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Maternidad: del arquetipo imaginado a la subjetividad nomade


Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. Los Enfoques sobre el género: Naturaleza y Cultura
  4. Dualismos género y discurso
  5. Epistemología de los sujetos nómades: poder y sexualidad
  6. Deseo – Potencia vs Deseo – carencia
  7. Lo Arquetipal – Imaginal y su relación con la Maternidad
  8. Un nuevo lugar para lo Materno
  9. Mutaciones – Metamorfosis y Transformaciones
  10. Comentarios Finales
  11. Referencias Bibliográficas

Resumen

Es común, encontrar diferentes conceptos y estudios que abordan la relación de la mujer con el bebe en su vientre. Existen además, diversos acercamientos desde, -por ejemplo- la semiología clínica y los aspectos nutricionales en la etapa del puerperio. Los estudios de los primeros momentos posteriores al parto, son abundantes en términos de la nutrición y del cuidado del bebe. Desde la semiología clínica generalmente, el concepto que se utiliza es el de materna, que designa ya de hecho, una relación simbiótica entre madre e hijo – a. Socialmente, al referirse a la embarazada, se confiere una connotación facultativa, atributiva y se adjudica una cualidad, característica que hay que cuidar defender y garantizar. El objetivo del presente artículo, es profundizar en la relación madre – hijo y la maternidad desde una epistemología del sujeto nómade, que no soslaye su condición de mujer, reconociendo la existencia de un arquetipo materno que en el terreno inconsciente y social, genera una particular representación de la mujer en relación con el bebe.

Palabras clave: Maternidad, Subjetividad nómade, género, potencia, arquetipos.

Abstract

It is common to find different concepts and studies that address the relationship of the woman with the baby in her womb. There are also different approaches from, for example, clinical semiology and nutritional aspects in the postpartum stage. Studies of the first moments after birth, are abundant in terms of nutrition and baby care. From clinical semiology usually the concept used is that of the mother, which designates and in fact, a symbiotic relationship between mother and child-a. Socially, referring to the pregnant woman is given a connotation optional, conferring and awarding a quality, a characteristic that we must take care to defend and guarantee. The aim of this article is to deepen the mother-child relationship and motherhood from a nomadic subject epistemology, which circumvented their gender, recognizing the existence of a maternal archetype in the unconscious and social field, has generated particular representation of women in relation to the baby.

Keywords: Motherhood, subjective nomad, gender, potency, archetypes.

Introducción

En una revisión primaria de fuentes que indiquen el sentido actual de la maternidad y de la relación de ésta con el concepto de feminidad, o más bien, de la deconstrucción paralela de ambos conceptos, podemos encontrar básicamente posturas que defienden posiciones naturalistas, es decir, aquellas que consideran que la maternidad es un asunto enraizado en fundamentos puramente biológicos en la mujer y que determina, por lo tanto, una forma de ser propia de ésta que se dirige hacia la protección de las crías de la especie. Un campo de estudios se concentra principalmente en una psicopatología del embarazo y del puerperio, en la antropometría gestacional y en aspectos nutricionales que desde lo fisiológico, no ponen su acento en la subjetividad de la mujer gestante o en la subjetividad femenina en dicho período. En nuestro país, aún es evidente la necesidad de reflexionar sobre la subjetividad de las mujeres que se encuentran en condición de gestación, no solo desde posturas médicas, de cambio emocional, sino desde el mismo concepto mismo de subjetividad.

Algunas concepciones, como se verá más adelante, se enfocan principalmente en el tema de la maternidad con una postura culturalista, donde predominan los contextos y las relaciones sociales que se establecen en las estructuras existentes, como la sociedad, la familia y el Estado. Estas, podemos decir, son las posturas que tradicionalmente han propuesto planteamientos que han enriquecido el debate en torno a la crítica de la entronización del patriarcado, del falocentrismo y de la exaltación de lo masculino sobre lo femenino. Sin embargo, al revisar algunos autores más recientes, se encuentran posturas diferentes que permiten fundamentar el debate, ya no en términos de la tradicional oposición naturalismo – culturalismo, sino en el análisis de la maternidad, en términos del que hacer subjetivo de la mujer y de los cambios que en su subjetividad produce éste estado.

Puede argumentarse, por ejemplo, que la postura de Braidotti (2000), -posteriormente estudiada-, permite acercarse a una posibilidad de análisis de la subjetividad de la mujer gestante, como mujer que deviene, entendiendo esa subjetividad como subjetividad en potencia. La palabra potencia, puede ser entendida como un deseo o afecto que es capaz de generar fuerzas que permiten un cambio o continuos cambios en el sujeto que la produce y que por ende, lo transforma de manera significativa. Debido a ello, se plantea la necesidad de realizar un ejercicio de recolección y de revisión de las diferentes posturas frente al tema de la maternidad y de sus intersecciones con los llamados sujetos nómades y el concepto de potencia, planteada por la autora ya mencionada.

