Su diferencia con el resto de las formas de gobierno
El Gobierno Islámico no se corresponde con ninguna otra de las formas de gobierno existentes. Por ejemplo, no es una tiranía, en la cual la cabeza del Estado pueda jugar arbitrariamente con las propiedades y vidas de las personas, usándolas según sus deseos, condenando a muerte a quien quiere y enriqueciendo a quien quiere, mediante la concesión de tierras y la distribución de propiedades y pertenencias del pueblo.
El Más Noble Mensajero, el Emir de los Creyentes y el resto de los otros califas, no tuvieron poderes semejantes, el gobierno islámico no es tiránico ni absoluto, sino "constitucional". Pero no constitucional en el sentido corriente de la palabra, es decir, basado en la aprobación de las leyes de acuerdo con la opinión de las mayorías. Es constitucional en el sentido de que los gobernantes están sujetos a ciertas condiciones en las tareas de gobierno y la administración de su país, condiciones recogidas en el Noble Corán y en la Sunnah del Más Noble Mensajero.
Estas leyes y reglamentaciones conforman el conjunto de condiciones que han de ser observadas y practicadas. Por lo tanto, puede definirse el gobierno islámico como el gobierno de las leyes divinas sobre los hombres.
La diferencia fundamental entre el gobierno islámico y las monarquías constitucionales y repúblicas es ésta: en el Islam, el poder legislativo y la competencia para el establecimiento de las leyes pertenece en exclusiva a Dios Todopoderoso, mientras que en otras formas de gobierno, son los representantes del pueblo, o el monarca, quienes establecen la legislación. El único poder legislativo en el Islam es su Sagrado Legislador. Ningún otro tiene el derecho a legislar y ninguna otra ley puede ejecutarse, excepto la del Legislador Divino.
Por ello, en un gobierno islámico, un simple cuerpo planificador ocupa el lugar de la Asamblea Legislativa, que es una de las tres ramas del estado. Este cuerpo diseña los programas para los distintos ministerios a la luz de las normas del Islam y determina cómo establecer los servicios públicos para todo el país.
El cuerpo de leyes islámicas existentes en el Corán y en la Sunnah, ha sido aceptado y reconocido como digno de ser obedecido por todos los musulmanes. Consentimiento y aceptación que facilitan la tarea de gobernar y la hacen propiedad real del pueblo.
Por el contrario, en una república o monarquía constitucional, los que manifiestan ser representantes de la mayoría del pueblo, pueden hacer una ley sobre cualquier cosa que deseen e imponérsela a éste.
El gobierno islámico es un gobierno de derecho. En esta forma de gobierno, la soberanía pertenece sólo a Dios y la ley es Su Decreto y Orden. La ley del Islam, o las Órdenes Divinas, tiene autoridad absoluta sobre todos los individuos y sobre el gobierno islámico. Todos, incluido el Más Noble Mensajero y sus sucesores, están sujetos a la ley y así permanecerá por toda la eternidad. Es la ley que ha sido revelada por Dios Todopoderoso y Altísimo y expuesta en el Corán por el Más Noble Mensajero.
Si el Profeta asumió el califato de Dios sobre la tierra, fue de acuerdo con la orden divina. Dios Todopoderoso y Altísimo le designó como su representante, el representante de Dios sobre la tierra; él no estableció un gobierno por su propia iniciativa, para ser el dirigente de los musulmanes. Igualmente, cuando fue evidente que se producirían desacuerdos entre los musulmanes, debido a su reciente y limitada adquisición de la fe, Dios Todopoderoso encargó al Profeta, mediante la Revelación, que clarificase inmediatamente el asunto de la sucesión allí mismo en medio del desierto. Así, el Más Noble Mensajero nombró al Emir de los Creyentes, ‘Alî ibn Abi T·âlib su sucesor, en conformidad y obediencia a la Ley; no porque fuera su propio yerno o hubiese desempeñado algunos servicios, sino actuando en consonancia con las leyes de Dios como ejecutor.
El gobierno, en el Islam, significa adhesión a la Ley. La Ley es quién únicamente gobierna la sociedad. Incluso los limitados poderes dados al Más Noble Mensajero y a los gobernantes, les fueron conferidos por Dios. Cuando el Profeta expuso un cierto asunto o promulgó un cierto mandato, lo hizo obedeciendo la Ley Divina; una ley que todos deben obedecer y a la que deben adherirse sin excepción. La Ley Divina alcanza tanto al dirigente como al dirigido; la única ley válida y de aplicación imperativa es la Ley de Dios. La obediencia al Profeta es parte de Decreto Divino, pues dice Dios:
y obedeced al Mensajero
[Corán, 4:59]
La obediencia a aquellos "investidos de autoridad", está también basada en este Decreto Divino:
y obedeced a los que ostentan autoridad de entre vosotros
[Corán, 4:59].
Las opiniones individuales, incluso las del Profeta mismo, no pueden interferir en asuntos de gobierno o Leyes Divinas; en este asunto todos han de seguir la Voluntad Divina.
El gobierno islámico no es una forma de monarquía imperial. En esta forma de gobierno, los gobernantes tienen poder sobre las propiedades y las personas de aquellos sobre los que gobiernan y pueden disponer de ellos totalmente conforme a sus deseos.
