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Importancia de la práctica de valores (página 2)

Enviado por Juan Sarabia


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1.1 EL HOMBRE

Para poder adentrarnos dentro de lo que son los valores y todas sus características es necesario entender que el único ser capaz de cultivar y vivir estos valores es el hombre. Tomando la idea de que el hombre como tal es un ser racional por excelencia, podemos afirmar que los valores sólo los vive el hombre racional. Pero, ¿Qué es el hombre? Si la respuesta a este cuestionamiento pudiera hacerse de modo científico, el trabajo de explicar su esencia sería fácil y así comprenderíamos con mayor prontitud a la humanidad en sí. Mas no se ha llegado nunca a un acuerdo sobre ese ser del hombre, sino más bien, a medida que va avanzando el pensamiento y ha progresado moralmente, la concreción se ha ido haciendo más difícil. A lo largo de la historia, han surgido diversas disciplinas (o ciencias) que han querido explicar este cuestionamiento, pero en su mayoría, por no decir todas, han quedado sólo en la periferia de su objeto formal de estudio y han hecho más incomprensible este planteamiento. Ello no significa que sea imposible explicarlo; el hombre es entendido, en todas sus dimensiones, a lo largo de la historia como un todo compuesto de dos aspectos fundamentales (corporal y espiritual). Es importante acotar aquí que no nos referimos al hombre como género sino como un todo general y complejo, el ser humano. Los griegos limitaron la finalidad del ser humano a la de ser un excelente ciudadano. El pensamiento cristiano hizo depender el ser del hombre de la voluntad divina (en cuanto hijo de Dios) ser único e irrepetible, hecho a imagen y semejanza de su Creador. En cambio, la modernidad proclama, por encima de todo, la individualidad de la persona: el individuo es un ser fundamentalmente, "libre" con derecho a elegir su propia vida. Otras características del hombre son: es el único ser que es capaz de vivir en sociedad, en donde se relaciona con los demás y se desarrolla (Sociología), un ser con historia, costumbres, tradiciones, saberes, cultura, etc. (Antropología), un ser con una conducta (Psicología), un ser con principios, valores, conocimientos, limitaciones. En todo, no hemos dado con un concepto básico del HOMBRE, pero, por lo comentado podemos deducir que le hombres es: "Un ser racional, LIBRE, único, irrepetible, complejo, que vive en una sociedad, posee creencias, principios, valores, conocimientos, movido por su conducta, con tendencia a la felicidad. Pero con esto no se resume lo que es el hombre, es solo para poder llegar a entender al hombre como el principal manifestador de los valores, de la coherencia de vida y de las prácticas democráticas en una gran dimensión de su todo. No diremos que esto hace al hombre, pues ello sería encasillarlo y no darle libertad, atraparlo en un concepto, solo queremos puntualizarlo en estos aspectos.

1.2 LOS VALORES. ORIGEN

La génesis del valor humano se desprende del vocablo latín aestimable que le da significación etimológica al término primeramente sin significación filosófica. Pero con el proceso de generalización del pensamiento humano, que tiene lugar en los principales países de Europa, adquiere su interpretación filosófica. Aunque es sólo en el siglo XX cuando comienza a utilizarse el término axiología (del griego axia, valor y logos, estudio).

En los tiempos antiguos los problemas axiológicos interesaron a los filósofos, por ejemplo: desde Sócrates[1]eran objetos de análisis conceptos tales como "la belleza", "el bien", "el mal".

Los estoicos[2]se preocuparon por explicarse la existencia y contenido de los valores, a partir de las preferencias en la esfera ética y en estrecha relación, por tanto, con las selecciones morales, hablaban de valores como dignidad, virtud…

Los valores fueron del interés además de representantes de la filosofía como Platón para el cual valor "es lo que da la verdad a los objetos cognoscibles, la luz y belleza a las cosas, etc., en una palabra es la fuente de todo ser en el hombre y fuera de él"

A su vez Aristóteles abordó en su obra el tema de la moral y las concepciones del valor que tienen los bienes.

En el Modernismo resurge la concepción subjetiva de los valores, retomando algunas tesis aristotélicas. Hobbes[3]en esta etapa expresó: "Lo que de algún modo es objeto de apetito o deseo humano es lo que se llama bueno. Y el objeto de su odio y aversión, malo; y de su desprecio, lo vil y lo indigno". Pero estas palabras de bueno, malo y despreciable siempre se usan en relación con la persona que los utiliza. "No son siempre una regla de bien, si no tomada de la naturaleza de los objetos mismos".

Hasta este momento de la historia de los valores y luego en la axiología se expresa el significado externo de los objetos para el hombre, se hace un análisis idealista subjetivo, y desde este punto de vista los valores se fetichizan o se reducen a propiedades naturales.

En la segunda mitad del siglo XIX, con la agudización de las contradicciones propias de la sociedad capitalista, es cuando el estudio de los valores ocupó un lugar propio e independiente en la filosofía burguesa convirtiéndose en una de sus partes integrantes.

Max Scheler[4]fue el filósofo que más abordó el tema en esta etapa. Para él los valores son cualidades de orden especial que descansan en sí mismos y se justifican por su contenido. El sentimiento de valor es una capacidad que tiene el hombre para captar los valores. Para Scheler: "el hombre es hombre porque tiene sentimiento de valor".

A fines del siglo XIX y principios del XX con estos aportes del marxismo se comienza a abordar el concepto de valor sobre la base de la relación sujeto-objeto, de la correlación entre lo material y lo ideal. De ahí que la filosofía marxista leninista establezca el análisis objetivo de los valores, a partir del principio del "determinismo aplicado a la vida social, donde se gesta el valor y las dimensiones valorativas de la realidad", es decir, esa capacidad que poseen los objetos y fenómenos de la realidad objetiva de satisfacer alguna necesidad humana.

1.3 CONCEPTO

Aún cuando el tema de los valores es considerado relativamente reciente en filosofía, los valores están presentes desde los inicios de la humanidad. Para el ser humano siempre han existido cosas valiosas: el bien, la verdad, la belleza, la felicidad, la virtud. Sin embargo, el criterio para darles valor ha variado a través de los tiempos. Se puede valorar de acuerdo con criterios estéticos, esquemas sociales, costumbres, principios éticos o, en otros términos, por el costo, la utilidad, el bienestar, el placer, el prestigio.

