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Cultura Medieval

Enviado por gallegofranco


    Los Campesinos y el Miedo

    1. Miedo a uno mismo
    2. Miedo a lo otro
    3. Fenómenos naturales, animales
    4. Superstición, Magia y Maleficio
    5. Peste
    6. Miedo a los otros
    7. Curadores y parteras
    8. El hereje, el vecino, la inquisición: Dios
    9. Extranjeros y guerreros itinerantes
    10. Hambre
    11. Señores
    12. Consideraciones finales
    13. Bibliografía

     

     

    Animó la elaboración de este trabajo un interés no sólo por "cuestiones interesantes" o por explicar una "yoidad determinada" (el término es de Heidegger), sino por acercarse a un pasado para intentar aclarar el presente. Y más aún, por observar, a lo largo de la búsqueda las incompatibilidades entre una historia heredada (aquella que pertenece a la serie de conocimientos –o prejuicios- sobre algo y que comúnmente juzgamos cierta) y una historia real (pretencioso término, pero en todo caso índice de la diferencia con la anterior) de la Edad Media. No es fútil el trayecto, mucho menos la comparación y superación de ese conocimiento heredado donde vemos el tiempo medieval como la cuna de males terribles. La puesta en evidencia de los juicios ominosos hacia el Medioevo dice ya mucho de nosotros: "…el modo como una época (la actualidad de cada momento) ve y aborda el pasado (el propio existir pasado o cualquier otro), lo guarda o renuncia a él, es la señal de cómo se relaciona el presente consigo mismo, de cómo en cuanto existir, en cuanto estar-aquí está en su <aquí>".

    Podrá preguntarse, ¿por qué, entonces, no hacer una historia del miedo en las ciudades, tratándose en todo caso de un estudio realizado por alguien que vive en la ciudad? A lo cual responderé: la elección por el campesinado obedece a una curiosidad hacia un grupo del que poco se conoce en el medioevo y al que, en la época contemporánea, más solapadamente se juzga. Obedece, también, a una curiosidad por aquello que podemos llamar el terreno de Los Otros. El camino señalará, no obstante, cómo muchos de los miedos contemporáneos, citadinos, corresponden en buena medida a los miedos medievales, rurales. Se plantea así una reconciliación frente a la escisión tradicional entre urbano y rural.

    Como advertencia importante ha de señalarse el marco temporal donde se inscribe este trabajo: los siglos XI al XVI en Europa.

    Los textos que hablan del campesino medieval señalan por lo general dónde se ubicaron los grupos humanos, qué cultivaron, cómo lo hicieron (intentándose describir las técnicas empleadas para ello). Algunos dan cuenta de las relaciones formales entre señores y campesinos. Se responde a interrogantes del tipo ¿Quiénes fueron? ¿Dónde estaban? ¿Qué hacían? ¿Cuál era su relación con los estratos superiores? Pero pocas veces se intenta descifrar sus comportamientos, los móviles de sus actos, sus motivaciones y convicciones más profundas.

    Del mismo modo, tomamos como fuente los estudios contemporáneos sobre el medioevo: la distancia nos obliga entonces, por obvias razones, a desconocer las fuentes primarias y a sacar nuestras propias conclusiones.

    De esta forma se configura lo que en principio comporta una dificultad metodológica para rastrear el miedo en la época. Dificultad por varias razones:

