Descargar

Conozcamos elementos de la personalidad necesarios para el trabajo social

Enviado por daymi


    1. Resumen
    2. Elementos que integran la personalidad
    3. Personalidad y autovaloración
    4. ¿Cómo contribuir a un mejor desarrollo de la personalidad?
    5. Bibliografía

    "…Me sentía triste porque no tenía zapatos, hasta que vi a un hombre que no tenía pies…."

    Anónimo.

    Resumen:

    La Psicología es una disciplina que ofrece herramientas necesarias para el trabajo en la sociedad, específicamente para el trabajo hombre a hombre.

    El presente trabajo, ofrece algunos elementos, que, desde la Psicología, facilita la labor social, en aras de un trabajo más eficiente y eficaz.

    Introducción

    ¿Por qué no todas las personas se comportan de la misma manera?. ¿Por qué ni siquiera un mismo sujeto reacciona similarmente en circunstancias diferentes?. ¿Por qué seres humanos con enfermedades iguales suelen comportarse tan antagónicamente?.

    Estas y muchas otras interrogantes suelen presentarse frecuentemente en nosotros cuando nuestras profesiones y/u oficios están dirigidas a satisfacer al ser humano, cuando el producto de nuestro trabajo es precisamente el bienestar psicosocial del otro.

    Cada persona es portadora de una subjetividad individual, por ello es que todos tenemos concepciones diferentes sobre el amor, la vida, la salud, la felicidad o la muerte.

    La realidad existe independientemente de la voluntad del hombre, pero esa realidad no significa lo mismo para todos, no es vivenciada de la misma manera por los sujetos.

    Los sujetos tenemos percepciones y vivencias diferentes de la realidad que conforman la subjetividad. La subjetividad está condicionada por el modo en que cada uno de nosotros interactuamos y nos relacionamos con la realidad objetiva, lo cual posibilita que construyamos nuestras propias representaciones sobre los fenómenos, objetos y personas.

    Aparece así la subjetividad, como "experiencia interior, propia, vivida dentro de sí, de cada cual, muy personal y exclusiva. Difícil de transmitir con toda exactitud a través del lenguaje (…)" (Fernández, L.2003, p. 7) y del comportamiento. Es decir, la realidad existe para nosotros como subjetividad.

    Desde el mismo momento del nacimiento comienza el proceso de construcción y desarrollo de la subjetividad individual. El hombre, como ser social, a través del proceso de socialización va incorporando activamente la experiencia y la realidad objetiva exterior. Esta apropiación es posible gracias a la existencia de una serie de procesos psicológicos que unidos a la conciencia permiten ese reflejo activo y mediatizado del entorno.

    El reflejo que cada sujeto tiene de su entorno se expresa en formaciones psicológicas articuladas entre sí, que se van integrando progresivamente con mayor precisión y exactitud, y es alrededor de los tres años de edad aproximadamente que, con la crisis de identidad que se produce en este período evolutivo en la que el niño toma conciencia de su existencia como un ser independiente que hablamos de personalidad. Es la personalidad la categoría psicológica individual designada para definir el nivel de mayor integración de la subjetividad a escala individual.

    Ahora bien, qué es la personalidad y qué características presenta, veamos algunas de las más relevantes a tener en cuenta para el trabajo social.

