Desde 1810 Riva Agüero se torna en la principal figura de la revolución peruana y un partidario decidido de la separación con España, por considerar "que los intereses de la península están diametralmente opuestos" a los del Perú. Fue promotor decidido de la llegada de San Martín y entró en contacto epistolar con él cuando preparaba el "Ejército de los Andes". Riva Agüero estaba convencido de la imposibilidad de que los peruanos vencieran por sí solos el tremendo poder español en el Perú.
Los curas, como en el resto de América, en que muchos religiosos aparecieron como caudillos del movimiento emancipador, también participaron en la inquietud revolucionaria, no así el alto clero que era de tendencia absolutista. Los párrocos de muchos lugares, en Lima y en el interior del país, resultaron asiduos propagadores de la idea emancipadora, y los conventos se convirtieron en focos de insurrección. En general el clero regular era decididamente partidario de la independencia. Es por eso, cuando se reunió el primer Congreso peruano en 1822, cerca de la tercera parte de los diputados eran religiosos.
Francisco de Paula Quiroz, nacido en Arequipa pero radicado en Lima, pretendió en 1814 sublevar la poca guarnición militar que se encontraba en Lima, pues la mayor parte de las tropas habían sido enviadas al Alto Perú para contener el empuje de la revolución argentina, y luego al Sur para hacer frente a la revolución de los Angulo y Pumacahua. Pretendió sublevar en Lima al batallón llamado "Número", cuyo jefe era el VII Conde de la Vega del Ren, cuya simpatía por la causa revolucionaria conocía, pero la llegada inesperada al Callao de refuerzos españoles, hizo fracasar el intento de conspiración.
Los agentes extranjeros enviados a Lima, por los revolucionarios de otros lugares de América, especialmente de Buenos Aires, trataban de coordinar los esfuerzos emancipadores. Varios de ellos formaron parte del primer Congreso.
Fueron también grandes propagadores de la inquietud revolucionaria, las mujeres peruanas, especialmente las limeñas, que con su finura y galantería, burlaban la vigilancia de las autoridades. Por último, el pueblo formado principalmente por criollos de la clase media y popular, así como los mestizos, estaban enteramente volcados a la inquietud emancipadora.
Primera revuelta de Tacna de 1811
Los peruanos, conocedores del avance del ejército argentino en el Alto Perú (actual Bolivia), se levantaron en Tacna, contra el virrey José Fernando de Abascal, el 20 de junio de 1811 (día de la batalla de Guaqui, donde las tropas realistas al mando del General José Manuel de Goyeneche vencieron a los independentistas rioplatenses), los patriotas, dirigidos por Francisco Antonio de Zela y secundada por un numerosos criollos, mestizos e indios, figurando entre ellos los caciques José Rosa Ara y Miguel Copaja, asaltaron los dos cuarteles militares realistas de Tacna, proclamaron a Zela comandante militar de la plaza, a Rabino Gabino Barrios coronel de milicias de infantería y al curaca Toribio Ara comandante de la división de caballería[2]
El 25 de junio se supo en Tacna de la derrota de los patriotas argentinos en la batalla de Guaqui y aprovechando el desconcierto provocado por la noticia, los realistas desmontaron el movimiento y apresaron a Francisco Antonio de Zela, que fue llevado a Lima donde lo condenaron a cadena perpetua en la cárcel de Chagres, Panamá, falleciendo el 28 de julio de 1821, a los 50 años de edad.
Francisco de Zela.
Segunda revuelta de Tacna de 1813
El general argentino Manuel Belgrano reorganizó sus tropas derrotadas por Goyeneche y los realistas del virreinato del Perú en la batalla de Guaqui en la la actual Bolivia. El 14 de septiembre de 1812, se enfrentó a las tropas comandadas por el general Pío Tristán, las venció y detuvo el avance del ejército realista sobre Tucumán. Más tarde, obtuvo otra victoria en la batalla de Salta, por lo que Pío Tristán, capituló el 20 de febrero de 1813, con esta acción el Ejército argentino volvió a emprender otra ofensiva y ocupó nuevamente el Alto Perú. El general español Joaquín de la Pezuela, que había reemplazado a Goyeneche en La Paz por disposición del virrey del Perú Abascal, reorganizó el Ejército Real del Perú y derrotó al argentino Manuel Belgrano en la batalla de Vilcapuquio el 1 de octubre de 1813 y seguidamente en la batalla de Ayohuma, el 14 de noviembre de 1813.
El tacneño Juan Francisco Pallardelli era emisario de Belgrano el general argentino. Juntos, Juan Francisco y su hermano Enrique Pallardelli conspiraban en Tacna y Enrique Peñaranda lo hacía en Tarapacá. El plan consistía en concertar el alzamiento de todo el sur del Perú, bajo el liderazgo de Enrique Pallardelli y el Alcalde del Cabildo Constitucional Pedro Calderón de la Barca. Los patriotas tacneños, el 3 de octubre de 1813, se apoderaron de los cuarteles españoles de Tacna y apresaron al gobernador realista de la provincia[3]
El intendente de Arequipa, José Gabriel Moscoso, enterado de ello, envió una milicia realista al mando de José Gabriel de Santiago. Se dio el combate de Camiara, el 13 de octubre, donde fueron derrotados los patriotas que se replegaron a Tacna. A los pocos días se supo de la derrota de Belgrano y los patriotas se dispersaron. Enrique Pallardelli y unos cuantos seguidores huyeron al Alto Perú, mientras el 3 de noviembre de 1813, Tacna fue retomada por los realistas.
Rebelión de Huánuco de 1812
La rebelión indígena de Huánuco del 22 de febrero de 1812, se dirigió contra el régimen colonial y formó una Junta Gubernativa en la ciudad de Huánuco del que formaron parte los criollos Juan José Crespo y Castillo, Domingo Berrospi y Juan Antonio Navarro, entre otros. Por imperio de las circunstancias y el desarrollo de los acontecimientos Crespo y Castillo resulto acaudillando la rebelión. Las tropas del virrey se organizaron en Cerro de Pasco y se dirigieron a Huánuco, donde se produjo la batalla de Ambo el 5 de marzo de 1812. El intendente de Tarma José González Prada reconquistó Ambo el 10 de marzo con un contingente colonial. Los rebeldes abandonaron Ambo y Huánuco; los realistas entraron a ambas ciudades el 19 de marzo de 1812. González Prada salió de la ciudad en persecución de los insurrectos, que contaban con 2000 hombres. Los indígenas se dispersaron y los cabecillas fueron capturados por González Prada, entre ellos, Juan José Crespo y Castillo, el curaca Norberto Haro y el alcalde pedáneo[4]de Huamalíes, José Rodríguez, quienes fueron enjuiciados sumariamente y ejecutados con garrote vil. A otros sublevados se les desterró y muchos fueron puestos en prisión.
Rebelión del Cuzco de 1814
Con motivo de la elección del Cabildo Constitucional del Cusco, en conformidad a lo mandado por la Constitución de Cádiz de 1812, los hermanos Angulo hicieron triunfar la lista de sus candidatos, estableciéndose un gobierno municipal esencialmente criollo (7 de febrero de 1813).
La Rebelión del Cuzco de 1814 abarcó el sur del virreinato del Perú. Se inició con la confrontación política entre el Cabildo Constitucional y la Real Audiencia del Cuzco: el primero era considerado como pro americano y el segundo como pro peninsular. A raíz de este enfrentamiento, encarcelaron a los hermanos Angulo. En la noche del 2 al 3 de agosto de 1814 redujeron a los soldados que los custodiaban y se sublevaron con la guarnición de la ciudad, deponiendo a las autoridades. Los hermanos Angulo y otros criollos tomaron el control de la ciudad del Cuzco. Para entonces, ya se había aliado el brigadier y cacique de Chincheros Mateo Pumacahua, personaje que fue uno de los grandes defensores de la monarquía española durante la rebelión de Túpac Amaru II y comandante de los indígenas realistas en la batalla de Guaqui, que cambió su postura, movido por la imposición del virrey Abascal de no garantizar el cumplimiento de la Constitución de Cádiz de 1812 en el virreinato del Perú.
