Hambre, alta tecnología y desigualdad social: Un desafío a inicios del siglo XXI
Enviado por oscar eduardo guerrero sauceda
- Viejas preguntas, ¿futuras respuestas?
- El problema del hambre: ayer y hoy
- Producción y abastecimiento de alimentos industriales
- Puntos de partida para una agenda política
Viejas preguntas, ¿futuras respuestas?
En un mundo que se asombra con la velocidad y el alcance de los cambios tecnológicos, ingentes masas de personas están subalimentadas y numerosos países son cíclicamente sometidos a hambrunas. Literalmente, miles de seres humanos mueren cada año de inanición.
Es una incógnita si la tecnología, desde la revolución verde a la actual revolución biotecnológica, está en condiciones de erradicar el problema o si, por el contrario, su propia conformación la convierte en parte del problema Algunas de estas preguntas son de larga data, otras más recientes, pero en ambos casos las respuestas tienen lugar en un contexto económico, productivo, tecnológico y social que ha cambiado significativamente a lo largo de las últimas décadas. La solución del problema, o al menos su acotamiento, requiere del cumplimiento de dos condiciones: una necesaria, asegurar la disponibilidad de una masa alimentaria mínima, y otra suficiente, garantizar niveles de precios de alimentos y de ingreso que permitan la accesibilidad al consumo.
El epicentro de la cuestión radicó en equiparar la velocidad de crecimiento de la población con la de la oferta de alimentos, en el marco de un conjunto finito de recursos naturales y a partir de una tecnología dada. El problema tendió a encauzarse en la medida en que los cambios tecnológicos asociados con la denominada "revolución verde" derivaron en un salto sustantivo en las cantidades producidas.
A partir de la década del sesenta, cuando el problema logró mayor visibilidad mundial, se ha incrementado el abastecimiento de alimentos por encima del crecimiento poblacional.
Además, se ha tornado notablemente compleja su forma de abastecimiento y producción, a la vez que aparecieron nuevos usos industriales y energéticos de las materias primas alimenticias.
En el otro extremo, sin embargo, la distribución del ingreso no mejoró sustantivamente, lo que ha afectado negativamente la accesibilidad, especialmente en los segmentos poblacionales menos favorecidos. Consecuentemente, el problema global del hambre no sólo sigue vigente, sino que se ha tornado más complejo y más grave.
El problema del hambre: ayer y hoy
Algunas formas de aprovisionamiento de alimentos, así como la asimetría entre las velocidades del crecimiento las poblaciones mundiales y las capacidades globales de generar su subsistencia, son temas que han preocupado a la sociedad desde tiempos remotos.
En 1846, Malthus postuló en su Ensayo sobre el principio de la población que ésta crecía en una progresión geométrica, mientras que los medios de subsistencia lo hacían en una progresión aritmética. Entonces, concluyó en que un determinado momento la población no podría disponer de los recursos alimentarios necesarios para su subsistencia.
Esta teoría daba por sentado el uso de tecnologías invariantes, lo cual marcaba un estrecho límite en términos de los recursos naturales aplicables a tales fines: tierras fértiles y agua, entre otros.
A mediados del siglo XX, retomando ideas maltusianas, el problema del hambre fue visto, principalmente, como una batalla entre la producción de alimentos y el crecimiento de la población, la tecnología aparecía como la llave maestra para la solución del problema de la disponibilidad. En este contexto, la investigación agraria comenzó a considerarse esencial y pasó a tener cierta relevancia en las agendas públicas, como respuesta a la problemática de la alimentación mundial.
Un caso paradigmático fue la creación, en 1943, del Centro Internacional para la Mejora del Maíz y el Trigo (CIMMyT). De allí surgieron importantes adelantos tecnológicos -principalmente, variedades de alto rendimiento de trigo y maíz- con el consecuente impacto positivo sobre la producción mundial de alimentos).
Los esfuerzos conjuntos de diversos países e instituciones en materia de investigación y difusión de nuevas tecnologías agrarias -semillas de alto rendimiento, fertilizantes, sistemas de riego, herbicidas y maquinaria- derivaron en un aumento de la producción de productos primarios y de alimentos.
