Descargar

Las expresiones líricas en Cuba y su contribución a la identidad cultural


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Las expresiones líricas en Cuba y su aporte a la identidad cultural en el siglo XIX
  3. El Romanticismo y su incidencia en Cuba en el siglo XIX
  4. El Criollismo y el Siboneyismo
  5. El desarrollo artístico y literario en Bayamo desde 1840 al 1878
  6. Conclusión
  7. Bibliografía

Introducción

La historiografía cubana solo conoce de un intento de aprehender las tendencias fundamentales de la sensibilidad nacional a través de la poesía. Su validación y crítica permitirá emprender la tarea que se ha trazado llevar a cabo.

El propio José Martí, uno de los estudiosos que ha deslindado con mayor nitidez la función y el contenido poético como: (…) "La emoción en poesía es lo primero, como señal de la pasión que la mueve, y no ha de ser caldeada o de recuerdo, sino sacudimiento del instante; y brisa y terremoto de las entrañas. Lo que se deja para después es perdido en poesía, puesto que en lo poético no es el entendimiento lo principal, ni la memoria, sino cierto estado de espíritu confuso y tempestuoso, en que la mente funciona como mero auxiliar, poniendo y quitando, hasta que quepa en música, lo que viene fuera de ella." (…) [1]

A través de las expresiones líricas se pueden expresar los sentimientos del pueblo, pero no descifrar ontológicamente el devenir histórico. El poeta significa los sentimientos nacionales en virtud de su identificación con la sensibilidad colectiva.

Se ha determinado que conceptualmente poesía no es más que: expresión y exposición artística de la belleza por medio de la palabra sujeta a la medida y cadencia, el arte de componer obras en verso, el arte de hacer versos, género de producciones del entendimiento, cuyo fin es expresar lo bello por medio del lenguaje, obras en verso y un cierto encanto indefinible que halaga y suspende el ánimo.[2]

Entre tantos conceptos al respecto, el autor determina que las expresiones líricas y románticas se definen como las obras o composiciones en versos producto del entendimiento humano, cuyo fin inmediato es expresar los sentimientos del autor, lo bello por medio del lenguaje y se proponen suscitar en el oyente o lector sentimientos análogos, caracterizados por el culto a la libertad tanto político como artística, donde el subjetivismo y la exaltación del yo constituyen rasgos predominantes de la expresión romántica[3]

El poeta santiaguero José Manuel Poveda expreso toda una teoría acerca de la creación poética (…)"Una estrofa señala un momento psíquico en el tiempo; todas las estrofas de una época son todos sus estados del alma; encierran, integro, el caudal de sus emociones. Tales emociones estéticas fueron apreciadas en la obra que las transustanciara, como una revelación. Si su principio vital es la suma de verdad y de belleza que la constituye, sus fuerzas para producir la exaltación, el entusiasmo, objeto inmediato del arte, no consiste sino en la sorpresa de la revelación que contiene. Postulados morales, religiosos o estéticos, conflictos psicológicos y sentimentales, abstracciones en los más altos planos psicológicos, choques sensoriales en los inferiores, que son las fuentes vírgenes que renovadas producen una nueva poesía." (…)[4]

Las expresiones líricas en Cuba y su aporte a la identidad cultural en el siglo XIX

Aunque muchos pretenden afirmar la existencia de una lírica precolombina, los orígenes de la poesía en Cuba es preciso situarlos hacia principios del siglo XVII, en que si aceptamos su autenticidad fue compuesto el poema épico Espejo de Paciencia (1608), del escritor canario radicado en Cuba, Silvestre de Balboa Troya y Quesada. Ningún testimonio de la poesía primitiva de la Isla nos ha quedado y solo se puede conjeturar que esta debió haber sido similar a la de los areítos de los indios de la española, sin influencia alguna en el desarrollo de la lírica en los países antillanos de habla hispana.

Para nadie es oculto que de especial interés para el estudioso de los orígenes de nuestra poesía lo es la presencia de los seis sonetos laudatorios que sirven de pórtico al poema de Balboa; pues denotan la existencia en el país, en época tan temprana, de una vida literaria insospechable en las condiciones de desarrollo social imperante en la Isla.

Los sonetos, el poema de Balboa y el motete supuestamente cantado en 1604 en la Iglesia de Bayamo (primera manifestación poética escrita en Cuba) fueron incluidas por el Obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz en su (Historia de la Isla y Catedral de Cuba) y copiados con posterioridad por el novelista e historiador José Antonio Hechevarría en 1837, gracias al cual nos ha sido dado conocer el poema.