El presente artículo surge precisamente de un intento de realizar un análisis de la maternidad, desde una arista diferente. Hablar de maternidad, implica hablar de madre gestante o de madre lactante e introduce la importancia de reflexionar sobre la relación y los vínculos que establece la mujer con todo el entorno social, la familia y su ubicación en un contexto cultural. En los enfoques tradicionales de atención y en el acercamiento a la gestación y la lactancia como estado, se tiende a invisibilizar la importancia de los cambios subjetivos que se presentan en la mujer. Por ello, se resalta la necesidad de incluir, el reconocimiento del status de mujer, que atraviesa un estado temporal que no implica la pérdida de su propio ser en pro del bebe, sino en ver a la gestación y a la lactancia como una oportunidad de vida. Esto, sin desconocer que el contexto social y cultural sigue siendo primordial, mucho más cuando se analizan problemas de salud pública como el embarazo precoz. Comúnmente se asocia a la maternidad precoz, con el contexto socioeconómico y cultural en el que la mujer se desenvuelve y participa. Para algunas mujeres de ingresos altos y niveles educativos superiores, la maternidad es una opción que tiende a posponerse en el tiempo. En nuestros días la maternidad parece ser un asunto que tiende a concernir más a la madurez de la mujer, lo que se ve reflejado en los descensos en la tasa de fecundidad en nuestro país en las últimas décadas. En este orden de ideas, es necesario reflexionar sobre la forma como entendemos y vivimos la diferencia sexual, para entender si existen cambios importantes en la forma de asumir la maternidad. De tal manera, que en el presente artículo, se busca proponer una apertura a nuevas formas de entender y reflexionar la maternidad en relación con los sujetos nómades. Se trabajaran los siguientes enfoques: la perspectiva de género y sus concepciones más actuales, la epistemología de los sujetos nómades con relación a los estudios de género, el poder y la sexualidad, el concepto de Arquetipo, principalmente desde los planteamientos de Jung (1985, 1995, 1997), de la escuela imaginal y finalmente las representaciones sociales de lo materno.

Los Enfoques sobre el género: Naturaleza y Cultura

Teniendo en cuenta el conjunto de teorías existentes sobre género y la importancia de la construcción de este concepto dentro de la cultura y la sociedad, se presentan a continuación un conjunto de ideas que se orientan principalmente a contribuir en la discusión de la perspectiva de género, en su relación con la subjetividad, partiendo de la consideración de que el género, es siempre y en todo momento, una construcción social y que escapa al determinismo biológico, al naturalismo y al esencialismo. En estos términos, se parte de aspectos fundamentales que involucran a la cultura como eje fundamental de la construcción del género, de lo masculino, lo femenino y de los atributos y valoraciones sociales atribuidos a cada uno de estos conceptos. Existen gran variedad de formas por las cuales, las culturas intentan definir las categorías de hombre y mujer. Estos intentos de definición comportan diferentes significados a partir de tiempos y lugares específicos. Al tratar de definir estas categorías, surge la perspectiva de género, entendiendo género, como la construcción histórica, simbólica y social de la diferencia sexual. Según Lamas (1997), la perspectiva de género intenta estudiar el orden social en relación con los sexos. Explica y trata de descifrar cómo esta relación se anuda con otras lógicas u órdenes sociales.

A partir de los años sesenta y más acentuadamente en la década de los años setenta, los estudios de género se han centrado en dos análisis básicos: primero, debatiendo las características hegemónicas atribuidas a los dos sexos y segundo, tratando de dilucidar el por qué de la subordinación femenina. Los estudios de género han puesto en el escenario académico gran cantidad de material que pone de manifiesto los diversos modos de construcción de la subjetividad femenina y masculina profundizando en las marcas o huellas que dejan en la constitución de las subjetividades femeninas y masculinas, los continuos procesos de exclusión y de relación entre ellos a nivel social, económico y afectivo. Al mismo tiempo, la introducción del concepto de género, ha repercutido sobre el propio análisis de la identidad femenina. En palabras de Viveros (1995): "en primer lugar, la categoría de género permite diferenciar por lo menos dos aproximaciones a la identidad femenina; en tanto identidad de género, implica los conceptos de identidad femenina que representan una construcción social, variable, histórica y transformable que se distingue de la identidad sexual entendida como estructuración psíquica. Otra de las repercusiones del concepto género es la problematización de la identidad masculina y de las interrelaciones entre identidad femenina y masculina". (Viveros, 1995: 23). Dicha orientación, parece provenir precisamente de revaluar las tradicionales estructuras patriarcales y androcéntricas.