El desarrollo y la inicial difusión masiva se registraron en los países con sistemas agrícolas más desarrollados: Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Posteriormente, bajo la lógica que consideraba a la tecnología como un bien público y con ello sustentaba la puesta en marcha de múltiples instituciones públicas en la materia, el modelo se trasvasó a varios países en desarrollo.
En 1972, poco antes de la crisis del petróleo, fue publicado el Informe sobre los límites del desarrollo, donde se realizaron estimaciones sobre el crecimiento de la población, el crecimiento económico y la evolución de lo que denominaban la "huella ecológica" de la población en la tierra para los siguientes cien años (Meadows et al, 1972).
En el informe se sostenía que, dado que los recursos son limitados, el planeta imponía límites al crecimiento que hacían que el crecimiento exponencial de la población y el producto per cápita no fueran sostenibles en el tiempo. Postulaba que estas dinámicas de crecimiento exponencial llevarían a un progresivo agotamiento de los recursos naturales, al cual seguiría un colapso en la producción agrícola e industrial y, luego, una brusca reducción de la población humana.
En otro orden, poco y nada se decía acerca de los problemas de la distribución del ingreso, una clave para explicar la accesibilidad a los alimentos. En tal sentido, la creciente disponibilidad de alimentos fue acompañada por una regresiva distribución del ingreso, especialmente en sociedades menos desarrolladas, donde se acentuaban los problemas de accesibilidad en simultáneo con la creciente sofisticación en el aprovisionamiento de alimentos: nuevos envases, alimentos industrializados y marcas comerciales, entre otras novedades.
En el marco de una renovación de ideas sobre el problema del hambre, surgieron nuevos conceptos. En la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996, la FAO oficializó el concepto de seguridad alimentaria. Lo definió como "la disponibilidad de alimentos suficiente, estable, autónoma y sustentable en el largo plazo, así como el acceso universal a los alimentos necesarios para el pleno desarrollo de las potencialidades de los individuos" (FAO, 1996). A su vez, en el contexto de críticas mundiales a los procesos de globalización, organizaciones campesinas introdujeron el concepto de soberanía alimentaria. Planteado como un concepto superados, la soberanía alimentaria es entendida como "la facultad de cada Estado para definir sus propias políticas alimentarias y agrarias de acuerdo a metas de desarrollo sustentable y a seguridad alimentaria".
Es hora de poner el problema en perspectiva. ¿Como evolucionó objetivamente el problema de la alimentación de una población creciente en los últimos 50 años? Si bien la superficie cultivada creció lentamente, la producción de alimentos, o al menos la de "insumos" para la elaboración de alimentos, lo hizo mucho más rápidamente. El secreto estuvo en el impacto positivo de la tecnología, materializada en mejores rendimientos por hectárea. Desde inicios de los sesenta, la producción de cereales y oleaginosas creció 2,7 veces. Ello se explica preponderantemente por un sostenido incremento en los rendimientos y, en muy menor medida, por el ensanchamiento de las fronteras cultivables.
Datos más desagregados permiten ahondar sobre el proceso en su conjunto:
En los inicios de los sesenta y el primer lustro del siglo XXI la población creció 2,18 veces, la disponibilidad de cereales y oleaginosas lo hizo 2,75 veces.
Además en la producción alimentos finales, en índices globales en base a valores monetarios, creció tanto por encima de la producción de cereales y oleaginosas como de los niveles poblacionales.
Los alimentos disponibles per cápita -estimados en valores- crecieron algo más de un 30% en el lapso analizado, refutando las predicciones pesimistas basadas en ideas maltusianas.
El problema cobra mayor dramatismo si se consideran las diferencias regionales. Mientras que la proporción de la población que sufre hambre en el mundo es algo superior al 14%, en algunos países de África esa proporción asciende a más del 45%. De los 963 millones de personas que sufren hambre en el mundo, 907 se encuentran en países pobres o en desarrollo: un 58% en Asia y el Pacífico, un 24% en el África Subsahariana, un 6% en América Latina y el Caribe, y un 4% en el Cercano Oriente y el Norte de África (Naciones Unidas, 2009b). En los países más ricos el consumo de proteínas es más del doble que el de los países del África Subsahariana: 125 gramos por persona por día, contra 60 (Herren, 2008).
