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Relativismo moral

Enviado por Jesús Castro


  1. Relativismo
  2. Relativismo ético
  3. Relativismo moral
  4. Fundamentos del relativismo moral
  5. Relativismo
  6. Superación del relativismo moral

En la monografía G080b, titulada "Rey de la eternidad (tiempo relativista)", página 2, se comentaba que es suficiente un entendimiento elemental de la teoría de la relatividad para prevenirse contra las elucubraciones erróneas basadas en afirmaciones igualmente erróneas, lanzadas a los cuatro vientos por co- mentaristas imprudentes que carecen de una mínima formación al respecto, quienes se atribuyen el derecho de divulgar opiniones (desquiciadas) tales como: "Según los descubrimientos de Einstein, en el mundo todo es relativo". Y así, sobre una premisa errónea, se han elaborado varios paradigmas culturales y filosóficos, uno de los cuales resulta particularmente corrosivo para la sociedad humana: el "relativismo moral".

Relativismo

El "relativismo" es la doctrina filosófica que sostiene que los puntos de vista humanos no tienen verdad ni validez universal, sino sólo una validez subjetiva y relativa a los diferentes marcos de referencia. En general, las discusiones sobre el relativismo se centran en cuestiones concretas; así, el relativismo gnoseológico considera que no hay verdad objetiva, dependiendo siempre la validez de un juicio de las condiciones en que éste se enuncia; o el relativismo moral, que sostiene que no hay bien o mal absolutos, sino dependientes de las circunstancias concretas.

Tradicionalmente se ha considerado que existen dos posiciones opuestas respecto a la naturaleza de la sociedad y los aspectos humanos, o por lo menos a ciertos hechos sociales: el "objetivismo" y el "relativismo". El "objetivismo" sostiene que la verdad es independiente de las personas o grupos que la piensan; o en una forma lógicamente menos restrictiva, afirma que existen algunos hechos objetivos en los que existe acuerdo universal. Por otro lado, el "relativismo" considera que la verdad depende o está en relación con el sujeto que la experimenta, no existiendo verdades objetivas ni tampoco acuerdos universales compartidos por todos los seres humanos.

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Es preciso ser cuidadoso a la hora de definir lo que es "relativismo"; así, por ejemplo, no es relativismo aceptar que existen muchas opiniones acerca de las mismas cosas; esto es obvio y nadie lo ha negado. El relativismo aparece cuando además se dice que dichas opiniones son verdaderas si a las personas que las defienden les parecen verdaderas. El relativismo mantiene que existen muchas formas de conceptualizar ciertos hechos sociales, y que ninguna de ellas puede considerarse como "verdadera" en sentido absoluto.

Oswald Spengler (1880-1936, filósofo e historiador alemán) escribió: "Toda cultura tiene su propio criterio, en el cual comienza y termina su validez. No existe moral universal de ninguna naturaleza". Admitiendo su veracidad, se tendría entonces que negar la Verdad absoluta, por lo que no existiría ya interés por buscarla. Además, negando la existencia del Bien objetivo, habría que borrar a la Ética como actividad intelectual que busca un camino para alcanzarlo. Finalmente, no existiría una cultura mejor que otra, por lo que tampoco deberíamos esmerarnos por buscarla.

No hay que confundir dos teorías muy próximas pero distintas entre sí, el "relativismo" y el "escepticismo": el escéptico afirma que no cabe conocimiento alguno de la verdad o de ninguna clase de verdad (el escepticismo es una doctrina defendida por ciertos filósofos antiguos y modernos, que consiste en afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla), pero el relativista cree que sí es posible el conocimiento de la verdad aunque éste es relativo a las personas y por lo tanto pueden existir muchas verdades respecto de las mismas cosas.

Cabe ser relativista en relación a ciertos géneros de realidades y objetivista respecto de otras. Por ejemplo, muchas personas parecen aceptar puntos de vista relativistas respecto de los valores morales, pero no respecto del conocimiento científico del mundo físico. El relativismo más radical es el referido a la totalidad de los conocimientos humanos.

Se plantea un problema de consenso universal cuando se habla de relativismo cultural, esto es, cuando afirmamos que la diversidad de ideas y valores entre las distintas sociedades es irreducible; y así no se puede juzgar un elemento cultural desde otra sociedad, siendo entonces lo único importante que tenga sentido dentro de esa cultura. De esta manera, el relativismo cultural llega a afectar seriamente a la moral, así como todos los usos y costumbres, magnificando el concepto de que no hay una verdad moral absoluta y de que ésta depende de cada individuo en su espacio y tiempo concretos y de sus intereses. Según esta postura, entonces, cada afirmación moral depende de las convenciones de las personas de cierta cultura particular, y no puede ser cuestionada.

