PRESENTACIÓN
El mes de julio de 2014 será recordado por los guatemaltecos como el mes en que nuevamente hubo un terremoto, en fecha 7, el que no obstante ser focalizado en el departamento de San Marcos afectó también a seis departamentos más del suroccidente y altiplano de Guatemala. Según informe oficial fechado al 9, el número de heridos era de 137 y 3 fallecidos, así como 4985 personas damnificadas y 3271 evacuadas. En la parte material se contabilizan 4658 viviendas deterioradas, de las cuales 1160 con daños severos, 1861 moderados y 1551 leves, que se suman a 31 edificios públicos y 16 iglesias católicas afectadas. Empero, el tremendo susto que se vivió a las 5:21 horas de ese día por el temblor de 6.9 grados en la escala Richter (que se sintió también en Chiapas –México– lugar de su epicentro, y en El Salvador), dio lugar a que muchos chapines recordaran otros terremotos en el país, el más grave ocurrido en la madrugada del 4 de febrero de 1976 y el del 7 de noviembre de 2012 que también se concentró en San Marcos.
Y qué coincidencia en cuanto al mes de julio, toda vez que cada año se conmemora en la ciudad de Antigua Guatemala la fundación de la capital colonial que fuera llamada por Real Cédula ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala el lunes 25 de julio del año 1524, día del apóstol Santiago, patrón de España. Fundada originalmente en el valle de Panchoy, Iximché, trasladada después al valle de Almolonga, que hoy se conoce como Ciudad Vieja, destruida en 1541 por un fuerte temporal que ocasionó la muerte de la viuda del conquistador Pedro de Alvarado, doña Beatriz de la Cueva, la Sin Ventura, y asentada en las faldas de tres volcanes en 1543, permaneció incólume durante más de doscientos años hasta que un terremoto ocurrido el 29 de julio de 1773 obligó a buscar nuevos parajes para construirla, seleccionándose el valle de la Virgen, donde a partir del 2 de enero de 1776 se reconoce oficialmente como la fecha de la última fundación, sede actual de la capital guatemalteca.
El escenario que presenta Miguel Vargas Corzantes en la novela El sátiro, la maldición y la cruz (2010) se sitúa precisamente entre abril y julio de 1773, donde a la par de efectuar una investigación cuasi policial respecto al significado de la cruz de Alcántara, que en sí contiene una maldición para quien la porte o atesore, expone cómo la ambición y los deseos carnales de un fraile nombrado como juez inquisidor por el Santo Oficio, el sátiro, pervierte su función castigando y violando a 28 mujeres –de una lista de cien– antes que según él corrompieran a los hombres, toda vez que había tenido una epifanía donde una voz desde lo alto le ordenó realizar semejante acción, para que luego el sicario a su servicio se encargara de silenciarlas con la muerte.
El autor guatemalteco realizó un serio esfuerzo de investigación para darle a su ficción un lugar y tiempo ambientado en la época colonial de Guatemala, y qué mejor que hacerlo teniendo como marco de fondo los fuertes temblores ocurridos durante los meses de mayo y junio de 1773, para rematarlos con el terremoto del 29 de julio de dicho año, fecha que marcó el inicio del proceso para tomar la decisión respecto a si convenía su traslación a otro punto del ámbito geográfico que en ese entonces se llamaba el Reino de Guatemala, que abarcaba desde Chiapas en México hasta Costa Rica. No incursiona en comentar los motivos e intereses ocultos para el cambio territorial; sencillamente –al final– coloca a los personajes principales trabajando duramente en la construcción de la nueva capital.
Empero, su principal fortaleza como narrador consiste en haber podido trasladar al lector cómo era el ambiente socioeconómico en 1773, donde pertenecer a una u otra casta social determinaba el futuro de una persona, los trabajos que podía realizar, hasta la forma de vestirse y el ?derecho? a portar un arma, poseer y montar un caballo, y especialmente el acceso a la educación, soberanamente limitado para las mujeres, independiente de su condición social.
La parte histórica se ve envuelta en la investigación policial –la ficción propiamente dicha– que el autor propone por medio de un Visitador que llega a Guatemala para poner en claro algunas situaciones donde el capitán general y presidente de la Audiencia pudiera estar involucrado, en el sentido de actuar con indolencia frente a algunos hechos que alteran el orden público, amén que a la corona española ya no están llegando todos los caudales que se esperaban del quinto real y de otras alcabalas. Sin embargo, el Visitador –persona hábil y con experiencia en cargos judiciales anteriores– con ayuda de un cuerpo de detectives se diría ahora, debe enfrentar una realidad que no esperaba encontrar: la ciudad se encuentra aterrada porque desde abril de 1773 han venido apareciendo cadáveres de mujeres jóvenes, principalmente mestizas sin alcurnia, y eso no puede permitirse; hay que dar con el asesino en serie pues las pruebas que hasta el momento se tienen inducen a pensar que se trata de solo una persona como responsable, dado el modo de operar y la forma tan horrible como aparecen los cadáveres, generalmente decapitados y con señales evidentes de violación previa a su muerte.
