- Los significados de la literatura
- La literatura como semilla
- La Nueva Crítica. Una reforma
- Hamlet y Edipo
- Freud y la psicología
- Los conservadores
- Los estilistas
- ¿Cuál es el texto?
- La respuesta del lector
- La literatura es una categoría
- Un proceso social dinámico
- Fish un perturbador no un revolucionario
- Fuente
Walter Truett Anderson (1933- ), politólogo, psicólogo social y escritor estadounidense. Su libro REALITY, Isn"t What It Used To Be, traducido al español como: La Realidad Emergente. Ya nada es como era, cuenta con el mayor número de ediciones y fue galardonado como "Uno de los 100 libros más importantes sobre el futuro".
Los significados de la literatura
Mientras los científicos cognitivos intentan comprender el funcionamiento del cerebro/la mente, y a la vez rever nuestras ideas acerca de la realidad, otra revolución pos moderna tiene lugar en el campo de la literatura.
La literatura ya no ocupa en nuestra sociedad el lugar preponderante que ocupaba cien años atrás, cuando Walt Whitman podía decir con total confianza: es innegable que, en la civilización actual, la literatura está por sobre todas las demás artes. No sólo ha perdido esa posición de privilegio entre las artes, sino también en su carácter de medio de comunicación, los futuristas ya han declarado la decadencia de la palabra escrita, sin embargo, no podemos concebir una civilización sin ella.
Consideramos los trabajos escritos como irreemplazables vehículos de significado, como receptáculos de la realidad social. Al cuestionar la capacidad de las obras escritas para albergar o transmitir la realidad, se cuestiona la realidad misma.
Ese es el tipo de cuestiones que preocupan a los críticos literarios posmodernos. Paradójicamente, el diálogo que ellos fomentaron está produciendo resultados contradictorios entre sí: por un lado, está erosionando las propias bases de la palabra escrita; por el otro, está llevando a la literatura a ocupar una vez más un papel central en la sociedad.
La literatura como semilla
A lo largo del siglo diecinueve, a medida que disminuía el analfabetismo y era más fácil conseguir material de lectura, los monarcas perdían parte de su poder como símbolos de la unidad nacional, y la literatura cobraba gran importancia en Occidente, no sólo como actividad artística y como medio de comunicación, sino también como material semilla del cual surgían naciones, imperios y civilizaciones.
Literatura clásica
Según la vieja y enraizada tradición, una buena educación consistía en el estudio de los clásicos de las literaturas griega y romana. La literatura inglesa quedaba relegada al entretenimiento y al periodismo.
Literatura nacional
Fue un hecho revolucionario que los ingleses comenzaran a pensar en su propia literatura como en una disciplina académica.
La situación revirtió: algunos poemas y obras de teatro, novelas y cuentos y ensayos adoptaron un nuevo papel y se convirtieron en el centro de la civilización inglesa. Pasaron a formar parte del catálogo de grandes obras, que todo aquel que aspiraba a ser reconocido como una persona educada en el imperio debía procesar a través de sus neuronas. Este catálogo se transformó en el depósito de la realidad nacional del país. Otras civilizaciones, como la francesa, poseían ya sus propios catálogos. Aunque todos los catálogos incluían obras en otros idiomas, habían iniciado la época de nacionalismo literario.
La literatura pasó a ser uno de los pilares de la cultura, pues se aceptaba que sus obras encerraban grandes ideas, mensajes con valor y significado que podían transmitirse de una mente a otra sólo a través del esfuerzo del lector. La literatura fue una materia obligatoria en toda educación formal. Todo estudiante de literatura, de principios de siglo, debía estar familiarizado con la vida de los grandes escritores y el marco histórico en el que habían producido sus obras. Debía adentrarse en el mundo del escritor y así prepararse para extraer el verdadero significado del texto.
