- La Iglesia, los curas y otras autoridades
Hay que ser ciego, sordo y tonto para no mirar, oír la fama y comprender lo que tánto ha predicado la tradición católica de esta católica ciudad de Carora, de tradiciones muy bien ordenadas en el santo temor de Dios, en procesiones recogidas y suntuosas en Pascuas, Cuaresmas, Sanjuanes y Sanpedros y Romerías de todo recato y santidad, desde la mayordomía, de Juan de la Cruz Oviedo del Barrio de la Cañada, hasta cuando yo vine ordenado, Mardoqueo Perera de cura, párroco y padre de toda la feligresía, amén.
Nuestra Venezuela rural estaría incompleta, inconclusa, existiría a medias sin la presencia altiva y orgullosa de la iglesia parroquial y su multilingüe campanario – "Mano Suncia toca primero a las tres, con la campana grande para que la voz desmesurada retumbe por todo el pueblo y los caseríos vecinos, la gente despierta con la campanada y con el gallo de la casa que de todos modos canta; Mano Suncia toca segundo a las tres y media con la campana chiquita y aguda (…) Mano Suncia toca dejar, que es tercero, con las dos campanas alborotadas en el campanario nuevo" – y sin la también omnipresente figura del cura, del sacerdote, del párroco casto o braguetero, según las circunstancias de lugar, hembras y murmuraciones: "son muy chismosas chismeaba mi mamá todos los días, imagínate cómo serán de chismosas que ya andan diciendo lo del Padre, que sí toda su preocupación por terminar la Casa Cural es porque compró una cama matrimonial en Valera, vieron cuando bajaban la camota del camión de estacas de Artigas (…) y para qué va a necesitar una cama matrimonial un cura, los curas deben dormir en catre bien duro, para olvidarse de que son hombres, para mortificar el cuerpo y ocuparse solamente de salvar el alma."
Francisco guarda en el último recoveco de sus creencias una vocación de sotana, una tentación de tonsura, un sino litúrgico, una predestinación para la palabra santa: "de tal manera que Pedro Manuel Riera, Domingo D’Apolo, Juan Lucena, Aristóbulo Peña y Antonio Morello, la flor y nata de los muchachos de esta parroquia y pueblo de Cuicas fueron cristianamente conquistados para ingresar este mismo año, pues ya terminan el sexto grado de primaria, al seminario diocesano de Mérida. Francisco demostró así mismo su mucha devoción, su vivaz inteligencia, su capacidad para hablar y discurrir correctamente y el conocimiento que tiene del catecismo, que recita todo entero, de pe a pa, pero su señora madre, la maestra de escuela, es muy pobre y no puede sufragar los gastos de viaje ni de su ropa y sotana ni menos los trescientos bolívares mensuales de pensión, ya que la maestra está vieja, muy mísera de ir a misa y muy mísera sin un real, qué pena."
En sus frenéticos y variados viajes a la población de Nuestra Señora de la Madre de Dios de Carora, en burro, a caballo, en mula, en brazos de su madre, en el camión de estacas, a pie, en carro propio o de alquiler, en autobús, en cola, o volando en avión o con sus propias alas de cardenalito en extinción, el escritor ha tenido el don divino de verlo todo, oírlo todo, contemplarlo todo y narrar todo lo que acontece en su villa natal, desde las mismas alturas a que ha llegado por causa de su trabajo tesonero y de su inagotable imaginación. Así que Morón no tiene, ni nunca ha tenido, dificultad, impedimento alguno, para citarnos de memoria no sólo las nombres de las calles y los números identificadores de las doscientas casas sagradas de la ciudad, sino también los templos, los zigurats, las mastabas, las mezquitas, las pagodas, que en la villa de su nacimiento se llaman piadosamente iglesias o capillas – lo mismo da a la hora del fervor – porque Carora es sumamente católica, apostólica y romana, y si lo duda, dejemos que el propio Guillermo – Francisco conduzca este tour eclesiástico que emprendemos, en silente devoción y comprensible estupor, para conocer los sagrados lugares del credo y los bizarros representantes de Cristo en esta tierra caliente, con su diablo suelto, más parecida al denostado infierno que al mismo cielo.
Sobre las iglesias y capillas de la villa, Francisco, historiador civil y religioso, arquitecto apasionado, afirma y narra: "No es ciudad vulgar esta de Carora, pues tiene levantados sus templos, el principal es el dedicado a su titular San Juan Bautista, fabricado con tapias, rejas de cantería, fuertes paredes de más de una vara de grosor, treinta y tres varas hay desde el presbiterio a la puerta principal de madera bien labrada que cae sobre la calle llamada real antiguamente, travesera de norte a sur, y de ancho tiene el templo diez y siete varas y media; la puerta mayor, que mira al occidente como queda dicho, tiene portada de piedra bien labrada que le sirve de guarnición y de soporte y es agradable de ver y airosa. Arco toral de ladrillo sentado también hay en este templo. La Ciudad mide su devoción y su interés como población de rango por las capillas que se han levantado en su ámbito, en primer lugar, la Capilla del Calvario, con tapias, rafas, tejas sobre varas redondas cortadas en los bosques vecinos, a orillas del río Morere, y encañado el techo. Al frente de la Capilla del Calvario, límite de la ciudad en el Sur, que es salida para Carache, está la Ermita de San Dionisio, que ya es Templo completo, altozano de tapias y rafas, cornisa y banda de ladrillo, en forma de baúl. Está el hospital de la Santísima Cruz, donde se mueren los pobres, y el convento de San Francisco con obras pías. Y están además la Capilla del Barrio La Cañada, el oratorio de Curarigüita, la Capilla de los Arangues, la Capilla de Urujuy, la Capilla o más bien el oratorio de las Cofradías y una llamada Cerrito de la Cruz, más allá de un templo en ruinas frontero en el Norte, por el viejo camino de Aregue, con la del Calvario, llamada de la Divina Pastora."
En la iglesia mayor y en la capilla principal se organizan por igual los oficios para los vivos y para los difuntos, se llevan a cabo las tareas sacramentales y eucarísticas, la gente se casa ante el altar, se bautiza en la pila, hace la Primera Comunión vestido de azul y vela, comulga sin tocar la hostia, se confirma para renunciar, no al Diablo de Carora sino a Satanás, a sus pompas y sus obras, se confiesa para arrepentirse, y, en las últimas manda a alguien para que el cura salga en volandillas a imponerle los santos óleos y a darle la bendición postrera y definitiva. Las campanas del templo repican escandalosas para llamar a la feligresía a reportarse ante Dios, los curas demoran en ponerse todos los trapos, y Francisco escucha, pícaro e interesado, el melodioso y seráfico canto de las Hijas de María: "En mayo florido las Hijas de María cantan en el coro. (…) Las Hijas de María son inmaculadas, todas blancas y en todo caso, cuando se justifica apropiadamente olvidar, cuando se le pasa un paño mojado a la memoria, puede formar parte de la procesión, de la misa, del coro, del vestido puro y blanco y de la corona de azahares, una muchachita decente, aunque pobre, hija legítima eso sí, cuyos papás sean católicos fervientes y practicantes, que además han creído conveniente pagar este año todas las festividades, desde la cera y el vino y el aceite, hasta los costos de la música y una contribución especial para los gastos ordinarios del culto; no, al Club Torres no puede ser invitada, porque no debe confundir la gimnasia con la magnesia, en la Iglesia muy bien y tal vez al almuerzo de caridad en una de las casas sagradas de La Cañada, muy bien, ya que los papás han decidido correr con los gastos, pero no podemos permitir que se rompa la tradición, el almuerzo debe tener lugar en una casa decente, conocida, imposible que nuestras hijas vayan a comer a una casa sin abolengo, no, es una buena gente, pero no aparecerán nunca en la Genealogía de las Familias Caroreñas."
