Jesús como criminal político dentro de las estructuras de ocupación de la Palestina de su tiempo por parte del Imperio Romano{61} es una concepción que maneja Nietzsche acerca de la figura histórica de Jesús. En El Anticristo nos dice:
«Una cuestión completamente distinta es la de si él fue consciente de tal antítesis, -o si meramente fue sentido como tal antítesis. Y aquí es donde por vez primera toco el problema de la psicología del redentor.– Confieso que son pocos los libros que leo con tantas dificultades como los evangelios. […] Las historias de santos son la literatura más ambigua que existe: aplicar a ella el método científico, si no existen otros documentos, me parece una cosa condenada de antemano -mera ociosidad erudita…»{62}
Nietzsche, interesado en la psicología del sacerdote, estudia la génesis de los valores morales y de las religiones. En su obra Aurora (1881) dice Nietzsche con respecto al origen de las religiones:
«¿Cómo ha podido llegar a considerar un hombre como una revelación su propia opinión sobre las cosas? […] hay […] palancas que trabajan en secreto; por ejemplo, se fortalece una opinión ante uno mismo considerándola como una revelación; se le quita lo que tiene de hipotético; se la exime de la crítica y de la duda; se le hace sagrada.».{63} y:
«Todas las religiones llevan el sello de un origen debido a un estado de intelectualidad humana demasiado joven, toman demasiado a la ligera la obligación de decir verdad, y es que no tienen idea de un deber de Dios con los hombres: el deber de ser claro y preciso en sus revelaciones.»{64}
El sacerdote es el representante, el ejecutor y el depositario de la tradición cristiana. Su psicología está preñada de cosmovisión cristiana. Su formación, su adoctrinamiento, su socialización, su ser entero representa un tipo especial de ser humano. él es el que ejecuta la praxis de la Iglesia. Es el indispensable hombre «espiritual» que intermedia entre el mundo suprasensible y el Hombre; entre Dios y la Naturaleza; entre el Espíritu y la sociedad. él es el conformador, el rector, el ejecutor y trasmisor del «mundo verdadero», invertido por él previamente; colocado en el mundo; hecho mundo y Realidad nueva. La auténtica Realidad, la realidad donde los hombres trabajan, viven, sufren, padecen y mueren; la Realidad donde también hay momentos fugaces de felicidad, es un mundo pasajero, un mundo de sombras, un mundo oculto y meramente aparente. El Sol platónico, asimilado a Dios, es el auténtico mundo. Y el hombre ha de salir de su Caverna para salir fuera del mundo de las sombras y encontrarse con su Sol que es el verdadero iluminador del mundo real: el mundo ultrasensible. En el cristianismo la kenosis de Jesucristo realiza el milagro de colocarnos en el «mundo verdadero». El Verbo, con su Encarnación, renuncia a sus prerrogativas de la divinidad para ofrecerse en su condición de hombre hasta que se efectúa la muerte en la Cruz: «Dios murió en Jesucristo». La Kenosis es empleada en San Pablo para describir la humillación total de Cristo con el fin de obtener el completo perdón de los pecados del hombre. En la epístola a los Filipense (2; 6) podemos leer: «El cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo.»
