La Regla de Ocha es la religión resultante de la interacción transcultural y sincretizante ocurrida en Cuba de de los cultos practicados por la tribu Yoruba[1]de África y el cristianismo español que colonizó nuestro país desde el siglo XVI. A la Isla fueron traídas más de 100 etnias provenientes del continente negro. Estos pueden dividirse en lucumies, congos, carabalíes, mandingas, grupo ewe-tshi y grupo hamito-negroide. (Lachatañeré, 2001: 165).
Una parte importante de aquellos esclavos eran Yorubas. Estos vivían en lo que se conoce hoy como Nigeria, a lo largo del Río Níger. En su generalidad fueron traídos para trabajar en las plantaciones de azúcar y fueron llamados en nuestro país como "lucumí". Al arribo de los traficantes a las costas de Nigeria en el siglo XV, los yorubas se hallaban divididos en reinos independientes que comenzaban a mostrar progresiva decadencia. (Bolívar, 1990: 21)[2] lo que propició su captura masiva para los cargamentos de esclavos.
Ya en la isla, los esclavos vivían en condiciones que propiciaron procesos de sincretización entre los cultos que practicaban originalmente, porque fue inevitable que tuvieran que identificarse con nuevas formas de manifestación de sus deidades y refuncionalizar los ritos de acuerdo a las necesidades que ahora les eran inminentes. Ejemplo de esto es que deidades eminentemente agrícolas desaparecieron o adquirieron otro significado para los practicantes ya que el esclavo no se identifica directamente con el producto de su trabajo y si con la protección que necesita ahora contra nuevos poderes opositores. Comienza a germinar entonces, producto de esta transculturación, la formación de una nueva religión cubana de origen africano.
En un primer momento se veneraba a un solo Oricha, a la forma africana, posteriormente comienzan a rendirle culto al panteón en su totalidad creándose así ritos no realizados en conjunto en África pero ya propios de la Regla de Ocha.[3]
La Iglesia católica, por su parte, trató de evangelizar a los negros Lucumí pero las condiciones eran muy difíciles. Además de la escasez de sacerdotes, la condición de esclavitud dificultaba que los cautivos comprendieran y aceptaran lo que se les enseñaba acerca de este nuevo Dios, los problemas o necesidades de estos no estaban reconocidos totalmente en este ídolo, aunque en la práctica podían observar que los católicos "adoraban" en realidad a muchos "dioses" que asumían en sus cofradías, templos específicos e incluso oraciones y fiestas rituales diferentes, como sucede con la adoración a los santos y las vírgenes. El resultado fue que muchos aceptaron exteriormente las enseñanzas católicas mientras interiormente mantenían su antigua religión.
Esta resistencia cultural provocó que se efectuara en la isla un segundo proceso de sincretización entre las tradiciones africanas que llegaban a Cuba en esas condiciones y la religión oficial que les era impuesta a los explotados esclavos y que aprendían sus hijos malamente. En sus esfuerzos por encubrir su cultura y sus prácticas mágicas, los lucumí identificaron sus deidades africanas (orishas)[4] con los santos del catolicismo. En la "santería", un santo católico y un orisha lucumí son vistos como manifestaciones diferentes de la misma entidad espiritual.[5]
Después de haber recibido el "asiento" la persona puede ascender en la jerarquía de la santería. Los sacerdotes de mayor jerarquía son llamados "babalaos". Estos son hijos de Orúla iniciados en Ifá. Es fundamental enunciar que las mujeres están limitadas de esta parte de la religión, más adelante nos referiremos a estas y otras limitaciones.
Un aspecto importante dentro de estas creencias de origen africano son las formas de adivinación, producto de las cuales una gran mayoría de la sociedad no religiosa se acerca por primera vez a santeros y babalawos. Existen diversas formas de adivinación, el uso de estas está determinado por la experiencia, la habilidad y la jerarquía del practicante. [6]
En un principio la Regla de Ocha fue una religión solo de los esclavos. Conjuntamente al proceso de sincretización ocurrido en la Isla, se manifiesta la asunción por parte de la "sociedad blanca" y criolla de los cultos afrocubanos. Esto ha venido ocurriendo de forma lenta pero progresiva. Deja entonces de ser solo una expresión de negros, aunque no por eso de ser marginal y sus manifestaciones silenciadas de forma oficial. Con la abolición legislativa de la esclavitud se comienzan a formar comunidades en las que convivían negros libres y en las que emergen, ya de forma, aparentemente, menos censurada, manifestaciones culturales de origen afrocubano. Los bailes, ritos, ceremonias, las distintas formas de hablar o actuar se evidencian transculturadas como maneras populares del nuevo cubano. Estos barrios son los antecedentes de muchos de los llamados hoy "barrios marginales" que se encuentran en las afueras de las ciudades y que forman parte consustancial de la sociedad cubana.
