural de China durante los siglos medievales.
La fase ascendente de la dinastía T"ang
El fundador de la dinastía T"ang fue Li Yuan, un gobernador provincial que consiguió frenar la disgregación iniciada en China tras la muerte del último emperador Suei y hacerse reconocer por sus colegas como jefe supremo del imperio. Sin embargo, el cerebro de esta actuación había sido su hijo menor, Li Che-mm, que se mostró como un excelente militar cuando en 624 derrotó a los turcos, que habían invadido el imperio y puesto cerco a la capital, Chang Ngan. Aureolado con esta victoria, Li Che-mm depuso a su padre en 626 y subió al trono con el nombre de Taj Tsong.
Desde el reinado de Tai Tsong hasta mediados del siglo VIII, la dinastía T"ang dio muestras de una extraordinaria capacidad expansiva; sobre la base de un ejército profesional de caballería, al que se añadieron tropas de apoyo proporcionadas por levas de campesinos, los chinos extendieron su influencia a todos los países circundantes. El control de tan enorme imperio se hacía desde la capital, Chang Ngan, donde se centralizaban los grandes servicios y donde radicaba una escuela superior para la formación del funcionariado. Al frente de las provincias estaban unos gobernadores que ejercían el poder civil y militar, y que se apoyaban en los jefes de distritos, de los que había más de medio millar. La frecuente presencia de unos comisarios imperiales aseguraba el control de la administración territorial y garantizaba el cumplimiento de las disposiciones imperiales. Los T"ang sustituyeron a la nobleza local y a los militares en el control de la administración, creando un cuerpo de altos funcionarios -los mandarines- que debían superar rigurosos exámenes para demostrar su preparación y competencia.
La base socioeconómica sobre la que se sustentaba el esplendor T"ang era el campesinado, que proporcionaba hombres al ejército e ingresos al erario; las tierras irrigadas se repartían entre los agricultores, de manera que cada familia tuviera garantizada la subsistencia y el Estado asegurado unos ingresos y servicios, pues el campesino debía una triple contribución por dichas tierras: unas cantidades füas de grano, unas piezas de tejido y unas jornadas de trabajo. Bosques, prados y tierras de secano quedaron en manos del Estado o de la aristocracia, que las cultivaban con esclavos o asalariados. La artesanía proporcionaba los artículos demandados por una sociedad refinada, de los que son testimonios las porcelanas y tejidos preciosos. El comercio, igualmente, conoció un momento de esplendor, pues la expansión políticomilitar permitió controlar las rutas terrestres hacia Occidente y el sur, y abrir una gran ruta marítima que, partiendo del puerto de Cantón, recorría Insulindia, llegaba al golfo de Bengala, descendía hasta Ceilán y terminaba en el golfo Pérsico. A través de estas rutas las sederías, especias, porcelanas, perfumes y objetos preciosos llegaban hasta Bizancio y Europa Occidental, donde eran muy apreciados.
Durahte este período ascendente de la dinastía T"ang, el budismo se consolidó como religión de China e informó poderosamente todos los aspectos de la vida. Los monjes controlaban enormes propiedades que eran trabajadas por un gran número de obreros agrícolas: casi el 2 por 100 de la población china vivía en los conventos como monjes, o al servicio de éstos, a mediados del siglo IX. China se convirtió así en el centro budista más importante de todo Oriente y esta doctrina, sincretizada con el taoísmo chino, fue exportada al Tíbet y al Japón. Pero, a estas alturas, el budismo aparecía como un peligro interior para el Estado, al que robaba brazos para el trabajo y hombres para el ejército. En 845 un decreto imperial redujo a la mitad el número de monjes y servidores budistas y confiscó las propiedades de gran cantidad de monasterios y lugares de culto; el budismo fue proscrito y en su lugar se propició la renovación del confucionismo. Estas medidas tuvieron que repetirse a fines del siglo X para terminar con el influjo budista en la sociedad china.
El desmoronamiento del sistema
Desde mediados del siglo VIII, la dinastía T"ang inició una fase descendente -cuyo punto de partida fue la derrota de Talas, en 751, a manos del ejército coaligado de árabes y turcos-, que supuso la pérdida de Transoxiana y de amplios territorios en el Asia Central. A partir de ahí, todos los Estados sometidos se fueron liberando de la soberanía china, al tiempo que en el norte del país se formaba el poderoso reino mongol de Jitán que amenazaba las provincias septentrionales, y en el sudoeste los tibetanos daban muestras de agresividad.
