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Un reto para la reflexión filosófica: El enfoque complejo en el estudio de las relaciones cultura – educación superior (página 2)

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Al estudiar la cultura mediante el mencionado enfoque, ésta salta a la vista del estudioso como un todo que es un sistema abierto, con perennes intercambios y procesos de construcción y destrucción bajo los efectos de continuas fluctuaciones y perturbaciones, así como con sus capacidades autoorganizativas, autorreproductoras, autorreguladoras y autocreativas, entre otras.

Concebir la cultura como un todo no es una novedad. Así la entendió en 1871 el estudioso británico E. B. Tylor, quien incluía en ella el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualquier tipo de capacidad adquirida por los humanos en tanto miembros de la sociedad. Concepción esta meritoria, ante todo por su amplitud y complejidad, aunque es de señalar que en cuanto a la última parte, más que referirse a capacidades adquiridas, debió haber hecho alusión a capacidades desarrolladas. No obstante, sus méritos no disminuyen y están presentes en otros autores, como es Clyde Kluckhon, quien la comprende como un modo total de la vida de un pueblo, legado que el individuo adquiere de su grupo, manera de sentir y creer, etc. (Geertz, 1988: 20).

Estas ideas, además de caracterizarse por su amplitud, refieren la esencia social de la cultura, la cual es evidente incluso hasta en lo aparentemente más individual. Ella "por definición, incluye o por lo menos presupone, la sociedad" (Kroeber, 2003: 104;). Esta última, es decir, la sociedad, con su autonomía y vulnerabilidad a fluctuaciones y perturbaciones, tiene entre sus misiones apropiarse de la cultura, (Díaz, 1995: 188), aun cuando es manifestación suya.

A través del enfoque complejo, al entender la cultura como un sistema abierto, real y de suma complejidad, el estudioso puede ver con una mayor facilidad sus componentes. Uno de ellos, y de los de mayor importancia, es la educación, la cual constituye asimismo un sistema de suma complejidad. De ella forma parte la educación superior, proceso de moldeado del pensamiento, los sentimientos, el carácter y la conducta de individuos, grupos sociales y la sociedad en general, que incluye la instrucción y la información. Rasgo determinante suyo es que se desarrolla en los centros educacionales correspondientes al nivel universitario, con sus especificidades.

En la educación superior, a la luz de este enfoque, sobresale el objetivo de que los docentes se propongan que sus estudiantes aprehendan la complejidad de la vida desde la multiplicidad de perspectivas, sin ignorar las manifestaciones simples. Lo complejo no está dado sólo por lo intrincado o por el alto grado de complicación, sino también por el hecho que sólo pueda ser captado si se le observa desde más de una posición.

Asimismo dicho enfoque conduce a los profesores a apoyarse en las especificidades de los alumnos, dadas por sus conocimientos, intereses, actitudes, aptitudes, entre otras características, las cuales posibilitan y exigen una visión amplia, profunda e integral, en correspondencia con los niveles punteros a los que actualmente ha llegado la cultura de la humanidad.

El empleo de este enfoque en la educación, particularmente la superior, le proporciona al educador un impulso para recalcar la lucha en aras de vencer la simplificación y a su vez arremeter contra la rutina, la superficialidad, la repetición acrítica de esquemas mentales y prácticos (Miranda, 2003). Pero algo a lo que se siente estimulado de un modo particular es al despliegue de la creatividad, sobre todo de sus alumnos.

Para realizar esa tarea mediante el enfoque complejo es preciso atender los fenómenos emergentes, los errores, el despliegue de las subjetividades individuales y colectivas. Mediante este enfoque cobran importancia las metáforas y el lenguaje tropológico en sentido general, las analogías, la riqueza de la cotidianeidad y sus redes informales, el empleo de sus potencialidades para un aprendizaje significativo y desarrollador que optimice la educación.