El Islam no guarda la menor conexión con estas formas y métodos de gobernar. Por ello, encontramos que en el gobierno islámico, a diferencia de las monarquías o regímenes imperiales, no existe la menor señal de grandes palacios, edificios opulentos, sirvientes y asistentes, caballerizas privadas, ayudantes de campo y todas las demás pertenencias características de las monarquías, que consumen la mitad o más del presupuesto nacional. Así vivió el Profeta. El mismo modelo de vida fue mantenido hasta el advenimiento del período Omeya. Los dos primeros gobernantes tras el Profeta se sumaron a su ejemplo en la conducta externa de sus vidas personales, a pesar de que en otros asuntos cometieron errores que propiciaron las graves desviaciones que tuvieron lugar en tiempos de ‘Uzmân (Tercer califa) las mismas desviaciones que nos han provocado las desgracias de los tiempos presentes.
En tiempos del Emir de los Creyentes el sistema de gobierno fue corregido y se siguió una forma y un método adecuado de gobernar. A pesar de que este hombre excelente gobernó un amplio territorio que incluía Irán, Egipto, Arabia Occidental (H·iyyaz) y el Yemen entre sus provincias, vivía con mayor frugalidad que el más pobre de nuestros estudiantes. De acuerdo con un h·adîz, una vez compró dos camisas y encontrando una de ellas mejor que la otra, dio la mejor a su sirviente Qambar, quedándose él la otra y como las mangas le quedaban demasiado largas, cortó el trozo que sobraba y se la puso. Así se vestía el gobernante de una gran nación, próspera y populosa.
Si esta manera de conducirse se hubiera mantenido y el gobierno hubiera conservado su forma islámica, no habrían existido la monarquía, ni el imperio, ni la usurpación de vidas y propiedades del pueblo, ni opresión, ni saqueo, ni abuso del Tesoro Público, ni vicio, ni abominación. La mayoría de las formas de corrupción tuvieron su origen en la clase dirigente, la tiránica familia gobernante y los libertinos asociados a ella. Son estos gobernantes quienes establecen centros de vicio y corrupción, quienes construyen bases de prostitución y bares para beber vino, y quienes gastan el dinero de los impuestos religiosos en construir cines.
Si no fuese por esas licenciosas ceremonias reales, ese despilfarro, esa constante malversación, el presupuesto nacional nunca hubiera acusado el déficit que nos obliga a someternos ante América y la banca internacional pidiendo ayudas y préstamos. Nuestros países ha devenido necesitado por culpa de este despilfarro y malversación, pero ¿Acaso carecemos de petróleo, de minerales, de recursos naturales? Tenemos de todo, pero este parasitismo, esta malversación, este despilfarro, todo ello a expensas del pueblo y del Tesoro Público, nos ha reducido a esta desdichada situación. Si no fuera así, él (el Shâh) no necesitaría ir tras América e inclinarse ante el despacho de tales rufianes suplicando ayuda.
Además, las burocracias superfluas y los métodos de papeleo y organización que las refuerzan -todo ello extraño al Islam-, suponen gastos adicionales al presupuesto nacional, en cantidad no menor que los gastos ilícitos de la primera categoría arriba mencionados. Este sistema administrativo es ajeno al Islam. Estas formalidades superfluas, que sólo originan a nuestro pueblo gastos, problemas y demoras, no tienen cabida en el Islam. Por ejemplo, el método establecido por el Islam para defender los derechos de la gente, solucionar los pleitos y ejecutar las sentencias es muy sencillo, práctico y expeditivo. Si los métodos jurídicos del Islam fuesen aplicados, el juez de la Shar’îah en cada ciudad, asistido únicamente por un par de alguaciles con solamente una pluma y un cuaderno a su disposición, resolvería rápidamente los conflictos entre las gentes, devolviéndoles a sus ocupaciones. En cambio ahora, la burocrática organización del Ministerio de Justicia ha alcanzado unas proporciones inimaginables y es, además, incapaz de ofrecer resultados.
Condiciones que ha de reunir el gobernante
La calificación básica para los gobernantes deriva directamente de la naturaleza y forma del gobierno islámico. Además de las cualidades usuales, tales como inteligencia y dedicación, hay otras dos cualidades esenciales:
1º Conocimiento de la Ley
2º Justicia.
Tras la muerte del Profeta, aparecieron diferencias sobre quién debería ser la persona que habría de sucederle, pero todos los musulmanes estaban de acuerdo en que su sucesor debería ser una persona virtuosa; el desacuerdo se producía únicamente en torno a la identidad de quién debería sucederle.
1º.- Puesto que el gobierno islámico es el gobierno de la ley, el conocimiento es necesario, no sólo para el gobernante, sino para cualquiera que ejerza un cargo o función gubernamental. El gobernante, de todos modos, debe superar a todos los demás en conocimiento. En las disposiciones sobre el derecho del Imamato, nuestros Imames también argumentan que el gobernante debe ser más conocedor que ningún otro.
Las objeciones establecidas por los sabios shî’i van en el mismo sentido. Cuando le preguntaron al califa un determinado aspecto de la ley, éste no supo responder; él era, por tanto, indigno del califato y del Imamato. Otra vez realizó actos contrarios a las leyes del Islam, por tanto no era digno del Imamato.
El conocimiento de la ley, y la justicia por tanto, constituyen cualidades fundamentales desde el punto de vista de los musulmanes.
