Resumen
La literatura que se escribe en los primeros veinticinco años de la república, está caracterizada por el tono pesimista de una generación que acepta el fatalismo político de la injerencia norteamericana y trata de reflejar en su obra la fractura social y política que vive el pueblo cubano, que vive el tránsito de la heroica guerra por la independencia a la República mediatizada, con poco de independencia y mucho de neo-colonia.
La frustración de los anhelos independentistas de los cubanos por causa de la injerencia yanqui provocó el acento desilusionado y amargo que predomina en la literatura de esta primera generación republicana y los creadores concurrentes de otras generaciones que aceptaron el fatalismo, aunque con frecuencia en sus obras se mostraban destellos de rebeldía.
A estos creadores las preocupaciones políticas no le eran ajenas y la expresan con una carga de ironía, sarcasmo y derrotismo que toman como blanco a los políticos que gobiernan al país, acusándolos en muchos casos de la situación que imperaba. Sus vehículos expresivos parecen tener una preferencia por la poesía y la narrativa. La primera en su versión romántica finisecular y el modernismo atemperado; la narrativa como testigo testimonial de la situación social del momento, valiéndose sobre todo del realismo naturalista de corte francés.
Al decir de Cintio Vitier: "Toda la poesía de la república nos da la impresión de un profundo cansancio. Las cuerdas mejores se han roto; las que quedan suenan flojas o destempladas. Las energías líricas del país, reflejo del estado del alma nacional, parecen agotadas"[1]
Para los poetas de generaciones anteriores el tema patriótico sigue siendo el principal punto de inspiración, marcado por la frustración de su tiempo y ajeno a los muchos elementos formales del modernismo. Entre ellos sobresale Bonifacio Byrne (1861-1936) autor de los conocidísimos versos, "Mi bandera", que simboliza la poesía del momento, cargadas de rebeldía de su generación, inflada de patriotismo y con un leve tono de tristeza por el resultado de la revolución independentista:
"Si desecha en menudos pedazos/Llego a ver mi bandera algún día/ Nuestros muertos alzando los brazos/ La sabrán defender todavía"[2]
Enrique Hernández Miyares (1859-1914), sigue haciendo la poesía romántica que desde fines del siglo XIX le caracteriza, aunque juega un importante papel aglutinador en sus tertulias literarias y desde las páginas de la revista, "La Habana Elegante".
La joven generación republicana, influida por este grupo de poetas anteriores y lastrados por el mismo problema, da a conocer su poesía, coqueteando con el modernismo en algunos casos, pero definitivamente románticos. Su primera manifestación como grupo fue la antología, "Arpas Cubanas" (1904), cuaderno de irregulares valores poéticos, en el que se agrupan 29 autores de los que escriben por esa época, algunos de ellos creadores líricos ocasionales. Los patrocinadores fueron los jóvenes José Manuel Carbonell y Francisco Díaz Silveira, junto al veterano Enrique Hernández Miyares.
"Arpas Cubanas", es un muestrario de la lírica del momento, donde están poetas de la generación de fines del siglo XIX como, Ricardo del Monte, la puertorriqueña Lola Rodríguez del Tio, Mercedes Matamoros, Aurelia del Castillo, Nieves Xenes, Enrique Hernández Miyares, Bonifacio Byrne, junto a jóvenes poetas como, René López, Dulce María Borrero, Francisco Díaz Silvestre, Fernando Zayas, José María Collantes, José Manuel Carbonell, Esteban Fontecuevas, Durvaldo Salom y Ramiro Hernández Portela, entre otros.
Esta nueva generación poética asimila formalmente el modernismo, pero la esencia íntima y evasiva del mismo está muy lejos de ellos, estimulados aún por los fulgores de la gesta patriótica, y dolidos por el resultado burlesco de la Revolución Frustrada.
René López (1882-1909) es el más importante de estos poetas de la primera generación republicana, su sensibilidad lo lleva a dedicarse por entero a la poesía apareciendo sus poemas en diversas publicaciones habaneras, no editó libros. Es el poeta de esta generación que más se acerca a Julián del Casal, sus temas predilectos, como los de todo modernista, están referido a los viajes exóticos, la melancolía y a los retratos ideales. Su vida breve y desordenada marcó su lírica, la mejor de esta generación.