En un principio, se recurrió a un reduccionismo biológico que paulatinamente se fue superando hasta llegar a una discusión cultural inicialmente apoyada por las feministas quienes querían reivindicar los derechos femeninos arrebatados a través de los sistemas simbólicos instituidos. Una de las primeras autoras que se refirió al género fue Simone de Beauvoir (1980), quien afirmaba que las características atribuidas o categorizadas como femeninas, se integraban a las mujeres mediante un proceso individual y social, que, por lo tanto, no eran dadas por el sexo biológico. Según esta autora: "Una no nace, sino que se hace mujer". (Beauvoir, 1980: 13). Actualmente, la palabra género, tiene varios significados para referirse a la especie humana. Gramaticalmente, es la forma que reciben las palabras para indicar si son masculinas o femeninas. Género, como categoría de análisis en las ciencias sociales, es una tradición del término gender, que el idioma inglés usa como referencia a la diferencia entre los sexos. Para Ortner (1981), en el análisis sobre la categoría de género, es manifiesto el hecho de que las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer solo tienen sentido dentro de sistemas de valores definidos culturalmente. El termino género data del año 1955 cuando el investigador John Money propuso el término papel de género (gender role), para describir el conjunto de conductas que se atribuían a los varones y a las mujeres. En este orden de ideas, podemos definir rol de género sexual, como el conjunto de expectativas sociales que incluyen las conductas esperables, según la pertenencia al sexo femenino o masculino. Los roles de género sexual, por lo tanto, normativizan las conductas de las personas, tipificándolas como apropiadas para lo femenino y lo masculino y a partir de esta tipificación se conforman los estereotipos sexuales.

Pero sexo no es lo mismo que género. Para Lamas (1997), la idea general, mediante la cual se distingue sexo de género, consiste en que el primero se refiere al hecho biológico de que la especie humana es una de las que se reproducen a través de la diferenciación sexual, mientras que el segundo guarda relación con los significados (construcción simbólica), que cada sociedad le atribuye a los múltiples hechos sociales en cuanto al ser hombre y se mujer. Se puede conceptuar acerca de los estudios de género como el conjunto de los sentidos que son atribuidos al hecho de ser varón o ser mujer en cada cultura; la categoría género, involucra, a su vez, la forma en que la sociedad occidental, al ver la diferencia (biológica) establece, además, jerarquías entre hombres y mujeres. Lo que diferencia a los humanos de los animales, es quizás la construcción que hacen los primeros, de significados para explicar el mundo. Estos significados son expresados a través de símbolos y estos símbolos se inscriben y se multiplican en la cultura. Si el género es una construcción simbólica, ¿Qué papel juegan lo biológico y lo social en dicha construcción?.

Lo biológico era interpretado como inmutable, mientras que lo cultural se interpretaba como lo que podría ser transformable, en un claro ejemplo del pensamiento dual oposicional. Por ello, los discursos que trataban de explicar la subordinación de la mujer, lo hacían desde lo social – cultural, ya que el estado de subordinación podría ser transformado. Sin embargo, algunos autores como Sullerot (citado en Lamas, 1997), afirman que en la sociedad actual en muchos casos es más fácil cambiar un hecho biológico que un hecho cultural. No debe existir, por lo tanto, un reduccionismo ni biológico, ni social, para explicar la construcción del concepto de género. Según Lamas (1997): "El género es por lo tanto una construcción simbólica, que se establece sobre los datos biológicos de la diferencia sexual" (Ibid:12). Según Bonder (1990), el género contiene la pregunta por la diferencia sexual, la cual va más allá del simple ordenamiento biológico entendido como el ser-hombre y el ser-mujer, como totalidades diferentes; y por el universo cultural en donde se crean y se recrean lo femenino y lo masculino.