Por lo tanto, pese a que en los últimos años ha aumentado la producción de alimentos y la riqueza mundial, el hambre no sólo no ha disminuido, sino que ha crecido. En algunas regiones del mundo, el hambre crónico -que persiste aún con buenas condiciones climáticas para la producción agrícola- es, fundamentalmente, un problema asociado a la pobreza y a la mala distribución de la riqueza entre y dentro de las naciones, en un sistema con inequidades e ineficiencias en la distribución de los alimentos o en las políticas (Christensen, 1978; Sen, 1982; 2004; Solbrig, 2009).
Vale la pena hacer una nota adicional al problema. A partir de la situación estructural, en los últimos años -especialmente desde 2007 hasta fines del 2008-, se produjeron aumentos de precios sustantivos en una serie de productos primarios que rápidamente agravaron el problema del hambre. Varios analistas (FAO, 2008; Banse, Nowicki y van Meijl, 2008; OECD-FAO, 2008; USDA, 2007; Trostle, 2008; von Braun et al, 2008) coinciden en señalar que este aumento en los precios de las materias primas responde a: i) un descenso notable de las existencias de cereales y oleaginosas; ii) caídas en algunas producciones por fenómenos climáticos extremos; iii) altos precios del petróleo; iv) crecientes usos industriales de las materias primas agrícolas (bio-energía y bio-fábricas); v) cambios en las pautas de consumo debido al crecimiento de los ingresos y a los procesos de urbanización evidenciados en países como China y la India; vi) especulación en los mercados financieros. Esta situación se tradujo en un nuevo concepto: "agflation", que quiere decir inflación en el precio de los productos agrícolas.
Estas condiciones indujeron a un incremento en el precio de los "insumos alimentarios" que rápidamente se trasladó a los alimentos finales. En este contexto, los precios crecientes de alimentos afectan con mayor intensidad a los hogares más pobres -tanto urbanos como rurales- dado que son quienes gastan mayor parte de su ingreso en alimentos: en países pobres los gastos en alimentos promedian más del 50% de los ingresos.
La crisis financiera, aunque derivó en reducciones sustantivas en algunos precios, no se reflejó aún con idéntica magnitud en el mercado de los alimentos. A un año del comienzo de la denominada crisis financiera global, con las iníciales reducciones de precios de algunos productos, la tendencia de fondo parece mantenerse incólume. Más allá de los vaivenes de precios, persisten algunas de las causas -el uso de materia prima agraria para biocombustibles y el fenómeno de la urbanización de sociedades masivamente rurales, entre otros- que afectarán la demanda y los precios de los alimentos, así como también el tema de la pobreza a futuro.
Producción y abastecimiento de alimentos industriales:
La mayor parte de la producción de granos, carne y leche no se traduce de manera automática en oferta de alimentos disponibles para los consumidores, menos aún si éstos son urbanos.
Existe en el medio una larga serie de pasos de transformación industrial, acondicionamiento, concentración, transporte, logística y comercialización hasta llegar a los consumidores. Este segmento de la oferta ha ido ganando en complejidad pari passu con la maduración de la denominada revolución verde y los primeros desarrollos del paradigma biotecnológico. Como consecuencia, el precio pagado por los consumidores refleja cada una de estas etapas con sus rasgos dominantes: concentración de la oferta, existencia de barreras tecnológicas, controles estatales y escalas productivas. A medida que se suman etapas se "agregan" participaciones en el precio, lo que lleva a su consecuente aumento y sofisticación. Estas etapas agregadas son funcionales a la exclusión. Un esquema genérico, que denominaremos cadena de valor, de estas estructuras de producción y distribución puede verse a continuación.