    1. El discurso de la historia es elaborado por aquellos que ostentan el poder. Los campesinos no hacen parte de ellos. De manera que la visión en torno suyo gravita alrededor del oficialismo que los ve casi siempre con desdén. "… todos los documentos escritos de que disponen los historiadores para conocer esta época proceden de archivos eclesiásticos; (…) en consecuencia, ponen de relieve de un modo especial algunos fenómenos descritos, por lo que se corre el riesgo de exagerar su alcance". Así, el estudio histórico se ve deformado de alguna forma al atenerse casi exclusivamente a los textos oficiales.
    2. Cuando señalamos en un principio que el tema a tratar será el "miedo en los campesinos medievales" corremos el riesgo de meter en un mismo costal grupos que en su interior pueden ser heterogéneos. Si bien pregunta y señala Reyna Pastor en el prólogo a Hombres y Estructuras Medievales de Duby que "¿existen mentalidades <colectivas>? El término <colectivo>, ¿no habría que pensarlo en función de una clase social, aun de un estamento y no de una sociedad entera?", todavía tendríamos que pensar si aún en la división más pequeña no se corre el riesgo de homogeneizar: ¿Cobijan a propietarios campesinos, guardas, recaudadores, guardabosques de origen servil y molineros, los mismos prejuicios, concepciones y temores? ¿el afán moderno de homogeneizar no está implícito en ese modo de agrupar los hombres del pasado e imponerles pensamientos sobre el mundo? Al respecto podemos decir: las limitaciones de este trabajo han sido descritas con antelación, sólo nos resta atenernos a un estudio detallado de los textos optando por la comparación de los mismos para intentar acercarnos a lo cierto.
    3. Ante la falta de textos donde el tema del miedo sea tratado directamente, nuestro rastreo se ve muchas veces precisado a sacar conclusiones de descripciones económicas o sociales que, si bien son azarosas, necesariamente no implican un temor constante de la población. Así, podemos sacar conclusiones en campo infértil, juzgando e imponiendo nuestras propias sensaciones al pasado. "El esfuerzo más difícil pero más necesario que debe realizar el que quiere comprender el pasado de las sociedades es el de liberarse de las presiones de las actitudes mentales que lo dominan a él. (…). Es arduo no trasladar a la observación de las mentalidades antiguas el reflejo de las de nuestro tiempo".
    4. Sumado a todo lo anterior, tenemos ese problemita que conforma el trabajo de Heers, quien siembra ya la duda sobre lo que dicen los historiadores contemporáneos sobre el medioevo, advirtiendo la precocidad y falta de rigor en sus investigaciones y dando una imagen renovada de la época. Dice Heers que "la idea de un mundo campesino reducido a una condición universal miserable no corresponde a la evolución económica de nuestro pasado medieval. Se nos presenta a rústicos cultivando tierras que no les pertenecen, duramente explotados, sometidos a vejaciones constantes e insoportables, y empujados a buscar refugio en las ciudades para mendigar o vivir de pequeños oficios…". Esa imagen corresponde a lo que llamábamos en un principio la historia heredada. Habrá que demostrar hasta qué punto corresponde o no a la realidad.

     

    Franqueados los obstáculos iniciales y hechas las salvedades del caso, el tema del miedo: como decía Agustín del tiempo, si no me preguntan qué es, lo sé, si me lo preguntan, no lo sé. ¿Son lo mismo angustia, miedo, temor, cobardía? ¿Podemos responder esas inquietudes sin tener que recurrir al Psicoanálisis?

    A efectos prácticos, la delimitación propuesta por Delumeau: "El término <miedo> toma (…) un sentido menos riguroso y más amplio que en las experiencias individuales, y este singular colectivo abarca una gama de emociones que van del temor y de la aprensión a los terrores más vivos. El miedo es, en este caso, el hábito que se tiene, en un grupo humano, de tener a tal o a cual amenaza (real o imaginaria)".

    Un sentimiento, pues, común a todos los hombres. Común a todos los pueblos. Experimentado en mayor o menor grado, pero siempre necesario por al menos dos razones: 1. Señala un peligro 2. Tiende a conservar las poblaciones de ese peligro al ponerlo de manifiesto.

    Ahora bien, la historia heredada ha señalado por lo general al campesino medieval como un hombre cobarde, encerrado en su aldea, temeroso de todos los peligros del Mundo, en especial Dios (punto sobre el que luego profundizaré). En el ámbito feudal se le acusa constantemente de cobarde mientras en el burgués se le acusa de ladrón. Tanto la novela como el teatro han subrayado la valentía –individual- de los nobles, y el miedo –colectivo- de los pobres campesinos. No es fortuito que el señalamiento haya siempre llegado desde arriba y sin avisar: señalar la cobardía de los otros exime la propia, acusar al otro de ladrón anticipa la declaración de honestidad inherente a quien acusa.

    Lo importante, creo, es advertir cómo más allá de un posible temor del pueblo –recordémoslo, todos somos en alguna medida miedosos por naturaleza– se generan a la vez mecanismos determinados para combatir ese temor. Así, la imagen inicial cambia: no se trata ya del campesino encerrado en su aldea, escondido bajo su cama, sino un hombre, si bien temeroso, lo suficientemente valiente y astuto para enfrentar el peligro.

    "…el campesino europeo, más allá de los distintos niveles de civilización de una u otra región y del condicionamiento efectivo y generalizado que las propias condiciones de vida, la carencia alimenticia, la monotonía del trabajo, la lucha cotidiana por la existencia, los grandes flagelos de la carestía y de las epidemias, los peligros de la guerra, determinaban en su capacidad de sentir y de pensar, no era en modo alguno un bruto desprovisto de ideales y de aspiraciones".