Las sociedades humanas suelen pensar binariamente, elaboran y nombran de esta manera sus representaciones, de allí la importancia de la diferencia sexual, sobre la cual se construyen ideas de oposición y/o complementariedad. A través de diferentes dualismos y oposiciones se han explicado las dimensiones genéricas de los dos sexos. La definición de los roles a través de una especificidad y una complementariedad sexual y económica, ha dado origen a los dualismos público – privado y naturaleza – cultura, entre otros; estos dualismos muchas veces trascienden la experiencia individual de clases y culturas. El principal dualismo que se ha estudiado, es analizado por Ortner (1981) y tiene que ver con la relación entre cultura y naturaleza. La mujer es asignada simbólicamente como más cercana a la naturaleza que a la cultura, debido a diferentes fenómenos biológicos como la menstruación y el parto, y el hombre, a través de sus contratos sociales, instaurados a partir del intercambio de mujeres, se asoció más a la cultura. Como se ha asociado a la mujer de manera simbólica con la naturaleza, la idea de dominio se ha extendido sobre ella. Al hacer equiparables cultura/masculino y naturaleza/femenino, se ha garantizado la subordinación y dominación de lo masculino sobre lo femenino. Para Gayle Rubin (1986), la subordinación se presenta por lo que ella llamó el sistema sexo/género. El sistema sexo/genero se refiere: "al conjunto de arreglos por los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en los que estas necesidades humanas son satisfechas". (Rubin, 1986: 14). La autora plantea que aunque existen diversas culturas, cada cultura asigna a las diferencias biológicas explicaciones y organiza estas de acuerdo a criterios funcionales en su interior. Las relaciones construidas socialmente determinan subordinación de las mujeres y éstas al mismo tiempo construyen y organizan el género. Lo femenino y lo masculino se sitúan en el registro de lo simbólico y a partir del género, se construyen diversas instituciones, como el parentesco, el matrimonio, la familia, etc. Para Burin (1996), el género es entonces, una nueva forma de llamar al proceso histórico de segregación de los sexos. Bourdieu (2000), trata de demostrar que el género es una especie de filtro con el que se interpreta el mundo. Las ideas de género al institucionalizarse, se convierten en estados dados per-se, garantizando muchas de las veces la dominación de lo masculino sobre lo femenino. El problema de la no correspondencia de la vida social de las mujeres con su representación social se sostiene precisamente por la fuerza simbólica del género.

Como sostiene Lamas (1997), la producción de formas culturalmente aceptables de comportarse como hombre y mujer, son consideradas como una función de la autoridad social que se encuentra intrínseca en las diferentes autoridades institucionales que a su vez interactúan sobre sí. Aunque las normas de género no son directamente enunciados, sobreviven en las personas y se transmiten a través del lenguaje y otros símbolos. En términos generales, los estudios de género se han centrado en la predominancia del ejercicio del poder y en las ideas de complementariedad entre los sexos. Algunos otros, en los afectos en el género femenino, y otros en el dominio racional y económico del género masculino y en las implicaciones que tales ideas tienen sobre la construcción de las subjetividades, tanto femenina como masculina. Para Ortner (1981), es necesario identificar que significa lo femenino y lo masculino en una cultura específica y no lanzar juicios per-se, en los que se presupone que es lo que significan lo uno y lo otro. La propuesta de Ortner, es que se realice un análisis simbólico al interior de cada cultura, para así determinar lo que significa el género para cada una de ellas y comparar símbolos y estructuras para encontrar sus diferencias. Ésta autora, distingue entre dos enfoques de observación de lo simbólico, en relación con la construcción del género; el enfoque culturalista, que estudia un símbolo y la ubicación de este dentro de un conjunto de símbolos más amplio y donde las atribuciones de género, son el resultado de la participación de todos los símbolos y el enfoque sociológico en donde el hecho cultural es analizado en función de su inserción en el conjunto de otros significantes y de la relevancia dentro de una estructura social determinada. Al mismo tiempo se pregunta: ¿Por qué la subordinación de la mujer y la dominación masculina siguen perpetuándose?. A lo que responde, que el sistema de género es en sí una estructura de prestigio, entendiéndose por estructura de prestigio, el sistema de valoración que los individuos crean para identificar posiciones y niveles diferentes dentro de una sociedad y las condiciones de reproducción dentro del sistema de status.

El género en términos de Ortner (1981), sería el estudio de relaciones asimétricas de poder y oportunidad. Estas estructuras de poder llegan a instaurarse gracias a las personas que perpetuán el estado de cosas a través de instituciones que son reconocidas como legítimas y que permiten la reproducción de las relaciones sociales. Por ello se explica que estas ideas dominantes sean legitimadas y obligatorias dentro de la sociedad, donde terminan convirtiéndose en naturales. En la sociedad se pone de manifiesto, como los hombres son valorados respecto a su posición social y de poder, a través del papel que desempeñan en la sociedad, mientras que las mujeres se definen en muchos casos, en función de sus relaciones con los hombres. Sin embargo, el valor que adquiere lo femenino varía de acuerdo a cada cultura, según la estructura de prestigio y la relación que dentro de la cultura tenga la figura femenina. Prestigio implica poder. Para Scott: "el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género, es una forma primaria de relaciones de poder. (Scott, 1986: 17). Esta autora realiza una dura crítica al historicismo y esencialismo que impregnan los estudios sobre género. Define el género como un elemento constitutivo de las relaciones sociales, basado en las diferencias percibidas entre ambos sexos.