Este ideal transformador no es exclusivo del enfoque complejo. Comenzó a tomar auge en los años setenta y representa una abatida contra la concepción que hasta mediados del siglo XX había prevalecido con respecto al educador, según la cual éste tenía la supremacía sobre el educando, al poder transmitirle conocimientos y normas sociales, para que, acorde con su condición de objeto pasivo, los recibiera y asimilara obligatoria, mecánica y acríticamente.

A la luz de la complejidad se recalca el papel protagónico del alumno en su aprendizaje. El es quien encuentra y otorga significados. El es quien construye sus conocimientos y no sólo académicos, sino aquellos que lo forman para que su cultura sea superior, vista ésta no sólo como caudal de saber ni como marco donde se desarrolla la personalidad, sino como el entramado que forma lo objetivo y lo subjetivo, donde interactúan lo material y lo espiritual de un modo tal que cada vez resulta más complicado delimitar sus fronteras.

Cabe preguntarse si no se altera la concepción de la vida y con ella de la cultura, con este protagonismo de quien está en proceso de formación, de quien representa el futuro. Con la visión compleja la aspiración no está enfilada a un mañana que duplique el presente. Al contrario, con ella se abre camino al sueño de una cultura de elevados niveles y matices hoy sólo soñados.

Este propósito del protagonismo del estudiante recuerda las ideas de Paulo Freire con su Educación Popular, donde el proceso educativo no es una transferencia, sino un diálogo basado en la colaboración y un encuentro entre interlocutores en el cual el educador no está al frente o sobre los educandos, sino que se inserta en la transformación de los otros sujetos, pero como un sujeto más. La visión de los educandos como meros objetos niega su capacidad de llevar adelante su propia transformación.

Pero también rememora el proyecto pedagógico alternativo Educación para la Vida emprendido en Cuba por el Dr. Gustavo Torroella González (Torroella, 1984) que incluye aprender a conocerse para desarrollar independencia y dirección de sí mismo; aprender a actuar, tomar decisiones y ejecutarlas, así como enfrentar y solucionar los problemas de la vida; aprender una jerarquía u orientación de valores, es decir, diferenciar el bien y el mal; aprender a convivir y comunicarse; aprender a estudiar y a trabajar con eficiencia. En consecuencia: aprender a ser.

Con este protagonismo que se enfatiza a la luz del enfoque complejo, se pondera la aspiración y anhelo de ascender la cultura a niveles superiores y de lograr que en esas cumbres un número cada vez mayor de hombres y mujeres sean capaces de aprender a ser mejores, que lo deseen y luchen por ello.

Consustancial a este empeño es la meta de desarrollar capacidades para que cada ser humano aprenda a emprender, con soltura, independencia, pero sobre todo con el objetivo bien claro y preciso de dedicar sus fuerzas e inteligencia al beneficio de la humanidad. Esta última idea no puede ignorarse ni menospreciarse.

Como tampoco puede olvidarse una cuestión de extrema importancia: La educación superior no es un conjunto de ideas y acciones que se queda en el espacio arquitectónico del centro docente. Todo lo contrario, su efecto trasciende con creces el marco donde se desarrolla y su alcance es inimaginable.

Sobre esta base cabe enfatizar, que no resulta una novedad afirmar que entre la educación superior y la cultura existen múltiples interacciones. Tampoco lo es asegurar que la primera de ellas, con todas las ideas y acciones en pos de su perfeccionamiento, tiene efectos significativos en la segunda, en tanto es uno de sus componentes claves, ante todo de su desarrollo, de la elevación de su nivel. No obstante, pienso que a ese hecho no se le da toda la importancia que merece. La observancia de esta trascendencia es elemental para la elaboración y puesta en marcha de políticas, implementación de proyectos y aplicación de programas de diversas índoles.

La educación superior es un sistema abierto, cuyos componentes básicos, protagónicos e insustituibles son los seres humanos, portadores de la finalidad de formarse como profesionales o de perfeccionarse como tales. Objetivo éste donde ha de estar incluido el propósito de lograr hombres y mujeres con cualidades humanas mejores a las de las generaciones anteriores. Es esa conjugación una vía de extrema significación para que la cultura ascienda a niveles superiores, dados no sólo por el alto profesionalismo, capaz de proporcionar adelantos científicos y tecnológicos que optimicen y prolonguen la vida humana, ni sólo por un universo espiritual con las mejores cualidades imaginadas por la humanidad.