Francisco asiste a los oficios del domingo, reza, pide por la salud y felicidad de la madre maestra, y por el éxito en sus estudios superiores, encomienda a la Niña Chita y a Don Felipe y a Don Armando y a Oscar, Mano Cai, a la protección de Dios, allá en las alturas celestiales, donde reposan todos como si estuvieran conversando ¡ah mundo! en los chinchorros de la casona del Calvario; ofrece también promesas a la milagrosísima Divina Pastora para que mano Pancho se deje de esas vainas comunistas que lo que puede es terminar en manos de La Sagrada, peinillado y en el retén. Poco a poco, se acerca a la Palabra del Señor, se interesa en los asuntos de la eternidad. Además de militante feligrés se hace también devoto monaguillo, asiste al cura en la misa, toca la campanilla, prepara el incienso y lo esparce, canta cuando es menester, recoge la copa del agua y el cáliz del vino, el desaparecido Santo Grial, se arrodilla y se persigna cuando pasa frente al Sagrario donde reposa, blanco, insípido, aplastadito y redondo, el Cuerpo de Cristo, se confiesa y, sin prudencias como corresponde a un auténtico fabulador le cuenta, sin recato, ingenuo, a su mamá los resultados de la visita al confesionario: "porque imagínese que en el primer viernes del mes pasado el Padre Niño me tocó la paloma y me preguntó si yo pecaba con eso y yo le dije que si orinar era pecado, luego me agarró las nalgas con las dos manos, porque como ellos confiesan delante del confesionario a los muchachos y muchachas y no por los lados como a la beata Dominga y a las mujeres mayores pues es fácil que el Padre Checlemente le ponga a uno la mano encima del hombro y le acaricie a uno la cara que parecen manos de iguana, entonces el padre Niño me agarró las nalgas y me preguntó si yo cometía pecados por la parte de atrás yo le conté la carrera que pegué desde la trastienda donde están los libros y le pregunté si evacuar era pecado."
Del susto al salto y de éste al vuelo pasó Francisco en un santiamén y voló, curioso y experto, por la ciudad caliente que cuando oscurece se vuelve todavía más ardiente, hierven los cuerpos de pasión, los hombres verriondos huelen el almizcle de las mujeres que cocean ansiosas en los potreros de la villa en espera del Burro Hechor, del Gallo de Las Espuelas de Oro, del pío sacerdote que las reconforte y las redima de los pecados de la concupiscencia, de las debilidades de la carne, de las tentaciones del lecho, porque como ya sabemos: Carora "una ciudad tan ilustre está llena de curas, como es de uso y costumbre en las repúblicas pías temerosas de Dios." Examinemos con Francisco los resultados de su vuelo litúrgico para entender mejor la labor pastoral de los sacerdotes de la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana en la villa de Nuestra Señora de la Madre de Dios de Carora.
- El Padre Riera: "El Padre Riera es el cura del Calvario, sacerdote de la ciudad, siempre ha habido sacerdotes caroreños santos, buenos, honrados, que confiesan a los hombres y a las mujeres, a todos los pecadores y a los que no son pecadores, perdóneme padre que anoche sentí una comezón por el cuerpo y tuve que hacerme la paja, pero fue sin querer padre, fue que se me paró la paloma porque soñé con Dorita y la mano cayó sola allí, en la paloma, padre, eso es un pecado muy grave hijo mío, a ver, con qué mano fue, con esa mano pequeña, lisa, vibrátil, sana y suavecita, no puede ser hijo, a ver tu palomita pecadora, no me la toque padre que me la vuelve a parar, bueno hijo mío, que yo te calmó esas inquietudes. Francisco vio la luz prendida en el corredor del Padre Riera (…) de pronto Francisco ve cómo se levanta la sotana blanca manchada el Padre Checlemente, la acomoda sobre un palo grueso entre las piernas, sin quitársela, la sotana se acomoda encima de la vera del Padre Niño, que no tiene calzoncillos, sólo las piernas peludas y el palo entre las piernas, se acerca el Padre a tocarle las nalgas a Dorita, pero no es Dorita es María Casquitos, tampoco es María Casquitos, es la cabra, la chiva de grandes tetas llenas de leche que está en el patio nocturno de Don Pedro Riera, abiertas las patas traseras como si la fueran a ordeñar, el rabo chucuto deja afuera, al aire, el culo alargado y con la barbita húmeda de la chiva, acomodada para el ordeño en el patio, la leche de la mañanita para el Padre Checlemente. Francisco mira cómo la vera del padre Niño entra por el culo de la cabra y Don Pedro se camba, suelta la sotana, agarra las tetas de la chiva y se queja, Francisco voltea la cara para no ver, timonea su vuelo para otra parte. Este cura, don Pedro Riera, vive mal con Doña Ocanto, su prima hermana, soltera, de 48 años; también se tiene por omiso en la administración de los sacramentos, quiere decir que puede cogerse a la burra en el patio."
- El Padre Adames: Continúa su acrobacia el escritor adolescente para confirmar de oídas en la mayor plaza de la villa acerca de este curita hijo y padre del pueblucho mestizo: "como ya no hay convento de San Francisco, el padre fray Francisco Adames vive en la casota de La Paduana (…) El Padre Adames se quedó en la ciudad después de haberse caído la última teja del convento, cuando comenzaron a crecer los cujíes en las celdas y a llenarse de paja arisca las arboledas de granados y mamones que tenían los franciscanos (…) Allí estaba en La Paduana el padre fray Francisco Adames, religioso franciscano que vive mal con la mulata Rosa María Conde, la querida del Padre Lozada, jugador de gallos, Francisco escuchó la historia en la Plaza Bolívar, mientras se decía la misa del domingo."
- Fray Ildefonso Aguinagalde: En el viejo convento franciscano "el último fraile importante fue Fray Ildefonso Aguinagalde, quien resistió la batida del Presidente Guzmán Blanco por todos los conventos, que no quede ni un solo fraile en todo el país, dijo el General Antonio Guzmán Blanco (…) El último en irse de Carora fue Fray Ildefonso Aguinagalde, que era liberal, federalista, mejor que se fue, salió montado, como Jesús en lo que quedaba del florido cenobio."
- El Padre Montes de Oca: Presbítero también muy peculiar de la ciudad, párroco de San Dionisio, "regaña directamente a todos los pecadores de la maldita carne, carne que los llevará directamente al infierno, al más profundo averno, hombres y mujeres revuelos (…) Qué hará el Padre Montes de Oca de noche (…) ese santo varón cascarrabias, bravucón, buenazo, jodidísimo, amadísimo (…) duerme a pierna suelta en un chinchorro de la casa que heredó en la Calle San Juan, más limpio que talón de angelito, más bueno que un dulce de lechoza, pero sumamente godo. Francisco observa cómo duerme el Padre Montes de Oca no duerme desnudo, ni en piyama, sino ensotanado y con las botas puestas (…) Hay un gran silencio en la casa del Padre Montes de Oca. Vive solo, sin hombres y sin mujeres."