Otras materias no tiene la misma importancia o relevancia al respecto. El conocimiento de la naturaleza de los ángeles, por ejemplo, o de los atributos del Creador Altísimo y Todopoderoso, no son relevantes en la cuestión del liderazgo. De la misma forma, alguien que conoce todas las ciencias naturales, descubre los secretos de la naturaleza, o posee un gran conocimiento musical, no está por ello cualificado o posee preferencia para el ejercicio del gobierno, sobre otro que conoce las leyes y es justo. Las únicas materias relevantes para gobernar, aquellas que fueron mencionadas y discutidas en tiempos del Más Noble Mensajero y de nuestros Imames y que fueron además unánimemente aceptadas por los musulmanes, son:
1. La buena formación del gobernante o califa y su conocimiento de las reglas y disposiciones del Islam.
2. Su justicia y excelencia en cuestiones morales y de fe.
La razón dicta también la necesidad de estas cualidades, porque el Gobierno Islámico es el gobierno de la Ley, no de las leyes arbitrarias de un individuo sobre la gente, o de un grupo de individuos sobre el conjunto de la población. Si el gobernante es ignorante del contenido de la ley, no es adecuado para gobernar; pues si sigue los pronunciamientos legales de otros, su poder de gobernar se degradará y si no sigue guía alguna, será incapaz de gobernar correctamente y de aplicar las leyes del Islam.
Es un principio establecido que "el faqîh tiene autoridad sobre el gobernante". Si el gobernante sigue el Islam debe, necesariamente, someterse a la autoridad del faqîh, preguntándole sobre las leyes y regulaciones del Islam, para aplicarlas. Por tanto, los verdaderos gobernantes son los fuqahâ' mismos y el gobierno debe ser de ellos oficialmente, para que ellos puedan ejercerlo, y no de aquellos que están obligados a seguir la guía de los fuqahâ' a causa de su propia ignorancia de la ley.
Desde luego, no es necesario para todos los funcionarios, gobernadores provinciales y administradores, conocer la ley islámica completamente y ser fuqahâ', es suficiente con que conozcan las leyes relativas a sus funciones y deberes. Así fue en tiempos del Profeta y del Emir de los Creyentes. La mayor autoridad debe poseer las dos cualidades mencionadas -amplio conocimiento y justicia- pero sus ayudantes, funcionarios y delegados enviados a las provincias, solamente necesitan conocer las leyes concernientes a sus propios cargos; en el resto de los temas deberán consultar con el gobernante.
El gobernante debe estar en posesión de una moral y fe excelentes; debe ser justo y estar libre de pecados. Cualquiera que desee aplicar las sanciones previstas en el Islam, supervisar el tesoro público y los impuestos y gastos estatales, y asumir el mandato divino de administrar los asuntos de sus criaturas, no debe ser un pecador.
Dice Dios en el Corán:
Mi Alianza no incluye a los opresores
[Corán, 2:124]
Por tanto, Él no asigna tales tareas a un opresor o pecador. Si el gobernante no garantiza a los musulmanes sus derechos con justicia, no puede dirigirlos con equidad, recoger impuestos y gastarlos adecuadamente o aplicar el código penal correctamente. Se posibilitará entonces que sus asistentes, ayudantes o confidentes, impongan sus deseos sobre la sociedad, gastando el tesoro público en asuntos personales y frívolos.
Por ello, el punto de vista shî’i sobre el gobierno, y la naturaleza de las personas que deben asumir su dirección, fue claro desde el momento de la muerte del Profeta hasta el tiempo de la Ocultación del duodécimo Imam.
Se especifica que el gobernante debe ser virtuoso y sabio en el conocimiento de las leyes y regulaciones del Islam y justo en su aplicación.
Condiciones del gobernante en la época de la Ocultación
Ahora, en tiempos de la Ocultación del Imam, sigue haciéndose necesario que las reglamentaciones sobre el gobierno islámico sean protegidas y mantenidas, y se prevenga así la anarquía. Por tanto, el establecimiento de un gobierno islámico continua siendo una necesidad.
También la razón indica que debemos establecer un gobierno, de cara a posibilitar una defensa ante las agresiones y proteger el honor de los musulmanes en caso de ser atacados. La Shar’îah por su parte, nos enseña a estar permanentemente preparados para defendernos de aquellos que desean agredirnos. El gobierno, con sus órganos judiciales y ejecutivos, es también necesario para proteger a los individuos del abuso de cualquier otro de sus derechos.
Ninguna de estas acciones puede ser ejecutada por si misma; es necesario establecer un gobierno. Para el establecimiento de un gobierno y la necesaria administración de la sociedad se ha de disponer de presupuestos e impuestos, por ello el Sagrado Legislador ha especificado la naturaleza de estos presupuestos y de los impuestos que deben ser recaudados, tales como jarây, jums, zakât y otros.
Ahora, que Dios no ha designado ningún individuo en particular para asumir la tarea del gobierno en el período de la Ocultación ¿Qué debemos hacer? ¿Debemos abandonar el Islam? ¿Ya no lo necesitamos más? ¿Fue el Islam válido sólo para doscientos años?, ¿O es quizás que el Islam ha aclarado nuestras obligaciones respecto a otros asuntos pero no en relación con el tema del gobierno?.