    1. La personalidad es una realidad subjetiva que no se expresa linealmente en el comportamiento, solamente vemos la conducta. Es el comportamiento una expresión de la personalidad pero no es la personalidad en sí. Por ejemplo, una persona que esté padeciendo de alguna enfermedad puede mostrarse irritada, de mal humor, angustiada y ansiosa, y sin embargo, no suele ser de esta manera, y por el contrario, puede permanecer tranquila y serena, y estar experimentando gran angustia, miedo e inseguridad, pero presenta otros recursos personológicos que le ayuden a controlar su comportamiento.
    2. Esta realidad subjetiva supone un reflejo activo y mediatizado de la realidad. El sujeto no reproduce mecánicamente la realidad, sino que la procesa, la mediatiza y la devuelve activamente. Para cada uno de nosotros la realidad tiene una significación diferente, tal y como decíamos anteriormente, el proceso de construcción de la realidad en el sujeto tiene como intermediario el propio sujeto activo que se hace dueño de esa realidad.
    3. La personalidad es sistema integrado por diferentes subsistemas que presentan diferente grado de complejidad y se encuentran en constante interacción entre sí. La personalidad no es la suma aislada de todos sus elementos, cada una de sus formaciones no cobran sentido sino es en virtud del subsistema que integre. Por ejemplo, podemos estar tratando con una persona tímida e introvertida y sin embargo el calor humano que respira, la confianza que le ofrecemos, así como los afectos que siente hacen que no se exprese de esa manera, sino que se comporte de manera desinhibida y extrovertida.
    4. La personalidad es dinámica, procesal y en movilidad. Los contenidos personológicos de la personalidad se encuentran en constante activación y desactivación de acuerdo al subsistema de integración personológica que esté interviniendo, es por ello que nos podemos comportar de diferentes formas en diferentes circunstancias y contextos. No son las mismas cualidades de la personalidad las que se demandan en un hospital que la casa, en nuestro país que en otro, cuando estamos saludables que cuando estamos enfermos. No se trata de poseer varias personalidades, como a veces escuchamos en el lenguaje coloquial de la calle, sino que nuestra personalidad posee una movilidad tal que nos permite interactuar eficazmente en los diferentes ámbitos y niveles de nuestra vida cotidiana.
    5. Es estable pero no estática. La personalidad caracteriza de modo relativamente estable al sujeto, esta estabilidad suele ser cada vez mayor en la medida en que nos acercamos a la adultez, es por ello que es más fácil modificar actitudes en los niños que en las personas de más edad, no obstante, esa estabilidad no quiere decir estaticidad, pues el proceso de construcción y desarrollo de la personalidad culmina con la muerte del individuo, de ahí que constantemente se estén incorporando elementos nuevos que pueden conducir transformaciones personológicas. Esto está muy relacionado con la siguiente característica:
    6. Es una entidad abierta en intercambio constante con el medio ambiente, con el exterior. Es el proceso de socialización el proceso de incorporación y construcción de la experiencia, y este comienza, como ya se dijo, con el nacimiento y culmina con la muerte, de ahí que:
    7. La personalidad está en constante cambio y desarrollo. Nunca se termina de formar la personalidad, constantemente se está intercambiando informaciones y afectos que posibilita que el sujeto cambie y se desarrolle, esto lo debemos tener bien presente, siempre que trabajaremos con personas sensibles al cambio, a la transformación, y cualquier esfuerzo realizado en este sentido puede lograr resultados satisfactorios.
    8. Es única e irrepetible. La personalidad posee cualidades singulares en cada uno de los sujetos, que lo hacen exclusivo. Cada persona posee una historia individual específica que está formada en condiciones de vida diferentes para cada uno de los sujetos. Independientemente de que existan similitudes entre personas nunca dos personas serán iguales pues existen múltiples factores que lo permiten, esto lo debemos tener en cuenta a la hora de trabajar con las personas, que todas son diferentes y por ello no debemos asumir patrones de comparación ni pretender que dos personas lleven a cabo los mismos comportamientos.
    9. La personalidad supone la formación de una identidad personológica que tipifica a la persona. Se trata de una noción de sí mismo, un autoconocimiento que se enriquece durante toda la vida. Es debido a esta identidad que a veces, predecimos cómo se comportará una persona, pues podemos saber no sólo quiénes somos, sino también cómo somos.

      Al hablar de los determinantes de la personalidad nos referimos al determinante biológico, dado por aquellas cualidades innatas de la persona, por todo lo que adquiere a través de los mecanismos de la herencia, el temperamento, las cualidades del sistema nervioso central, las particularidades anatomofisiológicas del ser humano, la existencia de un cerebro, sin el cual no es posible hablar de personalidad, entre otras. Estas condiciones biológicas son necesarias pero no suficientes, pues hasta ellas mismas requieren de la interacción con la sociedad para que se potencien, maduren y desarrollen, de ahí que también encontremos el determinante social, que está dado por toda la influencia del medio exterior a través de los procesos de comunicación y de la actividad. Lo social contiene en sí mismo lo histórico y lo individual pues existe una historia de vida del propio sujeto, de la sociedad y de los grupos en que nos insertamos. El determinante social tampoco actúa esculpiendo o moldeando directamente a la personalidad, sino que es mediatizado. Lo social no influye de la misma manera en momentos diferentes, ni en lugares diferentes ni en personas diferentes, de ahí que esta relación del sujeto con lo social resulte atravesada por las características culturales e históricas del lugar, entonces no podemos hablar de lo social sin ver lo histórico – cultural.

      Decíamos que este determinante estaba mediatizado por otros factores, viendo entonces el determinante psicológico, dado por la propia capacidad de autodeterminación del sujeto, se trata de su momento activo, el cual con sus propios recursos personológicos organiza, dirige, controla y regula su comportamiento.