En el ámbito de la ciencia experimental, se buscan modelos descriptivos que se acercan cada vez más a la realidad. Cuando los modelos son altamente predictivos y tienen un error pequeño, se considera que hay un gran acercamiento a la verdad científica o que se ha podido avanzar en la comprensión del fenómeno modelizado. Todas las teorías físicas "normales" consideran que el mundo físico es objetivo en el sentido de que todas las mediciones hechas por diferentes observadores pueden ser relacionadas entre sí, por lo que en general en un universo dado se considera que no existe relativismo alguno.

Sin embargo, el origen del valor concreto de las constantes físicas fundamentales puede relativizarse para la mayoría de los científicos materialistas, quienes creen que dicho valor quedó fijado en el "big bang" de manera contingente y no necesaria. Así otro universo diferente del nuestro podría haber "empezado" con valores diferentes para esas constantes, lo cual habría dado lugar a "fenómenos físicos" no observados en nuestro universo. Por otro lado, se discute la validez de ciertas leyes físicas, en cuanto a que sean de carácter contingente o necesario. Es decir, se plantea el desconocimiento de si ciertas leyes físicas podrían haber sido diferentes en otro universo o, por el contrario, son condiciones necesariamente imperantes en cualquier universo realista.

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A partir del surgimiento, en física, de la teoría de la relatividad, se ha pretendido de forma injustificada fundamentar los distintos relativismos mencionados. Sin embargo, debe tenerse presente que el principio de relatividad indica que los fenómenos físicos son invariantes ante movimientos inerciales y que, si bien el ordenamiento espacial y el temporal dependen de los sistemas de coordenadas en que se los describe, existe un intervalo espacio-temporal absoluto para todos los sistemas inerciales. Más aún, Bertrand Russell (1872-1970, filósofo, matemático, lógico y escritor británico, ganador del Premio Nobel de Literatura), en su obra "ABC de la Relatividad" expresa claramente que, lejos de establecer el relativismo, la teoría del Dr. Einstein no hizo más que definir un marco super-absoluto, inamovible, válido para todo el universo conocido, partiendo de la velocidad de la luz en el vacío. En otras palabras, va en sentido opuesto a una pretendida relatividad de los fenómenos físicos. El mismo autor, Russell, expresa su parecer afirmando: "Cierto tipo de gente que se cree superior suele decir con suficiencia que 'todo es relativo', lo cual es absurdo, porque si todo fuese relativo, no habría nada relativo a ese todo".

Relativismo ético

Desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, se rompieron muchos esquemas científicos y fi- losóficos; y también demasiados paradigmas éticos y morales. La abrumadora avalancha de descubrimien- tos fundamentales y la puesta en crisis de gran cantidad de criterios académicos, junto con la ingente pro- liferación de adelantos tecnológicos (muchos de los cuales sirvieron para devastar al planeta de forma inaudita a través de las dos guerras mundiales, las peores de la historia), todo ello, pues, comprimido en el lapso que dura una sola generación humana, introdujo un caos ético y moral sin precedentes. El relativismo ético cobró gran auge, así como la amoralidad (la total ausencia de guía moral).

El relativismo ético es la posición de que no existen absolutos morales, ni moral en lo bueno o en lo malo. Más bien, lo bueno y lo malo estarían basados en las costumbres y en las normas sociales. En cualquier caso, el relativismo ético significaría que nuestra moral antrópica ha evolucionado, que ha cambiado con el tiempo, y que ésta no es absoluta. Una ventaja del relativismo ético, según algunos teóricos, es que permite acoger a una amplia variedad de culturas y prácticas; y también permite a las personas adaptarse éticamente a los cambios de la cultura, el conocimiento y la tecnología en la sociedad. Esto podría considerarse como una forma buena y válida del relativismo.

La desventaja del relativismo ético es que la verdad, lo bueno y lo malo, e inclusive la justicia, son todos relativos. Pero la historia está repleta de casos de corrupción y degeneración de colectividades hu- manas, tal como la medicina está colmada de descripciones de fenómenos patológicos. Y, así, sólo porque un grupo de personas piense que algo es correcto no lo hace correcto en sí mismo; y la institucionalización de la esclavitud debería servir de buen ejemplo al respecto. En Estados Unidos, hace doscientos años, la esclavitud era normal y moralmente aceptable. Ahora, en cambio, no lo es. ¿Qué es lo que ha sucedido? Entre otras cosas, el aumento del conocimiento científico ha venido a demostrar que la raza negra no es estructuralmente inferior a la blanca en nada (acaso, tal vez, pudiera ser incluso superior a ésta en algunos as- pectos).