En todo este quehacer son imprescindibles los docentes como educadores por excelencia. Ellos son los encargados no sólo de contribuir a que los discentes asimilen conocimientos académicos, sino de orientarlos a la elevación de su nivel cultural, lo cual está muy lejos de ser una simple recepción de información. Esta tarea incluye la instrucción y la incorporación de normas, costumbres, hábitos, competencias (habilidades, disposiciones y valores), etc. y el desarrollo de su capacidad para producir nuevos conocimientos, socializarlos e incluso utilizarlos, es decir, aplicarlos. Esta labor ha de encaminarse a cultivar la conjugación de sentimientos y razón en aras de crear una cultura del ser como antítesis de la cultura del tener.

Vista esta labor con el enfoque de la complejidad, sobresale que los profesores del nivel superior no sólo son profesionales especializados en enseñar conocimientos cada vez más profundos, sino que están encargados de llevar adelante una educación que haga uso del apelativo superior, por lo cual ha de desarrollarse en pos de arribar a los planos más elevados, donde brille el mayor refinamiento. Sobre la base de esa característica veo su condición de especialistas en construcción y desarrollo de la cultura. En este quehacer no dudo en aceptar su condición de promotores culturales (Martínez, 1995: 154), siempre y cuando no se limite esta función a la difusión exclusiva del arte y la literatura. Con esta modalidad la relación educador-educando resalta como uno de los ejes claves de la cultura.

El contenido de trabajo del profesor universitario a principios del siglo XXI luce una amplitud y complicación desconocida años atrás. Ello se debe en gran medida a que los pedidos a la universidad y las aspiraciones depositadas en ella son cada vez más complejos y de mayor nivel. Exigencias estas no sólo de la sociedad, sino también de la cultura. El profesor cada vez debe ser un mejor especialista y tener un cúmulo mayor de conocimientos. La investigación ha llegado a ubicarse al mismo nivel que la docencia. No obstante, es preciso trabajar para lograr que ambas se conviertan en una unidad armónica donde se complementen y presupongan.

La necesidad de esta unidad se observa, por una parte, en la demanda actual de extender la labor investigativa al contenido de las disciplinas docentes y las asignaturas, y, por la otra, en el hecho de considerar la enseñanza de la ciencia como una actividad de la misma ciencia, ya que ésta una vez constituida puede y debe ser enseñada (Ortiz, 2002: 35) Esto es consecuencia del nivel que la humanidad ha alcanzado en la cultura, pero al mismo tiempo es una necesidad de su desarrollo.

A principios del siglo XXI para que un centro educacional sea acreedor del nombre de universidad es imprescindible que devenga un foro cultural. Ello significa, entre otros asuntos, alcanzar niveles mayores en la conjugación del conocimiento y la educación. Ahí está una de sus mayores contribuciones al enriquecimiento de la cultura, pero debe hacerlo de un modo crítico, con el empleo de un tamiz de consistencia humanista. Con todo ello puede realizarse plenamente una de las tareas básicas del sistema universitario: impulsar la humanización mediante el proceso de apropiación de la cultura.

Es el claustro profesoral el encargado fundamental de hacer que la universidad propicie las vías para desarrollar y desplegar las capacidades intelectuales y afectivas para un continuo proceso de autoperfeccionamiento que incluya aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a convivir, (D?Angelo, 2005: 134) lo cual está en correspondencia con una de sus misiones básicas: formar profesionales capaces de autosuperarse no sólo para acumular conocimientos para sí, sino también para ponerlos en función del desarrollo de la cultura y cada uno de sus componentes.

