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Roles sexuales: una problemática de la clínica infantil (página 2)


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En la actualidad las actitudes hacia la sexualidad son muy plurales y diversas, coexiste todo un espectro de tipos de socialización que va desde las tendencias más liberales hasta las más conservadoras y que se materializan en determinados enfoques y prácticas educativas. Pesa en algunos la concepción de la masculinidad y feminidad como elementos antagónicos, hasta considerar la coexistencia de ambos en todos los individuos.

El paradigma de la equidad entre el hombre y la mujer, enfatiza en la flexibilidad de los roles de género, permite una visión menos restrictiva de la sexualidad: para ser vivida como considere más conveniente. Contempla el hecho de que cada sexo posee características y realidades diferentes, pero éstas no marcan una diferencia absoluta e intrínseca entre los mismos. Es curioso como en las normas sociales explícitamente verbalizadas se han superado las diferencias discriminatorias entre los sexos, se le ofrecen al hombre y a la mujer posibilidades sociales similares, sin embargo, se conservan costumbres que están en la base de estas desigualdades.

En nuestro país, la formación de la masculinidad y la feminidad en las familias está permeada por patrones estereotipados y una forma de pensar tradicionalista, independientemente de las diferencias significativas con respecto al nivel de escolaridad. Se promueve una educación diferenciada por sexo, con límites más o menos rígidos(4).

Las actitudes de la familia, los compañeros, amigos, la escuela, los medios de difusión, van a marcar pautas relativas a la sexualidad, ofrecer modelos, trasmitir mensajes que van a integrarse como parte indiscutible de la personalidad; pero no necesariamente son coincidentes los repertorios de normativas genéricas que permiten.

Desde lo cultural diversos autores han sistematizado un conjunto de asignaciones al rol de hombres. (5,6). Se ofrece un repertorio de deberes que interfiere en la satisfacción de sus necesidades y hasta pone en peligro su vida y en ocasiones hasta la de los demás. "No te doblegues al dolor" ; "No pidas nunca ayuda"; "No tocar " (no mimar y no permitir que te mimen); "No te abstengas del alcohol"; "No tengas miedo"; " No debes llorar"; " Aprende a defenderte".

Para poder asumir lo asignado el niño tiene que expropiar la capacidad de elaborar procesos esenciales de su vida emocional y su sexualidad, tiene que producir fuertes mecanismos para disociar un miedo, un temor, una ansiedad, un desconocimiento. Mas, si se le confirman diariamente una serie de características y normas tradicionales masculinas: trabajador, buen proveedor, no expresar ternura ni vulnerabilidad en sus emociones, evitar cualquier cosa que parezca femenina, llegar a ser un buen solucionador de problemas, enfatizando el valor del pensamiento lógico, asumir riesgos, mantener la calma en momentos de peligro, ser agresivo y asertivo, no dependiente, logrando una sexualidad separada del afecto.

Se ha comprobado que las funciones comunicativas varían en función del sexo de los interlocutores y de las diferencias individuales y socioculturales en cuanto a los modelos femeninos y masculinos. Así, en familia, padres y madres hacen énfasis al interactuar con sus hijos varones en la regulación conductual, mientras que en el caso de las niñas, predomina el vínculo comunicativo manifestado en distinto tono de la voz, en la dulzura y las caricias.

Cumplir el mandato cultural típico implica muchas veces para el niño varón una expropiación de sus sentimientos: ellos quedan – desde estas pautas de crianza – taponeados y omitidos; son negados al comportamiento masculino, la ternura, la caricia, la vulnerabilidad, el temor y el llanto. La experiencia representa una fuente de aprendizaje con un alto costo emocional en la que la sobreexigencia es necesaria para exhibir estos atributos ahora y en el futuro.

Cuando un niño varón rompe el estereotipo sexista, lo paga con altas cuotas de quejas, peleas, maltratos, burlas, frustraciones, subestimación, desvalidez, contención, soledad y hasta con la violencia física.

La identidad genérica femenina ha suscitado muchísima controversia históricamente. Las asignaciones se corresponden con un modelo de feminidad: madre, esposa, ama de casa, ingenua, sumisa, abnegada, tierna, amante complaciente, fiel. Se continua destacando en los dibujos infantiles a la mamá en actividad (en abrumadora mayoría): lava, plancha, cocina, barre, sacude. Adentro las cosas siguen a un ritmo lento, pero afuera hay una evolución que los niños comienzan también a reseñar con marcada soltura(7).