Paralelamente, la base socioeconómica del imperio se desmoronaba. El campesinado se negaba a seguir suministrando hombres para el ejército, por lo que hubo que recurrir a mercenarios en número creciente, reforzándose el papel y poderío de los generales de las provincias. Altos funcionarios y aristócratas se apropiaron de las tierras irrigadas -los primeros, como forma de afirmar su prestigio social; los segundos, para compensar los ingresos perdidos al ser apartados de los principales puestos de la administración-. Los campesinos preferían emigrar a las regiones meridionales, donde el cultivo del arroz temprano, el té, la sericicultura y la obtención de sal, ofrecían mejores perspectivas de vida. El sistema recaudatorio daba muestras de crecientes dificultades para allegar recursos y ni los monopolios que creó el Estado sobre la sal, el té y las bebidas alcohólicas, ni las confiscaciones de tierras y bienes a los monasterios budistas en 845, permitieron a los T"ang recobrar su capacidad económica.
Los jefes militares de las regiones, apoyados en la aristocracia terrateniente, se independizaron; el norte del país quedó en manos de familias extranjeras (las Cinco Dinastías), y los T"ang se refugiaron en el sur, donde aparecieron hasta una docena de entidades políticas diferentes. En 960, uno de estos gobernantes, Zao Kuangin, derribó al último emperador T"ang e inauguró la dinastía Song.
La Dinastía Song
La revolución política
La etapa de decadencia y de disgregación que vivió el Imperio Chino desde comienzos del siglo X finalizó cuando, a mediados de esta centuria, el gobernador Zao Kuangin destronó al último emperador T"ang y consiguió controlar la mayor parte de China, inaugurando la dinastía de los Song.
El Imperio Song era considerablemente menor que el de los T"ang; no existía ningún control sobre territorios exteriores, y en la misma China la región nororiental, incluyendo Pekín, estaba en manos del pueblo mongol de los jitán que la había conquistado en la primera mitad del siglo X, sin que de nada sirvieran los repetidos intentos que los Song realizaron para recuperar estas tierras. En el noroeste, a comienzos del siglo Xl, un pueblo de raza tibetana, los tanguts, fundó ef reino de Si-Hia, que abarcaba algunas provincias septentrionales chinas y la zona meridional de Mongolia. Todas las energías militares de los Song debían ser empleadas en contener a estos dos poderosos enemigos instalados en el norte, por lo que hubo que renunciar a cualquier política expansionista para reconquistar las antiguas regiones que, aprovechando la etapa decadente de los T"ang, habían escapado a la dominación china.
Los tres siglos que duró la dinastía Song en el trono chino (960-1279) están distribuidos, casi a partes iguales, entre las capitales Kaifeng y Hangz-Hou. La primera, situada en la China septentrional, en el valle del río Amarillo, refleja el interés de los Song por hacer frente al peligro de los jitán y tanguts; la segunda, en la costa meridional, el fracaso de esta política. En efecto, hacia 1120 los Song consiguieron eliminar el reino de los jitán aliándose con un pueblo tunguso, los jurchén; pero éstos no sólo ocuparon el espacio territorial de los jitán, sino que, desde 1126, se expansionaron por todo el norte de China y sus jefes adoptaron el título imperial, eligiendo como nombre para su dinastía el de Km (oro). Los Song tuvieron, pues, que replegarse hacia las tierras del sur, donde se mantuvieron hasta la conquista mongola en 1279.
