Cuando percibimos la tragedia humana estamos entendiendo la idea del mundo. La mayor parte de las veces, sin embargo, no comprendemos la idea sólo conocemos el concepto en el cual se sabe valorar la trascendencia del hecho. La mayor parte de los hombres no llega a comprender en el fenómeno la idea, es decir, no percibe el significado universal de una manifestación pero comprende que él mismo forma parte de esa naturaleza y puede ser objeto de los daños y sufrimientos de otros seres humanos. Desde este punto de vista, la existencia se percibe como una tragedia.
Pero el mismo ser humano que ha conocido la tragedia de la existencia la olvida en su propia existencia cotidiana de tal forma que a todo hombre vulgar le ocurre que los árboles no le dejan ver el bosque, y sus necesidades y sus intereses le impiden en sus actuaciones reconocer esta universalidad de la vida y se refugia en el principio de individuación para ejercer por su propia cuenta el daño que lamenta en la naturaleza sin ser consciente de esta doble valoración que hace él mismo de un suceso. Tal parece que el daño que ejerce un hombre sobre otro queda apartado de una consideración moral por parte del individuo que la ejecuta y que la conciencia con que aquel hombre valora los actos ajenos queda suspendida cuando debe valorar los actos propios.
La fuerza de la naturaleza que se manifiesta en el individuo es una fuerza ciega e irracional que no sabe dominarse. Toda cultura ha aspirado siempre a controlar esta fuerza. Pero como sabemos, en la mayor parte de los casos, ha sido "domada" o refrenada en lugar de "educada".
En las numerosas ocasiones en que la sociedad no puede poner freno a esta fuerza, el individuo la ejerce para su propia satisfacción de poder. El triunfo sobre otro individuo le proporciona una satisfacción tanto por su éxito como por el fracaso de la oposición ajena. La oposición ajena se percibe como absurda frente a la fuerza propia y ese absurdo se manifiesta a través de la sátira o de la comedia lo cual, en todo caso, implica un menosprecio burlesco hacia el individuo sometido.
Lo espantoso y lo absurdo
Lo trágico y lo cómico no constituyen una valoración de dos actos desde un punto de vista sino la valoración de un acto desde dos puntos de vista.
De forma intuitiva (con razón pero no con razones), manifestaba Napoleón que de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.
Lo espantoso es la percepción de la existencia desde el punto de vista de las ideas. Lo absurdo es la percepción de la existencia desde el punto de vista del fenómeno.
El fenómeno tiene a su favor, frente al mundo de las ideas, la fuerza de la materia en la que se desarrolla. El hombre vulgar, que vive en el mundo de los fenómenos, tiene a su disposición la fuerza física, la fuerza bruta, con un valor determinado pero inferior al mundo de las ideas. La aspiración a la elevación del hombre exigente puede verse impedido por la acción del hombre vulgar que le opone a un pensamiento una acción física. Toda idealización desaparece cuando el bruto te descalabra. Está "prueba de la fuerza" le confirma al bruto la superioridad de su posición frente a la posición del genio en un mundo ideal que no se percibe por ninguna parte.
La necesidad del bruto de manifestar su voluntad de poder y su fuerza debe manifestarse en hechos concretos, porque los ideales no los aprecia. El enfrentamiento con otra fuerza física no compensa. Se prefiere el enfrentamiento con el hombre de ideales, quien va a quedar desarmado pues las ideas no sirven contra la fuerza y el hombre de ideales no posee la fuerza suficiente para enfrentarse a la suya ni el enfrentamiento físico constituye el campo de acción del hombre elevado. En consecuencia, uno de los hobbies más difundidos por el mundo es la destrucción por parte del bruto de los ideales y de los hombres elevados.
Es decir, la burla alcanza una gran extensión en las relaciones humanas. El éxito de la burla contra los hombres superiores anima a que se practique también contra los inferiores porque en este terreno se evita el enfrentamiento físico que no admiten ni la sociedad ni la ley.
Los nuevos sacerdotes
Las propuestas de los grandes pensadores de respetar a la sociedad son todas propuestas políticas. Nada dicen del hombre sino para reducirle a una masa compacta a la que poder someter y dominar. Las ideas de igualdad no son otra cosa que la construcción de individuos "predecibles".
1.- El orden social
La sociedad desea la estabilidad y la predicibilidad. Lo desean los propios miembros y quienes la controlan. Quienes controlan para hacer más llevadera su labor. Los propios miembros porque sienten que poseen un poder sobre los demás al exigirles el cumplimiento de principios generalmente impuestos. Además, que alguien se permita romper un orden social, le obligaría a cuestionarse las creencias que ha admitido y conforme a las cuales desarrolla su existencia.