Sin embargo, los asesinatos de mujeres no constituyen la trama principal de la novela, solo su telón de fondo, toda vez que el motivo fundamental del autor es narrar cómo un joven arquitecto portugués encuentra una cruz en un convento de España, lee el manuscrito en un pergamino que aparece adjunto, que en sí es una maldición: ?Quien de la madre del cielo el tesoro sacase, por su alma y mi sangre ruego. Sus piedras ardientes son y su cruz de fuego. No toméis este castigo. Huid prontamente de la maldición. Adela de Alcántara 1699.?
Si la maldición fue suscrita en 1699 en España, ¿por qué la novela se sitúa en la Guatemala de 1773?; precisamente ahí está lo que se reconoce como maestría narrativa de Vargas Corzantes, puesto que logra interesar al lector para que determine qué motivos tenía el portugués para aventurarse en tierras chapinas, arrostrar toda clase de vicisitudes que le hacen creer que precisamente es portador de la maldición. En su camino aparecerá indirectamente el sátiro, pero no será él quien se encargue de darle castigo por tanta mujer que ha ultrajado y ordenado su muerte, sino el terremoto de julio de 1773.
Como a lo largo de más de dos siglos han sido publicadas varias novelas de carácter histórico, algunas de las cuales mencionan de paso o se sitúan precisamente en el tiempo del movimiento telúrico que casi destruyó la ciudad en 1773, es de saludar y felicitar al autor por esta nueva ambientación de la época en el marco de sucesos que pudieron haber sucedido, aunque quien sabe. Como decía el historiador y novelista José Milla y Vidaurre al hablar de las ?Cosas de otro tiempo? en su Libro sin nombre: ?Considero la parte puramente anecdótica de nuestras viejas Crónicas, una verdadera mina, que aún no ha sido explotada. […] sin atender a que esto tiene también su importancia, si se quiere formar una idea aproximada de la estructura de aquella primitiva sociedad.?
Es precisamente acudir a la búsqueda y descripción de algunas anécdotas útiles que acude el autor de El sátiro, la maldición y la cruz (2010), y de ahí el valor que tiene esta novela en la producción literaria sobre la situación en tiempos de la colonia.
Vargas Corzantes, Miguel. El sátiro, la maldición y la cruz. (Novela). Guatemala : D'buk Editors, 2010, 1ra. edición. 340 págs. 15.6 X 23.9 cms. ISBN: 978-9929-8015-1-6. Rústica.
Los datos anteriores describen lo que aparece como registro del libro impreso que contiene la ficción creada por el guatemalteco Miguel Vargas Corzantes, inspirado por hechos que ocurrieron en 1773, cuando la capital del Reino de Guatemala se encontraba en la conocida desde 1543 como ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, hoy Antigua Guatemala, destruida por un fuerte terremoto en la tarde del 29 de julio de dicho año.
I. Acerca del autor
Miguel Vargas Corzantes (1974), guatemalteco, es licenciado en Publicidad, grado obtenido en la Universidad Francisco Marroquín.
Se ha desempeñado como periodista y escritor para la revista centroamericana ?Café Cultura?. Ha trabajado en los medios de comunicación nacionales a partir de 1998 e internacionales desde 2003. Se ha desempeñado también en la presentación de revistas televisadas y documentales turísticos y en el ambiente de la locución profesional. Parte de su versatilidad lo ha llevado a actuar como fotógrafo profesional, de lo cual dan cuenta nueve exposiciones colectivas en donde ha participado.
Es autor de contenidos para libros educativos de primaria y básicos, así como corrector de textos escolares de todos los niveles, destinados a ministerios de educación y otras entidades formativas en Centroamérica, en especial para Guatemala, Honduras y El Salvador.
Coautor, junto con Oscar Méndez, de Nostalgia Guatemalteca (Guatemala, D'buk Editors; primera edición 2009 y segunda 2010).
?Un canto a nuestra identidad, a ese día a día donde nuestra forma de expresarnos, nuestras frases, dichos, comidas y juegos nos hacen únicos ante el mundo.? ?Nostalgia Guatemalteca es un libro de frases, dichos, juguetes, objetos golosinas, comida y sonidos como lo nombramos los chapines. Cada palabra viene con su fotografía?.
Habla el idioma italiano (Instituto Italiano de Cultura), alemán (Asociación Alejandro Von Humboldt/Radio Deutsche Welle) y francés (Alianza Francesa de Guatemala). Es traductor jurado (The Optimum Proffes). Traduce textos a solicitud de varias empresas.
El sátiro, la maldición y la cruz. Novela histórica. D"buk Editors 2010 (2 ediciones), es su primera publicación y tiene inéditas dos obras más, así como algunos cuentos cortos.