Los valores son producto de cambios y transformaciones a lo largo de la historia. Surgen con un especial significado y cambian o desaparecen en las distintas épocas. Por ejemplo, la virtud y la felicidad son valores; pero no podríamos enseñar a las personas del mundo actual a ser virtuosas según la concepción que tuvieron los griegos de la antigüedad. Es precisamente el significado social que se atribuye a los valores uno de los factores que influye para diferenciar los valores tradicionales, aquellos que guiaron a la sociedad en el pasado, generalmente referidos a costumbres culturales o principios religiosos, y los valores modernos, los que comparten las personas de la sociedad actual.

Pero ¿Qué se entiende por valores?: Este concepto abarca contenidos y significados diferentes y ha sido abordado desde diversas perspectivas y teorías. En sentido humanista, se entiende por valor lo que hace que un hombre sea tal, sin lo cual perdería la humanidad o parte de ella. El valor se refiere a una excelencia o a una perfección. Por ejemplo, se considera un valor decir la verdad y ser honesto; ser sincero en vez de ser falso; es más valioso trabajar que robar. La práctica del valor desarrolla la humanidad de la persona, mientras que el contravalor lo despoja de esa cualidad. Desde un punto de vista socio-educativo, los valores son considerados referentes, pautas o abstracciones que orientan el comportamiento humano hacia la transformación social y la realización de la persona. Son guías que dan determinada orientación a la conducta y a la vida de cada individuo y de cada grupo social.

La esencia de los valores es su valer, el ser valioso. Ese valor no depende de apreciaciones subjetivas individuales; los valores son objetivos, situados fuera del tiempo y del espacio.

Los valores se perciben mediante una operación no intelectual llamada estimación.

Todo valor tiene una polaridad, ya que puede ser positivo y negativo; es valor o contravalor.

Cualquier valor está vinculado a la reacción del sujeto que lo estima. Hay unos más estimables que otros, les otorgamos una jerarquía. Según ésta, los valores pueden clasificarse en vitales, materiales, intelectuales, morales, estéticos y religioso.

"Todo valor supone la existencia de una cosa o persona que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen existencia real sino adherida a los objetos que lo sostienen. Antes son meras posibilidades."

Los valores (dignos, apreciables) son instancias válidas que se presentan en las actividades de los seres humanos, teniendo como consecuencia la aceptación o el rechazo de que algo o alguien sea bueno o malo[5]

Desde que el ser humano tuvo conciencia, pudo darse cuenta de que en el mundo se encontraba con situaciones conflictivas o problemáticas. Por ellos fue que se instalaron ciertos criterios, normas, principios y valores que ayudarían a regular dicha situación. Y aunque a veces se da la cuestión de que los valores pertenecen a las divinidades, o que es una cuestión de religión, nos damos cuente que los valores en sí, encuentran su fundamento en el hombre, en su comportamiento con los demás, en su relacionamiento. Tampoco podemos pensar que las divinidades no toman parte en esta prerrogativa, podríamos decir incluso que en ellos toma inspiración el hombre para establecer aquellos criterios, normas, principios, y, por sobre todo, los valores.

Aunque las necesidades del hombre desempeñan un papel importante en el surgimiento de los valores, no implica que la actividad subjetiva haga que los valores sean también subjetivos pues están determinados por la sociedad y no por un individuo aislado

En valor también pueden convertirse determinadas formaciones espirituales las ideas, las teorías. Pero aún estos fenómenos espirituales siendo subjetivos por su existencia, sólo se convierten en valor en la medida en que se correspondan con las tendencias del desarrollo social.

De tal forma los valores no existen fuera de las relaciones sociales, de la sociedad y el hombre. El valor es un concepto que por un lado expresa las necesidades cambiantes del hombre y por otro fija la significación positiva de los fenómenos naturales y sociales para la existencia y desarrollo de la sociedad.

Primeramente esta concepción se refiere a bienes y materiales naturales, valores de uso, al carácter progresivo o reaccionario de los acontecimientos históricos, a la herencia cultural y a las características estéticas de los objetos.

En el segundo caso se trata de valoraciones, situaciones y actitudes, representaciones normativas, así como del sentido de la historia de los ideales y principios.

En la actualidad, a través de la década del noventa, las condiciones se han trasformado, han cambiado. De ahí que el pensamiento filosófico capte las actuales condiciones, confirme así el carácter histórico concreto del valor, y ofrezca nuevas tesis.

Fabelo establece ahora tres planos de análisis: el primero son los valores objetivos, como las partes que constituyen la realidad social tales como: los objetos, fenómenos, tendencias, ideas, concepciones, conductas. Estos pueden desempeñar la función de favorecer u obstaculizar la función social, respectivamente será un valor o un antivalor. Este es un sistema de valores objetivos.

El segundo plano es un sistema subjetivo de valores y se refiere a la forma en que se refleja en la conciencia la significación social ya sea individual o colectiva. Estos valores cumplen una función como reguladores internos de la actividad humana. Pueden coincidir en mayor o menor medida con el sistema objetivo de valores.

El tercer plano es un sistema de valores institucionalizados, que son los que la sociedad debe organizar y hacer funcionar. De este sistema emana la ideología oficial, la política interna y externa, las normas jurídicas, el derecho y la educación formal. Estos valores pueden coincidir o no con el sistema de valores objetivos.

Aunque el proceso subjetivo, de concientización de un determinado sujeto, es importante, no es ajeno a los otros dos momentos. Pues los valores que se forman son el resultado de los valores objetivos y los socialmente institucionalizados.

Lo que provoca la disminución del valor a los fenómenos espirituales, sociales y se le conceda mucho más valor a los que se asocien a la satisfacción de necesidades materiales.

En nuestro país de manera general existe una juventud que es heredera de valores como la independencia, la solidaridad, y la justicia social. Sin embargo, en una parte de esa juventud pueden observarse síntomas evidentes de crisis de valores. Entre los síntomas están los siguientes: inseguridad acerca de cual es el verdadero sistema de valores, qué considerar valioso y qué antivalioso, sentimiento de pérdida de validez de lo que hasta ahora era valioso y por tanto atribución de valor a lo que hasta entonces era antivalioso, cambios en el sistema jerárquico, otorgándole mayor prioridad a valores que eran más bajos.

Pero se considera que no se ha producido una crisis total del sistema de valores; si no que estos síntomas indican un debilitamiento de determinados valores, en determinados grupos sociales dado un proceso de reordenamiento, o reacomodo económico.