Este esquema está implantado en la mente de todos los individuos que pertenecen a la sociedad y todos los titulados son miembros de la sociedad.
Toda percepción de un fenómeno y toda teoría sobre su interpretación están condicionadas por los esquemas que la sociedad ha implantado en el pensador. Toda conclusión de los "sabios" produce satisfacción general porque confirma la validez del estado del pensamiento general. Una conclusión que no admita lo existente es rechazada porque la fuerza del número de quienes defienden lo existente es superior a la fuerza de la verdad de quienes lo cuestionan. Desde el punto de vista de quienes cuestionan lo actual, la conclusión de los "sabios" esté equivocada.
Toda consideración es perspectivista. La cuestión es saber elegir la perspectiva que este más alta y más alejada de aquello que se juzga. Los hombres sociales no pueden juzgar la sociedad. Sólo podrían aprobarla pues, en caso de rechazarla, tendrían que cuestionarse todos sus valores y todos sus principios, tendrán que cuestionarse su propia existencia. Se quedarían sin existencia.
La sociedad permite el divorcio. Pero la sociedad admite el divorcio como idea. El problema es aceptar el divorcio como fenómeno. En ciertos ambientes, esta cuestión está ampliamente superada. Pero en otros ambientes es difícil de aceptar. Elegimos la cuestión del divorcio como ejemplo con el que ilustrar esta exposición pero podríamos poner cualquier otro que plantee problemas en la sociedad.
El matrimonio es una institución arcaica. Ata mediante un lazo externo la relación entre dos personas. Y los miembros de la sociedad mantienen mediante presiones sociales esa atadura. La relación interpersonal debe ser una relación libre.
El aumento de los divorcios es, a nuestro entender, un signo de independencia personal y, utilizando un término clínico, de salud mental. Cuando un contrato carece de objeto debe anularse. Son las partes las que deciden cuándo firmar el contrato y cuando revocarle. Los usos antiguos justificaban la constitución de una sociedad tal pero desde que la mujer tiene absoluta independencia aquel tipo de acuerdo carece de significación. Sólo el interés justifica la relación entre las personas y cuando aquél desaparece debe desaparecer esta.
Parece ser, que existen matrimonios felices. Es difícil pensar que esto ocurra salvo que una de las partes se subordine a la otra. Lo cual quiere decir que una de las partes ha perdido su independencia, y su identidad. Quizás, la necesidad económica obligue a unas personas a entregarse a otras y por muy triste que nos resulte debemos admitir esa situación como una prosperidad frente a la falta de esa sumisión. Es posible que ésta sea la circunstancia de muchos de los matrimonios que se muestran felices. En otros muchos casos, es la incapacidad para valorar la situación en la que se encuentran inmersos, o hasta el más absoluto fingimiento de una inexistente felicidad.
Muchos son también los casos de personas que mantienen el matrimonio por imagen pública pero viven distanciados unos de otros. Conocen el valor social del concepto matrimonio y los peligros de actuar contra ese concepto. Mantienen la imagen que la sociedad desea ver para poder mantener la relación con la sociedad. Fingen, pues presentan una imagen que es muy distinta de la realidad. Pero sólo fingen ante los demás, ante ellos son honestos pues no admiten una relación a la que las leyes y la sociedad les atan. Hasta donde les es posible, cumplen con la sociedad y con su conciencia. Guardan un equilibrio entre el daño o los inconvenientes que les causa mantener ese estado y el perjuicio que les causaría la sociedad por romperle. Saben que la sociedad tiene sus normas y sus medios para imponerlas.
2.- Amaos los unos a los otros como yo os he indicado
Cuando un matrimonio o una pareja acude a la consulta de un "profesional" por sus desavenencias o para solucionar una crisis, el mayor afán que el psicólogo es conseguir una reconciliación. Parece ser la utilidad el objetivo de la psicología. Un sentido práctico con un origen muy inglés. También aquí podríamos hablar de "la fuerza de la prueba". Esta disciplina muestra su utilidad por sus efectos. Si consigue arreglar una situación "desafortunada" la disciplina es útil y por lo tanto tiene un valor. Si el interés de la psicología no fuera demostrar su utilidad para una sociedad que tiene el sentido de lo práctico, buscaría un sentido interno algo más elevado.
