Un reconocimiento de aquella parte de la región revela que hay dos cursos de agua, hoy secos, que convergen allí y que han sido alimentados durante las crecidas por las correspondientes cascadas que había en las escarpaduras por encima de ellos. En otros tiempos estos cursos de agua afectaron en gran manera a aquella área. Al principio estaban muy separados pero convergían frente a la tumba de Merneptah, convirtiéndose en uno y formando una cascada que se precipitaba por un profundo canal tributario, hoy día relleno de escombros, que se unía al desagüe principal del Valle al otro lado de la tumba de Ramsés IX.
Durante nuestras excavaciones en busca de la tumba de Tutankhamón, en la parte norte de la falda de la escarpadura descubrimos que el curso de agua que había en este lado había quedado embalsado durante la Dinastía IX con las lascas de piedra de deshecho de los trabajadores empleados en el enorme hipogeo de Merneptah, con el resultado de que el agua se había concentrado allí durante las riadas, formando un charco e inundando dicha tumba. En época antigua las riadas debieron de ser importantes, ya que los escombros y material de deshecho de aquella región estaban cimentados por la acción del agua, formando una masa de dureza comparable a la de la misma superficie de caliza. Era evidente que en aquel lugar se había reunido gran cantidad de agua; la tumba de Merneptah quedó completamente inundada, formando una especie de cisterna sobre las cámaras interiores de la tumba de Horemheb.
En la caliza del Eoceno Inferior hay fisuras de diversos tamaños, y en particular en esta escarpadura. Algunas de ellas son de formación tan regular que pueden parecer de origen artificial al inexperto. Mi opinión es que las fisuras que cruzan el área en cuestión fueron el camino usado por el agua para filtrarse en el interior de la escarpadura. Es más que probable que haya un contacto directo entre las fisuras que hay en la roca de las profundas cámaras de Horemheb y las fisuras de los techos, paredes y suelos de la tumba de Tutankhamón. Los labios, o mejor dicho, los bordes de las fisuras en la roca de dichas cámaras tienen manchas de humedad. Por ello estoy convencido de que son los agentes responsables de que la humedad procedente de las capas superiores alcanzase y saturase las cámaras por debajo de ellas. De hecho, la falta de cuidado de los trabajadores de la tumba de Merneptah fue la causa de su ruina y de los daños ocasionados en partes de las cámaras sepulcrales de Horemheb, así como origen del deterioro que tuvo lugar en el sepulcro de Tutankhamón. Si aquellos obreros de la época dinástica hubiesen sido más cuidadosos y hubiesen dejado un paso para que el agua circulase durante las crecidas, los magníficos hipogeos de Horemheb y Merneptah, así como los bellos objetos de Tutankhamón, se hubieran encontrado en un estado de conservación mucho más perfecto hoy día. De hecho, de no ser por la falta de precisión de aquellos hombres, nuestro trabajo hubiese podido estar terminado en un par de años en lugar de diez.
Otro asunto interesante, que es peculiar de la tumba de Tutankhamón y que nos intrigó mucho durante nuestros trabajos, es la existencia de una partícula de color rosado, soluble en agua tibia, depositada sobre todas las superficies del interior de las cámaras -techos, suelos, paredes y objetos-; un fenómeno tan peculiar de este descubrimiento que parece ser un resultado secundario de la humedad que acabamos de describir. Esta partícula se encontraba por todas partes; variaba en intensidad así como en color, del rosa a un rojo brillante, de acuerdo con las circunstancias, pero donde un objeto o material cubría a otro o en el punto donde un objeto se apoyaba, protegiendo parte de su superficie, el depósito, aunque no ausente, era mucho menos denso, dejando una huella débilmente marcada detrás o debajo del objeto.[38]
Si, como se ha dicho, esta coloración provenía de la acción del agua sobre la roca, ¿por qué no aparece en las superficies rocosas protegidas por los objetos?
Aunque la humedad afectó la tumba de Horemheb y muchas otras tumbas talladas en la caliza del Eoceno Inferior en otros puntos de la necrópolis, en ninguna de ellas aparece el depósito rosado que es aquí tan evidente. Sin embargo, aquellas tumbas aparecieron prácticamente vacías de su ajuar, mientras que la de Tutankhamón tenía prácticamente todo su equipo funerario intacto. Este hecho me lleva a concluir que la atmósfera húmeda creada por las saturaciones periódicas provocó la ocurrencia de cambios químicos en algunos materiales del ajuar, en especial los cueros y pegamentos, que, por un proceso de evaporación, se depositaron sobre los objetos circundantes, formando una partícula rosada. Debió de haber períodos en los que un vapor húmedo se levantaba de todos los artículos que formaban el ajuar funerario a causa de la condensación y aquellas cámaras tomaban el aspecto de un infernal laboratorio de química.