Actualmente el conocimiento científico y la información permean toda la cultura, se erigen como uno de sus sellos distintivos a nivel universal y constituyen aspectos vitales para su ulterior desarrollo. Los educadores del nivel superior no pueden ignorar esta realidad ni el hecho de que existen muchas vías para acceder a ellos y deben pensar que su labor profesoral no puede centrarse únicamente en enseñar a los alumnos su uso, sino que no debe relegar a planos inferiores la parte afectiva consistente en pensar en el beneficio de nuestros congéneres, en su mejoramiento, en su enriquecimiento espiritual. Esta ha de llegar a ser la esencia de la cultura a nivel universal.

Estas cuestiones han de estar contempladas en los currículos para formar futuros profesionales, lo cual a su vez facilita la vitalidad y eficacia de los programas de estudio y con ellas las relaciones interdisciplinarias y su ascenso a un conocimiento y una labor transdisciplinarios.

Con ello el futuro profesional mejora su preparación que pasa a ser más integral y gana fuerza para asumir mandatos, que son culturales, cada vez más complejos, como lo es el hecho de comprender las exigencias actuales y futuras del conocimiento en el desarrollo de la cultura humana, es decir, de toda la humanidad, a nivel planetario.

Cuando anteriormente me referí al enfoque complejo, delimité algunos de sus objetivos y particularidades y enfaticé en la acentuación consustancial a él de la pretensión de incentivar la creatividad. Los humanos somos esencialmente creativos y la cultura es una muestra evidente de su continua manifestación. La mayoría de las veces no nos adaptamos simplemente a las condiciones que encontramos, sino que buscamos cambiarlas y adecuarlas a nuestros intereses. Pero no faltan las veces que ocurre lo contrario y las condiciones frenan y hasta aplastan a las personas.

A la luz de la complejidad crece la finalidad de estimular la creatividad y aprovecharla, tanto de los docentes, como de los estudiantes, pero sobre todo de estos últimos (González, 5: 3). Incentivarla es una tarea que siempre el educador debe tener presente. Ha de incluir el despliegue de la imaginación, la flexibilidad, la estimulación de la indagación y el espíritu transformador (D´Angelo, No. 5: 18)

Vista la creatividad mediante el enfoque complejo sale a relucir que los educadores deben estar preparados para aprovechar el desorden y transformarlo en algo creativo. Las situaciones adversas pueden representar beneficios, lo decisivo es tener conciencia de esa posibilidad y prepararse para ello. No pocas veces en condiciones críticas los humanos crecemos en todos los sentidos y fructificamos de un modo increíble.

La visión compleja, con su conjugación de lo simple y lo enramado, enfatiza la importancia no sólo de lo grande y lo sublime, sino también los detalles y las pequeñeces. Así crece la creatividad, que no sólo se manifiesta en un producto original y novedoso, sino en su carácter transformador (González, Año 6: 65), como su proceso esencial. La cultura donde ella prevalezca se sostiene en hombres y mujeres dados a la búsqueda y el hallazgo, entregados más a la producción que al consumo y motivados por aumentar su aporte a sus congéneres y por ende a una mejoría cultural.

Si la humanidad ha llegado a los niveles actuales de desarrollo sin que hubiera un énfasis especial en la creatividad, no resulta difícil asegurar que los resultados deben ser superiores en muchos sentidos cuando exista una cultura donde la creatividad sea una meta de la inmensa mayoría de los humanos.

Mediante el enfoque complejo los estudiosos persiguen una educación que propicie una manera de pensar que al ser creativa, sea asimismo libre y abierta como para rebasar lo local y lo particular, aprehender lo sistémico de la vida y desarrollar una visión integradora, capaz de conjugar saberes y evitar la reducción, disyunción y separación del conocimiento.

Los humanos que le den cabida a este pensamiento deben concebir la responsabilidad como una de las mayores cualidades positivas y en correspondencia con ello, ser responsables de sus ideas, sentimientos y actitudes, sobre todo en cuanto a lo referente al futuro de la humanidad. Con la complejidad no se persigue la transmisión de un saber puro, sino incidir en la formación de una cultura que permita comprender nuestra condición y ayudarnos a vivir.

