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De hoja facciosa a empresa periodística moderna. La transformación finisecular del diario La Capital (página 2)


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También tiene una existencia de dos años El Sol, a partir su fundación en 1877.

En mayo de 1887 hace su aparición un referente importante del periodismo rosarino. Se trata de El Municipio, diario que fundado por Deolindo Muñoz, a partir de los noventa sostuvo los ideales del naciente radicalismo. De tendencia anticlerical, su prédica más virulenta la dirigió no contra la Iglesia católica sino contra la burocracia santafecina, a la que atacó permanentemente por considerarla culpable de conspirar contra el progreso rosarino. Hasta su desaparición al comenzar la segunda década del siglo XX, El Municipio fue una de las publicaciones más importantes de la ciudad, mensurable por la cantidad y calidad de avisos que aparecían en sus páginas.

Diego Abad de Santillán trazó una semblanza de las vicisitudes políticas vividas por Muñoz y el órgano por el creado, "hoja que tuvo enorme difusión en el país por su prédica revolucionaria y fue el primer órgano periodístico del interior que se vendió en las calles de Buenos Aires; en los años 1889 y 1890, Muñoz fue considerado el paladín que con mayor denuedo combatía el régimen causante de la revolución de 1890. En el transcurso de esa prédica, embargadas y secuestradas las maquinarias impresoras, el pueblo de Rosario arrolló a la policía y arrebató de las manos de los secuestradores las piezas extraídas, devolviéndoselas a Muñoz para que pudiera continuar imprimiendo el diario"

A finales de la década de 1880 y acrecentándose notablemente en los noventa y el novecientos, aparece un periodismo que se asume vocero las clases subalternas. Hojas socialistas, anarquistas y sindicalistas dan cuenta de esa presencia. El primero fue el periódico El Artesano, de 1889, de tendencia socialista. La Verdad, El Obrero Panadero o La Voz de la Mujer, este último dirigido por la combativa ácrata Virginia Bolten, forman parte de esa etapa inaugural.

Los anarquistas editarán también dos hojas de repercusión, Demoliano y La Libera Parola, cuyas redacciones eran visitadas con frecuencia por la policía. Ambos periódicos eran bilingües, escritos en castellano e italiano. El fenómeno de la masiva inmigración europea daba lugar a publicaciones que respetaban la lengua de origen de sus proletarios lectores.

Como privilegiada protagonista de ese fenómeno de aluvión europeo derramado en sus playas, la ciudad de Rosario contará también con órganos de prensa que se instituyen como voceros de las distintas colectividades, editados ya en forma bilingüe o únicamente en la lengua materna del público al que está dirigido. Ingleses, croatas, italianos, españoles, franceses, alemanes, judíos asquenazíes, encontraron en esos órganos un punto de contacto, de sociabilidad entre pares nacionales y una forma práctica de preservación del idioma de infancia.

Hacia 1912 aparece uno de los postreros periódicos libertarios, La Rebelión. Ese mismo año ve la luz el portavoz de los intereses de la flamante Federación Agraria, La Tierra.

Un total de 237 publicaciones registramos como editadas en la ciudad entre 1854 y 1920. Disímiles en formato, tamaño, volumen, tirada, duración, periodicidad, ideología, esa heterogeneidad les da el único punto en común: ser exponentes de una prensa nacida bajo el signo de la diversidad.

Un tanto esquemáticamente podemos afirmar que se trata de una prensa cuyo papel como instancia de mediación entre la sociedad civil y el Estado aparece marcado apenas vagamente. Es decir, no se trata de una prensa nacida de la sociedad civil, configurada en torno a su activa participación como constructora de opinión pública y como expresión de un incipiente campo cultural.

En el marco de un extremadamente frágil y embrionario mercado periodístico, sus mecanismos de financiación, su estilo, en definitiva sus posibilidades de proyección estaban directamente asociadas a los avatares de las facciones políticas. Se trata de una opinión publicada que en opinión de la historiadora Marta Bonaudo "irá expresando las complejas relaciones entre el poder político, los clubes o partidos y un conjunto renovado de actores que rápidamente la convertirán en campo de enfrentamiento de intereses, enfrentamiento que adquirirá los rudos rasgos de una disputa violenta".

