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FILOSOFÍA Y LITERATURA: LA NOVELA DE BORGES

Enviado por algreca


     

    Siendo Borges profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, recibió una nota del decano, cuyo nombre tal vez alguien recordará, en la que se le requería que en plazo perentorio, presentara una versión actualizada de su curriculum vitae. Lo primero que hizo el maestro fue solicitar una prórroga para dar cumplimiento al trámite, ya que según argumentó, la confección de un curriculum era un género que no estaba acostumbrado a frecuentar, y por eso, debía tomarse algún tiempo para pensar cómo abordarlo. Seguramente sin entender la ironía, el funcionario volvió a la carga algunos días después y recibió por respuesta una escueta nota manuscrita que decía: "Jorge Luis Borges. Nacido en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899. Ex profesor de la Universidad de Austin y autor de algunos libros de poesía, cuentos y ensayos." En efecto, Borges no escribió nunca una novela.

    Jorge Luis ("Georgie") fue el primer hijo de Jorge Guillermo Borges y Leonor Acevedo. Su prosapia estaba dominada por el coraje de hombres de acción, de guerreros que le legaron el pesar por no haber tenido como ellos valor físico y arrojo para jugarse la vida. Ese don que no tuvo, le fue compensado con un deslumbrante talento con el que rindió homenaje a la valentía de sus ancestros. Se sentía su heredero incompleto y así los retrató con un dejo de melancolía:

    Nada o muy poco sé de mis mayoresportugueses, los Borges: vaga gente

    que prosigue en mi carne, oscuramente,sus hábitos, rigores y temores.

    Tenues como si nunca hubieran sido y ajenos a los trámites del arte,

    indescifrablemente forman parte del tiempo, de la tierra y del olvido.

    "El hacedor" 1960

    La historia argentina impregnó la sangre de Borges. El abuelo paterno, el coronel Francisco Borges fue muerto a los 41 años, en 1874, por un disparo de rifle Remington, durante una de las guerras civiles. Por la rama materna, su abuelo Isidoro de Acevedo Laprida había combatido contra Rosas y era descendiente de Francisco Narciso de Laprida, el presidente del Congreso de Tucumán de 1816, en el que se declaró la independencia argentina. Laprida murió en 1829, a manos de gauchos rebeldes (los montoneros de Aldao) y Borges le dedicó su "Poema conjetural" haciéndole narrar su propia muerte en un soliloquio trágico y señalar el conflicto entre el amor por los libros y el destino de morir asesinado como guerrero (¿quizá la contracara del conflicto de Borges?)

    Yo que anhelé ser otro, ser un hombre

    de sentencias, de libros, de dictámenes,

    a cielo abierto yaceré entre ciénagas;

    pero me endiosa el pecho inexplicable

    un júbilo secreto. Al fin me encuentro

    con mi destino sudamericano.

    A esa ruinosa tarde me llevaba

    el laberinto múltiple de pasos

    que mis días tejieron desde un día

    de la niñez. Al fin he descubierto

    la recóndita clave de mis años,

    la suerte de Francisco de Laprida,

    la letra que faltaba, la perfecta

    forma que supo Dios desde el principio.

    En el espejo de esta noche alcanzo

    mi insospechado rostro eterno. El círculo

    se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

    Pisan mis pies la sombra de las lanzas

    que me buscan. Las befas de mi muerte,

    los jinetes, las crines, los caballos,

    se ciernen sobre mí… Ya el primer golpe,

    ya el duro hierro que me raja el pecho,

    el íntimo cuchillo en la garganta.

    "El otro. El mismo" 1964

    El culto del coraje fue para Borges no solamente dedicado a los guerreros, en especial de su propia familia, sino también a los hombres simples que a campo abierto o en cualquier esquina de los arrabales de Buenos Aires, que siempre tuvieron para él una misteriosa fascinación, eran capaces de arriesgarse a morir en un duelo a cuchillo. En numerosas milongas reverenció a esos seres que admiraba y envidiaba sin tapujos. Decía de Jacinto Chiclana:

    Quién sabe por qué razón

    me anda buscando ese nombre;

    me gustaría saber

    cómo habrá sido aquel hombre.