Esta situación da pie a la asunción de nuevos prejuicios hacia los negros y negras, ahora libres, pero no por eso menos explotados. El teatro Bufo, retrato de la realidad social del momento, reflejó, a través de sus protagonistas (el gallego, el negrito y la mulata), estos estereotipos raciales y sexuales.
La mulata alude a la ligereza y la sensualidad. Las relaciones sexuales interraciales se manifiestan imposibles. La esperanza de la sirvienta, pobre y mestiza es el niño blanco de la casa, el negro es rechazado y visto como violento, parrandero y mujeriego. El blanco significa el progreso racial y cultural. (Leal, 1975: 37-38). Todos estos prejuicios sociales son asumidos de una forma u otra por la religión. Como el negro y el mulato también significaron para la sociedad cubana, la religión y la religiosidad, los estereotipos hacia estos se vuelven prejuicios también hacia la religión que profesan en su mayoría.
En estos "barrios nuevos", donde la tonalidad de la piel puede hacerte aun más discriminado, la mujer sufre de prejuicios más enajenantes. Esta, por su parte, buscó mecanismos de inclusión que la hicieran partícipe de una sociedad que cada vez la excluía con más fuerza. El alisarse el pelo constituye un rito de iniciación a la pubertad en las mujeres negras, que bien ejemplifica la interiorización de prejuicios raciales (Bell, 2005: 70). Manifestaciones como estas, albergadas en el seno no solo de la sociedad blanca, sino además y con más fuerza en la negra, afectan directamente la autoestima femenina y reproducen tradiciones discriminatorias difíciles de erradicar aun décadas después.
Otra forma de inclusión, inconsciente, que ha encontrado el sexo femenino en dichas condiciones hegemonizantes, lo constituye la religión. Al convertirse en sacerdotisas de la Regla de Ocha estas comienzan a aglutinar atención y empiezan a jugar un papel significativo como gestores sociales en la comunidad.
El papel de la mujer en la Regla de Ocha. Principales limitaciones.
La Regla de Ocha, en la actualidad, aglutina a mujeres y hombres sin distinción de raza u origen social. A la par de esto permite que cada uno de los participantes adquiera méritos y experiencia sin limitarlos por razones de edad o nivel cultural. Las mujeres, dentro de esta religión juegan un papel fundamental porque ejercen de madrinas en disímiles ceremonias para las que son imprescindibles. No obstante esta creencia, en su enfoque de género, presenta varias limitaciones al sexo femenino que impiden un pleno desarrollo de las practicantes dentro de la Religión y en consecuencia dentro de la comunidad en que practican.
Pretendemos, con este trabajo, hacer una reflexión alrededor de los prejuicios, limitaciones o restricciones a que es sometida la mujer practicante de la Regla de Ocha además de explicar que estas limitaciones están íntimamente afiliadas a nuestra cultura y no son solo herencia de las sociedades patriarcales que nos colonizaron, sino además adaptaciones, ya incorporadas a nuestra identidad cultural.
Comenzaremos diciendo que todos los practicantes no profesan las mismas limitaciones, lo que para algunas mujeres esta prohibido en un ilé ocha, no es restricción para otras religiosas. Estas contradicciones las encontramos en las respuestas de nuestros entrevistados y son producto de la descentralización de que es victima esta religión. Al no poseer iglesias, cada casa de santo es un reino aparte y las reglas, con el decursar del tiempo, se han flexibilizado, adaptado, o simplemente olvidado, siendo imposible para nosotros conocer cuales de estas restricciones son primeras y cuales no, por lo que mencionaremos fundamentalmente aquellas que son conocidas y respetadas por una mayoría considerable de los practicantes.
En las ceremonias y ritos tanto hombres como mujeres pueden realizar omieros, consultas con coco, acheses, ebbó, mayubar y matar animales de plumas. Ambos reciben el cuchillo de Oggún, también llamado pinaldo. (Fernández, 2005: 33) En las entrevistas recogimos que algunos religiosos consideran que la mujer no puede consultar con caracoles mientras otros consideran lo contrario. La mayoría de las mujeres santeras entrevistadas para esta investigación realizan esta práctica o la han realizado en algún momento de su vida religiosa.