Dulce María Borrero (1883-1945), se caracteriza por el intimismo de sus poemas y la expresión de sus sentimientos más puros. Versos refinados y de influencia modernista, que no dejan de ser románticos en la descripciones pictóricas, la evasión y el preciosismo. Su poemario, "Horas de vida" (1912) recoge lo mejor de su lírica.
Francisco Javier Pichardo (1873-1940), hizo poesía de temática cubana, sobre el paisaje, las costumbres y la situación social, sin grandes pretensiones formales. En algunos poemas se ve la influencia parnasiana, pero siempre vuelve a los temas de la tierra. En 1908 publicó su único poemario, "Voces nómadas", pero individualmente son muy conocidos sus poemas: "La Carreta", "La Siesta", "Silva Cubana", "Paz Agreste", "La Canción del Labriego" y "Angelus", todos sobre temas del paisaje, las costumbres y las inquietudes sociales.
Manuel Serafín Pichardo (1863-1937), se aproxima al modernismo en versos que tratan los temas nacionales. Sobresalen sus poemas: "El Gallo", "Ofelidas" y "Soy Cubano".
Federico Urbach (1873-1932), único sobreviviente del círculo cercano a Julián del Casal, permaneció fiel al modernismo, alcanzando una poesía de gran sensibilidad que en su poemario, "Resurrección" (1916) obra de su madurez literaria. En este cuaderno emplea una amplia gama métrica con predominio de los versos alejandrinos; en los que manifiesta un cambio con respecto a su poesía anterior, con un tono optimista, lleno de fe, algo desconocido en él hasta entonces.
Otros poetas del período lo fueron, Gustavo Sánchez Galárraga (1893-1934), de mucha popularidad en el período por su poesía pintoresquista, mucha de ellas musicalizadas y muy populares; Hilarión Cabrisas, Felipe Pichardo Moya, Guillermo de Monteagú, Manuel Lozano y los hermanos, Francisco y Fernando Llés, entre otros.
Regino Boti caracterizó esta poesía del primer período republicano resumiéndola en "(…) declamaciones neorrománticas, cositas en versos a lo Becquer, pseudos filosofía rimada a lo Campoamor"[3]
Fuera de La Habana se desarrollan grupos literarios de orientación básicamente poéticas, que serán los que darán un impulso renovador a la poética cubana, tratando de sacarla del marasmo finisecular. Se muestra muy activos los grupos formados en Matanzas y en la antigua provincia de Oriente, principalmente Manzanillo y Santiago de Cuba. En el resto del país, las inquietudes literarias se dan alrededor de una figura o una publicación, con una tónica similar a los cenáculos habaneros.
Algo distinto pasa en las tres ciudades mencionadas a partir de la segunda década del XX: Matanzas con su larga tradición literaria, tenía en Byrne un patriarca promotor, sirviendo de inspiración al grupo de jóvenes que se nuclean alrededor de la revista, "El Estudiante", dirigida por Plácido Martínez. Allí están los hermanos Llés, Mariano Alvadalejo, Hilarión Cabrisas y sobre todo el joven poeta Agustín Acosta. También formaron parte de este grupo, Miguel A. Macu y el filósofo Medardo Vitier.
Agustín Acosta (1887-1979), es uno de los renovadores posmodernista en Cuba, aunque con la moderación propia de quien no rompe con las influencias que le son cercanas. Su poemario, "Alas" (1915) es una presentación de su poesía modernista desfasada, hecho con sencillez sentimental, filosófica y cargada de un gran fervor patriótico. En su segundo libro, "Hermanita" (1923) se acentúa su filiación a la sensibilidad que desarrollará en obras posteriores, aún sin apartarse del rebuscamiento modernista de los primeros tiempos.
En Santiago de Cuba se desarrolla el más importante grupo de renovación poética. Ciudad con tradición y arraigo intelectual, centra su ambiente intelectual alrededor de hombres de letras, periodistas en su mayoría, como Emilio Bacardí Moreau, Desiderio Fajardo Ortiz, Joaquín Navarro y Alberto Dubai, quienes animan publicaciones y tertulias.
En la revista, "El Pensil" colaboran Regino Boti, José Manuel Poveda, Luis Felipe Rodríguez y Armando Leyva, ellos promueven un afán renovador, conscientes de cambiar los valores estéticos principalmente en la poesía.