    Alto lo veo y cabal,

    con el alma comedida,

    capaz de no alzar la voz

    y de jugarse la vida.

    …………………………………………….

    Entre las cosas hay una

    de la que no se arrepiente

    nadie en la tierra. Esa cosa

    es haber sido valiente.

    Los antepasados de Borges no sólo le legaron esa sangre heroica que él sintió no haber honrado. Su abuela paterna, Fanny Haslam, le enseñó el idioma inglés y también a conocer y a amar como nadie la literatura inglesa. El diminutivo "Georgie" con el que siempre se lo nombró en la familia, fue impuesto por ella. Borges pensó, sintió, habló y escribió en inglés con la misma maestría que en español y por ello decía que ambas lenguas eran "los idiomas que me son íntimos". Tal vez leyó por primera vez el Quijote en una traducción inglesa.

    El otro legado que sin duda le signó la vida fue la ceguera. Fue ciego como su padre y como varios de sus antepasados. La suya fue la sexta generación de Borges ciegos, y por cierto, conoció su destino ni bien comenzó a declinar su vista siendo muy joven. La peor de las desgracias para él, que hizo de su vida una verdadera consagración de los libros. Sobrellevó la ceguera con dignidad y con cierto irónico fatalismo. Muchas veces se refirió a ella a lo largo de su obra. En el prólogo de "La Rosa Profunda" (1975) dice:

    Al recorrer las pruebas de este libro, advierto con algún desagrado que la ceguera ocupa un lugar plañidero que no ocupa en mi vida. La ceguera es una clausura, pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y un álgebra.

    La mirada irónica sobre su ceguera queda plasmada en el "Poema de los dones", tal vez los más conocidos de sus versos:

    Nadie rebaje a lágrima o reproche

    esta declaración de la maestría

    de Dios, que con magnífica ironía

    me dio a la vez los libros y la noche.

    De esta ciudad de libros hizo dueños

    a unos ojos sin luz que sólo pueden

    leer en las bibliotecas de los sueños

    los insensatos párrafos que ceden

    las albas a su afán. En vano el día

    les prodiga sus libros infinitos,

    arduos como los arduos manuscritos

    que perecieron en Alejandría.

    La ciudad de libros, la biblioteca, fue sin duda el lugar de Borges. El mismo decía en su Autobiografía que la biblioteca de su padre fue el sitio al que siempre quiso volver, aunque tal vez, nunca la había dejado. En el mismo Poema de los dones, desliza sin embargo su amargura por los libros que les son vedados a sus ojos sin luz:

    Lento en mi sombra, la penumbra hueca

    exploro con el báculo indeciso,

    yo, que me figuraba el Paraíso

    bajo la especie de una biblioteca.

    Reiteradamente explicó que ser ciego no significaba caer sumido en la total oscuridad, en la negrura absoluta. Los colores se fueron desdibujando para él y siguió percibiendo el color amarillo, que le recordaba al tigre que vio tras los barrotes del zoológico, junto a su hermana Norah, siendo niños, y que despertó en él vivas fantasías que lo acompañaron a lo largo de su vida. Muchas veces volvió al "oro de los tigres" y quedó grabado el color amarillo de la piel felina en su recuerdo, mucho más allá de que sus ojos se hubieran apagado.

    Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas del Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. (Todavía me acuerdo de esas figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer.)

    Dreamtigers en "El Hacedor" 1960

    La transformación de los colores a medida que iba perdiendo la vista lo llevó nuevamente a la poesía:

    El azul y el bermejo son ahora una niebla

    y dos voces inútiles. El espejo que miro

    es una cosa gris. En el jardín aspiro,

    amigos, una lóbrega rosa de la tiniebla.

    Ahora sólo perduran las formas amarillas

    y sólo puedo ver para ver pesadillas.