El relativismo ético tampoco permite la existencia de un grupo de valores absoluto. Lógicamente, si no existe ese grupo, entonces tampoco se permite que exista un Dador Divino de Ética Absoluta, el cual puede ser fácilmente identificado como Creador o Dios. En consecuencia, pensar que existe un Creador sería opuesto al relativismo ético. Por lo tanto, el relativismo ético no apoyaría la idea de un Dios absoluto y excluiría los sistemas religiosos basados en absolutos morales; esto es, sería absoluto en su condenación de la ética absoluta. El relativismo en ello, y por ello, sería inconsistente, ya que negaría las creencias de los valores absolutos y lo haría con un absolutismo relativista.

Relativismo moral

De acuerdo con el DRAE (Diccionario de la Real Academia de la lengua Española), la "moral" (del latín "moralis", que significa "costumbre") es la capacidad de enjuiciar las acciones o caracteres de las personas desde el punto de vista de su bondad o malicia, pero en un sentido más profundo que el previsto en el orden jurídico, ya que apela al fuero interno y al respeto humano. Por ejemplo, la siguiente frase resume bien el asunto: "Aunque el pago de la deuda no era exigible por la ley, él tenía obligación moral de hacerlo".

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La "ética" (del latín "ethicus", y éste del griego "ethikos", que significa "costumbre") se refiere más bien a la disciplina que estudia el comportamiento moral, desde el punto de vista de la bondad o malicia de los actos u omisiones. Así, mientras la Moral se entiende como una capacidad interna, la Ética debería en- tenderse como una disciplina, o una parte de la filosofía, que estudia de manera intelectual, racional y teórica la moral y las obligaciones del hombre para con el hombre y su entorno. En pocas palabras, la Moral es un conocimiento que se dispensa a nivel público o vulgar, pero la Ética es una disciplina que aspira a perfeccionarse mediante la aplicación de métodos propios del mundo académico, filosófico y profesional.

El estudio de la moral a través de la Ética, es decir, el estudio filosófico o racional de la moral, permite elaborar conjeturas doctrinales que conducen a la implantación de auténticos paradigmas morales. El relativismo moral es un ejemplo de ello, el cual es entendido más fácilmente en comparación con otro paradigma que se opone a él, a saber: el "absolutismo moral".

El "absolutismo" afirma que la moralidad depende de principios universales (como son las leyes naturales, la conciencia, la Regla de Oro, los Diez Mandamientos, etc.). Los creyentes absolutistas afirman que Dios es la fuente última de la moralidad común, y que, por lo tanto, ésta es tan inamovible como lo es Él. En cambio, el relativismo moral asegura que la moralidad no está basada en ninguna norma absoluta, sino, más bien, en "verdades" éticas que dependen de la situación, cultura, sentimientos, etc. Dicha postura, o sea, el relativismo moral, está ganando popularidad en nuestros días y lo hace cada vez más entre las personas que se dicen creyentes, y también en algunas que sin serlo se inclinan a postular que existe una moralidad natural; sin embargo, para una mayoría cada vez más numerosa, la idea de una ética o una moral se difumina entre las brumas de unos protocolos caprichosos, surgidos por azar, y los cuales deberían referenciarse mejor dentro de la teoría de la evolución de las especies biológicas.

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Muchos, y de muy diversos orígenes, son los argumentos que se presentan a favor del relativismo; sin embargo, al examinarlos en profundidad, se observa en ellos lo que parece ser una sospechosa falta de calidad fundamental. Por ejemplo, en el intento de sustentar la validez de las distintas afirmaciones morales hay que tener presente que éstas frecuentemente interaccionan entre sí cuando los individuos que las apoyan contactan unos con otros, dando lugar a una verdadera lucha por implantar tal o cual doctrina; y suele suceder que no siempre gana el punto de vista más razonable, sino el más poderoso y vehemente, o incluso el más astuto y engañador. Además, encontramos no pocas veces doctrinas que contradicen lo que otras afirman o niegan, para casos o situaciones similares, por lo que ya, de entrada, todo parece indicar que es imposible la reconciliación o consenso universal; y esto es, lamentablemente, un grave menoscabo para la puesta en marcha de un proyecto de sociedad cosmopolita; pues la aceptación de un relativismo moral quizás serviría de invitación a la fragmentación de la sociedad humana en porciones cada vez más pe- queñas, moralmente disjuntas unas de otras, al objeto de eludir la preponderancia de una enseñanza sobre otra y consecuentemente la anulación forzosa de las menos apabullantes. ¿Y quién arbitraría en este caso, para evitar ese fraccionamiento contraproducente? Evidentemente, cualquier humano que se atreviera a levantarse como mentor para solucionar algunas diferencias irreconciliables estaría en verdad adoptando una actitud absolutista. Así, pues, la disyunción moral acarrea la disyunción social; y todo aquél que luche a favor de la unión entre los pueblos también lucha, aún sin percatarse necesariamente de ello, en pro del absolutismo moral.