Si, como nosotros entendemos, las relaciones personales sólo pueden tener su justificación en un interés común, entendemos que las dudas y las desavenencias son causa suficiente para romper esa relación. Las dificultades o los inconvenientes son varios.
Tenemos las dificultades de establecer nuevas relaciones y nuevas formas de vida. Tenemos los inconvenientes económicos de la separación de bienes y de propiedades y, cómo no, los costes económicos de la tramitación de un divorcio.
Los problemas económicos son consecuencia de un contrato de matrimonio propio de otros tiempos. La cuestión es adaptar ese contrato a las nuevas formas de vida.
La pérdida de una relación personal conlleva un sufrimiento emocional. Y, a ciertas edades, resulta difícil establecer nuevas relaciones emocionales.
Estas circunstancias son ajenas al problema que se plantea. Sin embargo es muy posible que, en la mayoría de los casos, influyan en la decisión. La labor del psicólogo debiera ser la de evitar que las circunstancias externas a la cuestión esencial tuvieran influencia en la decisión que se adopte. Pero resulta que el éxito de la intervención del psicólogo se va a valorar por el éxito o el fracaso de la reconciliación, entonces, es posible, que se presenten todo tipo de argumentos para ayudar al "éxito".
Pero, a nuestro entender, la independencia y las relaciones sanas es lo que se debe fomentar. Pero conseguir que se acepte lo contrario de lo que beneficia al individuo constituye una forma de "someter" al animal hombre y de acomodar su conducta a la conveniencia social. Éste individuo entenderá a través de una de las manifestaciones de la voluntad social el principio regulador de la conducta humana en la sociedad.
Los defectos de la psicología
1.- El camino
La psicología, que reconoce sus limitaciones, está centrada en buscar una base teórica que pueda justificar esta disciplina como una ciencia.
Les ocurre a los psicólogos como a algunas personas, por ejemplo, a los empresarios que tienen problemas en su sociedad. Desean que todo mejore, pero no desean introducir cambios. Parece que lo que buscan es un milagro.
Los psicólogos "saben" que el camino por el que adentrarse en la solución debe cumplir ciertas condiciones. La primera cuestión, es mantener el prestigio de la psicología. La segunda cuestión, es mantener el prestigio del psicólogo. Y todos los intentos de avanzar hacia un mayor conocimiento de la naturaleza humana se hacen de una forma teórica a partir de los conocimientos existentes bien para rechazarlos o bien para confirmarlos utilizándolos como base para una nueva conclusión para sus limitadas percepciones pues esta disciplina es no es capaz de percibir los sucesos de la realidad tal y como son.
2.- Los límites de esta percepción son:
a) La información parcial que recibe de cada suceso.
b) La interpretación condicionada que hace de la información que reciben para ajustarse a sus prejuicios sociales.
c) La interpretación condicionada a los conocimientos que ha alcanzado la propia psicología.
a) El estudio del psicólogo a través de "casos clínicos" se realiza a partir de las personas que acuden a sus consultas. El conocimiento que tienen, por ejemplo, de las personas con "complejo de superioridad" no será nunca el de las personas con complejo de superioridad sino el de aquellas personas a las que su complejo de superioridad les produce problemas. De casos particulares pretenden sacar una conclusión general.
El complejo de superioridad no podrá conocerle hasta que ellos mismos se encuentren por debajo de una persona que le posea. Todo conocimiento procede de la experiencia. Especialmente el conocimiento de la naturaleza humana. Sin embargo, la aplicación de principios teóricos a casos concretos suele ser efectiva. Esto es debido a que, una gran parte del de la conducta humana, de una gran parte de la población humana, tiene rasgos comunes porque el hombre es una especie animal en la que existe el carácter de la especie. Pero aquellos casos que no se ajusten a las circunstancias de los que han sido analizados teóricamente, no pueden sufrir la misma interpretación. Aunque la forma externa sea similar, el sentido interno es distinto. Tampoco es posible analizar por ningún patrón los actos de aquellos individuos que han superado al tipo medio humano. Éstos casos no pueden someterse a la interpretación de un psicólogo ni tan siquiera en caso de que este hombre los conozca por experiencia salvo que la elevación personal del profesional esté por encima que la elevación personal del caso que está estudiando. En definitiva, muchos casos de hombres elevados no pueden quedar sometidos a la consideración de los profesionales.
b) Podría suponerse que estos "profesionales" completan sus conclusiones con la experiencia de su propia vida. Pero, primero, son hombres de la sociedad que no pueden juzgar a la sociedad. Segundo, el respeto social que han adquirido les impide que las personas con las que se relacionan actúen con naturalidad en su presencia. La mayoría de situaciones que se vive en la relación social con los demás son situaciones artificiales de las que no se puede sacar ninguna conclusión. Un psicólogo "natural" puede identificar el significado de ciertas acciones y actitudes o de ciertos gestos, pero no a la inversa: de una situación artificial no se puede deducir la conducta que oculta salvo que ya se conozca.