La prensa del siglo XIX es entonces entendida en esa clave interpretativa, la manifestación de un "diálogo cerrado", en el que la labor periodística se liga directamente a la inserción en la puja política y en las que la preocupación central es "electoral" y no "editorial". Esta prensa auto referente se convierte así en uno de los espacios privilegiados de desarrollo y resolución de la lucha intraoligárquica.

Particularmente interesante es el efecto que esta forma específica de prensa auto referente, prensa de pares produce sobre sus contenidos específicos, principalmente sobre los criterios de argumentación. Rápidamente se advierte que quienes ingresan en las pujas facciosas vía el ejercicio de este "periodismo circular", tienen plena conciencia de que la legitimidad de sus discursos depende del sostenimiento de intereses particulares y no de la construcción sólida de un soporte argumental. Como observa Bonaudo "un número importante de esos periódicos (El Trueno, El Rosario, El Tiempo, El Sol, El Liberal, El Serrucho, etc.) tiene como meta representar, defender de modo casi excluyente el proyecto político oficial o el de su facción".

Esta lógica estrecha que sujeta prensa y política incide directamente en las posibilidades de plantear un periodismo de opinión. Afecta las razones de posibilidad de una prensa como canal de construcción no ya de una opinión publicada sino de una opinión pública. Su estrecha relación con los avatares de la dinámica política electoral les impone una vida fugaz que cercena toda posible autonomización del discurso periodístico. Evidentemente no es posible que esta prensa sirva de plafón para la discusión de alternativas a los problemas de una agenda que tampoco puede contribuir a definir con fuerza. Su razón de ser les constituye como aparatos de apuntalamiento de los enfrentamientos por el poder, en donde los criterios de unanimidad ni siquiera son puestos en tensión. En esta dirección se ve claramente como las estrategias de legitimación de esta prensa se limitan a un "particularismo publicado".

Limitación que debemos pensar dentro del universo de los posibles en el que se inscribe. No es aún materialmente factible que una "prensa comercial" subsista al margen de la lógica facciosa. El universo de potenciales lectores o anunciantes si bien va en aumento no es suficiente para sostener emprendimientos en los que la inversión de capital es importante, aún en los frecuentes casos en que varios periódicos comparten una misma imprenta e incluso la totalidad de las instalaciones. La publicación de los actos de gobierno, edictos, decretos y leyes si bien pueden contribuir al fortalecimiento del financiamiento de estos emprendimientos también operan obturando la emergencia de una opinión pública; contribuyen más bien a afianzar la imbricación entre poder político y prensa.

También es cierto que algunas experiencias incorporan elementos que ponen en evidencia ciertas transformaciones en la concepción que los editores tienen de la función de la prensa. Evidentemente no todos acuerdan en que la prensa deba ser sólo una herramienta del compromiso político. Poco a poco se filtran discusiones que de manera aún extremadamente frágil reflexionan en torno a una agenda de problemas generales que exceden la coyuntura electoral y facciosa. Incluso pueden descubrirse marcas discursivas de corte más universalista.

Aunque es preciso señalar que estos ingredientes, como por ejemplo la apelación al "pueblo" deben ser prontamente relativizados. Es cierto que nuevos actores aparecen y en cierta medida eclipsan la reproducción lineal de un discurso de pares, pero estas transformaciones no se llevan a cabo en el sentido de propiciar la conformación de una opinión pública tal como en términos teóricos esperaríamos.

En resumidas cuentas, lejos de abrir un espacio virtual de circulación de opinión expandiendo las fronteras de discusión e intercambio de ideas, se plantea para estos nuevos actores la expansión de la lógica facciosa en clave tutelar. La nueva visibilidad no cambia la sustancia de esta prensa que sigue pensándose como apéndice del sistema político y que concibe el universo de las prácticas políticas dentro de un modelo estrecho de enfrentamiento intraoligárquico.

Sin embargo, un diario en particular en las primeras décadas del siglo XX, lenta y casi imperceptiblemente va apartándose de las prácticas facciosas y los enfrentamientos intraoligárquicos que formaban parte de su lógica inicial, en una deriva hacia un discurso rector homogéneo, que lo legitima ante una emergente opinión pública, por sobre el sistema político.