Pero, ¿qué es el pecado en el hombre? ¿En que consiste este ser pecador que es el ser humano? Ortodoxamente (Concilio de Trento), el pecado es una trasgresión voluntaria de una norma moral o religiosa. Para Nietzsche, el pecado auténtico es el que se realiza contra la vida. El sacerdote es el auténtico pecador, porque él ha «envenenado la vida» ha «dado de beber veneno a Eros». La norma moral o religiosa es impuesta por el sacerdote. Su trasgresión es una desobediencia no a Dios como tal sino al poder del sacerdote. Cuando se dice «se debe obedecer a la religión, a la norma moral religiosa» lo que se está diciendo en realidad es «debes obedecerme a mí, al sacerdote». él es el imputador y el definidor de la norma moral religiosa. Con ello se pretende un incremento de poder y de la autoridad que sirve al poder. En realidad el pecado es la desobediencia al sacerdote, a sus normas, a su poder. Cuando se peca, se peca contra la autoridad y el poder del sacerdote. Se desobedece la ley. Dios es la referencia última, la piedra sillar donde se sustenta el poder del sacerdote. El sacerdote controla a través del pecado. El sacerdote tiene necesidad de que se peque. Con ello mantiene estructuralmente su poder. El poder de los fuertes de los «amos de la Tierra» deja paso al poder del sacerdote. él crea la nueva moral del poder sólo que disfrazada de dispoder. Es la «mentira santa». Nietzsche quiere invertir esta relación:
«En la psicología entera del evangelio falta el concepto culpa y castigo; asimismo, el concepto premio. El "pecado", cualquier relación distanciada entre Dios y el hombre, se halla eliminado, – justo eso es la "buena nueva". La bienaventuranza no es prometida, no es vinculada a unas condiciones: ella es la única realidad – el resto es signo para hablar de ella… […] Lo que con el evangelio quedó eliminado fue el judaísmo de los conceptos "pecado", "remisión del pecado", "fe", "redención por la fe" – la entera doctrina eclesiástica judía quedó negada en la "buena nueva".»{65}
Y Nietzsche continúa su exégesis sobre la figura del Salvador, del Redentor, que es la figura central en la filosofía del cristianismo creada por Pablo de Tarso a partir de su «visión» en el viaje que éste realiza a Damasco. Lo que a Nietzsche le interesa es el «Cristo de la fe» no meramente el «Cristo de la Historia» ya que su análisis está centrado en la figura del Redentor tal y como ha sido metamorfoseada en la historia:
«Si yo entiendo algo de este gran simbolista [el Redentor], es que él tomó por realidades, por "verdades", únicamente realidades interiores, -que concibió el resto, todo lo natural, temporal, espacial, histórico, únicamente como signo, como ocasión de parábolas. El concepto "hijo del hombre" no es una persona concreta, perteneciente a la historia, una realidad singular, irrepetible, sino un hecho "eterno", un símbolo psicológico desligado del concepto de tiempo. Lo mismo vuelve a ocurrir, y en el sentido más alto, con el Dios de ese simbólico típico, con el "reino de los cielos", con la "filiación divina". Nada es menos cristiano que las tosquedades eclesiásticas que hablan de un Dios como persona, de un "reino de Dios" que se avecina , de un "reino de los cielos" situado más allá, de un "hijo de Dios" segunda persona de la Trinidad. Todo eso es -perdóneseme la expresión- un puñetazo en el ojo -¡oh, en qué ojo! Del evangelio; un cinismo histórico-mundial en el escarnio del símbolo… Pero resulta patente -no para todos, lo confieso- a qué se alude con los signos "padre" e "hijo": con la palabra "hijo" se expresa el ingreso en el sentimiento de transfiguración global de todas las cosas (la bienaventuranza), con la palabra "padre", ese sentimiento mismo, el sentimiento de eternidad, de perfección. – Me avergüenzo de recordar qué es lo que la Iglesia ha hecho de ese simbolismo: ¿no ha colocado en el umbral de la "fe" cristiana una historia de Anfitrión? ¿Y, encima de eso, un dogma de la "inmaculada concepción"?… Pero con ello ha maculado la concepción. […] El "reino de los cielos" es un estado del corazón – no algo situado "por encima de la tierra" o que llegue "tras la muerte". El concepto de muerte natural falta completamente en el evangelio […]»{66}