Como quiera que el relativismo moral está ganando popularidad en nuestros días, en realidad lo que está ocurriendo es la implantación de un paradigma que detesta toda normativa moral absoluta, y que concede lugar sólo a una serie de "verdades" éticas que dependen fundamentalmente de la cultura del momento, de los sentimientos colectivos e individuales, así como de otros débiles soportes completamente ineficaces para conseguir y mantener una armonía social mínima. Por ejemplo, ante el caso de un asesino, o de un secuestrador, ¿cómo habría de juzgarse la conducta del "supuesto" malhechor? ¿Debería declararse al individuo libre de culpa en base a la moral relativa de él mismo, en tanto que no viole sus propias normas? Lamentablemente, esta situación se complica todavía más cuando se consideran grupos "antisociales" tales como comandos terroristas, bandas mafiosas, asociaciones de pederastas, comunidades beligerantes, países imperialistas, etc.

Desde la óptica del relativismo, cabría preguntarse: ¿cómo juzgar a los nazis? ¿Fueron los juicios de Nuremberg un atropello contra la ética y la moral relativistas? Al parecer, los nazis estaban siguiendo la moral de su cultura. Por lo tanto, hicieron mal sólo si el asesinato, o el crimen de guerra, está considerado universalmente incorrecto. Y esto nos lleva a percibir que aunque mucha gente tenga diferentes opinio- nes morales, aún así la mayoría se inclina de manera natural a compartir una moral común; y dicha "inclinación" brota tal vez de un sentido profundo, de una lógica subconsciente, que de algún modo es capaz de detectar algunas anomalías morales aberrantes.

El argumento principal al que apelan los relativistas, es el de la tolerancia. Ellos afirman que el decirle a alguien que su moralidad es incorrecta, es intolerancia; y el relativismo tiene que tolerar todas las perspectivas. Sin embargo, este enfoque es engañoso y conduce a un resultado catastrófico. ¿Deberíamos tolerar la perspectiva de un violador de que las mujeres son objetos de gratificación sexual destinados a ser abusados? Además, los relativistas suelen expresar su no tolerancia hacia la intolerancia o el absolutismo moral; y esto es una contradicción para el relativismo, puesto que el absolutismo moral es también una opción moral, defendida por un cierto colectivo. Por otra parte, el relativismo no puede explicar por qué hay que ser tolerante en sentido moral y cuál es la ventaja de serlo; y se debate en medio de la confusión creada por su propia visión parcial al aplicar el concepto mismo de "tolerancia", al que no es capaz de dotar de las restricciones semánticas precisas que le sirvan de barrera de seguridad. Pero esta cosa no ocurre con el absolutismo moral cuando define la "tolerancia" en base a una norma que indica cómo tratar a la gente con bondad, dignidad y justicia, permitiéndole tener su propio punto de vista en asuntos de bajo riesgo apolillador, aunque diverja de la mayoría.

Fundamentos del relativismo moral

El "relativismo moral" es históricamente posterior al "relativismo cognitivo" y ello es perfectamente comprensible, dado que la ética y la moral son formas particulares de conocimiento y todo lo que se diga con respecto al conocimiento en general repercute indudablemente sobre cualquier clase de conocimiento específico o particular. Pues bien, el "relativismo cognitivo" es todo sistema de pensamiento que afirma que no existen verdades universalmente válidas (verdades absolutas), ya que cualquier aseveración que se haga depende de las condiciones o contextos relativos a la persona o grupo de personas que efectúan la declaración.

No obstante, antes de que se fraguara la doctrina del Relativismo se había consolidado ya la teoría del "subjetivismo cognitivo", al observarse que el conocimiento acerca de cualquier aspecto de la realidad es relativo al sujeto y a sus capacidades, que difieren de un individuo a otro. Además, también es posible discernir factores que predisponen hacia dicha subjetividad, tales como los intereses personales, la educación, las creencias previas, los prejuicios, el estado de ánimo, la influencia mental de otros congéneres y así por el estilo.

Fueron los griegos, en el siglo V antes de la EC (era común, o era cristiana), los que formularon una tesis filosófica basada en el Subjetivismo. Pero antes de eso, al parecer, ya se había detectado la subjetividad cognitiva humana aunque no se tuvo en cuenta a la hora de elaborar una postura filosófica que tomara como referencia la individualidad psíquica y material de cada sujeto particular y afirmara que es imposible trascender hacia una verdad absoluta y universal, pues siempre se ante- pondrían a ella (esto es, al conocimiento o captación de la misma) las limitaciones del individuo que intenta conocer y juzgar la realidad de las cosas.