- El Padre Don Francisco Antonio Álvarez: Godo recalcitrante. Borracho consuetudinario, ludópata confirmado, "vive mal en perpetua fornicación con Candelaria Chaves, blanca, soltera, además se la pasa jugando siete y media y a los dados como un tahúr cualquiera con los negros, los sirvientes, con los indios, con todo pelagato de la ciudad y echando maldiciones cuando pierde (…) cobra un real de limosna para absolver a los pecadores y tener con qué pagar el chinchorro a Mano Tolo cuando fornica con las puticas pobres de los barrios."
- El Padre Domingo Álvarez: Perteneciente también a la más rancia godarria caroreña, este prelado se la pasa también borracho siempre, "perdido en los botiquines, en las bodegas de los pueblos, jugando gallos y bebiendo cocuy."
- Don Francisco Antonio Alvarado: "jugador, alborotador, echador de pestes y malas palabras aunque cargue el viático para los moribundos."
- El Cura Don Ignacio Hoces: "que es más comerciante que sacerdote."
- Don Pedro José Ferrer: Minado por el vicio de la pereza, picado de galbana, ahíto de flojera, se la pasa "arrecostado en su silla de cuero a la puerta de la casa todas las tardes, se desnuda para coger el fresco, su barrigota grasienta, su molicie ilustrada, sabe cosas viejas del Orinoco, cuenta geografías lejanas, escribe unas cortas páginas en latín bueno y otras en español malo, pero lo mata la pereza, como es gordiflón, su panza no le permite verse el tronquito que no le sirve para nada, aunque quisiera, pues el esfuerzo resulta muy grande."
- Don José Bernardo Daboín: Es el cura de Aregue, previsivo, calculador y mujeriegazo, experto fornicador, "se queda por la noche en su iglesia para planificar el vicio que acostumbra con mujeres de toda calidad y variado rango."
- Don Pedro Pascasio Meléndez: Consumado bandido, eminente contrabandista, "su almacén está en su propia casa, ropas, joyas, cintas, cocuy de Siquisique."
- El Padre Ferraro: El cura del pueblo de Cuicas, no de Carora, el Padre Ferraro fue quien dio la noticia a la Niña Chita de su salida de Arenales, es el dueño del caballo rucio para las primicias, obsequio de Don Armando, el padre de Francisco. Hay ciertos y endemoniados días que el sacerdote de Cuicas los pasa, jinete o caminante, dando virondas, caminando de un lado al otro del pueblo, por efecto de las atrevidas lecciones que la maestra Doña Chayo dicta a sus sorprendidos alumnos en relación con el origen del hombre ¿Dios mío, cómo queda entonces lo de Adán y Eva? Al Padre Ferraro "hay dos maneras de verlo entrar en la plaza. Una, sí asoma el bonete por la parte de abajo, primero el bonete y su borla a la izquierda, al frente, a la derecha, a la espalda; después la sotana como un filo, una ringlera de botones pardos y por último los zapatos choretos. Otra, si los choretísimos zapatos vienen del altozano, luego los botones y al final el bonete. Parece un manteco, largo, largo, un palo ensebao. Al final del palo está una sonrisa y un bonete torcido."
En Cuicas, vinculado a la iglesia y al culto, con el noble oficio de sacristán, encargado también de tañer las campanas del templo para convocar a la feligresía a escuchar la Palabra del Señor y recibir, confesados, puros e impolutos, el cuerpo y la sangre del Redentor, de espaldas a la nobleza del Padre Ferraro, vive, repica y hace también sus travesuras Mano Suncia, que no tiene malas mañas, pero sí "ciertas inclinaciones que le han traído muchos sinsabores. La cuerda de muchachos de Campo Lindo, un día bajaron al pueblo, es decir, a la plaza, se quedaron hasta tarde los muchachos de la cuerda, le pusieron conversa a mano Suncia, primero en los bancos de la plaza, después en el Callejón del Cementerio, y al final en la propia casa de Mano Suncia, que es la última del Callejón, apartada de la Jefatura Civil y de la pulpería de Nazario Bravo, alumbrada sólo por el fogón que el sacristán de la iglesia y campanero del Ángelus mantiene encendido toda la noche, porque no tiene lámparas ni velas, aunque pudiese llevarse un cirio de la sacristía si Mano Suncia no fuera tan bueno y tan honrado, sólo que padece de una debilidad que le proporciona algunos sinsabores. Como el último, con los muchachos de Campo Lindo, toda una trulla como de ocho, se quedaron un rato en la casa fea de Mano Suncia, se bajaron los calzones y mostraron sus trancas paradas, se le aguó la boca a Mano Suncia, se le saltaron los ojos que casi se le van de las cuencas para mirar de cerca, le temblaron las manos, se le estremecieron las piernas, se puso medio loco con tanta tranca templada, por eso se quedó de una vez en pelota y se agachó como un mono para empezar la fiesta. Entonces sintió el sinsabor más amargo de su vida, debido a su inclinación y debilidad de carácter, que es como él mismo se lo explica al Padre Ferraro en la confesión de los primeros viernes. Porque Adelis Valera, que sí quería cogerse de verdad a mano Suncia, vos sos marico bien marico, le reclama Matachinos, saca el rabo de cachicamo que llevan preparado, ensebado para que entre suave, y entra suave pero para sacarlo las escamas hacen su mal en la pobre cagalera de Mano Suncia, muertos de risa se hacen la paja los trulleros de Campo Lindo."
Pero no creamos que Francisco ha visto y oído todo lo referente a la curia y su administración, a la nunciatura y su gobierno, a la iglesia y su representación, en las afectivas y extendidas comarcas del escritor, no, aún nos faltan las andanzas y hechos del celebérrimo e incomparable Padre Montero, quien "tiene el cuerpo recortado y los ojos saltones muy propios de toda su etnia, una etnia enmascarada por los muchos años de estar encerrados en los campos y en la pequeña y modesta ciudad (…) Padre Montero, yo vivo en pecado mortal, pero usted muy bien sabe cuánto he sufrido desde cuando se murió mi marido y me dejó sola, preñada, sin herencia, por eso tuve que aceptar vivir con ese marido más joven que yo, es cierto, pero buenísimo y quiere mucho a mi hija que ahora es una niña de quince años, él la cela, no la deja salir de la casa y la niña me ha hablado de no sabe qué caricias que mi marido le hace en varias partes del cuerpo y ya no sólo en su cabeza rubia, dígame qué debo hacer Padre Montero. Y como de costumbre hubo que hacer una nueva confesión, esta vez de la niña de quince años, bien inocente, mira mijita, conmigo no es pecado porque ya los sacerdotes nos podemos casar en secreto, no se lo digas a nadie, somos marido y mujer (,,,) Marianela Echenique es negra, como puede verse desde lejos.