    10. La personalidad es plurideterminada. El proceso de formación y desarrollo de la personalidad está determinado por diversos factores que intervienen simultáneamente, a pesar que en determinadas circunstancias se observa más la influencia de uno de ellos. Al respecto, la doctora Lourdes Fernández refiere que los seres humanos formamos parte de una naturaleza y existimos, en nuestra esencia, en una relación entre lo natural, lo psicológico y lo sociocultural en historicidad, y entender esta relación resulta vital para comprender el origen y formación de la personalidad.
    11. Por último, la personalidad tiene la función de regular y autorregular el comportamiento. La personalidad orienta, dirige y controla el comportamiento.

    Hasta aquí hemos podido dar respuesta a algunas de las interrogantes realizadas al comenzar, analicemos a continuación otros aspectos relacionados con los elementos que subyacen al comportamiento de las personas, para ello hablaremos brevemente de la estructura de la personalidad.

    Elementos que integran la personalidad.

    La personalidad tiene en su base a los procesos cognitivos, que no son más que aquellos que te permiten conocer el mundo exterior, por ejemplo, la percepción, la atención, la memoria, la atención, etcétera. Y a los procesos afectivos que son aquellos que expresan cuánto y cómo nos afecta lo que conocemos y se expresa en sentimientos, emociones y afectos.

    Estos procesos no funcionan de manera aislada, sino que íntegramente, pero en diferentes momentos y etapas del desarrollo se observa la presencia de uno más que otro en el comportamiento. Por ejemplo, a veces cuando un niño pequeño tiene un dolor llora desesperadamente, y ese llanto, que es una manifestación afectiva nos está diciendo que algo le sucede a ese niño, mientras que un adulto, tal vez con el mismo dolor, en vez de llorar lo que hace es decirnos precisamente que tiene gran dolor.

    Otras veces entramos en grandes contradicciones ya que deseamos hacer algo y en cambio sabemos que no es lo que debemos hacer, sin embargo decidimos hacerle caso a nuestros sentimientos.

    Si analizamos estos ejemplos podemos percatarnos que al nivel de estos procesos afectivos y cognitivos también se produce una regulación del comportamiento.

    Estas dos aristas, si bien poseen sus especificidades ambas se integran sucesivamente de modos cada vez más complejos a lo largo del desarrollo potenciando la función reguladora. La unidad de los procesos cognitivos y afectivos se expresan, o toman cuerpo a través de los sentidos psicológicos, los cuales se construyen a lo largo de todo el desarrollo a partir de una creciente unidad de dichos procesos. Es entonces la personalidad una configuración de sentidos psicológicos.

    Los sentidos psicológicos son entonces aquellos elementos que son reflejados desde el punto de vista cognitivo y que tienen significación para el sujeto. No todo nos gusta, nos interesa, nos preocupa, es decir no todo tiene sentido psicológico para nosotros, incluso a veces una misma cosa tiene sentido psicológico en un momento determinado y no en otro.

    Por ejemplo, una enfermedad que nos podría resultar indiferente en un momento de la vida, en otro gana gran interés porque o la poseemos, o la posee alguien a quien amamos y queremos, entonces la estudiamos, nos preocupamos por conocerla y combatirla.

    Los sentidos psicológicos se expresan en unidades psicológicas primarias y en formaciones motivacionales.

    Como su nombre lo indica las unidades psicológicas primarias son aquellos contenidos básicos de la personalidad que originan una entidad nueva, diferente e irreductible en cada sujeto, de ahí el carácter único e irrepetible de la personalidad.

    Estas unidades psicológicas primarias no funcionan de manera aislada, sino se integran entre sí existiendo gran dependencia funcional entre ellas y entre estas y el sistema personológico en su totalidad. Dentro de las unidades psicológicas primarias encontramos las necesidades, los motivos, los intereses, los hábitos, los rasgos del carácter, etcétera.

    Dentro de los contenidos de mayor importancia para el estudio del comportamiento humano se encuentran las necesidades y los motivos.

    Según Fernando González Rey (1989), las necesidades pueden ser definidas como cualidades estables de la personalidad, de contenido emocional, que constituyen el motor impulsor del comportamiento humano, orientando al sujeto en una dirección estable, en forma de relación con objetos y otras personas, garantizando la expresión activa y creativa de la personalidad.