    A continuación, una inspección a los miedos que aquejaron al campesino medieval. La división propuesta es mía: en términos amplios se puede hablar del miedo a uno mismo, el miedo a lo otro y el miedo a los otros. Como se verá, muchos miedos particulares de cada división remiten a unos que figuran en otra: lo que se intenta simplemente es esbozar un simple cuadro de trabajo.

     

     

    MIEDO A UNO MISMO

    Del grupo de los miedos es el que menos conocemos. A él hay pocas referencias: las órdenes eclesiásticas recomiendan en un principio temer a Dios. Así lo hace Agustín al hablar del temor necesario para la correcta interpretación de los pasajes oscuros de la Biblia.

    No obstante, parece haber un vínculo entre diablo y temor a uno mismo. En el proceso al que fue sometido Menochio, molinero acusado de herejía, se consignaba una declaración suya que rezaba: "… ha sido el espíritu maligno el que me hacía creer aquellas cosas y asimismo me incitaba a decirlas a otros". Durante el proceso se trataba casi indistintamente y de manera correlativa el poder del diablo y el de la propia cabeza, ligando así los pensamientos "insertados" desde afuera y aquellos concebidos desde adentro, "de ahí la necesidad de cierto miedo a uno mismo".

    ¿Cuál es la forma en que se manifiesta el demonio, el espíritu maligno? Por medio de la tentación, y ¿cómo aparece la tentación? En el interior de los hombres. Menochio decía que sus declaraciones eran "<opiniones… sacadas de mi cerebro>". Luego afirmaba que el espíritu maligno había obrado en él.

    Las acusaciones de locura al concebir ciertas abominaciones sólo aparecerán después: lo que desea la Inquisición en el momento es juzgar, y la locura no es una excusa para librarse del Santo Oficio.

    Cuando Menochio fue condenado, en la sentencia de la Santa Inquisición aparecían frases singulares: "Persististe con ánimo obstinado", "con diabólica intención afirmaste", "con tu juicio sacrílego, ofendiste", "concebiste ese asqueroso pensamiento". Correlatividad: uno mismo, diablo. Aquél que concibe distintos pensamientos constantemente puede dejarse tentar por el demonio: de ahí la necesidad de ocuparse en un oficio, y de allí se deriva también el por qué es el temor a uno mismo tema tan poco frecuente entre los campesinos: ocupaban su tiempo en gran medida trabajando.

    Además, y como paradoja: temer a uno mismo es temer al diablo, y, en todo caso, ¿no debe temerse siempre Dios? (así lo recomienda la iglesia). El temor a uno mismo debe estar siempre patente, pero nunca superará al temor a Dios.

    En este campo nos movemos entre lo que ordena el poder. No sabemos con certeza hasta qué punto los campesinos efectivamente temían a sí y no hay texto donde podamos sacar conclusiones consistentes al respecto.

     

     

    MIEDO A LO OTRO

    A lo otro pertenece aquello que dista del universo habitual o que amenaza con destruirlo. Se teme no sólo a lo desconocido –miedo metafísico por llamarlo de algún modo- sino a lo que, conocido, comporta un grave peligro.

    Pero de esa aclaración inicial a la afirmación de que el campesino teme absolutamente a todo hay un solo paso. Cabe recordar a Heers: "Los hombres del campo aceptaban la aventura en gran número de ocasiones. Las grandes migraciones, los desplazamientos de comunidades, las cruzadas, las roturaciones de tierras lejanas y la repoblación de las zonas recuperadas a los musulmanes… son fenómenos perfectamente situados y analizados que ilustran esa capacidad, o en algunos casos esa propensión a la movilidad, e incluso ese gusto por lo desconocido".

    Si bien hemos heredado de la tradición la idea de que el campesino medieval teme, por sobre todas las cosas (tal como lo recuerdan los mandamientos) a Dios, su omisión en este apartado causará alguna curiosidad. No respondamos a ella por ahora; más adelante intentaremos aclarar por qué no es el temor a Dios el que rige todos los comportamientos rurales en el medioevo.

     

    FENÓMENOS NATURALES, ANIMALES

    La naturaleza podía comportar un peligro para el campesino por no estar ella supeditada a su voluntad. Si no miedo, al menos sí un profundo respeto "porque la naturaleza no obedece a leyes, porque todo está animado en ella, es susceptible de voliciones inesperadas y sobre todo de inquietantes manipulaciones por parte de aquellos y aquellas que están vinculadas a los seres misteriosos que dominan el espacio sublunar y por eso son capaces de provocar locura, enfermedad y tempestades".