La coeducación es un hecho, pero ésta no ha revisado los planteamientos tradicionales hasta sus últimas consecuencias. Todavía se favorecen las vocaciones por género, se difunde la imagen "mujer objeto sexual", no mujer-compañera, se impide libremente el acceso al trabajo productivo, a la creatividad, a la dirección.

La niña recibe influencias menos opresivas que antaño, pero con esto no se libra de una educación discriminatoria, debe responder al ideal preestablecido y cuando no lo expresa puntualmente sufre múltiples presiones para el cambio.

Los padres se comportan de modo distinto con los niños según sea el sexo, aunque no son siempre conscientes del trato diferenciado que les confieren. Ellos son modelos de identificación y al mismo tiempo sus relaciones son un referente concreto de relación entre los sexos.

Durante la lactancia la comunicación afectiva con las niñas se inclina hacia una mayor cantidad y calidad en los mimos y caricias suaves con menos retozos; los padres reaccionan con más presteza ante el reclamo (llanto) de una niña que de un niño(8).

En la medida en que pasan los meses, el papá va inhibiéndose de algunos manejos que quedan al cuidado de la madre, si es una niña; por lo que para ésta el papá, como figura de apego, pasa a ser más distante, sobre todo al contacto corporal. Con el varón, sin embargo, se refuerza el retozo y se disminuyen las caricias.

El proceso de la identidad y el rol sexual están relacionados con la edad y más específicamente con el nivel de desarrollo. En la medida en que se adquiere el lenguaje, la conciencia de individualidad, el concepto de tiempo,– entre otras adquisiciones -, los niños van siendo cada vez más capaces de autoclasificarse con independencia de apariencias superficiales, y de discriminar las diferencias asignadas al rol.

La autoclasificación (conciencia de género) ocurre entre los tres y los cinco años, pero este proceso tiene un estadio anterior en la infancia temprana en que los niños comienzan a tener intereses tipificados y a reconocer la existencia de diferentes roles.

A los dos años conocen diferencias en el vestir, peinarse, adornarse, etc. y están en condiciones bastantes seguras de precisar el sexo de otras personas, aunque no saben identificar de manera consistente el sexo de sí mismos. También ahora empiezan a mostrar discernimiento de los roles sexuales, aunque de manera vaga y fragmentaria.

En el varón es más aceptado el reconocimiento placentero de su cuerpo que en la niña. Los juguetes y juegos para la niña son en su mayoría expresiones de la conducta de servir y tienen menos posibilidades de comunicación; mientras los varones juegan a los carritos, a la pelota, a trepar, a combatir, etc., juegos éstos que refuerzan reciprocidad, valentía e independencia (9).

En el período preescolar la autoclasificación tiene grandes limitaciones, de forma tal, que puede variar con relación a atributos externos, sin darles prioridad a los genitales externos como elemento definidor de la identidad, así como la posibilidad de variar con el tiempo. Antes de los seis años conocen los genitales, pero sólo después saben que éstos definen más que ninguna otra característica, la identidad sexual. En esta etapa el juego de roles continúa reforzando papeles diferenciados, y en los modelos de la vida cotidiana tienen mayor peso las expresiones sexistas.

En la escuela la niña deberá de ser "limpia", "ordenada", "con mayor responsabilidad y aprovechamiento". Para él se pide "adaptabilidad y valentía". Si ambos no cumplen estas expectativas las niñas serán enjuiciadas de "majaderas como un varoncito" y al niño se le descalificará como "flojo".

La niña juega en la casa sola o con otra niña, lo que le desarrolla habilidades para la interacción social. El varón juega en grupos o pandillas, donde elige a sus afines con libertad y se separa de la protección familiar.

A los 6 ó 7 años ya se han adecuado a lo "correcto" social y culturalmente. Los juegos sexuales se expresan en unas cada vez más diversificadas conductas y en la adquisición de una doble moral que implica un código público y otro privado, por lo que ocultan juegos sancionados socialmente, o practican secretamente conductas exploratorias en sí mismos y en los demás, aunque no comprenden qué es lo sexual en su comportamiento. Generalmente, los escandalizados – o que proyectan sus propios miedos – son los adultos.