    Detrás de todo comportamiento existe una o varias necesidades. Existen necesidades inferiores o primarias y necesidades superiores. Las inferiores tienen que ver con la subsistencia de del organismo y una vez satisfechas desaparecen, ejemplo, si una persona tiene hambre y come el hambre desaparece.

    Sería bueno destacar que estas necesidades inferiores que existen tanto en los animales como en el hombre no adquieren la misma connotación en ambos, en caso de este último, hasta estas necesidades son condicionadas socialmente, si el hombre tiene hambre no va a comer cualquier alimento que se encuentre delante, debe ser uno que esté en condiciones adecuadas, e incluso muchas veces debe ser hasta de su gusto, mientras que el animal suele comer cualquier cosa y a veces hasta alimentos echados a perder. Es decir, generalmente las necesidades primarias del hombre se satisfacen de manera tal que son reguladas a escala personológica.

    Por otra parte, las necesidades psicológicas o superiores son demandas del sujeto que pueden expresarse en términos de carencia o de deseo e impulsan al individuo hacia la satisfacción de las mismas. Estas necesidades son estables, insaciables, autopropulsadas, ellas mismas una vez satisfechas conducen a otras necesidades, de ahí que los sujetos siempre estemos en la búsqueda de algo. Estas necesidades tienen un condicionamiento social muy fuerte y necesitan de la comunicación y del intercambio con el otro para expresarse y ser satisfechas. Su función básica es garantizar el desarrollo y equilibrio de la personalidad.

    Solamente partiendo de las necesidades reales de las personas es que podemos lograr el bienestar absoluto de las mismas, así como cualquier posibilidad de transformación y cambio debe basarse en las demandas reales de las personas y no en lo que deseamos cambiar o transformar.

    Existen múltiples necesidades, podemos mencionar por ejemplo las necesidades de salud, de bienestar integral, de alivio de un dolor, de reconocimiento, de afecto, de intercambio social, de nuevas impresiones, en fin existen tantas necesidades como sujetos haya. Ahora bien, las necesidades se satisfacen en un espacio psicológico que denominamos motivo.

    Los motivos son contenidos de la personalidad, la forma que la personalidad asume y procesa sus necesidades. El motivo es un espacio subjetivo y no siempre es consciente, además poseen multiexpresión, se expresan en la conducta, en las valoraciones, en los afectos.

    Los motivos le ofrecen sentido y dirección a la personalidad, en tanto orientan la conducta del sujeto en aras de satisfacer sus necesidades, hay motivos que tienen un alto sentido personal para la persona, y están cargados de profundos sentimientos y afectos, estos motivos se convierten en motores importantes de la personalidad y se expresan tanto en el comportamiento como en la subjetividad. Por ejemplo, un motivo de gran sentido personal para una persona enferma puede ser el personal médico que la atiende, y en este sentido la persona desarrollará profundos sentimientos de amor, cariño, amistad, respecto, admiración, agradecimiento, etcétera, que no sólo mostrará en sus comportamientos diarios para con esas personas, sino también formará parte de las características de su subjetividad.

    Al igual que las necesidades, los motivos se estructuran en una jerarquía, entiéndanse una pirámide donde en la cima se encuentren aquellos motivos fundamentales para el sujeto. Aquellos que se encuentran en el nivel superior de la jerarquía se denominan tendencias orientadoras, y están integradas generalmente por motivos conscientes que impulsan al sujeto hacia los objetivos principales de su vida. Las tendencias orientadoras, no sólo orientan al comportamiento al presente, sino también hacia el futuro, y se caracterizan por profundas reflexiones, comprometiendo el punto de vista del sujeto. (González, Rey, F. 1985).

    No todos los motivos superiores forman parte de tendencias orientadoras de la personalidad, aquellos motivos que no determinan sentido de vida futura para el sujeto no integran su tendencia orientadora, así por ejemplo, una operación puede ser un motivo superior, sin embargo la misma puede formar parte de tendencia orientadora en una persona que demande de ella cada cierto tiempo y que luego de la misma tenga que introducir cambios nuevos y necesarios a su sistema de vida, pues determina metas y aspiraciones futuras de la misma, en cambio para aquella persona que se opera para obtener una cura inmediata, está satisfaciendo sólo una necesidad de salud más.