El estadio siguiente se conforma por quienes desarrollan la agricultura, debiéndose en este caso distinguir entre quienes poseen las tierras y las empresas de producción, ligadas por una muy diversa gama de contratos y acuerdos comerciales, ya que existe un peso creciente de la agricultura bajo contrato. Centradas en el "cómo producir", estas unidades van desde emprendimientos de muy baja escala, (cuyo límite es la agricultura de subsistencia, hasta grandes empresas con ingentes niveles de capital fijo y conocimientos.13 Se trata de estructuras productivas muy heterogéneas, generalmente desconcentradas y dispersas territorialmente. Sus producciones ingresan al mundo industrial y comercial de diversas maneras. Si se trata de productos cuyo consumo no demanda transformación industrial -frutas y verduras, entre otros-, la figura del concentrador cobra relevancia en función de homogeneizar productos, lograr escalas y "regular" el acceso al mercado. A menudo esta función da lugar al establecimiento de marcas propias, acondicionamiento de productos y control de los canales de distribución. Nuevamente, conviven grandes empresas de acopio y distribución a nivel internacional con otras más desconcentradas, circunscriptas a mercados regionales o locales. Estos nodos de comercialización inducen tecnologías "blandas" y como tales participan en la captación de la renta de la actividad.
Más recientemente, la fase comercial ha cobrado una inusitada relevancia. De la mano de las grandes cadenas de distribución y del hipermercadismo, varias de ellas de cobertura global, se establecen mecanismos de abastecimientos desde distintas geografías, con marcas propias, gigantes sistemas de abastecimiento, nuevos conceptos comerciales -el arrendamiento de los espacios en góndola y la tercerización de actividades, entre otros- y un uso difundido y crítico de las tecnologías de la información: desde los códigos de barra hasta los sistemas de abastecimiento en línea. A poco de andar, el original sistema de comercialización desarrollado para segmentos poblacionales de alto y medio poder adquisitivo viró hacia los estamentos menos favorecidos con segundas marcas, productos genéricos o menos complejos. Al igual que en la provisión de insumos para la actividad primaria y la industria, esta etapa se ha tornado crecientemente innovadora y, como tal, partícipe en la formación de precios. Otros mecanismos comerciales más complejos, como las ventas electrónicas y los canales personalizados de ventas al consumidor, operan en idéntica dirección (Reardon y Berdegué, 2002; Reardon et al, 2001).
De esta forma, contar con mayor disponibilidad de materias primas es sólo un aspecto del problema. Para lograrlo y convertirlas en alimentos se necesita de una larga y costosa serie de etapas de transformación. En este marco general pueden darse distintas configuraciones, cada una de las cuales afecta el precio que percibe el consumidor, a partir del cual se define la accesibilidad a los alimentos. Una primera configuración consiste en productores de muy baja escala que no ingresan al sistema comercial y si bien pueden utilizar ciertas innovaciones acotan su actividad a la subsistencia o, a lo sumo, a circuitos de intercambios informales y acotados localmente. Buena parte de los estratos de pobreza mundial se ubican allí y tienen como epicentro severos problemas de distribución inicial de tierras y derechos de propiedad. Otra configuración está dada por los segmentos comerciales acotados a productores de escala media y baja que se articulan con industrias transformadoras y esquemas locales y regionales de comercialización.
Como es de esperar, cada una de estas configuraciones, si bien dirigidas a segmentos poblacionales distintos, interactúan, dado que compiten, de manera directa o indirecta, por el uso de los recursos naturales que son escasos.
En este sentido, es válido analizar ciertos factores que son clave para el futuro de las cadenas de provisión de alimentos. Ya que la complejidad introduce precios más elevados, cabe señalar que en estas redes de aprovisionamiento existen temas que son objeto indudable de las políticas públicas y que hacen al funcionamiento de las relaciones costos-precios y a la complejidad del aprovisionamiento de alimentos, lo que a su vez genera obstáculos en el acceso a ellos por parte de los consumidores. He aquí algunos de estos aspectos:
A) Estructuras de mercado:
En varias de las actividades existen fuertes concentraciones empresarias que se expresan en mercados poco competitivos, presencia de cuasi-rentas y, consecuentemente, precios alejados de los costos unitarios. Esto se debe principalmente a tres razones: técnicas, las escalas económicas compatibles con los menores costos que devienen en la necesidad de grandes concentraciones de capital; tecnológicas, restringida difusión del conocimiento; y legales, restricciones temporales a la libre competencia.
