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Juan Manuel de Rosas (III)

Enviado por albertocanal


    • Introducción
    • Economía y Politica (1810-1830)
    • Ideologías, Intereses y Rivalidades Añejas
    • Los Intentos Porteños de Unificación Económica-Financiera
    • Las Supuestas Medidas Progresistas
    • La Posición Federal
    • Conclusión
    • Bibliografía

    Introducción:

    El primer decenio posrevolucionario (1810-1820) estuvo signado por la lucha entre dos ciudades-puerto –Buenos Aires y Montevideo- que diputaban el mismo hinterland, es decir la misma región continental en dependencia geográfico-económico de la cuenca del Plata. Durante esa década las provincias procuraron implantar su propio sistema económico, tendiente a salvaguardar sus artesanías y manufacturas locales cuyo exterminio era previsible ante el indiscriminado fluir de productos industriales europeos o, mejor dicho, británicos. Las barreras aduaneras interiores, la instauración de caudillismo y el régimen de pactos interpro- vinciales -todo ello característico de la segunda década- son índice de unalucha constante entre el liberalismo porteño y el proteccionismo provinciano.

    ECONOMIA Y POLITICA (1810-1830)

    Mientras Montevideo estuvo en poder de las fuerzas del rey, Buenos Aires fue el único y obligado puerto de ultramar para los independentistas, que nada podían esperar del puerto rival. Pero a partir de 1815 la lucha se perfiló para Buenos Aires en tres frentes. Uno de ellos correspondía al interior (Centro, Cuyo y Norte); otro era el del litoral que, rompiendo lanzas con la capital portuaria, se alineó en las doctrinas del federalismo artiguista; y el tercer frente estaba representado por la zona rural aledaña de Buenos Aires, que se escapaba del dominio de la ciudad sabiendo que sin ella la capital no podía subsistir. Esa campaña bonaerense -económicamente más poderosa que cualquier otra región del país- sabía, a su vez, que sin las provincias no podía subsistir la Nación, e hizo de puente entre Buenos Aires y las provincias con el propósito de imponerse económica y políticamente sobre ambas, y en 1820 obtuvo su primera victoria. Tras la tregua de Cepeda, los unitarios, herederos de los directoriales y personeros de la burguesía mercantil porteña, pretendieron anular la influencia poderosa de los estancieros bonaerenses, capitalizando la ciudad puerto y dividiendo a la provincia pero el ensayo fracasó rotundamente. Y la campaña comenzó a preparar su intento decisivo de hegemonía, que habría de consolidarse gracias al Pacto Federal de 1831.

    La victoria del litoral sobre Buenos Aires en 1820 produjo una efectiva disgregación de los grupos sociales y engendró la inmediata reacción sucesiva de las provincias interiores, mientras la campaña bonaerense veía fortificada su privilegiada situación. Esa crisis política desarticuló en apariencia el Estado nacional, pero creó las condiciones favorables para la iniciación del régimen de pactos, base del sistema federal (foedus significa pacto).

    Desde otro punto de vista, Inglaterra tenía, a la sazón, la necesidad de colocar sus productos y de importar y comercializar ceros y carnes saladas, y monopolizó el intercambio en el Plata. Muy pronto se perfilaron buenas perspectivas en el campo financiero, e Inglaterra estableció su banca, obtuvo beneficiosas operaciones en el orden crediticio y ensayó grandes especulaciones en fracasados negocios mineros. Los acontecimientos europeos obligan a la Gran Bretaña a atender muy especialmente los mercados sudamericanos, e impuso el liberalismo. Eso abrió promisorias posibilidades a la explotación ganadera, y los hacendados de la campaña coparon a la burguesía urbana. Entretanto, el interior, con su economía debilitada y sin fuerzas ni medios para llevar a cabo una reorganización social y económica, trató de aislarse. Resultado de ese propósito de aislamiento fue la afirmación de regímenes locales encabezados por sendos conductores patriarcales (caudillos) que, con indudable apoyo popular, defendían los fueros provinciales de la veracidad porteña y procuraban mantener sus respectivos distritos separados de Buenos Aires, hasta que ésta accediera a repartir los beneficios de su privilegiada posición geográfica relativa con el resto del Río de la Plata. A pesar de estos esfuerzos, y sin perjuicios de los avatares de 1815, la crisis de 1820, los intentos centralizadores y reformistas de Rivadavia, los abundantes tratados interprovinciales y el pacto federal de 1831, al que terminaron adhiriendo todas las provincias, el esquema básico de la estructura económica rioplatense, como Buenos Aires como centro hegemónico, no cambió mayormente entre 1810 y 1831, y así habría de mantenerse durante muchos años más.