En cuanto a los conocimientos que adquiere a través de las personas a las que atienden, están todavía más condicionados. Por un lado, deducen que si una persona acude a su consultas es porque tiene problemas, si tiene problemas, es que sufren algún trastorno. Posiblemente, entonces, invierta significado de todas las circunstancias que se le relatan. Especialmente cuando éstas circunstancias resultan increíbles al "conocimiento" que este profesional tiene de las circunstancias sociales. Hemos dicho que el conocimiento de esas circunstancias es parcial y limitado, por lo tanto incompleto, por lo tanto falso.
Uno de los prejuicios más difundidos en la sociedad y entre todo tipo de profesionales, especialmente entre los profesionales, es que la categoría personal está relacionada con la posición social o económica de cada cual. Este es un prejuicio social que a todo profesional le interesa mantener por la ventaja que le reporta. Además, una persona con cierta relevancia (económica o social de la que se deduce su superioridad personal) pretende estar capacitado para opinar sobre cualquier cuestión de la vida, y no únicamente sobre aquella cuestión para la que ha tenido una formación. Esto se debe al respecto que, en general, le tienen las personas que están por debajo de él y que le han acostumbrado, por unas u otras razones, a ver admitida su opinión con independencia de su valor.
Si, como decimos, la experiencia es la base del conocimiento de la naturaleza humana, todo profesional debería aceptar las consideraciones de las personas a las que atiende para conocer el mundo a través de los ojos que le han visto en lugar de pretender conocer todas las circunstancias posibles de la conducta humana gracias a las cuales estaría en condiciones de interpretar adecuadamente el caso presente. Las conductas más sorprendentes, más miserables, más deleznables, no se manifiesta nunca de forma pública, sino que sólo se producen cuando el actor y su víctima están a solas o rodeados por personas que, por diversos motivos (su falta de personalidad y de estima), van a secundar la injusta agresión. Se entenderá que estos hechos los producen las personas que gozan de un prestigio social antes que aquellas que carecen de este, pues al relatar los hechos el hombre con "prestigio" va a tener mayor credibilidad que el hombre sin prestigio. Esta circunstancia, que le garantiza la impunidad, favorece que repita este tipo de acciones.
La psicología supone al hombre bueno y a la sociedad justa. Lo uno conlleva lo otro. La ingenuidad social, incluida la de los titulados, lleva a suponer que las personas con un mayor estatus poseen mayor número de virtudes. De la misma forma que su capacidad económica les permite poseer más propiedades y más lujosas, se supone que también sus virtudes son mayores y de mayor calidad como si las virtudes fueran una mercancía que se compra; en tanto que han comprobado que al menos se venden.
Pero el hombre con más dinero o mejor posición no ha llegado nunca a ser más hombre. Por el contrario, es un hombre como todos, y aprovecha su posición y su prestigio para su propio beneficio. Los perjuicios ajenos no le preocupan. Lo que sabe es que su beneficio sólo puede ser a costa del perjuicio ajeno. Justifica sus actos como consecuencia de la existencia de una ley de la selva que él no ha implantado y que no puede abolir.
c) La psicología, que es una ciencia incompleta y que nunca podrá estar completada puesto que los actos de los hombres más elevados no pueden ser nunca valorados, intentará encajar las conductas y las acciones de los hombres sobre la base teórica que se ha ido desarrollando. Aquellos actos que resulten similares o, incluso, externamente idénticos a otros, se incluirán como pertenecientes a un caso estudiado por la "ciencia".
3.- El desconocimiento de los hechos
Mientras que esta disciplina pretenda desarrollarse a través de una fundamentación teórica y de hechos supuestos, dejará de lado la auténtica realidad que debe analizar de la que sólo se ocupará de aquellos aspectos que resulten útiles, prácticos, o estén a mano para sus conclusiones.