II. Generalidades de esta novela
Novelas ambientadas en la época de la colonia hay varias, como por ejemplo la de Jorge García Granados (1900-1961), El deán turbulento (1962), que constituye una crónica de acontecimientos ocurridos en el siglo XVII. José Milla y Vidaurre (1822-1882) publicó varias: La hija del Adelantado (1866), Los nazarenos (1867) y El Visitador (1867). Agustín Mencos Franco (1862-1902) dio a conocer a Don Juan Núñez de García (1898), novela histórica sobre la rebelión de los zendales. De Máximo Soto-Hall (1871-1944) pueden citarse La divina reclusa (1938) –la cual se refiere a Sor Juana de Maldonado–; y El San Francisco de Asís americano, Pedro de San José Bethencourt (1949), aunque en rigor este es un estudio biográfico. Elisa Hall de Asturias (1900-1982) escribió sobre la vida de don Sancho Álvarez de Asturias, el cual llegó a Guatemala en la segunda mitad del siglo XVII, en su novela Semilla de mostaza (1938), obra que en su tiempo generó fuerte discusión porque algunos no aceptaban que una mujer que no había recibido educación universitaria pudiera escribir una obra literaria calificada por Rafael Arévalo Martínez como excelente; para demostrar que sí era la autora y que poseía las dotes intelectuales necesarias en materia histórica, respondió publicando Mostaza (1939), la cual es continuación de la anterior pero –burla burlando– incluye entre los personajes a varios de los que dudaron de la autoría.
José Fernando Juárez Muñoz (1877-1952) escribió dos obras: El hijo del bucanero. Novela de la época de la colonia (1676 a 1700) (1952); dejó inédita desde 1941 la novela Su Señoría. Narración novelada de la época de la colonia, 1768-1774 (1974), que su familia logró que fuera editada en forma póstuma. Miguel Ángel Asturias (1899-1974) también publicó La Audiencia de los Confines (1957), obra que no es del género de la novela sino del teatro, a la que en 1971 cambió el título por el de Las Casas: el obispo de Dios y que se mantuvo inédita hasta 2003.
La norteamericana Maca Barrett publicó la primera edición en español de su novela Caballo rojo (1959), donde narra las andanzas del conquistador español Pedro de Alvarado, su especial relación con el obispo Francisco Marroquín y su casamiento con doña Beatriz de la Cueva, la que al morir el ?Adelantado? se adelantó a dar el primer golpe de Estado y hacerse nombrar gobernadora, aunque poco le duró el gusto porque falleció a los diez días durante la destrucción de la ciudad por el Volcán de Agua en septiembre de 1541; fue prologada por el abogado, escritor e historiador Adrián Recinos (1886-1962).
Posteriormente, publicó la primera edición en inglés, The Red Horse (1962). Cabe acotar que Maca Barrett es el seudónimo de Margarita Deschamps-Pittaluga (Barcelona, 1910- Port Charlotte, Florida, EEUU, 1983), radicando en Guatemala. Maca Barrett es su apodo y su apellido de casada. En 1943 optó por la nacionalidad de su esposo, quien sirvió como diplomático de los Estados Unidos. 2
La escritora y novelista hondureña Argentina Díaz Lozano (1912-1999), quien vivió en Guatemala de octubre de 1944 a febrero de 1999, falleciendo seis meses después en su natal Tegucigalpa, también se ocupó del tiempo de la colonia en Ciudad Errante (1983). Impresa originalmente en México, D.F. por editorial Costa-Amic con el título Ciudad Errante (el hombre sin edad). Novela en escenario histórico, describe los traslados que tuvo la ciudad de Guatemala durante varios siglos, desde su fundación en 1524 hasta concluir en 1776 en que se asentó temporalmente en el valle de la Ermita y definitivamente en los llanos de la Virgen después del terremoto de 1773. La ficción es presentada por medio de un erudito personaje, que está presente en todas las traslaciones y por ello un hombre sin edad. 3
Por su parte, Francisco Pérez de Antón (1940) publicó tres novelas históricas, dos de las cuales ambientadas en la colonia: Los hijos del incienso y de la pólvora (2005) cuya trama se desarrolla en 1700; y, La guerra de los capinegros (2006) que corresponde al año 1545. La tercera, El sueño de los justos (2008), durante el período 1 al 15 de noviembre de 1877 cuando Justo Rufino Barrios (1835-1885) con la excusa de haber develado un complot que acabaría con él y su familia (caso Kopesky), ordena el fusilamiento de 12 ciudadanos supuestamente comprometidos. 4
La lista anterior no está agotada. Hubo otros novelistas que enfocaron su ficción en algún pasaje específico de la época colonial. Esto implica que no es válida la afirmación que efectúa el escritor Juan Carlos Lemus, quien al valorar la obra de Vargas Corzantes quizá en forma apresurada dijo (Revista D, Prensa Libre):
?Sin duda, se trata de una narración que además de entretener profundamente, captura una atmósfera difícil de ser encontrada en la historia literaria centroamericana? 5
Sin proponérselo, Miguel Vargas cumple aquel deseo de Ricardo Casanova y Estrada (1844-1913); cuando solamente era abogado en 1868 (fue ordenado en 1875 y nombrado arzobispo de Guatemala en 1886) escribió el prólogo de la novela Los nazarenos (1867), felicitando a José Milla y Vidaurre y diciendo de este que enriqueció la literatura nacional ?con un género de obras de que antes se carecía, abriendo así nueva senda a los ingenios.