Para Judith Butler (1990), es a través de nuestros cuerpos como nos relacionamos con el mundo, pero cuando el cuerpo se relaciona con el mundo no lo hace libremente, sino mediado por la forma en que debería comportarse un cuerpo de hombre o un cuerpo de mujer. Existir con el cuerpo implica aceptar las normas de género ya establecidas. Judith Butler parte del estudio de tres autores: Beauvoir, Wittig y Foucault. Butler toma la idea de Beauvoir de que no se hace mujer, sino que se llega a serlo. Lo que quiere decir que no existe una coincidencia entre la identidad natural y la de género. Lo que Butler analiza de la posición de Beauvoir es la posibilidad de llegar a ser pues esto implicaría que además de que estamos construidos culturalmente, también nos construimos a nosotros mismos. Lo que intenta Beauvoir es tratar de dar una posibilidad de existencia a la capacidad de elección. Para Butler: "la elección pasa a significar un proceso corpóreo de interpretación dentro de una red de normas culturales profundamente establecida". (Ibid: 304). La adopción de un género es superflua, si se desconoce que ese cuerpo es construido culturalmente. Sin embargo, retoma la idea de Beauvoir del género como proyecto que involucra a su vez la recepción de ciertas normas establecidas, que permitan, sin embargo, que el ser humano ejerza sobre éstas una transformación y apropiación consciente, por lo cual el género seria una elección. Su propuesta se resume en multiplicar los géneros para que el modelo vigente deje de ser hegemónico. De igual manera, la subjetividad puede ser construida sin ese orden sexual ya preestablecido, que determina las formas de pensar, recrear y analizar el mundo.

La mujer y el hombre, la feminidad y la masculinidad, nada tienen que entonces con esencias, sino con la articulación de unas diferencias que delimitan posibles lugares de elección. La elección del sujeto de su posición en uno de esos lugares, mezcla en la polaridad masculino – femenino, no está determinada por un destino anatómico, sino que depende del juego de identificaciones sexuales. La estructuración de la feminidad y la masculinidad, resultan de una operación simbólica de división, que crea lugares que cada quien va a ocupar, y a los que se adscriben caracteres o rasgos contingentes e históricos. Se parte de una premisa fundamental: la sexualidad es siempre un proceso. Sin embargo, las formas de analizar esta diferenciación sexual, se han realizado desde el marco del androcentrismo en el que, indudablemente, se encuadran las estructuras creadas por el orden social y que son producto de la dominación masculina.

Dualismos género y discurso

Como se dijo, al analizar el mundo se tiende a crear dualismos. Estos dualismos son habitualmente conceptualizados en forma de oposiciones; es así como los dos sexos predominantes en la naturaleza, macho y hembra, son ubicados de igual manera en el marco de esos dualismos oposicionales; debido a estos dualismos, los actos están cargados de determinaciones explicativas de su funcionamiento, lo que influye indudablemente en la definición de la diferencia sexual. Los dualismos comúnmente utilizados para designar los cuerpos han sido: alto – bajo, externo – interno, cálido – frio, seco – húmedo, duro – blando, etc. Estos dualismos son opuestos pero a la vez complementarios y homólogos; y a su vez designan una posición en la cultura. Debido a esto, muchas veces los hombres son designados por las cualidades socialmente reconocidas y las mujeres por las más desvalorizadas. Estas cualidades se introducen en las ideologías humanas, vivenciándose como legítimas. Su significación se naturaliza inscribiéndose en la objetividad cultural y las ideas preconcebidas que engendran son constantemente confirmadas por en el mundo real. Pero, ¿cómo llega a conformarse éste orden de ideas? y, ¿cómo llegan a tener tanta fuerza, hasta el punto de que incluso no necesitan validación?. Es allí donde el sistema mítico revalida y fortalece algunas ideas acerca del estado de cosas ya existente, pues el sistema mítico utiliza simbolismos inscritos en divisiones preexistentes. Debido a que la visión androcéntrica se expone como neutra, el sexo femenino aparece como lo otro, lo desviado.

