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El argumento de la democracia de los consumidores


  1. Versión capitalista de la democracia
  2. Cómo se ha construido la democracia representativa
  3. Una propuesta: la democracia de los consumidores
  4. Conclusiones
  5. Bibliografía

Versión capitalista de la democracia

Modernamente la democracia se ha construido desde el capitalismo, utilizando elementos ya existentes adecuándolos para acomodarla a sus fines. Puesto que un aspecto determinante de su actividad reside en lo mercantil, la democracia capitalista tiene que estar afectada de una u otra forma por componentes metapolíticos. En principio se ha reconducido a ejercer el derecho a votar y a ser votado, estableciendo la primera distinción entre los destinados a gobernar y a ser gobernados en una determinada sociedad. Los votantes ejercen ese derecho como ciudadanos, pero actúan como consumidores del mercado capitalista con la pretensión de asegurar su estatus de bienestar, influenciados por componentes ideológicos, junto con el sentimiento de libertad, los derechos individuales, la seguridad o la propiedad privada. En definitiva, esa democracia de naturaleza representativa reposa sobre un modelo de jerarquía elitista, orientado a establecer un orden capitalista, aportando apariencia de autonomía en la individualidad. El elector es fiel a la idea de consumo, porque se ha diseñado una democracia para el consumo, alentado con banalidades como el bienestar desde la acumulación de los objetos o la distinción social. Se convierte la democracia en una mercancía más, destinada a manipular el sentir político del ciudadano, tolerante con que la función de gobierno la asuman las minorías; de tal forma que con semejante sucedáneo apenas llegue a plantearse lo sustancial: el autogobierno,. Así pues, es la elite del poder formada por la "minoría poderosa"( Wright Mills, 1973; 12) quien viene a reemplazar a la ciudadanía en una función que corresponde exclusivamente a ella.

Respecto a ese capitalismo al uso, hay que matizar que no puede decirse que surja por generación espontánea, ya que el moderno capitalismo, que se concreta con la Primera Revolución Industria, va ganando terreno de manera gradual con el transcurso del tiempo y no es asimilable a otras formas primitivas -en este punto, la referencia al capitalismo moderno cabe remitirla a Weber quien señala que "es evidente que hablamos tan sólo de capitalismo europeo-occidental y americano. "Capitalismo" ha habido también en China, en Ia India, en Babilonia, en la Antigüedad y en la Edad Media; pero, como veremos, le faltaba el ethos característico del capitalismo moderno."(Weber, 1984; 57)-. Un aspecto a destacar del nuevo capitalismo es su capacidad para trascender del ámbito económico al terreno político e inevitablemente al panorama social, contribuyendo en gran medida a dotar de dinamismo al proceso de civilización [1]En ello ha desempeñado un papel fundamental su ideología para las masas, ofertando derechos, propiedad y consumo para alejarlas de la violencia, mientras paradójicamente él mismo hace de la violencia una faceta más de su amplio negocio. Y con la mirada puesta en ese negocio, rescata la vieja idea de democracia como principio de remisión del estado de servidumbre al que han venido siendo sometidas las masas, representativo de la idea de progreso. De ahí su acogida. Por un lado, aspirando a suavizar la violencia desde la racionalidad, se trata de seducir a las masas con argumentos consistentes de naturaleza jurídica para insuflar seguridad y atenuar el sentimiento de violencia que emerge ante los abusos del poder. Por otro, hay que pensar en ellas como material aprovechable para las empresas, haciéndolo apenas perceptible mediante el aliciente de la satisfacción individual, con dosis de hedonismo, que también atenúa ese sentimiento

La problemática reside en cómo armonizar la cuestión política con el absolutismo económico, habida cuenta de que centrado en proyecciones más amplias, el capitalismo -industrial, financiero y mercantil- no puede gobernar asumiendo la dirección oficialmente. Sin duda en este punto la democracia rescatada es un buen argumento, unido al de los derechos ciudadanos, para resolver el problema, inyectando dosis de sosiego en el espíritu político de las masas, a la vez que permite el control del poder político tradicional desde las claves que encierra el dinero. Claro está que para ello se requiere asentar las garantías jurídicas en un modelo racional superador de la metafísica del viejo orden, y en este punto el Derecho positivo resulta adecuado, dada su condición de sistema de seguridad y con ello instrumento para establecer un orden de paz ( Kelsen, 1981; 51). La consolidación de un sistema jurídico eficaz es el paso previo para la apertura política, acercándola a la ciudadanía a través de esa democracia [2]como instrumento concebido para domesticar el instinto político de la individualidad. Con lo que se viene a resolver un doble problema, en cuanto sirve de punto de conexión con las masas y limita las prerrogativas de un poder político concebido en términos tradicionales, situado al otro lado del campo económico. Aunque el empresariado como representante del capitalismo no gobierne directamente, su alargada sombra se proyecta en la totalidad, y los gobernantes oficiales no son inmunes a su influencia; mientras que, de otro lado, soportan la carga de ser elegidos por el pueblo; sin que además puedan eludir la sumisión al imperio de la ley. Así pues, la estrategia de la ideología capitalista queda claramente definida; primero, se trata de ganarse a las masas; segundo, mantener bajo control instrumental al poder político entendido en su sentido tradicional; tercero, garantizar la viabilidad del negocio de sus empresas; pero fundamentalmente, en el ámbito político, pretende hacer creíble a la autoridad (Ricoeur, 1986; 213), en definitiva, su autoridad. No es difícil adelantar que ya en sus comienzos el primer capitalismo moderno se postulaba como autoridad política en la sombra.