Existen otras restricciones como lo son el recoger plantas para rituales religiosos relacionados a Osain, deidad de todo lo vivo. Algunos autores y practicantes opinan que las mujeres no pueden hacerlo y mucho menos realizar rituales que se efectúen dentro de las diferentes ceremonias, ya que estas tienen la menstruación todos los meses del año, lo que las hace impuras para esta actividad. Otros expresan que las mujeres pueden recoger plantas; pero no pueden hacer los rituales, ya que esta actividad corresponde al oriaté.[7]
La mujer santera, por otra parte, no puede darle coco al muerto, que quiere decir hacerle ceremonia al muerto, como lo pueden hacer los babalochas. No podemos prescindir de una aclaración a instancias de este último término, en un principio utilizado para agrupar a santeros, sin distinción sexual, con gran cantidad de ahijados, pero que con el tiempo se ha utilizado para separar santeros de santeras, adjudicando a estas últimas el título de iyalochas, epíteto con el que se nombraba a santeros de pocos ahijados y por tanto de poca experiencia
A la hora de la matanza la mujer no puede sacrificar animales y en sus días de menstruo no puede entrar al cuarto.[8] Sobre matar animales de cuatro patas utilizando el pinaldo, atributo del que hacemos referencia anteriormente, debemos explicar que la mayoría de los entrevistados piensan que la mujer esta limitada de este derecho mientras otros consideran que la mujer puede utilizar el pinaldo en su función sacrificatoria siempre que tenga el conocimiento necesario para hacerlo. Una de las figuras femeninas más representativas de la religiosidad popular en nuestra provincia, María Tula, realizaba la matanza de un toro todos los 4 de diciembre, día de su santo. Como hemos visto, el período menstrual, para unos, sinónimo de fertilidad, de vida, mientras para otros sinónimo de desecho, es considerado una limitante y lejos de fortalecer, afloja, lo que impide a la mujer entregar gurreros o tocar tambor entre otras cosas. Debemos decir al respecto que no son todos los tambores los prohibidos a la mujer, es limitado para ella aquel tambor donde vive Aña, y precisamente por vivir una deidad en su interior es que se considera impropio que una mujer menstruante lo toque. Además, la mujer que ha recibido algún guerrero tiene todas las facultades para entregarlo.
Dentro de las jerarquías, en opinión de algunos estudiosos, no existe discriminación sexual alguna en las condiciones o negaciones a que se somete la mujer en la Regla de Ocha[9]sin embargo, la santera esta eximida de diversas funciones y privilegios aun cuando su vocación este comprobada en años de experiencia y dedicación. [10]
Una prohibición conocida es la de adivinar con el oráculo de Ifá, esta restricción descansa en un mito que versa sobre la incursión, con éxito, de Ochún, esposa de Orunmila, en la adivinación. Una de nuestras entrevistadas nos refiere que esta restricción esta escrita en un tratado secreto del cual solo tienen conocimiento los babalawos.
Respecto a la jerarquía, solo los hombres tienen permitido ser oriatés, italeros, babalawos, tocadores de tambores batá, osainistas, etc. "El título de babalawo se confiere exclusivamente a personas pertenecientes al sexo masculino, y estas han de ser hombres en toda la acepción de la palabra. Un homosexual esta prohibido de ascender a esta categoría." (Lachatañeré, 2001: 240); debemos decir que estas restricciones no siempre existieron y no siempre se cumplen.
Estas prohibiciones, entre otras, evidencian una masculinización considerable de este culto lo que permite dependencia y subordinación a la virilidad como manifestación hegemónica de la masculinidad.
La mayoría de las limitaciones que referimos anteriormente, son expresadas en la oralidad religiosa, que no es privativa de la religión, sino que conforma nuestro imaginario social y se constituye a partir de símbolos que a su vez nutren la identidad cubana. Esta particularidad hace importante el estudio de las mismas, sus causas y sus efectos, no solo desde su trascendencia religiosa sino además desde la sociedad desacralizada, por parte de sus instituciones socioculturales, de masa y de todos los demás factores comunitarios.