Para Bourdieu (2000): "la diferencia entre los cuerpos biológicos y principalmente la diferencia anatómica entre los órganos sexuales, aparece como la justificación natural de la diferencia socialmente establecida entre los sexos y en especial de la división sexual del trabajo". (Ibid: 24). Este orden de ideas se integra en la objetividad, es decir, en la realidad observable, a través de las divisiones objetivas (dualismos) y de manera subjetiva a través de esquemas objetivos en las personas. Al pensar la diferencia sexual como una construcción social, surgida de una estructura dominante, lo que se pone en evidencia es el reconocimiento de una posición de subordinación, pues no se vislumbra otra forma de explicación que no esté referida a la forma de explicación dominante. Un ejemplo de dicha subordinación tiene que ver con que históricamente no fue sino hasta el Renacimiento cuando el órgano sexual de la mujer fue nombrado en su particularidad, es decir, diferenciado de los órganos sexuales masculinos, pues inicialmente se conceptualizaba a la vagina como un órgano compuesto por las mismas partes que el órgano masculino, pero más imperfecto biológicamente. A través de estas observaciones, el órgano femenino quedó inscrito en los dualismos anteriormente nombrados y en posición de subordinación. Según Bourdieu (2000): "las diferencias visibles entre los órganos sexuales masculino y femenino son una construcción social que tiene su génesis en los principios de la división de la razón androcéntrica, fundada a su vez, en la división de los estatutos sociales atribuidos al hombre y a la mujer". (Ibid: 28). Pero la inscripción de los órganos sexuales a los dualismos ya nombrados, no solo se inscribe en el órgano en sí, sino que se transmite en una conceptualización sobre el cuerpo del hombre y de la mujer, con diferentes características y diferentes potencialidades.

Cuando se instituyen esas potencialidades y características diferentes para cada cuerpo y se pone en evidencia el horror masculino a la diferencia, el cuerpo de la mujer queda referido a lo privado e interno, por lo cual la vagina, como el órgano sexual femenino, es sometido a reglas estrictas de evitación o de acceso, que determinan rigurosamente las condiciones del contacto aceptado. Al sacralizar este órgano, es convertido en secreto y tabú, en una especie de fetiche y ésta es una de las razones para que el sexo de la mujer quede estigmatizado. El acto sexual es observado como una relación de dominación, si se enmarca dentro de los dualismos pasivo – activo, encima – abajo, etc., y es percibido, en el lenguaje común, como un acto de posesión; es dominar en el sentido de someter, de tener, por lo cual la virilidad masculina en el acto sexual se percibe como una proeza o hazaña. Según Bourdieu (2000), el valor de la definición social de la diferencia sexual es que legitima una relación de dominación, inscribiéndola en una naturaleza biológica, que es en sí misma una construcción social naturalizada.

Otro de los dualismos en que se ha inscrito la diferencia sexual, es el introducido por Fromm (1978), que considera el ser, como esencialmente propio de la mujer y al tener, como propio del hombre. La relación sexual aparece significada a través de lo social y el deseo del hombre es percibido como un deseo de posesión y el deseo de la mujer, como un deseo de ser poseída o dominada. El atribuir ser a la mujer y tener al hombre, resulta bastante problemático, ya que, como se verá más adelante, en la lógica de la diferenciación sexual, tanto ser como tener juegan un importante papel en la diferenciación. Se debe tener en cuenta que en el campo subjetivo, el tener y el ser son rasgos que se juegan tanto en el hombre como en la mujer, desde la fase pre – edípica y mucho más durante el Complejo de Edipo. El tener y el ser implican la búsqueda, para ambos sexos de una postura inicial del complejo de Edipo, que es precisamente la de ser el falo[1]

Los principios opuestos de la identidad femenina y de la identidad masculina, se evidencian a través de las formas de mantener el cuerpo y comportarse, naturalizando las diferencias entre estos dos principios. Diversos signos culturales posicionan a la mujer en una situación de inmovilidad simbólica manifestada, por ejemplo, a través de sus ropas o sus posiciones corporales, que tienen la característica de disimular el cuerpo y tienden a recordar el orden prescrito, pues condicionan de diferentes maneras sus movimientos. Ha correspondido a los hombres, según Bourdieu (2000), situados en el campo de lo exterior, de lo oficial, de lo público, del derecho, de los seco, de lo alto, realizar todos los actos a la vez breves, peligrosos y espectaculares en el curso normal de la vida; a las mujeres, el estar situadas en el campo de lo interno, de lo privado, de lo húmedo, del debajo de la curva y de lo continuo, se les adjudica todos los trabajos en el ámbito domestico, es decir, privados y ocultos, muchas veces considerados invisibles. Para este autor: "las mujeres sólo pueden llegar a ser lo que son, pues el orden social llega a confirmar a sus propios ojos que están destinadas efectivamente a lo húmedo, lo frio, etc". (Ibid: 45). La lógica de la dominación logra su objetivo cuando las mujeres a su vez, reproducen esta visión dominante sobre sí mismas y los demás.