    Hasta aquí podemos observar la relación que existe entre el motivo y la necesidad, es este último el espacio psicológico que permite la satisfacción de la necesidad, ahora bien, una misma necesidad se puede satisfacer a través de diferentes motivos, y, en un mismo motivo podemos canalizar varias necesidades. Veamos un ejemplo, a través de ese personal médico del que hablábamos, el paciente puede satisfacer necesidades de integridad física, de salud y bienestar personal, pero también necesidades de afecto, de reconocimiento, de relaciones impersonales, de aceptación, entre otras, y estas necesidades las puede satisfacer a partir de otros motivos, como un esposo, un amigo, un familiar, etcétera.

    Como mencionamos, dentro de las otras unidades psicológicas primarias se encuentran los intereses que tienen que ver con la selectividad del comportamiento del individuo, con la obtención de información sobre alguna esfera de la vida. Los intereses orientan, inclinan, dirigen a la persona hacia algo que lo atrae. Intereses hacia una persona, hacia una enfermedad, hacia un tratamiento, hacia un libro; los hábitos, referidos a automatismos que se insertan en nuestros estilos de vida. Son costumbres que tenemos que suelen ser poco variables, por ejemplo, leer para dormir, asearnos al despertar, rezar a determinadas horas; también se encuentran los rasgos del carácter y las actitudes.

    Los rasgos del carácter son aquellos contenidos puntuales de la personalidad que tipifican nuestros comportamientos, se observan en el proceso de interacción del individuo con los objetos y las personas y presentan naturaleza conductual. Son tendencias de gran amplitud que pueden variar ante diversas circunstancias, una persona puede ser sociable en determinado momento y en otro puede no serlo, lo cual no implica que sea poco sociable. Tenemos entre otros rasgos del carácter la amabilidad, la introversión, extroversión, la timidez, la seguridad o inseguridad, la honestidad; y por último las actitudes que son la forma concreta y estable en que el sujeto se manifiesta o se expresa hacia objetos, situaciones y personas e se expresan en valoraciones, emociones y comportamientos. Podemos hablar de una actitud hacia el trabajo, hacia un tratamiento, hacia un grupo de personas.

    Todos estos elementos aislados no ofrecen información por sí solos, sino que se integran y articulan alcanzando el carácter movilizador de la personalidad, apareciendo así las formaciones motivacionales.

    Las formaciones motivacionales son configuraciones subjetivas de la personalidad donde se organizan y expresan los contenidos psicológicos de la vida. Se trata de sistemas reguladores que articulan a las unidades psicológicas primarias. Aquí encontramos a los ideales, la concepción del mundo, el proyecto de vida, las intenciones profesionales y la autovaloración.

    Las formaciones motivacionales no se encuentran presentes de la misma manera desde las primeras etapas del desarrollo, sino que se van configurando y ganando objetividad, organización e intensidad en la regulación del comportamiento con el pasar del tiempo, hacia la adultez. Existen formaciones que son adquisiciones importantes de determinados períodos del desarrollo, como la concepción del mundo, típica de la edad juvenil, o el proyecto de vida y las intenciones profesionales.

    Otras, como la autovaloración que aunque se encuentra presente desde estadios tempranos del desarrollo, no es hasta la juventud donde viene a alcanzar objetividad, estabilidad y articulación, así como va a servir de sustento al sentido de la vida.

    Son precisamente los sentidos psicológicos los que se van a articular formando configuraciones psicológicas que constituyen la célula funcional de la personalidad que interviene en la regulación y autorregulación del comportamiento. En la medida en que aumente la complejidad e integración de la personalidad el sujeto se convierte más activo en dicha regulación, y de esta manera aumenta su capacidad de autodeterminación y de compromiso con sus acciones y decisiones, su capacidad de reestructuración, es decir la posibilidad de cambiar contenidos psicológicos y buscar nuevas estrategias comportamentales, su flexibilidad, su capacidad de tolerancia y su seguridad. Sujetos con estas características pueden enfrentar satisfactoriamente cualquier problema e imprevisto que se presente en el presente y desarrollar conscientemente un sistema de aspiraciones orientado hacia el futuro, pues presentan mejores recursos para afrontar y solucionar sus conflictos, así como lo nuevo.

    Por el contrario el poco desarrollo de la personalidad se observa en la intolerancia ante criterios contrarios, la rigidez del comportamiento, la inseguridad, la insuficiente capacidad reflexiva, la incapacidad de enfrentar lo nuevo. Generalmente, se trata en este caso, de sujetos pasivos que reproducen la realidad y no la construyen activamente, sujetos que están muy orientados hacia el pasado y el presente y les cuesta orientar y proyectar su comportamiento hacia el futuro ya que cuentan con pocos recursos personológicos para ello.