Con el auspicio del Cabildo se formó la Junta de Gobierno, invitando ponerse al frente de la rebelión, al cacique indio, el brigadier de los ejércitos reales Mateo Pumacahua, que gozaba de gran prestigio. A José Angulo lo eligieron Capitán General y el pueblo cuzqueño, hizo suyo la rebelión, así como el clero.
La proclama de los patriotas del Cuzco, del 3 de agosto de 1814, firmada ese mismo día, es el primer documento peruano que propone la emancipación, llamando al país a alzarse en armas:
Cuzqueños (…) todos sois uno e iguales (…), empezad ya a operar con denuedo hollando imperiosamente las leyes bárbaras de España, fundaos sólo en la necesidad, en la razón y la justicia, y sean éstas el timón donde gobernéis a un pueblo que no reconoce autoridad alguna extranjera. (Proclama cuzqueña del 3 de agosto de 1814)
El 8 de septiembre de 1814, en la catedral del Cuzco, con la bendición del obispo José Pérez y Armendáriz, se rindió culto solemne a una nueva bandera, de franjas transversales azul y blanco, que pudo ser la primera bandera peruana.
Los hermanos Angulo y Pumacahua organizaron un ejército divido en tres secciones: la primera de ellas fue enviada al Alto Perú, al mando de León Pinelo y del cura argentino Ildefonso Muñecas. Estas fuerzas rodearon La Paz con 500 fusileros y 20,000 indios armados con piedras y hondas, el 14 de setiembre de 1814. El 24 del mismo mes, tomaron la ciudad. Los realistas fueron confinados en sus cuarteles, pero estos aprovecharon la situación y volaron el polvorín; enfurecidos, los insurgentes paceños les dieron muerte. Para reconquistar La Paz, marchó desde Oruro un regimiento realista de milicianos cuzqueños, con 1,500 fusileros al mando del general español Juan Ramírez. Se enfrentaron en las afueras de La Paz, el 1 de noviembre de 1814, y los insurgentes resultaron derrotados. Pinelo y Muñecas ordenaron replegarse y una parte de la tropa quedó dispersa en la región en forma de guerrillas.
La segunda sección patriota se instaló en Huamanga, bajo el mando del argentino Manuel Hurtado de Mendoza y tenía por lugartenientes al clérigo José Gabriel Béjar y a Mariano Angulo. Hurtado de Mendoza ordenó marchar a Huancayo, ciudad que tomaron pacíficamente. Para enfrentarlos el virrey Abascal envió desde Lima al regimiento español Talavera, bajo el mando del coronel Vicente González. Se produce la batalla de Huanta, el 30 de septiembre de 1814, las acciones duraron tres días, luego de los cuales los patriotas abandonaron Huamanga. Se reorganizaron en Andahuaylas y volvieron a enfrentarse a los realistas el 27 de enero de 1815, en Matará, donde fueron nuevamente derrotados. Los patriotas volvieron a reorganizarse gracias a las guerrillas formadas en la provincia de Cangallo. Entre tanto, el argentino Hurtado de Mendoza conformó una fuerza con 800 fusileros, 18 cañones, 2 culebrinas (fundidas y fabricadas en Abancay) y 500 indios. Estas fuerzas estuvieron bajo el mando de José Manuel Romano, apodado "Pucatoro" (toro rojo). José Manuel Romano dio muerte a Hurtado de Mendoza, y se rindió a los realistas, los patriotas se dispersaron y los cabecillas de la revuelta fueron capturados. Las traiciones eran un hecho común en las rebeliones independentistas de toda América. Las biografías de los actores sociales muestran que los cambios de bandos no eran extraños. En el caso de los líderes locales, sus filiaciones políticas estaban vinculadas a los conflictos locales que se expresaban en una mayor dimensión. Los hermanos Angulo, Béjar, Paz, González y otros sublevados fueron capturados, llevados al Cuzco y ejecutados públicamente el 29 de marzo de 1815. La Corona tenía la política del escarmiento público como un mecanismo para intimidar a la población y evitar futuros alzamientos.
El tercer agrupamiento patriota hizo su campaña en Arequipa y Puno, al mando del antiguo brigadier realista Mateo Pumacahua. El ejército de Pumacahua, contaba con 500 fusileros, un regimiento de caballería y 5,000 indios. Pumacahua, como curaca de Chincheros, tenía gran dominio y liderazgo en la población indígena. Al Cuzco fueron enviados los hermanos José y Vicente Angulo, con resguardo de indios y negros leales. El control del Cuzco era fundamental por motivos ideológicos y de logística. Por varios motivos, Cuzco tenía fuerte influencia sobre el Alto Perú; y, a su vez, el Alto Perú mantenía un vínculo colonial administrativo con la ciudad de Buenos Aires, uno de los grandes centros revolucionarios de los años 1810 en Sudamérica.
Mateo Pumacahua, se enfrentó exitosamente a los realistas en la Batalla de la Apacheta, el 9 de noviembre de 1814. Tomaron prisioneros al intendente de Arequipa Moscoso y al mariscal realista Francisco Picoaga, antiguo compañero de armas de la batalla de Guaqui. Los patriotas ingresaron a Arequipa. Por presión de las tropas patriotas, el cabildo de Arequipa reconoció a la Junta Gubernativa del Cuzco, el 24 de noviembre de 1814. Pumacahua, enterado de la aproximación de tropas realistas, abandonó Arequipa. El cabildo abierto de Arequipa se volvió a reunir y se apresuró a acordar lealtad al rey, el 30 de noviembre de ese año.
Estos cambios de "lealtad" en los dirigentes fueron normales durante toda la guerra, pues se acogían al sector que era dueño de la plaza fuerte, como una forma de garantizar su seguridad personal, familiar y de sus bienes, no necesariamente por una inclinación ideológica ni menos una predisposición para la lucha a favor de cualquier bando.
Las tropas realistas al mando de Juan Ramírez ingresaron a Arequipa el 9 de diciembre de 1814. Luego de reponer fuerzas y de reforzar su milicia, el general Ramírez salió de Arequipa en busca de los patriotas en febrero de 1815. Dejó como gobernador al general Pío Tristán. Ambos ejércitos, realista y patriota, se desplazaron cautelosos por diversos parajes de los Andes, buscando un lugar propicio para el enfrentamiento. El 10 de marzo de 1815, se encontraron en Puno, en la batalla de Umachiri, saliendo vencedores los realistas. El triunfo realista se debió al correcto equipamiento y mayor disciplina de sus tropas. Hubo más de un millar de muertos en el curso de la batalla.
El retorno de Fernando VII al trono español
La guerra iniciada en España el 2 de mayo de 1808 entre el pueblo español y los ejércitos de Napoleón, duró hasta 1813. Los ejércitos franceses, victoriosos en toda Europa, no vencieron la resistencia del pueblo español. Los mejores generales del Emperador francés y aún Napoleón fracasaron, habían perdido la guerra en España. En diciembre de 1813 se vio obligado a firmar el Tratado de Valency, por el cual desocupaba España y devolvía la corona a Fernando VII.
Fernando VII regresó a España. Pocos días después de haber ingresado al territorio español, los políticos enemigos de las Cortes de Cádiz prepararon el camino para la reacción absolutista. Por decreto firmado en Valencia, el 4 de mayo de 1814, declaró abolidas las Cortes y la Constitución de 1812, y nulos todos sus actos. El 11 de mayo el decreto se hizo público, iniciándose la persecución de los políticos liberales que lealmente lo habían defendido durante la ocupación francesa. El 13 de mayo entro a Madrid, siendo recibido jubilosamente por el pueblo que se había plegado a la reacción. De 1814 a 1829 retorno nuevamente en España, el absolutismo en forma bárbara y sangrienta, restaurando el Tribunal de la Inquisición. Fernando VII pagó así en forma innoble el sacrificio de su pueblo al luchar sangrientamente durante 5 años contra el invasor francés para conservarle la Corona.
Fernando VII extendió el absolutismo a sus colonias en América, mandando expediciones militares formadas por soldados que quedaron desocupados al término de la guerra contra Napoleón.