    El ciego en "La Rosa Profunda" 1975

    Los espejos fueron un tema central en la vida y en la obra de Borges. Desde muy pequeño, y por alguna arcana razón que el psicoanálisis intentó con dudosa fortuna develar, rechazó y temió a los espejos. Sin embargo, en un sentido simbólico, se dedicó a examinar con minuciosa prolijidad la cara y contracara de la realidad, la imagen especular de todo cuanto lo rodeaba. Imaginó que todas las cosas se duplicaban, que todo hombre tenía su alter ego como reflejado en un espejo secreto.

    Hoy, al cabo de tantos y perplejos

    años de errar bajo la varia luna,

    me pregunto qué azar de la fortuna

    hizo que yo temiera los espejos

    …………………………………………………………

    Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

    paredes de la alcoba hay un espejo,

    ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

    que arma en el alba un sigiloso teatro.

    …………………………………………………………

    Dios ha creado las noches que se arman

    de sueños y las formas del espejo

    para que el hombre sienta que es reflejo

    y vanidad. Por eso nos alarman.

    Los espejos en "El Hacedor" 1960

    El otro que existe en cada hombre y que quizá sea el que se refleja en el espejo fue su eterna preocupación. "El otro" fue el título de uno de sus más hermosos cuentos, en el que un Borges anciano, sentado en un banco frente al río Charles, en Boston, ve que se sienta en el mismo banco un joven adolescente al que rápidamente reconoce. Era Borges, pero el Borges de Ginebra (a la que él llamó luego "mi otra patria", y a donde volvió para morir). Este Borges adolescente también estaba sentado contemplando el río, pero no el Charles sino el Ródano. Se entabló una conversación inolvidable y Borges reflexionó:

    Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos. Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo. Cada uno de los dos era el remedo caricaturesco del otro…..

    He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el recuerdo.

    "El libro de arena" 1975

    La figura del otro también fue vista por Borges desde la perspectiva de los destinos cruzados, de las similitudes en la vida de los seres humanos de lugares y tiempos diversos como si se tratara de un tiempo circular, de un eterno retorno a la manera de Nietzsche. En el poema de los dones, recuerda a Paul Groussac que lo había precedido en la dirección de la Biblioteca Nacional y que como él, había sido ciego:

    Al errar por las lentas galerías

    suelo sentir con vago horror sagrado

    que soy el otro, el muerto, que habrá dado

    los mismos pasos en los mismos días.

    ¿Cuál de los dos escribe este poema

    de un yo plural y de una sola sombra?

    ¿Qué importa la palabra que me nombra

    si es indiviso y uno el anatema?

    Groussac o Borges, miro este querido

    mundo que se deforma y que se apaga

    en una pálida ceniza vaga

    que se parece al sueño y al olvido.

    El sueño y el olvido: dos caras de una misma moneda para Borges. Curiosamente, después un período de su vida en que lo atormentó el insomnio, escribió el cuento "Funes el memorioso", una fantasía notable cuyo protagonista Ireneo Funes, era dueño de una memoria absoluta, incapaz de perder el detalle más nimio de todo cuanto ocurría a su alrededor. A Funes, dice Borges, "le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo". Funes "había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho sin embargo que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer".

    También tenía el sueño otra connotación en el pensamiento borgeano: el cuestionamiento del mundo real, tal y como lo conocemos. ¿Somos realmente quienes somos, o solamente, quizá el producto de una idea? ¿de nuestra mente? ¿de la de otro? ¿de un soñador que nos sueña y al que soñamos a nuestra vez? Le hace decir al Quijote:

    Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño

    que entreteje en el sueño y la vigilia

    mi hermano y padre, el capitán Cervantes,

    que militó en los mares de Lepanto

    y supo unos latines y algo de árabe…

    Para que yo pueda soñar al otro

    cuya verde memoria será parte

    de los días del hombre, te suplico:

    mi Dios, mi soñador, sigue soñándome.