No obstante en nuestro país reafirmamos "que la solidaridad es más rentable que el egoísmo, que el costo de la codicia es superior al de la generosidad, que la eficiencia basada en la administración democrática es superior a la genialidad de cualquier burócrata y que el economismo no puede ser la supraideología de una nación que aspira a seguir siéndolo con todos y para el bien de todos".

1.4 CARACTERÍSTICAS DE LOS VALORES

Una de las características de los valores es la que se denomina polaridad, ello significa que a cada valor corresponde un antivalor, a aquello que posee un sentido valioso para la existencia se opone el significado de lo que no tiene sentido para la misma. El filósofo español José Ortega y Gasset[6]raciovitalista[7]habla de los valores y de sus contrarios.

¿Qué hace que algo sea valioso? La humanidad ha adoptado criterios a partir de los cuales se establece la categoría o la jerarquía de los valores.

Algunos de esos criterios son:

(a) Durabilidad: los valores se reflejan en el curso de la vida. Hay valores que son más permanentes en el tiempo que otros. Por ejemplo, el valor del placer es más fugaz que el de la verdad.

(b) Integralidad: cada valor es una abstracción íntegra en sí mismo, no es divisible.

(c) Flexibilidad: los valores cambian con las necesidades y experiencias de las personas.

(d) Satisfacción: los valores generan satisfacción en las personas que los practican.

(e) Polaridad: todo valor se presenta en sentido positivo y negativo; Todo valor conlleva un contravalor.

(f) Jerarquía: Hay valores que son considerados superiores (dignidad, libertad) y otros como inferiores (los relacionados con las necesidades básicas o vitales). Las jerarquías de valores no son rígidas ni predeterminadas; se van construyendo progresivamente a lo largo de la vida de cada persona.

(g) Trascendencia: Los valores trascienden el plano concreto; dan sentido y significado a la vida humana y a la sociedad.

(h) Dinamismo: Los valores se transforman con las épocas.

(i) Aplicabilidad: Los valores se aplican en las diversas situaciones de la vida; entrañan acciones prácticas que reflejan los principios valorativos de la persona.

(j) Complejidad: Los valores obedecen a causas diversas, requieren complicados juicios y decisiones.

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1.5 JERARQUÍA DE VALORES[8]

Los valores pueden categorizarse obteniendo cierto rango, ya que no todos poseen la misma importancia. Por ello decimos que se jerarquizan los valores, es decir, se sitúan en niveles superiores, intermedios, inferiores o similares a otros. Dependen de las decisiones que partan de un valor supremo, del cual se desprenden otros para ordenarse en forma concatenada.

La apropiación moral, los actos y la sociedad en que se vive poseen normas de conducta; por ejemplo, el niño, desde muy pequeño, aprende «qué debe hacer» y «qué es bueno» (para él y para todos). Ese conjunto de normas es justamente, lo que se llama «moral». Se puede, pues, llamar «moral» al código de normas acerca de lo que se considera «bueno». Si el ser humano es un animal «político» (es decir, social), necesariamente es también un animal «moral».

La moral es un conjunto de normas o reglas de acción y de valores, ya que las normas señalan que algo se debe hacer porque se considera como «bueno».

Toda sociedad cuenta con un código de normas morales, normas sobre el deber y lo bueno, es decir, con una moral. El modo como los miembros de la sociedad aceptan esas normas y las practican puede ser llamado moralidad. Puede darse el caso de que, existiendo una «moral», exista también «inmoralidad».

La moral kantiana (Kant[9]reposa sobre un postulado fundamental: «la libertad», que se evidencia en el momento en que el sujeto moral es quien se da a sí mismo las normas morales, es «autónomo» (Ley de sí mismo).

La ética formal kantiana se reduce a:

• Las normas morales han de poseer validez universal.

• Rechaza la ética del bien (éticas teológicas).

• Propone una ética deontológica y procedimental en la que se establece un único criterio para reconocer las normas morales.

• Reposa sobre la autonomía de la voluntad racional que no se rige por el capricho, sino que quiere lo que debe querer.

• Lo verdaderamente bueno, por encima de otra cosa es la «buena voluntad».

1.6 TIPOS

  • a. Valores Religiosos

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Hemos visto que en el tema de los valores, la religión juega un papel muy importante, ya que de ella, muchos valores son conocidos y aprendidos. La religión plantea la idea de los valores tanto para un objetivo que es Dios, más que nada, y un fin subjetivo, la santidad. Pero para llegar a estos fines es necesario realizar ciertas actividades que comprometan al sujeto a llevar una vida armoniosa, tanto con su Creador como con sus demás seres del mundo actividades muy imprescindibles que son el culto interno (personal) y el culto externo (comunitario) y, por sobre todo, la práctica de las virtudes sobrenaturales[10]

En este caso la persona debe dejarse guiar por lo que dice la fe. Busca la realización del hombre para que éste a su vez pueda llegar "ser santo", es decir, la autorrealización personal de cada individuo religioso.

  • b. Valores Morales

Además d e los valores religiosos nos encontramos con estos tipos de valores (los morales) cuya vital importancia radica en el hecho de que con finalidad objetiva busca la bondad del hombre y también su felicidad. Para ello es se hace imprescindible la incorporación de las virtudes humanas dentro del mundo de actitudes que poseemos como seres humanos. La preponderancia de la práctica de estos valores es que la libertad esta dirigida por la razón y también busca, más que nada la autorrealización de los hombres; busca hacer del ser humano un ser íntegro y con pautas de conducta establecidas que regulan el comportamiento pero que no tienen una obligación pero que requiere de una disposición ante ellos.

  • c. Valores Estéticos

Este tipo de valor cuenta con un objetivo primordial que es la belleza. Con ellos busca establecer una armonía perfecta en el universo y para ellos propone la contemplación, la creación y la interpretación de todo cuanto se encuentre a su alrededor como actividad para llegar a ella.

  • d. Valores Intelectuales

La búsqueda constante de la verdad forma parte del objetivo fundamental de este tipo de valor; la sabiduría como fin subjetivo, que hace a cada persona, se consigue por medio de la abstracción y construcción de los conocimientos y la adquisición de nuevas ideas teóricas que fundamenten los previos conocimientos. Para ello es necesario la razón, pero no un tipo de racionalidad cualquiera, sino aquel que ayude a la elevación de la intelectualidad del hombre.