    Según señala Delumeau las olas daban miedo no sólo a los campesinos sino a todas aquellas personas que vivían alejadas del mar. ¿Por qué? Porque las olas y el mar en general están ligadas a la incertidumbre: incertidumbre de qué vendrá, de lo desconocido, del más allá (habría que precisar, en ese sentido, que es un miedo ligado por lo general a la Europa continental).

    En cuanto a los animales, "el lobo era particularmente temido (…), era la señal evidente de un gran peligro y, en más de un caso, del pánico. En el plano de las representaciones conscientes era el animal sanguinario enemigo de los hombres y de los rebaños, compañero del hambre y de la ceguera. Por eso había que organizar constantemente batidas colectivas para cazarlo".

    Importante señalar aquí que un miedo como éste no hacía distingos de clase. Se organizaban batidas donde participaban curas, nobles y campesinos, cuyo fin era dar caza a estos animales amenazantes.

    ¿En qué ambiente se agudizaban estos miedos? En la noche. Se veía la noche como cómplice de los peligros y las amenazas. Inicialmente se dio, entonces, un miedo en la noche. Curioso es que la tradición posterior haya transformado este miedo en la noche a un miedo a la noche. La tradición parece, a veces, no sólo no desmontar miedos pretéritos sino sumarle otros a los ya existentes.

    En todo caso los campesinos no se escondieron en sus aldeas durante la noche para evitar los peligros. "En las campiñas se solían organizar un poco por todas partes veladas que han durado hasta los umbrales de nuestra época. Las ceremonias de Navidad y las hogueras se San Juan, las <noches> de los campesinos bretones, las algarabías que señalaban las noches de bodas, las cencerradas, las reuniones de peregrinos venidos de muy lejos: todas estas manifestaciones colectivas constituían otros tantos exorcismos de los terrores de la noche".

    A la par con el miedo apareció la manifestación de un deseo por vencerlo, y más, un movimiento de un colectivo: batidas contra los lobos, fiestas en la noche: en fin, el miedo fue una forma de mover los colectivos.

     

    SUPERSTICIÓN, MAGIA Y MALEFICIO

    Nos ocupamos, no lo olvidemos, de los siglos XI a XVI. De siglos anteriores poseemos todavía menos información lo que facilita ciertas especulaciones que ven el campesinado como un conjunto todavía más supersticioso. Dice Duby: "de arriba debajo de la sociedad y hasta en sus más oscuras profundidades, las creencias, el temor a lo invisible, el interés en burlar las trampas insidiosas hendidas en todas partes por las potencias sobrenaturales, levantaban barreras, obligaban a realizar actos de consagración y sacrificios cuya influencia en los movimientos de la economía sería peligroso desconocer". ¿Qué podemos replicar a un juicio como éste? Sobre todo, ¿es posible desmentirlo sin tener acceso a las fuentes primarias?

    Lo que sí podemos asegurar por la evidencia recogida en el libro de Delameu (y que puede rastrearse en los pies de página), es que la última Edad Media conoció cierto temor constante por los maleficios al punto de cambiar algunas costumbres para combatirlos.

    "El brujo o la bruja podían, según creían, volver a unos esposos impotentes o estériles –frecuentemente se confundían las dos enfermedades– anudando un cordón durante la ceremonia del matrimonio, pronunciando al mismo tiempo fórmulas mágicas y a veces arrojando una moneda por detrás del hombro".

    A tal punto llegó el temor por este tipo de prácticas que los matrimonios se realizaron en lo sucesivo durante las noches. Luego se planteó como alternativa realizar el matrimonio en aldeas vecinas.

    Junto a ello, nació a su vez una preceptiva que tenía como objetivo derrocar los maleficios: se recomendaba orinar en el agujero de la iglesia donde se realizó el matrimonio, decir oraciones en la mañana dando la espalda al sol y poner monedas marcadas en los zapatos. ¿Campesinos trabajando, orando y escondiéndose por temor?

     

    PESTE

    "Funestamente arraigada, implacablemente recurrente, la peste, debido a sus repetidas reapariciones, no podía dejar de crear en las poblaciones <un estado de ansiedad y de miedo>". Sabemos muy bien que fue uno de los tres males medievales junto al hambre y la guerra, y sabemos que no sólo atemorizó a la gente que vivía en las ciudades sino que los campesinos mismos sufrieron por su causa, aún más con la indisoluble relación entre pobreza, peste y carestía.