    Muchas veces no se observa tan definidamente estos dos extremos, sino que todos estos elementos coexisten simultáneamente o se alternan, recordemos que dichos elementos se encuentran en movilidad, incluso en diferentes esferas de nuestras vidas suelen presentarse indistintamente.

    Existen diversos momentos de la vida que exigen de nosotros comportamientos seguros, tolerantes, disciplinados y optimistas, pero no todas las personas contamos con los mismos recursos personológicos para enfrentarlos de la misma manera, por eso tal vez mientras que un paciente que ha sufrido un accidente que le ha proporcionado un gran vuelco a su vida continúe hacia delante y lo enfrente con gran valor, decisión y coraje, haya otro, con el mismo problema atravesando gran ansiedad y depresión, incluso, sin deseos de vivir. Es por ello, que es de suma importancia conocer cómo funciona nuestra personalidad.

    El desarrollo de los recursos psicológicos del sujeto se encuentra relacionado también a un sentido definido de la propia identidad, es decir, a la autovaloración que presente el sujeto.

    Personalidad y autovaloración.

    Señala el psicólogo soviético Rubinstein que el estudio psicológico de la personalidad no culmina con el análisis de sus propiedades psíquicas, sino con el estudio de la conciencia de sí mismo, según este autor la autovaloración del sujeto constituye un elemento activo que mediatiza la expresión de las principales necesidades y motivos de la personalidad.

    Es la autovaloración el concepto profundo y generalizado que construye el sujeto de sí mismo a partir de una profunda valoración de sí, de sus principales necesidades y motivos. Este concepto no sólo tiene función subjetiva- valorativa, (valoración del sujeto de sí mismo) sino también reguladora y autoeducativa, en la medida en que lo impulsa a actuar en correspondencia con la percepción que tiene sobre su propia persona y con lo que considera adecuado.

    Mientras más profundo es el autoconocimiento que tiene la persona de sí mismo será mayor la capacidad crítica del mismo y las posibilidades de transformación. Sujetos con una autovaloración estructurada, flexible e íntegra tienen mayor capacidad de tolerancia y posibilidad de resolver conflictos y de tomar decisiones autónomas, así como más seguridad, confianza en sí mismo y una adecuada autoestima, en cambio aquellas personas con autovaloración empobrecidas y desestructuradas, suelen ser rígidas, inseguros, poco tolerantes, toman decisiones guiados por los otros o por afectos, pensando después de haber actuado y con una autoestima inadecuada, ya sea porque se encuentre muy disminuida o aumentada.

    Independientemente de los recursos personológicos con que cuenten las personas, y que ya hemos hablado, existen acontecimientos normativos o no, que se presentan en la vida y que rompen el equilibrio de la personalidad y adentran a los sujetos en profundas crisis, muchas veces dichas circunstancias repercuten en la autovaloración y autoestima de las personas haciéndolos más vulnerables.

    No hablemos exclusivamente de la presencia de enfermedades y de accidentes que pueden cambiar la forma de vida de las personas pues se daña su imagen, sus órganos vitales, sus costumbres, etcétera y conllevan a grandes períodos de rehabilitación y de autoaceptación; hablemos primero brevemente de algunas manifestaciones psicológicas típicas de etapas del desarrollo que marcan alteraciones importantes en la autovaloración y en las características de la personalidad, que no deben pasar por alto al relacionarnos con los sujetos para comprender sus comportamientos.

    Mientras que en los primeros años de vida básicamente la regulación del comportamiento se produce al nivel de los procesos afectivos pues no existe una madurez suficiente de los cognitivos y no ha surgido aún la autoconciencia, ya alrededor de los tres años de edad se produce lo que muchos autores conocen como la primera crisis de la personalidad o crisis de identidad que tiene como saldo positivo el surgimiento de la autoconciencia y de la identidad, pues como ya dijimos, el niño se percata de que existe como un ser independiente y a partir de este momento él exige ser tratado de modo diferente, incluso, es típico de esta crisis manifestaciones como la rebeldía, el negativismo, el egoísmo, las perretas, el uso exagerado de pronombres posesivos, la necesidad imperiosa de ser el centro en los grupos de adultos y llamar la atención, lo cual no significa que se estén moldeando en él rasgos de una personalidad desviada, como muchos suelen pensar, sino que necesita por una parte, ser tratado como un niño mayor con el cual el adulto puede contar y por otra más independencia.