El hecho, aparentemente honrado, de reconocer las limitaciones de esta disciplina es una declaración política que tiene en común con los políticos el establecer un concepto con el que convencer a la sociedad de sus buenas intenciones, de tal forma, que la sociedad entienda que detrás de las buenas intenciones existe una voluntad que guía los actos en la consecución del objetivo que, según nos dicen, desean. Pero detrás de ese reconocimiento no hay otra cosa que la intención de mantener su estatus social y una peregrinación teórica que no necesariamente llegue a ninguna conclusión válida empíricamente pero que pueda ser admitida socialmente. La disciplina salva su imagen y garantiza su futuro.
Pero toda psicología, cuyo conocimiento sólo puede ser experimental, tiene que estar elaborada por hombres del mundo, no por hombres de libros. Los títulos les transmiten conocimientos teóricos en forma estructurada pero limitado a lo que formalmente se conoce. El conocimiento racional no es suficiente para comprender al hombre. Vemos, por ejemplo, como las palabras más ofensivas se las dirigen entre ellos los buenos amigos. Con esto queremos demostrar que toda palabra, todo acto, todo signo… posee al menos dos sentidos y el conocimiento del sentido no es un conocimiento racional.
Un suceso es imposible de valorar si no se conocen perfectamente las circunstancias. Pero es también imposible de valorar si no se ha vivido un suceso similar. Ni siquiera el hombre genial tiene esa capacidad de interpretar una situación que no ha vivido. El profesional titulado en una ciencia racional no tiene ningún derecho a pensar que tiene algún conocimiento de la existencia. La vida sólo se conoce en la vida y además ese conocimiento no se puede transmitir de forma racional para ser "comprendido" por un tercero si este último a su vez no conoce esa misma circunstancia de forma directa y personal.
Para el conocimiento de las circunstancias es necesario conocer de qué forma cada una de las partes que han intervenido en un suceso le relata para poder deducir de cada uno de esos relatos la interpretación interesada que se hace. También es necesario ser consciente de los propios intereses para eliminar la interpretación interesada del que valora. Finalmente, es necesario conocer suficientemente al hombre para saber la posibilidad de la verdad del suceso que nos relatan.
4.- La defensa de lo social
Una vez que se ha establecido el concepto de "violencia de género" nos encontramos con una general simpatía hacia las mujeres maltratadas y el desprecio hacia el maltratador. Pero entre todas estas denuncias se incluyen la de las astutas mujeres que sabiendo como actúa el prejuicio de un concepto sobre la sociedad presenta una falsa denuncia por si acaso el peso del concepto puede superar el peso de la verdad. Es bastante lógico que se produzcan estas falsas denuncias porque la mujer no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. No está de más que veamos cómo la justicia también puede ser víctima tanto del perspectivismo como del insuficiente conocimiento de las circunstancias; si bien es cierto que muchos jueces rechazan estas denuncias, no tenemos constancia de cuántas falsas denuncias han conseguido triunfar. Lo que sí sabemos es que la parte denunciada encuentra muchas veces sometida a penosos procesos y a un descrédito social generalizado pues, en algunos casos, las denuncias falsas llegan incluso a ser por abusos a los hijos.
En caso de que en un psicólogo reciba al marido denunciado por abusos o malos tratos este no posee otra cosa que sus conocimientos para decidir la verdad. Pero aquí ni la razón ni el instinto son suficientes para encontrarla. Será entonces su parecer lo que incline la balanza hacia un lado o hacia otro, conclusión que nada dice de la verdad sino de la valoración de quien la realiza. Incluso, una sentencia, en cualquier sentido, no es determinante para esa verdad. Solamente podemos deducir que si sufre es porque tiene un dolor y se supone que ese dolor no existiría si hubiera cometido el delito. Pero conocemos casos en que interesa un diagnóstico y en la vida hay buenos actores.
En la mayoría de los casos, el cliente, de quien no se percibe el sufrimiento (porque el profesional nunca ha sufrido una situación similar y nunca se ha visto sometido a ese sufrimiento) sino la alteración, que se acaba convirtiendo clínicamente en trastorno, está alterando el orden social establecido y el psicólogo, como representante de la sociedad con capacidad legal, moral y social para resolver, tiene la obligación de restituir el orden que una persona pretende alterar. La conclusión del hombre social no puede ser nunca contraria ni perjudicial para la sociedad. La conclusión del hombre social debe descalificar la conducta del hombre que sufre. Esta conclusión nos recuerda el estudio de Nietzsche en la genealogía de la moral en la que el sacerdote ascético acababa por convencer al individuo que sufre que él mismo era culpable de su propio sufrimiento por haber actuado en contra de la verdad.