    IDEOLOGIAS, INTERESES Y RIVALIDADES AÑEJAS

    En la segunda mitad del siglo XXXIV fue alterado sensiblemente el equilibrio social en el Río de la Plata debido, en buena medida, a la expulsión de jesuitas y a la reestructuración administrativa llevada a cabo por los Borbones; éstos, a fin de cuentas, interesados en favorecer a la metrópoli, sólo lograron transplantar a América la crisis del antiguo régimen. En todo momento España aplicó a sus colonias la misma política económica que regía para la península, y ese criterio no fue alterado con el cambio de la dinastía.

    Desde la época de Felipe V la casa de Bordón promovió diversas innovaciones tendientes al desarrollo de la industria y el comercio. Uno de los lugartenientes del rey, Rafael Melchor de Macanáz, en sus Auxilios para bien gobernar una monarquía, decía que hasta el mismo monarca debía desarrollar actividades de comerciante con el objeto de desvirtuar los prejuicios existentes acerca de lo innoble de esa profesión. La misma intencionalidad sustentó el proyecto que culminó en la creación de sociedades económicas de inspiración fisiocrática, en las cuales figuraban representantes de distintas clases sociales. La aristocracia seguía luchando por mantener su preeminencia, pero ya las ambiciones, los intereses y las realizaciones de la burguesía representaban una fuerza demasiado poderosa.

    También en el Río de la Plata las reformas de fines de siglo XVIII engendran fenómenos económicos que abrieron el camino a la burguesía. Los criollos, a fin de cuentas, aspiraban a la emancipación como manera de ejercitar el poder político con el objeto de establecer una mayor liberalización en materia económica, y con matices que iban desde un prudente proteccionismo hasta un liberalismo a ultranza. Y esas premisas fueron planteadas por representantes conspicuos de la burguesía, como lo eran, entre otros, Hipólito Vieytes, que desde el Telégrafo Mercantil postulaba una moderada fisiocracia, Manuel Belgrano, con su defensa del comercio libre y sus esfuerzos tendientes a fomentar la industria local y el laboreo agrícola, y Mariano Moreno, discípulo de Belgrano, cuya posición en materia económica resulta más clara en el violento Plan Revolucionario de Operaciones que en la tímida Representación de los Hacendados.

    Por su parte, los estancieros también buscaban liberarse del yugo de una administración que negaba el carácter de "fruto del país" a los cueros y aspiraban también a una mayor liberalización de intercambio. Y ambos grupos, pues, representativos del elemento revolucionario, tenían inquietudes coincidentes en materia económica y sumaron su posición a la minoría europea de engolados funcionarios con pretensiones aristocráticas y grandes comerciantes vinculados de diversas maneras con los banqueros de Hamburgo que resultaban beneficiados con el sistema monopolista impuesto por la metrópoli.

    Ya desde el siglo XVII comenzaron a manifestarse antagonismos entre las regiones interiores y costeras, como también entre criollos y maturrangos. Después de la revolución de Mayo esas tensiones recrudecieron, para prolongarse como tema central de la historia argentina hasta bien antrada la segunda mitad del siglo XIX. La costa obtuvo mercado predominio sobre el interior, y a la postre la ciudad costera por excelencia, Buenos Aires, monopolizó todo el tráfico. Los cueros, las carnes y sus derivados (después de 1830 también ocurrió con la lana) fueron algo más que meros artículos de comercio, pues su producción y comercialización influyó por mucho tiempo en la distribución demográfica, afectó seriamente el desenvolvimiento político y ejerció una marcada influencia hasta sobre las costumbres y los modos de vida.