El Decano de la Prensa Argentina. Un origen faccional para una empresa comercial

Fundada en 1867 por Eudoro Carrasco y Ovidio Lagos[1], periodistas porteños emigrados a Rosario en tiempos de la Confederación Argentina por sus desavenencias políticas con los gobernantes del secesionista Estado de Buenos Aires, y financiada semi encubiertamente por Urquiza para sostener su candidatura en las elecciones presidenciales a realizarse el año entrante, La Capital comenzó siendo una mera hoja faccionaria cuyos encontronazos con los distintos gobiernos provinciales en más de una ocasión derivaron en su clausura temporal y en la prisión de su director y redactor, Ovidio Lagos.

Digamos que la actuación política de Lagos es tan activa como sinuosa: las causas ante las que se opone, poniendo en juego la vida, más tarde merecen su apoyo con idéntico tesón. En 1856 aún en su natal Buenos Aires se enrola en el Partido Federal Reformista, apoyando la incorporación de la rebelde provincia porteña a la Confederación Argentina. Luego de la derrota electoral del reformismo, y víctima de las persecuciones del alsinismo, se traslada a Paraná. En 1861 se incorpora al Club del Pueblo (enfrentado con el secesionista Club Libertad, de Tejedor) que se manifiesta en contra de la federalización. En 1867 se instala en Rosario, vinculándose con los miembros del Club del Pueblo local, fervientes opositores al gobernador Nicasio Oroño. Se entrevista con Urquiza, de quien logra apoyo y recursos para fundar conjuntamente con Eudoro Carrasco un diario que el hombre fuerte de Entre Ríos entendía debía operar ante la opinión rosarina como vocero de sus aspiraciones a suceder a Mitre en la presidencia de la Nación. Nace así La Capital como modesta hoja vespertina con no más de doscientos ejemplares de tirada en venta solo por suscripción, opositora a Oroño en el ámbito provincial y pro urquizista en el nacional. En 1870 Lagos niega que el diario haya sido financiado por Urquiza y en cambio sostiene que "La Capital, es notorio fue fundada con el dinero y los desvelos del ciudadano Carrasco." Poco después rompe con este y el silencio cubre el nombre del cofundador, operación de olvido que mantendrán con eficaz continuidad los descendientes de Lagos. En 1873 se lanza a apoyar la candidatura de Alsina (de quien había sido víctima de persecuciones), a raíz de lo cual se reconcilia con su antiguo enemigo Oroño. En 1877 es acusado de participar en un motín contra el gobernador Servando Bayo, por lo que es encarcelado. En 1880, Lagos apoya la candidatura de Tejedor (a quien también se había opuesto en su momento) por lo que sufre persecuciones de los círculos oficialistas provinciales, y se le clausura el diario por unos días. En 1886, presta decidido apoyo a la candidatura de Juárez Celman, luego de haber sido encarnizado opositor del roquismo. En el orden provincial, defiende la candidatura de Gálvez. En 1887 es designado diputado nacional por Santa Fe, si bien mantiene una actitud crítica frente a la política económica del ejecutivo. Muere en Rosario en 1891.

Tras el fallecimiento de Ovidio Lagos sus hijos cambiarán el perfil de La Capital. El diario de combate fue dando lugar a una empresa comercial que se afianza progresivamente no solo en virtud del crecimiento demográfico de la población y el volumen de negocios y mercado que esto conlleva, sino también por cambiar su inicial impronta sectaria por un género discursivo que entiende común a toda la sociedad, enmarcado por la defensa de determinados valores del orden burgués y los principios del liberalismo. Paulatinamente va tomando distancia de las luchas partidarias para asumir al mismo tiempo el rol de vocero y educador de las clases dirigentes del entonces amplio hinterland de la rosarinidad, un espacio que a principios del siglo XX ya desborda el sur santafecino y avanza sobre el este cordobés y el norte bonaerense.