Desde el soporte jurídico, perfectamente organizado partiendo de una construcción en la que la constitución ocupa el vértice de la pirámide normativa, las masas ven garantizados sus derechos cívicos, mientras las empresas cuentan con seguridad jurídica y los gobernantes ven limitado el ejercicio del poder. El árbitro de la situación pasa a ser el capitalismo burgués y da el toque definitivo con su modelo de democracia: la democracia representativa. Convertida en un producto comercial que se mueve siguiendo normas de mercadotecnia, recogidas en la estrategia de los partidos políticos regidos por criterios empresariales [3]A su amparo se da salida a una serie de ideologías menores para fijar posiciones y controlar el avance de las masas, bien concibiendo un mosaico de tendencias o el simple bipartidismo, todos bajo control del gran patrón. El modelo burgués se encuentra ya plenamente consolidado en el segundo capitalismo, de manera que las sociedades no pueden aspirar a obtener el grado de avanzadas, sino disponen de la correspondiente etiqueta democrática. Con lo que el producto político llamado democracia ha pasado a ser un requisito clave para la inmersión en la modernidad. Siempre bajo control para que sea inofensiva, cumpliendo con la formalidad, porque "el método democrático es aquel sistema institucional de gestación de las decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad" ( Schumpeter, 1963; 321). Definitivamente, la democracia representativa no es más que un método para designar a quien el pueblo desea que le gobierne bajo la supervisión capitalista. Pero incluso así sería posible hablar de democracia, porque el pueblo vota.

En su propósito de ampliar el mercado, el capitalismo emprende campañas decisivas para imponer en un plano global democracias representativas, movido también por la idea de que la democracia vende. Lo hace porque da estabilidad desde la sensación colectiva de libertad y bajo esta percepción alienta el consumo. Hay en ello un ejercicio de marketing político, en el que juega un papel determinante la psicología del ciudadano que aspira a ser plenamente reconocido por todos en su individualidad. Una vez superada la fase de reconocimiento a través de los derechos individuales, quiere completar el proceso hasta llegar al reconocimiento pleno por parte del poder. Y en este orden, al ser llamado para consultar su voluntad a fin de que indique quien quiere que le gobierne, se considera reconocido. En definitiva, en lo crematístico, esa disposición del ciudadano repercute favorablemente en el negocio, porque traslada al consumo el sentimiento de una falsa autonomía de la voluntad que él percibe como definición de su individualidad. Lo que entiende como sensación de libertad, dispuesta para expresarse permitiendo adherirse a una postura en el marco de la pluralidad ideológica que se le oferta, buscando la opción transformadora acorde con sus creencias. Pero para el sistema es una fórmula de toma de posiciones dirigida a romper el bloque de las masas en pequeños grupos fácilmente controlables que, por otro lado, frustra cualquier entendimiento colectivo. Desde la dimensión del individuo, la adhesión ideológica supone un proceso de subjetividad suave. Las ideologías entendidas como toma de posiciones políticas de la ciudadanía, han perdido la agresividad que las vino caracterizando a lo largo del siglo de las ideologías [4]hoy las muestras de vigor se reconducen al discurso de los líderes dirigido a la clientela electoral. Por lo que, si bien pudo hablarse de confrontación ideológica, ahora sólo cabe entender el debate en términos pacíficos, impuestos por la democracia representativa, en la que sólo conviven ideologías moderadas -consideradas estas como "conjunto de creencias orientadas a la acción" ( Eagleton, 1997; 20)-, bajo el peso de la ideología dominante que marca la marcha del sistema. Probablemente el capitalismo sea la ideología única, que transige con el juego de las ideologías a efectos electorales, porque ha ido más allá de utopías y realidades fracasadas, al imponer "la conversión de sus ideas dominantes en palancas sociales" ( Bell, 1964; 543). Hoy el papel de las ideologías fuertes en buena parte ya no es relevante; finalizado su periodo de esplendor se han agotado con el siglo XX. Las propuestas de transformar la sociedad desde perspectivas políticas diferentes tropiezan con la realidad de un capitalismo que no tiene competidores, aunque emerjan viejas opciones con nombres nuevos, ya no son las mismas, afectadas por la pérdida de vigor [5]