Los niños de estas edades distinguen entre identidad sexual y rol sexual; conocen mejor los roles aunque paradójicamente estos pueden "perder consistencia".

La niña de siete años amante de los deportes y que sube por los árboles, suele merecer el apelativo de "graciosa "; si es un niño de esta misma edad quien prefiere jugar con muñecas y saltar comba (suiza), en vez de pegarle patadas a un balón, se le tacha de "afeminado" y puede inquietar grandemente a sus padres(8).

Los niños están más rígidamente tipificados en estas edades que las niñas, entre éstas es más frecuente el interés por las actividades consideradas masculinas y los varones se encuentran más autosatisfechos con el rol que la sociedad les ha signado(10).

En esta etapa (escolar) se le da prioridad a las diferencias anatómicas y se relativizan los elementos de la identidad de género si entran en conflicto con los anteriores, pero esta flexibilidad es más bien conceptual porque en la vida real reaccionan con rechazo contra quienes se atreven a cruzar la frontera del rol de género. Tal vez porque están en un período de redefinición, una cosa es lo que puede ser y otra lo que aceptan para sí mismos, sus amigos o en su entorno inmediato.

Los niños que no se ajustan al patrón general son tenidos como raros y son objeto de burlas y menosprecio, en ocasiones tienden a refugiarse en el grupo contrario al de su identidad sexual.

En la adolescencia hay una transformación importante de la imagen corporal a partir de los cambios puberales que paulatinamente comienzan a manifestarse.

La mujer siente mayores exigencias de ser atractiva; el varón debe tener un evidente desarrollo genital y probar su capacidad de respuesta sexual, es meta esperada la erección del pene y la eyaculación. Para ellas pueden variar los patrones de esperar o aceptar las relaciones íntimas, para él los estereotipos lo colocan hacia dar rienda suelta al impulso sexual, más que a actuar con respeto y coherencia ante el otro. Sobre el varón adolescente pende el coito heterosexual como prueba definitiva de su condición, en detrimento de una conducta afectivo sexual donde se cultiven los sentimientos amorosos.

La fémina es más responsable y afectiva, familiar y sexualmente. Ella comienza a asumir el embarazo como una posibilidad suya, aunque no siempre use los medios necesarios para su protección.

Con la pubertad se sienten especialmente atraídos e inclinados a buscar amigos o amigas que se correspondan con su inclinación del deseo sexual.

Esta es una etapa muy investigada, básicamente por las problemáticas sexuales que contiene por lo importante y definitorio que resulta a la orientación sexual.

En todo el proceso de autodiferenciación sexual se dan en cada caso un conjunto de particularidades que muchas veces son vivenciadas en el contexto familiar, escolar y la comunidad como posibles desviaciones en la orientación sexual del niño, quejas que son mucho más frecuentes en el niño varón.

La situación se plantea como un problema de salud que requiere solución inmediata donde con alta frecuencia se asocian dudas con respecto a tener un niño sano. La adultez se avizora como una etapa en riesgo. Ocasionalmente aparecen síntomas asociados que son el motivo de consulta, pero muchas otras veces se desplazan del motivo de consulta para resaltar ¨ la homosexualidad ¨ como el problema prioritario a curar.

El niño no decide, ni solicita y en muchas ocasiones ni siquiera sabe a qué "médico" fue llevado. Tampoco sabe "para qué" es necesario el ser visto, aunque ya en la edad escolar, y sobre todo a finales de ésta es consciente de determinado malestar en sus relaciones con el grupo escolar, con su medio intrafamiliar y con sus coetáneos en el sentido más abarcador.

Frecuentemente el problema se deposita – en lo que a su solución concierne -, en el especialista; y los padres permanecen o se sienten fuera de éste; pasivos ante las posibles acciones y eliminan – de manera defensiva – sus culpas: "el problema del niño no tiene relación con ellos", "han hecho todo lo posible para eliminar lo distinto que resulta el niño". Aún así, y explorados más a fondo, muestran gran ansiedad y temor pues esta "desviación" puede "comprometer de manera muy nociva la sexualidad de su hijo".