APÉNDICE I
INFORME SOBRE EL RECONOCIMIENTO DE LA MOMIA DE TUTANKHAMÓN
POR DOUGLAS E. DERRY, LICENCIADO EN MEDICINA Y QUÍMICA
En el Museo de Antigüedades de El Cairo pueden verse las momias de muchos de los más famosos faraones del antiguo Egipto, reyes que dejaron tras de sí grandes monumentos, templos magníficos y colosales estatuas, y cuyos nombres se han convertido en tan familiares como los de los monarcas de nuestros días a pesar de estar separados de ellos en el tiempo por unos treinta o cuarenta siglos. Nadie esperaba que un rey de origen oscuro con un breve reinado, falto de relieve, atraería un día la atención del mundo entero y ello no a causa de la fama adscrita a su persona sino al simple hecho de que mientras que las tumbas de todos los otros faraones descubiertas hasta el momento habían sido saqueadas en época antigua, la de Tutankhamón apareció virtualmente intacta. En el reducido espacio de su tumba se encontraba un conjunto de posesiones reales nunca vistas hasta el momento. ¿Cuál debió de ser, en consecuencia, el contenido de las tumbas de Seti I, Ramsés III y otros en las que una sola sala podría contener todas las riquezas de la tumba de Tutankhamón? Sin embargo, la tumba de cada uno de estos reyes había sido profanada por los ladrones no sólo una o dos veces sino hasta que no quedó ni una brizna del ajuar funerario original. Las envolturas de las momias reales habían sido desgarradas en busca de joyas y en algunos casos se había dañado considerablemente el cuerpo mismo. La mayoría de las momias de los reyes volvieron a ser envueltas por lo menos una vez por los sacerdotes y muchas de ellas más de una vez, pero la persistencia de los robos forzaba eventualmente al traslado de muchos de los reyes y reinas a escondites especiales que sólo se descubrieron en época reciente, debido a la persistencia de robos, y entonces las momias fueron trasladadas al Museo de El Cairo. Como resultado de estas frecuentes perturbaciones, no es sorprendente que haya dudas acerca de la identidad de algunas de las momias que habían sido sacadas de su sarcófagos y enterradas de nuevo en otros, a menudo de época posterior. Con una o dos excepciones, ninguno de los faraones ha sido encontrado en su tumba original, pocos en sus propios sarcófagos y ninguno, a excepción de Tutankhamón, ha sido visto nunca en las envolturas, féretros, sarcófago y tumba en los que se colocó originalmente.
Creo que conviene decir aquí algo en defensa de la apertura y reconocimiento de la momia de Tutankhamón. Muchas personas consideran tal investigación como un sacrilegio y creen que hubiéramos tenido que dejar al rey tal como estaba. Por lo que he dicho acerca de los persistentes robos de las tumbas desde los tiempos más antiguos hasta nuestros días se comprenderá que cuando se hace un descubrimiento como el de la tumba de Tutankhamón y circulan noticias acerca de la riqueza de los objetos encontrados en ella, dejar cualquier cosa de valor en la tumba es provocar los problemas. El conocimiento de que objetos de inmenso valor están escondidos unos pocos metros por debajo del suelo invitaría sin duda a intentar obtenerlos y aunque el empleo de una guardia numerosa podría ser suficiente durante algún tiempo para evitar que este tipo de intentos tuvieran éxito, se aprovecharía cualquier remisión de la vigilancia y los objetos que hoy día se encuentran sanos y salvos para siempre en el Museo de Antigüedades habrían sido destruidos mientras que otros reaparecerían en mejores o peores condiciones en manos de los tratantes, a través de los cuales se dispersarían en poco tiempo por todas partes del mundo civilizado. El valor de la colección intacta para los científicos es incalculable, mientras que las enseñanzas y el deleite que el público obtiene a través de la exposición de estas obras maestras del arte antiguo son en sí mismos argumentos de peso a favor de su preservación en un museo. El mismo argumento puede aplicarse a la apertura de la momia, a quien se ahorra el rudo manejo de los ladrones, ansiosos de obtener las joyas que se amontonaron sobre su cuerpo. Por otra parte, la historia se enriquece con la información que proporciona el reconocimiento anatómico que en este caso, como diremos, fue de considerable importancia.
La conservación del cuerpo de los muertos, que alcanzó su punto álgido entre los antiguos egipcios en el arte de la momificación, ha provocado siempre el mayor interés. Mucho se ha escrito sobre esta materia y el profesor Elliot Smith[39]ha investigado los métodos empleados en los diferentes períodos en las momias reales que se conservan en el Museo de Antigüedades, así como en cierto número de momias de sacerdotes y sacerdotisas de la Dinastía XXI.[40] A través de éstas y otras investigaciones tenemos una idea bastante aproximada del modo en que se llevaba a cabo el proceso de embalsamamiento. Sin embargo, no cabe duda de que gran parte de su éxito se debe al clima extremadamente seco de Egipto, de no ser por el cual es dudoso que el cuerpo más perfectamente embalsamado se hubiese mantenido intacto, como algunos lo han hecho, durante casi cuatro mil años. La gran mayoría de las momias examinadas demuestran que los órganos internos se sacaban a través de una abertura practicada en la pared del abdomen. De este modo se desechaban las partes del cuerpo que más tienden a descomponerse y la subsiguiente inmersión del cuerpo en un baño de sal parece explicar convenientemente la excelencia de los resultados obtenidos. Sin embargo, entre las momias más perfectas examinadas hasta hoy día por Mr. H. E. Winlock y por mí mismo, procedentes de las tumbas que se encuentran en las proximidades del templo de Mentuhetep en Deir el-Bahari, de la Dinastía XI, hay algunas en las que no hay incisión en el abdomen o en parte alguna y de las que no se ha extraído ninguno de los órganos. Esta conservación tan perfecta sin momificación aparece también en los restos de algunos de los pueblos predinásticos de Egipto, pero esta gente era generalmente enterrada en la arena, sin féretros, y la rápida desecación que se producía a causa del calor y de las favorables condiciones de filtración del agua a través de la arena lo hacen comprensible. El caso de las momias de la Dinastía XI a que acabamos de referirnos es a todas luces evidentemente distinto, ya que habían sido vendadas con gran cuidado y colocadas en féretros y sarcófagos, por lo cual podía esperarse que hubiesen sufrido a causa de los efectos de la humedad circundante. Sin embargo, como ya hemos dicho, pueden contarse entre los ejemplares más perfectos de conservación artificial vistos hasta la fecha, y el análisis cuidadoso de todos los hechos parece apuntar a la extrema sequedad del área en que fueron descubiertas como el factor principal que contribuyó a la consecución de resultados tan sorprendentes.