No tener un gobierno islámico supone dejar nuestras fronteras indefensas ¿Podemos cruzarnos de brazos mientras nuestros enemigos hacen lo que quieren? Incluso sin que aprobásemos lo que hacen, estaríamos fallando, al no dar una respuesta efectiva ¿Es éste el camino adecuado?. O, por el contrario, ¿Todavía es necesario que exista un gobierno y la función de gobernar, que existió desde el principio del Islam hasta el tiempo del Duodécimo Imam, es todavía un mandato de Dios tras la Ocultación, a pesar de que Él no ha designado a ningún individuo en particular para esa tarea?
La Regencia del Sabio
Las dos cualidades, conocimiento de la ley y justicia, están presentes en numerosos fuqahâ' de la actualidad. Si se uniesen, podrían establecer un gobierno de justicia universal en el mundo entero.
Si un individuo valioso, en posesión de estas dos cualidades, surgiera y estableciera un gobierno, poseería la misma autoridad que el Más Noble Mensajero en la tarea de administrar la sociedad, y sería obligatorio para todos obedecerle.
La idea de que el poder gubernamental del Más Noble Mensajero era mayor que el que poseía el Emir de los Creyentes, o que los poderes de éste eran mayores que los del faqîh, es errónea. Naturalmente que las virtudes del Más Noble Mensajero fueron mayores que las del resto de los seres humanos; y tras él, el Emir de los Creyentes fue la persona más virtuosa del mundo. Pero la superioridad de las virtudes espirituales no confiere un incremento en los poderes gubernamentales.
Dios ha establecido los mismos poderes y autoridad para un gobierno en los tiempos actuales que para el ejercido por el Más Noble Mensajero y los Imames, en relación con el equipamiento y movilización del ejército, nombramiento de gobernadores y funcionarios y recaudación de impuestos o su uso en beneficio de los musulmanes. Ahora bien, en cualquier caso, no es el problema de una persona en particular; el gobierno debe recaer sobre quienes poseen las cualidades de gobierno: conocimiento y justicia.
Regencia por delegación o tutoría
Cuando decimos que, tras la Ocultación, el faqîh justo tiene la misma autoridad que el Más Noble Mensajero y los Imames tenían, no estamos suponiendo que el faqîh posea idéntico rango espiritual que ellos. Aquí no estamos hablando de rango espiritual, sino de obligaciones. Por autoridad entendemos gobierno, la administración del país y la aplicación de las sagradas leyes de la Shar’îah.
Esto constituye una pesada e importante responsabilidad, pero no supone adquirir ningún rango espiritual extraordinario, o eleva al individuo en cuestión por encima del nivel de resto de los mortales. En otras palabras, autoridad aquí significa gobierno, administración y ejecución de la ley; a diferencia de lo que muchos creen, no es un privilegio, sino una grave responsabilidad. La Wilâiat ul-Faqîh (Gobierno Islámico) es una cuestión formal, racional; existe solamente como una clase de elección, como la elección de un tutor para un menor. Respecto al deber y la posición no existe, de hecho, diferencia entre el guardián de una nación o el tutor de un menor. Es como si el Imam hubiera elegido a alguien para la custodia de un menor, para el gobierno de una provincia o para cualquier otro cargo. En casos así, no sería razonable que existieran diferencias entre el Profeta y los Imames por un lado y el faqîh justo por otro.
Por ejemplo, una de las cuestiones que el faqîh debe atender es la aplicación de las leyes penales del Islam ¿Puede existir diferencia entre el Más Noble Mensajero, el Imam y el faqîh al respecto? ¿Puede el faqîh decretar menos latigazos por ser menor su rango?. El castigo para el fornicador es de cien latigazos, pero si es Profeta quien aplica el castigo ¿Podrá infringir ciento cincuenta, el Emir de los Creyentes cien y el faqîh cincuenta? El gobernante supervisa el poder ejecutivo y tiene el deber de aplicar las Leyes de Dios, no hay diferencia si él es el Más Noble Mensajero, el Emir de los Creyentes, el representante o el juez que él haya elegido para Basora o Kufa, o un faqîh de los tiempos actuales.
Otras de las responsabilidades del Más Noble Mensajero y del Emir de los Creyentes, fue la recaudación de impuestos –jums, zakât, yizîah y jarây sobre las tierras imponibles -. Pues bien, cuando el Profeta de Dios recaudaba el zakât ¿Cuánto recaudaba? ¿Un décimo aquí y un veinteavo allá? ¿Cómo procedió el Emir de los Creyentes cuando llegó a ser gobernante? Y si, ahora uno de nosotros llega a ser el mayor faqîh de su tiempo y puede ejercer su autoridad, ¿Qué hará? En estos asuntos ¿Puede haber diferencia alguna entre la autoridad del Más Noble Mensajero, la de ‘Alî y la del faqîh?
Dios Todopoderoso eligió al Profeta como autoridad sobre todos los musulmanes. Mientras vivió la ejerció sobre todos, incluido ‘Alî. Posteriormente, el Emir fue Imam sobre todos los musulmanes, incluso sobre su propio sucesor; su mandato como gobernante era válido para todos y podía designar y destituir jueces y gobernadores.
La autoridad que el Profeta de Dios y el Imam tenían para establecer un gobierno, ejecutar leyes y administrar asuntos, existe también para el faqîh. Excepto que los fuqahâ' no tiene en absoluto autoridad para designar o destituir al resto de los fuqahâ' de su tiempo. No existe rango jerárquico de un faqîh sobre otro, o uno posee más autoridad que otro.