La facturación de las diez principales compañías de insumos agrícolas crecieron un 8%, mientras que las de los llamados "food retailers" -cadenas de distribución minoristas- lo hicieron en un 40% (Planet Retail, 2007; Euro monitor, 2007; von Braun, 2007). Ello revela el peso que crecientemente tienen las etapas comerciales, donde nuevamente se replican los fenómenos de concentración. Con idénticos resultados operan sobre el trío precios distorsionados/pobreza/accesibilidad las asimetrías de información de mercado.
Es habitual la presencia de mecanismos poco equitativos al interior de las cadenas de aprovisionamiento entre las etapas industriales más concentradas y las primarias, especialmente las basadas en pequeños productores, con los consecuentes impactos negativos sobre los segmentos más débiles de la cadena.
Adicionalmente, un capítulo particular se refiere a las restricciones existentes en el comercio mundial de alimentos, que afectan el tema pobreza desde distintos ángulos: i) la imposibilidad de acceso a mercados desarrollados de producciones efectuadas por medianas y pequeñas empresas ubicadas en los límites de la pobreza; la restricciones al comercio mundial afectan mayormente a los proveedores más débiles de las CGV y los obliga a operar en circuitos de subsistencia; ii) restricciones arancelarias y cuantitativas a la circulación de alimentos finales y un tratamiento mucho más benévolo para los insumos o "commodities", lo cual desalienta la posibilidad de agregar valor local en los países más débiles y generar razones genuinas para paliar la desocupación y el hambre (Giuliani, Pietrobelli y Rabellotti, 2005).
B) Tecnología e innovaciones:
Los alimentos, así como sus formas de producción, se han tornado complejos desde el punto de vista tecnológico, con su consecuente impacto sobre los niveles de precios. Inicialmente, en varios casos, los desarrollos tecnológicos son pensados como una herramienta de diversificación productiva que permite mejorar la rentabilidad privada, lo que se trasunta en mayores precios. En otros casos, los desarrollos de nuevos y mejores productos -oleaginosas transgénicas que eliminan pasos industriales, por ejemplo- socavan las producciones primarias hacia otros fines: por mencionar dos casos, los biocombustibles y los bioplásticos. Muchos de estos desarrollos son realizados en la esfera estrictamente privada, pero con asistencia estatal, bajo la lógica de captar beneficios; En un mercado de tecnología imperfecto, los problemas de precios necesariamente repercuten sobre la accesibilidad de la población a los alimentos; más aún si se derivan productos primarios hacia otros usos como la energía y la industria.
C) Sustentabilidad:
La expansión reciente y potencial de la producción de insumos agroindustriales necesariamente presiona sobre recursos naturales finitos. En la medida que el dinamismo se asiente en cadenas de provisión de alimentos globalizadas, los problemas ambientales se reflejan en distintos planos: el cambio climático, la rápida e indiscriminada incorporación de nuevas tierras a la producción, los procesos de deforestación, la escasez de agua y el aumento del nivel de los océanos, entre otros aspectos (Young et al, 2006; Thompson et al, 2007; von Braun, 2009). Aunque la tecnología ha permitido superar diversas restricciones impuestas por los recursos naturales, su relevancia en la producción y en la productividad no es clara desde una perspectiva sustentable de largo plazo.
Algunos problemas agronómicos presentes en diversas regiones, derivados del mal uso o del uso intensivo de los recursos como la erosión del suelo, la salinización, la pérdida de biodiversidad y la contaminación del agua, entre otros, pueden reducir, a futuro y de manera irreversible, la producción agrícola y ganadera y, con ello, la capacidad de generar los alimentos necesarios para alimentar a la población creciente. La disponibilidad de agua de riego en el futuro -que se cree se verá afectada fuertemente por el cambio climático y que generará corrimientos de zonas agro-ecológicas- es un factor de relevancia en la determinación de las posibilidades futuras de producción, ya que puede inducir nuevas limitaciones, particularmente a niveles locales (Young et al, 2006). El manejo de los recursos hídricos, asimismo, está directamente relacionado con la reducción de la pobreza y el desarrollo por otras vías, como la del acceso al agua potable (Naciones Unidas, 2009a).