Tales métodos, o la falta de ellos son, sin embargo, raros, y en la dinastía siguiente, la XII, ya se practicaba la extracción de las vísceras por medio de una abertura hecha en la pared del abdomen, según demuestran las momias de algunos nobles descubiertas en Sakkara, y hay pruebas de que se practicó en épocas anteriores. El método de conservación del cuerpo utilizado en la Dinastía XVIII, a cuyo final pertenece Tutankhamón, ha sido descrito por el profesor Elliot Smith en el catálogo a que nos hemos referido. Este observador ha examinado la mayoría de los reyes de dicha dinastía y entre ellos algunos de los antepasados de Tutankhamón. Por desgracia hay grandes dudas acerca de la exactitud de la identificación de la momia que se dice es la de Amenofis III, abuelo de Tutankhamón. El profesor Elliot Smith señala que el método empleado en la preservación de este rey y en particular la curiosa práctica de colocar materiales de varias clases debajo de la piel de las extremidades, tronco, cuello, etc., con objeto de devolver al cadáver en todo lo posible alguna semejanza con su apariencia en vida, no se introdujo hasta la Dinastía XXI, unos tres siglos más tarde. Así pues, es posible que éste sea uno de los errores que a veces cometemos cuando, debido a los frecuentes robos de las tumbas y la profanación de los cuerpos, los sacerdotes decidieron el traslado y restauración de las momias. La momia a que nos referimos estaba en un féretro de fecha mucho más tardía, que llevaba el nombre de tres reyes, entre los cuales se encontraba el de Amenofis III, y de aquí su identificación, pero se trata, probablemente, del de una persona de época posterior.
Esta afirmación se confirma con el reconocimiento de los descendientes de Amenofis, ya que es improbable que si se hubiese introducido este método en tiempos de este rey no se hubiese empleado para sus inmediatos sucesores. Es cierto que los restos que poseemos ahora de su hijo Akhenatón consisten en poco más que huesos, pero si su cuerpo y extremidades hubiesen sido preparados del modo descrito por el profesor Elliot Smith para su supuesto padre, es raro que no hubiese quedado huella alguna de este proceso. En el caso de Tutankhamón, como veremos, los métodos empleados fueron los que estaban en boga durante su dinastía y concuerdan casi en todo con las descripciones dadas por el profesor Smith para otras momias de este período cuya filiación es segura. Así pues, es una lástima tener que concluir que, hasta ahora, la momia de Amenofis III no ha sido identificada.
Empezamos el reconocimiento de la momia del rey Tutankhamón el día 11 de noviembre de 1925, en colaboración con el doctor Saleh Bey Hamdi. Cuando apareció, la momia yacía en un féretro al que estaba firmemente pegada por medio de un material resinoso que se había derramado por encima del cuerpo después de colocarlo en él. Sobre su cabeza y hombros, cubriendo buena parte del pecho, había una hermosa máscara de oro que representaba la esfinge de la cara del rey, con tocado y collar. No pudo sacarse porque también estaba pegada al fondo del féretro por la resina que se había consolidado, formando una masa de dureza pétrea. La momia iba envuelta en una sábana, sostenida por vendas que pasaban alrededor de los hombros, caderas, rodillas y tobillos. Ya desde el principio fue evidente que no era posible desenvolverla con riguroso orden, ya que los vendajes se encontraban en estado de extrema fragilidad y se desintegraban al primer toque. Esto parece ser debido a la inclusión de un poco de humedad en el momento del enterramiento, así como a la descomposición de los ungüentos que generaron una alta temperatura, produciendo una especie de combustión espontánea que carbonizó los vendajes. Este fenómeno se ha observado a menudo y ha dado origen a la idea de que las momias así afectadas habían sido quemadas. Otros hechos, ya señalados por el doctor Carter, son pruebas del mismo efecto a causa de la humedad. Si la tumba hubiese estado completamente seca los tejidos habrían aparecido en perfectas condiciones.