Así encontramos una serie de tipos de valores que, de una u otra manera, nos facilitan la actividad cotidiana en lo que respecta al bienestar personal y social de cada uno. Entre los ya citados podemos destacar además los valores afectivos que busca más que nada el amor, el placer, el afecto; los valores sociales que son estereotipos que la sociedad planta como modelo de vida basado en el poder, en la fama y en el prestigio y que busca más que nada la interacción de los seres humanos dentro de un contexto social; los valores físicos, que ante cualquier otra lo que busca es el bienestar físico o corporal de las personas por medio de la salud y la higiene; por último podríamos hablar de los valores económicos, que más que nada lo que busca es el bienestar, la riqueza a través de las cosa que tienen un valor convencional por medio de negocios y la correcta administración de los bienes.

1.7 NORMAS, VALORES Y CONCIENCIA

Actos, actitudes y carácter representan el aspecto personal de la estructura moral. Las normas y los valores son, en principio, supra-personales; parecen tener carácter «objetivo», y se «interiorizan» por medio de la conciencia.

Acerca de las normas morales (la «moral» como código), son necesarias, no solo para la sociedad, sino también para el individuo, especialmente en sus primeros años de vida, de lo contrario puede producirse la anomia que provoca desconcierto en él y dificulta su integración social. Los valores morales, por ejemplo: la justicia, la veracidad y el altruismo, trascienden las normas. Es decir, nunca una norma puede agotar el contenido de un valor, es que los valores son ideales que conllevan una exigencia de realización. Representan el deber ser, no el ser o el hecho. Los valores, al ser exigencias, se convierten en llamadas hacia lo mejor, el deber ser.

Los valores legitiman las normas, pero la aplicación de éstas puede hacerse de dos maneras: rígida y flexiblemente. La conciencia moral representa la personalidad de las normas y los valores, y la posibilidad de la autonomía moral. Sin embargo, se trata de un concepto que se usa frecuentemente con enorme ambigüedad y que necesita ser aclarado. La conciencia moral no es una «cosa» o una «entidad» misteriosa que habita dentro de nosotros, como parecen sugerir expresiones como «el gusano de la conciencia» o «la voz de la conciencia».

Pero no existen tales afirmaciones. La conciencia es, simplemente, la capacidad de juzgar acerca del valor moral de los propios actos. Cuando las normativas se cumplen surge la moralidad. Es la puesta en práctica de lo propuesto por una sociedad. Desacatar las normas de la ley es estar sujeto a alguna pena o castigo, posee una fuerza que se impone en forma obligatoria, por ejemplo, la ley dice que la persona que cometa violación o crimen alguno será condenada a tantos años de prisión.

1.8 MORAL Y ÉTICA: VALORES ABSOLUTOS Y RELATIVOS

La moral es un conjunto de normas y modelos de vida, establecido dentro de un sistema que regla la conducta del varón y la mujer. Esa serie de normas tiene como objetivo dirigir el sentimiento, el pensamiento y las acciones de las personas, brindando modelos de los comportamientos ideales.

Las acciones acometidas deben implicar la asunción libre y responsable de ciertos valores en pos de hacer el bien. El varón y la mujer son completamente libres para decidir, es decir, existe una autonomía moral sujeta a lo que él o ella decide hacer o no hacer. Cada varón y mujer, de acuerdo con ciertas situaciones, decidirán qué hacer. La teoría opuesta a ésta es la heteronomía moral; la misma considera verdadera la existencia de un orden moral objetivo.

A modo de conclusión, es fundamental decir que los seres humanos creen tener conciencia, sin dejar de aceptar que tienen también una parte que no es consciente, fuerzas que inciden sobre su conciencia.

La conducta moral del ser humano moderno está influenciada por la secularización y el secularismo, busca justificarse ante sí mismo, no precisa hacerlo ante nadie, especialmente ante la religión.

1.9 LA ÉTICA DE LOS VALORES

Apareció en Alemania con la obra de Max Scheler El Formalismo en la Ética y la Ética material de los valores (1916). El título da a entender que Scheler va a presentar, frente a la ética formal de Kant, una ética material o de contenidos, esos contenidos son los valores.

  • a. La ética de Scheler

• Niega que el «valor» sea una cualidad «natural».

• Afirma que es el «valor» una cualidad sui géneris que solo puede ser captada por un tipo especial de intuición. Las filosofías del valor, que surgieron a finales del siglo XIX, pueden dividirse según el modo como responden a esta pregunta: ¿Tienen las cosas valor porque las deseamos (subjetivismo), o las deseamos porque tienen valor (objetivismo)?

  • b. Teorías subjetivistas

Los valores carecen de realidad objetiva. Es el ser humano quien da valor a las cosas, éstas valen solo en la medida en que son apreciadas, deseadas, etc. Estas teorías son, en general, psicologistas, irracionalistas y relativistas: explican la creación de los valores por procesos psicológicos (individuales o colectivos) de tipo sentimental (irracional); ello hace que las cosas «valgan» para aquellos que les conceden valor y en la medida en que se lo conceden.

Posiblemente, la obra sistemática más importante es la Teoría general del valor de R.B. Perry, para quien nada posee valor hasta que no se presta interés. Y ya que cualquier tipo de interés puede dirigirse hacia cualquier objeto y convertirlo por ello mismo en valioso, no tiene sentido investigar qué cualidades ha de tener un objeto para que pueda llegar a ser valioso.

En Francia, E. Durkhein desarrolla una explicación sociológica del origen de los valores. Sartre, en cambio, defiende una concepción muy individualista que parte de un ateísmo consecuente. «Es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible, por lo que cada ser humano se encuentra solo con su libertad y con la obligación de crear sus propios valores. Ahora bien, decir que nosotros creamos los valores no significa nada más que esto: la vida a priori no tiene sentido: le corresponde a cada uno darle sentido, y el valor no es sino ese sentido que se elige».

Pero Sartre[11]corrige este exagerado individualismo al afirmar con Kant que el individuo debe hacerse responsable de su elección, como si eligiera para toda la humanidad.

  • c. Teorías objetivistas

Los valores son independientes del ser humano, que no los crea, sino únicamente los descubre. También son independientes respecto a las cosas mismas, con lo cual se afirma la existencia de un ámbito de la realidad distinta de la naturaleza. Scheler es el que mayor repercusión tuvo en este ámbito.