    En Francia atacó, entre 1347 y 1536, al menos 24 veces. En Londres atacó en 1603, 1625 y 1665. En Milán y Venecia, en 1570 y 1630. En España, en 1596-1602, 1648-1652 y 1677-1685. Es tan grande el miedo que se le profesa, que sólo es nombrada cuando es evidente su magnitud.

    La peste fue pues un miedo constante que derivó, como se verá más adelante, en aversión hacia los extranjeros y en general hacia los otros. Además, "el desarrollo de las enfermedades (…) era favorecido, según todas las evidencias, por carencias alimenticias (…). El pueblo aparece bajo la amenaza constante del hambre. La malnutrición crónica se agrava de tanto en tanto y determina mortandades catastróficas, como la del <flagelo de penitencia> que desoló toda Europa durante tres años en los alrededores de 1033". Se configura así no sólo uno de los aspectos temidos sino una parte de la realidad campesina y medieval.

     

     

    MIEDO A LOS OTROS

    Creo que llego al punto capital de este trabajo por cuanto representa el miedo más común, el más persistente e interesante de cuantos se presentan a lo largo de la historia. Pone éste en evidencia los miedos pretéritos, y se patentiza en él lo que es por lo general el miedo más común en la época contemporánea: el miedo a los otros. Y se teme a los demás por varias razones: pueden traer la peste, pueden contaminar con sus extrañas costumbres, pueden causar males si son brujos o brujas, pueden, en fin, ser peligrosos.

     

    CURADORES Y PARTERAS

    Esos otros podían ser parte de la aldea o no. Dentro de la aldea, la sospecha respecto al otro "que parece haber sido el origen de tantas denuncias por brujería, fue una constante (…). Entre las gentes a las que se conocía bien en la aldea estaban aquel o aquella que curaban y en cuya busca iban en caso de enfermedad o de herida porque él –o ella- sabía las fórmulas y las prácticas que curan (…). Pero tal persona era sospechosa para la Iglesia, porque ponía en práctica una medicina no autentificada por las autoridades religiosas y universitarias, y, si sus recetas fracasaban el rumor público la acusaba. (…). Corría por tanto el riesgo de la hoguera".

    Sin embargo se trataba de un miedo a un mal necesario. El recurrir a este tipo de personas para sanar enfermedades era una práctica común. Lo mismo sucedía con las parteras: unidas a la idea de bruja, comportaban una persona temida pero necesaria. Tenían como sospecha a "favor suyo" el robar niños para luego matarlos. En algunos documentos judiciales de la época figuran declaraciones de parteras que afirmaron haber robado niños para luego darles muerte.

     

    EL HEREJE, EL VECINO, LA INQUISICIÓN: DIOS

    Silenciado hasta aquí el tema de Dios, intentaré aclarar los testimonios y las evidencias del proceso inquisitorial a Menochio el molinero, al cual se hacía referencia más arriba, para ver a quién se teme por parte de los campesinos en la Edad Media.

    Unas entrevistas hechas al molinero en el proceso consignaban lo que sigue: "Es cierto que he dicho que si no tuviese miedo de la justicia hablaría hasta causar estupor": la justicia no es Dios, la justicia es la Santa Inquisición que practican los hombres. Por encima de un miedo metafísico – al más allá, al castigo en los infiernos, a Dios todopoderoso y omnisciente- Menochio temía a las represalias que podían tomar los sacerdotes. Incluso los apartes de su discurso donde exponía una particular cosmogonía dejaban entrever una cierta cercanía entre él y su concepción de Dios.

    La exposición del molinero evidenciaba antiguas creencias que salían a relucir justo ahora, cuando la Reforma y la Contrarreforma aparecían en disputa.

    ¿Era Menochio el portavoz de las sectas heréticas del momento? ¿Su contacto con algunos libros y ciertas personas habían trastocado su razón?

    "Menochio no repetía como un loro opiniones ni tesis ajenas. Su método de aproximación a la lectura (…) son signo inequívoco de una reelaboración original. (…). Cada vez vemos más claramente que en ella confluyen, en modo y formas todavía por precisar, corrientes doctas y corrientes populares".

    La herejía del molinero, producto de sus lecturas, correspondía a la lectura hecha a los textos de acuerdo a concepciones previas donde no eran extrañas ideas como que los ángeles eran gusanos nacidos del queso, que Dios era el fuego, la tierra, y el aire y que la manifestación de Dios estaba en la naturaleza..