Este clima cultura en la región sur-oriental, estimula la aparición de publicaciones como, "Renacimiento", "Orto" (Manzanillo), "Oriente Literario", "Bohemia", "Revista de Santiago", "Chic" (Guantánamo) y la página cultural dominical del diario santiaguero, "Cubano Libre" Fueron muy importantes las tertulias que se producían en la capital oriental, principalmente la que se realiza en casa del dominicano Sócrates Nolasco, frecuentada por José Manuel Poveda, Ángel Alberto Giraldo, Fernando Torralba, Luis Vázquez de Cuberos, Enrique Gay Carbó, José Jerez Villareal, etc.
En estas tertulias surgen los dos renovadores de la lírica cubana de principios de siglo, Regino Boti y José Manuel Poveda.
Regino Boti (1878-1858) da la clarinada de la posmodernidad con su cuaderno, "Arabescos Mentales" (1913), libro transicional en el que aparecen aún poemas románticos y modernistas de tendencia parnasiana, pero también poemas de una inclinación expresa de imágenes rápidas y muy plásticas. En el poemario está ausente el sentimentalismo republicano y la plañidera y estéril lamentación por la frustración, sustituida ahora por la opulencia verbal y la evasión de toda referencia a las circunstancias políticas mediatas, en un esfuerzo por desarrollar las estéticas posmodernistas contemporáneas.
La crítica habanera mostró disgusto e ignorancia ante la poesía de Regino Boti, quizás demasiado cerebrales, pero con mucho, superior a la poesía de los mediocres y desfasados románticos predominantes en la isla.
Su segundo libro, "El mar y la montaña" (1921), es definitorio y maduro, ya no solo es poesía modernista con predominio de las preocupaciones por lo bello, o el exotismo verbal y temático, es además un acercamiento intimista al yo, donde lo sentidos van desgranando las vivencias personales con alta elaboración formal.
Es un poemario precursor, pensado, de mucha actualidad y acercamiento a la vanguardia, donde pueden descubrirse "atisbos cubistas y surrealista". Abundan los poemas cortos con una carga de significado, como en blanco y negro, sin rodeos pintoresquitas que reflejan su mundo y desilusiones.
Regino Boti es el poeta más importante del movimiento renovador, en su obra están presentes las preocupaciones filosóficas, las observaciones y disquisiciones sobre la naturaleza, lo erótico, la complacencia en el arte y ante todo una fuerte tendencia de reafirmación individual. Se divorcia de las circunstancias que le son adversas, las ignora y se levanta por encima de ellas para hacer la mejor obra poética del período, hasta que cansado de luchar contra la mediocridad de su tiempo, se refugia en su arte y en el silencio.
José Manuel Poveda (1888-1826), acompaña a Boti en este afán consciente de cambiar la poesía de su época. Solo publicó un libro, "Versos Precursores" (1917), precursores en realidad de los nuevos rumbos de la lírica cubana y para muchos la obra más lograda de los posmodernistas en la isla. La poesía de vanguardia posterior a él lo tiene entre sus antecedentes, presente en la diversidad formal y temática, desde la evasión purista a los que buscan poesía de circunstancia inmediata; desde la ironía, a la poesía social y negrista.
En su obra se destaca su personalidad, su propósito renovador, de alejarse de los lugares comunes y fáciles en el léxico. El empleo de un vocabulario poco usual, de alusiones mitológicas, dan el carácter de novedad a su libro. Su modernismo lo afirma, su afán de individualidad, su esteticismo y los temas que trata. Su poesía que quiso saltar sus circunstancias, se convierte en reflejo de ella, siendo, como ningún otro el representante de la frustración republicana.
Desarrolló además una labor periodística importante en cuanto a la teorización de la renovación que encabeza junto a Boti y que profundizó hasta el punto de convertirse en el reflejo decepcionante de una clase, la mediana burguesía mestiza, del interior del país, imposibilitada de desarrollarse, sumida en la mediocridad y arrinconada por las circunstancias políticas e históricas en las ciudades del interior, lejos de todo protagonismo, mucho más después de la gran represión de 1912 contra los negros y mestizos.