  • d. La teoría de los valores de Scheler

Para Scheler, el ser humano se encuentra rodeado de un «mundo de valores». Los valores son totalmente objetivos: la persona no los inventa, no los crea, porque son independientes de ellos. Las cosas son únicamente «portadores» de valores, y éstos están en las cosas, pero no son producidos por la cosas. Scheler proclama la plena autonomía de los valores.

1.10 CONTRAVALORES O ANTIVALORES:

Así como hay una escala de valores morales también la hay de valores inmorales o antivalores. La deshonestidad, la injusticia, la intransigencia, la intolerancia, la traición, el egoísmo, la irresponsabilidad, la indiferencia, son ejemplos de esto antivalores que rigen la conducta de las personas inmorales. Una persona inmoral es aquella que se coloca frente a la tabla de los valores en actitud negativa, para rechazarlos o violarlos.

Es lo que llamamos una "persona sin escrúpulos", fría, calculadora, insensible al entorno social.

El camino de los antivalores es a todas luces equivocado porque no solo nos deshumaniza y nos degrada, sino que nos hace merecedores del desprecio, la desconfianza y el rechazo por parte de nuestros semejantes, cuando no del castigo por parte de la sociedad

1.11 LA PRÁCTICA DE LOS VALORES. IMPORTANCIA

La educación en valores debe concretarse en la cotidianeidad. Con referencia al compromiso, ésta hace que una actitud de carácter general (valor) se aplique a una realidad particular o concreta, así por ejemplo, si se mantiene una actitud de justicia (valor), las personas se comprometen con la solución de los problemas de injusticia, por lo menos hasta su alcance.

La vida es un permanente campo de lucha en el que a las mejores aspiraciones se les oponen grandes y pequeños obstáculos que no dejan prosperar, y frente a ellos es necesario forjarse una voluntad fuerte para lograr los objetivos propuestos (valores).

Se llega así, a la definición de virtud como la apropiación y realización de un valor, de tal modo que una persona virtuosa es aquella que se esfuerza en su vida diaria por realizar el bien, la verdad, el amor, la ayuda mutua, entre otros.

La virtud es una fuerza que motiva a realizar permanentemente solo lo que es debido. Recuerda que los valores o virtudes engendran deberes, y que la práctica de éstos se constituye en llevar una vida virtuosa.

La solidaridad es un elemento esencial de toda relación humana; ya que ella es la que da sentido a la dimensión del ser humano como ser en relación con los otros. El ser humano existe en el mundo acompañado de otros, semejantes a él.

Se deduce, por tanto, que en orden a la apropiación de los valores tanto para el grupo como para el individuo, es necesario concretar las actitudes en compromisos, así por ejemplo, el respeto a las personas implica aceptar sus forma de ser, sus puntos de vista, sus quejas, sus derechos, etc.

El proceso de valoración del ser humano incluye una compleja serie de condiciones intelectuales y afectivas que suponen: la toma de decisiones, la estimación y la actuación. Las personas valoran al preferir, al estimar, al elegir unas cosas en lugar de otras, al formular metas y propósitos personales. Las valoraciones se expresan mediante creencias, intereses, sentimientos, convicciones, actitudes, juicios de valor y acciones. Desde el punto de vista ético, la importancia del proceso de valoración deriva de su fuerza orientadora en aras de una moral autónoma del ser humano.

Es importancia destacar en este aspecto, que las prácticas de valores producen en el hombre un equilibrio tanto personal como social. Ante esto, podemos decir que los contravalores o Antivalores son el retroceso hacia una sociedad primitiva en donde solo reinaba la desigualdad entre otras muchas características que podemos mencionar ante esto. Es decir, la práctica de valores nos ayuda a construir, en cambio los contravalores destruyen y producen una sensación de insatisfacción en el hombre.

Coherencia de vida

Camina el hombre siempre entre precipicios y, quiera o no, su más auténtica obligación es guardar el equilibrio. (J. Ortega y Gasset).

  • – SIGNIFICACIÓN E IMPORTANCIA

Desde los filósofos griegos hasta nuestros días, los autores que han estudiado seriamente la búsqueda humana de las claves del vivir con acierto, se han centrado básicamente en los esfuerzos que el hombre hace por integrar profundamente en su naturaleza ciertos principios y valores como la honestidad, la justicia, la generosidad, el esfuerzo, la paciencia, la humildad, la sencillez, la fidelidad, el valor, la mesura, la lealtad, la veracidad, etc. Y no como una cuestión cosmética sino profunda, que busca cambiar por dentro a la persona, constituir hábitos y rasgos que conformen con hondura el propio carácter.

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La vida de todo hombre precisa de un norte, de un itinerario, de un argumento. No puede ser una simple sucesión fragmentaria de días sin dirección y sin sentido.

Cada hombre ha de esforzarse en conocerse a sí mismo y en buscar sentido a su vida proponiéndose proyectos y metas a las que se siente llamado y que llenan de contenido su existencia.

A partir de cierta edad, todo esto ha de ser ya algo bastante definido, de manera que en cada momento uno pueda saber, con un mínimo de certeza, si lo que hace o se propone hacer le aparta o le acerca de esas metas, le facilita o le dificulta ser fiel a sí mismo. Se trata de algo asequible a todos. Lo único que hace falta es —si no se ha hecho— tratarlo seriamente con uno mismo: como decía Epícteto[12]"enseguida te persuadirás: nadie tiene tanto poder para persuadirte a ti como el que tienes tú mismo".

Para que la vida tenga sentido y merezca la pena ser vivida, es preciso reflexionar con frecuencia, de modo que vayamos eliminando en nosotros los detalles de contradicción o de incoherencia que vayamos detectando, que son obstáculos que nos descaminan de ese itinerario que nos hemos trazado.

Si con demasiada frecuencia nos proponemos hacer una cosa y luego hacemos otra, es fácil que estén fallando las pautas que conducen nuestra vida. Muchas veces lo justificaremos diciendo que «ya nos gustaría hacer todo lo que nos proponemos», o que siempre «del dicho al hecho hay mucho trecho», o alguna que otra frase lapidaria que nos excuse un poco de corregir el rumbo y esforzarnos seriamente en ser fieles a nuestro proyecto de vida.

Es un tema difícil, pero tan difícil como importante. A veces la vida parece tan agitada que no nos da tiempo a pensar qué queremos realmente, o por qué, o cómo podemos conseguirlo. Pero hay que pararse a pensar, sin achacar a la complejidad de la vida —como si fuéramos sus víctimas impotentes— lo que muchas veces no es más que una turbia complicidad con la debilidad que hay en nosotros.

