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Sigmund Freud: conceptos básicos y crítica desde el campo literario

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    El Malestar en la Cultura, Sigmund Freud

    Freud: Los Sueños

    Crítica para una Crítica Improcedente: el Discurso Psicoanalítico en Literatura

     

     EL MALESTAR EN LA CULTURA, SIGMUND FREUD

    "La fe es una enfermedad cuyos desgraciados portadores pierden por completo la brújula de la coherencia." (Fernán Tazo contra la Comedia Universal)

    El individuo va reconfigurando lentamente su sentimiento yoico primitivo: en un principio, en el período de lactancia, el sentimiento yoico no se desprende del mundo exterior. Pero en una segunda instancia, que deviene (resignada) aceptación de un "afuera", se produce una escisión entre el yo- todo y el afuera, existencia independiente de él y cuya accesibilidad no siempre concuerda con los deseos del individuo. Aquí encuentra Freud el primer sentimiento de displacer: un yo que no siempre accede a una existencia que está en un afuera.

    Proyectando este primer sentimiento de disconformidad ante esta realidad, el individuo, cuya búsqueda de la felicidad no será otra cosa que una pretensión de retorno a su estadio de sensaciones placenteras episódicas, volverá a hallar fuentes de sufrimiento en su afuera, unas veces social, otras personal: en lo referido a lo social, respondiendo estas preguntas, Freud le da un lugar privilegiado al dolor que el individuo puede sufrir en su interacción con otras personas. Así es como el individuo, cercado por las posibilidades de sufrir que lo acosan, rebaja sus aspiraciones de felicidad al mero objetivo de evitar el sufrimiento, o sublimarlo en arte. Las posibilidades de evadir la realidad social incluyen, en Freud, ejemplos como el del ermitaño, que decide abandonar los principios sociales que le generan displacer, o el del súper hombre, que modifica los deseos de todos acorde a su propio placer. Freud explica, mediante estos ejemplos, cómo el ser social, aunque no haga ninguna de estas cosas, sigue comportándose del mismo modo que los paranoicos, enmendando algún elemento intolerable del mundo real a través de una creación ficcional instalada en esta realidad para hacerla tolerable. Así, siguiendo a Freud, es la relación entre el individuo y la religión.

    Sin embargo, la religión viene a cobrar caro el precio de su protección psíquica, en la medida en que perturba "este libre juego de elección y adaptación, al imponer a todos por igual su camino único para alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento." (Capítulo II). En este sentido, valga la religión como uno solo de todos los factores que se mencionan como coacciones sociales que recaen sobre el individuo. Si nos proyectáramos hacia otros, incluiríamos las apreciaciones de Freud sobre los efectos que la cultura (cohesión social de los individuos) imprime en el individuo, como la limitación del acto sexual en ciertas circunstancias y la ampliación del círculo de su acción. De esta prohibición, que Freud remonta a la imagen del padre- poder, surge también la culpa que genera el deseo de eliminar ese padre- poder para alcanzar una libertad. Así, la cultura reprime al individuo recortando sus deseos en pos de una vida social que, además, reduce su felicidad a aspiraciones de no-dolor. Cuando el individuo quiera romper las barreras, se encontrará con un súper yo destinado a hacer funcionar el legendario mecanismo de la culpa caracterizado pocas líneas arriba, y su único símil de libertad será jugar a ella en la ficción del arte. La cultura reprime al hombre, que la odia y a la vez la necesita para subsistir (ya que es su propia creación), y el individuo queda a medio camino entre la implosión y la sublimación.

     

    FREUD: LOS SUEÑOS

    En Los Sueños, Freud presenta algunas de sus terminologías analíticas que más resonancia han tenido en el lenguaje cotidiano argentino actual. Introduce, también, la noción definitiva de que un sueño entraña mucho más que representaciones azarosas cuyo orden no es dominado por la consciencia en reposo del individuo. El sueño es, aquí, el más impresionante recurso de exploración de un ello dionisíaco con que el individuo convive. Un ello que duerme como una peligrosa criatura mientras la consciencia pueda controlarla.

    Así define, concretamente, al inconsciente: el espacio de lo reprimido y de lo postergado, espacio que, por consiguiente, casi nunca llegó al estadio de su representación racional, lingüística. El inconsciente es un depósito de residuos radioactivos que, si no se toman las medidas de seguridad correspondientes, irán impregnando y contaminando letalmente el mundo interior del individuo. El psicoanálisis está allí para tomar medidas de seguridad en el aprisionamiento del residuo inconsciente.