Como todas las operaciones tenían que realizarse con la momia in situ, el doctor Carter sugirió que se reforzaran las capas superiores de vendas con parafina derretida a fin de que pudiesen ser cortadas y apartadas con el mínimo desarreglo de su posición original. Así lo hicimos y, una vez solidificada la cera, abrimos una incisión por el centro de las envolturas de la momia, desde debajo de la máscara hasta los pies. Esta incisión penetró tan sólo unos pocos milímetros y levantamos hacia los lados los dos bordes así producidos. En la capa de vendajes que apareció encontramos cierto número de objetos y a partir de este momento se hizo necesario sacar aquellos en pedazos para exponer los objetos a fin de que pudiesen ser fotografiados y fichados antes de tocarlos. Durante esta parte del trabajo, que fue necesariamente lento, se hizo evidente el creciente estado de descomposición de los vendajes. En muchos puntos se habían convertido en polvo y en ningún momento se pudo sacar intacto ningún trozo largo de venda o sábana. Así pues, era imposible seguir el sistema de vendaje empleado, como puede hacerse fácilmente cuando el estado de los vendajes de la momia es tal que permite sacar capa por capa las vendas, sábanas o simples telas que pueden haberse empleado en los últimos estadios del ritual de momificación. Por lo que pudimos ver, en el caso de Tutankhamón se emplearon los principios generales de vendaje con que estamos familiarizados en las momias y que han sido descritos con todo detalle por el profesor Elliot Smith en su Catálogo de las Momias Reales del Museo de Antigüedades de El Cairo. Se colocaban numerosas almohadillas de lino para rellenar los desniveles producidos por los objetos que se envolvían en los vendajes, a fin de permitir al embalsamador aplicar las vendas bien lisas alrededor del cuerpo y las extremidades.
Algunas de las telas usadas como vendajes para el rey eran de la más fina batista, en particular las que encontramos al empezar el reconocimiento y las que aparecieron en estrecho contacto con el cuerpo. Las vendas intermedias no eran tan finas y en un momento dado encontramos sábanas de lino dobladas colocadas en la parte frontal del cuerpo hasta las rodillas y sostenidas por vendas transversales. La práctica de usar enormes cantidades de lino en forma de sábanas parece haber sido común durante la Dinastía XII. Una sábana de este tipo, que encontré sobre el cuerpo de un noble, medía 20 m. de largo por 1,52 m. de ancho, habiendo sido doblada hasta producir una cobertura de ocho capas de grosor. En su relato de la apertura de la momia llamada de Amenofis III (op. cit. supra), el profesor Smith señala la presencia de varias sábanas dobladas, así como «cierto número de rollos de vendas… en la parte frontal del cuerpo, al parecer dejadas allí por descuido». En épocas posteriores se utilizaban para rellenar los espacios y desigualdades que existían entre las extremidades y el cuerpo, una práctica que aparece con frecuencia en momias de todas las épocas y con un propósito parecido, como en el caso en que se usaban en conexión con los ornamentos funerarios colocados sobre el cuerpo. En la parte del tórax se hacían pasar las vendas alternativamente en capas cruzadas y transversales, pasando las vendas cruzadas por encima de un hombro, luego alrededor del cuerpo y volviendo sobre el hombro contrario.
En la entrepierna podían verse claramente los cruces de las vendas, aunque el método empleado para ello no podía averiguarse tanto por la fragilidad de los vendajes como por el hecho de que en este estadio todavía no se podía sacar el cuerpo del féretro.
Todas las extremidades habían sido envueltas por separado antes de incluirlas en los vendajes que rodeaban todo el cuerpo. Las superiores estaban colocadas de tal modo que el rey tenía los antebrazos cruzados sobre el cuerpo, con el derecho sobre la parte superior del abdomen y la mano sobre la protuberancia del hueso de la cadera izquierda. El antebrazo izquierdo estaba más arriba, sobre las costillas inferiores, con la mano sobre la parte derecha del tórax, entre éste y el antebrazo derecho. Ambos antebrazos estaban cubiertos de brazaletes, desde la curva del codo hasta la muñeca. Todos los dedos de manos y pies estaban envueltos por separado y cada uno había sido recubierto con una funda de oro antes de aplicar el vendaje sobre toda la mano o pie. En el caso de los pies se habían colocado sandalias al mismo tiempo que las fundas de los dedos y se habían aplicado las primeras capas de vendajes a fin de permitir ajustar la tira de las sandalias entre el dedo pulgar y el índice, envolviéndose el conjunto en otro vendaje.
Cuando descubrimos la parte superior de la cabeza vimos que estaba rodeada por una venda doble colocada sobre la envoltura que la cubría. Esta venda, que se parecía un tanto al turbante de los beduinos, pero de un diámetro mucho menor, estaba hecha de una especie de fibra vegetal alrededor de la cual se había atado un cordel. A su vez este vendaje circular sostenía una sábana que pasaba por encima de la cabeza y la cara. Bajo esta sábana los vendajes iban cruzados y pasados alrededor de la cabeza y la cara en sentido transversal, alternativamente. Cuando finalmente descubrimos el rostro vimos que tenía una sustancia resinosa rellenando los agujeros de la nariz; también se había colocado una capa del mismo material por encima de los ojos y entre los labios.
Apariencia general de la cabeza: La cabeza estaba afeitada al rape y la piel del cráneo había sido recubierta con una sustancia blancuzca, probablemente un ácido graso. Había dos abrasiones sobre la piel que cubría la parte alta del hueso occipital, probablemente producidas por la presión de la diadema que estaba envuelta en los prietos vendajes. Mr. Lucas averiguó que el material que llenaba los agujeros de la nariz, así como el que cubría los ojos, consistía en cierto tipo de tejido impregnado con resina. También examinó algunos puntos blancos que había en la piel que cubría la parte superior de la espalda y los hombros y resultaron estar compuestos de «sal común con una pequeña proporción de sulfato de sodio», con toda probabilidad procedente del natrón empleado en el proceso de embalsamamiento. Los ojos estaban algo entreabiertos y no se habían tocado. Las pestañas eran muy largas. La parte cartilaginosa de la nariz estaba parcialmente aplastada por la presión de los vendajes. El labio superior aparecía algo levantado, dejando ver los grandes incisivos centrales. Las orejas eran pequeñas y bien construidas y los lóbulos estaban perforados, con un agujero circular de unos 7.5 mm. de diámetro.