Somos cada uno de nosotros los más interesados en averiguar cuál es el grado de complicidad con todo lo inauténtico que pueda haber en nuestra vida. Si uno aprecia en sí mismo una cierta inconstancia vital, como si anduviera por la vida distraído de sí mismo, como desnortado, sin terminar de tomar las riendas de su existencia —quizá por los problemas que pudiera suponer exigirse coherencia y autenticidad—, parece claro que está en juego su acierto en el vivir y, como consecuencia, una buena parte de la felicidad de quienes le rodean.

Es verdad que las cosas no son siempre sencillas, y que en ocasiones resulta realmente difícil mantenerse fiel al propio proyecto, pues surgen dificultades serias, y a veces el desánimo se hace presente con toda su paralizante fuerza. Pero hay que mantener la confianza en uno mismo, no decir «no puedo», porque no es verdad, porque casi siempre se puede. No podemos olvidar que hay elecciones que son fundamentales en nuestra vida, y que la dispersión, la frivolidad, la renuncia a aquello que vimos con claridad que debíamos hacer, todo eso, termina afectando al propio hombre, despersonalizándolo.

2.2 – DISONANCIA COGNITIVA O INCONGRUENCIA

Los psicólogos defines esta incoherencia de vida como disonancia cognitiva o cognoscitiva, es decir, una incongruencia entre lo que sé y lo que soy. Si bien ellos los asocian con las ideas, las creencias, las costumbres, los sentimientos, nos sirve también para poder entender de qué manera se produce esta incoherencia en las personas

La teoría de la disonancia cognitiva fue formulada por León Festinger[13]en 1957. Desde entonces hasta ahora han sido muchos los psicólogos sociales que se han ocupado del tema y a su vez, han sido muchas las derivaciones prácticas que se han obtenido de esta teoría.

Así es como fueron surgiendo consecuencias de estos estudios que han servido para entender mejor las relaciones humanas. De esta manera, conocer esta teoría interesa a todo el mundo, pues vivimos relacionándonos diariamente con otras personas.

Siempre que no exista una armonía, congruencia o consonancia interna en el sistema cognoscitivo de la persona, diremos que existe una disonancia cognoscitiva o incongruencia.

Cuando esta disonancia aparece, existe una tendencia, por parte de la persona, a reducirla. Esto es, eliminar la tensión surgida en su interior y restablecer el equilibrio inicial.

La idea central de la disonancia cognoscitiva podría resumirse de la siguiente manera: cuando se dan a la vez cogniciones o conocimientos que no encajan entre sí por alguna causa (disonancia), automáticamente la persona se esfuerza por lograr que éstas encajen de alguna manera (reducción de la disonancia).

Naturalmente, no existe una única forma de reducir la disonancia. Existen múltiples caminos y la elección de unos u otros dependerá de múltiples factores. A continuación veremos diversas situaciones que producen o pueden producir disonancia, así como diferentes medios para reducirla.

  • a. Toma de decisiones

Cada vez que alguien tiene que elegir entre dos o más alternativas, lo normal es que experimente disonancia en mayor o menor grado. Esto es debido a que no existe lo absoluto, y en consecuencia, es muy difícil que se halle la solución ideal. Esto significa que ninguna de las posibles respuestas es totalmente positiva. Y viceversa: ninguna de las alternativas no elegida es completamente negativa.

Como consecuencia de ello, las cogniciones que la persona tiene con respecto a las características negativas de la alternativa finalmente elegida, son disonantes con la cognición que tiene por haberla elegido. Y al contrario, como las alternativas rechazadas tiene también aspectos positivo, esto hace introducir disonancia, que será mayor cuanto más atractiva sea la alternativa rechazada en relación con la elegida.

Lo que los estudios han demostrado es que la persona después de tomar la decisión, intentará autoconvencerse de que la alternativa elegida es incluso más interesante y positiva (en relación con las descartadas) de lo que anteriormente suponía.

  • b. Otras derivaciones de la disonancia en la decisión

Cuando el grado de atracción entre alternativas es muy similar, una vez tomada la decisión, la disonancia conseguida es lógicamente mayor.

De la misma manera, la cantidad y no sólo la cualidad de las alternativas influye en el grado de la disonancia. Así, cuanto mayor es el número de alternativas para escoger, mayor disonancia después de la elección, ya que hay que renunciar a muchas cosas para quedarse con una sola.

Por último, habrá que añadir que cuanto más diferentes (cualitativamente hablando) son las alternativas o posibilidades para elegir, mayor grado de disonancia se presenta una vez tomada la decisión (suponiendo que no habrá grandes diferencias de atracción entre las diversas posibilidades).

Cada vez que una persona se halla en condiciones de realizar o continuar un esfuerzo, a fin de alcanzar una meta que se ha propuesto y no llega a alcanzarla, experimentará inmediatamente disonancia.

Esto es debido a que su cognición o conocimiento de estar realizando un esfuerzo es disonante con su cognición de no haber alcanzado la meta, es decir, que sus esfuerzos no han culminado con éxito.

Una de las formas que se da con frecuencia para reducir este tipo de disonancia es tomar algo del entorno, algo secundario y sobrevalorarlo, aún cuando éste sustituto no tuviera inicialmente ningún valor o no estuviese en la mente de la persona el hacerlo.

De aquí que mucha gente ante un fracaso afirme que "de las equivocaciones también se aprende, o que, lo sucedido le servirá para evitar errores en el futuro". Todo ello no son sino intentos de justificación, a fin de reducir la disonancia aparecida, ya que a nadie le gusta cometer errores ni tropiezos, aunque de ellos pueda sacar una lección provechosa. Existen otros métodos más gratificantes de aprender y todo el mundo prefiere sacar sus enseñanzas de ellos.

Cuando el esfuerzo a realizar es menor, lógicamente, la disonancia introducida ante un fracaso también es menor y en consecuencia, ese intento de autojustificación también lo es.

  • c. La tentación como causa de disonancia

Cuando una persona realiza algo que ella considera inmoral o no ético (independientemente de la consideración que pueda tener para otras personas) a fin de conseguir una "recompensa", el conocimiento o cognición de que el acto es inmoral es disonante con el hecho de haberlo cometido.