La lectura de lo implícito se hace posible porque el niño es su depositario; es un portavoz que pone de manifiesto una situación compartida por el conjunto, expresa y denuncia un problema. Sus manifestaciones las asume no porque se las adjudican, sino porque algo hace a la búsqueda de una situación personal, y en relación con el grupo mantienen la homeostasis. El niño se opone al proyecto familiar transgrediendo sus expectativas y se resiste al cambio que la familia le propone.

Nuestra estrategia interventiva está frente a la disyuntiva de que la preocupación por la que nos trajeron al niño es el problema pero desde una lectura distinta. Las supuestas desviaciones comprometen el desarrollo del niño, su bienestar, sin ser un trastorno de la identidad sexual en la infancia. Con respecto a este trastorno debemos hacer un diagnóstico diferencial inicialmente.

F64 (302). Trastornos de la identidad. Criterios para el diagnóstico (11 )

Deseo general y persistente del enfermo de ser (o insistencia de que se es) del sexo opuesto al propio, junto a un intenso rechazo del comportamiento, atributos o atuendos del mismo. Se manifiesta por primera vez durante los años preescolares. Para poder ser diagnosticado debe haber aparecido antes de la pubertad.

En los varones aparece el interés por juegos y otras actividades que corrientemente se asocian con mujeres y suele haber una preferencia por vestirse con atuendos femeninos. También puede existir preferencia por jugar con niñas y usar las muñecas como juguete favorito.

Las niñas con este trastorno suelen tener compañeros de juego masculinos y un ávido interés en deportes y juegos rudos. No muestran interés en muñecas o por representar papeles femeninos.

Existe una clara prevalencia de este trastorno en niños varones .

En raras ocasiones se presenta asociado a un rechazo persistente a las estructuras anatómicas del sexo propio.

Estamos en presencia de este trastorno cuando existe una profunda alteración del sentimiento normal de feminidad o masculinidad. No es suficiente la simple masculinización de los hábitos.

Cuando confirmamos que el paciente no padece esta patología ante el especialista surgen diversas interrogantes.

Pretendemos intervenir en una problemática que no es percibida como tal en el que se supone que la sufre .Además, en el niño se están instalando mecanismos no sanos por lo difícil que resulta el intercambio grupal, ya que no coinciden las expectativas de los padres (familiares, coetáneos, otros adultos) con lo que el niño muestra en su desempeño como niño o niña .

Se le añade que no hay una coincidencia entre lo que esperan los padres de nosotros y lo que se considera beneficioso y oportuno para el niño, en este momento de su desarrollo psicosexual.

El niño además tiene limitados recursos de pensamiento como para tener un amplio autoconocimiento de sí mismo, lo que implica que la función reguladora no juega un papel relevante en la autoconciencia del comportamiento. Con ello queremos resaltar que para diagnosticar y tratar es necesario concebir al niño en desarrollo, sensible a las influencias, capaz de asimilar cambios con facilidad y muy vulnerable a la yatrogenia.

No hay en los primeros años de vida una visión integrativa del sistema de roles. En un principio aparecen dispersos, fragmentados, desarticulados entre sí y estrechamente fijados a cada situación en particular, y aunque se van ordenando progresivamente en unidades más complejas, ello resulta en una evidente desventaja en la clínica infantil.

Es de suma importancia considerar que la sociedad en que vivimos, ha favorecido que se atraviese indistintamente por un cuestionamiento a lo que es considerado tradicionalmente como masculino o femenino. Esta brecha en la reestructuración de los roles puede ocasionar lo mismo, facilidades para promover la reflexión , que puede provocar una alta resistencia para sostenerla, al tratar una problemática que implican estos contenidos en el análisis.

Delimitar la frontera entre lo normal y lo patológico en estos casos requiere flexibilidad, conocimientos e incluso creatividad. Estas señales no se corresponden puntualmente con lo que estamos acostumbrados a trabajar, por lo que es imprescindible individualizar el trabajo clínico, al sujeto en su contexto, las vivencias, rasgos, cualidades y patrones de conducta de esta personalidad en desarrollo, para poder propiciar el crecimiento y restablecer o crear los espacios psicológicos que lo permitan, partiendo del autodescibrimiento individual, alcanzar el lugar que le pertenece a cada uno en el contexto familiar, escolar, social, etc.

La labor del terapeuta no obviará los factores biológicos , de gran valor en lo particular, ni otros aspectos que conciernen a la familia y al papel de lo cultural-social. Es más debemos partir de un cuestionamiento constructivo a lo aprendido, a lo que esto le posibilita al niño, en términos de fortalezas o le restringe , sus flaquezas.