La piel de la cara era de color grisáceo y estaba muy agrietada y quebradiza. En la mejilla izquierda, frente al lóbulo de la oreja, había una depresión redondeada recubierta por la piel, como una cicatriz. Toda la piel alrededor de la circunferencia de esta depresión, de bordes ligeramente levantados, estaba descolorida. No es posible determinar de qué clase de lesión se trata.
Al descubrir completamente la cabeza pudimos ver que la parte superior era muy ancha y aplastada (platicefalia), con la región occipital muy protuberante. Aun contando con el encogimiento del cuero cabelludo como de los músculos de la parte posterior del cuello, esta prominencia es notable. El lado izquierdo del occipucio era muy protuberante y la región postbregmática estaba hundida. La forma general de la cabeza, de un tipo muy poco corriente, era tan parecida a la de su suegro Akhenatón que es más que probable que hubiese una relación sanguínea entre estos dos reyes. Tal afirmación, hecha en relación con la forma normal del cráneo egipcio, puede considerarse de poco peso, pero la realidad de esta comparación se acentúa si se recuerda que la curiosa forma del cráneo del rey Akhenatón llevó al profesor Smith, que la examinó por primera vez en 1907, a la conclusión de que el rey hereje había sufrido de hidrocefalia. Posteriores reconocimientos no han confirmado esta teoría, en particular porque el aplastamiento del cráneo de Akhenatón contrasta marcadamente con la forma de la cabeza en casos conocidos de hidrocefalia. En éstos, la presión del fluido en el cerebro al actuar sobre las paredes del cráneo, que ceden, produce, lógicamente, una forma globular, en especial en la región frontal, lo cual es exactamente lo contrario de las características observadas en el cráneo de Akhenatón.
Así, pues, cuando nos encontramos con que Tutankhamón presentaba una reproducción casi exacta de la cabeza de su suegro, no sólo pudimos acabar definitivamente con la teoría de la hidrocefalia, sino que se reforzó el argumento en favor de una relación muy estrecha entre ambos. Este argumento adquiere aún mayor peso cuando comparamos las medidas de los dos cráneos. Un total de 154 mm. para el cráneo de Akhenatón era, según el profesor Smith, «una anchura muy excepcional para un cráneo egipcio y, sin embargo, el de su yerno medía 156,5 mm. Cuando descontamos el grosor del cuero cabelludo sobre el que hubo que tomar todas las medidas en el caso de Tutankhamón, y que con un instrumento especial resultó tener no más de 0,5 mm. de espesor, la anchura del cráneo en sí era de 155,5 mm., excediendo, pues, la de su suegro, que, como ya hemos visto, era «muy excepcional». Las medidas correspondientes en los dos cráneos, en cuanto pueden compararse dadas las distintas condiciones de su reconocimiento, muestran una similitud notable y hacen pensar en la posibilidad de un parentesco sanguíneo casi seguro.
La esfinge de Tutankhamón en la máscara de oro le presenta como un joven amable, de rasgos refinados. Los que tuvimos el privilegio de ver la cara cuando finalmente quedó al descubierto, podemos dar testimonio de la habilidad y exactitud del artista de la Dinastía XVIII que ha representado los rasgos con tal fidelidad, dejando en metal imperecedero, para siempre, un bello retrato del joven rey.
La cavidad del cráneo estaba vacía, a excepción de un poco de material resinoso que se había introducido por la nariz, según el método empleado por los embalsamadores de la época, después de extraer el cerebro por el mismo conducto.
Las muelas del juicio superiores e inferiores del lado derecho acababan de salir de la encía y llegaban hasta la mitad de la altura del segundo molar. Las del lado izquierdo eran más difíciles de ver, pero parecían encontrarse en el mismo estado de erupción.
Aspecto general del cuerpo y las extremidades: Las grietas y resquebrajaduras de la piel de la cabeza y cara, a que nos hemos referido, estaban aún más marcadas en el cuerpo y las extremidades. La pared del abdomen mostraba una acusada protuberancia en el lado derecho. Esta protuberancia resultó haber sido producida al colocar material en la cavidad abdominal desde el lado izquierdo, donde estaba situada la incisión de los embalsamadores. Esta incisión, de apariencia rugosa, era de unos 86 mm. de longitud e iba paralela a una recta que fuese desde el ombligo hasta la cresta ilíaca anterior superior, unos 2,5 cm. por encima de esta línea. Sólo pudimos verla después de sacar una masa carbonizada de lo que parecía ser resina, y por ello la longitud de la incisión podría ser mayor de lo que parecía, ya que la dureza de la masa pegajosa hacía difícil delimitar la herida. Sus bordes estaban curvados hacia adentro a causa del compacto relleno del abdomen, compuesto de una masa de lino y resina, hoy día de dureza pétrea. No encontramos la placa de oro o de cera que a menudo aparece cubriendo la incisión del embalsamador, pero al sacar los vendajes apareció una chapa oval de oro en el lado izquierdo, entre varias capas de vendas, cerca de la abertura en la pared del abdomen. La incisión tiene una situación algo distinta de la descrita por el profesor Smith en las momias reales que examinó; en éstas estaba colocada más verticalmente sobre el costado izquierdo, extendiéndose desde cerca de las costillas inferiores hasta la parte superior de la cresta ilíaca. En épocas posteriores la incisión se hacía más a menudo en la parte inferior de la pared abdominal, paralela a la línea del pubis, siempre en el lado izquierdo, aunque de vez en cuando se volvía al sistema tradicional; parece dudoso que la situación tuviese importancia alguna. No había pelo en el pubis, ni podía apreciarse si se había practicado la circuncisión, pero habían levantado el falo, envolviéndolo por separado y manteniéndolo en posición icifálica por medio de los vendajes perineales.