¡Ojalá sean muchos los que le sigan en ella!? 6
El autor pone su granito de arena al incursionar en el género de la ficción histórica y hasta policial, al traer a cuento una posible intriga que inicia en Portugal, pasa por Madrid y otros lugares de España y concluye en la Guatemala colonial, principiando meses antes de que el terremoto destruyera la capital en la tarde del 29 de julio de 1773, al que se le llamó terremoto de Santa Marta por corresponder la fecha en el santoral católico a la festividad de Santa Marta de Betania.
Cabe hacer notar un pequeño yerro del autor en cuanto a la fecha, que la sitúa el 29 de junio (página 15), anticipándose exactamente en un mes con respecto a cuando en realidad ocurrió el sismo. Podría tratarse de una errata no advertida y que en lugar de escribir julio se anotó junio. Empero, cuesta decidirse por calificarla de tal en vista que en página 198 el capítulo inicia ?a mediados de julio? pero en página 199, cuando ocurre un fuerte temblor en la ciudad, indica que ?fue menos violento que el del mes pasado, en la segunda semana de mayo?, lo cual quiere decir que el autor sigue pensando en junio.
Y tan piensa equivocadamente en dicho mes que en páginas 292 a 294 inserta una carta que Santiago dirige a su maestro en España, fechándola al ?29 de junio de 1773?. Vuelve a cometer igual equivocación en página 322. Total, discúlpesele este breve lapsus calami, que no obstante el mismo la novela en su conjunto es excelente.
Quién sería el sátiro, por qué la utilización de semejante ser mitológico, el que de acuerdo con el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox, edición 2007, es un ?habitante de los bosques, donde persigue a las ninfas, que se representa con pequeños cuernos, el cuerpo cubierto de vello, rabo y las patas de macho cabrío?.
Observe el lector la imagen de la portada del libro y determinará que coincide con esta definición.
De qué maldición pretende advertir el autor. Como la obra se desarrolla en el ambiente de la Guatemala de 1773, habrá que determinar no solo en qué consiste tal maldición, sino si todavía está vigente, para temor de mentes supersticiosas o como simple conseja de personas ancianas, que tratan de advertir lo que puede ocurrirle a alguien que es ambicioso, corrupto, lascivo (que de eso hay también en un sátiro) o simplemente no cumple ni atiende los preceptos de la iglesia. Y aquí es donde interviene la cruz que Vargas Corzantes pretende actualizar, a través de la búsqueda, hallazgo y traslado desde España hacia Guatemala, cargada nada menos que por el personaje principal –Santiago de Oliveira– para llevarla a quien después se convertirá en su amada – Adela de Alcántara – la que a su vez será su amado tormento, no porque lo trate mal sino por la serie de sucesos que le sobrevendrán, y de los cuales forma parte o son resultado de la maldición que dicha cruz trae de por sí.
Según la contraportada, cuyo resumen del libro en el presente Ensayo se trata verificar en cuanto a si corresponde al contenido de la obra:
?El viaje de un hombre da inicio cuando encuentra una cruz de oro y un incomprensible pergamino. Este objeto de poder lo impulsa a convertirse en el aventurero que cruzará el océano, hasta el otro lado del mundo, perseguido por una terrible maldición. Santiago de Oliveira deberá sobrevivir la peligrosa ruta del
Atlántico para llegar a su destino, el Nuevo Mundo en el último cuarto del siglo XVIII, inmerso entre intrigas políticas, pugnas de poder y la obsesión de un agente de la Inquisición oculto detrás de horrendos crímenes que mantienen a la capital, Santiago de Guatemala, sumida en la inestabilidad.
La vida de la mujer más bella de esa noble ciudad se entrelaza con el viaje de Santiago cuando un inesperado suceso une sus vidas y los sumerge en un remolino de pasiones, escapes furtivos y luchas en nombre del amor, tratando de sobrevivir en una carrera contra el tiempo y revelar el secreto de la cruz misteriosa antes de que sea demasiado tarde.? 7
Cabe agregar los motivos que llevaron al autor a escribir la novela:
?Mi idea era presentar a Santiago de Guatemala con todo el esplendor que contaba en el período histórico que sucede la acción de la novela. […] Investigué este periodo por un año mientras desarrollaba la novela: documentos históricos, libros que hablan de la sociedad colonial en esa época, archivos históricos españoles y centroamericanos, enriqueciendo poco a poco las bases reales de la narrativa con opiniones de expertos que ayudaron a verificar mis hallazgos, y exploraciones in situ en los lugares claves de la novela en La Antigua Guatemala, como el convento de La Concepción, el de Santo Domingo, la Catedral, el Palacio de los Capitanes y otros sitios interesantes?.