Dirigidos por furibundos partidarios del rey, estas expediciones iniciaron combate a las revoluciones en las colonias. De los cuatro Virreinatos el más convulsionado había sido el de Nueva Granada y a él se mando la expedición principal. Teniendo en cuenta el valor estratégico del Virreinato del Perú, se mandaron también tropas. No se mando a Buenos Aires, porque se pensaba que las tropas vencedoras en Nueva Granada y el Perú podrían marchar a dicho Virreinato una vez conseguido el triunfo en los suyos. También se mandaron tropas a México para que colaboraran con Calleja en la pacificación de ese Virreinato.
Fue mandada a Venezuela una expedición de 10,000 hombres al mando del general Pablo Morillo, que llegó en abril de 1815. Morillo derrotó a los revolucionarios venezolanos atrincherados en la Isla Margarita; entró triunfante a Caracas, mientras su tropa pacificaba todo el territorio de esa Capitanía General. El general Bolívar, ante el fracaso de la revolución venezolana, se refugio en la Isla de Jamaica, donde escribió la famosa "Carta de Jamaica".
Cumplida su misión en Venezuela, el general Morillo inició su ofensiva sobre Nueva Granada, que se encontraba revolucionada. Ocupó la plaza fuerte de Cartagena, sobre el Mar Caribe, después de un año de sangriento sitio. Luego envió sus tropas hacia el Sur, que pacificaron todo el territorio llegando hasta Popayán, en donde enlazaron sus fuerzas con las que operaban en esa zona mandadas por el Virrey Abascal del Perú. En mayo de 1816 Morillo entra triunfalmente en Bogotá implantando una política de terror. Entre muchos otros, fusilo al sabio neogranadino Francisco José de Caldas.
Después de la derrota de la rebelión del cura Hidalgo y Costilla, surgió otra encabezada por el cura José María Morelos. Gobernaba México el Virrey Allende y fue encargado de combatir la rebelión de Morelos el general Calleja. Calleja no pudo vencer a Morelos, hasta que recibió los refuerzos mandados por Fernando VII, y pudo en 1815 el general sanguinario derrotar a los revolucionarios mexicanos, qué habían llegado a declarar su independencia. Calleja pacificó el Virreinato y fue nombrado Virrey de México, manteniéndolo pacífico hasta 1820 en que fue reemplazado, y los mexicanos pudieron iniciar su definitiva etapa de liberación.
En 1816 el Virrey del Perú José Fernando de Abascal fue cambiado. Se nombró en su lugar al general Joaquín de la Pezuela, que estaba al frente de los ejércitos realistas en el Alto Perú y había pacificado esa región. En lugar de Pezuela fue nombrado el general José de la Serna, que en 1816 acababa de llegar de España al mando de un nuevo refuerzo de tropas y nombrado por el Rey jefe del ejército en el Alto Perú. Esa región se encontraba en inminente peligro de un avance del ejército revolucionario argentino, y para conjurarlo, el Virrey Pezuela ordenó a La Serna invadir el territorio argentino por Salta y Tucumán. Felizmente los argentinos al mando del famoso gaucho Güemes contuvieron la ofensiva realista en Salta, región que continuaba siendo la frontera entre la revolución argentina y la reacción realista. Ninguno de los ejércitos podía avanzar más allá.
La Capitanía General de Chile y la Audiencia de Quito continuaban pacificadas después de la campaña de Osorio en 1814 que terminó con el triunfo realista en Rancagua, y después de la campaña del general Montes en 1813 que pacificó la región de Quito. Sólo en Buenos Aires la revolución no pudo ser vencida.
El Perú armado con el poder del Rey de España, era el centro de la reacción realista en América del Sur, era la amenaza constante para los patriotas de aquí y del resto de América, sus fuerzas llegaba hasta más allá de las fronteras del Virreinato peruano: Chile, Salta, Tucumán y Pasto. Solo los extremos del Continente, Buenos Aires y Venezuela se vieron libres de su acción. El Perú en poder de los realistas dividía las fuerzas libertadoras continentales. Era necesaria la conjunción de esas fuerzas en él Perú no solo para librarlo, sino para asegurar la libertad de toda América del Sur. No es posible decir que el Perú necesitó la ayuda extranjera para conseguir su independencia, sino que "el movimiento de la independencia fue un movimiento solidario de todos los pueblos de América", y el destino continental del Perú fue ese: por la importancia que siempre tuvo en América, ser el lugar en donde debía de confluir las Corrientes Libertadoras del Sur y del Norte para que se dieran en nuestro suelo las batallas decisivas de la independencia americana.
Cuando partió el Virrey Abascal, el Virreinato del Perú se encontraba pacificado. Derrotados los patriotas peruanos en el terreno de la acción, no desmayaron en sus intentos. Volvieron a su labor de propaganda y conspiración secretas, para mantener vivo el espíritu revolucionario en medio de tanta oposición. Lima volvió a ser el centro de esa agitación sorda. Se organizaron sociedades secretas como las logias masónicas entre otras, a cuya cabeza estaba el criollo aristócrata José de la Riva Agüero, que a su regreso de España pasó por Buenos Aires, donde contrajo relaciones secretas con los revolucionarios argentinos para trabajar en un vasto plan conspirativo. Bajo su inspiración empezaron a funcionar en Lima varios clubes secretos que sesionaban, ya en su casa o en la del VII Conde de la Vega del Ren, otro aristócrata revolucionario, o en casas expresamente alquiladas en los suburbios de Lima.
El Virrey Pezuela percatado de la labor revolucionaria de Riva Agüero, lo apresó, junto con otras personas, siguiéndoles juicio, acusados de conspirar contra el Rey, confinándosele a Riva Agüero en la Villa de Tarma. (1818).
En medio de ese ambiente de inquietud, ocurrió en Julio de 1818 una nueva conspiración de los patriotas peruanos. Ocurrió en el Callao, acaudillada por el tacneño José Gómez, a quien acompañaban Nicolás Alcázar, Casimiro Espejo y otros. Los revolucionarios pretendieron apoderarse de las fortalezas del Real Felipe, para que sirvieran de base al general San Martín, que por entonces se encontraba en Chile preparando su expedición al Perú. Pero momentos antes que estallara el movimiento fue delatado por un traidor, y los conjurados fueron cogidos "con las manos en la masa". Espejo, Gómez y Alcázar fueron condenados a muerte y los demás comprometidos a diversas penas.
Siguiendo su obra represiva sobre los revolucionarios peruanos, en 1818 el Virrey Pezuela clausuró el Convictorio de San Carlos, que dirigido por Toribio Rodríguez de Mendoza, era semillero de las nuevas ideas y lugar donde se educaba lo mejor de la juventud criolla de entonces. Rodríguez de Mendoza fue acusado por el Arzobispo de Lima ante el Tribunal de la Inquisición por "leer libros prohibidos".
José de San Martín y la Corriente Libertadora del Sur
En 1814 la pacificación del sur del Virreinato Peruano permitió al Virrey del Perú la organización de dos expediciones sobre los patriotas de Chile en la que los regimientos realistas de Arequipa tuvieron su protagonismo junto a los batallones españoles expedicionarios. La primera expedición durante el gobierno del Virrey Abascal permitió la reconquista de Chile en la Batalla de Rancagua.
En 1817 tras el triunfo de las armas patriotas en la Batalla de Chacabuco, otra vez se recurrió al Ejército Real del Perú para salvar la monarquía y una segunda expedición realista parte en 1818 que obtuvo una victoria en la Batalla de Cancha Rayada, pero finalmente fue destruida por José de San Martín en la batalla de Maipú, que debilitó enormemente al Virreinato del Perú privándolo de sus mejores tropas.
Para independizar el Perú, se firmó el 5 de febrero de 1819 un tratado entre Argentina y Chile. El General José de San Martín creía que la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata no estaría totalmente segura mientras el Perú no fuera liberado, pues era un importante bastión de las fuerzas españolas en esta parte de Sudamérica.