Desarrollo económico y organización social. Renacimiento cultural
La época Song se caracterizó por la expansión económica de China y por el predominio de la administración civil en el gobierno del país. Coincidiendo en el tiempo con la gran expansión demográfica y económica que tenía lugar en el Occidente europeo, China aumentó su población de manera espectacular hasta llegar a los cien millones de habitantes; el crecimiento fue mucho mayor en las tierras del sur, donde la introducción del cultivo del arroz temprano permitía obtener cosechas dobles, y la mejora del utillaje agrícola y el desarrollo de la irrigación elevaron los rendimientos por hectáreas a 50 quintales como media. La elevada producción agraria permitió, no sólo el aumento de la población, sino también que parte de ésta pudiera dedicarse a actividades artesanales y mercantiles, provocando un desarrollo urbano importante: la capital, Hangz-Hou, superaba el millón de habitantes. La economía china se organizaba en función del mercado y no del simple autoabastecimiento, y buena prueba de ello es la aparición del papel moneda como fórmula para satisfacer la fuerte demanda de numerario. El desarrollo artesanal y comercial permitió a los Song equilibrar ingresos y gastos, pues la mayor parte de los primeros no procedían, como antes, del mundo agrario, sino de las transacciones, los monopolios y las aduanas; gracias a estos ingresos, el Estado podía mantener el doble ejército de militares y burócratas existente y pagar los tributos que exigían los pueblos bárbaros asentados en sus fronteras. Con los Song, el gobierno tuvo un claro carácter civil; los militares quedaron relegados a sus funciones específicas y bajo las órdenes de funcionarios civiles, los mandarines.
El sistema mandarinesco creado en la época de los T"ang se mantuvo y perfeccionó durante la dinastía Song, hasta el punto de que se ha escrito que ésta es la edad de oro del mandarinato. De hecho, el jefe de los mandarines ejercía las funciones de un primer ministro y controlaba minuciosamente todos los asuntos del imperio gracias a un ejército de burócratas (más de 50.000) y a las noticias que éstos le proporcionaban en sus frecuentes informes.
Predominio civil no quiere decir decadencia militar; frente a los peligros exteriores y al perfeccionamiento de las técnicas de ataque y asedio de los pueblos nómadas, los chinos tuvieron que reforzar su ejército (se superó el millón de efectivos) y mejorar las defensas de sus ciudades; sin embargo, la desconfianza hacia los mandos militares parceló excesivamente el ejército en pequeñas unidades poco operativas y le privó de eficacia.
Durante los siglos Song -y, especialmente, a partir del establecimiento en Hangz-Hou- se produjo un renacimiento cultural chino, cuyas notas características fueron el retorno al confucionismo, la preocupación por las ciencias empíricas (matemáticas, geografía, medicina, astronomía, botánica, zoología), el desarrollo de "la historiografía, la difusión de los conocimientos gracias a técnicas xilográficas y al descubrimiento de la imprenta, la atención prestada a la pintura y a la caligrafía y objetos de arte, el gusto por los jardines, por la poesía, la novela y el teatro. Esta cultura reflejaba el predominio de los mandarines –intelectuales, «tecnócratas», refinados- frente a los tradicionales valores militares de la fuerza, la destreza física y el valor, y quedó como punto de referencia para siglos posteriores.
La Dinastía de los Ming
El acceso de la nueva dinastía
A mediados del siglo XIV, se produjo en China meridional un movimiento nacionalista, en el que participaron campesinos empobrecidos por años de malas cosechas, comerciantes y hombres de letras, que se proponía la expulsión de la dinastía mongola de los Yuan que, pese a su sinización, era considerada como extranjera. Al colocarse al frente de la sublevación Chu Yuan-chang, un monje ho de campesinos, dio cohesión a la revuelta y consiguió la conquista de Pekín y la expulsión del último emperador Yuan. Con Chu Yuan-chang, que adoptó el nombre de Hung-wu, se inauguraba la dinastía Ming, que controlará los destinos de China hasta mediados del siglo XVII.
El nuevo Estado estableció la capital en Nankín y organizó la administración central sobre la base de departamentos especializados que volvían a situar en un primer plano a los mandarines; el imperio fue dividido en trece provincias, aunque el control del emperador era absoluto, apoyándose en los eunucos, como forma de contrarrestar y equilibrar la preponderancia mandannesca, y disponiendo de una policía secreta que vigilaba todo el territorio. El traslado de la capital a Pekín, en 1421, devolvió a las regiones del norte el protagonismo perdido y significó una nueva era de prosperidad para esta zona, sin, por ello, provocar la decadencia de Nankín, donde permanecieron algunas oficinas estatales.