La fuerza extraordinaria del pensamiento nietzscheano; su amplia intelección de los fenómenos culturales y en especial de la cuestiones vinculadas a la genealogía de los valores morales y, más específicamente, a los del cristianismo, hace de él un elemento fundamental en el cisma, que a partir de su interpretación, se realiza en el proceso civilizatorio de Occidente. Quizás mucho más que las aportaciones intelectuales de Ludwig Feuerbach{67} o de Carlos Marx. En carta a su amigo Paul Deussen fechada en Sils-Maria el 14 de septiembre de 1888 dice Nietzsche que «[…] dividirá en dos partes la historia de la humanidad.»{68} Y en carta al también amigo Franz Overbeck fechada en Turín el 18 de octubre de 1888 dice: «Esta vez, como antiguo artillero, hago avanzar mi cañón de gran calibre; mucho me temo que con mis disparos vaya partir en dos mitades la historia de la humanidad…»{69}
«-Voy a volver atrás, voy a contar la auténtica historia del cristianismo. -Ya la palabra "cristianismo" es un malentendido-, en el fondo no ha habido más que un cristiano, y ése murió en la cruz. El "evangelio"{70} murió en la cruz. Lo que a partir de ese instante se llama "evangelio" era ya la antítesis de lo que él había vivido: una "mala nueva", un disangelio. Es falso hasta el sinsentido ver en una "fe", en la fe, por ejemplo, en la redención por Cristo, el signo distintivo del cristiano: sólo la práctica cristiana, una vida tal como la vivió el que murió en la cruz es cristiana… […] Reducir el ser-cristiano, la cristiandad, a un tener-algo-por-verdadero, a una mera fenomenalidad de la conciencia, significa negar la cristiandad. De hecho no ha habido en absoluto cristianos. El "cristiano", lo que desde hace dos milenios se llama cristiano, es meramente un auto-malentendido psicológico […]{71}
Aquí Nietzsche efectúa a un ataque a la noción de evangelio (buena nueva) que es objeto también de su exégesis filosófica, y sobre todo psicológica. Nietzsche es fundamentalmente un psicólogo; un psicólogo de la cultura. Un penetrador implacable en la filosofía del cristianismo. Su análisis, demoledor demuestra la verdadera estructura del cristianismo, la psicología del sacerdote, la génesis de los valores morales y, como no podría ser menos, la filosofía que se esconde en los evangelios:
«¡Y no infravaloremos la fatalidad que desde el cristianismo se ha introducido furtivamente hasta en la política! Nadie tiene ya hoy valor para reclamar derechos especiales, derechos señoriales, un sentimiento de respeto para consigo mismo y para con sus iguales, -un pathos de la distancia… ¡Nuestra política está enferma de esa falta de valor! – El aristocratismo de los sentimientos ha sido socavado de la manera más subterránea por la mentira de la igualdad de las almas; y si la creencia en el "privilegio de los más" hace y hará{72} revoluciones, ¡es el cristianismo, no se dude de ello, son los juicios cristianos de valor lo que toda revolución no hace más que traducir en sangre y crímenes! El cristianismo es una rebelión de todo lo que se-arrastra-por-el-suelo contra lo que tiene altura: el evangelio de los "viles" envilece…»{73}
En el parágrafo 49 de El Anticristo podemos leer unos de los mejores análisis de Nietzsche:
«-Se me ha entendido. El comienzo de la Biblia contiene la psicología entera del sacerdote. -El sacerdote conoce únicamente un peligro grande: ese peligro es la ciencia -el concepto sano de causa y efecto. Pero en su conjunto la ciencia prospera sólo en circunstancias propicias, -para "conocer" hay que tener tiempo, hay que tener espíritu de sobra… "Por consiguiente, hay que hacer desgraciado al hombre", – ésa fue en todo tiempo la lógica del sacerdote. -Se adivina ya qué es lo primero que, de acuerdo con esa lógica, vino al mundo: -el "pecado"… El concepto de culpa y de castigo, el entero "orden moral del mundo" han sido inventados contra la ciencia, –contra la liberación del hombre respecto al sacerdote… El hombre no debe mirar hacia fuera, debe mirar dentro de sí: no debe mirar dentro de las cosas con listeza y cautela, como alguien que aprende, no debe mirar en absoluto: debe sufrir…Y debe sufrir de tal modo que en todo tiempo tenga necesidad del sacerdote. […] Si las consecuencias naturales de un acto no son ya "naturales", sino que se piensa que están producidas por fantasmas conceptuales propios de la superstición, por "Dios", por "espíritus", por "almas", como consecuencias meramente "morales", que son un premio, un castigo, una señal, un medio de educación, entonces queda destruido el presupuesto del conocimiento […]»{74}