    La puja posrevolucionaria entre el gobierno central y las provincias es una expresión del choque de interesen entre la ciudad-puerto y el resto del país. Resultado de esa puja fue el autonomismo provinciano y la disgregación del antiguo Virreinato por la pérdida del alto Perú, el Paraguay y la Banda Oriental. Además, esa rivalidad repercutió sobre las defensas de las fronteras, y fue notorio el avance de los malones que crearon serios problemas para las comunicaciones entre Santa Fe y Santiago del Estero, si bien esa misma dificultad produjo la apertura de la ruta por el Carcaraña, con beneficio para Santa Fe y Córdoba. El quid de la secesión rioplatense, en resumen, debe buscarse en la política económico-financiera seguida por Buenos Aires, con la secuela de resentimientos, desconfianzas y luchas intestinas que demoraron por muchos años la organización nacional.

    LOS INTENTOS PORTEÑOS DE UNIFICACION ECONOMICA-FINANCIERA

    Después del tratado de Pilar quedó la provincia dueña de su puerto y en inmejorables condiciones para fiscalizar, la dirección política del país. Los conflictos ocurridos en Buenos Aires a lo largo de 1820, que culminaron con la gobernación de Martín Rodríguez, representan los esfuerzos por retener el poder realizados por la oligarquía dominante y ponen de manifiesto el ascenso del sector ganadero dominador de la campaña que, desde 1815, con la instalación de los saladeros, comenzó a querer gravitar en la política.

    Privado el gobierno de Buenos Aires de la representatividad nacional que hasta entonces había detentado, aprovechó la situación para estabilizar las condiciones financieras de la provincia, mientras se preparaba a planear la organización del país. El resto de las provincias inició el proceso de organización autónoma entre 1820 y 1821. Los obstáculos puestos por Buenos Aires a la convocación del Congreso, el retiro de los diputados porteños enviados a Córdoba para su realización y la firma del Tratado del Cuadrilátero (1822) son expresiones de la política proyectada por Buenos Aires. Era prematura aún la pretensión de determinar nuevas normas de las relaciones económicas y sociales en una estructura política adecuada, en tanto habían aparecido capas más bajas que empezaban a exigir que se tuviera en cuenta sus derechos. Entretanto, ciertos grupos discutían la manera de poder organizar en primer lugar las entidades provinciales y luego el cuerpo nacional. Las doctrinas de "unitarios" y "federales" no eran coincidentes en todas las provincias, y esta diferencia resaltaba sensiblemente en cuanto se refería a la ciudad-puerto. Sobre el particular, ha señalado Burgin que "ni el unitarismo ni el federalismo contenían un cuerpo de doctrina económica claramente definido y sólido".

    Los dirigentes del gobierno de Buenos Aires confiaban en reorganizar la provincia en el orden económico-financiero, y esperaban que tal organización sirviera de ejemplo y, al mismo tiempo, de anzuelo para que las demás provincias le entregaran la dirección del manejo de una política nacional. La libertad en materia económica implantada por el gobierno de Martín Rodríguez señala la eliminación radical de cualquier proteccionismo sincero.