El desarrollo de esta actividad se asienta en el uso de varios bienes públicosque habitualmente no son contemplados en los cálculos económicos que motorizan las actividades privadas. Ello podría hacer fracasar los esfuerzos destinados a lograr mejoras distributivas y reducción de la pobreza y el hambre, siguiendo estrictas reglas de mercado. El cuidado del ambiente es una de las metas estratégicas que deberían seguirse para solucionar los problemas del hambre, la pobreza y la producción de alimentos.
Tentativamente, existe aún, a juzgar por las grandes líneas de investigación y desarrollo de las empresas multinacionales líderes y de algunos institutos públicos de referencia, varias líneas de acciones todas coincidentes en la mejora de los rendimientos, antes que en la expansión de la frontera productiva: i) trabajar sobre la biología de las plantas para modificar genéticamente las tasas de conversión de energía que toman del ambiente y los rendimientos: o sea, plantas más eficientes; ii) alterar la conducta de las plantas a fin de adaptarlas a las condiciones actualmente poco favorables de los suelos "marginales" y de las perturbaciones ambientales; iii) mejorar biológicamente la calidad de los suelos, tornándolos adaptables a las actuales tecnologías de plantas y animales; iv) modificar los "contenidos" de vegetales y animales a fin de mejorar las características de los alimentos.
Dependiendo de las respuestas políticas que se den a estos desafíos, la tecnología puede ser, entonces, parte de la solución o parte del problema. Es posible que la tecnología sea una poderosa herramienta para contribuir positivamente a una disponibilidad de alimentos compatible con el crecimiento poblacional. Sin embargo, la propia conformación de las ofertas tecnológicas y de los procesos que van desde la materia prima a los alimentos terminados conlleva un tramado de empresas y organizaciones que, búsqueda de lucro mediante, no garantizan ni la sustentabilidad ambiental ni la accesibilidad masiva de los estamentos de consumo jaqueados hoy por el hambre. Si a ello sumamos las demandas sobre la agricultura provenientes de la industria y la energía, el panorama tiende a ser menos optimista aún.
Puntos de partida para una agenda política:
En el mundo contemporáneo se genera paradojas asombrosas. Por un lado, los desarrollos tecnológicos se difunden casi instantáneamente a nivel global, tendiendo a estatuir pautas de consumo universales correspondientes a los segmentos medios y altos de las sociedades desarrolladas, con un extenso flujo de producción de bienes y servicios cada vez más complejos. Por otro lado, casi un 20% de la población mundial sufre severas condiciones de subalimentación.
En forma creciente, este problema ocupa las agendas de cada uno de los países, en especial de los más afectados, en la medida que alcancen repercusiones públicas que socaven el funcionamiento político. A las sociedades involucradas directamente se suman otras que, excedentarias en alimentos, tratan de paliar la situación vía la cooperación internacional. Otro costado de las acciones se desarrolla a través de una infinidad de organizaciones, desde aquellas centradas en las religiones hasta las ONG sustentadas por la filantropía. Complementariamente, un conjunto de instituciones globales (FAO y Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, entre otras) relevan y estatuyen el problema a escala planetaria y, buscan formas de soluciones. Sin embargo, sus mandatos son muy acotados en las fases operativas y en las reales injerencias del problema.
Una primera conclusión revela entonces que "el ámbito" de solución del problema se encuentra altamente fragmentado y, con ello, se debilita la percepción del dramatismo y realismo que alcanza. A menudo, la seguridad mundial, algunas enfermedades, ocasionales desastres naturales y otros temas similares desplazan el foco de atención. Este panorama obliga a un enfoque integral del problema en distintas facetas: productiva, tecnológica, comercial y -fundamentalmente- política. Es necesaria la puesta en marcha de iniciativas unificadoras globales en los máximos foros internacionales con el mismo o mayor énfasis que el otorgado hoy en día a cuestiones económicas como la actual crisis financiera internacional. Así como en diversos ámbitos se plantea la necesidad de contar con instituciones globales en el marco de un nuevo orden económico y jurídico, la magnitud y la perentoriedad del problema del hambre demandan un nuevo orden social mundial.