En Manzanillo se desarrolla un núcleo importante denominado, "Grupo Literario de Manzanillo", que se mantuvo durante varias décadas, a lo que contribuyó mucho Juan Francisco Sariol (1888-1968), editor, dueño de una imprenta, "El Arte", quien edita la revista "Orto" a partir de 1912 y funda la "Colección José Martí"
De este grupo formaron parte, Elpidio Sánchez, Julio Girona, Alberto Aza, Ángel y Braulio Cañete Vivó, Nemesio Lavié, Rogelio González, Miguel Galiano, y Manuel Navarro Luna. José Manuel Poveda vivió en Manzanillos los últimos años de su vida
Manuel Navarro Luna (1894-1966), inicia su trabajo literario en Manzanillo donde vivió toda su vida, allí publica sus primeros libros de versos, "Ritmo doliente" (1919) y "Corazón adentro" (1920), caracterizado por el intimismo de su poesía, que irá evolucionando hacia un compromiso social militante, que le acompañará el resto de su vida.
En Santa Clara, Ramón de la Paz publica la revista literaria, "Luz" (1909), alrededor de la cual se desarrolla un amplio movimiento de colaboradores, no solo villareños, sino orientales y matanceros.
A fines de la década del veinte el posmodernismo había perdido fuerza en Cuba, pese a esos dos formidables poetas, Boti y Poveda, aplastados por la mediocridad del ambiente cultural republicano de los primeros años.
Los narradores fueron más directo al enfrentarse al fenómeno de la frustración republicana, sin los poetas lamentaban plañideramente, refugiándose en los temas patrióticos y nacionales, los prosistas decimonónicos que creaban en este período se valen del realismo y el naturalismo para presentar los temas de épicos de la contienda aún cercana y las nuevas generaciones fustigan los males de la república, a los politiqueros que hacen de ella un negocio y de trasfondo se refieren a la injerencia yanqui, omnipresente, paternalista y desconocedora de nuestra nacionalidad.
Emilio Bacardí (1844-1922) presenta un cuadro épico de la guerra de independencia en su novela, "Vía Crucis" (1910), donde el costumbrismo está presente junto a los cuadros de gesta. En 1916 publica su novela histórica, "Doña Giomar", un esfuerzo por dar una imagen verídica de la época de la conquista, aunque se queda en el pintoresquismo, pese a sus bases históricas sobre la que está escrita la novela.
Tomás Jústiz del Valle (1871-1959), escribió una novela basada en el tema de la guerra independentista, "Carcajadas y sollozos" (1906), con una endeble construcción de personajes, tramas poco creíbles y en ocasiones forzadas; en 1912 publica una segunda novela, El suicida" de similares características.
Álvaro Iglesias (1859-1940), se dedico a escribir novelas de corte romántico, semejantes a los folletines de moda en el siglo XIX. A principios del siglo da a conocer sus novelas "Amalia Batista" o "El último danzón" (1900); "Una boda sangrienta" o "El fantasma de San Lázaro" (1900); "Pepe Antonio (1903), "Adoración" (1906) y tres tomos de "Tradiciones Cubanas": "Relatos y Retratos" (1911), "Cuadros Viejos" (1915) y "Cosas de Antaño" (1917).
El ya conocido Raimundo Cabrera (1852-1923) publica tres novelas de tema social: "Sombras que pasan" (1916), "Ideales" (1918) y "Sombras eternas" (1918), con estilo muy sencillo y llenan de recuerdos personales con similar estilo al que utiliza en su periodismo.
Otro periodista que incursiona en la novelística es, Luis Rodríguez Émbil (1879-1954) con su obra, "La insurrección" (1910), de tema épico y algunas reminiscencias del costumbrismo romántico, llena de cubanía y exaltaciones patrióticas. También incursiona en la cuentística con dos volúmenes publicados en este período: "Gil Luna, artista" (1908) y "La mentira vital" (1920).
El joven José Antonio Ramos (1885-1943), presenta credenciales como prosista con su primera novela, "Humberto Fabra" (1909), dentro del estilo naturalista, aunque sin la terminación de la obra madura.
La narrativa de este período tuvo en Jesús Castellanos (1879-1912) su mejor creador, dotado de una prosa modernista y con una gran cultura, Castellanos puso su talento en función de su obra. Escribió novelas de tesis político-social como, "La conjura" (1908), "La manigua sentimental" (1910) y "De tierra adentro" (1914). Iniciador de la cuentística de tema cubano con su volumen, "De tierra adentro" (1906), acercándose a los temas del hombre de campo visto desde una óptica esteticista.