Al igual que sucede en otras ocasiones, tenderá a reducir esa ansiedad, esa disonancia que se ha producido y una de las formas más comunes de realizarla es precisamente con un cambio de actitud. Esto es, tratar de autoconvencerse de que en el fondo tampoco ha sido tan grave lo que ha hecho. O dicho de otra manera, que el acto cometido no es tan inmoral o tan poco ético como pensaba al principio, antes de cometerlo.

Así pues, de acuerdo con la teoría de la disonancia cognitiva, después de que alguien ha cometido un acto poco ético, sus actitudes hacia dicho acto serán más indulgentes de lo que fueron anteriormente.

También lo contrario es fuente de disonancia. Esto es, cuando una persona rehúsa cometer un acto que ella considera inmoral o no ético (independientemente de la consideración que puede tener para otras personas), con ello pierde una "recompensa", el conocimiento o la cognición de que ha perdido una recompensa es disonante con la cognición de lo que ha hecho.

Nuevamente habrá un intento de reducir ese malestar o disonancia, suele ser muy corriente en esta situación un cambio de actitud. Si bien, en este caso, el cambio incidirá en la misma dirección. Esto es, ahora sus actitudes hacia dicho acto serán más severas de lo que fueron anteriormente. De ésta forma, se puede autojustificar por haber hecho lo que ha hecho.

  • d. Los hechos consumados como causas de la disonancia

Con mucha frecuencia, la gente se encuentra ante el hecho de que tiene que sufrir una experiencia desagradable. El conocimiento que esas personas tiene de lo que sucede es o será desagradable, es disonante con el conocimiento de tener que soportarlo. En esta situación, la forma más típica de reducir la disonancia así introducida es autoconvenciéndose de que en realidad la situación no era tan mala ni tan desagradable como en principio le parecía.

Hasta ahora hemos podido observar que el hombre no necesita a nadie para poder experimentar disonancia, de la misma forma que tampoco ha necesitado el concurso de otras personas para reducirla. Se ha bastado a sí mismo como fuente de reducción de disonancia.

A lo largo de este tema podremos probar cómo los grupos en los que está inmerso, o con los que se relaciona cualquier persona, pueden ser también origen o reductores de disonancia.

  • e. El grupo como causa de la disonancia

Son varias las circunstancias en las que el grupo puede ser una fuente de disonancia.

El hombre no es siempre capaz de predecir el comportamiento o las relaciones que van a establecerse en los grupos en los que se integra o con los que se relaciona.

De esta forma puede surgir disonancia si sus cogniciones o conocimientos respecto a su esfuerzo e inversión de tiempo y dinero, no encajan adecuadamente con el conocimiento de los aspectos negativos de estos grupos.

Dos son las formas básicas de reducir su disonancia en estas circunstancias:

a) Autoconvencerse de que en el fondo no hubo ni tanto esfuerzo ni tanto gasto, por lo que tampoco ha perdido mucho y no merece la pena seguir preocupándose del tema.

b) Sobrevalorar al grupo, de tal forma que cierre los ojos a los aspectos negativos del mismo, viendo solo aquellos que son positivos.

La selección de uno u otro sistema va a depender también del "coste social" que haya tenido que pagar. Así, quienes hayan tenido una iniciación más desagradable para incorporarse al grupo, aumentarán su nivel de agrado por los miembros. Aquellos que no tuvieron que hacer esfuerzos por incorporarse, podrán sentir menos agrado por el grupo.

c) Acciones forzadas: En determinadas ocasiones los grupos en los que se muestran inmersas las personas (por ejemplo las organizaciones donde prestan servicios) obligan a éstos a manifestarse abiertamente de una forma que aparece disonancia en el mismo momento de ejecutar esos actos.

La forma más "natural" de reducir esa disonancia sería un cambio de actitudes. Esto es, un cambio en sus creencias, de tal manera que tienda a coincidir en un grado mayor con las acciones ejecutadas.

El grado de disonancia estará en función de la "recompensa" obtenida y de la presión efectuada.

Si una persona se ve forzada a realizar acciones o declaraciones contrarias a sus creencias para recibir a cambio una pequeña recompensa, cambiará su creencia particular en la misma dirección de la conducta expresada en público. Según vaya aumentando su "recompensa", irá disminuyendo el grado en el que se modifica su opinión particular al respecto. Así pues, la disonancia es mucho mayor cuanto menor es lo que se obtiene a cambio. La forma mejor de reducir esa disonancia o discrepancia entre lo que cree y lo que dice o hace, es precisamente cambiar su opinión particular, de tal manera que sus creencias tiendan a coincidir con su conducta.

Con respecto a la presión social efectuada, cabe señalar que si ésta es excesivamente fuerte, en este caso la disonancia que se presenta es menor que la esperada y en consecuencia, aunque se realicen los actos deseados, no por ello se consigue un cambio de opinión al respecto.

  • f. El grupo como motor reductor de la disonancia

Dos son los métodos empleados para reducir la disonancia con el apoyo del grupo o a través de éste. Generalmente, las personas utilizan ambos simultáneamente.

Un primer sistema consiste en buscar el apoyo y el contacto de aquellas personas que ya creen y están de acuerdo con aquello que él desea creer y convencerse. Un segundo sistema para reducir la disonancia consiste en convencer a otros de que también crean en aquello que él quiere creer o convencerse.

Como ya hemos dicho anteriormente, ambos sistemas se pueden emplear simultáneamente, si bien la elección de uno u otro en primer lugar, dependerá de factores varios.

De esta manera, si una persona tiene ideas bastante claras y perfectamente consonantes entre sí todos sus conocimientos y se enfrenta con alguna otra persona cuyas ideas y opiniones no estén de acuerdo con las suyas, aparecerá un disonancia que romperá el equilibrio y la armonía interna. En éste caso, su primera reacción para restablecerse el equilibrio será la utilización del segundo sistema. Esto es, tratará, en primer lugar de convencer a su interlocutor de que está en un error y que lo correcto y adecuado es lo que él piensa.

Pero también puede suceder que una persona con unas ideas iniciales bastantes concordantes entre sí, haya tenido ya unos enfrentamientos con personas que opinan de diferente manera, lo que hace que sus convicciones empiecen a perder fuerza y que su disonancia vaya aumentando. Si vuelve a tener un enfrentamiento con otra persona que mantenga lo contario que él, es posible que intente convencerla de que está en un error. No obstante y aún cuando consiga hacerlo, es muy poca la disonancia que reducirá, ya que el verdadero problema no es esa persona. En ese caso lo que hará con más probabilidad es echar mano del primer sistema, esto es, buscará el apoyo de personas que crean como él.