En el año 1820, con la consolidación de la independencia de Chile, se organiza una fuerza militar anfibia para independizar el Perú. Esta empresa en un principio fue financiada conjuntamente por los gobiernos de Argentina y de Chile, pero debido a la situación de anarquía que vivía Buenos Aires y las provincias argentinas, el gobierno bonaerense se desentiende de los presupuestos de la empresa, siendo la casi totalidad de los costos asumidos por el gobierno de Chile, dirigido por Bernardo O'Higgins. El gobierno de Chile determinó que el mando del ejército recaería en José de San Martín y el mando de la escuadra en el corsario escocés Thomas Alexander Cochrane.
El 21 de agosto de 1820 se embarcó en Valparaíso la Expedición Libertadora del Perú bajo bandera chilena. Contaba con un ejército de 4,118 efectivos de los que la mitad eran negros libertos. El 7 de septiembre la Expedición Libertadora arriba a las aguas de Paracas, en la bahía de Pisco, Región Ica en el actual Perú, y el día 8 de septiembre de 1820, desembarca y ocupa Pisco. El 15 de septiembre de 1820, el virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, proclama la restauración de la Constitución de Cádiz de 1812, y envió una carta a San Martín ofreciéndole entrar en negociaciones. El día 15, San Martín aceptó, y a partir del día 25 de septiembre, los patriotas y realistas se reunieron en las Conferencias de Miraflores que concluyeron el 4 de octubre sin llegar a ningún acuerdo.
La Captura de la Esmeralda.
El 23 de octubre de 1820 la expedición se reembarca con destino a Ancón y seguidamente el 9 de noviembre al puerto de Huacho. El marino Cochrane captura en el Callao la fragata Esmeralda el 9 de noviembre dando un golpe mortal a la marina realista en el Pacífico.
El 2 de diciembre de 1820 el batallón realista Numancia se sublevó pasándose a los patriotas. El 29 de diciembre de 1820 encabezado por el marqués de Torre Tagle, Trujillo jura la independencia, siendo la primera ciudad peruana en hacerlo. El 4 de enero de 1821 se reunió el cabildo de Piura siguiendo el ejemplo de la intendencia de Trujillo. El 8 de enero de 1821 la columna de Alvarez de Arenales acabada su incursión en la sierra central se reincorpora a la Expedición Libertadora en la costa.
El Primer Pronunciamiento de Independencia del Perú ocurrió el 27 de diciembre de 1820, en la plaza de la Ciudad de Lambayeque, donde se congregaron bien armados los de la "Logia", y al que se habían plegado ya la compañía de los ejércitos de Numancia y los Milicianos. A las diez de la noche, se intimó rendición al Jefe del Escuadrón de "dragones" el Mayor Antonio Gutiérrez de la Fuente, haciéndole ver lo inútil que era oponer resistencia; y se le concedió retirarse con su cuerpo hacia la ciudad de Trujillo, lugar donde no llegó, pues, fue alcanzado en el camino por el patriota José Andrés Rázuri, que había salido de San Pedro y lo tomó como prisionero.
Logrado el éxito por los patriotas lambayecanos, se designó jefe del gobierno local al caudillo Juan Manuel Iturregui, quien fue el principal participe de esta patriótica hazaña. Colaboradores ardorosos en el pronunciamiento de Lambayeque, fueron: Melchor Sevilla, Dr. Mariano Quesada, Manuel Navarrete, Juan del C. Casós, Santiago y Rómulo Leguía, José María Roja, Pedro Haro, José María Lastres, Andrés Lastres, Ventura Muga, Domingo Pozo, N. Guerrero, N. Pando, Valentín Castro, José Joaquín Lecuona, Sebastián Fernández, Francisco Rivas, Leandro Larín, Julián Chirinos, José Orosco, Agustín Esteves, Manuel Rivas, José Manuel Cornejo, Gabriel de Heza, Manuel Ruvio, N. Blanco, Eugenio Matos, Pascual Saco, José del Carmen Saco, y muchos más cuyos nombres no se recuerdan.
El 29 de enero de 1821 los jefes españoles le dan un ultimátum al virrey Pezuela para que deje el mando que recae en el general José de la Serna. En marzo de 1821 se produce la incursión de Miller y Cochrane sobre los puertos de Tacna y Arica. El 5 de junio de 1821, el nuevo virrey del Perú anunció a los limeños que abandonaba Lima y ordenaba una fuerza de resistencia en la Fortaleza del Real Felipe del Callao. El ejército realista al mando del general Canterac deja Lima, rumbo a la sierra, el 25 de junio de 1821. Álvarez de Arenales fue enviado en misión de observar el repliegue de los realistas a la sierra sin empeñar su ejército en una batalla frontal por orden de San Martín. Dos días después entraba en Lima el grueso del ejército patriota.
Por temor al pillaje o represalias, se invitó a José de San Martín ingresar en la ciudad. En Lima, el general José de San Martín y Matorras, invitó al Cabildo a jurar la Independencia, que se dio el 15 de julio de 1821.
El Acta de la Independencia del Perú, fechada y ratificada el 15 de julio de 1821, es un documento histórico firmado por el Cabildo de la ciudad de Lima que se considera el primer sustento documentado del nacimiento de la nueva república del Perú.
Manuel Pérez de Tudela, letrado arequipeño, más tarde Ministro de Relaciones Exteriores, redactó el Acta de la Independencia del 15 de julio, que fue suscrita por las personas notables de la ciudad. El texto íntegro es el siguiente:
En la ciudad de Los Reyes, el quince de julio de mil ochocientos veintiuno. Reunidos en este Excmo. Ayuntamiento los señores que lo componen, con el Excmo. e Ilmo. Señor Arzobispo de esta santa Iglesia Metropolitana, prelados de los conventos religiosos, títulos de Castilla y varios vecinos de esta Capital, con el objeto de dar cumplimiento a lo prevenido en el oficio del Excmo. Señor General en jefe del Ejército Libertador del Perú, Don José de San Martín, el día de ayer, cuyo tenor se ha leído, he impuesto de su contenido reducido a que las personas de conocida probidad, luces y patriotismo que habita en esta Capital, expresen si la opinión general se halla decidida por la Independencia, cuyo voto le sirviese de norte al expresado Sr. General para proceder a la jura de ella. Todos los Srs. concurrentes, por sí y satisfechos, de la opinión de los habitantes de la Capital, dijeron: Que la voluntad general está decidida por la Independencia del Perú de la dominación Española y de cualquiera otra extrajera y que para que se proceda a la sanción por medio del correspondiente juramento, se conteste con copia certificada de esta acta al mismo Excmo.
Firmaron esta acta 339 ciudadanos. Entre otros, el conde de San Isidro (Alcalde), Bartolomé, (Arzobispo de Lima), Francisco de Zárate (Regidor), Simón Rávago, Francisco Vallés (Regidor), José Manuel Malo de Molina (Regidor), Pedro de la Puente, (Regidor), el conde de la Vega del Ren (Regidor), fray Gerónimo Cavero, Antonio Padilla (Síndico procurador general), José Mariano Aguirre, el conde de las Lagunas, Javier de Luna Pizarro, José de la Riva-Agüero, el marqués de Villafuerte, etc. Segundo Antonio Carrion, Juan de Echeverría y Ulloa (Regidor), etc.
En la primera página firmaron las personas mencionadas. Posteriormente la rubricaron 3,504 personas de diversos sectores sociales. La gran mayoría firmó por miedo a las tropas de ocupación. Otros, por ambición de recompensas y nombramientos. También hubo gente de elevado espíritu patriota. Se sabe de españoles y criollos que se escondieron para no firmar el Acta, temerosos de las represalias del Virrey cuando recuperase Lima. Al respecto, sobre la caída del gobierno español en el Perú, se escribe: Además, dos semanas después de la Declaración de la independencia cuarenta y tres de los sesenta y cuatro miembros del Consulado huyeron. Solo diecisiete de los miembros del Consulado firmaron la Declaración. También señala que muchas personas prominentes firmaron la Declaración de Independencia y posteriormente huyeron del país… Más aún, de los que firmaron la Declaración de Independencia, muchos retornaron al bando realista.