    Una vez que Freud se aboca a la sistematización del análisis de los sueños, pasa en un mismo movimiento, esas representaciones ingobernables a lenguaje inteligible. Freud, en este sentido, comparará, en Los Sueños, el lenguaje de la dimensión onírica con el poético, en la medida en que ambos tienen entre sus principales recursos el mecanismo de la condensación: tanto para una como para el otro, la condensación implica una fusión de una o más imágenes, creadoras de una gran imagen dominante que representará y contendrá al resto. Esto responde también a una definición posible, formulada en el artículo, de la metáfora.

    Por otra parte, Freud encuentra, en su búsqueda por racionalizar lo irracional, que el inconsciente se maneja en el sueño con otro mecanismo homologable a lo que en poesía es la metonimia: el desplazamiento. Este desplazamiento, en el sueño, implica la extracción de un elemento de la vida despierta y su introducción en él, en otro "contexto" y con otra función. La metonimia en poesía, (una parte que representa un todo) es el desplazamiento en el sueño: una pieza del mundo despierto que sirve en el sueño para representar un todo inconsciente. Con estas categorías, más la de dramatización, que es la puesta en escena del sueño y su desarrollo esencial a través de imágenes (ya que es este el material onírico: el de las imágenes), Freud otorga lenguaje (en tanto que sistematicidad) a aquello que, a priori, no estaba regido por principio alguno. El psicoanálisis, entonces, regula símbolos y establece posibles traducciones. Algunos de esos símbolos toman un carácter universal, otros forman parte del diccionario propio de cada individuo. La interacción de la condensación, el desplazamiento y la dramatización, conquistan, en Los Sueños, uno de los últimos dominios racionalizables que le quedaban a la cultura occidental.

     

    CRÍTICA PARA UNA CRÍTICA IMPROCEDENTE: EL DISCURSO PSICOANALÍTICO EN LITERATURA

    Podríamos plantearnos la hipótesis de que existe un vínculo muy extraño entre el hecho literario y el terreno de la vida. Un vínculo similar al que existe entre la foto y su negativo. Sí: una inversión es una relación, de oposición, pero, ante todo, relación. Theodor Adorno ya observaba esto: en su acepción crítica de la literatura, utilizó el término dialéctica negativa para definir el rol de lo literario, que debía permanecer siempre en un estadio formal autónomo respecto de la realidad, para que, desde ese distanciamiento, pueda conservar su estatuto crítico: una vez que la obra literaria comienza a asimilar en forma directa a la realidad (como en el caso del realismo literario), la obra pierde sus capacidades críticas. Dicho en otros términos: si la literatura resuelve los problemas de la realidad, entonces todo es en vano, porque la realidad se estará resolviendo sólo en términos de ficción.

    La distinción adorneana y su pedido de distanciamiento formal entre ficción y realidad es una primera advertencia sobre la relación foto – negativo entre literatura y realidad: esta última es la instancia de tesis; la ficción la antítesis, y no debe existir una síntesis conciliadora entre ambas dimensiones.

    Las fronteras del psicoanálisis freudiano trascienden el campo de la medicina. La prueba de esto es que Freud ha abordado, desde el psicoanálisis, la sociología, la antropología, la historia: su ambición intelectual representa una suerte de prólogo a los estudios culturales y a la interdisciplinariedad. También abordó la crítica literaria y dejó epígonos en este rumbo. Pero esto último es muy distinto de los otros abordajes señalados. Aquí, la crítica psicoanalítica se hace cargo de las patologías del autor o de los personajes, o elabora una reglamentación entre imagen y símbolo, también de índole médica. En cualquier caso, llegó demasiado lejos.

    La crítica literaria atravesó muchas etapas, unas veces totalitarias, otras democráticas, otras anárquicas. Pero es imposible negar que la noción de que una obra polisémica, exuberante, desbordante en contenidos literales y metafóricos cuya significación total está fuera incluso del propio autor; es imposible negar, en fin, que la noción de que una obra literaria es aprehensible por algún metadiscurso crítico corresponde a una visión a-crítica y naif de la literatura. Los discursos críticos deben (y lo hacen) hablar en un asertivo ficcional, deben (y lo hacen) girar alrededor de la literatura, multiplicando sus implicaturas y significaciones. Las lecturas que la crítica y la teoría hacen están destinadas (para algunos críticos expansionistas, condenadas) a sumarse a las otras teorías, no a desplazarlas. Cuando la crítica delata una cierta hegemonía de su sistema para abordar el arte, tenemos gérmenes de una crítica conservadora, reaccionaria, totalitaria, monodiscursiva. Tal podría ser la aspiración de un tipo de crítica como la del New Criticism, o como la de Harold Bloom en El Canon Occidental (si esa aspiración está bien o mal leída por mí, será discutido en cualquier otro lugar menos aquí). Estas teorías y críticas literarias, mal que les pese a los dueños de los metadiscursos, no desplazaron sino que se sumaron a las demás.