Marianela es alta, delgada y sonriente. No entró a la iglesia porque no tiene ni un pañuelo para cubrirse la cabeza y así, su pelo enrosquetado, podría disimularse; lo que no se puede disimular es el donaire, las piernas largas y relucientes, las nalgas echadas al viento de la procesión, los brazos desnudos y el vientre pegado, con sus limones ya maduros a sus quince años (…) Dios te bendiga mijita cómo es que no te confiesas, yo no sé confesarme padre, no puede ser hija, ven esta tarde después del rosario, no tengo andaluza padre, no importa tú no necesitas andaluza y en un santiamén Marianela Echenique aprendió a confesarse y a culiar muy bien enseñada por el Padre Montero que es un experto en ambos menesteres (…) Zoraida Briceño tiene los ojos claros y grandes de los hijos de don Sancho, la nariz bien griega, perfecta sin agudezas ni torcedura (…) Zoraida sobresale por los dos hermosos pechos como dos morros esbeltos en la gran sabana de su torso el Padre Montero casi se desmaya cuando la vio en misa, Dios mío y esto qué es dijo en voz alta, justo cuando levantaba la Sagrada Forma, creyó la beata Engracia que el Padre Montero estaba en trance de santidad y la beata Engracia se orinó místicamente; las otras gracias de Zoraida Briceño no necesitan mención de honor (…) imagínese Padre Montero que voy a ser yo solita con mis hermanos chiquitos, todo se gastó en los entierros, se compadeció el Padre Montero hasta los tuétanos llegó su sentimiento paternal, no te preocupes mijita, yo me ocuparé de ti de ahora en adelante, yo pagaré la hipoteca de tu casa, tengo que ponerla a mi nombre por razones legales, ya tú sabes lo mala que es la gente, pero tú te puedes quedar a vivir en esa casa en las afueras del pueblo y atiendes a tus hermanitos; que vayan a la escuela, claro tú ya no puedes seguir yendo a la escuela para ocuparte de la casa, yo te pasaré cuatro bolívares diarios y te vendré a visitar de tarde en tarde para evitar los chismes, también el rostro de Zoraida Briceño es como una flor de campo, perdone la cursilería, que para componerla el Padre Montero acudió esa misma tarde, después de la siesta con la huérfana al vicio de la escritura."
Conmovida por las continuadas tropelías del sacerdote, la enardecida comunidad parroquial, la congregación de ofendidos fieles, pasó de chismosa malediciente a denunciante activa, de agraviada divina a exigir justicia terrena, y en sentida demanda colectiva y escrita a la mayor Autoridad Eclesiástica del país, el Señor Arzobispo, ese Príncipe de la Iglesia, que está en su trono en Caracas, por encima de todos los obispos, curas, diáconos, monaguillos, arcedianos, sacristanes y campaneros, e incluso de la feligresía toda, le exponen y comentan las felonías de Montero, porque Padre de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana no puede seguir siendo ese azufrado bicho con cachos, ese padre sacrílego papá.
Así los más afectados, Juan María, Aurelio y Pedro, "con nombres prestados tomados del Santoral y del Almanaque de los Hermanos Rojas", con toda la humildad y la arrechera del caso, se dirigieron por escrito a su Señoría El Arzobispo para que se enterase a plenitud de los hechos blasfemos, sacrílegos, viles y corruptores cometidos por el Padre Montero, de sus goces carnales e infamantes, de sus placeres de cama, de sus aventuras sexuales con las adolescentes del pueblo de Aregue y sus cercanías: "el incesto, el estupro y el escándalo, empleó medicamentos abortivos, creyendo sumir en las tinieblas un alumbramiento preventivo (…) Tantas maldades juntas en un solo cuerpo y en una sola alma, si es que la tiene este lucifer, no pueden quedar impunes, sin castigo en esta vida, pues en la otra lo espera sin duda alguna la quinta paila del averno"
En consecuencia, los padres agraviados por la lujuria de Montero demandaban firmes, exigían decididos, la aplicación de todo el peso de las leyes: la penal, la civil, la canónica, la divina, sobre el cuerpo y el alma del satánico prelado: " Un sacerdote, quién lo creyera, nada menos que un Ministro de Nuestra Santa Madre Iglesia y maestro que debiera ser de la Moral Cristiana, es la causa de nuestros dolores, de nuestros padecimientos, de nuestra lágrimas de sangre, quien sin ningún género de miramientos, sin ninguna misericordia, sin una migaja de piedad, nos atropella, nos infama, y todo lo sacrifica al desahogo brutal de sus torpes apetitos, tirando con desprecio una mancha indeleble sobre nuestra familia, sobre nuestra buena sociedad, sobre nuestro árbol genealógico y convirtiendo en criminal a una inocente niña que siempre vivió llena de rubor y recogimiento (…) Os pedimos, Señor, por Vuestro Sillón que el Padre Montero sea legalmente encausado y castigado, lástima grande que se haya extinguido el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición; con tal objeto, el del castigo, hemos querido que tamaños delitos cometidos por un sacerdote no pasen desapercibidos de su Señoría Ilustrísima, así nuestra vergüenza y dolor queden marcados en esta memoria escrita para la historia y el catálogo. Necesario es el desagravio de la moral y la expiación de tanta culpa. Y firmamos la presente de nuestro puño, letra y sangre mancillada."
Estaba el Arzobispo sentado en su trono, entre dormido, haciendo la siesta del desayuno, cuando arribó la carta – bomba, esa misiva no traía "las noticias que le caen lentas, continuas, monótonas, sobre los chismes de los señores curas párrocos de esta capital de la República donde se anudan todos partes de la guerra y la anhelada paz de los pueblos." No, esta vez, al Arzobispo se le revolvió el estómago, corrió, sotana arremangada, báculo en mano, como un espíritu celeste más, directo a la poceta mayor del Arzobispado, expulsó el perico, el jugo de guayaba, las caraotas refritas, el pedacito de aguacate, el queso blanco rallado, las cachapas de hoja, el café marrón con tres cucharaditas de azúcar, que había ingerido hacía menos de quince minutos. La carta que llegó desde nuestra amada ciudad de Carora lo había purgado.
Exánime, exhausto, exangüe, con las piernas temblorosas y las manos frías, se sentó ahora en el Sillón de Providencias que le otorga mayor autoridad arzobispal, leyó de nuevo tres veces la carta, sin salir de su asco y del asombro. Calmado ya, decidió entonces, escriba Secretario de la Archidiócesis: "Vista con acerbo dolor de Nuestro Corazón la procedente queja comisionamos al Vicario foráneo del Partido para que haga reconocer las firmas de aquellos notables y calificar su exposición a los que representan y además tome ex – oficio informes y declaraciones de personas fidedignas; y resultando ciertos los crímenes de que se acusa al Presbítero Montero le notificará que en el término de la distancia se presente ante Nuestro Provisor a contestar los cargos que contra él resulten, apercibido de que si dentro del tercer día después de notificado no se pone en marcha para esta capital quedará incurso en la pena de suspensión de oficio y beneficio ipso facto."
Mientras el mensajero ensillaba y partía, el indiciado Montero se fue de visita a Baragua, pasando por Aguada Grande y Siquisique, con el objeto de comprar "unas tierras más bien malas, donde se cría un hato de chivos criollos y alguna que otra res, pero tienen el encanto de una hermosa mujer llamada Francisca doña Francisca por todo el mundo, vive muy recogida en su casa donde el señor cura, montado en buena bestia, va a visitarla con frecuencia; antes de morir claro está, se sintió viejo el padre Montero y en el testamento deja como su principal heredero a Alejandro José, hijo muy querido de doña Francisca (…) En esta ocasión el Padre Montero no quiso escribir ninguna página literaria, porque tuvo necesidad de fajarse a contestar la providencia, sin viajar a Caracas, lo cual fue un desacato muy singular y criticado, por lo que se quedó sin el curato de Aregue y ya sin la menor posibilidad de llegar a ser Vicario de Carora; fue entonces cuando arreció su ánimo de escribir planfetos, creció su avaricia y no le dio tregua a la lujuria, el número de hijos alcanzó una cifra que, de acuerdo con la memoria de los cronistas, duplicó la fortaleza de Don Juan Vicente y aún la legendaria destreza de don Virgilio Mendoza."