    La iglesia dice: ¡Teme a Dios! ¿Pero temen los campesinos? ¿Obedecen a la orden y efectivamente temen porque el poder eclesiástico se los ordena? ¿No temerán más bien a la iglesia y a sus hombres? De hecho, Ginzburg, autor de la historia de Menochio, decía: "… contraposición <nosotros> y <ellos>. <Ellos> eran los <superiores>, los poderosos, no sólo los situados en la cúspide de la jerarquía eclesiástica. <Nosotros>: los campesinos". Queda patente entonces que la ingenuidad y tontería atribuida a los campesinos se debe más a la pedancia de las altas jerarquías que a las realidades tangibles.

    Las ideas del molinero comulgan de una forma tan especial con ciertas creencias precristianas (y comunes a la aldea campesina) que es denunciado por un cura al que expone sus pensamientos y no por otro campesino al que las ideas le resultan familiares.

    "Dios es semejante a un ebanista, a un albañil" dice Menochio. Posiblemente la paradoja del campesino medieval radique allí: ¿temer al Dios del que habla la iglesia en el púlpito o ser partícipe de la gracia de un Dios manifestado en la tierra, el aire, el fuego y el agua, (o un Dios trabajador igual al campesino como lo manifestaba nuestro hombre)?

    Los campesinos ingleses dicen de Dios: <es un buen viejo>, Cristo es un <joven apuesto>, el más allá un <bello prado verde>. No hay pues un temor o miedo directo de carácter religioso. Aceptar la idea de un campesino con miedo constante hacia Dios y al más allá es permitir la idea de un hombrecillo miserable, afectado en todo grado. ¿no teme más bien el campesino a las instituciones que representan a cierto Dios?

    La primera sentencia de la Inquisición ordena que Menochio use, en lo sucesivo, un hábito que tiene inscrita una cruz en el medio. La gente, al verlo, rehúsa el contacto con él.

    Hay entonces un miedo recíproco: el hereje teme al pueblo porque puede acusarlo nuevamente, el pueblo teme al hereje porque hablar con él significa estar, no frente a la amenaza de una contaminación de ideas, sino de una futura acusación por parte de otras personas. La mediación entre el pueblo y el hereje corresponde a un temor por la institución, la Inquisición, no por un miedo a las ideas del condenado.

    Pero frente a todo ello se ha urdido un medio de lucha: la utopía. Menochio expone en repetidas ocasiones su esperanza en un nuevo mundo donde haya comida, donde no existan las instituciones (incluida la familia), sin propiedad, donde no exista el trabajo: las remanencias del descubrimiento del Nuevo Mundo y los imaginarios en torno suyo aparecen ya diseminadas por el continente, incluso en las clases populares.

    Encontramos así una nueva fórmula para intentar combatir el miedo.

     

    EXTRANJEROS Y GUERREROS ITINERANTES

    Había tratado ya el tema de la peste. El temor que se le tiene. Pero a la peste no se le atribuye una movilidad propia: los otros ponen en evidencia ese temor.

    Por tanto, de la peste, "los potenciales culpables, sobre quienes puede volverse la agresividad colectiva, son, ante todo, los extranjeros, los viajeros, los marginales y todos aquellos que no están perfectamente integrados en una comunidad".

    Luego tenemos el temor no sólo a extranjeros, sino también a los hombres conocidos, con oficios dudosos o sin oficio alguno. "El temor al pueblo anónimo se concretaba frecuentemente tanto en la ciudad como en el campo, en el temor más particular a los mendigos. [También] a los bohemios, <egipcios> o <zíngaros> (…). Como marginales que eran por sus costumbres y sus hábitos, los bohemios daban miedo. Se les acusaba de robar niños. Pero los vagabundos más numerosos fueron los <hombres superfluos> de épocas pasadas, aquellas víctimas de la evolución económica que ya hemos encontrado a propósito de las violencias milenaristas: (…) jornaleros rurales en el límite de la supervivencia (…), obreros urbanos alcanzados por las recesiones (…). Todos estos auténticos mendigos, a los que se añadían, según se creía, muchos falsos enfermos y falsos indigentes, deambularon durante siglos desde la ciudad al campo y en sentido inverso…".

    Curioso fenómeno (que se repite hoy, como cualquiera podrá advertirlo): la sociedad crea unos hombres por medio del sistema y luego les teme. Hombres creados y temidos: no son ya parte de lo desconocido, lo extraño, sino que hacen parte de lo familiar que amenaza con cambiar las sanas costumbres del común. El temor surge además de la identificación entre marginalidad y criminalidad, ocio y crimen: ¿es fortuito el esfuerzo gigante que hace la modernidad por manipular el tiempo de los hombres?