Acta de Independencia del Perú.
El 17 de julio es recibido en la ciudad de Lima el almirante Lord Cochrane. El sábado 28 de julio de 1821 en una ceremonia pública muy solemne, José de San Martín y Matorras, hace la proclamación de la Independencia del Perú. Primero lo hizo en la Plaza Mayor de Lima, después en la plazuela de La Merced y, luego, frente al Convento de los Descalzos. Según testigos de la época, a la Plaza Mayor asistieron más de 16.000 personas.
El libertador con una bandera peruana en la mano, exclamó:
"DESDE ESTE MOMENTO EL PERÚ ES LIBRE E INDEPENDIENTE POR LA VOLUNTAD GENERAL DE LOS PUEBLOS Y POR LA JUSTICIA DE SU CAUSA QUE DIOS DEFIENDE". VIVA LA PATRIA! VIVA LA LIBERTAD! VIVA LA INDEPENDENCIA"
José de San Martín, el 28 de julio de 1821
Sus palabras fueron recogidas y repetidas por la multitud que llenaba la plaza y las calles adyacentes, mientras repicaban todas las campanas y se hacían salvas de artillería entre aclamaciones como nunca se había oído en Lima.
El 27 de agosto de 1821 San Martín Decreta: En adelante no se denominaran los aborígenes, Indios o Naturales: ellos son hijos y ciudadanos del Perú, y con el nombre de peruanos deben ser reconocidos (La Gaceta Tomo 1 Nº 15).
El 28 de agosto de 1821 San Martín Decreta: Queda extinguido el servicio que los peruanos, conocidos antes con el nombre de indios ó naturales, hacían bajo la denominación de mitas, pongos, encomiendas, yanaconazgos, y toda otra clase de servidumbre personal; y nadie podrá forzarlos a que sirvan contra su voluntad. (La Gaceta Tomo 1 Nº 15). Con estos decretos se reivindicaba al indio.
San Martín estaba persuadido de la importancia de incluir esclavos peruanos en su ejército porque ya había experimentado el valor y la lealtad de los negros en la guerra para independizar a Chile. La mitad de los 5,500 hombres que llevó desde Argentina habían sido esclavos. En el Perú repitió su conscripción prometiéndoles la libertad, asunto que cumplió sin dilación luego de la Jura de la Independencia.
San Martín decretó la libertad de vientres para todos los hijos de esclavos nacidos después de la declaración de independencia. Pero además dio el decreto de libertad inmediata de todos los esclavos cuyos dueños salieran del Perú y de los que trabajasen por el ejército. Este documento fue publicado en La Gaceta del Gobierno de Lima:
Decreto
Uno de los deberes del gobierno es promover la libertad de los que han sufrido hasta hoy inhumanamente la usurpación de este derecho inadmisible, y no siendo justo que los españoles que regresan a la península, porque sus sentimientos son diametralmente opuestos á la felicidad de América, en cuyo caso se hallan también algunos desnaturalizados que han nacido en ella, dejen en la servidumbre á individuos que la han experimentado por tanto tiempo, con la probabilidad de empeorar su condición. Por tanto declaro lo que sigue:
1.- Todos los esclavos de ambos sexos que pertenezcan á españoles ó americanos que salgan para la península desde esta fecha, se declaran libres del dominio de sus amos.
2.- Los esclavos que estén en estado de tomar las armas desde la edad de 15 años, se presentarán al presidente del departamento, para que les dé un boleto de seguridad y los pase con las formalidades correspondientes al general en jefe, quien los destinará a los cuerpos del ejército.
3.- Las mujeres y los varones que no puedan llevar las armas se presentarán también al presidente del departamento para que les conceda el indicado boleto y les señale al mismo tiempo alguna ocupación útil, según su edad y sexo.
4.- Todas las enajenaciones que desde esa fecha inclusive se hicieren, se declaran nulas y de ningún valor.
Publíquese por bando y circúlese para que llegue la noticia a todos los interesados.
Dado en el Palacio Protectoral de día 17 de Noviembre de 1821. Firmado San Martín. Por orden de S.E. B. Monteagudo (La Gaceta Tomo 1 Nº 39).
San Martín se retira del Perú
El virrey José de la Serna, veterano de las campañas alto peruanas, traslada la capital del virreinato al Cuzco, y trata de auxiliar el Callao, y con dicho propósito envió a las fuerzas de Canterac, que arriban a las afueras de Lima el 10 de septiembre de 1821, y sin que las tropas patriotas detengan su avance, llegó hasta el Callao y se unió a las fuerzas sitiadas del general José de La Mar, en el Castillo del Callao o Fortaleza del Real Felipe. Luego de dar a conocer las órdenes del virrey y de avituallarse, regresó a la sierra el 16 de septiembre de ese año. El mando patriota que contaba con 7,000 efectivos y 3,000 montoneros, reaccionó tarde. Las tropas patriotas al mando del general Guillermo Miller persiguieron la retaguardia del ejército realista, produciéndose escaramuzas principalmente por la acción de los montoneros patriotas. Canterac y La Serna, lograron reunirse en Jauja el 1 de octubre de 1821. En abril de 1822 se produce la destrucción de un ejército patriota en la Batalla de Ica.
En el bando patriota, el almirante Lord Cochrane por indisposición contra San Martín, se retiró del Perú el 10 de mayo de 1822, siendo reemplazado por el vicealmirante Martín Guisse en el mando de la escuadra. El motivo del retiro de Lord Cochrane, fue que este almirante consideraba que "el protectorado que estaba ejerciendo San Martín carecía de decisión, se mostraba dubitativo y su contribución no era realmente apreciada ni aprovechada". Tras la Entrevista de Guayaquil José de San Martín terminaría retirándose del Perú el 22 de septiembre de 1822.
Simón Bolívar y la Corriente Libertadora del Norte
Tras la independencia del norte peruano y de Lima por José de San Martín, el virrey La Serna estableció su sede de gobierno en el Cuzco. Así, mientras la costa y el norte del Perú eran independientes, la sierra peruana y el Alto Perú seguían siendo realistas. La conclusión de la independencia del Perú vendría con la intervención de la Gran Colombia.
Luego de la batalla de Pichincha, la Gran Colombia había eliminado la mayoría de los contingentes realistas en su territorio y la amenaza mayor paso a ser el Perú, donde en la sierra se encontraba el último ejército realista superviviente y donde el gobierno del Protector José de San Martín había sentado las cimientos independizando Lima y el Norte Peruano. El Libertador Simón Bolívar había logrado aprovechar la poderosa base de la Gran Colombia que le permitiría cerrar el proceso emancipador en el Perú que luego del impulso que significo las campañas de San Martín en Chile, lucía estancado por los conflictos internos en que se sumergió el gobierno de la República del Perú, y más tarde por la inestabilidad del protectorado tras la retirada de San Martín. Simón Bolívar sabía que el último reducto realista se encontraba en el Perú y que, si quería asegurarse la independencia, no podía ignorarse a los realistas acantonados en el sur peruano y Alto Perú.
En la Entrevista de Guayaquil los dos libertadores trataron el tema de a quien correspondía la soberanía sobre la Provincia Libre de Guayaquil, pero más importante aun cual seria la solución para la independencia del Perú y cual seria el sistema político que se instalaría: uno monárquico constitucional como deseaba San Martín, o Republicano como lo quería Bolívar. Pero siempre ambos sistemas independientes de España. La entrevista se saldó favorablemente para los intereses de la Gran Colombia que ratificó su anexión de Guayaquil. Ante el retiro del Protector y las desafortunadas derrotas militares durante el gobierno del presidente Riva Agüero, el Congreso peruano decidió solicitar la intervención del libertador Simón Bolívar. Bolívar ya había enviado antes al general Antonio José de Sucre, quien mantuvo la autonomía de las agrupaciones militares de Colombia.
Tras acabar con la resistencia de los pastusos en la batalla de Ibarra, Bolívar se embarcó para el Perú y arribó a Lima el 10 de septiembre. Desarticulado el ejército realista por la rebelión de Olañeta en el Alto Perú, la campaña militar del año 1824 sería favorable para los patriotas.