En un Acta del Consejo Cubano de Obases Mayores de la Regla de Ocha que nos fue proporcionada por el presidente de la Institución Yoruba de Cuba en Villa Clara, miembro del mencionado Consejo, Bárbaro Urbano Ruiz, nos fue proporcionada la siguiente información:
"En los primeros grupos de esclavos y esclavas procedentes de tierras nigerianas (yorubas) llegados a nuestro país, se podía encontrar la presencia de mujeres que reunían las condiciones y los conocimientos y actuaban como obasas, algo que extrañamos en nuestros días, pues no existen por así decirlo y han sido los hombres los que han cubierto esta categoría."(Ver Anexo II)
A continuación de este fragmento se nombran aquellas singulares mujeres que ejercieron como guardianas de las tradiciones traídas desde África, confirmando la tesis de que la limitación jerárquica es producto de un devenir histórico sociocultural. En los inicios fueron también las mujeres, obbasas, la máxima jerarquía de la Regla cubana. Con el proceso de adaptación o acriollamiento, tras la sincretización, fueron perdiendo este privilegio conjunto a otros no menos importantes.
Kende, presidente de la ACYC[11]en su filial de Villa Clara, nos cuenta que aquellas mujeres que "llegaron fueron pariendo hijos y enseñándoles a esos para que fueran haciendo", a los pocos años el niño estaba listo para ser vendido como esclavo, su sostén religioso y cultural era aquel que en ese poco tiempo le había sido legado por su madre. Es de suponer además que el padre no jugó papel tan trascendente en la educación primaria de los hijos en esas condiciones, producto de que no existía una familia formada de manera convencional o simplemente normal, las condiciones de vida provocaban que las relaciones sexuales se tornaran arbitrarias o no planificadas. Aún en caso de que la familia funcionara como tal, el padre corría el riesgo de ser separado de la madre y de la criatura antes de que conocer a esta última siquiera, por lo que tuvo que ser generalmente la madre la maestra en tan apuradas circunstancias.
No fue hasta 1990 en el seno de la 1ra Conferencia de Estudios Afrocubanos convocada por La Casa de África "Fernando Ortiz", en Santiago de Cuba que las santeras cubanas evidenciaron un criterio enjuiciador de que la marginación de la mujer es producto de una política machista. (Fernández Robaina, 2005: 32)
Las mujeres, practicantes de la Santería en diferentes comunidades de nuestra provincia, escogidas para nuestra investigación, no lo fueron al azar. El nombre de cada una de ellas fue reconocido por la mayoría de los entrevistados. Cada una de ella es trascendente en su entorno y simboliza la significación sociocultural de la mujer religiosa en su generalidad. Constituyen ejemplos imperecederos de respeto y dedicación socioreligiosa siendo reconocidas como figuras cardinales por parte de los demás entrevistados. Lo obtenido en cada una de las entrevistas realizadas será sintetizado en forma de historia de vida.
Para esta investigación solo nos referiremos a una de ellas por constituir el ejemplo más vivido de nuestra tesis al respecto de la trascendencia de estas figuras y de la rtoma de conciencia alrededor de esta situación por parte de estas mismas mujeres.
María Isabel, Alde Osun. Investigadora y luchadora por los derechos de la mujer.
Nacida el 2 de julio de 1950 en el batey del antiguo central "Santa Rosa" (hoy empresa 10 de octubre) en Ranchuelos, María Isabel Ruíz Ortiz (Ver Anexo II) de procedencia humilde, convive en su infancia entre familiares portadores de creencias y prácticas religiosas "sincréticas". Su bisabuela poseía un altar con imágenes de santos católicos y asistía a la iglesia del pueblo los domingos a la vez que visitaba con regularidad a una vecina cercana llamada Cristina Alvares que solía festejar con toques de tambor varias fechas en el año. Esta casa se convirtió con el devenir del tiempo en la actual "Casa de San Lázaro", visitada cada año por creyentes de varios lugares.
"Desde muy pequeña yo acompañaba a mi bisabuela. A los 8 años tome la primera comunión. Los días 7 de septiembre acudíamos al poblado, a la casa de una hermana de mi bisabuela que también era devota y velaba a "La Caridad" todos los años. Ella también tenía un altar muy bonito con santos de busto e imágenes. Sin embargo en los toques de tambor no eran los santos católicos los que venían, a muchos asistentes se les subía el santo (y no era muy católico)."