    En los años 1360-1380 la miseria y el hambre creció de manera dramática en los campos, a tal punto que gentes de armas ávidas de botín recorrían los caminos sembrando el terror. Algunas familias abandonaron sus chozas huyendo a la ciudad o a los bosques para luego robar también.

    "Cuando se tenían noticias de la proximidad de los hombres de guerra en muchas parroquias se tocaba a rebato, y al mismo tiempo que se interrumpían los trabajos de los campos y los mercados, se apostaban centinelas en las encrucijadas. (…). En el peor de los casos los campesinos se atrincheraban en la iglesia, último refugio de la comunidad rural". De nuevo aparece la defensa y la acción: Hollywood recreó imágenes de aldeas desamparadas e indefensas a todo tipo de agresiones. Hoy podemos decir que frente al peligro inminente los campesinos se agruparon e intentaron alejar al enemigo de sus campos.

    Es verdad que las bandas del campo atacan las granjas alejadas y roban las cuadras además de quemar casas, pero pese al temor que infunden los pueblos campesinos toman partido, como colectivo, intentando defenderse y repeler el ataque.

     

    HAMBRE

    Algunos documentos testifican situaciones cercanas al horror: cuando azotaba el hambre algunos hombres llegaron a comerse las cortezas de los árboles, sus propias manos e incluso se ha llegado a hablar de canibalismo medieval. El hambre, otro flagelo de la época, no podía dejar de causar cierto temor entre la gente.

    "Debido a la debilidad de los rendimientos agrícolas y a la precaria relación entre producción y demografía, una estación demasiado húmeda y una cosecha raquítica amenazan verdaderamente de muerte a una parte de la población: por supuesto, a los menesterosos de todos los orígenes (…) pero también a los campesinos pobres que en los años malos no tienen siquiera grano para la siembra".

    Con el hambre llegaba el pánico de las mujeres y al interior de las aldeas se daban insurrecciones por víveres y alimentos.

     

    SEÑORES

     

    La relación entre campesinos y señores reviste un carácter polémico por las diversas teorías que se tejen en torno suyo. Se acusa al señor de ser un explotador insensible, enemigo de los campesinos, odioso déspota, cobrador irrefrenable y ostentador del poder.

    A la máquina fiscal se le acusa de haber quitado al campesino la mayor parte de lo que producía y no consumía para su propia supervivencia, frenando el ascenso económico entre los humildes y reduciendo las diferencias entre campesinos dependientes y campesinos libres. Se dice también que el fisco agrandó la brecha que separaba la clase de trabajadores de la de los señores.

    Sin embargo, Heers ha advertido que los campesinos no siempre pagaron impuestos y que más bien su incumplimiento generó tensiones entre éstos y los señores. Duby afirma que "todas las cuentas señoriales y los registros de justicia ponen de manifiesto que la mayor parte de las prestaciones se percibían con gran retraso después de muchas amenazas y disputas (…). El señor tenía que transigir a menudo y revocar a los campesinos una parte de su deuda. (…) la comunidad aldeana formaba un bloque compacto ante los preceptores, y los agentes encargados de efectuar un embargo o confiscar una parcela encontraban a veces a toda la población sublevada para impedirles realizar su misión. La indocilidad de los campesinos, su inercia y a veces su resistencia activa sin factores determinantes en esta historia".

    Debemos preguntarnos entonces, ¿temen los campesinos a los señores o los odian? ¿los respetan o los miran recelosamente? Es difícil aclarar la cuestión y podría uno inclinarse a pensar que algo de temor y rencor anidaba en su corazón. Lo que sí podemos asegurar con seguridad es que entre ambas clases se había conformado una tensión y oposición clara, y que los campesinos no se atuvieron simplemente a los designios impuestos por el señor sino que en algunas oportunidades se revelaron.

    Hay que recordar también que "…el señor poseía en mayor o menor grado amplios poderes de carácter militar, territorial y jurisdiccional. Cada señor juzgaba a los habitantes del pueblo, al menos en lo que se refería a la baja justicia, correspondiendo a los grandes señores o a la monarquía el <derecho de la sangre> o alta justicia. Pero no faltaban en Europa casos de señores locales que podían también condenar a muerte o a penas corporales…".