Una de las condiciones que precisamos los humanos para alcanzar esa cultura más creativa y que esté en correspondencia con los niveles científicos y tecnológicos que hemos alcanzado, es comprender la necesidad de la integración en todos los sentidos. Uno de los aportes más valiosos de la complejidad a la educación en general y también a la superior, que ha sido meta de no pocos educadores, es la propuesta de integrar las ciencias, las humanidades y los otros saberes, el conocimiento científico y el cotidiano, así como las ciencias naturales y las sociales. Ello no significa fusionarlos o llegar a una mixtura caprichosa. La integración representa la apertura real del sistema, que con el pensamiento simplificador y reduccionista fungía no cerrado y parcializado.

El enfoque complejo es en sí un modo de luchar contra la atomización de los conocimientos y su compartimentación rígida, características propias de la concepción postmoderna (Vattimo, 1990: 15), así como contra la jerarquización inamovible, rasgo presente hace cientos de años en la historia de la humanidad.

A la luz del enfoque de la complejidad se lucha contra los reduccionismos, como el de considerar la física como paradigma de cientificidad y el de concebir el conocimiento científico como el que debe escribirse con mayúsculas, por ser el único verdadero. La complejidad es la aspiración a una cultura democrática, en la cual encuentre espacio todo lo que sea beneficio para los humanos. No es la consigna postmoderna de vale todo, sino de en todo encontrar lo que vale.

No ha de extrañar entonces la oposición al hecho de considerar desestimables para la actividad científica los criterios formados espontáneamente, las vivencias personales, los frutos de las emociones y las pasiones, el lenguaje a base de tropos. Nada es insignificante para aprender. En la vida de las personas todo tiene su valor y tenemos que ser capaces de reconocérselo, como también tenemos que saber que el conocimiento de los docentes no es el único portador de contenidos científicos.

La integración que se aspira a la luz de la complejidad tiene un punto crucial en las acciones encaminadas a eliminar las barreras rígidas que fraccionan la cultura. Una de esas murallas a destruir es aquella que separa lo científico, por un lado, y lo artístico y literario, por el otro, tema sacado a colación en 1959 por el autor inglés Charles Percy Snow. (Flores, 2003: 27).

Otra de esas tapias son las fronteras artificiales entre los humanos y la naturaleza. Contra esa división forzada se alza el llamado de Prigogine y Stengers al reencantamiento del mundo, (Wallerstein, 2003: 81) consistente en el reconocimiento de que ambos forman parte de un universo único y de que es preciso reconsiderar lo que entendemos por objetividad.

Una vía, que a todas luces parece ser muy efectiva, para desvanecer esas separaciones es la moldear o reajustar nuestra cultura a la transdisciplinariedad. Pero para llegar a esa meta es preciso contribuir a la transformación de la mentalidad que ella presupone.

El espíritu transdisciplinario es reciente y más difícil de alcanzar que el multidisciplinario y el interdisciplinario. Va más allá de las disciplinas, sin atentar contra el desarrollo de cada una de ellas, persigue una completa integración de la teoría y la práctica y aspira a crear un marco epistémico amplio, que integre postulados y principios básicos, perspectivas o enfoques, procesos metodológicos, conceptos, etc. En el sentido estricto de la palabra aún es un ideal con mucho camino por andar, que conducirá en su propia marcha a moldear la cultura. A su vez, la transdisciplinariedad fruto de ese reajuste cultural.

Para hacer realidad esa transformación de la cultura, que posibilite germinar el espíritu transdisciplinario, importante papel juega la educación superior. Desarrollar en las universidades estudios e investigaciones con esta modalidad es una vía para lograr la colaboración de todos y cada uno de los alumnos y alumnas en aras de desarrollar una cultura abierta, fundamentada en la integración y tendiente a la mejoría de todos los seres humanos.