Asistió a la escuela primaria Amelia Hernández del batey del central, luego a la secundaria y habiéndose incluido en la práctica deportiva, transitó por la EIDE Provincial en sus primeros años. A causa de problemas de salud tuvo dejar el deporte y también dejó los estudios preuniversitarios.
Luego se integró al movimiento de maestros para la educación de adultos durante un año para decidirse finalmente en seguir los pasos del padre e ir a trabajar al ingenio. Se graduó de analista de laboratorio, luego de contador y trabajo durante 37 años en la fabricación del azúcar.
"Me casé, tuve una hija, me alejé de la religión, eran tiempos de revolución. Aspiraba a ser joven comunista. No queriendo engañar a nadie, al llevar mis planillas al comité admití mis creencias religiosas. Me denegaron. Nunca llegué a ser militante. Me divorcié y volví a casarme, tuve entonces un hijo, pero mi segundo esposo era aun más reacio en lo referente con la religión. En 1989 terminó mi segundo matrimonio pero yo continué alejada de toda actividad religiosa."
En "10 de octubre", lugar donde nació María Isabel existió desde 1851, más o menos, un barracón para los esclavos.
"Allí conocí a uno de los que había vivido allí con anterioridad, descendiente de esclavos. Se llamaba Higinio y era una gente encorvada, prieta, muy misterioso aunque muy dado a ayudar. Lo que más le molestaba era que le llamaran Don Higinio."
Con el tiempo y la revolución, la construcción que estaba bastante conservada, se dedico a la vivienda. En 1972 fue a vivir para una de las 23 habitaciones durante 15 años.
"Aprendí a querer aquello, a entender que allí habían vivido los esclavos y que esas eran nuestras raíces. Esto me llevo años después a elaborar una propuesta de conservación del patrimonio azucarero."
"Puedo decir, además, que mis muertos vienen de allí, tengo una protección que proviene de lo que es hoy territorio angolano. Pero en ese momento no había regresado a la religión como forma de vida."
Paradójicamente no fue sino uno de sus hijos quien la acercó de nuevo a la religión, quien desde pequeño se inclinó por ese camino, encontrando en ella todo su apoyo.
"Terminamos consagrándonos juntos el 15 de septiembre de 1990. Luego en el 2002 se consagraría mi hija después de 30 días entre la vida y la muerte. Antes de nosotros se habían consagrado mi hermana mayor y una prima hermana".
"Yo me encuentro jubilada hace dos años y es en los últimos 7 años que me he dedicado más a las prácticas religiosas.
El día que me dijeron que debía consagrarme debido a lo precario de mi salud; casi no me dejaron alternativa, lloré mucho. Yo estaba muy lejos de conocer la religión en esos momentos, ni siquiera había asistido a la consagración de mi hermana y mi prima. Tenia muchos problemas de salud y los médicos no acababan de solucionarlos dándome largas y más largas.
Para consagrarme en medio del período especial debimos vender todo lo que podía ser vendido, cambiar la ropa de trabajo que me daban en el central por animales en los campo, etc. Cuando regresamos a los 7 días no teníamos más que arroz para comer en la casa. El año de yaboraje lo pasamos con dos mudas de ropa blanca y un par de zapatos que blanqueábamos con pasta de dientes. Poco a poco nos hemos ido recuperando y aunque no somos personas de buena posición no nos ha faltado nunca más un plato de comida ni una muda de ropa para vivir. El sacrificio que hicimos nos fue retribuido con creces pues fui al santo buscando salud y pienso que la encontré. Poco después de la consagración se comprobó lo que había dicho el caracol: debía operarme del interior, fue una operación difícil porque hubo que transfundirme antes y después de la operación, durante la misma hice un paro cardiaco y luego de recuperada hice una distención por retención de gases, pero Salí airosa de todo eso al punto de convertirme en donante voluntaria de sangre hasta hace unos años en que debí dejar de hacerlo por presentárseme una litiasis bilateral del riñón (cálculos)"
Fue consagrada el 15 de septiembre de 1990 a Ochún, por lo que tiene 16 años de santera (descontando el año de yaboraje). Además de la batería de consagración ha recibido 9 santos: Ochosi, Orichaoco, los Jimaguas, Orichaye, San Lázaro, Nana Burucú, Nanu, Ochuomare o Echuomare y el Ikofá de Orúla. Ha entregado 47 santos, no ha hecho ninguno, solamente ha participado en la consagración de uno. El método adivinatorio que utiliza es la consulta espiritual.