Grandes expertos, como Matthew Arnold, avalaron los escritos con cantidad de información histórica. Las críticas podían estar en desacuerdo acerca del verdadero significado de una obra. Los argumentos utilizados eran los mismos de la era moderna, la creencia de que se podía hallar algún significado, que el propio autor quería transmitir.
La Nueva Crítica. Una reforma
La primera señal de peligro de esta revolución literaria se produjo en la década del 30, con la aparición de un movimiento intelectual conocido como la Nueva Crítica. Sus partidarios no eran un grupo de contestatarios posmodernos, sino un grupo más bien de reformadores que de revolucionarios literarios. De hecho guardaban gran similitud con el espíritu de la Reforma de la Iglesia Católica, en la cual disidentes como Lutero sostenían que cada persona podía comunicarse directamente con Dios, sin la ayuda de un intermediario del clero. La Nueva Crítica intentaba librar a los lectores de los críticos y posibilitar una literatura más simple que proporcionara mayor goce a sus adeptos.
Le decían al lector el poema es suyo. Léalo. Léalo con la mayor atención posible y extraiga su significado de allí mismo, de las palabras del poeta. Los críticos y profesores de esta escuela emprendieron la tarea de ayudar al lector a interpretar el texto. En lugar de dejarlo de lado para estudiar la historia y la biografía del autor, se exigía una relación estrecha con el texto. Sucedió lo previsible, la lectura profunda se convirtió en un nuevo tipo de erudición.
En la década de los 50, en pleno auge de la Nueva Crítica, recordé las horas que había pasado una década atrás frente a un decodificador de los poemas de T.S. Elliot. A los diez años permanecía pegado a la radio escuchando los mensajes en clave que el presentador leía al final del capítulo del día y, con la ayuda de mi fiel decodificador, los deducía para obtener los avances del capítulo siguiente.
A los veinte años, en un aula de la Universidad de Berkeley, seguía con atención al profesor a través del lenguaje simbólico del señor Elliot, renglón tras renglón, y transformaba las diversas alusiones e imágenes míticas en proposiciones claras sobre la vacuidad de la vida moderna. Estabamos convencidos de que esos eran los verdaderos significados, los mismos que el señor Elliot nos habría transmitido directamente, si no hubiese gozado de tamaño talento y hubiese manifestado sin rodeos lo que le molestaba.
La Nueva Crítica era la voz del modernismo y el liberalismo. Propugnaba la explicación rigurosa, casi científica de textos, para permitir el acceso al significado del texto a muchas personas. Algunos líderes del movimiento, como Cleanth Brooks, expresaron su deseo de democratizar la literatura, de aumentar la cantidad de miembros del círculo literario. Para ellos, la construcción social de la realidad, sus creencias y también sus valores, estaba reflejada en la literatura. Por lo tanto, sólo aquellos que podían leer e interpretar tenían acceso a ella. Brooks consideraba que la misión social del crítico era mantener abiertos los canales de comunicación con el reino de los valores, para devolver su capacidad a la atrofiada capacidad del hombre para aprehenderlos.
La Nueva Crítica no era un ataque al significado, ni una invitación a crear significados que no estuviesen en el texto. Sus defensores sostenían, cada vez con mayor firmeza, que los significados estaban encerrados dentro del texto como pequeños prisioneros, y que la tarea del lector consistía en liberarlos.
La reforma se transformó en revolución
Como de costumbre, la reforma se transformó en revolución. Además de generar un nuevo tipo de erudición, al ser adoptada por las universidades, la Nueva Crítica dio origen a un creciente deseo de desafiar la fe en el significado absoluto.
Como resultado de la proliferación de nuevas interpretaciones, algunos estudiantes de literatura comenzaron a permitirse hallar en el texto lo que ellos querían encontrar. Este desprestigio de la literatura se vio intensificado por nuevas escuelas de pensamiento que llegaron a dudar de que los autores de las grandes obras supiesen exactamente lo que querían decir. Los críticos marxistas, por ejemplo, afirmaban que los grandes escritores habían sido utilizados por la burguesía y que no eran más que víctimas y voceros de una realidad falsa. Los críticos freudianos sostenían que las obras literarias eran productos solapados y racionalizados del inconsciente del autor.