    Dijimos al principio que realidad y literatura se comportan como si una fuera el negativo de la otra. Esto se comprueba, en la medida en que aplicamos a una y otra dimensión aspectos que pueden habitarlas indistintamente a las dos y vemos cómo se resuelven de modo opuesto según estén en una u otra. Solamente a modo de ejemplos, podríamos mencionar el caso de la ilegalidad, o bien el que podríamos llamar provisionalmente el conflicto individual no resuelto. En cuanto a la ilegalidad, (sólo parafraseo a Ludmer) en la dimensión literaria constituye el punto de su propia existencia. En nuestra literatura, que puede leerse como una construcción de límites establecidos por la identidad nacional y la constitución – delineamiento del Estado, vemos cómo es el delito el que constituye el corpus de la literatura argentina: el marginal produce, en literatura, la propia configuración del campo, mientras que, en sociedad, conserva su rol de excluido inservibles para el Estado, que no puede utilizarlos. También puede trasladarse a términos de forma: desde aquí, y sólo desde aquí, Arlt es un mal escritor y Borges, una insólita ausencia en los aún más insólitos premios Nobel. El caso del conflicto individual no resuelto también se invierte según el plano desde donde lo veamos: en la realidad, el individuo puede necesitar de un psicoanalista: sus conflictos lo hacen un ser sufriente que debe ser ayudado para convivir en una neurosis a tono con la sociocultural. Pero en la literatura, el psicoanalista es, por su misma inclinación a resolver los conflictos, el que atenta contra la obra.

    Esto último, algo resonante, se puede explicar a partir de la distinción aludida (y a la que no se debe renunciar) de Adorno entre realidad y literatura: si reconocemos (y pedimos) con él sus distintas naturalezas, y si agregamos con Barthes que la teoría y la crítica literarias son más cercanas a la literatura que a la ciencia, podemos establecer que tanto el abordaje psicoanalítico de los conflictos del autor (biografismo improcedente) como el de los de los personajes (¿¡inmanentismo psicoanalítico… de personajes de la ficción?! ¿para solucionar sus problemas? ¿para hacer de ellos mejores hombres? ¿para que no vuelvan a matar como Raskólnikov? ¿para que no vuelvan a cometer los delitos que los hacen precisamente fundamento de la propia obra literaria y de la propia literatura?) es una lectura científica aplicable al individuo real, pero completamente extraña para la obra literaria, tanto más cuanto el discurso psicoanalítico se yergue como la lectura hegemonizadora y adquiere, además, un carácter totalitario en la crítica. Pero aún si se tratara de una crítica pricoanalítica de carácter "atenuado" o "híbrido" como la que puede verse en Milmaniene y su Clínica del Texto, el psicoanálisis no tiene nada que hacer en determinados textos literarios, porque ellos no necesitan ser intervenidos con lecturas que vayan a salvar a sus personajes y mucho menos que auxilien a su autor: en categorías del propio psicoanálisis, éste hace literatura básicamente porque está sublimando sus problemas; sus problemas son, en todo caso, su materia prima.

    Se puede objetar a esto que la lectura psicoanalítica de textos literarios no busca exactamente resolver dichos problemas, sino más bien, iluminar las causas por las cuales los personajes actúan como actúan. A esa objeción se responderá que existen elementos de la obra que no pueden sostenerse desde el psicoanálisis: el narrador omnisciente y sus elecciones; el "narrador aparentemente ausente" de los procedimientos de montaje (Puig). Quitando el biografismo psicoanalítico, descartado ya por los propios críticos literarios psicoanalistas: ¿Podrá el psicoanálisis iluminar el por qué de las elecciones estéticas del "narrador aparentemente ausente", o la del omnisciente? ¿pueden abordarse seriamente desde el psicoanálisis las elecciones de cambio de escena, de selección de episodios, de selección de herramientas a mostrarle al receptor y los criterios de montaje? ¿bajo qué referencia, si el narrador omnisciente y el aparentemente ausente no están corporeizados más que por sus elecciones formales? El psicoanálisis puede trabajar allí donde hay un individuo (su objeto de estudio: el inconsciente) o una cultura bien definida en determinados puntos (los concernientes a sus representaciones: religión, tabúes, cultura): pero… ¿puede decir algo de todo lo que no es concretamente individuo o representación de una cultura? (por ejemplo: del uso de determinadas formas, de descripciones y teorías estéticas particulares, de selecciones del narrador omnisciente o del "aparentemente ausente" a la hora de construir su relato, en fin: de un aspecto no menor en literatura: el formal). La pregunta de fondo sería: ¿depende todo, en literatura, del inconsciente, objeto de estudio del psicoanálisis? O mejor, y por último: la obra literaria: ¿es material pertinente para una lectura psicoanalítica?