Cómo se ha construido la democracia representativa

La idea de democracia, como gobierno de todos, es sencilla y siempre ha estado presente en la mentalidad colectiva desde la época clásica, pero para su viabilidad precisa apoyarse en realidades consistentes representativas del poder de quien la ejerce, no basta con hacer uso de derechos otorgados, porque en tal supuesto sólo cabe hablar de falsa democracia. Si los votantes no disponen de poder efectivo -económico, político y social- se mueven en el terreno de la apariencia, siguiendo las reglas de juego marcadas por las elites que la dirigen y el poder que la otorga. Este es el caso de la democracia representativa. El capitalismo se ha limitado a orientar el sentimiento democrático de las masas adecuándolo a la medida de sus intereses, aprovechando el momento para ir más allá de su sentido político adentrándose en lo social. En general ha equiparado su democracia como la opción exclusiva, el único camino para ejercer la libertad política, reforzando así el sentimiento de las individualidades con otra utopía, al objeto de hacerse más fuerte en su condición de garante de la misma. Políticamente, esta es la otra cara de la democracia producto del capitalismo, le ha servido de medio para fundamentar su legitimidad como poder total, desde la tolerancia de las masas. A tal fin ha utilizado la ideología -también considerada como "ideas que permiten legitimar un poder político dominante" (Eagleton, 1997; 19)-, inundado con su presencia la existencia colectiva, desarrollando el aspecto jurídico de los derechos y libertades, añadiendo la seguridad, la propiedad y subliminalmente la promesa de bienestar al alcance de todos. Socialmente, ha ido diseñando un modelo de existencia movida por el consumo, sobre el cual detenta el control absoluto, sobornando a las individualidades con la propuesta de una vida mejor, solamente alcanzable desde su particular orden democrático como soporte de la existencia real. Pero a la vez, entrando en el doble juego que le caracteriza, buscando desde su control garantizar la viabilidad a perpetuidad de su propia existencia como sistema económico. Su legitimidad democrática se ha consolidado utilizando el soborno de la mercancía puesta al alcance de todos, lo que le ha justificado como poder político, cuando aquélla no es un argumento político sino el sostén de su actividad productiva -a su vez soporte del negocio especulativo-, involucrando con ello a los que consumen para trasladarlos a una dimensión política. La adquisición de la mercancía tiene que acompañarse de un componente psicológico enérgico, para que, retornando a su sentido económico, se haga extensivo también al plano social, permitiendo establecer un principio de orden conjunto. El método ordenador es la propiedad y los objetos son símbolos de propiedad dóciles y accesibles. Con lo que el individuo común autosatisface su voluntad de poder. A tal fin el medio es el dinero, producto que se obtiene mayoritariamente a partir de la alienación del potencial laboral de los individuos.

Hay un control amplio del sistema, ya que maneja el flujo del dinero como fuente de consumo y simultáneamente la mercancía, en cuanto elemento susceptible de propiedad. Socialmente el individuo ve atendida en la medida de sus posibilidades las necesidades existenciales, pero estableciendose dependencia ineludible del orden capitalista. A partir de aquí entra en juego el complemento moderno: la falacia del bienestar. La propiedad está orientada no solamente a satisfacer la voluntad de poder para sobresalir ingenuamente en el mar de masas, sino que permite ir más allá y acceder al bienestar. El sentido alienante del trabajo, en cuanto explotación del potencial humano -dar mucho a cambio de poco, cuya plusvalía recoge el empleador- es disimulado con la promesa de bienestar -plusvalía vital que percibe el ciudadano-. Un modelo de bienestar que dada su inmediatez se aleja de las creencias tradicionales, que lo postergaban al más allá. Siembra la consigna de que no es preciso esperar, ni hacer grandes sacrificios para obtener la recompensa por la fidelidad al sistema. Todos pueden ser felices al instante, para ello basta con consumir adquiriendo objetos y servicios, utilizando el dinero producto del sacrificio del trabajo como instrumento de cambio. Obtenerlo es una tarea asumible, a menudo, sin perjuicio de otras opciones, basta con alienarse laboralmente para alcanzar el medio que sirve de llave de acceso al reducto del bienestar.