Si el Subjetivismo sólo consistiera en dar fe de que el conocimiento humano está limitado por la incapacidad individual (y colectiva) de captar toda la realidad, entonces, manifiestamente, no desentonaría para nada del punto de vista de la sagrada escritura. Por ejemplo, el profeta israelita Samuel, que vivió en el siglo XII antes de la EC, escribió el primer libro bíblico que lleva su nombre y en él narró los acontecimientos previos que, por dirección divina, le llevaron a nombrar a David como escogido para suceder en el trono de Israel al desobediente y orgulloso rey Saúl (se han subrayado las frases claves): «Y Samuel procedió a hacer lo que Jehová (el Dios Todopoderoso) había hablado. Cuando llegó a Belén, los ancianos de la ciudad se pusieron a temblar al encontrarlo, así que dijeron: "¿Significa paz tu venida?". A esto él dijo: "Significa paz. Para ofrecer sacrificio a Jehová es para lo que he venido. Santificaos, y tenéis que venir conmigo al sacrificio". Entonces santificó a Jesé y a sus hijos, después de lo cual los llamó al sacrificio. Y aconteció que, al entrar ellos y al alcanzar él a ver a Eliab, en seguida dijo: "De seguro su ungido está delante de Jehová". Pero Jehová dijo a Samuel: "No mires su apariencia ni lo alto de su estatura, porque lo he rechazado. Porque mo el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojo como el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos ; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón"» (1 Samuel 16: 4-7). Sin embargo, dado que la filosofía griega hizo del hombre (y no de Dios) el núcleo de referencia en cuanto al conocimiento, el Subjetivismo, pues, fue más allá de la declaración primaria de que el ser humano es cognitivamente limitado y pasó a afirmar que es im- posible, por tanto, la existencia de una verdad absoluta (o un conocimiento absoluto de la realidad) porque para el ser humano esto queda indiscutiblemente vedado.

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Al parecer, Protágoras de Abdera (480-410 antes de la EC), cuyo legado escrito debió ser extenso, aunque apenas se han conservado fragmentos de éste y en todo caso ha sido a través de citas de autores posteriores, fue el más antiguo impulsor del Subjetivismo cognitivo o filosófico de que se tiene constancia. Admirado experto en retórica, que recorría el mundo griego cobrando elevadas tarifas por sus conocimientos acerca del correcto uso de las palabras. Platón le acreditó como el inventor del rol de sofista profesional o profesor de "virtud", entendida ésta no como bondad o excelencia moral sino como conocimiento y habilidad para tener éxito mundanal. Vivió durante largas temporadas en Atenas, donde fue conocido de Sócrates. Protágoras fue un pensador viajero, celebrado y necesitado allí donde fuera. También viajó a Sicilia y a otras ciudades de Asia Menor en funciones de maestro de retórica y conducta, recibiendo a cambio cantidades notables de dinero, como el resto de sofistas (El término "sofista" proviene del griego "sophía", que significa básicamente "sabiduría", de tal manera que en la Grecia clásica se consideraba un "sofista" o "sabio" al que hacía su profesión del enseñar sabiduría y que podía acreditar dotes de inteligencia práctica y experiencia reconocida en cuanto a la posesión de sabiduría en un sentido genérico. Sin embargo, al transcurrir el tiempo, hubo recelos en cuanto a la actividad de los sofistas, puesto que según Esquilo daban utilidad práctica a lo sabido y frecuentemente no se concentraban en el amor a la sabiduría sino en el apego a la utilidad material o los beneficios mundanales que podían obtener a expensas de exhibirla. Y, a partir de ese momento, se creó una corriente de pensamiento, ya apreciable en Píndaro, que otorgaba un cariz despectivo al término "sofista", asimilándolo a "charlatán").

El principio filosófico más famoso de Protágoras alude al estatus del hombre enfrentado al mundo que lo rodea y habitualmente se designa con la expresión latina "Homo mensura" (El hombre es la medida), fórmula abreviada de la frase "Homo omnium rerum mensura est" (El hombre es la medida de todas las cosas). Ésta es una sentencia que acusa diversas interpretaciones, como resultado de la dificultad que implica determinar el sentido y alcance de sus tres expresiones fundamentales, a saber: a) El hombre, b) La medida, y c) Las cosas. Se discute si la expresión "el hombre" se refiere al hombre en sentido individual o en sentido colectivo. La interpretación en sentido individual señala que el hombre al que hace mención la frase de Protágoras es cada hombre concreto, o cada individuo, de tal forma que habría tantas medidas distintas para las cosas como hombres individuales hay. A tal lectura adhiere Platón, quien, por medio de Sócrates, señala en su obra "El teeteto": "¿No es verdad que [Protágoras] dice algo así: Tal como me parecen las cosas, tales son para mí; tal como te parecen, tales son para ti. Pues tú eres hombre y yo también?".