La piel de las piernas, como la del resto del cuerpo, era de un color gris blancuzco, muy resquebrajada y con numerosas grietas. El examen de un fragmento demostró que consistía no sólo de la piel sino de todas las partes blandas hasta el hueso, que quedó al descubierto al sacar el fragmento; en conjunto la piel y los tejidos no medían más de dos o tres milímetros. Los bordes de las resquebrajaduras parecían de goma. No hay duda de que se debía a la combustión a que nos hemos referido. La rótula izquierda y la piel que la cubría podían separarse del resto, dejando al descubierto el extremo inferior del fémur; la epífisis estaba separada del resto del hueso, completamente libre. (La palabra epífisis se aplica a la parte del hueso que osifica por separado y que más tarde se une al resto.) En los huesos de las extremidades las epífisis forman la parte principal de los extremos superior e inferior. Durante los primeros años de vida están unidas al resto por medio de un cartílago que más tarde osifica y el crecimiento termina. Conocemos la edad media en que las epífisis se unen al resto del hueso y a través de ellas puede calcularse la edad aproximada de un individuo en cualquier caso en que la fusión sea todavía incompleta.
Las extremidades estaban muy encogidas y eran delgadas e incluso calculando el exagerado encogimiento de los tejidos y el aspecto de extenuación que esto produce, es evidente que Tutankhamón debió de ser de complexión ligera y que tal vez no se había desarrollado completamente cuando murió.
La medición dio un total de 1,63 m. de altura, pero sin duda esta figura es algo menos que su estatura en vida, debido al encogimiento a que nos hemos referido. El cálculo de la altura por el tamaño de los principales huesos largos, aplicando la fórmula del profesor Karl Pearson,[41] da una estatura de 1,676 m., que debe de ser bastante exacta. Con la ayuda de Mr. R. Engelbach, el autor midió las dos estatuas de madera del joven rey que había a ambos lados de la puerta sellada de la cámara funeraria y que le representan vivo, hoy día en el Museo de El Cairo. Tomamos las medidas desde la parte alta de la nariz hasta la planta de los pies, ya que el nasión era el único punto anatómico de las cabezas de las estatuas que podía localizarse con precisión, puesto que la altura total de la cabeza quedaba desfigurada en las estatuas por el tocado. En ambas esta medida dio 1,592 y 1,602 m., respectivamente, como altura desde la planta de los pies a la raíz de la nariz. Luego hubo que añadir la medida desde este punto hasta la parte superior de la cabeza, que calculamos por medio de las fotografías que habíamos tomado del rey, así como de algunas observaciones sobre cráneos egipcios, dando un promedio entre 8 y 9 cm. que, añadido a la altura de las estatuas, da un resultado con muy pocos milímetros de diferencia de la estatura calculada por medio de los huesos.
Determinamos la edad que tenía el rey al morir por el relativo grado de unión de las epífisis. Como ya hemos dicho, las grietas de la piel y los tejidos que cubrían el fémur permitían ver claramente que la parte inferior estaba separada. La fusión de esta epífisis con el resto del hueso ocurre a los veinte, años de edad. En la parte superior del hueso de la cadera la prominencia conocida con el nombre de gran trocánter estaba casi pegada al hueso, pero en la cara posterior había un espacio en el que podía verse una superficie cartilaginosa lisa, demostrando que la unión no se había completado. Esta epífisis se une a los dieciocho años. La cabeza del fémur estaba fusionada al hueso, pero podía verse claramente la superficie de unión alrededor de la línea articular. Esta epífisis se une también a los dieciocho o diecinueve años. El extremo superior de la tibia tampoco estaba bien pegado, pero el inferior estaba completamente fusionado. Como esta parte de la tibia se une a los dieciocho años, a juzgar por sus extremidades inferiores hemos de concluir que Tutankhamón tendría más de dieciocho años, pero menos de veinte, en el momento de su muerte.
Sin embargo, no sólo nos limitamos a estos huesos para determinar la edad, ya que podíamos examinar también las extremidades superiores. En ellas las cabezas de los húmeros, o huesos de la parte superior del brazo que se unen a los veinte años, aproximadamente, no estaban fusionadas todavía, mientras que en el extremo inferior estaban completamente unidas al resto del hueso. Hoy día entre los jóvenes egipcios de diecisiete años el extremo inferior está bien pegado al hueso, así como la epífisis que cubre el cóndilo interior, según puede verse por rayos X, así que si lo que resulta cierto para el Egipto de hoy día puede aplicarse al joven rey, Tutankhamón debió de tener, evidentemente, más de diecisiete años cuando murió.