Para completar el proceso ordenador que exige todo modelo de poder, la ideología capitalista aporta en su componente político otros dos sucedáneos, dispuestos para dar salida a la naturaleza política del individuo. Se trata, en primer término, de otorgar garantías cívicas, convirtiendo a los siervos en ciudadanos. Su sentido político es buscar un orden avanzado pero fijando límites, dando presencia a las masas con la finalidad de alcanzar un grado de reconocimiento que permita a la vez dar consistencia al sistema. Porque el reconocimiento es fundamental en el proceso de justificación del nuevo orden, teniendo en cuenta que afecta a ambas partes, al hombre en su condición de hombre y al gobernante como tal. Desde este argumento, superándose el principio de legitimidad aristocrático impuesto por el antiguo régimen, en realidad se trata de sustituirlo por el principio electivo, más atrayente y en línea con los nuevos tiempos [6]Con ello queda apuntado ese sentido democrático que se avanza desde la revolución burguesa. Pero hay que aclarar que simultáneamente esos derechos y libertades, con propósito ordenador y dispuestos para alcanzar la legitimidad capitalista, responden a otros fines de marcada tendencia económica. De un lado, se trata de proteger la propiedad privada de la burguesía y del empresariado. De otro, a promover el consumo de las masas. En cuanto a ese segundo producto de la ideología capitalista, que viene a ser el retoque final con vistas a satisfacer el instinto político de la ciudadanía, la democracia representativa, no es una vía para el ejercicio de la libertad, tal como se vende, sino un instrumento de control político desde el capitalismo.

Pese al cambio del principio de legitimidad, adecuado a la idea de autoridad legal weberiana [7]racionalmente aceptable en cuanto se propone el gobierno de la mayoría, se ve afectado de incoherencia respecto a la idea de gobierno de todos, porque la representación viene a sostenerse en lo opuesto, el gobierno de unos pocos. El fondo de la cuestión es que la representación es una falacia desde sus comienzos -baste señalar la no sujeción del representante al mandato imperativo del electorado-, porque en la práctica ha venido siendo el gobierno de una minoría que asume la condición de elite, si bien etiquetada como elegida por la mayoría. La democracia diseñada por el capitalismo no pretende desvirtuar la tesis de que la masa no gobernará nunca, salvo en abstracto (Michels, 1979, II; 190). Por el momento se mantiene vigente, pese a que se haya tratado de suavizar posiciones, instrumentando otros derivados, como la democracia participativa o la deliberativa. Pero no pasan de ser simples concesiones del poder, puramente testimoniales y tan simbólicas como la democracia representativa tradicional. La cuestión de fondo sigue ladeándose tanto por el capitalismo como poder, como por las minorías que ejercen el poder oficial, sin que por parte las masas se decidan a plantear abiertamente el asunto exigiendo alternativas viables.

Una propuesta: la democracia de los consumidores

Existe la creencia de que las masas no acaban de asumir su propio poder y, tal vez por desidia, esperan a que el problema se resuelva solo o voluntariamente las elites hagan entrega del poder alienado. Con ello se trataría de obviar un punto sustancial, y es que una nueva forma de democracia solo puede construirse desde realidades de poder, no bastan las concesiones. Pero, ¿donde ha venido residiendo ese poder?. El poder político como instrumento para conservar el orden social está en una minoría dirigente situada en cada sociedad para gobernar a la mayoría. Aunque la fuerza total sea el resultado de la suma de las fuerzas individuales que componen el colectivo social, el poder en cuanto síntesis lo protagonizan unos pocos [8]Ya sea por conveniencia, ignorancia o incapacidad de las propias masas para ejercerlo, el poder ha estado casi siempre a disposición de las elites, cumpliéndose la vieja ley de hierro de la oligarquía [9]Pese a la irracionalidad del principio dominante de que la minoría gobierne a la mayoría, visto su arraigo, las elites del poder difícilmente renunciarán voluntariamente al privilegio de mandar. Por tanto, las masas sólo pueden recuperarlo desde la exhibición de su fuerza social. Y en este proceso, el consumo como instrumento de control político y económico, es decisivo y el consumidor, junto con la suma de consumidores de una sociedad avanzada, determinantes. ¿Por qué?. Porque tienen fuerza social, susceptible de sintetizarse como poder. El proceso no es sencillo. Los obstáculos que se presentan ante el nuevo modelo residen tanto en el propio capitalismo, como en las elites políticas, como en la falta de acción coordinada de las propias masas.