?El año de la destrucción de Santiago de Guatemala captó mi atención de inmediato y supe que se podrían presentar los hechos que enmarcaban la época, que tienen eco en nuestra sociedad actual en diversos sentidos, en especial porque ésta mantiene todavía rasgos que eran propios de la gente de esa época, y también porque, a pesar del traslado de la ciudad y los cambios drásticos que se sufrieron en los años siguientes, nada cambió el hecho de que la nueva ciudad fuera asentada en un área eminentemente sísmica?.
?Mi objetivo al crear esta novela era mezclar varios géneros en uno sólo para que el resultado fuera un recorrido aventurero entre intrigas, historia y suspenso, tratando de hacer visualizar al lector cómo era cada esquina, cada calle de lo que hoy conocemos como La Antigua. Es una conjugación de varios elementos, con la intención de transportar al lector a la Plaza Central mientras escucha las campanadas de la grandiosa catedral en toda su gloria, viendo los carruajes de los dones y de las damas pasear por sus calles. Hacerlo vivir una aventura de la mano de los personajes y transportarlos al pasado, a los últimos días de Santiago de Guatemala?.8
Si logró su objetivo y efectivamente la novela permite imaginarse cómo era la ciudad colonial y sus problemas socioeconómicos en 1773, es algo que compete al lector determinar. En el presente Ensayo solo se le ofrece una reseña de la obra y los comentarios que se consideran pertinentes, sin el afán de inducir a qué debe interpretar, siendo que esto es una tarea personal que por fortuna todavía goza del libre albedrío.
III. Comentarios acerca de la obra
Puede anticiparse sin temor a equívoco que lo anotado en 1868 para la novela de José Milla y Vidaurre, Los nazarenos (1867), vale para la de Vargas Corzantes:
?[…] El plan está perfectamente desarrollado; todos los sucesos se ligan al hecho principal, todos concurren al desenlace y lo preparan. La trama que resulta es ingeniosa y complicada, tal vez demasiado; los incidentes se acumulan o se suceden rápidamente; pero si esta circunstancia obliga a fijar más la atención, en cambio mantiene vivo el interés.? 9
?La narración es sabrosa, llena de gracia y de sencillez; […] los diálogos son animados y bastante cortos para no fastidiar nunca; el lenguaje castigado y elegante, sin dejar de ser natural.? 10
Será el paciente lector del presente Ensayo quien disponga si el atrevimiento de trasladar a Vargas las florituras que en su momento se le dieron a Pepe Milla, son válidas.
En la novela aparecen personajes reales, a los que el autor se encargó de por lo menos referirlos en algunas escenas, como por ejemplo Pedro Cortés y Larraz (1712- 1787), Arzobispo de Guatemala (1767-1779); Domingo Juarros y Montúfar (1753-1821); el dominico Miguel Francesh; y, Martín de Mayorga (1721-1783), caballero de la Orden de Alcántara (Extremadura, España), mariscal de campo, presidente de la Audiencia de Guatemala del 12 de junio de 1773 al 4 de abril de 1779 y que después ocupó el cargo de virrey interino de Nueva España (México), del 23 de agosto de 1779 al 28 de abril de 1783.
Miguel Francesh fue confesor de su ilustrísima, el arzobispo Pedro Cortés y Larraz. 11
Domingo Juarros, su antiguo alumno escribió:
?XVI- El P. Fray Miguel Francesh, también de la Orden de Predicadores. Nació en el Principado de Cataluña y vino a esta Metrópoli el año de 1752. Su buena conducta y literatura le granjearon la estimación pública. En su convento obtuvo el grado de Maestro y entre otros cargos le fió la obediencia el de Prior de la Casa de Guatemala. La Universidad lo condecoró con el grado de Doctor y le dio también la Regencia de la Cátedra de Prima de Teología, que sirvió hasta jubilarse. Escribió un curso de artes, que se imprimió en cuatro tomos en cuarto. Murió el año de 1783, con muy cristianas disposiciones.? 12
Sobre el ?curso de artes, que se imprimió en cuatro tomos en cuarto? en 1772, aparece en la lista bibliográfica presentada por Medina, José Toribio (1964), La imprenta en Guatemala (1660-1821), Ámsterdam, N. Israel; así como en Lanning, John Tate (1976), Reales cédulas de la Real y Pontificia Universidad de San Carlos de Guatemala. Guatemala, Editorial Universitaria. Durante el proceso de reforma universitaria iniciado en 1783, para la facultad menor de artes el rey recomendó por medio de real cédula emitida en enero de 1787 y recibida en julio, utilizar la obra de Francesh publicada en Barcelona en 1772. 13
En la novela de Vargas Corzantes se menciona –aunque solo de pasada– al ?marqués de Aycinena?, Juan Fermín de Aycinena e Irigoyen (1729- 1796), el que de España y proveniente de México llega a Guatemala en 1754 en calidad de comerciante. Se casa al año siguiente con una dama cuya familia pertenecía a la élite; recibe una excelente dote y con el tiempo se convierte en exportador de índigo, comerciante al por mayor y en prestamista (proporcionándole créditos a la misma Audiencia); compró el título nobiliario de marqués.