Ser es ser una condición. Ser es estar condicionado. Por el mundo natural, por la filogénesis y por la ontogénesis; por la cultura, por la civilización, por la sociedad y sus elementos conformativos de la personalidad. No es posible el ser sin condiciones. Un ser no puede ser incondicionado. El ser es ser precario, necesitado, insuficiente, sujeto a poderes heterónomos, indigente, desamparado. El ser es tener necesidades, querer cubrir necesidades. El ser se culmina en el tiempo; está «dentro» de él. El ser es, además relación: con el mundo, con los otros seres que son tan precarios como él. La insuficiencia del «ser en el mundo» es lo que ha construido, por parte del hombre, el otro mundo, el mundo escatológico, el mundo de las «causas imaginarias». Dice Nietzsche «El ámbito entero de la moral y de la religión cae bajo este concepto de las causas imaginarias.»{75} El ser es precario; está «arrojado» al mundo pero:
«Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. […] Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo […] El concepto «Dios» ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia… Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos al mundo. -»{76}
En definitiva, Nietzsche es el filósofo de la transvaloración. Su filosofía es una invectiva contra todo aquello que ha mancillado la vida. El gran mancillador ha sido el cristianismo. Con él se inaugura un tiempo fatal para el hombre. Es el mayor error que ha cometido la humanidad contra sí misma. Se debe de nuevo «transvalorar los valores» para que el hombre siga existiendo. El hombre debe liberarse de la «imitatio Christi» si quiere sobrevivir en el futuro. Debe realizar una nueva interpretación (Ausdeutung) con respecto a la verdadera realidad. El mundo de la vida debe ser colocado de nuevo en el centro de la existencia y de la sociedad y la cultura. Nietzsche es el denunciador de esta verdad que separa en dos mitades la historia de la Humanidad. Desde hace más de un siglo, Nietzsche nos alerta contra el peligro mortal del cristianismo: su inversión falsa de todos los valores auténticos.
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Notas
{1} Cf. E. Cassirer: El problema del conocimiento (4 vols.).
{2} Schopenhauer es el maestro espiritual de Nietzsche a partir de la lectura de éste de la obra El mundo como voluntad y representación.
{3} Heigegger: El ser y el tiempo.
{4} G. Deleuze: Nietzsche y la filosofía.
{5} F. Nietzsche: Die Unschuld des Werdens I, Kröners Taschen ausgabe, Stuttgart, § 79. Citado en H. Lefebvre: Nietzsche, pág. 15.
{6} Vid. M. Heidegger: Nietzsche (2 vls.).
{7} Cf. Nietzsche: La gaya ciencia.
{8} F. Nietzsche: La gaya ciencia, pág. 101.
{9} F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 38.
{10} Vid. Richard Tarnas: La pasión del pensamiento occidental. Para la comprensión de las ideas que modelaron nuestra cosmovisión.
{11} Vid. la obra que realiza Heidegger sobre el pensamiento de nietzscheano: Nietzsche (2 vols.)
{12} M. Olasagasti: Introducción a Heidegger, pág. 326.
{13} Vid. Hans Küng ¿Existe Dios?
{14} F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 40-41.
{15} G. Deleuze: Nietzsche y la filosofía, pág. 215.
{16} H. Lefebvre: Nietzsche, pág. 35.
{17} H. Lefebvre: Nietzsche, pág. 37.
{18} Cf. E. Durkheim: Las formas elementales de la vida religiosa.
{19} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 43.
{20} Haciendo un paralelismo con la frase de Heráclito, llamado «el oscuro» cuando dice: «la Naturaleza gusta de ocultarse».
{21} F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 55.
{22} H. Lefebvre: Nietzsche, pág. 36.
{23} F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 43-44.
{24} Cf. Richard Tarnas: La pasión del pensamiento occidental. Para la comprensión de las ideas que modelaron nuestra cosmovisión.
{25} Vid. «La cosmovisión cristiana»; en R. Tarnas: La pasión del pensamiento occidental, págs. 103-183.
{26} Cf. Freud: El porvenir de una ilusión y H. Marcuse: Eros y civilización.