Los recientes episodios de "afflation" y crecimiento del hambre son ilustrativos de las diversas estrategias nacionales para combatir el tema. Las baterías de medidas tienen dos costados. La primera forma tiene como objetivo mejorar en precios y cantidades las ofertas de alimentos, mientras que la segunda apunta a los indigentes con programas de asistencia directa. En algunos casos ello se inscribe en programas nacionales específicos para combatir el hambre, mientras que en otros, en cambio, se difuminan en una amplia gama de acciones con múltiples objetivos que a menudo desdibujan el objetivo inicial.
Desde la primera de las perspectivas, controles de precios, manejos de los instrumentos de comercio exterior (aranceles, cuotas, permisos tanto de exportaciones para los superavitarios como de importaciones para los deficitarios), controles de canales y márgenes de comercialización y diversas medidas adicionales de corto plazo conviven con otras destinadas a ampliar la producción con muy diversas herramientas, desde créditos a la agricultura familiar a extensos programas para la producción industrial de alimentos (von Braun, 2007). Si las intervenciones recaen sobre los indigentes, las herramientas suelen consistir en el reparto directo de alimentos, subsidios monetarios directos, oferta de comidas, reparto de cupones para alimentos, transferencia de efectivo condicionada a la participación en programas de salud, educación o trabajos públicos, transferencias de efectivo sin restricciones y otras múltiples variantes (FAO, 2008).En muchos casos, tales asistencias se inscriben en programas que contemplan otros aspectos que, por ser complementarios, no son menos relevantes: normas sanitarias, mínima escolaridad, desarrollo de prácticas de cultivo para autoconsumo e inserción en circuitos comerciales, entre otros.
Una segunda conclusión indicaría que, en las soluciones a nivel país, además del tema de los recursos involucrados y mas allá de la existencia de planes globales, existe una muy amplia cantidad de iniciativas implementadas por múltiples institucionalidades con poca persistencia temporal y un marcada descoordinación entre las políticas enfocadas en la oferta respecto de las demandas. A futuro, las actuales iniciativas en curso deberían ser evaluadas cuidadosamente en término de sus impactos. Seguramente ello redunda en la necesidad de un profundo replanteo integral de las acciones, con una mayor focalización en problemas concretos y una aceitada coordinación, especialmente entre las facetas sociales y las productivas y tecnológicas.
Por lo general, estas iniciativas tienden, por razones de perentoriedad, a operar sobre las consecuencias del fenómeno del hambre sin modificar las razones estructurales que subyacen a una creciente oferta de alimentos a precios razonables y a la demanda y su respectiva distribución del ingreso. Las intervenciones en estos planos, en líneas generales, apuntan a regular los mercados en pro de un eficiente funcionamiento confiando en que ello repercuta, efecto derrame mediante, en una fluida oferta de alimentos finales y una mejora en la distribución del ingreso. A menudo tienen otros objetivos -mayor competitividad, mejora en costos y control de cadenas globales de valor, entre otros- de impacto indirecto sobre el problema del hambre. El logro de nuevas tecnologías de productos y procesos implica la puesta en práctica de una batería de herramientas de política económica. Desde el problema que nos aboca, se tornan relevantes las legislaciones de defensa de la competencia de los mercados con el control de las concentraciones en determinadas fases de las cadenas de valor, los derechos de propiedad sobre intangibles -patentes, marcas y modelos, entre otros-, la fluidez en las relaciones comerciales internacionales, la equidad en las definiciones de las normas de productos y procesos de producción y la accesibilidad financiera de amplias masas de productores.