Hamlet y Edipo
En la década de los 50 apareció el revolucionario ensayo de Ernst Jones, Hamlet y Edipo, que lanzaba la teoría de que el crítico podía psicoanalizar a un personaje, e indirectamente al autor, y a través de este proceso descubrir significados en los que el autor no había pensado en forma consciente.
Nadie podía imaginar que se pudiese hallar una interpretación completamente diferente de Hamlet, el personaje más analizado de toda la literatura. Hamlet siempre había parecido misterioso y contradictorio, algunas veces poderoso y decidido, otras aterrorizado y hasta desequilibrado.
La magistral explicación de Jones fue que el príncipe era neurótico. No sólo es un indeciso a nivel intelectual, el eterno estudiante universitario, sino además un hombre atormentado por poderosos impulsos inconscientes. Entre ellos la culpa reprimida por haber deseado en secreto la muerte de su padre, cuyo asesinato debe vengar, y el deseo hacia su madre, que sostiene una relación incestuosa con su tío. La obra no es otra cosa que una proyección del complejo de Edipo, el de Hamlet y el de Shakespeare.
Freud y la psicología
La interpretación de Jones inyectó nueva vida a la obra, para los espectadores del siglo veinte. Inspiró producciones no convencionales, y sentó el precedente para una nueva tendencia en la crítica literaria. Y aunque Freud siempre había considerado la psicología como una ciencia, ésta dio origen a una infinidad de interpretaciones nuevas y diferentes de la literatura, que no había forma de comprobar, y mucho menos descalificar. Muchos estudiosos notaron que el doctor Freud había basado su reputación, como uno de los pensadores más importantes del siglo, en asombrosas revelaciones sin proporcionar evidencia tangible alguna, y siguieron su ejemplo: Los villanos se convirtieron en el resultado de problemas en el aprendizaje del control de esfínteres, el extraño relámpago que iluminaba el mástil…, bueno, es obvio lo que representaba el mástil.
Las teorías literarias proliferaron en la comunidad académica. En los seminarios para graduados se enseñaban varias formas distintas de interpretar una obra. Algunas de ellas, en especial la que se centraba en la respuesta del lector, eran abiertamente subjetivas: no reparaban en extraer el significado de la experiencia del lector, convirtiéndolo así en el creador de la realidad de la obra.
Los conservadores
Conservadores de todas las tendencias comenzaron a manifestarse en contra. A mediados de la década del 70, una versión literaria de la oposición objetivismo/subjetivismo ya se había instalado en los departamentos de lengua inglesa con diversas facciones en ambos bandos.
La mayoría de los objetivistas eran moderados que buscaban una vuelta al principio central de la Nueva Crítica, la santidad del texto.
William Wimsatt y Monroe Beardsley, defensores de esta posición, llamaron la atención sobre dos peligros que habían invadido la interpretación de textos: los denominaron la falacia intencional, y la falacia afectiva. El primero era el intento de descubrir la intención exacta del autor, emprendido por los críticos de la vieja escuela e imposible de llevar a cabo. El segundo consistía en confiar excesivamente en la respuesta subjetiva del lector, como propugnaban los nuevos enfoques. Este último peligro, afirmaban, confunde la esencia del poema con el resultado. No es más que impresionismo y relativismo. Por otra parte, el poema mismo, como objeto de juicio crítico, tiende a desaparecer.
Los estilistas
Los estilistas fueron los científicos locos del ámbito literario, con otra versión del objetivismo. Buscaban terminar con el desenfrenado impresionismo presente en la crítica y alcanzar el verdadero significado. Se proponían hacerlo mediante la disección de la obra literaria, como el biólogo en el laboratorio. Algunos procesaban los textos en una computadora:
Uno de ellos, por ejemplo, analizó las obras de Swift y confeccionó listas con títulos como, porcentaje de conectores iniciales en muestras de 2.000 oraciones extraídas de Addison, Johnson, Macaulay y Swift.