    Si bien el niño pequeño no comprende mucho cuando le explicamos las razones respecto a por qué debe tomar un medicamento, o hacer reposo, o por qué debe ponerse una inyección, o por qué a él le pudiera suceder uno u otro accidente si realiza determinado comportamiento ya que todavía no tiene definido ese "yo" y debemos entonces ser más afectivos que racionales en la interacción con ellos, ya el niño de tres años de edad posee recursos para comprender estos argumentos, y se vuelven más vulnerables a las malas formas, al regaño, al maltrato, en fin a la violencia, por supuesto, no quiere decir que los niños pequeños no sean sensibles a ello. A partir de este momento progresivamente el niño va a ir comprendiendo cada vez con mayor profundidad los argumentos racionales y la mentira, el engaño, la dependencia y la violencia, entre otros, pueden ir cavando profundos abismos en su autovaloración, por ello, es necesario relaciones cordiales, respetuosas y basadas en la verdad.

    A finales de los diez u once años de edad aproximadamente, comienza la etapa de la adolescencia que trae consigo profundas transformaciones. El desarrollo desigual de los adolescentes y la valoración social tienden a influir considerablemente en su autovaloración y autoestima, veamos ejemplos.

    Todos conocemos que durante este período se producen las llamadas transformaciones puberales que se dan en cuatro direcciones básicamente, en las medidas antropométricas, en los procesos fisiológicos, en los endocrinos y en la madurez sexual. Estos cambios aunque son vivenciados de modo diferente por los adolescentes, tienden a influir en la autovaloración e identidad personal del adolescente, ocupando un lugar central la valoración personal y social sobre su imagen corporal.

    Por ejemplo los adolescentes que presentan retraso en el desarrollo antropométrico, en la maduración sexual, o que presentan acné juvenil suelen ser muchachos tímidos, inseguros, introvertidos, con una baja autoestima y que se subvaloran, o por el contrario, son muy agresivos y rebeldes, similarmente ocurre con la obesidad o con aquellos que son extremadamente delgados. Muchas veces las causas de estas consecuencias son precisamente el rechazo y la falta de aceptación del grupo de coetáneos y/o adultos, cuyas valoraciones sociales resultan significativas para el adolescente.

    Los cambios fisiológicos que se producen en esta edad también pueden traer consigo torpezas en el adolescente y fatigas, siendo muchas veces valorados negativamente por los adultos provocando gran irritabilidad y excitabilidad emocional dañando, de esta manera, su autoestima.

    Por el contrario aquellos adolescentes con características atléticas, o con un adecuado desarrollo sexual tienden a convertirse en el centro de los grupos y ser muy aceptados socialmente, lo cual eleva considerablemente su autoestima. Este otro extremo puede ser también perjudicial porque se fomentan adolescentes con autovaloraciones inadecuadas por sobrevaloración y que pueden llegar a ser egoístas y superficiales.

    Podemos concluir hasta aquí que en esta etapa resulta de vital importancia la valoración social que tienen los otros y para ello contar con una apariencia personal y corporal adecuada resulta de gran significación, por ello cualquier alteración en este sentido puede originar alteraciones importantes en la autoestima y en la autovaloración. Debemos comprender que es esta etapa especialmente susceptible ante los daños y consecuencias de enfermedades y accidentes, pues los adolescentes cuentan con escasos recursos personales para enfrentarlos, por ser esta época tan convulsa.

    Para culminar con esta etapa del ciclo vital comentaremos que aquí se produce una de las grandes crisis del desarrollo que trae consigo manifestaciones comportamentales rebeldes, agresivas, prepotentes y excéntricas. Esta crisis está plurideterminada y dentro de uno de sus determinantes se encuentra la necesidad de autonomía, de independencia y de ser tratados como adultos. El adolescente exige y necesita que se cuente con él y que se valoren sus puntos de vistas y sentimientos.

    Por último reflexionaremos acerca de algunos elementos relacionados con la ancianidad, tercera edad o adultez mayor. En la actualidad existen muchos prejuicios que impiden un acercamiento adecuado a esta etapa del desarrollo y es válido señalar que los adultos mayores continúan siendo sujetos activos, y en muchas ocasiones hasta desarrollan muchas actividades en la casa, en la comunidad y en el centro laboral (aunque esta etapa trae consigo la jubilación muchos continúan vinculados a los centros de trabajo de procedencia).

    Muchas personas afirman que la vejez es sinónimo de envejecimiento, pero si bien esta etapa muestra evidencias de dicho proceso, que comienza desde el nacimiento, como por ejemplo dificultades en los sistemas sensorio motrices, la psicología prefiere abordarla como un período más del desarrollo donde los individuos se encuentran en proceso de elaboración de cambios y surgimiento de nuevas formaciones psicológicas.