Ahora que esto ha quedado establecido, es necesario que los fuqahâ' procedan, colectiva o individualmente, a establecer un gobierno que aplique las leyes del Islam y proteja su territorio. Si esta tarea recae sobre una sola persona, le corresponderá la obligación personal de llevarla a cabo; en caso de no existir, tal responsabilidad recae sobre los fuqahâ' en su conjunto. Incluso, si no es posible cumplir con esta obligación, su responsabilidad y autoridad no queda abolida, pues están investidos de ella por Dios. Si pueden, deben recaudar los impuestos, tales como el jums, el zakât, el yizîah y el jarây, usándolos en beneficio de los musulmanes, y deben también aplicar los castigos que prevé la ley.
El hecho de que actualmente no seamos capaces de establecer un gobierno completo, no significa que podamos mantenernos desocupados. En lugar de eso, debemos aplicar, tanto como nos sea posible, las funciones que un gobierno islámico debe asumir.
Regencia natural
Probar que el gobierno y la autoridad pertenecen al Imam, no implica que el Imam carezca de un estatus espiritual. El Imam posee, por supuesto, cierta dimensión espiritual que es algo independiente de su función como gobernante. El estatus espiritual del Imam es el de representante divino en el universo, como algunas veces los Imames mismos han señalado. Es una representación que abarca toda la creación, en virtud de la cual, todos los átomos del universo se someten ante el Walî ul-Amr. Esta es una de las creencias básicas en nuestra escuela, el que nadie puede alcanzar el estatus espiritual de los Imames, ni siquiera los querubines o los Profetas.
En efecto, de acuerdo con los ah·âdîz que nos han llegado, el Más Noble Mensajero y los Imames existían desde antes de la creación del mundo en forma de luces situadas bajo el Trono Divino; eran superiores a los otros hombres, incluso en el esperma con el que fueron engendrados y en su composición física.
Su alto maqam está solamente limitado por la Voluntad Divina, como indica el dicho de Gabriel recogido en los ah·âdîz del Mi’rây:
"Si me hubiera acercado algo más, como el ancho de un dedo, seguro hubiera ardido"..
El Profeta mismo dijo:
"Nosotros tenemos un status ante Dios que está por encima de el de los querubines y los Profetas".
Es parte de nuestra creencia que los Imames disfrutaban también de estados semejantes, incluso antes de que la cuestión del gobierno hubiera surgido. Por ejemplo, Fât·imah también poseía este estado, como narran los ah·âdîz, a pesar de que ella no fue gobernante, dirigente o juez.
Tales estados, son algo diferente de la función de gobernar. Por eso, cuando decimos que Fât·imah, no era juez ni gobernante, no significa que ella sea como tú o yo, o que no tenga superioridad espiritual sobre nosotros. Igualmente, si alguien, de acuerdo con el Corán, dice:
El Profeta posee mayores derechos sobre los creyentes que ellos mismos sobre sus personas. [Corán, 33:6]
Está atribuyéndole algo más elevado que su derecho a gobernar a los creyentes. No examinaremos estas materias aquí, pues pertenecen al área de otra ciencia.
El gobierno como instrumento para la realización de elevados objetivos
Asumir la función de gobierno no lleva implícito ningún mérito o estatus particular; más bien significa la obligación de aplicar la ley y establecer el concepto islámico de justicia. El Emir de los Creyentes dijo a Ibn ‘Abbâs, (‘Abd ul-lah ibn ‘Abbâs ibn ‘Abd al-Mut·alib (de 3 años antes de la Hégira al 68 H.) hijo del tío del Mensajero y de ‘Alî. Es conocido como Ra'îs al Mufassirîn y como H·ibr al-'Ummah. Es de los seguidores y comandantes del ejercito de ‘Alî en las batallas de Yamal, S·iffîn y Nahrawân) refiriéndose a la naturaleza de gobernar y dirigir: "¿Cuanto vale la tira de esta sandalia?", Ibn ‘Abbâs replicó: "¡Nada!," entonces el Emir de los Creyentes le dijo:
"Gobernar sobre vosotros es todavía de menos valor a mis ojos, excepto por una cosa, que mediante el gobierno y la dirección sobre vosotros puedo establecer lo correcto, es decir, las leyes y el orden islámico, y destruir el error, es decir todas las leyes e instituciones opresivas".
La tarea de gobernar y dirigir es sólo un instrumento y si ese instrumento no se emplea para el bien y para conseguir nobles objetivos, no tiene valor alguno para los hombres de Dios. Por ello, el Emir de los Creyentes dice en su jut·bah (discurso, alocución) recogido en el Nahy ul-Balâgah:
"Si no fuese por la obligación que me ha sido impuesta, que me fuerza a asumir las tareas del gobierno, las abandonaría."
Es evidente pues, que asumir las tareas de gobierno es adquirir un instrumento y no una estación espiritual, puesto que si gobernar fuera una estación espiritual nadie sería capaz de usurparla o abandonarla. El gobierno y el ejercicio del mando adquieren valor sólo cuando devienen en instrumento para aplicar la ley islámica y establecer el justo orden del Islam. La persona encargada de gobernar, puede adquirir una posición espiritual más elevada y méritos adicionales en el ejercicio correcto de esas tareas.