"La conjura", es la novela de la frustración, en ella como en ninguna otra se respira la atmósfera derrotista de la intelectualidad y la clase media, impedida de desarrollarse, opuesta al entreguismo de los privilegiados y al mismo tiempo, temerosa y distante de las clases populares, que consideran diferente. Ese es su drama, reflejado crudamente en esta breve novela de Jesús Castellano.
Luis Felipe Rodríguez (1884-1947) fue el primer narrador que se propuso expresar la manera de pensar y sentir del campesino en este primer cuarto de siglo, sin afeites costumbristas o bucólicos. Su primera incursión en la novela fue con una narración satírica, "Cómo opina Damián Paredes" (1916), en el que con una sucesión de cuadros de la vida en "Tontópolis", muestra la decepción del protagonista por la vida urbana, decidiendo mudarse para el campo por ser, "el sudor y la angustia del hombre, la santa afirmación de nuestra vida nacional"[4] "La conjura de la ciénaga" (1924), la más lograda de sus novelas de ambiente campesino y su libro de cuentos, "La pascua de la tierra natal" (1927), donde recopila relatos publicados en la revista Orto de Manzanillo y otras publicaciones de la época.[5]
La madurez de la novela social cubana llega con Carlos Loveira (1882-1928), quien en el breve período de su vida, tras una intensa vida escribe sus novelas: "Los inmorales" (1919), "Generales y Doctores" (1920), "Los ciegos" (1923), "La última lección" (1924) y "Juan Criollo" (1928). En su obra está la República de utilería y los problemas de la sociedad poscolonial, todo esto devenido en sátira político-social que alcanza su culminación con "Juan Criollo", cuadro de la evolución social cubana en la transición de colonia a república.
La novela, "Generales y Doctores", causó sensación en los medios intelectuales cubanos, por la actualidad del tema y el ataque abierto a los que medraban tras un grado militar, ganado en la manigua o un título universitario. Además de los antológicos cuadros del ambiente republicano, descrito con gran realismo. Loveira no era un escritor de estilo depura, ni de muy cuidadas formas, pero la fuerza que alcanzan sus denuncias le dan validez a su obra, como reflejo social.
El médico Miguel del Carrión (1875-1928), crea la novela psicológica cubana, con personajes construidos con gran verismo, influido por el naturalismo francés. Para él lo más importante son los personajes, por lo que es minuciosos en su descripciones, sobresaliendo en la construcción y narración de personajes femeninos. Su obras más conocidas fueron: "La última voluntad" (1903), "El milagro" (1903) y su famoso binomio, "La honradas" (1918) y "La impuras" (1919), para cerrar con su novela inconclusa, "La Esfinge".
"Como en Zola, a cuyo naturalismo adscriben sus obras los novelistas más importantes de este período, Loveira, el médico Miguel del Carrión, describen la decadencia social de su patria como un proceso de incurable degeneración, y esta amargura contagia las primeras producciones de los autores más jóvenes como José Antonio Ramos y Luis Felipe Rodríguez"[6]
Otro narrador cubano importante fue Alfonso Hernández Catá (1885-1940), formado fuera del ambiente socio-cultural cubano, respondió a moldes más cosmopolitas, pero con un preciso y buen estilo de narrar que lo hacen el favorito de determinado público culto en Cuba. Aunque vive fuera del país, mantiene el vínculo con la isla y en sus cuentos se mantiene una calidad superior a la media de los prosistas cubanos del momento. Publicó mucho y en diferentes géneros, alcanzando una mayor calidad en la novela y el cuento, con una prosa de corte modernista llevada con oficio y reflejo de la gran cultura que poseía.
Entre sus principales obras están, "Cuentos pasionales" (1907), "Novelas eróticas" (1909), ambos volúmenes de relatos; sus novelas, "Pelayo González" (1909) y "La juventud de Aurelio Zaldívar" (1911); además de sus cuentos recopilados en varios volúmenes, siendo los más significativos, "Los frutos ácidos", "La muerte nueva" (1922), "Fuegos fatuos" (1924) y "Piedras preciosas" (1924).