    En la adultez media, alcanza gran desarrollo la autoconciencia reflexiva como uno forma auténtica de la identidad y el autoconocimiento, y envejecer para el adulto significa no sólo cambiar físicamente y perder la capacidad reproductiva, sino ganar en recursos que le permitan enfrentar esta etapa con madurez.

    Es difícil asumir la ancianidad y la formación de la identidad de verse como viejo, en este momento se suele afectar la autoestima y la autovaloración, pues como ya se dijo, la existencia de múltiples prejuicios y estereotipos en la sociedad dañan la interacción y el crecimiento personal del adulto mayor, además en este momento de la vida la muerte es algo inminente, de ahí la gran necesidad de trascender y de dejar un legado en el otro, el viejo ya sabe que está llegando al final de sus días como ser viviente y esto exige de gran apoyo y comprensión pues puede generar profunda ansiedad y depresión.

    Esta etapa ni es la mejor edad, como algunos refieren pues se cuentan con gran experiencia, ni es la peor, pues tampoco ser viejo significa ser inútil, caduco, feo e inactivo, por lo tanto, no podemos convertirnos en bastones de los ancianos, sino que mediante la comunicación con ellos debemos potenciar su desarrollo.

    ¿Cómo contribuir a un mejor desarrollo de la personalidad?.

    Si bien la psicología no puede ofrecer recetas para el tratamiento de las personas, por tratarse de sujetos activos portadores de subjetividad y de individualidades únicas e irrepetibles, con historias de vida individuales y diferentes que los acreditan como protagonistas exclusivos de su desarrollo y hacedores de su propia experiencia, existe un grupo de ideas que debemos tener presentes para potenciar el crecimiento personal de los individuos.

    Sea cual fuese la etapa del ciclo vital en que se encuentre el ser humano debemos convertirnos en mediadores de su desarrollo, ser capaces de impulsarlos hacia estadíos superiores y proporcionarles las herramientas que les permitan enfrentar por sí solos sus conflictos y superarlos. Sentimientos y comportamientos como la lástima, la compasión, la mentira y el dolor no ayudan a las personas con necesidades de orientación y de apoyo social, sino que los conducen a un mundo de fantasías y de engaños donde las principales víctimas son precisamente ellas mismas.

    Los prejuicios y los estereotipos sociales también dificultan relaciones desarrolladoras, por lo que debemos cumplir tres pilares básicos, formulados por el psicólogo C. Rogers y que resultan de suma importancia en la interacción con los seres humanos, ellos son:

    • La aceptación, ser capaces de aceptar al otro tal y como sea, con sus virtudes y defectos. Significa la tolerancia y la madurez para comprender y entender que las personas son de determinadas maneras y no como quisiéramos que fuesen.
    • La empatía que supone la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de ver el asunto desde su punto de vista, lo cual no implica aceptar esta otra visión, sino entenderla, y por último:
    • La congruencia, ser coherentes con lo que hacemos, decimos y pensamos.

    Por último, considero que resulta importante conocer que cualquier consejo que demos que no sea consultado con un especialista puede lacerar profundamente a las personas. A veces, nos vestimos de orientadores y consejeros psicológicos con el sano objetivo de ayudar al otro y hacemos todo lo contrario, pues cualquier opinión emitida en un momento trascendental para un sujeto puede ser vital en sus decisiones, y si no estamos preparados para ello, las consecuencias quizás no sean las deseadas, además, hay que tener claro que nadie está facultado para decirle al otro lo que tiene que hacer, sino que debemos posibilitarles los recursos que les permitan a cada cual decidir por sí solos, sólo de esta manera logramos su desarrollo personológico.

    Bibliografía.

    1. Fernández, L. La personalidad. Algunos presupuestos para su estudio, en: Psicología. Selección de textos, Editorial Félix Varela, La Habana, 2003.
    2. González, F. Mitjánz, A. Motivación moral en adolescentes y jóvenes, Editorial pueblo y educación, La

    Habana, 1985.

    3. González, F. Psicología. Principios y categorías. Editorial Pueblo y Educación, Ciudad de la Habana, 1989.

    1. Orosa, T. La tercera edad y la Familia: Una mirada desde el adulto mayor, Editorial Félix Varela, La Habana, 2000.

    Por:

    Licenciada Daymi Rodríguez López

    Profesora instructora de la Facultad de Psicología. Universidad de la Habana