Revisando la cuestión desde la historia, en su momento, el burgués aportó una nueva visión, no solamente de la vida desde una perspectiva económica innovadora, sino del mundo, abriéndose posibilidades de amejoramiento social al alcance de todos, superando así el sistema estamental. Sus características personales, definidas desde los principios éticos y concretadas en su espíritu de trabajo, racionalidad, sentido de utilidad, aprecio al valor del dinero y natural tendencia a la inversión, sirvieron de soporte al sentir capitalista moderno que cambió radicalmente las sociedades donde tomó arraigo [10]Tales características vinieron a representar un nuevo principio de poder, primero social y, tras la revolución burguesa, político, pero limitado a la clase dominante, nunca extensible plenamente a las masas. No obstante estas obtuvieron ciertos beneficios en forma de concesiones de naturaleza jurídica con las que pudieron redimirse de su condición servil. Al igual que fueron utilizadas por la burguesía como parte del tercer estado para romper el viejo orden, luego lo fueron por los capitalistas para construir el nuevo, como mano de obra barata e instrumento de mercado, hasta culminar en la llamada sociedad de consumo, como fuente de ingresos de las empresas. Haciendo balance, el capitalismo no ha jugado limpio, ya que, a cambio de abalorios, las masas le han entregado metales preciosos. Pero las supuestas bondades del consumismo, en definitiva basado en la simple acumulación de objetos, a veces carente de sentido de utilidad, hace tiempo que ha sido cuestionado. Hoy nos encontramos con el individuo consumidor inserto en una masa de consumidores que empieza a pensar en clave capitalista. Incluso se puede percibir semejanza con el pequeño burgués que en su momento contribuyó al desarrollo del primer capitalismo en el punto de la pasión por el dinero y el ahorro -aunque en aquel haya que tener en cuenta otros aspectos que completan la formación del espíritu burgués, reducidos fundamentalmente a la promoción del espíritu mercantil (Sombart, 1972; 45 y ss.)-. Tampoco faltan en el consumidor sentido de utilidad, racionalidad, ilustración y perspectiva de bienestar. En cada consumista hay un consumidor latente, cuyo carácter acaba por imponerse a base de experiencias –crisis económicas, fraudes de mercado o el simple despertar de utopías vacuas-. Cuando mira hacia la política ve propaganda, corrupción y privilegio, ante lo que sólo cabe el desencanto, aliviado por dosis de fina ironía [11]

Aunque sigan empleándose los términos pueblo y nación para definir identidades de colectividades históricas, en plena era de la globalización se impone hacerlo de sociedad de masas, que " no es sino la entrada de las masas en una sociedad de la que estuvieron excluidas" (Bell, 1964; 46), motivada por los intereses comerciales del capitalismo, asumiendo después la condición de protagonistas sociales. Condenadas durante siglos a un silencio interpretado a voluntad por las elites, las masas ahora pueden expresarse. La cuestión es si esas masas que han adquirido relevancia desde su condición de consumidoras serán capaces de imponerse como poder y autodirigirse políticamente. Seguramente ya han realizado la primera fase del proyecto, romper con el exclusivismo de lo selecto, arrollándolo todo con lo común. En la sociedad moderna las masas, expresión de la vulgaridad o, como dice Ortega, un "alma vulgar, que sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera" (Ortega y Gasset, 1955; 47), han liquidado los últimos vestigios de la apariencia sumergiéndolos en la realidad. Hoy, en una sociedad dominada por el dinero, lo selecto se ha refugiado en el lujo como último reducto, pero ha perdido su soporte elitista tradicional, en él ya no hay nobleza ni virtud, solamente se trata de otra forma de vulgaridad: la de la opulencia. Agotado el repertorio de las individualidades selectas, ahora la marcha del progreso queda en manos de la ciencia y la tecnología -los nuevos dioses del mundo real-. Anteriormente el papel asumido por la elites respondía a su mayor grado de ilustración para conducir la marcha de la sociedad, pero hoy ya no sirven; en razón a una mayor eficacia, han sido desplazadas por las máquinas programadas desde la ideología dominante -el capitalismo-. Por lo que parece que el protagonismo de las elites políticas se encuentra aquejado de agotamiento, ya que no tienen nada que ofrecer y han dejado de ser selectas.

Si tradicionalmente el poder ha sido asumido por una minoría, invocando la incapacidad de las masas y la necesidad de ser tuteladas desde la representación libre, y el elegido "no ligado a instrucción alguna, sino que es señor de su propia conducta" (Weber, 2002; 236), cabría preguntar si el consumo las ha permitido dotarse de ilustración suficiente, como segunda fase del proyecto emancipador, para asumir la tarea política [12]La ilustración generalizada disponible -pobre por principio-, que viene siendo suministrada por el capitalismo desde la publicidad, responde a intereses meramente comerciales, pero resulta aprovechable en cuanto se pueden apreciar resultados, ya que permite ampliar la red de conocimientos. Igualmente sucede con las TIC, si bien diseñadas con fines comerciales, han permitido redefinir la sociedad en términos de sociedad de la comunicación, al poner a disposición de las masas medios de información y relación antes exclusivos de las elites. Por consiguiente, es factible un cierto grado de ilustración generalizada, que llega a todas las personas y a todos los rincones de cualquier sociedad avanzada; rompiendo así con las desigualdades profundas, derivadas de la falta de oportunidades, ya sean de naturaleza política o económica. Con lo que el conocimiento ha dejado de ser exclusivista, para alcanzar, aunque devaluado, a la generalidad.