Las mujeres no tienen más salida que confirmar constantemente estos prejuicios. Es allí donde se inscribe lo que Bourdieu (2000) ha denominado violencia simbólica definida como una violencia puramente espiritual y sin efectos reales. Según este autor: "la violencia simbólica sólo se realiza a través del acto de conocimiento y reconocimiento práctico que se produce sin llegar al conocimiento y a la voluntad y que confiere su poder hipnótico a todas sus manifestaciones, sugerencias, seducciones, amenazas, reproches, ordenes o llamamientos al orden". (Ibid: 59). Su acto de conocimiento es un acto de reconocimiento de su subordinación social. La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador. Esto se hace a través del producto de un trabajo continuo, -es decir histórico-, de reproducción, al que contribuyen unos agentes singulares, entre los que se encuentran hombres y mujeres e instituciones como la Familia, Iglesia, Escuela y Estado. Para Bourdieu (2000), la división sexual parece determinar los comportamientos de los seres humanos y actúa a través de tres principios básicos: el primero de esos principios es que las funciones adecuadas para las mujeres son una prolongación de las funciones domesticas. El segundo, pretende que una mujer no puede tener más autoridad sobre los hombres y el tercero confiere al hombre el monopolio de las maquinas y de los objetos técnicos.

Otro de los puntos cruciales es la forma en que mediante el lenguaje, ese orden sexual se reitera y se extiende en el campo social. En el análisis crítico del discurso, por ejemplo, se establece una relación entre los estudios de género y el lenguaje, es decir, entre los estudios que se apoyan en la revisión hermenéutica de los roles atribuidos socialmente a los hombres y las mujeres y la lingüística[2]Si bien, estos análisis, conducen de manera lógica a acercarse a las perspectiva de género, debemos primero que todo, analizar el sentido histórico en que estos estudios se ubicaron como fundamento básico para la comprensión de los análisis lingüísticos y de discurso, que por el hecho de hacer énfasis en la conciencia social de la opresión de la mujer, pueden incluirse dentro de las corrientes de compromiso de las que hace parte el análisis crítico del discurso, tal y como lo analizan Cortes y Camacho, en algunas corrientes de análisis (Cortes y Camacho; 2003, Pág., 123). Si seguimos la definición de discurso a partir de los planteamientos de Ramírez (2004), como el conjunto de procesos necesarios en la producción de sentidos en un acto de comunicación con una totalidad significante, (Ramírez, 2004; 103), podríamos preguntarnos el sentido que adquiere este discurso como totalidad significante en contextos culturales que intentan ser hegemónicos y en los que dicha realidad se construye a partir de la diferenciación sexual.

Gerard Pommier (1995), ha propuesto que esta construcción total de sentido desde lo sexual se realiza a través de dos conceptos fundamentales: el falo y el nombre. El falo, entendido como ese significante sobre el que se ha construido lo femenino/masculino y a su vez el orden simbólico, constituido en diadas, -mas o menos constantes-, de oposiciones que permiten ese juego de dominación y que se acopia desde los mismos objetos existentes[3]El segundo concepto que aborda Pommier, el nombre, nos remite entonces a la enunciación de los objetos, a través de la cual, ellos se constituyen en una realidad compartida por hombres y mujeres y que define en últimas, sus valores y creencias en función de su sexualidad[4]Pero esa diferencia solo puede existir si este orden simbólico se encuentra atravesado por los elementos culturales que delimitan los discursos de género y que lo hacen posible en la esfera de un análisis crítico del discurso[5]Los estudios de género se constituyen entonces en la posibilidad discursiva de romper con esta tradición de la razón androcéntrica, que en la relación entre discurso y sociedad en palabras de Van Dijk (2007): "…se manifiesta a veces sutilmente, adoptando los modos de hablar sexistas (cuando se dirigen a las mujeres o cuando hablan de ellas) que predominan en su grupo. Cuando lo hacen de manera activa, también contribuyen a la reproducción del sistema de desigualdad de los géneros. Por supuesto, también pueden modificar (en parte) esas restricciones sociales y desafiar el statu quo, por ejemplo, absteniéndose de ejercer el control sobre virtualmente todos los aspectos del texto, la conversación o el contexto, como pueden ser el género, el tópico, el estilo, la toma de turnos o la narración de historias, que se realizan a costa de las participantes de género femenino en los sucesos comunicativos" (2007: 46-47). Esa manifestación sutil que promueve unas particulares formas de dominación y que determinan, como hemos visto el orden simbólico de lo que significa ser hombre o ser mujer, se constituye entre otras formas, a partir de lo narrativo, que puede ser entendido en su manifestación práctica, a través de estrategias conversacionales y orales, reclamando nuevos sentidos en la comunicación y adquiriendo importancia fundamental en el estudio del discurso en su concepción crítica, haciendo plausible la deconstrucción de las formas hegemónicas de dominación[6]Dominación que ha subsumido a la mujer al espacio privado y específicamente a la crianza de los hijos, en su rol materno, como idea arquetipal de lo que es ser verdaderamente madre.