La interpretación en sentido colectivo, a su vez, tiene dos enfoques distintos: uno que entiende que la expresión alude a cada grupo social humano; otro, que la considera en sentido genérico, es decir, referida al género humano. El primer enfoque, que podemos denominar sociológico, ha sido defendido por Eugène Dupréel, e implica plantear que la frase de Protágoras alude a cierta forma de relativismo cultural, donde cada sociedad, cada polis, actuaría como medida de las cosas. Hay autores (como Untersteiner y Schiappa) que, incorporando a la tesis sociológica, consideran que ella no es incompatible con el sentido individual del término, ya que Protágoras habría contemplado ambas visiones al formular su sentencia. El segundo enfoque, que podemos denominar genérico, fue formulado por Goethe y defendido especialmente por Theodor Gomperz, e implica entender la existencia de una única medida común para todos los hombres individuales; esto es, una misma forma, compartida por el género humano, para tasar la totalidad de las cosas.

Por lo visto, el pensamiento de Protágoras también era proclive al escepticismo y al agnosticismo, pues, respecto a los dioses, o el mundo sobrenatural, dijo: "No tengo medios de saber si existen o no, ni cuál es su forma. Me lo impiden muchas cosas: la oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida humana". Así, pues, en cualquier caso, hay una visión materialista del conocimiento, que se centra en el hombre y no en el Creador de éste. Por lo tanto, podemos decir que con Protágoras se inicia, al parecer, el paradigma filosófico del conocimiento subjetivo o Subjetivismo materialista (en perjuicio del conocimiento sobrehumano revelado en la sagrada escritura), con independencia de si tal subjetivismo se estima a nivel de individuo o a nivel de colectividad humana.

Contemporáneo de Protágoras, Gorgias de Leontino (485-380 antes de la EC) es considerado tam- bién, junto con aquél, como uno de los grandes sofistas. Se formó en retórica con Córax de Siracusa y Tisias, fundadores de la disciplina. Se sabe que viajó mucho durante su larga vida, trabajando en varias ciudades griegas, enseñando y practicando la retórica; finalmente se instaló en Atenas en el año 427 antes de la EC, causando gran sensación con su oratoria, como jefe de una embajada de su ciudad, por lo que fue llamado Gorgias de Leontino, a la edad de 60 años. Profesó con gran maestría la retórica, a la que consideraba como una ciencia universal. Negaba ser maestro de virtud pero prometía hacer hábiles en hablar a sus discípulos. Según se cuenta, una de sus actividades cotidianas consistía en acudir a lugares públicos, donde defendía encarnizadamente una tesis relativa a una cuestión cualquiera; una vez derrotados y convencidos sus interlocutores, comenzaba a defender la tesis contraria, hasta doblegar nuevamente a quien interviniese en la disputa, y así sucesivamente se contraargumentaba una y otra vez, haciendo gala de su retórica. Murió en Tesalia, el año 380 antes de la EC, con unos 105 años.

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A partir de la actuación contradictoria de Gorgias en cuanto a la defensa de argumentos antagónicos, se puede comprender porqué los sofistas no tardaron en adquirir mala fama ante filósofos mucho más concienzudos, tales como los prestigiosos Sócrates, Platón y Aristóteles. Por otra parte, la obra de Gorgias se asemeja a la de Protágoras en el sentido de que se ha perdido en su mayor parte, excepto algunos discursos suyos que han conseguido llegar hasta nuestros días. El pensamiento de este sofista es extremadamente egocéntrico, haciendo de la realidad una simple ficción de la mente. Este egocentrismo es absolu- tamente subjetivista, es una sublimación del Subjetivismo, que da a luz, en su caso, a tres tesis que reflejan un escepticismo tan radical que no tiene parangón en la historia: Tesis-1, "nada es" (negación de la realidad); Tesis-2, "si algo fuese, sería incognoscible" (negación de todo conocimiento); y Tesis-3, "si algo fuese y lo conociésemos, sería incomunicable a los demás" (negación de la validez del lenguaje). De todas formas, semejantes tesis no pasarían de ser alegatos baladíes en la boca de Gorgias, dada su notoria capacidad para argumentar a favor o en contra de casi cualquier cosa. Pues ¿quién estaría dispuesto a tomarse en serio a aquél que se desmiente a sí mismo, por simple presunción? Sin embargo, el Subjetivismo cognitivo o filosófico no desapareció con Gorgias y sus detractores. Adquirió ciertos matices en Descartes, con la polémica entre el racionalismo y el empirismo, quedando desde entonces bajo la forma de un criterio encubierto e implícito; pero resurgiendo con gran brío en tiempos recientes, a la sombra del Relativismo cultural y mo- ral. Numerosos autores y corrientes filosóficas del siglo XX se han clasificado como relativistas o subjetivistas: Nietzsche, Dewey, Wittgenstein, Rorty, etc. Entre las corrientes filosóficas están: el existencialismo, el es- tructuralismo y el constructivismo social, junto con las nuevas concepciones de la filosofía de la ciencia (Kuhn, Lakatos y, sobre todo, Feyerabend).