"Pienso que mi vida religiosa ha cambiado en gran medida por las situaciones difíciles que he tenido que enfrentar y que han puesto a prueba mi fe. De cada una de ellas he salido fructificada y renovada.
La fe es la fuerza del religiosos, yo era una mujer temerosa, insegura, débil espiritualmente, los fracasos amorosos, la frustración que me ocasionaba haber agotado todas las vías posibles tratando de evitar la homosexualidad que se vislumbraba en mi hijo desde sus primeros años y que como es lógico fueron infructuosas me agobiaban hasta aplastarme. El santo cambió mi vida"
Esta alegre y cariñosa mujer conserva a su haber una serie de valores que a entender de muchos practicantes se han ido perdiendo en la religión: "Un santero, independientemente de su sexo, debe, primero que todo, recordar que es ejemplo a seguir para sus ahijados, para su entorno, debe tener presente que la religión, como la Patria es ara, no pedestal.
María Isabel considera que las limitaciones impuestas a la mujer son injustas e injustificadas. Piensa que en la Regla de Ocha la mujer ocupa el mismo lugar que el que tiene en un hogar machista: cocina, friega, limpia, cuida a los niños, lava la ropa y atiende al esposo.[12]
"Se considera una trasgresión grave cualquier falta a las reglas que invalidan a la mujer en las ceremonias o ritos, sin embargo a mi modo de ver, no son esas las peores faltas que se cometen. Otros son los males que conspiran contra nuestra religión, que la desacreditan a los ojos de los creyentes y recién iniciados. La falta de ética y la corrupción hacen mella tanto en sacerdotes como en olochas. El individualismo, la egolatría, la envidia, el egoísmo, el mercantilismo y el desmedido afán de lucro son nuestros verdaderos enemigos"
En el 2000 fue promotora de una actividad, que trascendió los ilé ocha porque tuvo una proyección social. En el municipio realizaron un tambor por la paz, no por la paz de ninguno de los religiosos en particular sino por la paz mundial.
"Quisimos ser parte de la batalla de ideas, de la lucha que en que esta inmerso el pueblo cubano, contra el terrorismo y la guerra. Nos pronunciamos, nos organizamos y con nuestros recursos realizamos una actividad en el cabaret y nos dimos a la tarea dentro de ese cúmulo de actividades de hacer nacer dos orishas que protegieran al pueblo de Ranchuelos; Obatalá, dios de la paz y Elegguá, oricha que abre y cierra los caminos, las encrucijadas. Hicimos las ceremonias, los ritos de nacimiento, de esos orishas que se consagraron al calor de nuestros sentimientos y nuestros valores."
Durante estas festividades, depositaron ofrendas florales en el monumento de los mártires, al piloto y el copiloto de la nave caída en Barbados que eran de Ranchuelos.
En el cabaret elevaron una plegaria a los muertos y luego hicieron el toque a Obatalá. En el 2001 realizaron el tambor a Elegguá. Hicieron la ofrenda y el toque en Esperanza donde las organizaciones revolucionarias participaron y apoyaron muchísimo. En esta misma fecha enviaron una carta de apoyo a los cinco héroes.
"Estas fueron las primeras actividades de corte social, colectivas, que realiza nuestra religión. Creo que son fundamentales porque el religioso no es un ente aislado, vivimos en comunidad y tenemos una identidad nacional. Nuestras raíces no son solo religiosas sino además históricas y culturales.
El papel de líder, la función de organizar, provocar, aglutinar, que cumplen algunas personas en la sociedad o en la religión puede ser utilizada en la religión o en la sociedad respectivamente. "
En el 2000 surge la investigación que realizó conjunto a Mercedes León Artiles, titulada "Posición y condición de la mujer en la Regla de Ocha". Sobre esto María Isabel nos dice: "El mismo surge producto de la necesidad que teníamos de cuestionarnos cosas que hayamos contradictorias entre el pensamiento y las prácticas en nuestra religión. Cuando la revolución triunfa yo solo tenia 9 años, si algo yo le debo a la revolución es enseñarme a pensar, a cuestionar. Mis criterios son revolucionarios y mis ideas sobre la mujer no pueden ser de otra forma. Quise de esta forma aportar mi granito de arena a la lucha contra la discriminación sexual. El trabajo no fue bien visto en la Asociación y de cierta manera fuimos censuradas. Sin embargo pudimos arribar a conclusiones importantes para nosotras mismas y eso es un logro y una victoria definitiva. No son los dioses sino los hombres quienes discriminan a la mujer."