Otro, como consecuencia del descubrimiento de ciertas estructuras oracionales recurrentes en la obra de Faulkner dedujo que el escritor, cuyo estilo depende en gran medida de sólo tres transformaciones relacionadas semánticamente, demuestra a través del estilo una orientación conceptual determinada, cierta preferencia por un tipo especial de organización de la experiencia. Esto significaba que la mente de Faulkner se podía leer por medio de patrones sintácticos cuantificables, que por supuesto sólo podía leerlos el erudito.
E. D. Hirsch. Un tercer conservador, quizás el más conocido fuera del ámbito académico, fue el profesor Hirsch que apareció en todos los diarios y revistas a fines de la década del 80 como el autor de listas de las cosas que todo norteamericano debía saber indefectiblemente. Hirsch, creía en la perdurabilidad del significado, y definió el texto como, una entidad que no sufre alteración alguna con el paso del tiempo, y propugnó la vuelta a un tipo de interpretación de texto más reglamentada. Hirsch definió la diferencia entre los enfoques críticos moderno y posmoderno y denominó a sus oponentes, ateos cognitivos. Sabía que lo que estaba en juego no era la supremacía de la literatura o de la crítica, sino la defensa del conjunto de valores y creencias de la civilización.
¿Cuál es el texto?
Al intensificarse el conflicto entre modernidad y posmodernidad, haciendo más evidentes las diferencias entre ambas, los estudiantes de literatura se vieron en una disyuntiva, y como respuesta intentaron determinar a qué realidad estaban expuestos en cada momento para poder obtener buenas calificaciones en los cursos.
Stanley Fish. Profesor de lengua inglesa en John Hopkins, relata la anécdota de un alumno que se acercó al profesor al inicio de un curso y le preguntó: ¿Hay un texto en esta clase?. Entonces, el profesor le dio el nombre del libro de texto, Norton Anthology of Literature. A lo que el muchacho respondió: Usted no comprende, quiero saber si en esta clase creemos en la poesía y en las cosas o si sólo contamos nosotros.
Significados permanentes y cambiantes
La anécdota es un ejemplo de cómo las personas intentan adaptarse a las realidades cambiantes del mundo contemporáneo. Algunos deciden permanecer en el aula donde los significados son más o menos permanentes, mientras que otros prefieren aulas en las que no exista tal estabilidad. Y todos sabemos que existen otras aulas.
Fish opina que sí hay un texto de una clase, que puede diferir del texto de la clase contigua. Que la transición hacia un nuevo enfoque del significado de la literatura no comienza al adoptar el criterio, algo es correcto si uno así lo cree.
La respuesta del lector
Fish es un posmoderno, su nombre encabeza la lista de los ateos culturales de Hirsch. Al principio se lo identificó con la teoría de la respuesta del lector, un enfoque radicalmente subjetivo en el que, según él mismo lo describió, el lector ahora comparte la responsabilidad de asignar un significado, el cual a su vez se redefinió como un evento antes que una entidad. En sus obras posteriores se ocupó de encontrar una explicación más compleja y con mayor fundamento social de la relación entre el lector y la obra literaria. Sostuvo que el lector no es un individuo aislado, sino un miembro de una comunidad, que él denomina, comunidad interpretativa, y que esa comunidad está envuelta en proyectos continuos de construcción de la realidad.
Afirmó, por ejemplo, que un tipo de proyecto de construcción es el que tiene lugar cuando la comunidad acepta tácitamente conferir a un texto el estatus de obra maestra de la literatura o simplemente el de literatura: El hecho de prestar un tipo especial de atención da como resultado el reconocimiento de las propiedades consideradas literarias.
La literatura es una categoría
Esto implica que si bien la literatura es aún una categoría, se trata de una categoría abierta que no se puede definir por el grado de ficcionalización, por la negación de la verdad proposicional, o por el predominio de tropos o figuras, sino simplemente por aquello que decidimos adjudicarle.