Concluye Francisco su litúrgico vuelo por Carora y sus alrededores, por sus curas y sus hechos; enterado al detalle Francisco, adolescente ingenuo, piensa que, ahora sí, todo lo sabe, que lo ha oído todo, que todo lo ha visto y que todo ha sido contado, acerca de las andanzas sicalípticas e inmorales de los eclesiásticos, sacristanes, diáconos, arcedianos, monaguillos, acólitos, arciprestes, ayudantes, prelados, misarios, feligresas y feligreses, primo comulgantes, catequistas, Hijas de María, de la católica comarca. El escritor mozo, incrédulo, atónito, estupefacto, boquiabierto, constata desengañado que "la ciudad nocturna, despierta a medias, en puntas de pie, los viejos antiquísimos pecados, repetidos, perdonados, vueltos a cometer, yo te absuelvo en nombre del Padre, cada generación con su fornicación, en el nombre del Hijo, la soberbia, la avaricia, el empecinamiento, y del Espíritu Santo, el desprecio, la burla, los tirapiedras, la falacia, el golpe de pecho, amén."
Convocado por su inteligencia, disciplina, constancia y buena letra a máquina, Francisco está ahora, en el Archivo Parroquial de Carora, en el lugar donde se encuentran, bien resguardados de la malsana curiosidad pueblerina, los libros de bautismos y nacimientos de las familias que tienen genealogía en la villa. Absorto y boquiabierto el inesperado escriba, por encargo del genealogista de la ciudad, copia las partidas, las de los hijos legítimos, no las de los naturales, los pecaminosos. En esos menesteres se encontraba el mozo escribano cuando escuchó, sin querer queriendo, la conversación del Ilustrísimo Obispo de la Diócesis con el párroco Montes de Oca sobre un todavía más desconocido y reservado libro escrito, décadas ha, por el también Obispo Don Mariano Martí: el espeluznante y fascinante Libro Secreto sobre las Fornicaciones en la Ciudad y Pueblos de Carora. ¡Na guará!
Resulta ser entonces que, en una memorable visita pastoral a Carora y sus caseríos aledaños, el Obispo Martí se dedicó a "averiguarlo todo, mi querida mamá, no sólo el estado de los edificios santos, no sólo cuántos cuadros, libros viejos, atriles, tejas y altares hay en cada lugar, sino también los pecados públicos, yo creo que sobre todo Su Señoría Ilustrísima averigua las vidas privadas de los feligreses y va tomando notas" para el siniestro y mentado libro.
En efecto, de acuerdo con lo escuchado por Francisco; "Su Señoría Ilustrísima se quedó en Carora cinco meses seguidos, está muy a gusto con la tranquilidad del pueblo, el Señor Obispo se siente muy bien servido por la nobleza de los godos caroreños, lo que pasa es que el recato de las mujeres y los dulcitos de leche, de guayaba, de mango, de lechoza, de membrillo, de cerezos, le han parecido a Su Señoría, los mejores del mundo". Sin embargo, nadie entendía muy bien la razón del Obispo para permanecer en medio de ese calorón que es Carora. A pesar de la tórrida canícula "Su Señoría Ilustrísima terminó las visitas de todos los templos, capillas, oratorios, hospital y convento en los primeros días, que para eso viaja acompañado de Don Hilario, su secretario, del Escribano, de los Sacristanes, sus consejeros, menestrales, Cabos de la Santa Hermandad, pajes, indios, negros, Pero se quedó por otras poderosas razones, las cuales quedaron al descubierto sólo al final (…) Su Señoría decidió quedarse para escuchar, anotar y prohibir. Por la tarde Su Señoría escribe EL Libro Sumamente Secreto, también llamado Libro de las Prohibiciones y Fornicaciones en la ciudad de Carora. Aquí, en estas anotaciones, no interviene la letra de Don Hilario ni la del Escribano de visita: Su propia señoría lleva el cuaderno en sus alforjas de viaje. Muchos pliegos llenó con las denuncias de pecados públicos, notorios, escandalosos, y de mal vivir de los caroreños. Tachó algunos por caridad. En la noche, después de cenar volvía el Señor Obispo a su escritura secreta, lleno de santo pavor y de altísimo temor a Dios, esta grey puede perderse si continúa en esta convivencia con el mundo, el demonio y la carne, el diablo, sin duda, el calor y el diablo tienen la ciudad tomada. La mano escribe con firmeza apostólica. Nos por la gracia de Dios y de Su Santa sede Apostólica Obispo de esta diócesis, los curas, los frailes, los doctrineros, cómo es posible…"
Cuentan que Su Señoría Ilustrísima cuando terminó de escuchar, preguntar, inquirir, confirmar, contrastar, carear, repreguntar, volver a oír, anotar, tachar, borrar y escribir para obstaculizar, vedar, imposibilitar, en fin, prohibir, cerró el libro, salió a hurtadillas de madrugada de la Casa Cural de Carora, mal abrigado, solo y sin tomar café, tomó el camino del Norte y se fue a pie, andando, a carrera viva, hasta la isla de Cuba y abordó, sin pensarlo dos veces, el Galeón de Manila que andaba, como el Obispo, extraviado por esos rumbos del Caribe. Al llegar a puerto seguro en España, Su Señoría Ilustrísima se dirigió inmediatamente al Escorial donde se enclaustró para la eternidad.
El Obispo Martí todas las noches reza por la salud de su Majestad Felipe II e implora por la salvación del alma de los ciudadanos de Carora, y en especial, por la muy festiva de los curas de la comarca.
En todos los playones quedaron las muestras de aquella aguazón tan grande, Madre de Misericordia, que nos vamos a tragar el pozón, o más bien que ya ni sé lo que digo, más bien será que nos ahogaremos en el solo pozo que hay desde El Calvario hasta San Dionisio y desde la Divina Pastora hasta el Cerrito de la Cruz.
El Morere es río hipócrita: calmo, se agazapa para sin aviso ni protesto embestir a raudales, luego, furibundo, engulle, devora, a su paso de marabunta, en su vuelo de hambrienta plaga, todo lo que encuentra en tierra, hasta la propia alma sin hueso ni músculos de la gente. Apacible, sus playones y pozos son lugar para el solaz, la conversa y el amor. Furioso, su invencible corriente, su enardecido torrente, es látigo sangriento, mapanare engatillada, bestia malandra negadora de lo humano y de lo divino.
Cuentan los venerables ancianos caroreños que cada crecida arrolladora de su farsante río es obra del mismísimo Anticristo, venganza del propio y mañoso diablo que anda, suelto y sin control, desde hace siglos por la villa: "La ciudad de Carora ha experimentado una grande y lastimosa ruina. Una inundación sin ejemplo del río que la baña, cuando el río Morere en lengua ajagua, superior a cuanto se creyera posible, ha anegado toda la población, poniendo en consternación a toda la ciudad y sin dar tiempo para extraer de las casas los efectos de más precio."
Un buen día, imprevistas como siempre, a chorros, inadvertidas e inoportunas "las aguas llegaron en silencio a la ciudad. Fueron las aguas de octubre, en la oscurana de la medianoche, llegaron sin previo aviso, tomaron todas las entradas y todas las salidas (…) todas las boca – calles, a todos los barrios, lentamente, con paso de gato deben haber llegado porque nadie las sintió sino cuando comenzó, de una sola vez, el asalto a la casas." Porque el Morere es así, rencoroso, malévolo, vengativo, carente de sentimientos y de fidelidad, resentido, cuando se enfurece no hay dique, ejército, barreras, oraciones, penitencias, promesas a la Divina Pastora que lo regresen, amansado, domado, a su aparente sereno cauce.