Batalla de Junín.
El Ejército Unido Libertador del Perú triunfó en la Batalla de Junín a las órdenes del Libertador Simón Bolívar y en la Batalla de Ayacucho a las órdenes del general Antonio José de Sucre. La capitulación de Ayacucho puso fin al virreinato peruano y concluyó con el Sitio del Callao en enero de 1826, terminando el proceso de independencia del Perú.
La Capitulación de Ayacucho es el tratado firmado por el jefe de estado mayor José de Canterac y el General Antonio José de Sucre después de la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Sus condiciones fueron: La capitulación únicamente del ejército bajo su mando, la permanencia Realista en el Callao y el nacimiento de Perú a la vida independiente, con una deuda económica a los países que contribuyeron militarmente a su independencia.
Tras la batalla, el teniente general Canterac quedó sin fuerzas realistas disponibles a sus órdenes, sin posibilidad de replegarse a ningún sitio y con el virrey preso. Por ello, cuando a media tarde se presentó en el campamento un emisario del general La Mar con proposiciones de una honrosa capitulación, no tuvo ningún reparo en aceptar la rendición de todo el ejército español y la evacuación del territorio peruano.
A las cinco y media de la tarde el comandante Mediavilla, ayudante de campo del mariscal Valdés, se presentó en el campamento del general Sucre para proponer la capitulación. Tras él se presentaron los generales Canterac y Carratalá, acompañados por el general La Mar, quienes ajustaron con Sucre las condiciones del tratado, que se firmó a las 14:00 horas del día siguiente, 10 de diciembre. Sin embargo, aunque la capitulación se firmó en Huamanga entre Sucre y Canterac, al documento se le puso fecha del día 9, como si hubiese sido firmado inmediatamente después de la derrota en el mismo campo de batalla.
La Batalla de Ayacucho.
El número de soldados naturales de España que combatieron en Ayacucho ha sido acotado por los mismos testimonios posteriores a la contienda. En el año 1824 los europeos que combatieron en todo el virreinato ascendían a 1,500 según el brigadier García Camba, mientras que según el comisario regio Diego Cónsul Jove Lacomme el número total de europeos era de 1,200, y de los que solo 39 hombres formaban en la división del Alto Perú.
Para el 9 de diciembre, día en que se libro la batalla de Ayacucho, conforme a publicaciones, los europeos en el ejército del virrey aproximadamente eran 500 hombres según García Camba, mientras que Bulnes cita 900 "desde el virrey al último corneta", apoyándose en el diario del capitán Bernardo F. Escudero y Reguera, oficial del Estado Mayor de Valdés. Pero el testimonio del general Jerónimo Valdés le refuta corroborando la cifra de 500 hombres "de soldado a jefe".
Del número exacto de prisioneros realistas capturados tras la batalla de Ayacucho, 1,512 eran americanos, mientras que 751 eran españoles.
Manuscrito de la Capitulación de Ayacucho.
El texto de la capitulación tenía 18 artículos. Se referían a la entrega que los españoles hacían de todo el territorio del Bajo Perú hasta las márgenes del Desaguadero, con todos los almacenes militares, parques, fuertes, maestranzas, etc; al olvido de los rebeldes de todas las opiniones en favor del Rey; a la obligación de costear los rebeldes el viaje a todos los españoles que quisieran regresar a España; a la de permitir a todo buque de guerra o mercante español, por un periodo de seis meses, de repostar en los puertos peruanos y retirarse al Pacífico tras ese plazo; a la entrega de la plaza del Callao en un plazo de veinte días; a la libertad de todos los jefes y oficiales prisioneros en la batalla y en otras anteriores; al permiso para que los oficiales españoles pudieran seguir usando sus uniformes y espadas mientras permanecieran en el Perú; al suministro de algunas pagas atrasadas a las tropas realistas; y al reconocimiento de la deuda que el Perú tenía contraída con el gobierno español.
También se estipuló que todo español o soldado realista podía pasar al ejército peruano con el mismo empleo y cargo que tuviera en las filas realistas; y que cualquier duda en la interpretación del convenio se resolvería siempre a favor de los españoles.
La capitulación afectó al virrey La Serna, al teniente general Canterac, a los mariscales de campo Valdés, Carratalá, Monet y Villalobos, a los brigadieres Ferraz, Bediya, Pardo, Gil, Tur, García Camba, Landázuri, Atero, Cacho y Somocurcio; y a 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 oficiales y más de 2.000 soldados prisioneros. Solo quedaron el general Olañeta en el Alto Perú y el general Rodil en El Callao defendiendo la causa realista española en América del Sur.
Después de la batalla de Ayacucho, los derrotados regresaron a España. El 2 de enero de 1825 el virrey La Serna se embarcó rumbo a España en la fragata francesa Ernestina, junto con los mariscales Valdés, Villalobos, Maroto y otros. Días después el teniente general Canterac embarcó hacia España con Las Heras. Una vez llegados a España fueron acusados de traidores y cobardes. Fernando VII y sus consejeros no podían explicarse de la derrota, sino es achacando a estos infelices la responsabilidad de la catástrofe.
Aun cuando no fueron ellos los que determinaron la caída del imperio español en América, desde ese momento se conoce como "Ayacucho" a todo aquel cobarde que en el último momento no enfrenta con gallardía y valentía la batalla crucial.
La capitulación es llamada por el historiador español Juan Carlos Losada, como "la traición de Ayacucho" y en su libro "Batallas decisivas de la Historia de España" afirma que el resultado de la batalla fue pactado de antemano. El historiador señala al mariscal de campo Juan Antonio Monet como el encargado del acuerdo, afirma que este general se presentó en el campamento patriota a las 08:00 horas del 9 de diciembre; allí conversó con el general Córdoba, mientras sus oficiales confraternizaban con oficiales independentistas. Para el historiador fue el último intento de acordar la paz, que Monet no pudo aceptar pues le exigían reconocer la independencia. Losada afirma que Monet regresó al campamento español a las 10:30 horas para anunciar el comienzo de la batalla.
Losada escribe que la batalla fue una comedia urdida por los generales españoles; perdida toda esperanza de recibir refuerzos desde la Metrópoli, sin fe en una victoria sobre los rebeldes independentistas, imposibilitados para firmar la paz sin reconocer la independencia del virreinato, y defraudados por el fracaso de los liberales constitucionalistas en España y por el regreso del absolutismo, pues los generales y oficiales españoles del virrey La Serna no compartían la causa de Fernando VII, un monarca acusado de felón y tiránico, símbolo del absolutismo.
Los jefes españoles, de ideas liberales, y acusados de pertenecer a la masonería al igual que otros líderes militares independentistas, no siempre compartían las ideas del rey español Fernando VII.
Por esta razón el historiador Losada dice que los generales urdieron la comedia para regresar a España en calidad de vencidos en una batalla, no como traidores que se rindieron sin luchar. Por ello afirma que "los protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de silencio y, por tanto, sólo podemos especular, aunque con poco riesgo de equivocarnos". Una capitulación, sin batalla, se habría juzgado indudablemente como traición.
Por el contrario el comandante Andrés García Camba refiere en sus memorias que los oficiales españoles apodados más tarde "ayacuchos" fueron injustamente acusados a su llegada a España: "señores, con aquello se perdió masónicamente" se les dijo acusatoriamente, -"Aquello se perdió, mi general, como se pierden las batallas", respondieron los jefes españoles.
Las contradicciones de la independencia
Luego de la partida de San Martín el Congreso Constituyente asumió todo el poder y decidieron formar una Junta de Gobierno que dentro en funciones el 21 de setiembre de 1822, pero los fracasos militares contra los españoles dio pie al primer golpe militar de nuestra historia republicana, y así el 28 de febrero de 1823 se nombra Presidente de la República del Perú al Coronel José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, que a los pocos días fue ascendido a Mariscal. Este, dio una infame marcha atrás, derogo las disposiciones que daban libertad a los esclavos. Él, como hacendado, se dio cuenta que la producción agrícola había bajado, por el abandono de los esclavos, quienes, ya libres, no estuvieron dispuestos a trabajar gratuitamente ni vivir en condiciones miserables. Los hacendados tampoco intentaron atraer a los emancipados, ofreciéndoles un mejor trato o un jornal aceptable. Mejor y más barato resultaba regresarlos a la esclavitud, y eso es lo que consiguió eficazmente el Gran Mariscal José de la Riva-Agüero.