Declarada obsoleta la tesis de la incapacidad de las masas -que curiosamente siguen siéndolo para gobernar y sin embargo capaces para elegir a sus gobernantes- en razón del amejoramiento intelectual que inevitablemente se deriva del desarrollo de la sociedad del conocimiento, hay que examinar si disponen de algo que es fundamental en cualquier sistema político, se trata de la fuerza precisa para imponerse como poder. Materialmente cuentan con el número, pero en una sociedad en la que la fuerza física ha sido en gran parte desplazada por las máquinas, tiene escaso significado práctico. Sin duda la fuerza económica viene a ser más significativa. Y es en este punto donde toman presencia el consumo y el capital.

Económicamente hay una fuerza social decisiva que inicialmente viene desde la capacidad de consumo de las masas, de la que depende de forma mediata el capitalismo industrial y distribuidor. Pero ese consumo, en el que el empresariado sostiene su negocio, y el propio consumidor han cambiado. Superado el consumismo del pasado siglo, sostenido sobre la base de la acumulación de objetos como espejismo de bienestar, ahora la mirada se pone en la utilidad. La Tercera Revolución Industrial abrió el camino hacia el sentido común, un amejoramiento de las condiciones de vida tratando de hacerla compatible con el entorno como primera llamada a la racionalidad, en la que los servicios se imponen sobre la materialidad del consumismo irreflexivo, precisamente buscando esa mejora de la calidad de vida del individuo. Probablemente estemos ante el primer aviso de una nueva sociedad de consumidores responsables, en vía de superar la dependencia consumista, dispuesta para cambiar el sistema basado en el consumo por el consumo. Las demandas, pese a la tiranía de las modas orquestadas por el empresariado, ya no las impone abiertamente el capitalismo, sino los consumidores, porque disponen del potencial de compra y de la capacidad de elegir lo que se entiende por útil.

En el mismo plano económico, el capitalismo productivo -básicamente industrial, comercial y de servicios- si bien resulta ser el más llamativo, no hay que pasar por alto el papel del capitalismo financiero. El dinero como instrumento de consumo no se dirige solamente a la compra de mercancías y servicios, también se orienta hacia al ahorro. Y aquí reside el problema del capitalismo, que las masas detraigan del proceso ingentes cantidades de dinero amparadas por el derecho de propiedad. Pero incluso va más allá, cuando el ahorro acaba por destinarse a la inversión, al punto de cobrar un papel determinante en la marcha del sistema. Sometido en principio a los mandatos consumistas, influido por la idea de propiedad orientada a la riqueza, ahora apunta en otra dirección. Como instrumento de cambio, el dinero ya no mira a la simple riqueza, sino a su aspecto productivo, es decir, a actuar como capital [13]Y en este punto cabe referirse al capitalismo social. Si bien dentro del marco del capitalismo tradicional, porque se encuentra bajo sus dominios ya que se encarga de manejarlo y de torpedearlo utilizando variedad de crisis tratando de desposeerlo de su valor, no es de su propiedad. Ahora, el dinero que le sirve de soporte se encuentra en manos de los consumidores y las masas acumulan en términos cuantitativos grandes cantidades de riqueza frente a la que el empresariado no puede competir. Por consiguiente, en el orden productivo y en el especulativo, el individuo consumidor diluido en la masa es sustancial para la explotación del sistema capitalista desde su perspectiva empresarial. Si a él sumamos una multiplicidad de individuos, su fuerza es determinante. De ahí la llamada del poder de los consumidores.

Pero el consumidor no es solamente la pieza fundamental en el sistema económico, sino que políticamente en las respectivas sociedades su voto cuenta, las masas suman y ellas eligen, aunque no decidan. La democracia representativa, definida como juego político diseñado por el capitalismo para entretener el espíritu político de la ciudadanía, resulta que es imprescindible y el poder institucional tiene que asumir sus preferencias. El sistema de partidos sobre el que sostiene la democracia representativa se desgasta. Son varias las razones, desde la falta de ideas, la corrupción o el protagonismo de sus líderes, hasta la burocratización de la política, lo que la está haciendo inservible. Si a ello se acompaña que cualquier ciudadano común puede ejercer las funciones del gobernante, su posición de privilegio no encuentra soporte. Tampoco hay que pasar por alto el descrédito que acompaña a los políticos orientados a vivir de la política, frente a los que practican la política. Añadiendo que el sistema jurídico regula cada punto de su funcionamiento, la política como profesión tiene pocas salidas. Sin duda tales circunstancias juegan a favor del consumidor, pero queda pendiente algo fundamental como es la lucha por el reconocimiento desde el poder político, porque en caso contrario perderá su dignidad de individuo autónomo en una sociedad de masas. La lucha que se inicia con la llegada del sistema burgués en cuanto permite el reconocimiento abstracto de la dignidad del hombre, puesto que el hombre existe como ser humano sólo en la medida en que es reconocido, porque "el reconocimiento de un hombre por otro es su ser mismo." (Kojève, 2007; 20), prosigue con la consolidación de la individualidad, una vez aliviado el trance unidimensional de la sociedad de consumo, y concluye con la superación de la condición de consumista. pasando a ser consumidor. Con lo que de individuo dirigido por el mercado capitalista pasa a ser ese mismo individuo que ahora dirige el mercado, y es reconocido por los otros individuos autónomos insertos en la acción de masas, mientras que los que ejercen el poder político no le reconocen, temiendo perder los privilegios asociados a su condición.