    El programa del partido unitario encontró graves resistencias en diversos sectores; la actitud "paternalista" del gobierno no fue bien recibido por los artesanos ni por los chacareros. Objetivo inmediato del gobierno de Rodríguez era estimular el rápido crecimiento de la población, con el fin de acelerar las ganancias de una política de intercambio. Para ello era imprescindible fomentar la inmigración y la colonización, estimulando al mismo tiempo las inversiones extranjeras y el acrecentamiento del comercio exterior. Las primeras dificultades del gobierno se vieron cuando fue necesario imponer impuestos a la exportación y a la importación como medio para obtener ingresos mejores; por razones de estrategias políticas con el resto de las provincias, fue preciso teñir de proteccionismo las listas de aranceles, y así , la imposibilidad de llevar a cabo el programa en toda su plenitud hizo fracasar la implantación del comercio libre junto con los reiterados intentos de poner en marcha el programa de colonización. Los recelos de las provincias respecto de las pretensiones hegemónicas se manifestaron de diversas maneras y muy especialmente a raíz de los cateos realizados en la Rioja; también los capitalistas porteños vieron esos ensayos con malos ojos, pues temían que el capital británico se transformara en serio competidor. Además, desde el punto de vista financiero, era muy riesgoso para el gobierno bonaerense empeñarse en la difícil y costosa tarea del traslado de los colonos; y si financieramente era riesgoso, políticamente era dificilísimo lograrlo, pues la oposición de los hacendados a estos proyectos fue sistemática y se puso de manifiesto especialmente en la presidencia de Rivadavia.

    Una economía por, de acuerdo con el programa planteado, estuviera dirigida a expandir el comercio, sólo tenía dos posibilidades financieras: el aumento impositivo o la expansión del crédito. Burgin ha observado que la creación del Banco Nacional tenía que servir no solo como instrumento de estabilidad económica, sino también como medio de fiscalización política para el resto de las provincias. Y aclara este autor que de ninguna manera puede atribuirse a "descuido" el hecho que a definir las funciones del Banco no se hubiesen reconocido las necesidades y los intereses agrícola-ganederos: según el programa unitario de dasarrollo económico, el papel principal sería desempeñado por el comercio y no por la agricultura. Así, el sistema de enfiteusis no tubo otra meta que instituir un régimen de impuestos único para las finanzas públicas, sobre la base de los arrendamientos y el incremento del valor de la tierra. Resulta muy elocuente que se haya instalado sucursales del Banco Nacional en las provincias y que los alcances de la ley de enfiteusis se extendieran a todo el país. Tal vez se haya pensado que esa era la forma de lograr la unificación económica y financiera del país bajo el régimen unitario cristalizado en la constitución de 1826.

    LAS SUPUESTAS MEDIDAS PROGRESISTAS

    Dispuesto el grupo unitario a cumplir sus plane, adoptó medidas administrativas diversas que suelen señalarse como obra de visionarios del progreso. Es oportuno, por tanto, insistir un poco en los alcances efectivos de éstas, particularmente el régimen enfitéutico y el Banco de Descuentos.

    El régimen impositivo, fundado en la contribución directa y proporcional al monto de los ingresos, no alcanzaba a satisfacer las necesidades fiscales y, por otra parte, creaba grave malestar pues afectaba incluso a los asalariados. La tierra era una enorme riqueza potencial, hasta entonces inutilizada, y se pensó en ordenar el régimen fiscal sobre la base del usufructo de la tierra. La ley de enfiteusis y crédito público fue promulgada en 1821 para la provincia de Buenos Aires, y más tarde, cuando Rivadavia accedió a su precaria presidencia, la extendió lisa y llanamente a toda la Nación. Conforme a esa ley, el dominio útil de la tierra pública sería cedido por un canon anual que serviría para amortizar la deuda pública. Pero, como ha señalado Alberdi en sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina, "cambiar una contribución por otra es como renovar los cimientos de un edificio sin deshacerlo, operación en que hay siempre un peligro de ruina"…