"En la religión no se ha logrado ni una tercera parte de lo que ha logrado la mujer en la sociedad. Existen mujeres, y no lo digo por mí, conocidas en el orden laboral, con significación importante en su comunidad y no pueden serlo en sus creencias religiosas. Uno puede tener la capacidad de dirigir y no poder hacerlo por ser una iyalocha.
Yo pienso que la mujer es inteligente, hacendosa, visionaria, tanto o más que el hombre, porque detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. Generalmente somos más respetuosas y creyentes. La sociedad nos ha minimizado y la religión o mejor dicho, los religiosos, conservan esos rezagos."
Esta mujer es muestra indiscutible de la forma en que la religión se manifiesta como manera de inclusión o exclusión en la sociedad. Su repercusión sociocultural radica en la significación de las investigaciones que se ha propuesto y en la visión desprejuiciada, independiente y revolucionaria que posee sobre la religión y su papel como mujer dentro de ella y en la sociedad, lo que no le impide encontrar en la tradición valores importantes a conservar por los religiosos.
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Anexo I Documentos de la Asociación
Consejo Cubano de Obases Mayores de la "Regla de Ocha"
Acta (fragmentos)
Hoy para gloria de nuestra religión se constituye el Consejo Cubano de Obases Mayores de la Regla de Ocha y al mismo tiempo su Consejo Asesor compuesto por obbases más jóvenes pero con mucha experiencia en nuestra religión en el país, quienes serán el relevo de los que hoy contamos con más años y que por lógica por su juventud se impondrán mañana y nos sustituirán de acuerdo a sus años, capacidad y disciplina, de la misma forma que en nuestro momento fuimos relevo de los primeros obbases y obbasas.(…)
Lo antes expuesto es la razón principal por la que se ha ce necesario que exista un mismo criterio y una misma línea a seguir, aunque en todos los tiempos se haya puesto en practica el refrán "de que cada maestro tiene su propio librito" algo con lo que no estamos completamente en desacuerdo ya que da la posibilidad de aplicar conocimientos, habilidades en cada una de las ceremonias religiosas, pero lo que si es de carácter imprescindible es que los conceptos, deberes y responsabilidades de cada Oba sea univoco ya su vez respetado por cuantas partes intervengan en cualquier tipo de consagración, bien sea en una iniciación o en cualquier otra actividad, en la cual el Oba actúe como máxima autoridad.
En los primeros grupos de esclavos y esclavas procedentes de tierras nigerianas ( yorubas) llegados a nuestro país, se podía encontrar la presencia de mujeres que reunían las condiciones y los conocimientos y actuaban como obasas, algo que extrañamos en nuestros días, pues no existen por así decirlo y han sido los que han cubierto esta categoría. En la lista que aparece a continuación, entre otros, se podrán encontrar nombres de algunas de esas grand4es mujeres que realizaron esta noble función.
Nombre Nombre de Ocha
1. Ña Caridad (Igoro)
2. Ña Rosalia (Efuche)
3. Ña Teresita Ariosa (Ochun bumy)
4. Ña Merced (Ordoro sumi)
5. Ña Belen (Apoto)
6. Calixta Morales (Odedey)
7. Timotea Albear (Ayai leu latuan)
8. Ma Montserrat Oviedo (Oba teo)
9. Africana (Ogun fumito)
10. Octavio Sama (Oba boche –Oba dimeye)
(…)
Dedicamos un minuto de silencio a todos nuestros ancestros, bababalos, obases, babalochas e iyalochas ya fallecidos.
Ibaye baye laye laventonun.
Consejo de Obases de Cuba.
Autor:
Jeisil Aguilar Santos
Departamento de Estudios Socioculturales
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad Central "Marta Abreu" de las Villas
País: Cuba
[1] Este es el término o denominación lingüística que se utiliza para agrupar a todas las tribus que hablaban la misma lengua, poseían un tronco histórico y cultural común
[2] Merece explicar que producto de lo clandestino de la trata, la forma inhumana de esta y el poco interés de los esclavistas en los africanos como grupos culturales; se censaron, como Lucumís, o como otras etnias, individuos que en realidad no pertenecían a esta.