Todos los esclavos fueron empadronados para servir en el ejército previo sorteo y nomina presentado por sus propietarios, y el valor correspondiente por cada esclavo. El esclavo luego de 6 años de servicio podía obtener su libertad, así lo indica el Decreto del 11 de febrero de 1823 dado por la Junta de Gobierno (La Gaceta Tomo 4 Nº 13). Pero Riva agüero suspendió el sorteo y devolvió a los esclavos a trabajar en las haciendas para evitar la ruina de sus propietarios y producir grandes males en la agricultura con el Decreto Nº 34 (La Gaceta Tomo 4 Nº 18).
El retorno a la esclavitud puso en una situación irónica y triste a los soldados negros libertos que se encontraban en el ejército patriota: habían entrado libres, y salían nuevamente esclavos. Bolívar decretó, que podían obtener libertad los esclavos que se hubieran "distinguido por su valor en el campo", que hubieran quedado inválidos o que hubieran permanecido un largo tiempo en las filas. El número de héroes negros premiados por el Libertador Bolívar fue muy reducido, por la brevedad de la campaña. A los esclavos se les negó la libertad obligándoles a regresar con sus amos, se impuso fuertes penas a los peruanos que ocultasen a esclavos. Los negros lisiados en la guerra no fueron acogidos ni por caridad por sus antiguos amos y tuvieron que dedicarse a mendigar por calles y plazas. En resumen, Bolívar los retornó a una legislación esclavista pura y dura.
Es importante destacar que el terror que desató Bolívar en el Perú como dictador aconteció en sólo 21 meses. Esto es: desde la batalla de Ayacucho hasta la partida del Libertador. Irónicamente, estos primeros 21 meses en vez de tener independencia tuvimos represión.
Bolivar, expatrió a su opositor, Luna Pizarro, junto a otros congresistas que se opusieron a sus designios antidemocráticos y anti peruanos. También ordenó el fusilamiento de soldados o jefes que protestasen por las condiciones en que vivía el ejército peruano después de la batalla de Ayacucho. Por sospechas infundadas encarceló al almirante Guisse, jefe de la Armada y elemento indiscutible del éxito de la campaña por la Independencia. Se deshizo del general argentino Necochea, vencedor de Junín, quien al salir del país devolvió las condecoraciones otorgadas diciendo: "del Perú solo quiero llevarme las heridas". También encarceló o fusiló a los guerrilleros que lo ayudaron en las campañas de la sierra. En resumen, aterrorizó a los peruanos que se opusieron a su proyecto de Presidencia Vitalicia.
En Huancayo los espías de Bolívar sospecharon de un posible alzamiento de algunos escuadrones del famoso regimiento Húsares de Junín. El gobierno ordenó que esos escuadrones fuesen trasladados a Lima, decisión que fue rechazada por la tropa quien se rebeló contra sus jefes y huyó en dirección de Ayacucho, donde se encontraba el grueso del regimiento. Las fuerzas del gobierno, previamente avisadas, sorprendieron a los rebeldes y abatieron a buena parte de ellos en Quehuavilca. Esto no disminuyó la tensión en la región, por lo que Bolívar se vio obligado a enviar al presidente del Consejo de Gobierno con la división Sandes que vino desde Arequipa. Santa Cruz logró "pacificar" la región fusilando a los prisioneros. Los Húsares de Junín no fueron la única unidad reprimida. En Lima, los espías de Bolívar denunciaron una conspiración que presuntamente se preparaba en el cuartel de los Dragones del Perú. Decían que los amotinados se iban apoderar del cuartel y que eran muchos, y entre ellos había mujeres. A la cabeza del supuesto alzamiento estaría el teniente coronel Boceta. Aparentemente los conspiradores se enteraron de las órdenes de prisión y huyeron. Para no quedarse con las manos vacías, los represores tomaron presos a "tres individuos sin nombre", y por supuesto los ejecutaron. Otros escuadrones de los Dragones del Perú acantonados en Camaná también se levantaron, y fueron perseguidos y fusilados. El temor a insurrecciones llevó al gobierno a una caza de brujas. Los sospechosos o eran eliminados o deportados o, en el mejor de los casos, removidos de sus puestos para ser reemplazados por incondicionales. Eso sucedió en el batallón Callao, donde sin motivo alguno se ordenó la deposición de su jefe, el coronel Prieto, para ser reemplazado por el coronel Llerena. La orden fue recibida con gran contrariedad por oficiales y tropa. Uno de los que más protestó fue el teniente Manuel Aristizábal, quien fue inmediatamente denunciado ante el general colombiano Lara por un espía, el capitán Andrés Vargas, que originó el apresamiento del teniente y de otras personas que habían comentado negativamente la orden, como el capitán Landeo y otros. A Aristizábal se le condenó a ser fusilado públicamente, a los otros al presidio.
Por temor que el Perú fuese más fuerte que Colombia, separó el Alto Perú con el Bajo Perú, y así dio nacimiento a la República Bolívar, primer nombre de Bolivia.
El aislamiento en el ande era un elemento nuevo para los bolivianos. Durante la
Colonia, el Alto Perú usó libremente los puertos del virreinato peruano para exportar minerales. Cuando el Alto Perú fue transferido a Buenos Aires, el nuevo virreinato promovió el tráfico por sus puertos a pesar de la mayor distancia a cubrir desde Oruro o Potosí, en plenos Andes, hasta llegar al Río de La Plata, sin embargo el escaso volumen de tráfico con el nuevo virreinato no afectó seriamente sus relaciones comerciales con el Perú. Ahora, con la nueva república, el comercio exterior de Bolivia iba a estar sujeto a revisiones y pagos aduaneros y, eventualmente, a la interrupción de las operaciones cuando el Perú o Argentina creyesen conveniente. Para evitar eso, Sucre y Bolívar estuvieron decididos a darle una eficaz salida al mar, aprovechando la indolencia del Congreso del Perú y el sometimiento de su Consejo de Gobierno.
El 15 de noviembre de 1826 Ortiz de Zevallos firmó un tratado por el cual el Perú cedía a Bolivia los territorios de Tacna, Arica y Tarapacá. A cambio, Bolivia se comprometía a pagar 5 millones de pesos de la deuda externa del Perú, y ceder unos territorios despoblados y selváticos de la provincia de Apolobamba. Cuando la noticia llegó a Lima el Consejo de Gobierno tambaleaba en ausencia de Bolívar y la oposición se hacía más vociferante, esta nueva situación hizo que el Consejo de Gobierno alegara que Ortiz de Zevallos no tenía órdenes escritas para haber llegado a tal acuerdo, y que por lo tanto el gobierno del Perú no lo ratificaría.
Sin embargo, el comunicado preparado por Pando el 18 de diciembre especifica que si se resolviese el pago por parte de Bolivia: "no estaríamos lejos de ceder los puertos y territorios de Arica e Iquique para que fuesen unidos al Departamento de La Paz, dando el movimiento y la vida en aquellas obstruidas provincias".
Puesta en duda su labor, Ortiz de Zevallos replicó desde Bolivia, que el mismo Libertador le había dado instrucciones verbales para llevar acabo esos tratados, y que "S.E el Presidente del Consejo Gobierno [el general Santa Cruz] es un testigo de esto, como que entonces se halló presente". Pero sucede que en las dictaduras, los subordinados no se atreven a pedir, que las órdenes de riesgo sean dadas por escrito. Felizmente para el Perú, la caída del gobierno dejado por Bolívar acabó con las aspiraciones de Bolivia. El nuevo presidente del Perú, el general La Mar, puso término al entreguismo, y el tratado con Bolivia fue formalmente rechazado.