Los cambios económicos y sociales
La presencia de la nueva dinastía se tradujo en importantes cambios económicos y sociales. Los primeros emperadores Ming propiciaron una reforma agraria, atendiendo las reclamaciones campesinas, lo que aumentó considerablemente la producción; las poblaciones rurales mejoraron su situación al desarrollar, además, una importante actividad artesanal de hilado de algodón. Se impulsó la repoblación forestal, como base de la reactivación de la construcción y de los astilleros. Los comerciantes reanudaron los intercambios con el Japón, cortados durante la época Yuan, y dirigieron sus productos a la India, Java, Ceilán, Malasia e incluso el golfo Pérsico y Africa Oriental, aprovechando el dominio marítimo establecido por las flotas chinas. En el interior del país, la llegada de grandes cantidades de plata permitió la acuñación de monedas argénteas que sustituyeron a los devaluados billetes de papel y favorecieron la actividad mercantil. Al mismo tiempo que tenían lugar estas transformaciones económicas, se produjo un riguroso ordenamiento social: los individuos fueron adscritos hereditariamente a una de las categorías laborales (campesinos, artesanos-comerciantes y soldados) y encuadrados en células de 11 familias (lía) que, a su vez, se integraban en una unidad superior, el 1/ (conjunto de lOjías), a cuyo frente se situaba un encargado del buen funcionamiento, en todos los órdenes, del colectivo.
Las transformaciones interiores vinieron acompañadas de una activa política expansiva hacia el exterior. Se controló Manchuria y se restauró la gran muralla para impedir, en el futuro, nuevas invasiones mongolas; así mismo, se estableció el protectorado sobre Corea e Indochina, al tiempo que se reanudaban las relaciones con Japón. En el mar, las flotas imperiales establecieron una hegemonía que les permitió extender su influencia hasta el sur de la India y realizar algunas expediciones -mitad comerciales, mitad militares- a zonas tan lejanas como el golfo Pérsico, el mar Rojo y Africa Oriental. Bruscamente, y sin que se sepan exactamente las causas, a la muerte del emperador Yung-Io (1424), la China de los Ming se replegó en sí misma; abandonó toda política expansionista, adoptó una actitud defensiva, dejó el dominio de los mares circundantes ajaponeses y musulmanes y, en el ámbito espiritual, triunfó el conservadurismo, tanto en lo religioso (confucionismo) como en lo cultural (enciclopedismo, clasicismo literario, arte y urbanismo tradicional). Esta era la China que encontraron los europeos cuando, a comienzos del siglo XVI, establecieron sus primeras factorías en Cantón.
El Imperio chino
La dinastía Ming
La crisis socioeconómica
Tras la insurrección de 1368, los Ming expulsaron de China a la dinastía mongol de los Yuan. A lo largo del siglo XV, la dinastía «nacionalista) de los Ming, a la vez que se consolidaba en el poder, se replegó sobre sí misma cortando toda proyección exterior. A mediados de este siglo, los navíos no podían traspasar las aguas chinas. Durante el siglo XVI y parte del XVII, la singladura política de los Ming fue la historia de una lenta pero irreversible decadencia, que terminó en 1644 con la toma del poder por parte de la dinastía manchú de los Tsing. Las causas de esta progresiva degradación del poder de los Ming fueron varias y muy complejas, pero todas ellas giraron en torno a tres goznes fundamentales: la fuerza económica de las grandes familias -los señores feudales- instaladas en las provincias del imperio, el viejo y selectivo sistema administrativo de los mandarines y, finalmente, el todopoderoso entorno imperial de los eunucos.
Presión demográfica y crisis de subsistencias
La población creció a un ritmo vertiginoso. En 1502, China tenía cincuenta y tres millones de habitantes; en 1578, alcanzaba ya los sesenta millones y, en 1670, sobrepasaba los cien millones. La introducción de nuevas plantas (maíz, batata) fue insuficiente para paliar las graves crisis de subsistencias que diezmaban aquella superabundante población. Es más, estas crisis se agravaron a medida que se reducía la superficie cultivada, que pasó de cuarenta y dos millones de hectáreas en 1578 a treinta y dos millones en 1660. Por lo tanto, además de una producción incapaz de compensar la elevada presión demográfica, el régimen de tenencia de la tierra evolucionó en sentido regresivo. Durante ese largo siglo XVI, los pequeños campesinos y los colonos militares -el soldado se procuraba su propia subsistencia, evitando el campesino tener que mantenerlo a sus expensas- fueron echados de sus campos por la voracidad insaciable de los eunucos, príncipes y señores feudales. Aquellas pequeñas propiedades desaparecieron poco a poco ante la extensión ilimitada de la gran propiedad.