Más de siglo y medio median entre el Espejo de Paciencia y la aparición de las primeras voces verdaderas de la lírica cubana. Las expresiones poéticas escritas a lo largo del siglo XVIII que nos han llegado provenientes de versificadores como Juan Miguel Castro Palomino, Jose Rodríguez Ucres, Félix Veranes, José Suri y Águila, Mariano José de Albo y Monteagudo, Lorenzo Martínez y de Avilera y José del Socorro Rodríguez entre otros, son de escaso valor artístico y de relativa importancia histórica.[5]

A fines del siglo XVIII; la Isla entra en un período de ingentes transformaciones económicas y sociales que van a influir poderosamente sobre el desarrollo cultural del país, hasta entonces prácticamente nulo. En 1790, por iniciativa del nuevo capitán general de la Isla, Don Luis de las Casas, comienza a publicarse "El Papel Periódico de la Habana"; en 1793 es fundada la Sociedad Económica de Amigos del País, que tan importante papel desempeño en el desarrollo de nuestra cultura en el siglo XIX. En este ambiente se propició la producción de sus obras los tres primeros poetas de verdadera importancia entre nosotros. Son ellos Manuel de Zequeira, Manuel Justo Rubalcaba y Manuel María Pérez y Ramírez, los tres Manueles de nuestra Lírica.

Manuel María Pérez y Ramírez, cuya producción poética prácticamente se ha perdido, ha quedado en la poesía cubana por su soneto "El Amigo Reconciliado". Zequeira y Rubalcaba, pese al retoricismo que lastra la mayor parte de su producción poética, ocupan un sitial destacado dentro de la lírica isleña por ser los primeros que logran plasmar poéticamente con acierto un incipiente sentimiento de cubanía, expresado en el orgullo con que celebran la naturaleza cubana, en especial su flora. "La Oda a la Piña" de Zequeira y la "Silva Cubana", donde el poeta hace salir airosas a las frutas cubanas en su confrontación con las europeas, atribuidas a Rubalcaba, son las dos composiciones más importantes del período neoclásico.[6]

Fuera de los tres manueles, la figura más representativa del neoclasicismo entre nosotros es la de Ignacio Valdés Machuca, quien en 1819 publicó el primer tomo de poesía impreso en Cuba: "Ocios Poéticos", adquiere el seudónimo de "Desval"; su poesía artificiosa y carente de emotividad, poco o nada puede emocionar al lector contemporáneo.

José María Heredia no solo será la primera figura de gran importancia en la lírica cubana, sino además una de las más destacadas del romanticismo de lengua hispana, que inicia con él su expresión poética. Con él nace la poesía civil en Cuba, que será una de las directrices más importantes de la lírica cubana en el siglo XIX hasta terminar en la obra poética impar de José Martí por encarnar los anhelos de libertad de todo un pueblo trascendieron las propias limitaciones políticas de Heredia e hicieron alcanzar a su figura categoría de símbolo patriótico para los cubanos del siglo XIX.

En el proceso evolutivo de la lírica del romanticismo en Cuba es posible distinguir dos momentos. Uno inicial que marca el comienzo y el auge del movimiento, cuyos representantes más destacados resultan Heredia, Plácido (seudónimo de Gabriel de la Concepción Valdés). José Jacinto Milanés y Gertrudis Gómez de Avellaneda, y un segundo momento en que Rafael María de Mendive, Joaquín Lorenzo Luaces, Juan Clemente Zenea y Luisa Pérez de Zambrana representan, a la vez, la plenitud del movimiento y una apertura hacia nuevos derroteros poéticos más avanzados.[7]

Gabriel de la Concepción Valdés es, pese a las numerosas influencias neoclásicas en su obra, un verdadero temperamento romántico. Su defectuosa formación cultural debido a dificultades económicas imposibilitaron que diera lugar a producciones de alto valor literario; no obstante fue el autor de un romance antológico dentro del romanticismo de habla hispana: "Jicotencalt", todo esto, junto a alguno que otro soneto es lo que realmente perdura, pero bastan para que Plácido llegara a ocupar un sitial de primer orden entre los poetas románticos cubanos.

Al igual que Plácido, José Jacinto Milanés, debido a su imposibilidad económica resulta igualmente autodidacta y aunque injustamente ha sido subvalorada la importancia de su obra durante años, la figura de Milanés ha ido ganando el interés de los críticos, que en los últimos años han vuelto sus ojos al estudio directo de su obra sin dejarse influir por juicios propios de la sociedad decimonónica. Lo cierto es que, en la actualidad, si bien no puede rechazarse el calificativo de "desigual" aplicado a su poesía, no podemos dejar de destacar que dentro de nuestro romanticismo aportó notas bien personales a la lírica cubana.[8]

Este es uno de los poetas que en sus mejores momentos estuvo más cercano a la sensibilidad contemporánea de todos los románticos de la primera generación y catalogado el autor de los más bellos poemas cubanos del siglo XIX.