Para facilitar la lectura en cuanto a descripción y comentarios de la obra, conviene anotar los títulos que figuran en su contenido:
Nota histórica / Prólogo // Primera Parte / El portugués / El Camino Real de Santiago / La Casa Alcántara / Revelaciones / El certero e inevitable destino // Segunda Parte / El sátiro y el asesino / La tempestad / Las labores del investigador / La rosa y la calavera // Tercera Parte / Dies Irae / El relicario / La lacrimosa / Epílogo / Notas aclaratorias / Bibliografía sugerida.
Ergo: a continuación se sigue el mismo plan de exposición, copiando dichos títulos con su respectivo comentario, excepto en lo que se refiere a ?Notas aclaratorias / Bibliografía sugerida?, haciendo la aclaración que en la novela los capítulos no están numerados, únicamente identificados con un título. Aquí se agrega un número arábigo a cada uno, solo con fines de ordenamiento.
1. Nota histórica
La ?Nota histórica? presenta una referencia de lo que era la antigua capitanía general de Guatemala, la cual contaba con apenas 37,000 habitantes (página 14), la mayor parte mestizos; un minúsculo 2.2% de criollos –detentadores del poder–, así como un escaso 15% de indígenas que proveían a la ciudad de frutas, legumbres y mano de obra gratuita. Incluye un mapa de la ciudad, el que aunque datado en 1773 (página 16) se basa en un plano de 1857 y que se supone existe el original en la Librería del Congreso, Washington, D.C. (página 11).
En cuanto a los 37,000 habitantes que menciona el autor en página 14, no hay un acuerdo entre los especialistas, de tal manera que dicha cifra debe tomarse con reservas. La doctora en historia Cristina Zilbermann de Luján, en Aspectos socioeconómicos del traslado de la ciudad de Guatemala (1773-1783) (1987) indica que a lo sumo pudo haber albergado entre 25,000 y 30,000, en tanto que en el resto del valle otros 17,500, lo que daría un aproximado de entre 40,000 y 50,000 habitantes en el conjunto del valle que contenía también a la ciudad; 14 el doctor Stephen Webre, basado en Christopher H. Lutz., la estima en ?unos 40,000 habitantes, poco más o menos?. 15 Pedro Pérez Valenzuela, anota sin citar fuente que después de su traslado al valle de la Ermita en septiembre de 1773 se contabilizó en
?Total, cerca de seis mil personas y alrededor de mil ranchos. Esa era la capital. Así en un mes ese número de habitantes tenía la capital provisional; en cambio, en la antigua ciudad arruinada quedaban más de cincuenta mil…? 16 lo que casi suma 60,000 creyendo quizá en igual dato que proporcionó el cronista colonial Francisco Fuentes y Guzmán en 1686 y que para 1773 todavía lo repetía el propio presidente de la Audiencia don Martín de Mayorga, error en el que también cae el historiador Agustín Gómez Carrillo: ?Sesenta mil habitantes y monumentos espléndidos contaba la ciudad destruida por la catástrofe del día de Santa Marta de 1773?, 17 sin darse cuenta que de tal data se burló el novelista Pepe Milla cuando habló de la cuenta alegre de los sesenta mil habitantes (criticando a Fuentes y Guzmán) en su Libro sin nombre. 18 Juárez Muñoz también remacha la cifra de sesenta mil. 19 Y como quien no quiere la cosa, eso de incurrir en los procesos de ?copy-paste? no siempre trae buenos resultados.
Independientemente del número exacto de habitantes, de lo que no puede dudarse es que se trata de un reino colonial divido en dos ?repúblicas?, aunque este concepto no involucra el derecho del pueblo de elegir a sus gobernantes:
?Santiago de Guatemala fue concebida para quedar dividida en sectores. A ese sistema se le conoció como el de las =dos repúblicas": una formada por los españoles y la otra por las castas. Era una rígida estratificación social basada principalmente en el color de la piel y las condiciones socio económicas de los individuos. Cada uno de los grupos vivía en la parte de la ciudad que correspondía a dicha separación. De acuerdo a los patrones residenciales, la república de los españoles y criollos (y algunos miembros de las castas, principalmente por esclavos y servidumbre) estaba localizada en el centro de la ciudad. En esta área se asentaban los peninsulares que representaban a la corona y los criollos que eran ricos comerciantes, mercaderes, y propietarios de haciendas. En ella también se asentaba la mayoría de los miembros de la escasa clase media, tales como los universitarios, burócratas, militares y propietarios de pequeños negocios o fincas agrícolas. Con estos convivía la servidumbre formada por indios, esclavos y algunos artesanos.