{27} Cf. H. Marcuse: Eros y civilización.
{28} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 54.
{29} Para una visión del poder y sus formas cf. Kenneth E. Boulding: Las tres caras del poder.
{30} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 55.
{31} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 73.
{32} Cf. al psicólogo Krishnamurti: él parte del sufrimiento, del dolor, de la violencia, &c., que hay para tratar de superarla no por la acción de la colectividad sino por un proceso de tipo «psicológico» haciendo hincapié en el individuo, como ente indivisible. Quizás debamos considerar la propuesta de Krishnamurti (psicológica-neurológica). Posiblemente, dicha propuesta tenga una cierta viabilidad. Ello implica: i) Autoconocimiento de lo que somos. ii) «Lo que es» en nosotros: violencia, &c. iii) Aspectos evolutivos (paleoantropología). iv) No escapar de lo que somos mediante la religión, la ideología, &c. Si esto resulta ser así ¿qué se puede hacer? El mismo ver la cuestión es su acción según la propuesta de Krishnamurti. Para este pensamiento, los problemas de la realidad del hombre son demasiado complejos como para que los dejemos sólo en manos de los filósofos. Krishnamurti parte de la situación del mundo, de su dolor y sufrimiento. Según él no es posible superar las condiciones actuales sin un análisis pormenorizado de la conciencia que permita a ésta dejar de estar dividida entre el pensador y el pensamiento. Lo que propone es una especie de metanoia en la conciencia; un cambio radical en ésta que permita modificar las condiciones estructurales de vida. Lo que el sociólogo J. Galtung llama la «violencia estructural». Sin embargo, la propuesta de Krishnamurti no parece estar al alcance de todos. Es algo que no tiene que ver con el pensamiento que es el que ha creado las religiones, las ideologías, &c. Es más bien una ausencia del pensamiento y del pensador como yo o ego.
{33} M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 45.
{34} M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 41. Las cursivas son mías.
{35} M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 21.
{36} M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 22.
{37} M Heidegger: Nietzsche (2 vls.), pág. 37, volumen I.
{38} M. Heidegger: Introducción a la Metafísica, pág. 26.
{39} Cf. A. Schopenhauer: El mundo como voluntad y representación.
{40} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 100.
{41} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 51.
{42} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 28.
{43} F. Nietzsche: Genealogía de la moral, págs. 51-52.
{44} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 31.
{45} Cf. Las obras de Schopenhauer y en especial La estética del pesimismo. El mundo como voluntad y representación (antología).
{46} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 32.
{47} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 33.
{48} Para el concepto moderno de «civilización» Cf. la obra de J. R. Goberna Falque Civilización. Historia de una idea.
{49} Vid. La obra del sociólogo italiano W. Pareto y su «teoría de la circulación de las elites».
{50} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 34.
{51} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 35.
{52} Cf. H Lorenz y F. M. Wuketits: La evolución del pensamiento.
{53} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 39.
{54} F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 40-41.
{55} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, págs. 112-113.
{56} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 108.
{57} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 123.
{58} F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 111-112.
{59} F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 53-55.
{60} F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 55-56.
{61} Vid. E. P. Sanders: La figura histórica de Jesús.
{62} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 57.
{63} F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 40.
{64} F. Nietzsche: Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales, pág. 55.
{65} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 63.
{66} F. Nietzsche: El Anticristo, págs. 64-65.
{67} Vid. L. Feuerbach: La esencia del cristianismo.
{68} F. Nietzsche: Correspondencia, pág. 433.
{69} F. Nietzsche: Correspondencia, pág. 435.
{70} «Evangelio» procede del griego Evanguelion: buena nueva.
{71} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 69.
{72} Aquí Nietzsche se adelanta clarividentemente a las revoluciones del siglo XX tales como la Revolución Rusa de octubre de 1917; diecisiete años después de la muerte del propio Nietzsche.
{73} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 75.
{74} F. Nietzsche: El Anticristo, pág. 85.
{75} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, pág. 67
{76} F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, págs. 69-70
El Catoblepas • número 19 • septiembre 2003 • página 17
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