    Rivadavia entendía que la tierra debía ser dada en enfiteusis al inmigrante agricultor. Pero ocurría que tales inmigrantes no necesitaban acumular grande extensiones, ni estaban en condiciones de hacerlo. Por que la ley permitía el acaparamiento desmedido de tierras, en tanto fijaba un mínimo, pero no un máximo (éste se fijó en 1827, cuando el régimen unitario estaba en vísperas de sucumir). Un año antes, en 1826, se establecieron disposiciones que favorecían a la agricultura, pero no se aplicaron jamás. En concreto, y bajo la administración unitaria, el régimen de enfiteusis había permitido la formación de enormes latifundios: entre1824 y 1827 se concedieron 1004 leguas (más de 25000 kilómetros cuadrados) a 171 enfiteutas, lo que representa la friolera de unas 15000 hectáreas por beneficiario, término medio. Por otra parte, muchos interesados urbanos solicitaron y obtuvieron la cesión de tierras que muy a menudo estaban ocupadas por antiguos pobladores, y éstos se hallaron de pronto obligados a pagar arriendos elevados a losenfteutas novísimos que, a su vez, cobraban religiosamente el importe, pero no pagaban jamás el canon… Por otra parte, la inmovilización de la tierra pública quitó a los estancieros de la campaña la libertad de entrar inpunemente en tierras de indios que hasta entonces incorporaban sin más a sus predios, extendiendo así insensiblemente la frontera.

    En íntima relación con el régimen de enfiteusis estaban los planes de Rivadavia encaminados al fomento de la inmigración y colonización agraria, para lo cual contaba con el aval económico de River Plate Agricultural Association y de la Sociedad Entrerriana. Los pueblos fronterizos de la provincia de Buenos Aires y Entre Ríos serían puntos obligados de arribo de inmigrantes. El plan se cumplió en escala ínfima: la inmigración fue escasa y la colonización casi nula. Entre los inmigrantes que llegaron por entonces estaban los agricultores escoceses de Monte Grande (1823) y unas cincuenta familias alemanas que se stablecieron en la chacarita de los colegiales (1826). Las buenas intensiones de la sociedad Entrerriana fracasoron rotundamente, a pesar del acuerdo que probablemente exstía entre el gobierno de Entre Ríos y esa entidad para la venta de tierras públicas a precios muy bajos que, de cualquier manera, resultaban inalcanzables para los nativos que las ocupaban de antaño. Algunos escoceses que llegaron a la campaña entrerriana debieron alejarse por la airada reacción de los viejos pobladores.

    Por último, cabe destacar que, si en los planes unitarios se hallaba de fomentar la agricultura y la industria, no se halla nada que permita aseverar el menor apoyo a la actividad industrial de ningén tipo, como eliminación de impuestos u otras medidas que, a pear de rusultar inútiles, se arbitraron respecto del fomento agrícola.

    En cuanto al banco de descuentos, que en 1826 fue reemplazado por el Nacional, se manejó desde el comienzo con el exiguo capital real y no recibió depósitos; los billetes emitidos eran, en gran medida, inconvertibles. Muy pronto fue preciso recurrir al exterior para reforzar la tenencia de metálico, y uno de los arbitrios consistió en contratar el usuarios préstamo de la Baring. Sobre el particular, ha dicho Horacio William Bliss en Del Virreinato a Rosas, que "además de cargar al país con una pesada deuda, el empréstito resultó perjudicial poque quitó libertad de acción para una política económica independiente posterior".

    La búsqueda de matálico era preocupación especialísima del gobierno unitario de Buenos Aires que, inspiración de Rivadavia, procuró auspiciar por una parte las inversiones extranjeras y, por otra, paralelamente, explotar los yacimientos mineros. Pero ocurría que esta última idea no era nada navedosa, pues ya fuertes capitales rioplatenses, con la anuencia del caudillo riojano Facundo Quiraga, habían considerado con antelación el aprovechamiento de la riqueza minera del Famatina. Los mineros ingleses debieron enfrentarse a graves problemas que han sido relatados en forma dramática por el capitán Francis Bond Head, y el proyecto fracasó. Los esfuerzas de Rivadavia no cejaron, y en 1826 lo logró que se sancionara una ley que nacionalizaba las minas de todo el territorio, y otro por la que se concedía al Banco Nacional el monopolio en la acuñación de moneda. Sin embargo, los impedimientos que pusieron los gobiernos provinciales imposibilitaron la acción de la River Plate; los mineros ingleses abandonaron el país, y por todas partes proliferaron las quejas y acusaciones contra Rivadavia.