Algunas gentes, cuyos ojos han quedado deslumbrados por las cosas de este mundo, imaginan que el liderazgo y el gobierno suponen en sí mismos dignidad y una alta estación para los Imames, de manera que si otras gentes accedieran al ejercicio del poder, el mundo se colapsaría. Pero el Presidente ruso, el Primer Ministro británico, el Presidente americano, todos ellos ejercen el poder y ninguno de ellos es creyente. No son creyentes pero tienen influencia y poder político, que usan para llevar a cabo leyes antihumanas y políticas que favorecen sus propios intereses.
Es deber de los Imames y de los fuqahâ' justos usar las instituciones gubernamentales para aplicar la Ley Divina, establecer el justo orden islámico y servir a la Humanidad. El gobierno en sí no representa nada excepto problemas y preocupaciones, pero ¿Qué pueden hacer? Ellos han aceptado una responsabilidad, una tarea que llevar a término; el Gobierno del Faqîh no es nada más que el desempeño de una tarea y el desempeño de un deber.
Los elevados objetivos del gobierno
Cuando el Emir de los Creyentes explicaba por qué asumió la tarea de gobernar y dirigir, declaró que lo hacía por amor a ciertos elevados propósitos, tales como el establecimiento de la justicia y la abolición de la injusticia. En efecto, dijo:
"¡Oh Dios! Tú sabes bien que no es mi intención adquirir posición y poder, sino liberar a los oprimidos de las manos de los tiranos. Lo que me impulsa a aceptar las tareas de dirección y gobierno es lo siguiente: Dios, Todopoderoso y Altísimo, ha precisado un compromiso para los maestros de la religión y les ha asignado el deber de no permanecer en silencio ante la glotonería y la auto-indulgencia de los injustos y los opresores, por un lado, y saciar el hambre de los oprimidos, por otro."
También dijo:
"¡Oh Dios mío! Tú sabes bien que los problemas que he afrontado no han sido por amor al poder político ni por adquirir bienes mundanos y riqueza abundante."
E inmediatamente aclaró la razón por la cual él y sus compañeros habían luchado y se habían esforzado:
"Antes bien, era nuestra meta restablecer y aplicar los principios luminosos de Tu religión y reformar la manera de conducir los asuntos de Tu mundo para que tus siervos oprimidos puedan ganar en seguridad y Tus leyes, que han permanecido inaplicadas y en suspenso, puedan establecerse y desarrollarse."
Cualidades necesarias para la realización de estos objetivos
El gobernante que, mediante los órganos de gobierno y el poder que está en sus manos, desea lograr los elevados objetivos del Islam, los mismos objetivos dados a conocer por el Emir de los Creyentes, debe poseer las cualidades esenciales que hemos mencionado: conocer la ley y ser justo.
El Emir de los Creyentes menciona, tras especificar los objetivos de gobierno, las cualidades esenciales de un gobernante:
"¡Oh Dios!, Yo fui el primero en volverme a Ti y en aceptar tu Dîn tan pronto como escuché a tu Mensajero, nadie me precedió en la oración excepto el Mensajero mismo; y tú, ¡Oh pueblo!, sabes bien que no es correcto que alguien vago y codicioso obtenga poder y autoridad sobre el honor, la vida y los bienes de los musulmanes, y sobre las leyes y los reglamentos establecidos por ellos y su liderazgo. Más aún, no debe ser injusto ni desagradable, para que la gente no rompa su relación con él a causa de su opresión. No debe ser temeroso de los otros gobiernos, buscando la amistad de algunos y tratando mal a otros por esa causa. Debe negarse a aceptar sobornos cuando juzgue, para que no sean pisados los derechos de los hombres y el reclamante reciba justicia. No debe dejar la práctica del Profeta y de la Ley en el olvido, permitiendo así que la Comunidad caiga en el extravío y se destruya."
Daos cuenta de cómo este discurso gira en torno a dos conceptos: Conocimiento y Justicia; y cómo el Emir de los Creyentes los señala como cualidades básicas y necesarias del dirigente. En la expresión: "No debe ser ignorante y desconocedor de la ley, para que en su ignorancia no confunda a la gente", el énfasis va sobre el conocimiento, mientras que en las frases posteriores el énfasis está puesto sobre la justicia, en su verdadero sentido. El verdadero sentido de la justicia es que el gobernante debe conducirse como el Emir de los Creyentes en sus relaciones con otros Estados y en sus relaciones y transacciones con el pueblo, dictando sentencias, emitiendo juicios, y distribuyendo los ingresos públicos. Dicho de otra manera, el dirigente debe adherirse al programa de gobierno que el Emir de los Creyentes entregó a Mâlik Ashtar, ( Mâlik ibn H·âriz Naja’î conocido como Mâlik Ashtar (m. en 38 H.) uno de los comandantes del ejército islámico. Famoso por su valentía. En la batalla del camello y en S·iffîn estuvo junto al Imam ‘Alî. Fue designado por éste gobernador de Egipto, siendo envenenado por Mu’âwîah. La carta de Imam ‘Alî a Mâlik Ashtar, cuando lo designó gobernador de Egipto, ha pasado a la historia como un modelo de la ética del gobernar. Ver Nahy ul-Balâgah, carta 53. Una traducción completa de la misma se encuentra en Chittick, William, Una Antología Shî’ita, Albany, 1980, pág. 68-82) dirigida en realidad a todos los líderes y gobernadores, pues es una especie de circular dirigida a todos los que ejercen el mando. Si los fuqahâ' llegan a ser gobernantes, deben también tomar en consideración sus instrucciones.