A esta muchedumbre de desarraigados no les quedaba otra salida que el sometimiento servil o la huida a zonas incontroladas, donde formaban bandas de salteadores y forajidos. Los artesanos y pequeños comerciantes no disfrutaron, por su parte, de una situación disponer de más de 600 taels de plata-, lo que realmente hacía costosa esta carrera administrativa era la espera improductiva de los seleccionados hasta que encontrasen un puesto de trabajo en la administración.
Así, pues, la formación intelectual de estos funcionarios-letrados, que ya ascendían a 100.000 en la temprana fecha de 1469, era de corte filosófico literario, y los contenidos concretos de sus conocimientos se basaban en los tradicionales planteamientos doctrinales de Chu Shi (1130-1200), según los cuales se ofrecían una interpretación materialista del confucionismo. Para este filósofo de la época Song, el Cosmos evolucionaba constantemente. Un ser en potencia -Wu Ki- engendraba a otro ser puro, eterno, virtuoso y sabio -Tal 1(1-, quien, a su vez, a través de Li, dirigía la materia K"i, que era una sustancia gaseosa aeriforme. Por medio de la alternancia de dos mundos -el Yin, que era el motor de la concentración, y el Yang el de la expansión-, se creaban todas las cosas, incluidos los hombres. Este proceso evolucionista, una vez que logra su perfección se degrada y vuelve al primitivo estado caótico para empezar de nuevo según la ley del eterno retorno. En el contexto de este macrocosmos, el microcosmos humano estaba dotado de dos almas: una sensitiva, que volvía a la tierra con a muerte, y otra moral, que se unía con la sutil materia celestial.
El todo armónico de esta realidad cosmológica y antropológica podía y debía ser conocido exhaustivamente estudiando los libros de los sabios. Aquella filosofía materialista y estos libros antiguos constituían el programa oficial de los aspirantes a mandarines. Pero es tos saberes enciclopédicos, que alimentaban un elitista intelectualismo aristocrático, subordinaban la perfección moral de los hombres a la fría escolástica de los conocimientos librescos. Frente a esta doctrina materialista y abstracta, Wang Yang-ming (1 472-1529) propuso otra alternativa de índole espiritualista y personalista, que se basaba en la intuición moral, en el saber innato, en el sentido de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal, en el Lian-tche que poseen todos los hombres. Estos, sin diferencia de clases ni de formación, reflexionando sobre sí mismos, podrían encontrar la perfección y la felicidad si adecuasen sus conductas a los dictados sencillos del corazón.
Naturalmente, esta versión emancipadora y moral del confucionismo, a pesar de su interior fuerza expansiva, chocó con los privilegios de los propios mandarines que preferían las doctrinas chushistas de carácter autoritario y elitista, a las de Wang, que suspiciaban, en principio, la libertad interior, pero también apuntaban a la transformación de una sociedad en la que el monopolio cultural lo ostentaban los orgullosos y exclusivistas mandarines.
Esta exigente y dura formación chushista dotaba a los burócratas del imperio de una gran cohesión, cuya uniformidad hacía muy expeditivo el funcionamiento administrativo del Estado, aunque la primacía de lo Literario-filosófico sobre lo técnico los anclaba en el pasado metafísico, imposibilitando toda innovación intelectual, político-administrativa y tecnológica. A este rancio conservadurismo, hay que añadir la corrupción institucionalizada en la que estaban inmersos estos funcionarios-letrados. Privilegiados por su formación elitista y procedencia social -hijos de señores feudales y grandes familias burguesas-, tenían que resarcirse de los ingentes gastos hechos para llegar a la difícil meta de su carrera administrativa explotando de muchas maneras a la masa ignorante de los administrados, cuyas necesidades perentorias eran totalmente desestimadas por el poder que los mandarines representaban.
Ahora bien, siendo importante esta actividad administrativa de unos burócratas especializados, sus funciones estaban muy condicionadas por las decisiones tomadas en el seno del harén del emperador.
Los eunucos
Si, en la teoría, el emperador era el augusto soberano (Huang Df), que gobernaba la China sin limitación de ley alguna, en la práctica, aquella arbitraria o despótica acción de gobierno tenía tres barreras difíciles de superar: la rivalidad de los clanes formados por los señores feudales, la pesada maquinaria administrativa de los burócratas-letrados y el «imperio» del harén, manejado por los eunucos (los guardianes castrados de las esposas y concubinas del emperador).