[3] En África cada Oricha estaba vinculado a una Aldea o región en específico, se realizaban cultos locales a cada deidad; a Chango en Oyó, a Yemayá en Egba, a Ochún en Ijosa e Ijebu, etc. (Bolívar, 1990: 22); sin embargo, producto de esta sincretización primaria, de la necesidad de cada esclavo de encontrar en el otro, aunque no perteneciera a su etnia o aldea, un compañero y no un enemigo; surge un culto más amplio en cuanto a la adoración de deidades
[4] Para los practicantes de la Regla de Ocha, el origen de sus Orichas está en sus propios ancestros, que en un momento determinado obtuvieron un Aché y se transfiguraron en deidades. Estos representan una fuerza inmaterial, una voluntad, una energía, un fundamento objetivado en una cazuela que contiene el objeto o soporte del Aché del Santo en cuestión. Esta cazuela es, por tanto, la base material en que se rinde ofrenda a las deidades. La posesión es la forma más común en que esta fuerza inmaterial se hace perceptible a sus hijos. El vínculo o parentesco de los hombres con su ángel guardián es un vínculo espiritual aunque en África era un lazo de sangre.
[5] La identificación con santos del catolicismo esta dada a partir de la leyenda de este santo en cuestión, sus ropas, atributos, la forma de morir o vivir, aunque ocasionalmente pueden no poseer un argumento especifico.
[6] Las podemos enunciar de la siguiente forma: el obi (4 fragmentos de coco que responden indistintamente a preguntas concretas, las respuestas generalmente no requieren interpretación pues son solo afirmativas, negativas o de duda.), el diloggún (16 caracoles que permiten la lectura de 16 meyis que a su vez se subdividen en otras 16 lo que suma 256 posibles letras a interpretar. Los santeros solo pueden leer hasta el meyi 12, de salir el 13 la consulta debe ser pasada a un babalawo.), el ekuelé (consiste en ocho pedazos de coco de tres a cinco pulgadas en diámetro insertados en una cadena), el tablero de Ifá (reservado solo para los babalawos)
[7] “Lo más interesante de esta situación es que las practicantes admiten con naturalidad esos planteamientos, a pesar de que existen devotas con amplios conocimientos de las plantas. Iyalochas entrevistadas afirman que prefieren que en sus ceremonias los rituales con plantas lo realicen lo hombres, ya que poseen más fuerza para ejecutarlos”. (Ramírez, 2006: 100)
[8] Este tabú responde como lo habíamos visto en epígrafes anteriores a una creencia primitiva en el poder mágico de la menstruación. Es interesante ver como algo que significa, sin dudas, la capacidad de reproducirse que posee la mujer, ha simbolizado, desde la antigüedad y hasta nuestros días, en este tipo de creencias, un lado oscuro, maligno, intocable, hasta pudiera decirse infeccioso de la femineidad. En la Regla de Ocha se mantiene este tabú como una tradición y no es más que un componente adicional de la resistencia cultural a que los cultos africanos se vieron necesitados de acudir.
[9] “Actualmente, como apuntamos, no existe, y no creemos que haya existido, discriminación alguna en el ejercicio del sacerdocio por cuestión de sexo; y en lo que respecta al porcentaje de uno y otro sexo para conducir los cultos, esto depende de un factor puramente vocacional.” (Lachatañeré, 2001: 220).
[10] A razón de esto Rómulo Lachatañeré cita a Don Fernando Ortiz: “los brujos afrocubanos son principalmente hombres, y las mujeres ocupan un lugar secundario en la brujería, debido ante todo al carácter sacerdotal de aquellos, que les da en las sociedades salvajes de donde proceden, y en Cuba misma, una posición incompatible con la abyección en la que es tenida la mujer africana en la familia y en la tribu…Si en el África Occidental, como se ha visto, son conocidas las hechiceras, débase principalmente a sus augurios de poseída.” (Lachatañeré, 2001: 221)
[11] Asociación Cultural Yoruba de Cuba.
[12] La mujer dentro de la Regla de Ocha producto de su período menstrual debe prescindir de: leer el dilogún entregar guerreros recibir o entregar Osain tocar tambor dirigir ceremonias o rituales realizar matanzas de animales manipular o bailar el bastón de Egun durante las fiestas a los muertos, ceremonias o toques funerarios La única limitante al hombre es su conocimiento Cualquier olocha puede cocinar pero generalmente lo hacen las mujeres.
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