Los extremos inferiores del radio y del cubito no muestran señales de fusión hasta los dieciocho años en la mayoría de egipcios de hoy día, a partir de cuya edad se unen rápidamente. Esta fusión comienza por la parte posterior del cubito, avanzando lateralmente hasta alcanzar el radio. En el caso de Tutankhamón la fusión había empezado en el cubito, pero el extremo distal del radio estaba completamente libre, sin que hubiera comenzado la unión entre el hueso y su epífisis. Por el estado de las epífisis descritas parece ser que el rey tenía dieciocho años cuando murió. Ninguna de las epífisis que se unen a los veinte años mostraban señales de fusión y hay pruebas de que en Egipto las epífisis, por término medio, tienden a unirse en edad algo más temprana de lo que es normal en Europa.
Ya hemos mencionado la epífisis del cóndilo interno del húmero, que en Egipto se une completamente al hueso a los diecisiete años, y las del extremo distal del radio y el cubito, que empiezan a fusionarse a los dieciocho años, aproximadamente. La ausencia de osificación en este punto podría tomarse como prueba de que Tutankhamón tenía menos de dieciocho años cuando murió, pero contra este argumento tenemos la unión completa del extremo distal de la tibia que normalmente ocurre a los dieciocho años, así como el estado de la parte superior del fémur, donde el gran trocánter -que también se une alrededor de los dieciocho años- estaba casi completamente pegado al hueso, y la cabeza del mismo hueso estaba unida al resto, aunque la línea de fusión era todavía visible.
Así pues, no cabe duda de la edad aproximada de rey al morir, aunque debe recordarse que los datos facilitados representan medias y que es posible quitar o añadir un año. Por consiguiente, Tutankhamón podía haber tenido una edad oscilante entre los diecisiete y los diecinueve años, aunque el peso de la evidencia se inclina firmemente en favor de la edad intermedia, o sea, los dieciocho años.
La tabla siguiente ilustra la similitud que hay entre las medidas del cráneo de Akhenatón y las de la cabeza de Tutankhamón:
Akhenatón | Tutankhamón | |||
Longitud del cráneo | 190,0 | 187,0 | ||
Anchura del cráneo | 154,0 | 155,5 | ||
Altura del cráneo | 134,0 | 132,5 | ||
Anchura de la frente | 98,0 | 99,0 | ||
Altura de la cara: superior | 69,5 | 73,5 | ||
Altura de la cara: total | 121,0 | 122,0 | ||
Anchura de la mandíbula | 99,5 | 99,0 | ||
Circunferencia de la cabeza | 542,0 | 547,0 | ||
Altura calculada por las extremidades | 1,66 m. | 1,68 m. |
Aunque el reconocimiento del joven rey no dio datos sobre la causa de su temprana muerte, por lo menos esta investigación ha añadido algo a lo poco que sabíamos de la historia de este período. La edad de Tutankhamón en el momento de su muerte y la posibilidad de su vinculación sanguínea con Akhenatón son datos importantes para la reconstrucción de la época, y muy importantes para escribir la historia de aquellos tiempos.
APÉNDICE 2
INFORME SOBRE LAS CORONAS DE FLORES ENCONTRADAS EN LOS FÉRETROS DE TUTANKHAMÓN
POR P. E. NEWBERRY, MA, OBE
Desde tiempos inmemoriales se ha acostumbrado adornar los cuerpos de los muertos con coronas de flores. Cuando, en 1881, se descubrieron las momias de los reyes Ahmosis I, Amenofis I y Ramsés II en la tumba de un rey de la Dinastía XX en Deir el-Bahari, en sus féretros aparecieron muchas de ellas. Algunas se encontraban en un estado de conservación sorprendente y el doctor Schweinfurth, que las examinó poco después de su descubrimiento, observó que en algunos casos se habían conservado maravillosamente. Sobre la momia de la princesa Nesikhensu, que también apareció en Deir el-Bahari, había una guirnalda hecha con hojas de sauce, amapolas y flores de centaurea. El doctor Schweinfurth dice de estas amapolas: «…raras veces se ha encontrado en botánica ejemplares tan perfectos y bien conservados de esta frágil flor; el color de los pétalos se ha mantenido con toda intensidad, como en los ejemplares secos de nuestros días».
Desgraciadamente las coronas halladas por el doctor Cárter en los féretros de Tutankhamón no se encuentran en tan buen estado como las del escondite de Deir el-Bahari examinadas por el doctor Schweinfurth, pero no obstante, su conservación es lo suficientemente buena como para permitirnos determinar casi todas las plantas usadas por los floristas de la corte. La mayoría de las hojas que componían las coronas eran demasiado frágiles para ser manejadas al sacarlas de los féretros, así que las remojamos en agua tibia durante algunas horas antes de examinarlas. Dos o tres flores se desintegraron al tocarlas, pero pudimos seleccionar otras muestras de las partes mejor conservadas de las coronas y nos bastaron para poder determinar su género y su especie. En total se encontraron tres coronas distintas.