Visto lo anterior, ¿donde radica la dificultad para que las masas se impongan como poder político?. En el marco de un poder determinante como es el capitalismo, al que las masas no tratan de enfrentarse porque se mueven en su mismo terreno, la tradición del elitismo resulta insuperable, porque además cuenta con el beneplácito del capitalismo. Las masas, aunque no precisan de tutela, se sienten más seguras al ser tuteladas, esperando tal vez un entendimiento con las elites. Junto a la postura de tolerancia de unos, convive la indiferencia de otros y la falta de acción concertada de todos. Pero, pese a la indecisión, la realidad está ahí. Un modelo de poder alienado que es actualmente irracional e injustificable en sí mismo, en el que el privilegio del gobernante es incompatible con la igualdad y donde la voluntad general es suplantada por la voluntad interesada del grupo dominante. Todo ello asistido por un procedimiento democrático que se entiende como legitimación de las masas. Si hay que admitir que la sociedad de masas consumidoras cuenta con fuerza social con soporte económico proveniente del consumo y se configura como poder metapolítico, tarde o temprano tiene que acabar ocupando su lugar político. A él no se accede a través de concesiones, sino imponiéndose, demostrando desde la argumentación pacífica que se tiene poder y derecho a ejercerlo. Este poder que reside en los consumidores tiene que expresarse en la acción de gobierno y a tal fin sólo cabe un democracia de los consumidores, ejercida directamente por ellos mismos, es decir por todos, para ser gobernados desde la mayoría como argumento de racionalidad único. "Si por democracia directa se entiende estrictamente la participación de todos los ciudadanos en todas las decisiones que les atañen, ciertamente la propuesta es insensata" (Bobbio, 1986; 33), pero si de lo que se trata es de que una minoría deje de tomar las grandes decisiones por la mayoría, merece la pena considerarla.

Conclusiones

La democracia de los consumidores propone una nueva forma de gobernar la sociedad, partiendo de la teoría de masas, respondiendo a la racionalidad del principio de que las mayorías deben ser gobernadas por mayorías. Con ella se trata, de un lado, de que el poder alienado en favor de las elites vuelva a las masas, y, derivadamente, hacer posible el ejercicio directo del poder político por las nuevas masas.

Se habla de consumidores en tono avanzado y no de masas, porque hoy las masas no son un simple colectivo de individuos -también llamado muchedumbre, público, habitantes, vulgo,…- objeto de explotación comercial y de gobierno, definidos en contraposición a las elites, hay que contemplarlas con mentalidad abierta. Los consumidores son hombres autónomos, pero interconectados por la gran red de comunicación social. Cuentan con una característica diferencial, el consumo, desde cuyas claves pueden interaccionar con el poder, al que llegan a invertir y hacen dependiente. Con lo que el consumo permite establecer unas nuevas relaciones de poder que con anterioridad no se encuentran. Quien hablaba de individuos, hoy está hablando de consumidores, porque es una condición que, como la humanidad, afecta a todos.

Desde el consumidor es posible definir la nueva sociedad. Y la sociedad de masas, en su estado avanzado, se entiende como sociedad de consumidores. La sociedad de los consumidores es el conjunto de los individuos de las masas tradicionales implicados en el consumo, en el marco de la organización capitalista, al objeto de mejorar su calidad de vida. Con la mayoría de sus individuos acogidos a una ilustración sin pretensiones, sentido de racionalidad, utilidad, espíritu ahorrador e inversor, desarrollados dentro del marco de un sistema capitalista como mejor opción, vienen a representar esa personalidad autónoma que determina el carácter de las masas actuales. Su guía es el bienestar asistido por el progreso, lo que supone el abandono de las ideologías vacías para quedarse con los pies en la tierra. Argumento que hasta el momento no ha sido superado en orden a algo sustancial en la existencia humana, como la mejora permanente de la calidad de vida de los individuos. Dotada de nuevos valores, entre los que destaca el bienestar generalizado, es la sociedad de la igualdad legal, compatible con las diferencias.

Las masas tradicionalmente devaluadas, como consumidoras hoy son poder en términos de una sociedad capitalista avanzada atendiendo a la posesión del valor dinero. Su aval de poder es disponer de la fuerza económica que ha impuesto el desarrollo de la ideología capitalista. Por otra parte, las elites políticas ya no están en situación de procurar los objetivos actualmente demandados, puesto que ya no es suficiente la conservación del orden en una sociedad que demanda bienestar y progreso. Pese a todo, la viabilidad del proyecto se ve afectada por una particularidad, se trata de que no se ha llegado a alcanzar la coordinación precisa para llevar a término la acción común. Con lo que la propuesta de gobierno, la democracia dirigida directamente por los consumidores, es decir, la democracia de los consumidores, no como sistema de elección, sino como forma de gobierno, se encuentra en expectativa.