Siendo peligroso el poder de los señores feudales y el de los mandarines, ambos se eclipsaban ante la frecuente usurpación del poder imperial por las alianzas e intrigas de los eunucos, tanto más eficaces cuanto que tenían encomendadas tareas domésticas de confianza (administración de los bienes imperiales) y responsabilidades delicadas (policía secreta), ocupaban altos puestos políticos monopolizando el Consejo Central o Nelge y, sobre todo, aconsejaban y controlaban a la esposa favorita para conseguir el nombramiento de heredero en favor de su hUo, muchas veces el más inepto, con el fin de tener ellos el camino expedito de dificultades en el ejercicio del poder.
Este fue el caso del eunuco Lin Chin, que, durante el reinado de Wu Zang (1 506-1 522), amasó una fortuna incalculable desempeñando la función de un verdadero vice-emperador. Los graves disturbios producidos entre 1510 y 1512 en la provincia de Sechuan, fueron la airada respuesta social a su política corrupta e insoportable. Otro eunuco prepotente fue Wei Chung-hsien, que se apropió del poder en la época del emperador Hsi Tsung (1621-1627) en contra de la burocracia de los mandarines, que, bajo la tapadera de «academias» lite ranas, como la Tung-un, conspiraban contra las camarillas de los eunucos.
Aquella prolongada y grave crisis social, que terminó en la revuelta de Li Tzu-cheng, y estas desaforadas luchas por el poder entre señores feudales, mandarines y eunucos, agravadas por la amenaza constante de ataques exteriores -tártaros, mongoles, japoneses y europeos- y sobre una plataforma económica muy frágil, cuyos recursos eran insuficientes para alimentar a una China superpoblada, propiciaron el derrumbamiento de la dinastía Ming, que había cosechado, a lo largo de los dos últimos siglos, la desafección de unas masas sumidas en la más lamentable de las indigencias.
La dinastía Tsing
La conquista y expansión del poder manchú
Al nordeste de China y al sur del río Amur, las tribus nómadas tungusas, los manchúes, realizaron, en la primera mitad del siglo XVII, una doble acción simultánea. Entre 1618 y 1644, lanzaron permanentes ataques contra la China de los Ming, a la vez que, influidos por la civilización superior de los atacados, se fueron transformando poco a poco en agricultores sedentarios. Uno de sus jefes, Nurhachu (1559-1626), federó las tribus y las dotó de una organización militar en torno a ocho unidades, las banderas o K"i, en las que se agrupaban, además de los manchúes, mongoles, coreanos e, incluso, chinos. Tai Tsong (1627-1643) completó la obra de su padre al formar, en 1631, un gobierno y una administración civil, inspirándose en la ideología política de Confucio y en la burocracia de los mandarines.
Al morir sin hijos en 1643, las tribus tungusas eligieron a su sobrino Chuen Tche (1 644-1651), que se convertiría, en 1644, en el primer emperador chino de la nueva dinastía Tsing. Disponiendo del eficaz dispositivo militar de las banderas y aprovechando la solicitud de ayuda del general Wu San-kuei, que quería liberar a Pekín de las hordas populares del jefe rebelde Li Tzucheng, los manchúes ocuparon la capital china, desde donde eliminaron, una vez conquistada Nankín en 1645, los endebles focos resistentes de la vieja dinastía Ming, refugiada infructuosamente en el sur de la China. Posteriormente, con la incorporación de la isla de Formosa en 1683, el poder manchú quedaba definitivamente asentado.
Sin embargo, la nueva dinastía no se encerró en los viejos límites territoriales de los Ming, sino que, nómadas guerreros, pusieron en práctica una política expansiva que los convertiría en los dueños del Asia Central. Estas victoriosas acciones militares las llevó a cabo el tercer hijo de Chuen Tche, Kang Hi, quien heredó el trono imperial y gobernó desde 1671 hasta 1722. Con las derrotas de Galdán, jefe de los mongoles zúngaros, en 1691 y 1697, no le fue difícil al Gran Kan manchú conseguir el sometimiento de los otros kanes mongoles, los jaljas y los khoshots, que le rindieron vasallaje. Esta considerable expansión territorial de los manchúes se vio enriquecida por la amistosa alianza con el Dalai Lama, quien, a cambio del reconocimiento de su poder temporal sobre Lhasa, consagró el advenimiento de la dinastía mancho y Kang Hi fue honrado como protector por todos los budistas de Asia.
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