    La búsqueda de la esencia del ser, su permanencia en la memoria, su inmanencia y al mismo tiempo su relatividad fueron desvelos de Borges que lo llevaron a bucear a lo largo y ancho de toda la filosofía universal, especialmente en la presocrática, en Parménides y en Heráclito, a quien dedicó uno de sus más hermosos poemas. Admiró a estos filósofos no menos como tales que como poetas e indagó reiteradamente, a partir de ellos en la naturaleza misma del tiempo proponiendo su propia visión en uno de sus más brillantes ensayos: "Nueva refutación del tiempo". Razona allí:

    Por lo demás, la frase negación del tiempo es ambigua. Puede significar la eternidad de Platón o de Boecio y también los dilemas del Sexto Empírico. Éste (Adversus Matematicus, XI, 197) niega el pasado que ya fue, y el futuro que no es aún, y arguye que el presente es divisible o indivisible. No es indivisible, pues en tal caso no tendría principio que lo vinculara al pasado ni fin que lo vinculara al futuro, ni siquiera medio, porque no tiene medio lo que carece de principio y de fin; tampoco es divisible, pues en tal caso constaría de una parte que fue y de otra que no es. Ergo no existe, pero como tampoco existen el pasado y el porvenir, el tiempo no existe.

    Pero una vez más, como dando la imagen especular, la contracara o la refutación de su propio argumento, concluye:

    And yet, and yet…Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal: es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

    "Otras inquisiciones" 1974

    Borges indagó asimismo, en el origen y la naturaleza del ser y también en la naturaleza del universo. Su particular cosmogonía, concebida a partir de lo fantástico, le hizo pensar un mundo imaginario superpuesto como contrafigura con el mundo real. Su relato "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", es una de las obras maestras del género, en que Borges despliega en todo su esplendor su fuerza imaginativa.

    La esencia de la creación artística también acicateó su espíritu inquisidor. Pensó que todo está escrito y que el artista sólo toma las ideas existentes para reformularlas de mil maneras, pero siempre renunciando a la originalidad. En "La Biblioteca de Babel" compara directamente desde la primera línea la biblioteca con el Universo y dice:

    Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana – la única – está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

    Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar – lo cual es absurdo. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La Biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que repetido sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.

    Ficciones. 1941

    Creación literaria imposible y esencia del universo son aquí superpuestos para discurrir sobre el origen de todo cuanto somos y hacia dónde vamos. El tema de la capacidad de crear siempre preocupó a Borges, y luego de un desgraciado accidente doméstico que sufrió a fines de 1938, y que le provocó una grave infección que lo puso al borde de la muerte, temió no ser capaz de volver a escribir.

    Para desmentirse a sí mismo, produjo "Pierre Ménard, autor del Quijote", relato que puede considerarse argumentalmente como la contracara de "La Biblioteca de Babel". Pierre Ménard, un autor imaginario, reescribe literalmente el Quijote, y Borges descubre en esa nueva versión una verdadera creación artística, para los ojos de un lector del siglo XX, cuya visión es sin duda bien diferente a la de uno del siglo XVII. La metáfora destaca el rol del lector, y acaso del traductor, en la recreación de la obra literaria.

    "Pensar, analizar, inventar (me escribió también) no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor lo que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será."

    Ficciones. 1941

    Borges fue un lector extraordinario. Muchas veces dijo que su orgullo no se originaba en los libros que había escrito sino en los que había leído. Y parecía haberlo leído todo… La literatura universal cabía en su mente desplegada como un caleidoscopio. Sus prólogos a la obra de numerosísimos autores (luego reunidos en un volumen de imperdible lectura) fueron memorables y muestran siempre la visión abarcadora pero al mismo tiempo analítica de su lectura. Su obra está plena de citas históricas y literarias precisas, y de otras apócrifas, inventadas, con las que se divertía, como niño que hace una travesura, desconcertando al lector. Llegó a confundir a lectores eruditos como su amigo Adolfo Bioy Casares, que fue a buscar en la Enciclopedia una cita de Borges, para descubrir que había sido burlado.