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Weber, M.,"Economía y sociedad", Ed. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002.

"Ensayo sobre sociología de la religión", Ed Taurus, Madrid,1998.

"La ética protestante y el espíritu del capitalismo", Ed Sarpe, Madrid, 1984.

Wright Mills, C., "La elite del poder", Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1973.

 

 

Autor:

Antonio Lorca Siero

 

[1] La ?civilizaci?n? como se?ala Elias, N, ?El proceso de civilizaci?n?, Madrid, 1987, se refiere a un proceso o, cuanto menos, al resultado de un proceso que est? siempre en movimiento, a algo que se mueve de continuo hacia ?adelante?..(p. 58).

[2] El primer capitalismo, movido por el esp?ritu de la Ilustraci?n, ya reconoci? las ventajas de la democracia frente a cualquier otro modelo de gobierno. En este sentido Dhal, R., ?La democracia y sus cr?ticos?, Barcelona 1992, se?ala que, primero, promueve la libertad con mayores garant?as que cualquier otra opci?n; segundo, promueve el desarrollo humano en orden a una mayor autodeterminaci?n y responsabilidad pol?tica y, tercero, da seguridad en orden a proteger intereses y bienes a compartir con otros seres humanos (p. 373).

[3] Es conocida la tesis de Downs, A., ?Teor?a econ?mica de la democracia?, Madrid, 1973, de que los partidos pol?ticos se rigen por pr?cticas que se asemejan a la actividad empresarial en una econom?a lucrativa. Al igual que los empresarios se atienen a buscar los mayores beneficios para el negocio, dise?an cualquier pol?tica que les proporcione el mayor n?mero de votos (20 y ss.) .

[4] El siglo XX ha pasado a ser la referencia. V?ase Faye, J. P. ?El siglo de las ideolog?as ?, Barcelona, 1998.

[5] En este punto es ilustrativo el ensayo de Fukuyama, F., ?El fin de la Historia y el Ultimo Hombre?, Barcelona, 1992.

[6] T?ngase en cuenta que los principios de legitimidad, como dice Ferrero, G., ?El Poder. Los Genios invisibles de la Ciudad?, Madrid, 1992, no son m?s que justificaciones del Poder; esto es, explicaciones que los gobernantes dan a los gobernados acerca de las razones en que pretenden fundamentar su derecho a mandar (p. 30)..

[7] Weber, M. ,?Econom?a y sociedad?, Madrid, 2002, distingue tres tipos puros de dominaci?n leg?tima: ?1. De car?cter racional:que descansa en la creencia de la legalidad de ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la autoridad (autoridad legal). 2. De car?cter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los se?alados por esa tradici?n para ejercer la autoridad (autoridad tradicional). 3. De car?cter carism?tico: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad, hero?smo o ejemplaridad de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas( llamada) (autoridad carism?tica).?( p. 172).

[8] Sustent?ndose en el principio de que el derecho de mando no se puede justificar m?s que por la idea de superioridad. Ferrero, G., op.cit. (p.31).

[9] En l?nea con Pareto y Mosca, Michels, R.,?Los partidos pol?ticos?, Buenos Aires, 1979, sostiene que ?la organizaci?n es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organizaci?n, dice oligarqu?a ?(T. II, p.189).

[10] Las caracter?sticas del burgu?s tradicional precursor del empresario capitalista pueden verse en Weber, M. ?Ensayo sobre sociolog?a de la religi?n? , Madrid , 1998 (p, 81 y ss.) y ?La ?tica protestante y el esp?ritu del capitalismo?, Madrid, 1984 ( p. 28).

[11] Uno de los efectos de tales experiencias puede ser lo que Rorty, R, ?Contingencia, iron?a y solidaridad?, Barcelona 1996, califica de iron?a, en cierta forma como postura esc?ptica de los individuos de la sociedad postmoderna, que aparcan las creencias y tratan de disfrutar del espect?culo sin entregarse a convicciones profundas; en cierta forma como ?arma subversiva? de las masas (p. 92)..

[12] Esta ilustraci?n hay que emparentarla con la idea kantiana de Ilustraci?n, Kant. I.,??Qu? es la Ilustraci?n??, Madrid, 1989, entendida como ?la salida del hombre de su autoculpable minor?a de edad. La minor?a de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la gu?a de otro? (p. 17)

[13] Dice Braudel, F., ?La din?mica del capitalismo?, M?xico, 2002, que ?…un bien capital s?lo merece ese nombre si participa en el renovado proceso de la producci?n; el dinero de un tesoro que permanece inactivo ya no constituye un capital. ? (p. 22)..