Como conclusión, el lector es el encargado de la creación literaria. Aunque parezca muy subjetivo, cobra sentido de inmediato si definimos al lector no como un agente libre, que crea la literatura según viejos esquemas, sino como miembro de una comunidad cuyos supuestos acerca de la literatura determinan el tipo de atención que le presta, y, por ende, el tipo de literatura que él crea.
Un proceso social dinámico
Estos conceptos no dejarían del todo satisfecho a Matthew Arnold, pero tampoco responden a la anarquía temida por los objetivistas, y que se acusa a Fish de fomentar. Fish sostiene que siempre existe alguna CSR en vigencia. Ésta puede alterarse con los cambios de opinión del lector o los de la moda, pero el lector continuará siendo un animal social sumergido en sistemas de valores y creencias. La escritura, la lectura, el análisis y la crítica forman parte de un proceso social dinámico según su descripción de la experiencia literaria. Este proceso implica la constante de nuevos valores, conceptos y normas, es creativo, no nihilista: En ningún momento nos encontramos libres de toda creencia. Más bien sostiene que, a pesar de los cambios que puedan producirse, la gente sigue creyendo en el significado de la obra escrita y cuando creen lo hacen con toda seguridad y no provisoriamente pues no son relativistas. Y como además, esas creencias no son individuales, específicas o idiosincráticas, sino comunales y convencionales, no son solipsistas.
Fish un perturbador no un revolucionario
Aunque Fish ha sido objeto de la crítica de los conservadores, ni la teoría basada en la respuesta de lector, ni su posterior teoría de la comunidad afectiva son del todo revolucionarias. De hecho, me temo que no son suficientemente revolucionarias. La primera responde a la tradición Kantiana, la segunda se basa en los fundamentos de la psicología social. La teoría de que las personas adoptan sus creencias de acuerdo con lo que perciben ser las creencias de los grupos a los que pertenecen o desean pertenecer, no representa un aporte revolucionario. Sin embargo estas ideas son perturbadoras y no sólo para la vieja guardia.
Posibilidad de la inexistencia de toda creencia
Para William E. Cain es difícil comprender el mecanismo que Fish procura describir: Es un tipo de creencia muy extraño basado en la posibilidad de la inexistencia de toda creencia.
Sin duda es una creencia extraña, pero podría ser el único juego del mundo posmoderno. Se requiere una fe sobrehumana, o una terquedad a toda prueba, para creer en algo con la convicción de que ningún tipo de evidencia o persuasión lograrán alterarlo. El hecho de considerar la posibilidad de un cambio implica estar informado, de esa posibilidad, y, en cierta forma, haber flirteado en secreto con ella. Evitar ser invadido por la posibilidad de la inexistencia de las creencias simplemente no pensando en ello denota cierta ingenuidad infantil.
Es difícil encontrar una comunidad imperativa en el mundo académico/literario cuyos miembros desconozcan la existencia de las comunidades interpretativas, que no comprendan a grandes rasgos que su sistema de creencias es una construcción social. Aún Hirsh, que después de todo no es solo un conservador, sino un conservador inteligente en una era posmoderna, en algunas oportunidades adopta nociones subversivamente relativistas que parecen contradecir su oposición a éstas. Por ejemplo, sostiene que hay una diferencia entre significado y significación. Significado es la intención del autor, que es inalterable, y significación el significado de una obra para una comunidad, para un periodo histórico determinado, que si está sujeto a cambios. Sin duda, si uno permite que estos pensamientos afloren a nivel consciente estará expuesto a la posibilidad del escepticismo. Y, quiera o no, la creencia se vuelve transitoria. Por eso creo que la teoría de Fish no es suficientemente revolucionaria.
Fuente
La Realidad Emergente de Walter Truett Anderson
Autor:
Rafael Bolívar Grimaldos