"El éxito real de Hernández Catá, (…) revela la existencia de un público satisfecho de alta y pequeñaburguesía, compuesto sobre todo por señoras capaces de descubrir sus propios sobresaltos espirituales en aquella literatura que tan discretamente negaba las buenas intenciones del adulterio y la impiedad"[7]
Renglón aparte para Juan Manuel Planas (1877-1963) cultivador de la novela científica, que hoy llamaríamos de ciencia ficción, hombre de ciencia de amplia cultura que en 1920 debuta en las letras con su novela, "La corriente del Golfo", con la cual se inicia el género de ciencia ficción en Cuba. También es este período escribió, "La cruz de Lieja" (1923), dentro del mismo género. A lo largo de su vida continuó publicando profusamente en la prensa, además de escribir novelas y relatos del mismo género.
El panorama de la prosa en estos años se completa con Miguel de Marcos (1894-1954), autor humorista que se da a conocer con, "Cuentos nefandos" (1914); Jesús Masdeu (1887-1958), escribió "La raza triste" (1920), novela en la que asume la defensa de la población negra de la isla frente al sistema racista, proponiéndose reconstruir las vicisitudes y penalidades que esta sufría en las primeras décadas de la república.[8] Gustavo Robreño, dramaturgo que incursionó en la novelística con, "La acera del Louvre" (1925); Mario Muñoz Bustamante (1881-1921), Miguel Ángel de la Torre (1884-1930), Guillermo Montegú (1881-1952), Jesús J. López (1889-1948) y Arturo Montori (1878-1932).
Como en las anteriores géneros la prosa reflexiva tiene su primer impulso en el siglo XX de parte de la generación de entre siglos, que tiene en el ensayo a figuras de gran calidad como: Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Enrique Piñeiro, Esteban Borrero, Justo de Lara, Emilio Bobadilla, Manuel Marquez Sterling, entre otros, que continúan trabajando la crítica literaria y el periodismo.
Enrique José Varona continúa desarrollando una brillante labor ensayística que recopila en dos volúmenes, "Desde mi bervedere" (1907) y "Violetas y ortigas" (1917). En él las preocupaciones ideológicas ocupan el primer plano, caracterizadas por la mesura y serenidad, sin obviar la solidez de las formas.
Será el año 1910 el que marque el nuevo impulso de la prosa reflexiva cubana, tanto de temas literarios, como de crítica en general, en esto tuvo mucho que ver la creación ese año de la Sociedad de Conferencias de La Habana, creada por un grupo de intelectuales jóvenes que pretendían impulsar el desarrollo cultural de Cuba, poner al país a la altura de las ideas contemporáneas y divulgar las nuevas ideas a través de conferencias impartidas por prestigiosas figuras cubanas. Presidieron esta sociedad los jóvenes escritores, Jesús Castellanos y Max Henríquez Ureña (1885-1968), teniendo entre sus disertadores a Enrique José Varona , Manuel Sanguily, José María Chacón y Calvo, Jesús Castellanos, Max Henríquez Ureña, Emilio Roig de Leuchsering, Juan Gualberto Gómez, Rafael Montoro, Evelio Rodríguez Ledián, entre otros. Los organizadores conformaron varios ciclos de conferencias: "Poetas extranjeros y contemporáneos", "Figuras intelectuales de Cuba" y el importantísimo ciclo sobre "Historia de Cuba", que alcanzó una mayor repercusión por los temas abordados y los conferencistas, en su mayoría protagonistas de la guerra por la independencia.
Las conferencias se publicaban en la prensa y en ocasiones en folletos independientes, lo que hizo aumentar la influencia de la Sociedad de Conferencia que pudo mantenerse hasta 1915. No obstante la influencia de la institución hizo que surgieran proyectos similares en Santiago de Cuba, Matanzas y Santa Clara.
De una mayor trascendencia fue la creación de la revista "Cuba Contemporánea" (1913-1927), en cuyas páginas escribieron los más relevantes intelectuales de la república, tratando temas que interesaban y preocupaban a esta generación. Su primer director fue Carlos Velasco (1884-1923), pasando luego al cargo Mario Giral Moreno, hasta 1920.