Los caroreños no miden el paso del tiempo por calendarios lunares ni solares, tampoco se refieren, como en Cuicas o Arenales, a cuando pasó el cometa y mucho menos llevan a su boca la caraqueña expresión de cuando la peste. Para los siempre pendientes del río, el tiempo se calcula por las imprevisibles y mortíferas crecidas del Morere: "a Don Nemesio (…) la inundación le tumba la casa, pero la vuelve a construir, carajo, 1825, 1848, en mayo fue la vaina, en mayo florido, mes de María, llovió como los mil diablos tres días seguidos, 1893, carajo, la guerra civil desde la independencia, Joaquín Crespo, ese ladrón, es el Presidente, y de ahí para acá pura inundación, 1916, 1922, 1933, qué vaina, ése es el siglo de las inundaciones, once meses de sequía y un mes de inundación, la república tiene la culpa, carajo."
Desde la fundación de la villa en 1569 por Juan del Tejo, los naturales de Carora han sido bañados por el sudor y por el río, ambos han definido el ritmo de la vida, el tono de la ciudad, el quehacer de los caroreños. El calor es constante y permanente, conocido y sin afeites, se aguanta estoicamente, se soporta en el chinchorro, en la infaltable siesta vespertina, de dos a cuatro, la hora del burro, se refresca con ventiladores y abanicos, se sobrelleva vistiendo ligeras ropas, tejidos benévolos como el blanco dril o el inmaculado algodón. El río es ambivalente, camarada franco y dadivoso la mayor parte del año, notorio y puñetero traidor cuando se le sube la marea, se le obnubila la corriente y se olvida de sus orillas: "no hay peor cuchillo que el propio amigo" sentencia conocedora la popular sabiduría.
En efecto, desde su fundación, en 1569, y sobre todo en su refundación, por Juan de Salamanca, en 1571, el río bribón ha sido un torrente de agua necesario no sólo para calmar la sed y tranquilizar el calor sino también para establecer límites, marcar fronteras, delimitar linajes y genealogías. El Morere es "por muy variadas razones común, comunero (…) porque desde antaño, desde la segunda fundación en el lejanísimo año de 1571, el río común, comunero, ha servido para diferenciar a los caroreños. En primer lugar porque los fundadores, seleccionaron la llanada más sombreada para construir el convento viejo de San Francisco, cuyo huerto se llenó con los árboles frutales que sirvieron de buena y grata comida a las primeras familias que daban de comer al convento para que el convento diera de buen comer a las primeras familias. Cuando las tapias del convento se rajaron porque las primeras familias no pudieron darle de comer a los frailes, entonces se quedó el bosque entre las viejas paredes del viejo convento y la calle Falcón que es un nombre desaparecido, aunque en la Jefatura, en el Concejo y en el Juzgado, pero no en la Parroquia, se siga poniendo al pie de todas las escrituras públicas y privadas Dios y Federación, porque Dios se ha ido de Carora, por lo visto allí no convive con el diablo, ya que nadie pregunta por el Dios de Carora y todo el mundo sabe que el diablo de Carora sí existe y allí tiene su morada permanente (…) El río Morere común, comunero, nació allí para diferenciar precisamente a la comunidad. Claro está que ya no hay río, sino en las crecidas, cuando el diablo de Carora decide darle unos carajazos a los caroreños, por malucos y por muérganos y por haber echado al fraile y al boticario, riéndose de ellos a carcajadas, con una procesión que hicieron las familias principales para burlarse del último franciscano, el último fraile del viejo convento, salieron en procesión al mediodía, cuando nunca jamás se hacen procesiones a mediodía, con tanto calor debajo de los mesones donde se mecen los santos (…) porque también las familias principales y fundadoras la cogieron con el boticario, muy buen caroreño y muy buen católico, enemigo del diablo de Carora, pero no es antiguo, ahora el boticario creció, creció y creció tanto que tiene la casa más alta de la ciudad, la Azotea, entonces se quiso hacer otra procesión al mediodía, pero como todo el mundo recuerda los inmensos calorones y sopores que empaparon la ropa de las familias principales y fundadoras cuando lo del fraile, prefirieron hacer en esta oportunidad una procesión que comienza con el fresco de la noche, que comenzara a las ocho y terminará a las diez, porque las familias deben recogerse temprano; la procesión fue muy divertida, comenzó con una velada para honrar a la Virgen María, con un verso compuesto para la ocasión; continuó con una pedrea que le echaron a la Azotea todos los muchachos de la Plaza Bolívar, menos Francisco que lloró amargamente durante una semana porque ya no podía comer mangos en el bosque de San Francisco ni practicar en la botica del boticario Doctor Emil, claro, se trata también de que el boticario debe ser turco o algo peor, judío (…) el boticario salió corriendo, las familias principales y fundadoras no quisieron beber cerveza ni cocuy ese día, sino suero y tisana, que ambas bebidas son muy digestivas, muy buenas para dormir sin pesadillas."
No vayamos a creer que el río travieso y jodedor que inunda la ciudad de Carora es un inmenso mar de agua dulce como el deslumbrante y excepcional torrente que contempló, con sus ojos enrojecidos y aguardentosos, el Almirante genovés en uno de esos viajes largos, corajudos y en carabela, cuando después de virar del rumbo de Trinidad, se topó inopinadamente con las aguas revueltas y tumultuosas de un río milenario e ignoto que no podía ser sino uno de los cinco que riegan los jardines del Edén, esta Tierra de Gracia.
No, el Morere es modesto, pero jodido; chiquito, pero cumplidor; pequeño, pero embraguetado. Tampoco pensemos que es un solitario cascarrabias que no tiene afluentes ni otros torrentes secundarios que lo alimentan siempre, demasiado en ciertas épocas de lluvia, cuando las aguas de cielo y tierra lo alebrestan, alborotan y encabritan para envalentonarlo y ponerlo belicoso, envalentonado cabrón: "este río chiquito (…) echa inundaciones sólo por joder la pita cuando le sale de las bolas, tiene sus nacimientos en ciertos escondites de las estribaciones andinas, pero toma la mayor parte de sus oscuras, espesas aguas, de las quebradas, zanjones y rendijas y huecos más diversos. Están, por ejemplo, el incógnito río Camoruca con sus fuentes en la serranía Jirajara, como quien va para el Zulia, y la escondida Quebrada del Pescado en la raya de la zona de los Estados Federales de Lara y de Zulia (…) Y ambas aguas se dan un pequeño, cordial y todavía fresco abrazo por las cercanías de Puricaure (…) y, juntos río y quebrada, se constituyen legalmente en Quebrada de Agua Blanca, cuya corriente ya empieza a calentarse, aumenta el caudal del río común, comunero, que ya adquirió su legítimo nombre desde el pueblo de Gamelotal y cuando pasa por Burere, antes del encuentro, tiene ya su fama y forma de Morere, por la margen izquierda le han caído el río Diquiva, la quebrada de Pedregosa, la de Mogollón, la Patillal, la Tetona, y cuanta seca, arenosa quebrada tragadora de lluvias labra las sabanas caroreñas, para no mencionar el río Los Bucares que da su lento asalto por la derecha. Muy ruidoso fue el río en ciertas ocasiones, cuando aguantaba un barquito de madera en su desembocadura en el río Tocuyo que se lo lleva para la mar, la cama común (…) El río le coge la medida a la ciudad a su paso, lento paso, manso paso, del agua mansa líbrame Dios, el Diablo no duerme, sólo se hace el dormido, el río parece tonto pero no es, allí se acomoda para que la ciudad pueda conocer sus alcances, en menos de cuatrocientos años, septiembre de 1569, septiembre de 1935, la ciudad, los caroreños que es lo mismo, se han bebido toda el agua."