1. Una corona de pequeño tamaño. Iba alrededor de las insignias del buitre y de la cobra en la frente de segundo féretro del rey. Se componía de hojas de olivo (Olea europaea, L.), pétalos de nenúfar azul (Nymphaea caerulea, Sav.) y flores de centaurea (Centaurea depressa, M. Bieb.). Se había utilizado una tira de cogollo de papiro como base para su elaboración. Sobre ella iban las hojas de olivo que, a su vez, servían de base a las centaureas y los pétalos de nenúfar. Las hojas de olivo estaban dispuestas en bandas por medio de dos tiras de cogollo de papiro, con hojas alternadas una sobre otra, dispuestas de tal modo que una tenía el haz hacia arriba y la otra el envés, consiguiéndose un gran efecto al estar una hoja mate al lado de otra plateada. Se trata, probablemente, de la «Corona de la Justicia» del rey. El Libro de los Muertos tenía todo un capítulo (el XIX) dedicado a esta clase de coronas y se ha conservado la fórmula mágica que había que recitar al colocarla sobre el féretro. Estas «coronas de justicia» fueron muy comunes desde la Dinastía XXII hasta la época grecorromana.
2. Una guirnalda-pectoral. Esta guirnalda estaba hecha con cuatro tiras dispuestas en semicírculo sobre el pecho del segundo féretro antropomorfo. La primera y segunda tiras se componían de olivo (Olea europaea, L.) y centaurea (Centaurea depressa, M. Bieb.). La tercera era de hojas de sauce (Salix safsaf, Forsk.), centaurea y pétalos de nenúfar azul. La última de las tiras, la que estaba más abajo, era de hojas de olivo, centaurea y pétalos de apio silvestre (Apium graveolens, L.). Al hacer esta corona se había doblado las hojas de sauce alrededor de estrechas tiras de cogollo de papiro, sirviendo de base a las centaureas, los pétalos de nenúfar y las ramitas de apio silvestre.
3. El collar de flores: Este collar de flores que apareció sobre el tercer féretro se componía de hojas, flores, bayas y frutos de varias plantas, junto con cuentas de vidrio azul, dispuestas en nueve tiras y pegadas a una hoja semicircular de papiro. Es un tipo muy raro, que sólo se conoce por ejemplares del reinado de Tutankhamón[42]y es muy interesante porque muestra las verdaderas hojas, flores y frutos copiados en los collares de cuentas de fayenza de la segunda mitad de la Dinastía XVIII.
Las tres primeras tiras de este collar y la séptima eran parecidas. Se componían de cuentas o lentejuelas de vidrio azul y bayas de solano leñoso (Solanum dulcamara, L.) que colgaban de finas tiras de hojas de palmera datilera. Las lentejuelas y las bayas estaban agrupadas alternativamente, de veinte a veinticinco lentejuelas por cada cuatro bayas. La cuarta tira era de hojas de sauce y de una planta no identificada, dispuesta alternativamente y sirviendo de base para los pétalos de nenúfar azul. Estaban atadas por medio de tiras de papiro que pasaban por encima y por debajo de las hojas. La quinta tira consistía en bayas de solano que colgaban de una franja de hojas de palmera datilera. La sexta tira se componía de las hojas de una planta no identificada todavía, flores de centaurea y de Picris coronopifolia, Asch., con once frutos de mandrágora (Mandragora officinalis, L.),[43] colocados a intervalos regulares. Los frutos de mandrágora estaban cortados por la mitad, habiéndose quitado los cálices, e iban cosidos al collar. La séptima tira era igual a las tres primeras. La octava se componía de hojas de olivo y de una planta no identificada dispuesta alternativamente. La novena tira, que quedaba en la parte exterior del collar, estaba hecha con las hojas de la misma planta no identificada usada en las tiras sexta y octava, junto con flores de centaurea.
Observaciones acerca de las plantas identificadas: El apio silvestre (Apium graveolens, L.). Sabíamos que esta planta existía en el antiguo Egipto a través de dos fuentes. En primer lugar por una hermosa corona compuesta de sus hojas y de pétalos de loto azul descubierta en una tumba de la Dinastía XXII en Tebas en 1885, y que hoy día se encuentra en el Museo de El Cairo. En segundo lugar por otra corona bastante parecida, encontrada por Schiaparelli en la tumba de Kha, arquitecto de Amenofis III en Deijr el Medineh, hoy día en Turín. El apio silvestre (óåëéíïí)era también una planta favorita de los floristas de Grecia y Roma (Anacreonte, 54; Teócrito, 3,23). Los vencedores de los Juegos Istmicos y Nemésicos eran coronados con guirnaldas hechas con sus hojas (Píndaro, O., 13,46; Juvenal, 8,226) y tales guirnaldas se colocaban también en las tumbas; por esto se decía óåëíïí äåúô é de las personas gravemente enfermas (Plutarco, 2,676 D.). Es interesante notar aquí que en el Museo de Florencia hay algunas semillas de apio silvestre procedentes de una tumba egipcia (No. 3628) y que las semillas de esta planta eran uno de los ingredientes empleados por los escitas para embalsamar los cuerpos (Herodoto, IV, 71).
La centaurea (Centaurea depressa, M. Bieb.). Ésta era una de las flores más corrientes usadas por los floristas egipcios para hacer coronas y se han conservado muchas flores de este tipo en guirnaldas que datan desde la dinastía XVIII hasta la época grecorromana. No es oriunda de Egipto, sino que debió de ser introducida desde el Próximo Oriente o la península griega, primero como un hierbajo entre los campos de grano[44]y luego cultivada en los jardines de Tebas. Hoy día no aparece en Siria ni en Palestina, pero sí en la Arcadia y en la llanura del Ática, donde florece en abril.
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