Gertrudis Gómez de Avellaneda sirve de puente entre la primera y la segunda generación de románticos, especialmente en lo tocante al cuidado de la forma, que hizo de ella un verdadero orfebre del verso. Con todo pese a ser mujer, la ausencia de ternura en su poesía contrasta con la casi femenina sensibilidad de un Milanés; el grueso de su poesía se resiente de una gelidez y falta de espontaneidad no conocidas por Plácido. No tuvo tampoco la elevada inspiración de Heredia, ni su sentido de identificación con la naturaleza. Vista desde nuestra altura, su producción poética rara vez logra emocionarnos y nos parece incuestionable que sus méritos son mayores como dramaturga, novelista o corresponsal. Más con todo, sería injusto al establecer una valoración dejáramos de considerar el contexto histórico-literario en que se movió y el peso considerable de la influencia en él de esta fascinante personalidad de las letras.

Paralelamente a la obra de estos primeros poetas románticos, una serie de líricos menores dejan en sus obras el testimonio de que una poesía nacional va afirmando cada vez más su personalidad. Francisco Iturrondo, autor de la importante silva "Rasgos descriptivos de la naturaleza cubana" (1831); profundiza la directriz del conocimiento insular a través de la plasmación poética de su naturaleza, iniciada por Zequeira y Rubalcaba.[9]

En la misma dirección de Iturrondo, aparece Francisco Poveda y Armenteros quien logra verdadera intensidad poética cuando describe en forma inusitada en la lírica cubana, los árboles nativos. Fue el primero en tomar al campesino como tema poético, con lo que inaugura una corriente nativista que tendrá en el Cucalambé su más alto representante.

En estas circunstancias históricas en que comienza a cristalizar el sentimiento de nacionalidad, Domingo del Monte, una de las personalidades más influyentes de la época, quien escribe con propósito popularista sus romances cubanos. Del Monte a diferencia de poveda y Armenteros, poseía a pesar de su deficiente formación cultural, una innegable sensibilidad poética.

Esta indagación en temas vernáculos va a cristalizar poéticamente en dos directrices fundamentales: el criollismo y siboneyismo. Criollistas se muestran Ramón Vélez Herrera, Ramón de Palma, Miguel Teurbe Tolón y en algunas zonas de su poesía, poetas importantes como Plácido, Milanés, Luaces y la propia cabeza del movimiento siboneyista, José Fornaris. El siboneyismo encuentra precedente en el neoclásico Deval, pero como movimiento no alcanza verdadera coherencia hasta 1855 con los "Cantos del Siboney", de Fornaris, libro que conoció ediciones y popularidad sin precedentes en nuestra poesía. La Piragua, revista fundada y dirigida por Fornaris y luaces, devino en órgano de expresión del movimiento.[10]

Pese a la superficialidad de las composiciones y a la carencia de sustentación histórica del movimiento, éste no deja de tener interés como forma encontrada por los poetas para expresar su repulsa al régimen español y afirmar la nacionalidad cubana veladamente a través de la poesía, de donde resulta, entre otras razones, la inmensa popularidad que gozó en su momento.

Un caso excepcional en la lírica cubana resulta el de Juan Francisco Manzano, el poeta esclavo autor de unos apuntes autobiográficos que constituyen uno de los documentos más estremecedores contra la esclavitud escritos en el siglo XIX.

Hacia mediados de siglo se torna ostensible que el énfasis en lo declamatorio, el efectismo y la sensiblería a que se entregaron numerosos poetas románticos, conducían a la poesía cubana a un peligroso estancamiento, muchos versificadores provocaron con sus excesos e incorrecciones una saludable salida al paso, conocida en la lírica como la reacción del buen gusto, por parte de los poetas que van a formar el núcleo de avanzada de la segunda generación romántica: Mendive, Luaces, Zenea, Luisa Pérez de Zambrana. La personalidad rectora de esta reacción fue Rafael María de Mendive, quien a través de las orientaciones en las tertulias de su casa, revistas que dirigió y su obra lírica, la cual influyó poderosamente sobre el movimiento poético de su época.[11]

Joaquín Lorenzo Luaces es uno de los más interesantes poetas de su generación. Su inquietud como creador lo hizo incursionar en las más disímiles temáticas, cultivó la poesía filosófica, la moral y la criollista, se unió a Fornaris en la aventura siboneyista e hizo aproximaciones a la poesía proletaria.

Sensibilidad poética excepcional poseyó Juan Clemente Zenea, el más notable de los poetas de la segunda generación romántica y uno de los líricos cubanos más destacados. En sus versos se nota la benéfica influencia de Musset y otros autores franceses; ninguno de los románticos lo supera en intensidad poética. Salvo por la de Bécquer, su poesía amorosa no se ve superada en la lírica romántica de habla hispana.

Luisa Pérez de Zambrana, la de mayor longevidad literaria con 66 años de producción poética, en las que con su trágico destino personal hizo evolucionar aquella poesía inicial de rara sencillez y ternura hasta hacerla alcanzar los más sobrecogedores acentos elegíacos de la literatura cubana. José Martí vio en ella la más alta poetisa de la América de su tiempo.