Pero la gran corriente relativista (y, por ende, subjetivista) es la Posmodernidad (que supone que la verdad es cuestión de perspectiva o de contexto, más que algo universal. Se ampara en el argumento de que no tenemos acceso a la realidad completa, a la forma en que son las cosas, sino solamente a lo que nos parece a nosotros).

Así, pues, las fuentes o fundamentos criteriológicos que dieron lugar a la cristalización del Relativismo cognitivo son los que centran sus argumentos en la incapacidad del conocimiento humano para establecer verdades universalmente válidas u objetivas, sino sólo subjetivas. Según esto, cada afirmación es dependiente (relativa) a un contexto o estructura que la condiciona. Estas estructuras, que hacen relativa toda afirmación, son el lenguaje, la cultura, los paradigmas de un determinado período histórico, las creencias religiosas, el género, raza o estatus social y, sobre todo, la experiencia e historia de cada individuo.

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Entonces se plantea el problema del relativismo cultural, cuando afirmamos que la diversidad de ideas y valores entre las distintas sociedades es irreducible; es decir, que no se puede juzgar un elemento cultural desde otra sociedad y lo único importante es que tenga sentido dentro de esa cultura. Además, el relativismo cultural llega a afectar seriamente a la moral, como usos y costumbres, magnificando el concepto de que "no hay una verdad absoluta, ya que ésta depende de cada individuo, el cual se halla inmerso en un espacio y tiempo concretos y está sometido a unos intereses particulares ". Por lo tanto, según esta postura, cada afirmación moral depende de las convenciones de las personas de esa cultura, y no puede ser cuestionada.

Relativismo

Los detractores del relativismo cultural y moral afirman la necesidad de asumir la existencia de verdades reales y objetivas, válidas para toda cultura, so pena de caer en el caos y la desintegración social. Afirman que la verdad está ligada a la práctica, y que la acción concreta exige valorar el acierto o el error como algo real, no relativo. Pero para esto se requiere una criteriología de base que permita valorar las acciones, en cuanto si éstas son acertadas o erróneas. Por lo tanto, el problema se plantea a la hora de consensuar dicha criteriología básica: ¿quién es capaz de establecer infaliblemente esa criteriología? ¿ Sobre qué base segura se puede decidir firmemente una tal criteriología? Una escapatoria dura contra el relativismo es el "positivismo", como metodología de la objetividad para teorías verificables, para evitar la relativización del acceso a la verdad. Sin embargo, el positivismo adolece, en sí mismo, de la visión limitada que le aporta el inductivismo (es decir, la metodología inductiva a la que se adhiere incondicionalmente para obtener conocimientos). Por consiguiente, extrae conclusiones generales a partir de la observación de casos particulares; y semejante método, a pesar de la ingente cantidad de logros que ha aportado al terreno de la ciencia, se ha descubierto que presenta tres talones de Aquiles bien definidos: uno es que nuestra percepción sensorial es imperfecta, a pesar de que pueda ser auxiliada con aparatos tecnológicos de alto nivel; otro es que pasa por alto la existencia de hipotéticos casos particulares que pudieran violar la norma general, que aparentemente prepondera en la mayoría de los casos observados, pues no hay manera de demostrar incontestablemente (como se hace en matemáticas al emplear la reducción al absurdo, por ejemplo) que en futuras recogidas de datos no comenzarán a imponerse las excepciones como la norma y tal vez suceda que los actuales datos normales pasen a ser los excepcionales (tómese como anécdota el descubrimiento de los fenómenos eléctricos y magnéticos por los griegos de la antigüedad, que se han llegado a considerar excepcionales en la biosfera hasta más allá del Renacimiento, pero que hoy se sabe que son el fundamento de todos los procesos que soportan la vida en nuestro planeta; son la bioquímica, o electromagnetismo a nivel atómico-molecular, que permite las reacciones microscópicas sobre las que se basa la vida); finalmente, el último talón de Aquiles es el de la observación y discernimiento racional de ciertos casos complejos que no admiten la extracción de relaciones claras entre causas y efectos.