    La intuición de estas apreciaciones es que el psicoanálisis es un sistema crítico que no puede más que ser una vaga sombra, en literatura, de lo que es en medicina. Y esto, para hacer circulares estas reflexiones, nos recuerda a una reflexión que habíamos sugerido líneas atrás: en literatura, algunos elementos comunes con la realidad funcionan de manera opuesta en ella. Es bastante probable que el discurso psicoanalítico, entonces, tenga tan pocos aciertos en crítica literaria (ficción) como aporías teóricas significativas en la medicina (realidad).

    Theodor Adorno, quien intuía también que realidad y ficción no debían llegar a la síntesis, nos alienta a que, después de haber considerado aquí que el discurso teórico – crítico literario está hecho "del mismo material con que está hecha la ficción", lleguemos a una conclusión desalentadora para la crítica psicoanalítica: a menos que reconozca su carácter devenido ficcional (cosa que no siempre el psicoanálisis está dispuesto a hacer) desde que se torna crítica literaria, la crítica psicoanalítica no puede intervenir a la ficción desde categorías dispuestas para lo real, ni mucho menos, desde Adorno, resolver sus conflictos (resolverlos aquí, recordemos, sería resolver en la ficción lo que la ficción estaba reclamando que se resolviera en la realidad). Por otro lado, si existiera una crítica psicoanalítica que no tuviera pensado resolver sino iluminar aspectos implícitos, sus herramientas, como lo dijimos, serían, para tal fin, insuficientes.

    Existen teorías que, sin haber sido pensadas para literatura a priori, fueron utilizadas, no obstante, para ella. Este factor es algo que podría objetarse respecto de la discriminación que sobre el psicoanálisis se efectúa en estas reflexiones. Y es cierto: el marxismo extendió sus redes a lo literario, siendo una teoría político- económica y cuanto mucho sociológica; también se produjo tal aplicación del aparato teórico de Nietzsche, a través de críticos impregnados de su lectura como Barthes o Foucault. Incluso el propio estructuralismo, desde Saussure, es ante todo una teoría lingüística. Pero hay en estos tres casos preocupaciones complejas y verdaderamente literarias que el psicoanálisis no tiene, o no ha trabajado lo suficiente como para que estas apreciaciones dejen de acusar el discurso psicoanalítico de insuficiente, en el mejor de los casos. El marxismo ha desplegado versiones teórico –críticas diversas a través de Lukàcs, Brecht, Benjamin y parte de la Escuela de Frankfurt como el mencionado Adorno. Incluso Lenin se involucró en este debate. Pero el debate marxista no es en casi ningún caso una traslación de la teoría marxista a lo que reflejaba la obra literaria, porque, de haber sido así, el marxismo no hubiera podido hacer más que analizar factores y elementos del contenido social de la obra. La crítica literaria marxista involucró en el debate literario dos factores que el psicoanálisis no puede abordar profundamente hasta el momento: al propio intelectual como tal (esto es: no su vida, sino, y esto es muy distinto, su relación crítica respecto de la realidad que habita a través de la obra literaria y fuera de ella) y a las formas literarias como herramientas críticas y estéticas. Tanto Brecht como Lukàcs como Adorno como Benjamin han discutido a la literatura en términos eminentemente formales, ya que, después de Shklovski y el formalismo ruso, la crítica –y esto es otra toma de postura sobre crítica literaria- no puede hablar en otros términos. De Foucault, por cierto, no puede decirse exactamente lo mismo. Sin embargo, su trabajo sobre la microfísica del poder es de corte tan sutil, que trasciende hondamente, en crítica literaria, a los personajes y al contenido, al punto que Martín Kohan, por poner un ejemplo de una obra reciente de literatura argentina, ha hecho en Dos veces junio una poética formal de esta microfísica del poder, poética que, como tal, no implica solamente al llamado contenido de la obra, sino que está en su misma estructura y construcción, en su propia división en capítulos y también en los personajes y las escenas. Lo cual genera una crítica literaria foucaultiano-nietzscheana pertinente, honda y también de sus formas.

    Cuando el psicoanálisis pueda construir un aparato crítico capaz de salirse del individuo y su relación con la cultura (objeto de estudio al que debe ser fiel, pero solo en medicina) para involucrar también otros aspectos como el estético en su sentido formal, el de construcción de relatos; es decir, cuando la crítica psicoanalítica empiece a desregular su dependencia de individuos o discursos símil de inconscientes, implicará que se ha hecho responsable de la distinción adorneana entre literatura y realidad, y habrá, con Barthes, literaturizado sus categorías críticas médicas en pos de las literarias.

    Ya que ni el marxismo ni los nietzscheanos han incurrido en el error metodológico en que ha caído el psicoanálisis en crítica literaria: no reformular sus categorías para esta dimensión tan particular como lo es el discurso de la ficción.

     

    Serafín Campaña