Es por entonces que toman entidad esos cambios, ya que como observa la historiadora Valeria Príncipe "si nos detenemos a revisar los diarios La Capital y El Municipio de los años del Centenario y los comparamos con los que se editaban durante la segunda mitad del siglo XIX, las diferencias son evidentes desde la forma. La primera impresión está dada por el tamaño y el tipo de papel: en el caso de la prensa de la época de la Confederación y la de los años '70; las dimensiones son menores que en los casos citados, y el mejor estado de conservación indica el uso de un papel de calidad superior. También la tipografía se modifica con los años: en los diarios más tardíos se torna más apretada, cubriendo casi la totalidad de la hoja, con escasos márgenes. El número de páginas es casi una constante: nunca más de seis, y en la mayoría cuatro, rasgo que permanece en el caso de El Municipio hasta su desaparición en 1911. Todos estos elementos, sumados a variables más significativas tales como el uso de la publicidad y los modos de circulación son indicativos de que estamos frente a distintos tipos de prensa".

En 1905, año en que amplía su tamaño de cinco a siete columnas, y reserva la primera de sus dieciséis páginas para avisos clasificados, La Capital es una sólida empresa comercial y periodística, correctamente dirigida por los más eficientes miembros de un clan familiar ya solidamente consolidado en la burguesía rosarina. La nueva generación de este clan no duda en modernizar permanentemente el diario. En 1907 renueva la rotativa: el nuevo equipo tiene capacidad para imprimir 24.000 ejemplares por hora. También se incorpora una nueva agencia noticiosa como fuente de información orientada a un público amplio y variado, así como se renueva el servicio telegráfico.

Hacia 1910 eleva a veinticuatro la cantidad de páginas Las primeras están dedicadas a los avisos clasificados, muy profusos. Luego recién aparece la primera página de información propiamente dicha donde se analizan los sucesos internacionales, entremezclados con notas de color, curiosidades, últimos adelantos de la ciencia y los consabidos folletines. A partir de la sexta o séptima página las informaciones se centran en lo local y nacional. Bajo el título de "Asuntos del día" el diario expresa su opinión en formato de noticia comentada. Los avisos publicitarios se hallan entremezclados con las noticias, utilizando una amplia tipografía que todavía no se destina a los titulares.

A las adquisiciones técnicas, aumento del número de páginas, mejoras de edición e ilustración, se le suman operaciones de legitimación. Los descendientes del antiguo tipógrafo que había hecho el aprendizaje de su oficio con Pedro de Angelis en la Imprenta del Estado en Buenos Aires durante la dictadura de Rosas, tienen omnipresencia manifiesta en la vida social, política y económica de la ciudad. Ocultando el "rosista pecado de juventud" del patriarca, los Lagos harán del diario en el siglo XX un firme defensor de la línea histórica "Mayo-Caseros".

Es esta una operación simbólica no menor, por medio de la cual La Capital comienza ya por entonces a redefinir su lugar como "prensa seria", y cuando en 1911 El Municipio deja de salir, acapara y monopoliza el negocio de los avisos clasificados y asegura su subsistencia económica. Los adelantos técnicos y editoriales aplicados significaron para La Capital el tránsito hacia una posición con la que ningún otro medio de la ciudad estaba en condiciones de competir. Las ventajas técnicas se tradujeron así en una diferenciación absoluta con el resto, que el diario interpreta como el resultado del reconocimiento del público, principal sostenedor a la vez que beneficiario de la empresa.

Tras el cierre de El Municipio, nuevas expresiones periodísticas harán su aparición como actores periféricos de este espacio virtual de posiciones e intercambio de intereses. Son desde un primer momento partícipes y productores de las nuevas lógicas. No intentan disputar la hegemonía a La Capital, sino que reconocen esa cualidad superior del diario de los Lagos, implícita o explícitamente. El Municipio jamás le había otorgado ese reconocimiento toda vez que entendía competir de igual a igual.