El programa de acción para el establecimiento de un gobierno islámico
Es nuestro deber trabajar por el establecimiento de un Gobierno Islámico. La primera actividad que debemos desarrollar al respecto es la difusión de nuestra causa. Así es como hemos de comenzar.
Siempre ha sido de esta manera, en todas partes del mundo; un grupo de personas se unen, deliberan, toman decisiones y entonces comienzan a propagar sus objetivos; gradualmente el número de gente simpatizante aumenta, hasta que finalmente, devienen suficientemente fuertes como para influenciar a un gran estado o incluso, para enfrentarse a él y derrocarlo, como sucedió con la destitución de Muh·ammad ‘Alî Mîrzâî (Muh·ammad ‘Alî Shâh (1289-1343 H.) hijo de Irshad Mud·affar ul-Dîn Shâh Qâyâr y de Tây ul-Mulûq, hija mayor de Mirzâ Taquî Jân Amîr Kabîr. Durante su reinado, el ejercito bombardeó el parlamento, mató a un grupo de parlamentarios, exiló a otros y encarceló al resto. Un año después, el 16 de Julio de 1909, fue derrocado, pasando a vivir en el exilio y muriendo finalmente en Italia (16 años más tarde) y la sustitución de su monarquía absoluta por un gobierno constitucional. Tales movimientos comienzan sin tropas ni poder armado a su disposición, tienen siempre, primero, que recurrir a propagar los objetivos del mismo.
El robo y la tiranía practicados por el régimen serán condenados, y la gente despertada y capacitada para comprender que el robo que se les ocasionaba era incorrecto. Gradualmente se irá expandiendo el panorama de su actividad hasta que llegue a abarcar a todos los grupos sociales y la gente, consciente y activa, obtenga sus objetivos.
Ahora no tenéis ni un país ni un ejército, pero podéis desarrollar una actividad propagandística y el enemigo no podrá privaros de todos los medios necesarios.
Desde luego, debéis enseñar a la gente las materias relativas a la adoración, pero son importantes los aspectos políticos, económicos y legales del Islam. Estos son o pueden ser, los focos de nuestro interés.
Nuestra obligación es comenzar esforzándonos nosotros mismos para establecer un verdadero Gobierno Islámico. Debemos difundir nuestra causa entre la gente, instruirles en ella y convencerles de su validez. Crear una ola de propaganda y pensamiento hasta que surja una corriente social y, poco a poco, las masas sean conscientes de sus obligaciones sociales y religiosas en la creación de un orden islámico independiente, se alcen y organicen un Gobierno Islámico.
Propaganda e instrucción pues, son nuestras dos fundamentales y más importantes actividades. Es obligación de los fuqahâ' difundir la doctrina islámica e instruir a las gentes en los presupuestos y reglamentaciones del Islam, de cara a preparar el terreno para la aplicación de la ley islámica y el establecimiento de las instituciones islámicas en la sociedad.
En uno de los ah·âdîz que hemos citado, habrán notado que se describe a los sucesores -es decir a los fuqahâ'– del Más Noble Mensajero "enseñando a la gente", es decir, instruyéndoles en la religión.
Este deber es particularmente importante en las presentes circunstancias, pues los imperialistas, los gobernantes opresores y traidores, los judíos, los cristianos y los materialistas, todos ellos están intentando distorsionar las verdades del Islam y desviar el liderazgo de los musulmanes.
Nuestra responsabilidad en la propagación e instrucción es mayor que nunca. Vemos cómo actualmente los judíos (que Dios los maldiga) se han entrometido en el texto del Corán y han realizado cambios en los ejemplares que ellos mismos han impreso en los territorios ocupados. Es nuestro deber impedir esta traidora manipulación en el texto del Corán. Debemos protestar y hacer que el pueblo sea consciente de que los judíos y sus apoyos extranjeros son enemigos de los verdaderos fundamentos del Islam, y de que desean establecer el dominio judío en todo el mundo.
Como son un grupo insidioso y activo, temo que, Dios lo impida, puedan un día alcanzar sus objetivos y que la apatía manifestada por algunos de nosotros les permita en algún momento poner a un judío gobernándonos. Dios no permita que lleguemos a ver jamás ese día.
Al mismo tiempo, un cierto número de orientalistas, sirviendo como agentes secretos de las instituciones imperialistas, se esfuerza activamente en distorsionar y desnaturalizar las verdades del Islam. Los agentes del imperialismo están ocupados en cada rincón del mundo islámico, arrastrando a nuestra juventud lejos de nosotros con su corrupta propaganda. No los están convirtiendo al Cristianismo o al Judaísmo, los están corrompiendo, haciéndoles irreligiosos e indiferentes, que es suficiente para sus propósitos.
En la ciudad de Teherán existen ahora mismo centros de propaganda maligna, dirigidos por la Iglesia, los sionistas y la fe bahâ'i, con objeto de desviar a nuestra gente y conseguir que abandonen las leyes y enseñanzas del Islam ¿Acaso no tenemos el deber de destruir estos centros que están dañando el Islam? ¿Es suficiente para nosotros con poseer Nayaf únicamente? Actualmente, ni siquiera poseemos Nayaf ¿Debemos contentarnos con quedarnos sentados en Qom, lamentándonos o debemos resucitar y actuar?