La nota patriótica no dejó de estar presente en la producción de los poetas románticos. En 1858, un grupo de autores publicó en los Estados Unidos un volumen en el que recogieron diversas composiciones bajo el título de "El Laúd del Desterrado" expresando las ansias de libertad del pueblo cubano. Año más tarde prologó Martí un breve volumen, "Los Poetas de la Guerra" (1893), formado con composiciones escritas durante la Guerra de los Diez Años por un grupo de poetas menores, entre los que sobresalía José Joaquín Palma, poeta zorrilezco apegado extemporáneamente a los moldes románticos, que después de la guerra del 68 residió la mayor parte de su vida en Centro América.

Tras la Guerra de los Diez Años y hasta la aparición del modernismo en Cuba con Martí y Casal, se abre un período de trancisión en el que no descuellan figuras poéticas de primera magnitud. En 1879 aparece "Arpas Amigas", selección de poemas de diversos autores incluyendo a poetas de la generación anterior, antalogados por Martí en "Los Poetas de la Guerra".

Cabe a Cuba el orgullo de haber aportado al movimiento modernista, dos de sus figuras más preclaras José Martí y Julián del Casal. Hoy se encuentra ya fuera de toda duda que el iniciador del movimiento, tanto en prosa como en verso lo fue José Martí, quien inaugura los nuevos modos de expresión en la lírica de habla hispana con Ismaelillo en 1882.[12]

En Martí se puso fin a la poesía patriótica iniciada por Heredia. Su genio poético extraordinario plasmó en sus Versos Libres una poesía totalmente inusitada para su época y cuya vigencia perdura hasta nuestros días. Su identificación absoluta con el pueblo, lo hizo crear, haciendo suyo el puro caudal de la poesía popular española, sus "Versos Sencillos" (1891), el punto más alto de la poesía popularista en la lírica hispana del siglo XIX. Hoy su obra trasciende en el estudio de todos los hispanistas del orbe como ninguna otra.

En Julián del Casal se encuentra el arquetipo del creador que encuentra en el arte el modo de evadirse del medio social que lo enajena, le preside en su vida y obra el pesimismo y la melancolía. Gran amante de la belleza baudeleriana, abrevó en las fuentes de simbolistas y parnasianos, dejó una obra de renombre continental.

A partir de aquí se comienza a estudiar en Cuba la aparición del movimiento modernista y que no se hace alusión en la investigación, debido a que no forma parte del objeto de estudio, al menos en el análisis del contenido poético y cultural, lo que sí, se debe destacar que en los veinte años que median entre la muerte de Casal y la aparición de "Arabescos mentales" (1913), de Regino E. Boti, la poesía cubana, pese a ser éste el momento de esplendor del modernismo, va sumiéndose gradualmente en una honda crisis. El modernismo en Cuba se ensaya tan tímido y mediocremente con relación a otras literaturas de hispanoamérica, que llegó a ser cuestionada su verdadera existencia.

El Romanticismo y su incidencia en Cuba en el siglo XIX

El Romanticismo surge en Alemania a fines del siglo XVIII. Alemania, fue, pues, el centro irradiador de romanticismo. Desde allí se difundió a Francia e Italia. En el primero de estos países alcanzó gran desarrollo y se convirtió a su vez en un extraordinario movimiento de influencia universal.

En América, como es lógico suponer, el fenómeno se presenta aún más tardíamente. No es extraño, que en los primeros románticos se haga difícil separar los elementos neoclásicos de los elementos propios de la naciente escuela. Además el surgimiento del Romanticismo en el continente americano coincide en no pocos países con sus guerras de emancipación, lo que contribuye a darle en ocasiones una túnica peculiar, sobre todo hacia sus postrimerías, cuando crece su voluntad de afirmación autóctona. De ahí que proliferen tantas corrientes nativistas dentro del romanticismo americano.[13]

Cuba, fue uno de los últimos países en lograr su emancipación de España. Esto significó una dependencia mayor a los patrones españoles. El aislamiento cultural producto de esa vinculación casi exclusiva a la península, debe tenerse como una desventaja en relación con el desarrollo experimentado por el Romanticismo en otros países del continente. Carentes de una verdadera cultura aborigen y, por supuesto, de una tradición épica, el romanticismo cubano comienza a desenvolverse en un contexto histórico donde se advierten aquí y allá fermentos de aspiraciones nacionales.

Muchos estudiosos están de acuerdo en que el Romanticismo hizo su irrupción en América a través de la lírica. Uno de ellos sitúa el hecho inaugural en 1832 con el poema "Elvira o La novia del Plata", del argentino Esteban Hechavarria.