En los barrios periféricos vivían las castas, que estaban formadas por españoles pobres, esclavos negros, mulatos, pardos, mestizos, e indígenas que estaban asentados en diez y seis barrios periféricos. En estos barrios habitaban los maestros artesanos y aprendices, carreteros, vendedores ambulantes, zacateros, y todos aquellos asalariados necesarios para el buen funcionamiento de los servicios y obrajes que suplían a la ciudad de algunos productos manufacturados como telas, tenerías, molinos, pólvora, etcétera.? 20
Lo anotado supra puede complementarse con la siguiente descripción proporcionada por el académico Mario Roberto Morales, quien de paso establece el origen del término ladino:
?En cuanto a la dinámica de las clases sociales en la Colonia, debemos recordar que, al principio, en la cúspide se encontraban los peninsulares o españoles. Después, cuando los españoles empezaron a traer esposas y tuvieron hijos, éstos, llamados criollos, ocuparon el segundo lugar después de los españoles en la pirámide social. A medida que el mestizaje avanzaba, los mestizos, llamados en Guatemala ladinos, ocuparon el tercer lugar en la pirámide. Al principio, como dijimos, los mestizos o ladinos se ubicaban abajo de los indios porque eran considerados despreciables por los indios mismos y por los españoles, al extremo de que había =pueblos de ladinos" que eran mucho más miserables que los peores pueblos indios.
Los ladinos eran indios que hablaban español y por eso se les despreciaba en sus comunidades de origen, por desarraigados y traidores a los valores culturales comunitarios. Los peninsulares se dedicaban a la burocracia real, los criollos eran profesionales o hacendados y los indios trabajaban la tierra. Los ladinos, al ser malqueridos por unos y otros, se empezaron a ubicar en profesiones intermedias como las de mensajeros, sirvientes, artesanos, etc., y poco a poco, en la medida que el mestizaje avanzaba, fueron copando los espacios laborales que los peninsulares y los criollos les dejaban, organizándose en gremios de herreros, carpinteros, zapateros, plateros, sastres y demás. De modo que ya para el siglo XVIII, los ladinos empezaban a ser una considerable porción de la población, con una importancia creciente en la economía.
[…]
Vale la pena apuntar que en la España de la Reconquista (1492), a los musulmanes convertidos al cristianismo se les llamó moriscos y a los judíos conversos se les llamó judíos ladinos. Esto, porque un judío converso era aquel que hablaba un idioma latino (el castellano) y profesaba una religión latina o romana (el cristianismo), y era por ello un judío latino o latinizado. El paso del término latino al término ladino seguramente estuvo mediado por el hecho de que, siendo los judíos españoles individuos dedicados al comercio y a la usura, eran percibidos por los cristianos como personas ladinas, es decir, taimadas, aprovechadas, astutas (como define el término el Diccionario de la Real Academia Española). Y para un soldado español que sabía que a un judío converso se le llamaba en España judío ladino, no fue difícil adjudicarle a un indio converso, en América, el apelativo de indio ladino. Así surgió la ladinidad. No vino de otra parte, sino brotó de la indianidad misma por obra de los invasores. Comprender esto es básico para comprender a su vez nuestra conflictiva interculturalidad actual.? 21
2. Prólogo
Inicia la novela mediante un ?Prólogo?, con la parcial presentación de la dama que será objeto de los amores del pintoresco personaje portugués Santiago de Oliveira, la que lleva un nombre con apellido y abolengo español: Adela de Alcántara, de 20 años, tan bella como su antecesora –en rasgos físicos– sor Juana de Maldonado, cien años atrás (páginas 20 y 79). Aparece desnuda, aunque en penumbra, siendo pintada por el artista Bartolo de Rueda quien debe guardar el secreto de semejante acción (página 19), pues la sociedad pacata de aquel entonces no concebía ni permitía que una mujer participara en actividades públicas, ni siquiera tenía derecho a estudiar el bachillerato o en la Universidad de San Carlos de Guatemala (página 23), mucho menos que posara sin ropa; por eso su padre don Esteban de Alcántara, apartándose de esa costumbre, había permitido que fuera educada en privado y que resultara tan culta como cualquier estudiante del colegio Tridentino, en manos de los monjes (página 71), amén que a su casa llegaban personajes versados en distintas materias, como el dominico Miguel Francesh, catedrático en la Universidad San Carlos, y Domingo Juarros y Montúfar (1753-1821), siendo este autor del ?Compendio de la Historia de la ciudad de Guatemala?, obra publicada en varios volúmenes entre 1808 y 1852. (Págs. 23 y 71).