La condición suficiente para la solución del problema remite a la necesidad de implementar mecanismos sustantivos de redistribución del ingreso. Además, algunos analistas sostienen que la inversión sustentable en agricultura puede ser una herramienta eficaz para combatir los efectos de los altos precios de los alimentos en las poblaciones más pobres, con sistemas agrícolas que tienen carencias en infraestructura, almacenamiento y transporte, entre otras (EBRD y FAO, 2008). Una cuarta conclusión alerta sobre la necesidad de revisar, rescatando los múltiples aspectos positivos previos, el rol de la institucionalidad internacional como ámbito analítico y de generación de propuestas destinadas a paliar el tema del hambre mundial.
En idéntico sentido, se torna necesario fortalecer la cooperación internacional, ampliándola no sólo en el terreno de la asistencia alimenticia sino también en los planos tecnológicos, productivos y comerciales sobre actividades que de manera directa o indirecta afectan el aprovisionamiento y la accesibilidad a los alimentos.
La solución al problema del hambre depende de acciones concurrentes tanto sobre la actual estructura de aprovisionamiento de alimentos como de las condiciones de accesibilidad, especialmente por parte de los segmentos de ingresos menos favorecidos. En el primero de los temas, se torna necesaria una cuidadosa intervención que, manteniendo los incentivos económicos en pro de una mayor innovación y producción, corrija las crecientes asimetrías en los mercados y países. Una mayor democratización de la economía facilitaría no sólo la disponibilidad sino también el creciente acceso al consumo. En el segundo, se hace imprescindible contar con una doble política de asistencialismo directo y mejora en la distribución del ingreso. En ambos planos la presencia pública juega un rol vital, principalmente si mantiene una visión estratégica en los procesos de intervención que se extienda más allá del asistencialismo puntual y de corto plazo y lleva a cabo una efectiva coordinación de políticas -incluidas las de cooperación internacional- tendientes a cambiar las condiciones en el aprovisionamiento y la accesibilidad a los alimentos básicos.
En tal sentido, la introducción de esta dimensión -el combate al hambre- debería ser una dimensión no menor si se contemplan los marcos regulatorios que sustentan el aprovisionamiento de alimentos en muy variados planos: las normativas de defensa de la competencia, con mayores resguardos hacia los consumidores y hacia prácticas más equitativas de comercio; las legislaciones que regulan los derechos de propiedad intelectual: patentes, derechos de obtentores vegetales, marcas y otros; las negociaciones internacionales, de acceso o restricción, referidas a alimentos productos semi-elaborados y otras áreas que directa o indirectamente afectan el proceso de aprovisionamiento y accesibilidad de los alimentos.
Con este marco de aprovisionamiento de alimentos, y considerando la presencia de fuertes asimetrías tecnológicas, productivas, financieras y comerciales a favor de sociedades más desarrolladas y en desmedro de otras menos favorecidas, donde paradójicamente se encuentran los mayores recursos naturales y la mayor pobreza, la cooperación internacional desempeña un rol clave. Por un lado, la existencia de entes supranacionales con capacidad de "ubicar" el problema del hambre en la agenda mundial, generar información sobre la génesis y evolución del problema y establecerse como ámbito de intercambio de experiencias y diseño de soluciones se torna un tema esencial a fortalecer. Por otro lado, y a partir del reconocimiento de las asimetrías existentes, la cooperación económica, tecnológica y financiera ha desempeñado un importante rol, pero más asociado a acciones tendientes a paliar los resultados del fenómeno que a modificar las causas estructurales del problema. Sin dejar de desconocer que las competencias políticas se acotan a sus propios territorios y la importancia que algunas acciones puntuales de asistencia han evidenciado especialmente en épocas de crisis, sostenemos que los programas de ayuda alimentaria deberían ser fuertemente complementados por programas de ayuda para el desarrollo económico, en un sentido amplio, y una mayor y más equitativa integración de los países en desarrollo a la economía y el comercio mundial (von Braun et al, 2008; von Braun, 2007).
Autor:
Oscar Eduardo Guerrero Sauceda
Esc. Secundaria Tec. No.74 "Carlos Tijerina Torres".
Hambre, alta tecnología y desigualdad social:
"Un desafío a inicios del siglo XXI"