    Esta verdadera hermenéutica borgeana nos brindó un acercamiento maravilloso a los grandes de la literatura universal (Dante, Shakespeare, Cervantes) y de tantos otros cuya obra amó e hizo amar a sus lectores: Kipling, Stevenson, Carlyle, Chesterton, Whitman, Schopenhauer… La literatura argentina no fue ajena a su interés. Dedicó a Evaristo Carriego uno de sus libros y también frecuentó y analizó a Macedonio Fernández, a Lugones, a Almafuerte. Los grandes poetas gauchescos (Ascasubi, Del Campo y Hernández), "hombres de ciudad que escriben sobre gauchos" merecieron su mirada crítica aunque no despectiva, y pensó que si el Facundo de Sarmiento hubiera sido adoptado como libro nacional argentino en lugar del Martín Fierro, otro y mejor hubiera sido el destino del país.

    Fue hombre de amores intensos y de pasiones contrariadas. Dice en el Epílogo de "El libro de arena": "El tema del amor es harto común en mis versos; no así en mi prosa, que no guarda otro ejemplo que Ulrica." El protagonista de este cuento, Javier Otálora, "un hombre célibe entrado en años", se enamora de la joven Ulrica, de misteriosa belleza nórdica.

    El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaban muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.

    El libro de arena. 1975

    En éste, uno de los pocos relatos de amor físico en la obra de Borges, reaparece el espejo y la imagen evanescente. Curiosamente, en Tlön, dice el texto (imaginario) de la Enciclopedia acerca de Uqbar (país igualmente imaginario):

    "Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan"

    Ficciones. 1941

    Sin embargo lo que Bioy Casares, personaje del relato, había recordado de memoria, era un concepto parecido, pero sugestivamente distinto, que hacía abominable no ya a la paternidad, sino a la cópula: "Copulation and mirrors are abominable". Y el narrador (Borges), de nuevo sugestivamente, considera la cita memorística de Bioy, de superior factura literaria que la cita auténtica de la enciclopedia. La misma idea es retomada en el poema "Los espejos":

    infinitos los veo, elementales

    ejecutores de un antiguo pacto,

    multiplicar el mundo como el acto

    generativo, insomnes y fatales.

    El Hacedor. 1960

    La leyenda de Pasifae, reina de Creta, que atraída irresistiblemente por el toro que surge del mar, se une a él y concibe al Minotauro, siempre deslumbró a Borges. El laberinto al que fue condenado (La casa de Asterion) fue su tema recurrente. Lo imaginó para entender al hombre en su esencia más profunda y al universo mismo, y lo plasmó en forma definitiva en el relato que quizá sea la síntesis de su cosmovisión filosófica: "El jardín de senderos que se bifurcan"

    El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarcan todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros yo y no usted; en otros los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.

    Ficciones. 1941

    Jorge Luis Borges, para muchos uno de los más grandes escritores del siglo XX, prestidigitador del lenguaje, creador de mundos imaginarios, inventor de laberintos, inquisidor de los más íntimos dilemas del hombre, escribió, como él mismo lo dijo en su improvisado curriculum vitae, solamente poesía, cuentos y ensayos. Pero su obra completa, donde desfilan todos los grandes temas que marcaron su vida, es esa gran novela autobiográfica (toda obra artística de alguna manera lo es) que dejó para los tiempos. En ella despliega filosofía y literatura, acaso en esencia la misma cosa, y por eso habita definitivamente el Olimpo de los clásicos, esos artistas elegidos que con su obra son capaces de cambiar para siempre la vida de los seres comunes. Borges, que intuía que ser un clásico sería su ineludible destino, dijo de ellos como al descuido:

    Clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad.

    "Sobre los clásicos" en "Otras inquisiciones" 1952

    ¿De qué se trata esta misteriosa lealtad que se profesa por los clásicos? No se los lee, por cierto, ni se retorna a ellos una y otra vez, como en busca de un consejo, de un sosiego o de un deleite, por su prestigio ni por sus calidades literarias. ¿Por qué entonces?. Leyendo a Italo Calvino quizás encontramos la respuesta:

    Un clásico funciona como tal, cuando establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber o por respeto, sino sólo por amor.

    Italo Calvino: "Por qué leer los clásicos" 1992

     

     

     

     

    Alcides A. Greca