Todo el siglo XIX dependió artísticamente del Romanticismo; pero el mismo era todavía un producto del siglo XVIII y nunca perdió la conciencia de su carácter transitorio y de su posición históricamente problemática. Esta corriente buscaba constantemente recuerdos y analogías en la historia, y encontraba su inspiración más alta en ideales que él creía ver ya realizados en el pasado.[14]

En los románticos el sentido de la libertad se manifestó de forma muy diversa, pero fundamentalmente en la manera de crear la obra artística. El Romanticismo se caracterizó por rebelarse contra las normas del neoclasicismo, que eran rígidas en extremo para dar cabida a las ideas que los autores querían transmitir. Los románticos conquistaron la libertad forma de que hoy goza esta manifestación artística, la frecuente polimetría de los versos es una muestra de ello.

La actitud asumida por la burguesía hizo que los románticos refutaran todo lo que hasta entonces parecía razonable, frente a la razón opusieron sus desbordados sentimientos, por eso sus obras resultan altamente sugerentes e íntimas. Concedieron gran importancia al sentimiento del amor en la pareja humana, resaltando el placer, la angustia y el dolor que a veces lo acompaña. La inconformidad con el mundo en que vivían los llevó a oponer la naturaleza a la sociedad, es por eso que exaltan el paisaje natural.

El propio subjetivismo determinó a su vez el individualismo o "exaltación del yo", inherente a los románticos y esta característica se hace patente en muchas composiciones literarias y en la propia relevancia que el autor concedía a su genio creador. Lo caracterizó el patriotismo y bajo esta misma tendencia, en la que prevalece el sentimiento de rebeldía, se manifestó el romanticismo en hispanoamérica. Sumida como se encontraba esta región en la trascendental contienda de la emancipación del yugo español, enrumbó muchas veces sus obras hacia la lucha por la independencia y hacia la exaltación de su naturaleza o de lo típico o tradicional de sus pueblos.

De aquí que al redefinir conceptualmente al Romanticismo; el autor asume el criterio de los literatos cubanos al sustentar que éste: es un movimiento artístico y literario que se desarrolló en Europa y América, fundamentalmente en la primera mitad del siglo XIX, que se caracterizó por el culto a la libertad, tanto política como artística, que rompió con las normas artísticas y el rigor formal del neoclasicismo, también opuso la naturaleza a la sociedad y los sentimientos a la razón y donde el subjetivismo y la exaltación del yo constituyen los rasgos predominantes de la expresión romántica.[15]

En Cuba se identifica desde el principio con las naturales excepciones, con los afanes patrióticos más puros y, cuando no, con las posiciones de carácter liberal. Es la actitud propia de la colonia ante la metrópoli, tan explicable como la reacción de los románticos españoles frente a la ocupación napoleónica.

Por razones como ésta, el primer romanticismo cubano vuelve su mirada amorosa hacia la naturaleza de la patria y logra su espiritualización. Si en el orden político no existía una fisonomía nacional, la naturaleza, como vibración del alma, remedia en parte las ansias de poseerla. A José María Heredia corresponde tan singular empresa. Dotado de incomparables dones poéticos y quien es por temperamento un romántico. Su ubicación, pues, no responde fundamentalmente a consecuencias epocales sino temperamentales.

En Cuba se supera el neoclasicismo sin que se produzca una lucha frontal de escuelas. De ahí que se vea coincidir en las tertulias de Domingo del Monte a figuras de diversas posiciones estéticas, en el año 1834 y que fue el más importante núcleo de actividad intelectual de aquellos días.

Junto a Heredia, en lo que ha dado denominarse primer romanticismo poético, figuran Plácido, José Jacinto Milanés y Gertrudis Gómez de Avellaneda. Son las cuatro figuras poéticas descollantes que llenan de manera absoluta aquel momento. Es la poesía el género que prácticamente de fine la literatura cubana y muy especial el período que nos ocupa. La poesía, por causa de sus posibilidades expresivas y de extensión, juega con mayor o menor facilidad su papel en aquel momento de censura y persecución contra las ideas revolucionarias. No es ajeno destacar que dentro del romanticismo cubano y como consecuencia de una orientación de amplitud hispanoamericana, se desarrollara las vertientes nativistas, el criollismo y siboneyismo.

El segundo romanticismo poético lo representan en Cuba cuatro figuras principales, que situadas cronológicamente, son las siguientes: Rafael María de Mendive, Joaquín Lorenzo Luaces, Juan Clemente Zenea y Luisa Pérez de Zambrana. Ellos han sido señalados como los restauradores del buen gusto en la poesía cubana de mediados del siglo XIX; en buena parte dominada por el prosaísmo, la vulgaridad y el facilismo. El primero no se caracteriza por un alto vuelo lírico; pero en cambio es un poeta correcto, elegante y musical. Poeta discreto, fue un espléndido traductor. Por su parte Joaquín Lorenzo Luaces presenta una obra más variada y robusta que el anterior, pero esto contribuye a hacerla más desigual y menos ceñida. Luaces cultivó el teatro sin una orientación precisa. En poesía estuvo afiliado, entre otras corrientes del romanticismo, al criollismo y el siboneyismo; no sin antes haberse inclinado por la prensa moralizante. [16]

Tanto Luaces como Mendive reaccionaron contra el mal gusto predicando con el ejemplo; pero nunca en lucha abierta contra los responsables del descenso poético que se registraba a mediados del siglo XIX. De más esta decir que Luaces era amigo íntimo de José Fornaris, máxima figura del siboneyismo, junto al cual fundó la revista La Piragua, y que éste, de amplia aceptación popular; pero duramente atacado por la crítica, estaba muy por encima, como poeta; pese a su desaliño de Felipe López de Briñas, José Gonzalo Roldan y Francisco Javier Blanchie.