Vosotros, joven generación de las instituciones religiosas, debéis incorporaros a la vida y mantener viva la causa de Dios. Desarrollad y afinad vuestro pensamiento y colocad a un lado vuestras preocupaciones por la minuciosidad y sutileza de las ciencias religiosas, porque tal clase de concentración en los pequeños detalles os impedirán, a muchos de vosotros, llevar a cabo vuestras obligaciones más importantes. Venid en auxilio del Islam. Salvad el Islam. Están destruyéndolo. Invocando las leyes del Islam y el nombre del Más Noble Mensajero están destruyendo el Islam. Los agentes, tanto los enviados desde el extranjero por el imperialismo, como los nativos empleados por ellos, se han diseminado por cada pueblo y región de Irán y están desviando a nuestros niños y jóvenes, los cuales podrían de otra manera, estar algún día al servicio del Islam. Ayudad a salvar a nuestra juventud de este peligro. Es vuestro deber difundir entre las gentes el conocimiento religioso que habéis adquirido e instruirlos en los temas que habéis aprendido.
El sabio o faqîh, es siempre bendecido y glorificado en los ah·âdîz, porque es quien enseña a la gente las leyes, doctrinas e instituciones propias del Islam y quien les instruye en la sunnah del Más Noble Profeta. Ahora debéis dedicar vuestras energías a las tareas de difusión e instrucción, con objeto de que la gente conozca mejor el Islam.
Es nuestro deber disipar las dudas que han creado sobre el Islam. Hasta que no hayamos eliminado esas dudas de la mente de la gente no seremos capaces de llevar nada adelante. Debemos inculcar, en nosotros mismos, en la generación siguiente y en la siguiente tras ella, la necesidad de disipar las dudas que sobre el Islam han surgido en las mentes de muchas personas, incluso entre la gente culta de entre nosotros, a consecuencia de siglos de falsa propaganda. Debéis informar a la gente de la visión del mundo, las instituciones sociales y la forma de gobierno que propone el Islam, para que lleguen a saber lo que es el Islam y lo que son sus leyes.
La obligación de las actuales instituciones de enseñanza de Qom, Mashhad y otros sitios, es exponer esta fe y esta escuela de pensamiento. Además del Islam, debéis daros a conocer a la gente de todo el mundo, así como a los auténticos modelos de liderazgo y gobierno islámico. Debéis dirigiros en particular a la gente universitaria, a las capas cultas. Los estudiantes tienen los ojos abiertos. Yo os aseguro que si presentáis el Islam y el Gobierno Islámico a los universitarios con exactitud, los estudiantes le darán la bienvenida y lo aceptarán. Los estudiantes son opuestos a la tiranía, están contra los regímenes títeres impuestos por el imperialismo, están contra el robo y el saqueo del tesoro público, están contra el consumo de lo que está prohibido y de esta engañosa propaganda. Pero ningún estudiante puede estar contra el Islam, cuya forma de gobierno y enseñanzas son beneficiosas para la sociedad. Los estudiantes están mirando hacia Nayaf, pidiendo ayuda ¿Podemos quedarnos sentados, inactivos, esperando que sean ellos quienes nos llamen a hacer el bien y quienes nos exijan cumplir con nuestro deber? Nuestros jóvenes en Europa nos están llamando a hacer el bien, nos están diciendo: "Hemos organizado asociaciones islámicas, ¡Ayudadnos!"
Es nuestra obligación llamar la atención de la gente sobre estos asuntos, debemos explicarles cómo es la forma de gobernar en el Islam y cómo se dirigía el gobierno en los primeros tiempos de la historia del Islam. Contarles cómo el centro del mando, y el sillón del poder judicial que de él dependía, se llevaban desde un rincón de la mezquita, en tiempos en que el Estado Islámico abarcaba las riquezas de Irán, Egipto, el H·iyyâz y el Yemen. Desgraciadamente, cuando el gobierno pasó a manos de las siguientes generaciones, se convirtió en una monarquía o en algo peor aún.
El pueblo debe ser instruido en estas materias y ayudado a madurar intelectual y políticamente. Debemos decirle qué clase de gobierno deseamos, qué tipo de personas podrán asumir las responsabilidades de los asuntos, en el gobierno que nosotros proponemos, y qué política y programa seguirán.
El dirigente en una sociedad islámica, es una persona que trata a su hermano ‘Aqil de tal manera, que nunca más pedirá dinero extra del tesoro público, para que así, no se produzca discriminación entre los musulmanes y que exige a su hija dar cuenta de los préstamos que ha obtenido del tesoro público, diciendole: "Si no devuelves esos préstamos, serás la primera mujer de los Banu Hashim a quien se le corte la mano."
Esta es la clase de dirigente y gobernante que queremos, un líder capaz de poner en práctica la ley, por encima de sus deseos e inclinaciones personales; que trate a todos los miembros de la comunidad como iguales ante la ley; que rehuse favorecer de cualquier manera, los privilegios o la discriminación; que coloque a su familia en la misma posición que al resto de la gente; que corte la mano de su hijo, si este comete un robo; que ejecute a su propio hermano o hermana si trafica con heroína; y no uno que ejecute a la gente por estar en posesión de diez gramos de heroína, cuando su propia hermana dirige bandas de delincuentes, que introducen la heroína en el país por toneladas.
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