La Capital comparte con estos órganos secundarios, su participación como miembro de un campo periodístico. Sin embargo, y a pesar de ciertas semejanzas en la redefinición de los criterios de legitimación, no pueden ocultarse notables diferencias entre estos diarios y La Capital. El carácter de empresa cultural de La Capital se construye y proyecta sobre un lector potencial diferente al de los demás diarios locales. Su rol de "prensa seria" le posiciona como actor consciente de disciplinamiento social y de sostén del sistema de valores burgueses. La imagen moderna del ciudadano liberal se irradia desde sus páginas (aunque acaben finalmente chocando las matrices liberales y democráticas). Se trata de un vehículo de las iniciativas de la élite destinadas a resumir la heterogeneidad socio-cultural, producto del desarrollo urbano y social, en un orden, que si bien no suprimiera al menos, lograra integrar esa diversidad.

El disciplinamiento social que propone su discursividad le aleja de los demás órganos de prensa, aún cuando lo lleve a cabo dentro de las lógicas de un campo periodístico que es la fuente de legitimidad de su palabra. Se trata de un discurso modernizante en clave de, recuperando calificativos de la época "prensa sensata", "honrada", "independiente" que desde ese lugar y ese rol, reproduce un discurso de élite en el horizonte de la cultura burguesa finisecular.

"Las columnas de La Capital pertenecen al pueblo"

Esta afirmación con la que Ovidio Lagos cerró su inaugural nota editorial del 15 de noviembre de 1867, medio siglo después era en cierto modo una realidad si nos atenemos al cotidiano discurso hegemónico imperante. La Capital pertenecía al pueblo, en tanto ese pueblo representase el ideal simbólico de valores trazado por los Lagos y la clase social a la que los Lagos pertenecían. Era un pueblo de tangible existencia si se entendía por tal a la burguesía rosarina. Burguesía que imponía el "deber ser" a las clases subalternas, que obedientes y subordinadamente debían también constituir ese "pueblo". Una perfecta armonía que a favor del avance y ascenso social promovido por la normativa igualitaria de nuestra liberal Carta Magna, aventaría el fantasma de la lucha de clases y el peligro para la más alta de esas clases de perder sus privilegios. Rosario era la palmaria demostración de lo que podía lograr el paradigma positivista y el diario La Capital, el faro desde se irradiaba la luz rectora de ese paradigma.

Esa aceptación social de La Capital como único exponente periodístico local del modelo de "prensa seria", nos permite ver la configuración de un sistema de reglas que sientan las bases del campo periodístico como horizonte de juego. Puede entonces acabadamente presentarse como exclusivo referente regional de "tribuna de expresión política pero no partidista".

Culmina entonces en ese consenso generalizado un período de transición donde La Capital se mostraba elípticamente favorable a la Liga del Sur, en una ambigüedad que por cierto no tenía su único competidor de valía, El Municipio, claramente asumido como vocero del radicalismo. Este último pese a sus intentos de modernidad no había podido desprenderse de su lógica faccional. En cambio la aparente timidez de La Capital en el apoyo a la agrupación liderada por Lisandro de la Torre, obedece a esa toma de distancia de la contienda política en aras de construirse una imagen de diario educador de la clase dirigente a través de un discurso prescriptivo.

Un discurso que mediante los mecanismos de inclusión, exclusión y jerarquización de determinados temas evidencia el proceso de construcción de la actualidad periodística, no siempre similar a la actualidad social y política. La Capital antes que intentar reflejar los conflictos, pretende orientarlos de acuerdo a su propia lógica de dador de legitimidad.

Esta pretensión ha sido correctamente visualizada por el historiador Ronen Man que ha investigado a partir del estudio de caso de una huelga de pequeños comerciantes rosarinos, ocurrida a principios de 1909, la construcción que hace La Capital del "pueblo" y el modo en que manipula que actores sociales integran o no esa categoría.

Ese movimiento huelguístico iniciado como reacción a la suba de impuestos, contará en principio con el apoyo de La Capital, pero al incorporarse al mismo otros actores sociales, el diario modificará su posición radicalmente a tal punto que…"parecen lejanos los primeros días en que eran los gremios minoristas de almaceneros y panaderos en huelga, los que representaban los genuinos intereses de los consumidores y contribuyentes. Al parecer La Capital está encontrando un mejor exponente del `pueblo´ rosarino, al unirlo con sus clases conservadoras (la Bolsa de Comercio) en tanto verdadero `elemento representativo y de valor´ con que cuenta Rosario para presionar sobre el gobernador, ya que ante ellos ningún poder político puede negarse. Pareciera que hasta que la Bolsa no se resuelve finalmente a interceder, el conflicto no se habrá de resolver y es su mediación la que deberá destrabar la compleja situación.