Esto le dará nuevamente fuerza, ya que tendrá la ocasión de conseguir nuevos argumentos y que al mismo tiempo echen por tierra las ideas y las opiniones de sus contrincantes, que son lógicamente disonantes con las suyas.

2.3- IMPLICANCIAS

a- Una vida sin disfraces

Todos solemos contemplar con admiración a las personas, las familias o las instituciones que están basadas en principios sólidos y hacen bien las cosas. Nos admira su fuerza, su prestigio o su madurez, y habitualmente nos preguntamos: ¿Cómo lo logran? Tendría que aprender a hacerlo así.

Lo malo es que muchas veces buscamos un consejo que sea una solución rápida y milagrosa a nuestros problemas, como si fuera todo cuestión de una especie de sencilla cosmética de los valores.

Sin embargo, desde los filósofos griegos hasta nuestros días, los autores que han estudiado seriamente la búsqueda humana de las claves del vivir con acierto, se han centrado básicamente en los esfuerzos que el hombre hace por integrar profundamente en su naturaleza ciertos principios y valores como la honestidad, la justicia, la generosidad, el esfuerzo, la paciencia, la humildad, la sencillez, la fidelidad, el valor, la mesura, la lealtad, la veracidad, etc. Y no como una cuestión cosmética sino profunda, que busca cambiar por dentro a la persona, constituir hábitos y rasgos que conformen con hondura el propio carácter.

Puedes producir de modo ficticio una buena imagen en un encuentro o un trato más o menos ocasional, pero difícilmente podrás mantener esa imagen en una convivencia de años con tus hijos, tu cónyuge, tus compañeros o tus amigos. Si no hay una integridad personal profunda y un carácter bien formado, tarde o temprano los desafíos de la vida sacan a la superficie los verdaderos motivos, y el fracaso de las relaciones humanas acaba imponiéndose sobre el efímero triunfo anterior.

Hay personas que presentan una imagen exterior de cierta categoría personal, y logran incluso un considerable reconocimiento social de sus supuestos talentos, pero carecen en su vida privada de una verdadera calidad humana. Antes o después, y de modo inevitable, esa mezquindad personal se traslucirá en su vida social y en todas sus relaciones personales prolongadas.

b- Balance de la propia vida

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Hay vidas llenas de aparente éxito que son profundamente infelices y están dominadas por el desencanto ante ese estilo de vida, quizá espléndido en sus resultados, pero que se percibe como suplantador del que se hubiera debido tomar.

A muchas personas les cuesta abordar esa pregunta tan sencilla y tan crucial como es ¿por qué y para qué vivo?, ¿qué sentido debe tener mi vida? Tienden a eludir esa cuestión, a aplazarla continuamente, como esperando a que la misma vida se lo acabe descubriendo.

Lo malo es que, si lo retrasan mucho, corren el riesgo de encontrarse un día con la impresión de haber vivido hasta entonces sin apenas sentido. Y cuanto más tarde sucede esto, más difícil resulta corregir el rumbo. Tanto, que a muchos entonces ese descubrimiento les llena de angustia y lo sepultan bajo la adicción al trabajo, una pose escéptica o un activismo irreflexivo.

Hay etapas en la vida que propician más esa tendencia a hacer balance de la propia vida: la adolescencia, el término de los estudios, la crisis de madurez de los cuarenta o cuarenta y cinco años, la jubilación, la pérdida de facultades propia de la entrada en la ancianidad, etc.

En muchos de esos balances existenciales es fácil pensar (en muchas ocasiones con poca objetividad) que se podría haber hecho mucho mejor uso de ese tiempo de vida ya consumido. Y por eso pueden dejar un cierto sabor amargo, de lo que pudo ser y no fue, de tantas limitaciones, de tantos errores y fracasos.

Pero también esas crisis pueden ayudar a rectificar una vida equivocada. Serán útiles en la medida en que ayuden a tomar conciencia de los errores (y descubrir, por ejemplo, que había bastante mediocridad, o que junto a un cierto éxito exterior se ha llegado a una situación de grave empobrecimiento interior, o que se estaba demasiado centrado en uno mismo, etc.). Podemos sacar provecho, y mucho, en la medida en que ese balance se aborde con ilusión y esperanza de cambiar, sin ignorar las conquistas y aciertos pasados, y sin hacer tabla rasa de todos esos empeños que valieron verdaderamente la pena y que también jalonan nuestra vida.

Es cierto que los viejos hábitos ejercen sobre nosotros una inercia muy fuerte, y que romper con modos de ser o de hacer muy arraigados puede resultarnos verdaderamente costoso. A veces, no nos bastará con sólo una firme resolución y nuestra propia fuerza de voluntad, sino que necesitaremos de la ayuda de otros. Para superar hábitos negativos, como por ejemplo los relacionados con la pereza, el egoísmo, la insinceridad, la susceptibilidad, el pesimismo, etc., puede resultar decisiva la ayuda de personas que nos aprecian. Si se logra crear un ambiente en el que resulte fácil comprender al otro y al tiempo decirle lo que debe mejorar, todos se sentirán a en tiempo comprendidos y ayudados, y eso es siempre muy eficaz.

La reflexión sobre la propia vida aleja al hombre de la visión superficial de las cosas y le hace recorrer su propio camino. La vida le presenta numerosos interrogantes, de los que normalmente sólo obtiene respuestas parciales e incompletas, pero con una reflexión frecuente puede lograr que la multitud de preocupaciones, afanes y aspiraciones de la vida diaria no desvíen su atención de lo realmente valioso.

Por eso es importante que el goteo de pequeños esfuerzos cotidianos no ocupe con tal fuerza el primer plano de nuestra atención que deje sin espacio para las cuestiones de verdadera relevancia.

c- Aprender a ser feliz

Es curioso cómo muchas personas piensan que la felicidad es algo reservado para otros y muy difícil de darse en sus propias circunstancias. Corremos el peligro de pensar que la felicidad es como una ensoñación que no tiene que ver con el vivir ordinario y concreto. La relacionamos quizá con grandes acontecimientos, con poder disponer de una gran cantidad de dinero, gozar de una salud sin fisuras, tener un triunfo profesional o afectivo deslumbrante, protagonizar grandes logros del tipo que sea. Pero la realidad luego resulta bastante distinta a eso.

Partes: 1, 2, 3
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