En el terreno de la ciencia, el teorema de incompletitud de Gödel supone una seria limitación a las pretensiones de extraer de cualquier teoría todas las conclusiones a las que se pudiera llegar; de hecho, se percibe que la vasta mayoría de ellas pasarían inadvertidas. Por lo tanto, este hallazgo obliga a realizar una labor de retazos en cualquier ciencia, teniéndose que contentar el investigador con fragmentos o modelos poco ligados o inconexos (disjuntos), cada uno de los cuales explicaría una ínfima parcela de la realidad aceptablemente, pero teniendo garantizado de antemano (por causa del teorema de incompletitud mencionado) un fracaso para cualquier esfuerzo por cohesionar en un "todo" dichos fragmentos. Y esto ha su- puesto la incorporación de un nuevo principio metodológico en el estudio del conocimiento científico, una relativización de las teorías, no deseable desde el punto de vista de la unificación, pero que, a fin de cuentas, depura la contemplación de las metodologías en el sentido de desterrar a priori toda tentativa de uniformidad (por inalcanzable) y trabaja en base a una inexorable pluralidad.

Pero muchos teóricos se resisten enconadamente a dejarse subyugar por el relativismo y hay quienes afirman que es posible hallar una contradicción lógica, interna, en el propio concepto de relativismo: resulta imposible establecer como ley o verdad universal que todo es relativo, dado que entonces ese mismo postulado tendría el carácter de relativo, invalidándose a sí mismo. Igualmente, el relativismo en materia moral se presenta en nuestros días exhibiéndose como modelo superador y tolerante, en contraste con la idea de un grupo de normas de conducta de validez universal, y se atribuye a sí mismo la virtud de promover la pacífica convivencia entre diferentes culturas aduciendo la apertura. Pero en esta afirmación la crítica ve un atentado contra el orden social y contrapone la idea de que tolerar no debe significar un intercambio de ideas provechoso y enriquecedor que supuestamente fomenta la paz social, pues no se puede ad- mitir sin discusión la coexistencia de numerosos, diferentes y frecuentemente opuestos sistemas de normas morales que dificultan la concordia y arremeten contra el logro del bien común de la sociedad.

En este punto, verdaderamente, se ha entrado en un callejón sin salida. Pues, por un lado, se avista,

con razón, que el relativismo (especialmente el relativismo moral) conduce a una tolerancia contraproducente, y muy peligrosa, para la estabilidad del organismo social. Pero, por otro lado, el "absolutismo" implicaría un gran riesgo de despotismo y tiranía; es decir, supondría una posibilidad de retroceso en la historia en dirección a un autoritarismo de tipo medievalista, con poder para aniquilar fácilmente toda idea que no concuerde con el paradigma arbitrariamente impuesto.

Superación del relativismo moral

La filosofía griega hizo del hombre, no de Dios, el centro de referencia en cuanto al conocimiento; y tal perspectiva se ha mantenido a lo largo de los siglos, invariablemente, hasta nuestros días. De otro modo, la filosofía se hubiera convertido en una especie de teología; y no lo ha hecho. Sin embargo, la teología no ha visto recompensada su labor con un conocimiento certero acerca del Sumo Hacedor; sino, más bien, se ha dispersado en especulaciones y ha pretendido acceder peregrinamente (mediante fórmulas elaboradas por simples hombres mortales) a realidades sobrenaturales que se encuentran más allá de su capacidad de comprensión y atisbo: unas realidades que, en parte, sólo pueden ser conocidas por el ser humano merced a una revelación. Y con ello no aludimos a ninguna clase de misticismo, sino a conocimiento perfectamente asequible a cualquier persona normal pero que proviene de una fuente sobrehumana (como ocurre con la divulgación científica, por ejemplo; que aquí podría denominarse "divulgación sobrenatural": informaciones relativamente fáciles de entender por el hombre, pero que están más allá de su capacidad de avistamiento o percepción).

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La gran paradoja suscitada por la oposición entre absolutismo y relativismo, irresoluble en el marco de la mera filosofía humana y materialista, deja de serlo cuando se accede a una visión más completa de la realidad; pues el enfoque materialista es miope y simplista, y su vitalidad la adquiere, en parte, como consecuencia de pertenecer a una reacción álgida contra la teología dogmática y anticientífica impuesta en el mundo occidental durante el medievo y repercutida ocasionalmente en brotes residuales posteriores. Pero la visión más completa incluye fuentes informativas que son absolutamente anatemas para la ciencia materialista, como, por ejemplo, la Biblia.

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Por lo tanto, la superación de las paradojas que acompañan al relativismo moral no pueden solventarse en el marco del pensamiento materialista. Ha de accederse a una metacognición fidedigna que trascienda al materialismo académico, es decir, a una revelación sobrehumana fiable que sólo puede ser proporcionada por las sagradas escrituras. Éste es, precisamente, un conato o indicio, entre muchos otros, que clama por la participación bondadosa de un Ser Superior.

 

 

Autor:

Jesús Castro