La publicación abordó ampliamente los temas políticos y sociales de Cuba, por las más prestigiosas plumas del momento en el país y tratando de poner a la cultura cubana a la altura de sus contemporáneos latinoamericanos. Escribieron para "Cuba Contemporánea", José María Chacón y Calvo, Emilio Roig, Alfonso Hernández Catá, Enrique Gay Carbó, Bernardo G. Barros, Francisco González del Valle, Max Henríquez Ureña, Dulce María Borrero, Sixto Sola, Julio Villoldo, Luis Rodríguez Embil, Carlos Loveiras, Arturo Montori, José Antonio Ramos, entre otros.
La primera generación de ensayistas republicanos, expresan una profunda e inteligente preocupación por los problemas de su tiempo, influidos en mucho por el uruguayo José Enrique Rodó, que tuvo en Fernando Lles (1883-1949) y Emilio Gaspar Rodríguez (1889-1939), a notables seguidores que abogaban por la creación de una élite culta que dirigiera a la sociedad.
José Manuel Poveda desarrolla un interesante trabajo ensayístico promoviendo la renovación lírica de los posmodernistas, tema que trascendió a lo social, tratando situación de frustración de la sociedad cubana de su tiempo. Sobre este mismo tema José Antonio Ramos logra resumir el ambiente de frustración y desencanto en su obra, "Manual del Perfecto fulanista" (1916), ensayo escrutador de la realidad cubana de su tiempo.
Jesús Castellanos desarrolla una ensayística dirigida a los problemas estéticos y literarios, con una prosa modernista de cuidadoso estilo que hacía esperar mucho más de él. De José Sixto Sola (1888-1916) se publicó pos-mortem su monografía, "Pensando en Cuba" (1917), donde expresa sus inquietudes políticas y sociales. Emilio Gaspar Rodríguez (1889-1939), se acoge estilísticamente al modernismo, incursionando en temas históricos y literarios. Francisco Castellanos (1882-1920) escribió un magnífico ensayo sobre Robert Luis Stevenson (1917), en el que presenta credenciales de ensayistas de talento. Otros que incursionaron en el ensayo en este período fueron, Regino Boti, Mariano Aramburu, Luis Rodríguez Embil, Manuel Marquez Sterling y Medardo Vitier. Entre las mujeres sobresalen, Dulce María Borrero, Laura Mestre y Carolina Poncet, trabajando temas literarios y estéticos en sus ensayos.
La literatura teatral no tuvo un gran desarrollo en esta etapa, si exceptuamos los sainetes y obras bufas predominantes en el teatro vernáculo, que centró casi toda la vida teatral de este período. Entre los escritores del género sobresalen, Gustavo Robreño (1873-1957) y Federico Villoch, a cuya inspiración se deben antológicas piezas de este teatro sainetero y burlesco.
José Antonio Ramos es el principal autor teatral de este período, resume en su obra todas las inquietudes de su época, con un teatro de fuerte realismo muy influenciado por Ibsen del que fue un ferviente admirador; no tuvo una gran acogida en el público habanero acostumbrado al taquillero teatro vernáculo del momento. Sus primera obra fueron, "Almas rebeldes" (1906), "Una bala perdida" (1907), "La hiedra" (1908) y "Nanda" (1908). La madurez llega con sus piezas, "Libertad (1911), "Satanás" (1913), "Calibán Rex" (1914), un drama político de tema cubano; "El hombre fuerte" (1915) y su obra cumbre, "Tembladera" (1916), donde encuentran definición y claridad los problemas económicos y sociales de Cuba, entre ellos el de la tierra, mal distribuida y en ese momento pasando rápidamente a manos extranjeras.
El teatro de José Antonio Ramos es un teatro nacional, donde se abarcan los temas más apremiantes de la época y por el que pasan los personajes de la sociedad cubana, principalmente la burguesía criolla arruinada y la clase media ahogada en medio de la frustración intervencionista. Influido por el teatro de Ibsen, Ramos es un creador de dramas, aunque incursionó en otros géneros del teatro, su teatro es un teatro de ideas, donde los personajes no se perfilan con fuerza, buscando acercarse más a la psicología colectiva que a la individual, reflejando la personalidad comprometida de su ser rebelde.
Ramón Sánchez Varona (1888-1962), escribe un teatro anacrónico pero bien hecho que da a conocer en sus comedias, "La piedras de Judea"(1915), "El Ogro" (1915), "María" (1919) y "La cita" (1919), su drama "Con todos y para el bien de todos" (1919), a más de algunos sainetes.