El escritor en ciernes, acostumbrado al río manso, amigo, jovial y juguetón, no puede, a sus nueve años de edad, entender la razón de tanta furia escondida, de tanta ira contenida, de tanta venganza almacenada por parte del río de sus infantiles aventuras. Rememora Morón preocupado mientras Francisco, festivo, escribe a Doña Chayo, mortificada allá en los altos trujillanos de Cuicas: "se hizo necesario suspender las clases, mi querida mamá, porque como usted sabe la Escuela Egidio Montesinos está en la calle del Comercio (…) Yo no sé si usted sabe, mi querida mamá, que la inundación es una gozadera, porque el agua llega hasta la calle de San Juan, la Plaza Bolívar se llena toda como si fuera una playa y en la esquina de la Ceiba se hace un gran pozón, donde nos bañamos, todos los muchachos de la escuela, en calzones y sin blusa, pero con las alpargatas puestas (…) el agua mojó las paredes, despintó las paredes, es como una fiesta mi querida mamá (…) nos bañamos de verdad, nos tiramos desde la acera de la pulpería, porque el agua casi nos tapa (…) nadamos por en medio de la calle, por donde están las pulperías que son las mejores casas de comercio, imagínese mi querida mamá, que de la tienda de Mon Meléndez salían las jamugas para burros sin que nadie las tirara, porque la inundación le llegó por detrás a la tienda, por los solares, como a la pulpería de los Arispe, Mi Tin Arispe salía de la pulpería con los casimires y los driles en la cabeza (…) porque yo no sé si usted sabe que la inundación es porque hay una quebrada llamada el Chorro, que está en las cabeceras del río Morere, por allá muy lejos (…) la Laguna de la Cabra se llena hasta los topes, la quebrada El Chorro comienza a crecer, será con la lluvia de Cuicas, porque como allí llueve tanto, entonces el agua rueda por los cerros de El Empedrado hasta llegar a Carora donde nunca llueve, sino un poquito, las aguas llegaron anoche, mamá, sin lluvia y se quedaron tres días en la esquina de la Ceiba, parecía una fiesta la inundación (…) Dice El Diario que Carora está inundada y que esta casa se cayó debido a las inundaciones (…) Claro está mi querida mamá, que El Diario dice siempre la verdad, aunque la diga al día siguiente."
La verdad verdadera es que la inundación, según parte oficial de la época, desentrañado del polvo y los hongos por el acucioso y detallista Morón que, cual Belalcázar en el Marañón, remontó los cauces del río enardecido para conocer mejor las fuentes que dieron origen a la crecida irresponsable, responsable de inconmensurables perjuicios a viviendas, plazas, jardines, gentes, máquinas, reptiles, semovientes, potreros, pulperías, escuelas, iglesias, insectos, capillas, pájaros, animales de corral y utensilios de muy diferente uso y fin como el alma de la gente; fue simple y llanamente una verdadera calamidad, a pesar de la fiesta que armaron los desentendidos muchachos y del comprensible júbilo de Don Filemón de Arucas, quien se echó también a la calle "en calzoncillos, con su palomita fruncida y con las nalgas deseosas de tragarse toda la inundación con todos los muchachos deliciosos que le entren por su cagalera blanca y ansiosa, la inundación es una gran oportunidad que Don Filemón no se resiste a dejar de aprovechar con todas las consecuencias catastróficas que su noble acción pueda acarrearle, a coger muchachos se dijo Don Filemón y se echó a la calle con el agua hasta las nalgas y en calzoncillos."
El Morere además de hipócrita es hermafrodita: falo y vagina, pinga y crujía, pene y útero, cuchilla y jícara, penca y ponchera, regato y laguna, ambos géneros es el río a la vez. Ambivalente, dual, se rebosa para colmarse en solitario orgasmo, existe para ser indistintamente espermatozoide y ovario, testículo y trompa, tranca enhiesta y cuca benevolente. En fin, el río bisexual de la Emperatriz Carora es así de contradictorio: inundación y remanso, desbordamiento y receptáculo, arisco y querendón, recio y obsequioso. Sin embargo, dándoselas de macho río presuntuoso no quiere ser confundido, identificado, asociado con las pozas, en femenino, y por eso, para resguardar su torrentosa virilidad, se alboroza porque los caroreños jueguen y se bañen en sus masculinos pozos, en sus vigorosos pozones, a saber:
- En el primer pozón, "contando de Norte a Sur, es decir, desde el sitio donde el río se despide de la ciudad, adiosito, pues, me voy a río Tocuyo, y no vuelvo porque el amante que me daba ya no me da, se bañan las gentes que viven regadas en las faldas del Cerrito de la Cruz, donde está la capilla; también acuden a La Chorrera los muchachos de la Playa de Freites, que extiende sus tejos resquebrajados, sus cujizales y cardonales, detrás de las ruinas de la Divina Pastora."
- En el segundo pozón, la sociología caroreña adquiere una peculiaridad difícil de clasificar, tal vez porque es el predio de Rafael Mejías y la cuerda del Trasandino. En el pozón de Los Saucitos fue donde aprendió a nadar Francisco (…) del pendejo empellón que le dio Rafael Mejías, no para que se ahogara, sino para que aprendas a nadar, a dar ripatazos, a zambullirte, a saltar de los sauces que por eso se llama así este pozón, por los sauces de la orilla, uno puede encaramarse como la mona de Tarzán, porque ni Tarzán es capaz de tirarse de cabeza desde el sauce más alto, aquí donde se bañan los muchachos de esa parte de la ciudad que han crecido hacia las afueras, el Trasandino, Pueblo Aparte, Pueblo Nuevo, la Calle Carabobo, y El Cementerio Nuevo, puros cipotones que parecen bandas de alcaravanes cuando bajan por las calles centrales, por la Torres, la Bolívar y la Lara, desde donde ya desnudos se lanzan a las aguas turbias, arenosas y espesas del río podrido de peces muertos o borrachos, porque de pronto sin ser inundación, el Morere da su crecidita, y ésa es la época de la muchachera nueva, atrevida, guapos todos se van a nadar al pozón de Los Saucitos, las clases insurgentes, el porvenir de la ciudad, los muchachos – dice con voz suave Don Agustín Oropeza – que serán los profesionales, los nuevos dirigentes de Carora, ahí van, salidos de no se sabe dónde, a desnudarse en público sobre el Puente Bolívar, a la vista de la ciudad, desde la baranda del puente se tiran de cabeza y nadan, poderosamente, alegremente, a la mierda de la ciudad para salir en el pozón de Los Saucitos."