Un lugar significativo le corresponde a Juan Clemente Zenea en aquel momento. Poseedor de una excepcional sensibilidad poética, se inscribe en el romanticismo por temperamento. La melancolía, le ternura y el desencanto se conjugaban en él para resumir un romanticismo sosegado, sin estridencias ni desaliños formales. Su filiación inequívoca la refuerza la influencia dominante de Alfredo de Musset en su obra. En 1858 se publica en EUA una antología poética titulada "El laúd del desterrado", en la cual se incluían diversas composiciones de alcance político y factura romántica, inspiradas en el ideal separatista. Zenea es allí, de los poetas vivos antologados, el de mayor importancia.

La representación femenina del segundo romanticismo recae en Luisa Pérez de Zambrana. Su vocación poética nace de una profunda necesidad humana ajena a la literatura, de ahí su fidelidad absoluta a su modo de sentir. Su hermana Julia Pérez y Montes de Oca, ocupa también un lugar destacado en la poesía cubana. Más tarde se traslada a la capital haciendo allí vida literaria. Ella y su hermana, como también Zenea, participan en las reuniones literarias que se efectuaban en casa de Nicolás Azcárate; tertulia que alcanzó bastante resonancia al publicarse en dos tomos las Noches Literarias (1866); donde se recogían los textos allí leídos y comentados. Estas reuniones llegaron a ser para el segundo romanticismo, aunque con mucho menos relieve y trascendencia, lo que las de Domingo del Monte para el primer romanticismo cubano.

En el marco general del romanticismo, juegan una inestimable función las colecciones poéticas nacidas al calor de los sentimientos patrióticos. Se debe recordar la pequeña colección que prologara José Martí, titulada "Los poetas de la guerra" (1893). Donde se incluye a José Joaquín Palma, ya valorado como integrante de la segunda generación de románticos. Sin embargo lo verdaderamente importante y la que obliga a disminuir las exigencias estéticas, es la posición patriótica del grupo que la integra. Son ellos los poetas del 68.

"Arpas Amigas" (1879) se intitula otra colección que es preciso tener presente. De tónica distinta a la anterior, su importancia consiste en haber agrupado, tras la guerra del 68, los poetas de más significación y que representaban una nueva modalidad de romanticismo, más reflexiva y cercana al realismo.[17]

Teniendo en cuenta la amplitud de las proyecciones del romanticismo, se hace difícil llegar a una definición satisfactoria, incluso circunscrita a Cuba, donde el movimiento asume características peculiares, aunque de menor alcance y complejidad que en la mayoría de los países europeos. No podían idealizar el medioevo los románticos cubanos porque a parte de carecer el país de una tradición cultural al respecto, se imponía el impacto de las desigualdades y desventajas sociales propias de su condición de cubanos.

La exaltación del yo, en líneas generales y tal como se observa en el romanticismo ortodoxo, no llega a la hipertrofia entre los cubanos. La razón es sencilla: los sentimientos patrióticos venían a ser un freno en tal sentido. En Cuba el romanticismo casi siempre afirma la vida en lugar de exaltar la muerte, y esto sucede porque la exaltación patriótica es uno de los rasgos fundamentales que lo caracterizan.

El Criollismo y el Siboneyismo

El criollismo es un término que se conoce en la literatura como el que da tratamiento a temas y motivos vernáculos relacionados con el campesinado, que se manifiesta primordialmente en la lírica y la narrativa, aunque atendiendo al aspecto cronológico, no existe coincidencia en la plenitud de sus respectivos desarrollos (mediados del siglo XIX en la lírica, tercera y cuarta décadas del siglo XX en la narrativa). [18]

Las primeras manifestaciones criollistas entre nosotros se producen paralelamente al surgimiento del romanticismo, pero debido a las circunstancias históricas por las que atravesaba el país, la tendencia, rebasando los marcos meramente literarios, deviene en una indagación e interpretación de nuestra incipiente nacionalidad, en un planteamiento de cubanía por parte de nuestros artistas, los cuales se unen con ello, al común empeño que distintas figuras se planteaban en otros órdenes de la vida nacional.