    LA POSICION FEDERAL

    El régimen constitucional de 1826 se asentaba sobre los planes aconómicos forjados por los unitarios, que contemplaban la creación del Banco Nacional, la nacionalización de las aduanas interiores, de las minas y de las tierras públicas; todo ello debía ser el instrumento para que cristalizaran las reformas proyectadas por Rivadavia. Pero toda esa planifacación debió enfrentar la oposición sistemática de las provincias y de la campaña bonaerense; ello, sumado a los conflictos exteriores y a la falta de habilidad política externa e interna, apuró la estrepitosa y definitíva caida de Rivadavia.

    La oposición de los federales a ese programa se puso de manifiesto cuando los proyectos dejaron de ser meramenteporteños para adquirir proporciones nacionales. La oposición federal tenía, sin duda, motivos, pero no presentaba una contraplanificación coherente en los órdenes provincial ni nacional. En cuanto a la campaña bonaerense, enfocaba la solución de problemas que le afectaban directamente, pero no daban soluciones a nivel nacional.

    La elección de Dorrego como gobernador de la provincia de Buenos Aires y disolución del Congreso Nacional, retablecieron en buena medida la vigencia del régimen político instaurado en 1820. El interior volvió a aislarse, con el fin de mantenerse con sus producciones locales, incapacitado para llevar a cabo una política nacional de aprovechamiento del libre cambio, en tanto solo podía aspirar a la pretección de sus artesanías y manufacturas ya que la política "liberal" sólo beneficiaba a Buenos Aires. El litoral, por su parte, no supo aprovechar sus ríos para comerciar con el exterior, y no pudo competir satisfactoriamente con el grupo ganadero bonaerense que ahora detentaba el poder y monopolizaba el puerto.

    La egemonía del sector ganadero en Buenos Aires quedó definitivamente establecida cuando en 1829 la Legislatura eligió gobernador y capitán general de la provincia a Juan Manuel de Rosas, con facultades extraordinarias. Y la puja entre el Litoral y el interior quedó también establecida, con inmejorables perspectivas para los litoraleños, cuando los avances del general José María paz apresuraron la celebración del pacto federal, cuyo beneficiario principal, desde el punto, de vista económico, fue la provincia de Buenos aires. Rosas logró allí todo lo que se había propuesto; y lo que se incluyó en contra de la opinión del gobernador de Buenos Aires -los artículos 15 y 16, referidos a la Comisión Representativa- terminó siendo la letra muerta. La famosa comisión, impueta por inspiración coinsidente de Estanislao lopez y Pedro Ferré, nunca logró concretar nada; y cuando quiso hacerlo, Rosas retiró los diputados, y a la Comisión, al no quedar constituida, no pudo funcionar.

    Conclusión:

    Rosas supo combinar, desde el primer momento, una hábil política económica sde la conveniencia de que no se organizara la Nación. Desde que asumió por primera vez el gobierno inició la práctica de dar a las provincias generosos subsidios para sacarlas de sus apuros, con lo cual calmaba las desconfianzas de los gobernadores y los sometía a su poder; y por lo mismo, no le interesaba la reunión de un Congreso Nacional, pues así seguía siendo la provincia de Buenos Aires, y no la Nación, la que subvencionara a los gobiernos provinciales, siempre y cuando éstos, claro está, siguieran los lineamientos que Buenos Aires fijara. Así, logró lo que se habían propuesto infructuosamente los grupos porteñistas -directoriales y unitarios- desde los comienzos mismos de la Revolución: halló la forma de dominar el país desde Bueno aires, amparado en un federalismo estrícto, según el cual Buenos Aires no era ni quería ser sino una provincia más, igual a sus hermanas, que disponía de su patrimonia en plena autonomía; y es claro que ese patrimonio incluía al puerto.

    Bibliografía

    Revista Cronica Argentina, Perez Anuthastegui, Buenos Aires, Codez, 1968

     

     

    Autor:

    Mariano Canal