Los factores biológicos son de gran valor: la temperatura, el tipo de sistema nervioso, los índices de absorción calórica, el coeficiente más o menos elevado de actividad, tienen una repercusión indiscutible en como se asumen los roles asignados. No siempre ellos se tienen en cuenta en la especificidad que le aportan (o viceversa) a la manera en que se asume el rol por el infante. Se sobrestima la expectativa sociocultural y se desecha la variante individualizada.

El trabajo con la familia exige tomar en cuenta dos grandes variables que están estrechamente conectadas: estructura y dinámica familiar. Lo que se diagnostica y trabaja es interactivo y al mismo tiempo no se deben dejar de lado estrategias que contengan enfoques cognitivos, emocionales y conductuales.

En la detección de triangulaciones, alianzas y coaliciones que realiza el terapeuta – además de autodiferenciarse del conflicto –, se convierte en un retador activo que propugna por convertir a la familia en su propio agente de cambio. Un cambio al sistema de relaciones con el infante, al concepto que se tiene de salud, a las expectativas con respecto a su hijo, entre otros.

Se requiere cambiar modelos sexo-eróticos, las formas de ver la realidad, la percepción que se tiene de los límites preconcebidos (en lo sexual ), y las barreras culturales que impone la doble moral relativa a los sexos. Fracturar desde dentro la comunicación que censura lo diferente y aprender a mirar lo que ello le reporta y enriquece a su hijo.

Consideramos oportuno que los implicados revisen sus conocimientos con respecto a la distinción entre sexualidad infantil y adulta, ya que es típico tomar la perspectiva de las personas adultas como criterio para valorar la infancia. Condicionadas por concepciones erróneas se interpretan y distorsionan muchas manifestaciones sexuales infantiles.

Comprender que la atracción por otras personas durante la infancia es más una atracción afectiva que sexual y que las actividades sexuales infantiles pueden basarse en motivaciones muy distintas a las de las personas mayores, se convierten en muchas ocasiones en las propuestas que requieren ser abordadas según sea el caso.

Conclusiones

Nos enfrentamos a la necesidad de modificar o de crear nuevas alternativas, incluyendo desmontar mitos y actitudes sexuales; pero en todos los casos se aviene en última instancia incorporar la libertad individual como una variante, como un valor que no puede obviarse bajo las más disímiles circunstancias, destruir normativas opresivas que impidan u obstruyan el despliegue de las potencialidades del niño e impidan su crecimiento, incorporar un espectro de actitudes – funcionales a las situaciones que vive el infante – independientemente del sexo de éste.

Es nuestra misión asesorar y exigir por modelos ejemplares, simbólicos e intermediarios que faciliten, el acceso a una mayor flexibilidad en la adopción de roles legítimos desde el punto de vista de la salud individual del niño, modelos que ayuden a superar temores a través de imágenes didácticas, en el lugar de producir la distorsión de la realidad sexual humana.

Está demostrado que el atenerse al rol sexual con limites rígidos restringe en el niño la capacidad de hacer frente a la vida y los hace mas vulnerables. Superar la resistencia a modificar estereotipos sexistas inflexibles es una tarea sumamente compleja.

Es un reto para el terapeuta potenciar el desarrollo del niño en una expresión plena de su sexualidad y en un alto grado de satisfacción y bienestar en el intercambio con su entorno. (entiéndase grupo de coetáneos y otros adultos tales como maestros, vecinos, etc.).

Aquellos que cuidamos del bienestar de la población no debemos ignorar ninguna problemática de salud. Tenemos conciencia de lo mucho por hacer en este ámbito.

BIBLIOGRAFÍA.

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11. García, A.: "Psicopatología Infantil. Su evaluación y

diagnóstico". Editorial Félix Varela,2003.

 

 

 

Autor:

Lic. Carmen Teresa Barroso Pérez*

Msc. Armando José Amaro Blanco**

Lic. Yunierkys Alfonso Moreno***

*Psicóloga de la Salud. Profesora Auxiliar.

** Psicólogo de la Salud. Profesor Titular.

***Psicóloga de la Salud. Profesora Asistente.

Diciembre,2006.

Partes: 1, 2
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