Gustavo Sánchez Galárraga , escribe obras muy influidas por el tipo de poesía que él hace, melosa, cursi e influida por los moldes románticos decimonónicos. Su primera comedia fue, "La verdad de la vida" (1912), a la que siguieron otras representadas en Cuba y el exterior. Escribió además muchos libretos para zarzuelas.
Otros autores teatrales del género dramático, en esta época, incursionan en el género de modo ocasional, piezas que se representan en única función o muy pocas veces, para caer luego en el olvido. Augusto Madan (1853-1915), era un enamorado y conocedor del teatro, pero sin talento para el drama, evidenciado en las pocas obras que escribió. Emilio Bacardí escribe el drama realista, "El abismo"; Miró Argenter (1857-1925) se inspira en la guerra de independencia para escribir, "El pacífico" (1914); Eduardo Zequeiras escribe dos dramas, "Expiación" (1907) y "Hogar y patria" (1908), además de la comedia, "La reconquista" (1910), Bonifacio Byrne incursiona en el género con dos dramas, "El anónimo" y "El legado". Mención para otros autores que escriben para el teatro en este período, Marcelo Salinas, Julián Sanz, Miguel Macau, Alfonso Hernández Catá y Luis Felipe Rodríguez.
La oratoria siguió en este período una línea de continuidad con la tradición del siglo XIX. Junto a los ya conocidos, Sanguily, Montoro y Giberga, se une un nuevo grupo, Antonio Sánchez Bustamante (1865-1951), destacado orador político, jurista y académico, de reconocido prestigio; José Antonio González Lanuza (1865-1917), Mario García Kohly (1876-1935), José Lorenzo Castellano, Enrique Loinaz del Castillo (1871.1963), Ricardo Dolz y Arango (1861-1937), Juan José de la Muza (1867-1939), José Antolín del Cueto (1854-1929) y Cosme de la Torriente (1872-1956), en su mayoría hicieron carrera defendiendo los intereses de la burguesía cubana, brillando por las facilidades verbales, pero sin tocar los problemas medulares del país.
En este período se funda la Academia Nacional de Artes y letras (1910), presidida por Antonio Sánchez Bustamante y luego por José Manuel Carbonell, esta institución jugó un activo papel en la divulgación de la cultura literaria del país, creando los "Anales", en los que se publicaron valiosos trabajos investigativos sobre las letras cubanas; organizó cursos, conferencias y convocó concursos; patrocinó la publicación de obras de autores cubanos, gestiones todas que contribuyeron a impulsar las letras cubanas.
Los concursos literarios en la isla tenían una tradición que se remonta a la época colonial y que tienen continuidad en la República. Los Juegos Florales son tradición en clubes y sociedades de las principales poblaciones del país, premiando principalmente la lírica, aunque en ocasiones se extendió a otros géneros. Los Ateneos de La Habana y Matanzas convocaron numerosos concursos en los primeros años de la República. A partir de 1910 la Academia de Artes y Letras, otorga el Premio Nacional y Artes y Letras, anualmente. La revista "El Fígaro", organiza todos loa años concursos literarios, que cobran auge a partir de 1910.
La vida literaria en este período es desigual, estancamiento y repetición por una parte, algunos esfuerzos por modernizar las letras y una situación político social que pesa, con su carga de problemas no resueltos, anhelos no alcanzados y la gran presión en todos los órdenes del "modo de vida norteamericano".
Autor:
Ramón Guerra Díaz
[1] Cintio Vitier, “Lo cubano en la poesía”. La Habana, 1957
[2] “Mi bandera”, Bonifacio Byrne
[3] Regino Boti: “Notas a Manuel Poveda”. 1905
[4] Luis Felipe Rodríguez citado por Max Henríquez Ureña en Panorama Histórico de la Literatura Cubana. La Habana, 1979, p. 367
[5] Jorge Ibarra: Un análisis psicosocial del cubano: 198-1925. La Habana, 1985. p. 115
[6] José Antonio Portuondo: “Bosquejo histórico de las letras cubanas”, La Habana, 1960, pp. 48-49
[7] Ambrosio Fornet en “Blanco y Negro” citado por Jorge Ibarra en Un análisis psicosocial del cubano: 1898-1925. La Habana, 1985, p. 28
[8] Jorge Ibarra: Un análisis psicosocial del cubano: 1898-1925. La Habana, 1985, p. 100