- El pozón de La Rosa: "está escorado detrás del acueducto, donde el río le hizo una mala jugada a la vieja ciudad, por vengarse del acorralamiento que los fundadores de los apellidos le hicieron a los franciscanos del Convento. El río, después que se cayeron las paredes de San Francisco, después que echaron a Fray Ildefonso, decidió cubrir toda aquella vasta memoria del pasado, se dio una curveada, se comió la orilla derecha, les tumbó las patas a los robles, para que los robles cayeran sobre los techos del viejo convento, siguió empujando el río, pasó por encima de las ruinas, las deshizo, pudrió las maderas de los techos, se lambió los altares, hizo ñoña de los sillares, ultrajó lentamente las imágenes, volvió a la tierra todas las tejas, todos los ladrillos, todos los adobes de las paredes y convirtió en greda el espacio de claustros, capillas, corredores, cocinas, patios, ya nadie puede imaginar dónde floreció el viejo tamarindo del convento (…) porque el río decidió cambiar su camino, pasar sus aguas arenosas por encima del convento y de la calle más antigua, la vieja calle principal, llamada del sol, por el mucho que sobre ella caía al mediodía, achicharrante, inclemente, blanco de tan sol que era, la primera calle real que ahora es el pozón de La Rosa, donde se bañan sin desnudarse, las muchachas y las señoras blancas de la plaza (…) Y se llama de La Rosa, porque mano Ton La Rosa estaba en un roble por la miradera, y no aguantó tánta belleza, quiso desabotonarse la bragueta, no pudo sostenerse con las otras tres manos y cayó, desde bien alto, al pozón, en medio de las mujeres, y claro, salieron corriendo como gallinas cuando entra el zorro, todas las mujeres, pero el zorro se ahogó, por mirón."
Pero ningún pozón, poza, charco, pozo, como el de Chicorías que, en emotiva opinión y festiva vivencia es añorado por el escritor "como el más famoso y el más hondo de todos los pozones en que se divide el río Morere y la sociedad caroreña. Su fama proviene de las asambleas que aquí terminan a ripatazos, a trompadas, a puños de arena y a malas palabras entre los grupos que conforman la asamblea de muchachos"
El pozón de Chicorías, la otra ágora, el foro republicano de la Carora juvenil, la asamblea compartida por Francisco y sus compinches, es también como la placita inventada, el cabildo acuático de toda la muchachada caroreña, sin distingos de raza, sexo, credo o condición social: "siempre está lleno, es el más hondo, el más ancho, el más movido, grandes orillas, fondo arenoso para las peleas de las bandas que aquí se retan, la asamblea de la Plaza Bolívar, con lo más granado de las dos Escuelas juntas, unidos los blancos de la plaza, pobres y ricos juntos, zapatudos y alpargatados del origen común, pelo – amarillos y pelo – negros de genealogía confundida en los abuelos comunes."
Ese festivo pozón debe su nombre a Francisco Arias, el célebre artesano y gran cazador de iguanas, que era más conocido como Chicorías "por abreviatura, apócope, remoquete, apodo y verdadero nombre" como suele ocurrir con todos los naturales de la villa que ven sus nombres y apellidos originales transformados en un alias que sustituye pronta y definitivamente a los legales y familiares de por vida y más allá de sus muertes. El mentado Chicorías "se bañaba en el pozón todos los días del mundo, como hacen todos los caroreños, por el calor claro está. En el pozón de Chicorías se ahogó Chicorías en la inundación que hubo cuando Juan de Salamanca tuvo que refundar la ciudad porque la anterior se la había llevado el río con vigas, paredes, gallinas, puercos y todos los loros y víveres que entonces tenían los caroreños. Por eso es tan antiguo, famoso y hondo el pozón de Chicorías, donde se reúne la asamblea de asambleas de los muchachos de Carora."
El pozón es paradójicamente famoso, por la risa y el llanto, por la celebración de la vida y la lamentación de la muerte, por su anchura espiritual y su hondura física, en él además de Chicorías se ahogaron "Las Hermanitas, que eran todas de una sola casa y de una sola escuela fundada exclusivamente para ellas, por una maestra traída expresamente desde Curazao con ese objetivo, el de darles clases a las veinticinco hermanas (…) Un día la maestra convenció a la mamá de la conveniencia del sol para que Las Hermanitas no fueran tan pálidas. A coger sol se fueron a la orilla del río, cerca de los resbaladeros del pozón de Chicorías. Como había mucha soledad la maestra se desnudó para coger mejor el sol. Y también se desnudaron las veinticinco Hermanitas. La maestra de Curazao se sentó a la orilla del río, en la parte alta de los resbaladeros que se llaman así porque la arena es suavecita, húmeda y lisa y sirve para resbalarse desde arriba, de la orilla, hasta el pozón de Chicorías, pero la maestra no lo sabía, se sentó desnuda y, por supuesto, sin que nadie la empujara, se resbaló como si fuera un tobogán de Curazao, porque en Carora no hay toboganes; entonces las veinticinco Hermanitas creyeron que ellas debían seguir a la maestra de francés, y como estaban desnuditas, hicieron lo mismo se resbalaron por el resbaladero llenas de risa que todavía la tienen pintada en el monumento que les hicieron – menos a la maestra – en el Cementerio Viejo, un monumento de mármol blanco con letrero así: Ahogadas en el pozón de las Chicorías el 24 de enero de 1848, con maestra y todo."
Otra joven y agraciada adolescente que se ahogó, recién, en el Pozón del Olvido de Chicorías, después de una viva recordación, de una intensa pesquisa por los derroteros de la memoria del escritor y la de sus amigos de la pequeña Carora de entonces, luego de unos ansiados deseos de hallarla, de ubicarla, de saludarla nuevamente ¿Dónde está? ¿Qué fue de ella? por parte de Francisco, su pueril y callado admirador, fue Hilda Romero: "He vuelto a la ciudad, inesperadamente. Desde la acera de Che Torres a la acera de mi casa (…) Fue cuando divisé nuevamente a Hilda Romero, porque ya era de día, en la puerta de su casa. Me vio bajar, limpiamente, frente a ella. Entonces me acarició con las dos manos. Y me dio la noticia: Hace ya mucho tiempo me ahogué en el pozo de Chicorías."
El río chiquito, hipócrita, dual, insolente, el Morere, también es pícaro, ladino, voltario, vacilador. En unas épocas del siglo se va de aguas para inundar todo y a todos, y en otras, se deja de ellas para chupárselas todas hasta atorarse y dejar, avieso e indolente, que la sequía se instale en Carora a sus anchas, con su presencia generalizada, ubicua, indeseada, para que todo se seque, se seque todo: "Todo seco el seco paisaje. Un árbol seco. Un tunero seco. La sequedad más seca. El güeco seco del jagüey. Los huesos del chivo, secos. Pelada la laja seca. El corral encagarrutado, reseco. La tinaja áspera, agrietada, seca. Ni un solo movimiento en el aire, el aire seco. La playa agrietada, tejos secos. Un yabo ayagrumado, seco. Las raíces secas del cují. Se secó el loro, sin lengua. El camino pálido, secado. Se tostaron las páginas del libro, secas. Se secó la última lágrima. Quedó roto el cuatro, seca la segunda y la cuarta. El sombrero de paja seca. Seca la suela de la alpargata. El bastón quebrado de secura. Se le secó la mirada. La mitad de la tapara de suero, resecada. Seco el suero. Sin sal la seca mochila. Cacuro la matejea, seca. Enteca la chicharra seca en el techo seco. Seca la pared. Tapia seca, cal. La paja chiquita, amarilla, secano, Retostado el seco almanaque, página final. El retrato seco. Seco el recuerdo. Olvidado el seco olvido. Seco el recuerdo. Olvidado el seco olvido. Sequedad de la memoria. Historia lapidada con seca piedra. La pelada cabeza seca del catalejo. Lagarto parado en seco. Detenido el río seco. Viejo seco. La lengua seca. La ciudad muerta en seco. Arenal, sequedad. Seca el alma seca.
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