Pero el esfuerzo de Bolívar por desmembrar el Perú se dio en repetidas ocasiones, así el escritor Herbert Morote en forma didáctica hizo un mapa con esas pretensiones en su libro "Bolívar, Libertador y Enemigo Nº 1 del Perú".
1. Separación de Guayaquil 1822.
2. Pretensión de anexar Jaén y Maynas a Colombia.
3. Separación del Alto Perú 1825.
4. Pretensión de ceder la costa sur del Perú a Bolivia.
5. La intención de dividir en dos lo que quedaba del Perú. El nuevo estado del sur estaría compuesto por Arequipa, Cuzco y Puno con su capital Arequipa.
Si los pueblos supieran lo fácil que se disuelve todo aparato de represión que crean las tiranías y como se evaporan lo que parecen pétreas estructuras de Estado, anticiparían derrocar al dictador. Luego de la caída o muertes de los dictadores, desaparecen casi por arte de magia todas las estructuras políticas y policiales que crearon. Asi, la elección fraudulenta de Simón Bolívar como Presidente Vitalicio del Perú y su respectiva Constitución, duró apenas 48 días, debido a la presión de peruanos y a los amotinados del ejército colombiano que se levantaran en armas contra Bolívar.
Tratado de Paz y Amistad
El 4 de diciembre de 1836 el parlamento español autoriza a sus gobiernos para que, no obstante los artículos de la Constitución promulgada en Cádiz en el año de 1812, pueda concluir tratados de paz y amistad con todos los nuevos estados de la América española, sobre la base del reconocimiento de su independencia, y renuncia de todo derecho territorial ó de soberanía. Debido a distintos desencuentros España firma el tratado con el Perú el 14 de agosto de 1879 mediante la firma en París del Tratado de Paz y Amistad España-Perú, por parte de España lo hace el Marqués de Molíns y Mariano Roca de Togores, y por el Perú, Juan Mariano de Goyeneche y Gamio, Conde de Guaqui. España envía como su primer embajador en Lima a Emilio de Ojeda.
Como se podrá percibir las gestas libertarias previas y la independencia del Perú son actos de una misma decisión: "La búsqueda de la Libertad" y más allá de cual sea la motivación, en el Perú se sello la independencia de América latina del yugo español.
Anexo
FIRMANTES DEL ACTA DE INDEPENDENCIA DEL 15 DE JULIO DE 1821
1. El Conde de San Isidro (Alcalde)
2. Bartolomé de las Heras (Arzobispo de Lima)
3. Francisco de Zárate (Regidor),
4. Simón Rávago,
5. Francisco Vallés (Regidor)
6. Pedro de la Puente (Regidor),
7. Francisco Javier de Echágüe,
8. Manuel de Arias,
9. El Conde de la Vega del Ren (Regidor)
10. Fray Gerónimo Cavero,
11. José Ignacio Palacios,
12. Antonio Padilla (Síndico procurador general);
13. José Mariano Aguirre,
14. El Conde de las Lagunas,
15. Francisco Concha,
16. Toribio Rodríguez,
17. Javier de Luna Pizarro,
18. José de la Riva-Agüero.
19. Andrés Salazar,
20. Francisco Salazar,
21. José de Arriz,
22. El Marques de Villafuerte,
23. Segundo Antonio Carrion,
24. Juan de Echeverría y Ulloa (Regidor),
25. Juan Manuel Manzano,
26. El Marques de Casa Dávila,
27. Nicolás de Aranivar,
28.Tomás de Méndez y la Chica,
29. Francisco Valdivieso,
30. Fray Anselmo Tejero,
31. Manuel Godoy,
32. Pedro de los Rios,
33. Manuel Urquijo,
34. Pedro Manuel Bazo,
35. Francisco José Colmenares,
36. Jorge de Benavente,
37. Manuel Agustín de la Torre,
38. Juan Esteban Henriquez de Saldaña,
39. Tomás de Vallejo,
40. José Zagal,
41. Fray Tomás Silva,
42. Antonio Camilo Vergara,
43. Cecilio Tágle,
44. Miguel Tenorio,
45. Manuel de la Fuente Chavez,
46. Fray Juan de Dios Salas,
47. Manuel del Valle y García (Regidor),
48. Vicente Benito de la Riva,
49. Tomás Ortíz de Zevallos,
50. Fray Pedro de Pasos,
51. Manuel Saenz de Tejada (Regidor),
52. Manuel de Landázuri,
53. Justo Figuerola,
54. Miguel Tafur,
55. El Marques de Monte Alegre,
56. Juan Panizo y Foronda
57. Tomás Panizo y Talamantes,
58. Manuel Ignacio García,
59. Martin José Pérez de Cortiguera,
60. Diego Noriega,
61. Pedro Urquizu,
62. Juan Gualberto Menacho,
63. Ignacio Ortiz de Zevallos,
64. Manuel Cayetano Semino y Larrea,
65. José Cirilo Cornejo,
66. José Mariano Román,
67. Pablo Condorena,
68. Juan Raymundez,
69. Antonio Boza,
70. Manuel Telleria,
71. Manuel de la Fuente y Murga,
72. Gaspar Gandarilla,
73. José Maria Falcon,
74. Juan Savedra,
75. Manuel Negreyros y Loyola,
76. Juan Francisco Puelles,
77. Eugenio de la Casa,
78. Tomás José Morales,
79. Pedro de Tramarria,
80. Agustín Larrea,
81. Fernandez de Urquiaga,
82. Hipólito Unánue,
83. Marcelino de Barrios,
84. José dé la Puente,
85. José Perfecto de Telleria,
86. José Zúñiga,
87. José Francia,
88. Manuel Concha,
89. Manuel Diaz,
90.Juan Bautista Ramírez,
91. Manuel Antonio Colmenares,
92. Luis Antonio Naranjo,
93. Tomás Cornejo,
94. Manuel Ayllon,
95. Mateo de Pró,
96. Lorenzo Zarate,
97. Pedro Manuel Escobar,
98. Juan Salazar,
99. José Martin de Toledo,
100. Mariano Pord,
101. José Manuel Dávalos,
102 Francisco Herrera,
103. Antonio de Salas,
104. Manuel de Arias,
105. Juan Cosío,
106. Felipe Llanos,
107. Lorenzo del Rio,
108. Ángel Tomás de Alfaro,
109. Manuel Mancilla,
110. Mariano González
111. Fermín Moreno,
112. José Francisco Garay,
113. Esteban Salmón,
114. Manuel Suarez,
115. José Alonzo Montejo,
116. José Manuel de Villaverde,
117. José Bonifacio Vargas y Sumarán,
118. Simón Vasquez,
119. Miguel Riofrio,
120. Miguel Gaspar de la Puente,
121. El Conde de Torreblanca,
122. Jacinto de la Cruz,
123. José Vidal,
124. Francisco Renovales,
125. Francisco Moreyra y Matute,
126. Tomás de la Casa y Piedra,
127. Mariano Tramarria,
128. Mariano José de Arce,
129. Manuel Ferreyros,
130. Manuel Víllarán,
131. El Conde de Vistaflorida,
132. Manuel Concha,
133. Miguel Antonio de Vertís,
134. Francisco Antonio del Carpió,
135. Mariano de Sarria,
136. Pedro Fano,
137. José Crisanto Ferreyros,
138. Manuel Duran,
139. Pedro Loyola,
140. Francisco Javier Mariátegui,
141. José Antonio de Ugarte,
142. Antonio de Bedoya,
143. Santiago Campos,
144. José Pezet,
145. Manuel Travi y Tazo,
146. José Ugarte,
147. José Coronilla,
148. Pedro Abadía,
149. Pedro Olaechea,
150. José Terán,
151. Pedro José de Méndez,
152. Juan de Ezeta,
153. Manuel García Plata y Urbaneja,
154. Justo Zumaeta,
155. Pedro Echegaray,
156. Valentín Ramírez,
157. José Antonio Henríquez,
158. Manuel Tudela,
159. José Cavero,
160. Eusebio González,
161. Isidro Castañeda,
162. Domingo Velarde,
163. Marcelo de la Clara,
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