Es el diálogo un instrumento de eficacia con posibilidades increíbles que permite comprender, o por lo menos saber, el conocimiento de los otros, sus enfoques, criterios, aspiraciones y facilita el trabajo mancomunado para desarrollar métodos, técnicas, conceptos que viabilicen la ascensión a peldaños superiores de la cultura. Es una superación dialéctica, que significa rebasar sus límites y, sin dejar de ser quienes somos, alcanzar una nueva cualidad.

Este proceso implica la apertura de las disciplinas. Bien visto lo concerniente a ellas cabe entender que las cuestiones económicas no son exclusividades de los economistas, como tampoco las históricas, filosóficas o biológicas, por sólo citar algunos ejemplos, son de los historiadores, filósofos o biólogos. "En suma, no creemos que existan monopolios de la sabiduría ni zonas de conocimiento reservadas a las personas con determinado título universitario." (Wallerstein, 2003: 106) Es preciso ampliar los estudios e investigaciones sin atender tanto a las fronteras entre las disciplina, sino encaminar el interés al conocimiento, a la actividad intelectual. Todo ello representa el removimiento de la cultura humana desde sus cimientos.

Los resultados de esta integración no sólo serán algo más que la suma de sus partes, sino que esa sinergia tendrá también propiedades emergentes diferentes, y sus componentes anteriores no podrán ser ya discernibles en ella, como tampoco podrán ser predecibles con anterioridad.

La transdisciplinariedad es un resultado del nivel al que ha llegado la cultura en su totalidad como consecuencia directa del desarrollo científico y tecnológico, pero es a su vez una condición para seguir adelante y entender la complejidad del mundo actual, que no pueden ser relacionada simplemente con un determinado marco teórico o con una o varias disciplinas particulares, aunque éstas, sin duda alguna, ayudan a entenderla.

De este modo, la transdisciplinariedad devendrá un patrón cultural capaz de conducir a la humanidad a aprovechar los distintos saberes más óptimamente en beneficio de los seres humanos y a la larga será un verdadero capital cultural.

La grandeza del enfoque complejo no estará en ser una modalidad para entender y comprender la totalidad con sus componentes, sino en utilizar sus potencialidades para mejorar la vida en todas sus dimensiones. Igual objetivo ha de prevalecer en cuanto a las relaciones entre la educación superior y la cultura, para que se perfeccionen y redoblen su esencia a favor de la humanidad.

A modo de conclusiones caben una serie de ideas:

Al concebir de un modo complejo la labor de los profesores del nivel superior estos pueden ser vistos no sólo como profesionales especializados en enseñar conocimientos cada vez más profundos y como encargados de llevar adelante una educación acorde a los planos más elevados, sino como especialistas en construcción y desarrollo de la cultura.

A la luz de la complejidad crece la finalidad de estimular la creatividad y aprovecharla, lo cual debe incluir la estimulación de la indagación y el espíritu transformador y el despliegue de la imaginación y la flexibilidad. En ello los educadores pueden tener en cuenta incluso hasta el desorden y transformarlo en algo creativo. La cultura donde prevalezca la creatividad debe estar conformada por humanos interesados en la búsqueda y el hallazgo, entregados más a la producción que al consumo y motivados por crear una cultura mejor.

Una de las condiciones para alcanzar esa cultura, es que sus miembros comprendan la necesidad de la integración de las ciencias, las humanidades y los otros saberes, el conocimiento científico y el cotidiano, así como las ciencias naturales y las sociales. Ello no significa borrar las fronteras, sino abrirlas. El enfoque complejo es en sí un modo de luchar contra la atomización de los conocimientos y su compartimentación.

Una vía, que a todas luces parece ser muy efectiva, para desaparecer esas separaciones es la creación de una cultura transdisciplinaria. Algo de extrema importancia es la transformación de la mentalidad que ella presupone.

Mediante la complejidad se fortalece la aspiración de crear una cultura democrática, en la cual encuentre espacio todo lo que sea beneficioso para los humanos y la protagonice el propósito: en todo, encontrar lo que vale.

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Autor:

Dr. Freddy Varona Domínguez

Centro: Universidad de Holguín, Cuba.

Fecha de elaboración: Diciembre de 2008

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