Literariamente, este paulatino asentamiento de nuestra personalidad se había manifestado ya en la elección de la espinela por parte del campesino como forma propia de expresión en detrimento del romance, típica forma popular española. Por ello, ya desde los primeros empeños criollistas, debidos a Francisco Poveda y Armenteros (1976-1881) y Domingo del Monte (1804-1853), se hace evidente que la forma llamada a imponerse como cauce idóneo para la expresión del tema resultaría la decimista, representada por Poveda, mientras apenas encontraron eco popular los romances cubanos cultivados por Domingo del Monte, aunque es oportuno señalar que no faltan ejemplos de romances en la producción de tipo criollista de nuestros principales poetas cultos de la época, algunos de los cuales, como acontece con Ramón Vélez Herrera, vertieron en este molde sus mejores composiciones: ("La Pelea de Gallos" y "La Flor de Pitahaya").

En nuestro medio, el criollismo se encuentra íntimamente ligado a otro movimiento: el siboneyismo, al que se adscriben prácticamente los mismos poetas que se acercaron al criollismo. Dentro de esta última tendencia fueron sus principales cultivadores, a parte de los ya citados Francisco Poveda y Armenteros y Domingo del Monte, Ramón de Palma "La carrera de poetas", "La danza cubana", que en sus "Cantares de Cuba" (1854) realizó uno de los primeros estudios sobre nuestra poesía popular: Ramón Vélez Herrera, quién a las composiciones antes citadas une su leyenda poética "Elvira de Oquendo", o "Los amores de la guajira, Miguel Teurbe Tolón con sus "Leyendas Cubanas" (1856), y los dos principales escritores del movimiento siboneyista, José Fornaris y Joaquín Lorenzo Luaces, coeditares de "La Piragua", revista que fue portavoz del movimiento.

Luaces, en una zona de su poesía, es autor de varias glosas campesinas, así como de una serie de romances y de algunas tradiciones cubanas, también en sus "Anacreónticas cubanas" encontramos elementos criollistas, los cuales introduce el autor en su romántico empeño por cubanizar el género.

Fornaris, más conocido, como cabeza del movimiento siboneyista (Cantos del Siboney, 1855), incursionó con mejor fortuna en el criollismo, donde logró algunos romances aceptables como "Las palmas" y "La madrugada en Cuba". Pero sería el Cucalambé: (Juan Cristóbal Nápoles Fajardo), una de las más enigmáticas personalidades de nuestra literatura, la figura que mejor expresaría la tendencia y el único que alcanzó en ella una genuina identificación con los hombres de nuestro campo, que le ha valido mantener una popularidad indeclinable entre ellos a través de más de un siglo. El libro de Nápoles Fajardo, "Rumores del Hórmigo" (1856), conoció ya en el siglo XIX varias ediciones y ha permanecido como la obra más representativa de esta tendencia en nuestra lírica.

A parte de Luaces, algunos de los poetas románticos mayores nos han legado composiciones de tipo criollista. José Jacinto Milanés cultivó el romance antiesclavista en "El negro alzado" y autor de varias glosas de tono ligero, a veces humorístico. Plácido Gabriel de la Concepción Valdés) antecede a Fornaris en el tratamiento de temas indigenistas y denota cierta influencia del criollismo en sus letrillas, aunque éstas no pertenecen propiamente a esta tendencia.

En la prosa el criollismo no tuvo en el siglo XIX igual fuerza significativa que en la lírica cubana, y aunque elementos criollistas pueden encontrarse fundamentalmente en la producción de nuestros costumbristas, ésta última tendencia posee características muy definidas que la hacen ajena de modo substancial al movimiento criollista.

Dentro del segundo romanticismo cubano y como una manifestación de la tendencia indianista que se desarrollaba en la América española surge el siboneyismo en las letras cubanas. El movimiento respondía al propósito de crear una poesía nacional, no exenta de intenciones políticas. Pero no puede descartarse del todo otro factor que seguramente contribuyó a su surgimiento: estaba de modo en el romanticismo exaltar al hombre natural, nativo o salvaje.[19]

Es el poeta bayamés José Fornaris la máxima figura del siboneyismo. Su libro Cantos del Siboney (1855) constituyó un éxito popular rotundo. Cinco ediciones sucesivas lo atestiguan. Un año después, en 1856, junto a Joaquín Lorenzo Luaces, funda el semanario "La Piragua". En torno a esta revista se desenvolverá el movimiento siboneyista, empeñado en cantar el pasado de los primitivos habitantes del país ya desaparecidos.

Los Cantos del Siboney, según Fornaris, fueron escritos en Bayamo en 1850. Predominaba allí la ignorancia, y solo turbaba la tranquilidad el lamento de los esclavos y el chasquido del látigo de los mayorales. En ese ambiente era natural que el cultivo de la poesía se mirara con recelo y se hicieran sospechosas todas las reuniones que sobrepasaran de media docena de personas.