Epistemología de los sujetos nómades: poder y sexualidad

La pregunta básica que se plantea a partir de esta reflexión, es la forma en que se ha constituido una epistemología que nos permite abordar lo subjetivo, en relación con la mujer. La relación de lo subjetivo con el concepto de mujer y del concepto de mujer con la maternidad y de la ésta entendida como una posibilidad de transformación de la propia subjetividad, puede explorarse a través del concepto de sujeto nómade. El concepto de subjetividad nómada, como se ha mencionado anteriormente, ha sido abordado en principio por Braidotti (2000). Para comprender el contexto histórico del concepto, en primer lugar se tendría que reconocer que la historia de la modernidad, se ha caracterizado básicamente por la construcción de instituciones que se caracterizan por la capacidad de establecer un control social de unos pocos sobre otros muchos. La crítica de Foucault[7]que se realiza sobre la construcción de la cárcel, o en general de las instituciones de encierro, da cuenta de esa posición en la que las instituciones de encierro, garantizan un control social, que se va internalizando y que termina afectando la construcción de las subjetividades modernas[8]

La pregunta básica que se plantea a partir de esta reflexión, es la forma en que se ha constituido una epistemología que nos permite abordar la subjetividad femenina, entendida esta como una subjetividad que se evidencia incardinada en lo nómade. El concepto de subjetividad nómade, es concebido por Braidotti (2000), como aquella subjetividad que se construye en la relación con el otro, en una relación cara a cara y que constituye, por tanto, el conjunto de afectos[9]que establece el sujeto y que determina sus acciones y prácticas sociales[10]Para iniciar con el sentido de la propuesta y su relación con la epistemología, se propone realizar un breve recuento acerca de cómo la epistemología, -surgida básicamente de los análisis de la filosofía postestructuralista-, cuestiona, potencia y hace visible la constitución de una nueva forma de relación de los sujetos, en el despliegue de las instituciones y de la evidente tiranía de la razón. Foucault, en las palabras y las cosas afirma: "…de tal suerte que, se encuentra ante el hecho en bruto de que hay, por debajo de sus ordenes espontáneos, cosas que en si mismas son ordenables, que pertenecen a cierto orden mudo, en suma, que hay un orden". (1986: 6).

Este orden mudo, es el que desde el postestructuralismo adquiere carácter polifónico y constituye por tanto la forma en que se contrapesa, la actitud tiranica del logos[11]y su hegemonía en occidente. Para rebasar esta visión, se hace necesario, sin embargo, abordar algunos elementos de la modernidad, que en su revisión nos permiten encontrar huellas de dicha entronización. Podría afirmarse que la subjetividad actual se encuentra inmersa en determinaciones económicas y sociales; las subjetividades actuales se construyen en términos de potencia: como la mujer se ha ubicado en el punto común de construcciones de orden y como la revisión de su ubicación en el patriarcado ha determinado la construcción de su subjetividad, el concepto de sujeto nómade, permite una deconstrucción de las prácticas sociales de las mujeres en temas como la maternidad, su naturalización en las sociedades premodernas y su tecnificación en la modernidad[12]En el proceso de constitución descrito anteriormente, es básico reconocer la existencia de un nuevo campo epistemológico, que Foucault describe como: "…la episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad; en este contexto lo que debe aparecer son, dentro del espacio del saber, las configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del conocimiento empírico" (Foucault, 1986; 7). Foucault afirma entonces, que la investigación arqueológica muestra dos discontinuidades en la formación de la episteme occidental: la de la época clásica y la del surgimiento de la modernidad hacia mediados del siglo XVIII. Lo que se debe deconstruir, por tanto es la forma en que la subjetividad se ha constituido en la modernidad y sus características básicas. En este sentido Berman (1991), nos aporta algunas reflexiones importantes: en primer lugar, la constitución del sujeto moderno en el marco de las grandes ciudades,[13] cuya característica es la de consumir a los hombres y a las mujeres. Es interesante en este punto, como la ciudad moderna se constituye en personaje vital en la novela contemporánea y como la ciudad constituye las posibilidades de emergencia de sujetos que por medio de las líneas de fuga, intentan escapar de esas realidades[14]Las ciudades modernas, entonces, determinan la forma en que se constituyen las subjetividades y en concordancia con las condiciones sociales, obligan, en muchos casos una forma o esquema de ver el mundo.

Partes: 1, 2
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