Al parecer, el `otro pueblo´ se estaba exacerbando y desbandando en sus reclamos hacia actitudes más violentas y de claro choque contra las fuerzas policiales. Este otro movimiento, cada vez más penetrado y ganado por los elementos obreros que se van incorporando a la huelga (que tiende además a ser más general), desencajaba de la imagen ideal del civismo cultural y ejemplar rosarino, que constantemente se predicaba y subrayaba".

Finalizada la huelga "La Capital se construye a sí misma como una figura necesaria y fundamental en el conflicto, como se posiciona en el rol de disparadora de los sucesos, como los encauza hacia áreas de interés predeterminadas y termina canalizando el movimiento hacia reivindicaciones plenamente políticas. El diario asume el papel de conductor del movimiento, profundiza los planteos originales y muestra cual es el verdadero camino que se debe seguir para lograr cambios fundamentales en la estructura de poder provincial. Además se crea una imagen legitimante de su discurso a través de imaginarse dentro de una línea de continuidad histórica mayor".

Man establece algunas hipótesis a partir de la cambiante posición del diario en estos sucesos. En una de ellas postula que "La Capital se animó a intervenir, alentar y hasta provocar a ciertos tipos de movilizaciones sociales cuando estuvo seguro de que estas serían acciones `controlables´ y que podrían mantenerse dentro de un `modelo aceptable´ de lo que una movilización social podía constituir y además cuando vio que habría algún rédito político que de la movilización se podía extraer para producir un `fin superior´. En cambio (…) se opuso tajantemente a cualquier tipo de movimiento social que se le presentó como disolvente y fuera de su control hegemónico".

Podemos entonces establecer a modo de consideración final que la consolidación estructural de la burguesía rosarina de la mano de la inserción del litoral agrícola-ganadero en el modelo agro exportador, aún cuando ciertos sectores de la élite vinieran vislumbrando ya el otoño del modelo en plena primavera, le había permitido impulsar procesos "exitosos" de producción de hegemonía. La construcción y posterior consolidación de una "prensa seria" en la ciudad, en torno exclusivamente al diario La Capital constituye para los sectores burgueses, uno de los más significativos logros. Su éxito en la consolidación de una palabra escrita que legitima, más allá de las diferencias coyunturales, su rol de clase que impone su hegemonía a los sectores subalternos, trascenderá los tiempos y perdurará como parte del imaginario colectivo rosarino, cimentando una empatía entre la ciudad de Rosario y "su" diario. Los significativos cambios de formato, tamaño y diseño, y el reemplazo de sus tradicionales propietarios por una variopinta sociedad anónima, no impiden que aun hoy un número significativo de rosarinos tengan una relación de dependencia adictiva con el diario, tornando válida la ironía del poeta Rafael Ielpi. Para ellos Rosario sigue siendo una "ciudad con un solo vicio: el diario La Capital".

Florencia Pagni y Fernando Cesaretti.

Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario

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Autor:

Florencia Pagni

Fernando Cesaretti

[1] Ambos habían adherido en su juventud al rosismo. Ovidio Lagos se formó en el oficio de tipógrafo en la Imprenta del Estado que dirigía Pedro de Angelis. Fue miembro de redacción de La Gaceta Mercantil, periódico que cumplió durante la dictadura de Rosas la función de oficioso vocero gubernamental. Eudoro Carrasco también fue aprendiz de tipógrafo en el mismo establecimiento gráfico, desde donde pasó a desempeñarse como escribiente en la secretaría privada de Juan Manuel de Rosas. En los tiempos previos a la caída del autócrata porteño editó El Agente Comercial del Plata. En 1853 se instaló en Rosario donde desempeñó actividades comerciales y ocupó diversos cargos públicos. Carrasco se distanció de Lagos hacia 1874, acusándolo de inconsecuencia en su prédica periodística y política. En el imaginario colectivo rosarino es poco frecuente que se vincule a Carrasco con el origen de La Capital.

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