Fornaris en su introducción a la edición de 1888 dice que hubiese podido el poeta expresar su amor a la patria y protestar contra el modo injusto e insolente de regirla. La palabra "patria" resonaba como un gusto insurrecto en el oído de los gobernantes, y no podían escribirse los nombres de Nerón y Calígula sin que se consideraran como sangrientas alusiones. [20]

Los siboneyistas escribieron composiciones patrióticas de diversos estilos, pero en el caso de Fornaris su mayor popularidad se debió a aquellos poemas que trataban el tema de los aborígenes. Luaces cultivó el siboneyismo limitadamente, sobre todo en la época en que estuvo vinculado al semanario La Piragua, pero no se le puede caracterizar por esas manifestaciones. Luaces se destaca en una poesía de muy distinta naturaleza, debe considerarse un precursor de los sonetos parnasianos de Julián del Casal. Además tuvo magníficos aciertos en la poesía patriótica alusiva de temas más bien exóticos, bíblicos, griegos, etc.

Anteriormente se mencionaba a Juan Cristóbal Nápoles Fajardo como criollista, pero también figura entre los más importantes siboneyistas, se asegura que fue igual o mayor que Fornaris, muy popular, en su producción se marcan dos zonas fundamentales la ya mencionada y el siboneyismo. Durante la guerra de 1895 sus versos eran repetidos por los mambises y aún sus décimas las dicen de memoria los campesinos cubanos.

Desde su aparición, el siboneyismo despertó opuestas opiniones. Su popularidad fue incuestionable, pero gran parte de la crítica lo combatió duramente. Esa aceptación popular tiene puntos de contacto con el sentimentalismo que se desprende de las palabras de Fornaris cuando decía que aunque sus cantos fueron un símbolo más que la historia de una raza, debía decir que no le era indiferente el destino que arrasó a los aborígenes, que no negaría que somos hermanos de los antiguos habitantes de Cuba, y que era extraño que se vuelva la vista a lo pasado y se derramare lágrimas a la memoria de aquellos que están unidos a los cubanos por los dobles vínculos de la naturaleza y del martirio. Facilismo, simbolismo ingenuo y amor por la naturaleza cubana sin otros factores que ayudan a explicar el éxito popular alcanzado por el siboneyismo.

El simbolismo revolucionario del siboneyismo es aceptado por gran parte de la crítica. Desde luego, no faltan voces opuestas al criterio. El historiador Manuel Moreno Fraginals estima que estos poetas crearon el movimiento siboneyista para esconder sus sentimientos anexionistas y esclavistas. (…)"No se ha estudiado aún, según Fraginals, toda la cobardía y complejo de inferioridad que hay detrás del indigenismo cubano. Quienes en la actualidad, continúan manteniendo el mito de Hatuey como primer libertador cubano, pueden ser simplemente tontos o ignorantes. Pero quienes escribieron esto hacia mediados del siglo XIX fueron sacarócratas negreo-anexionistas que sabían claramente a donde iban" (…)[21]

El menosprecio de que ha sido objeto el siboneyismo tiene su raíz en el juicio adverso de Marcelino Menéndez y Pelayo, el gran crítico santanderino. Pero resulta inocultable que el siboneyismo, a pesar de sus deficiencias estéticas y la falta de una voz poética verdaderamente grande en sus filas, no carece de valor revolucionario práctico, histórico y político. Sirvió para alentar el sentimiento nacionalista revolucionario cubano y, pese a su escasa futuridad estética, su trayectoria se veía siempre vinculada a los ideales de independencia nacional y de libertad individual.

El desarrollo artístico y literario en Bayamo desde 1840 al 1878

Desde finales del siglo XVIII se perciben, claramente, las primeras expresiones de la nacionalidad cubana, que presenta atisbos en manifestaciones de una cultura e identidad naciente en los tiempos del rescate del obispo Fray Juan de las Cabezas Altamirano y muerte del corsario Gilberto Girón a manos del negro esclavo Salvador Golomón.

En las primeras décadas del siglo XIX, con la acumulación de capitales producto del llamado boom azucarero de 1790, se conforman y consolidan las principales clases sociales que compondrán la sociedad colonial cubana de la primera mitad del siglo. La burguesía criolla, en la misma medida que fue perfilando sus rasgos como clase poseedora dominante, fue creando, en armonía con sus percepciones políticas sus propias instituciones culturales y sus peculiares maneras de expresión en el campo intelectual y artístico.

En Bayamo, la primera institución cultural que floreció fue la Sociedad Filarmónica "Isabel Segunda"[22] que servía a la vez de teatro. La misma estaba ubicada en uno de los extremos de la Plaza con el mismo nombre, hoy Plaza de la Revolución. Esta sociedad tenía como objetivo primario la difusión de la cultura y la instrucción en sus diversas formas. Sus miembros se consagraron con empeño al cultivo de las letras, la música, el teatro, a impulsar el buen comportamiento ciudadano y estudio de las causas de los males sociales. Con el objetivo de recaudar fondos para mejorar la vida de la ciudad, en sus salones tuvieron lugar bailes de rango, presentaciones de obras de teatro, lecturas de poemas y veladas lírico-literarias.

Partes: 1, 2
Página siguiente