    Las relaciones con la iglesia se establecieron ya: aquí vemos la otra cara de campesino y poder mediante el contacto entre señores y campesinos. Pero no se someten éstos al libre arbitrio del señor sino que se organizan muchas veces para oponérsele y atacarlo: "uno de los fenómenos que parece caracterizar aquellas época y que llama particularmente la atención es el de los tumultos de masas, el encadenamiento de las revueltas populares, las agitaciones que perturbaron a las clases inferiores de la sociedad y que, en el curso del siglo XIV, se propagaron de un extremo a otro de Europa. Por todas partes los campesinos se sublevaron, cogieron sus herramientas y fueron a saquear las residencias de los nobles y a matar a los delegados de los príncipes".

    El colectivo campesino se cohesionó a través de la revuelta, la identificación de la amenaza y el combate de la misma. Una construcción de <nosotros> a través de la oposición a <ellos>.

     

    CONSIDERACIONES FINALES

    Este trayecto creo que ha señalado en cada caso cómo los campesinos idean una forma particular para espantar el miedo y por medio de ella logran fortalecer los lazos que los determinan como un grupo social con ciertas características. En el enfrentamiento con los señores, por ejemplo, "… la efervescencia que marcaba los inicios de una revuelta, revestía con frecuencia en la civilización de otros tiempos un carácter festivo y báquico. Convergían en ellos la atmósfera y los ritos del carnaval, el tema de la inversión social que habían conocido las fiestas de los locos medievales, y el papel predominante de los jóvenes (…). En la alegría ruidosa se afirmaban la unanimidad de un grupo que, por esa reacción de autodefensa, alejaba las pesadillas que le acosaban. Esta liberación del miedo iba acompañada de una devaluación repentina del adversario, cuya fuerza y posibilidades se reacción ulterior ya no se medían".

    Los campesinos demuestran a través de sus actos una conciencia política propia: si sus medios de expresión son distintos no significa ello que carezcan de juicio y carácter como algunos pretenden.

    Tampoco debe señalarse el miedo como un actor negativo en la vida de los pueblos: justamente el miedo ha venido a cohesionar en este caso, preservando el colectivo.

    ¿Logramos percatarnos de esa historia heredada de la que se hablaba en un principio? Baste el juicio de Heers para ver de dónde viene (y por qué) ese afán por juzgar negativamente el pasado: "En todos los tiempos, el Estado, sean cuales sean su forma y su estructura política, ha trabajado vigorosamente en ese sentido. Los clichés miserabilistas (…) de los tiempos que preceden a la instauración de una autoridad central fuerte, tienen mucho que ver con el arte de hacer aceptar cargas cada vez más pesadas. Indignarse por las exacciones de antaño da buena conciencia a los responsables de las de hoy… y ayuda a los contribuyentes a no rechistar".

    Este largo catálogo de miedos puede llevar a error (y no es ese mi propósito) al sacar conclusiones apresuradas sobre los miedos del campesino medieval: piense el autor, por lo menos, en los miedos contemporáneos que llegan a abarcar el orden de lo minúsculo: que lo digan las indefensas cucarachas y las pequeñas arañas.

    La abolición del miedo no es más que una remanencia del espíritu iluminista al que nos es difícil renunciar. Habría que preguntarse más bien, junto a Delameu, si "refinados como estamos por un largo pasado cultural, ¿no somos hoy más frágiles ante los peligros y más permeables al miedo que nuestros antepasados?".

     

     

    BIBLIOGRAFÍA

     

    • CHERUBINI, Giovanni. El hombre medieval. Jacques Le Goff coordinador. Editorial Alianza. 1990. Madrid, España.
    • DELUMEAU, Jean. El miedo en Occidente. Editorial Taurus. 1989. Madrid.
    • DUBY, Georges. Economía rural y vida campesina en el occidente medieval. Ediciones Pnínsula. 1968. Barcelona, España.
    • DUBY, Georges. Hombres y estructuras de la Edad Media. Siglo Veintiuno Editores. 1977. Madrid, España.
    • DUBY, Georges. Guerreros y campesinos, desarrollo de la economía europea (500-1200). Siglo Veintiuno Editores. 1985. México.
    • GINZBURG, Carlo. El queso y los gusanos. Muchnik Editores. 1986. España.
    • HEERS, Jacques. La invención de la Edad Media, Barcelona, Crítica, 1995.
    • HEIDEGGER, Martin. Ontología: hermenéutica de la facticidad. Alianza Editorial. Madrid, España. 1998.

     

     

    Por Santiago Gallego Franco