Si para los hombres adquirir educación y cultura resultaba chocante, en el sentido que los conocimientos obtenidos eran prácticamente en materia religiosa, de ciencias naturales que no incluían la anatomía y de otras materias de escaso valor, piense el lector qué ocurría con las mujeres, totalmente privadas de acceso a la escuela, ya no se diga a la universidad. El historiador Agustín Gómez Carrillo (1838-1908), padre del ?Cronista errante? Enrique Gómez Carrillo, describe cómo era la educación en la época colonial:
?Cabe declarar, en cuanto á la vida intelectual de la colonia, que no abundaban los hombres ilustrados; el saber era el privilegio de unos cuantos; refugiábase principalmente en los claustros, donde, con más ardor que la lengua castellana, cultivábase la del Lacio. El aprendizaje en las escuelas circunscribíase á tres ó cuatro ramos rutinariamente estudiados. Eran reducidas en número las bibliotecas, y ninguna obra encerraban contraria al catolicismo y al sistema de gobierno adoptado. El escolasticismo con sus estériles sutilezas, la teología y sagrada escritura, las humanidades, las ciencias naturales y las exactas, el derecho civil y canónico asignaban ancho terreno á la actividad mental.
De asuntos religiosos y aun de otras materias, como matemáticas y ciencias naturales, trataban los escritos que producían y á veces publicaban clérigos seculares y regulares. El gongorismo y la falta de buen gusto dábanles feo sabor á la mayor parte de esos partos del ingenio, nutridos por lo común de empalagosas citas latinas. Mecidas en modesta cuna las ciencias y las letras, algún desarrollo, sin embargo, adquirieron, merced á la perseverancia de sujetos estudiosos, del estado eclesiástico con particularidad; y el divulgar útiles conocimientos era el galardón más preciado que para sus vigilias pudieran apetecer los que conservaban el fuego santo de la erudición en el país.
El espíritu de devoción, distintivo rasgo de la sociedad colonial, resalta por lo común en las composiciones en prosa y verso de nuestros antepasados, aun cuando fueran éstos del estado seglar.? 22
Fernando Juárez Muñoz, por medio de novela histórica, expone respecto a la educación durante la colonia específicamente entre 1768 y 1774, y prácticamente justifica que los pobres no tuviesen acceso a la de carácter superior, y sin mencionar a las mujeres, que:
?Fueron frailes también, los que establecieron las escuelas públicas en los conventos […] recibieron en sus casas conventuales a los hijos del pueblo, para enseñarles a leer y escribir y algunas dosis de matemáticas elementales, suficientes, siquiera, para no ser totalmente un ignorante; que otros conocimientos más avanzados y más serios, se daban, únicamente, a los hijos de las gentes principales.?23
El académico Mario Roberto Morales describe que antes de que existiera la universidad, los colegios Santo Tomás y San Borja se encargaban de la tarea educativa superior. Dichos colegios, regidos por sacerdotes, enseñaban derecho, teología y medicina; el problema en cuanto a qué se enseñaba reside en que solamente ?la religión católica era legalmente permitida, de modo que no era raro que en manos del clero estuviera la educación de los intelectuales llamados a dirigir la sociedad, los cuales eran todos españoles y criollos.? 24
En su tesis doctoral Cristina Zilbermann de Luján (Cádiz, España, 1939), con base en referencias que cita de la obra escrita por el arzobispo Pedro Cortés y Larraz, Descripción geográfico-moral de la Diócesis de Guatemala, señala, después de mencionar los nombres de la universidad y otros colegios de religiosos dedicados a la educación:
?La impresionante lista de establecimientos religiosos, y la mención de la universidad y los colegios, no debe hacer pensar que la educación de la ciudad estaba bien atendida. Al contrario, el panorama era desolador; como bien dice el último arzobispo que tuvo la ciudad, =La poca instrucción de la niñez que hay en toda… se deja ver en que ni aún escuelas se advierten de niños, para que aprendan a leer y escribir". Según él, en la parroquia de San Sebastián no había escuela alguna; en la de La Candelaria sólo había una en la casa parroquial, =habiendo quitado [el párroco] las que había en las barberías y otras tiendas, en que más que las letras podían aprenderse escándalos", y en la de Los Remedios estaba solamente la de los belemitas, donde religiosos enseñaban a leer y escribir. De gramática no había escuela alguna, aunque en los colegios Tridentino y de Borja había maestros de gramática para los colegiales y concurrían algunos estudiantes, y los religiosos dominicos enseñaban a varios con un religioso que tenían destinado para ello. Y termina diciendo el arzobispo:
=No ignoro que muchos vecinos toman también sus providencias particulares para que sus hijos aprendan a leer, escribir y latinidad; pero faltando escuelas públicas, serán pocos los que aprendan con la debida formalidad, y menos los que consigan adelantamiento competente, como se deja entender, sin que sea necesario esponer los fundamentos".
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