Nietzsche nos dice:
"Sufro: alguien debe tener la culpa"…, así piensa cualquier oveja enferma. Pero su pastor, el sacerdote ascético, le dice " ¡Tienes razón, oveja mía! Alguien debe tener la culpa: pero ese alguien eres tú mismo, tú mismo eres el culpable"… eso es bastante arriesgado, bastante falso: pero sí al menos se consigue una cosa; así, como he dicho…, cambia la dirección del resentimiento. 1
Es decir, la psicología ha conseguido satisfacer las necesidades de la sociedad porque consigue que se libere a los culpables de la responsabilidad del daño que causan haciendo que el hombre perjudicado se sienta culpable de sufrir su daño. El título, el prestigio, los conocimientos, y la elevación moral del evaluador, así como la correspondencia de la conclusión con la verdad admitida y con las costumbres sociales, garantizan, ante cualquier instancia, la justicia social del diagnóstico.
¿Qué ofende más profundamente, qué separa más radicalmente que dejar que se note algo de la severidad y la elevación con que uno se mira a sí mismo? Y, a su vez, ¡qué complaciente, que amable se muestra todo el mundo con nosotros tan pronto como hacemos como todo el mundo y nos abandonamos como todo el mundo! 2
En otro lugar podemos leer:
Si se ha comprendido en toda su profundidad […] en qué medida la tarea de los sanos sencillamente no puede ser cuidar enfermos, sanar enfermos, entonces se ha comprendido también una necesidad más: la necesidad de médicos y enfermeros que estén ellos mismos enfermos: y a partir de ahora tenemos y aferramos con las dos manos el sentido del sacerdote ascético. Él mismo debe estar enfermo, debe estar emparentado de raíz con los enfermos y los malparados para entenderlos… […] pero también debe ser fuerte […] para ganarse la confianza y el temor de los enfermos, para poder ser para ellos un asidero una resistencia […] que tiene que defender su rebaño… ¿contra quién? Contra los sanos, de eso no hay duda; y también contra la envidia hacia los sanos; debe ser el adversario y despreciador natural de toda salud y potencia cruda […] el sacerdote es la primera forma de animal delicado para el que despreciar es aún más fácil que odiar.3
Entre otras muchas citas que evitamos por no poder reproducir toda su teoría, presentamos esta última:
Pero primero necesita herir, para poder ser médico; y entonces, mitigando el dolor que provoca la herida, envenena al mismo tiempo la herida…, entiende sobre todo de eso, este mago y domador de depredadores en torno al cual todo lo sano enferma necesariamente y todo lo enfermo se torna necesariamente dócil. 4
5.- El perspectivismo de la psicología
Una página de Internet, posiblemente de un psicólogo o de un psiquiatra, hablando de los trastornos de personalidad, nos pone un desgraciado ejemplo:
Una chica gorda que, aparentemente no tiene complejo por su físico, sufre por los comentarios que hacen sus amigos y compañeros. Esta reacción de la chica ánima a sus "amigos" a continuar con la broma. Esta situación es tan habitual, que, finalmente, la chica se aparta de ese grupo y de otros muchos refugiándose en su soledad.
La psicología determina que esta chica no sabe adaptarse a su entorno ni reaccionar ante los comentarios ajenos. Que esta incapacidad la genera un trastorno de su personalidad y de su conducta. En definitiva, la "ciencia" de "los sabios" nos viene a decir que una personalidad de este tipo acaba generando un complejo de inferioridad o un trastorno de la personalidad o una neurosis.
Pero el caso es que esta chica sólo tiene problemas cuando los demás hacen comentarios sobre su físico. Por lo tanto, si elimináramos los comentarios, eliminaríamos ese supuesto problema que los sabios establecen que ella ha generado.
Si esta cuestión la analizáramos como un proceso judicial en lugar de como un proceso psicológico, encontraríamos que el daño que sufre esta persona es consecuencia de una acción que ejercen sus compañeros y no por una autoflagelación. Pero la "ciencia" de las costumbres no es capaz de cuestionar el valor moral de las costumbres establecidas. Los "sabios" establecen que aquello que es habitual, es decir, normal (con el sentido de habitual), es normal (con el sentido de correcto).
Conocemos el caso de una chica con una nariz muy grande cuyos compañeros hacen bromas a cuenta de ella. La chica reacciona a sus comentarios riéndose de su propio defecto. La ciencia establecería que ésta es la reacción adecuada a esa circunstancia. Sin embargo, nosotros planteamos qué derecho tienen los demás hombres a ocuparse del aspecto de una persona. Tal hecho, que debiera ser evidente para estos "sabios", no es sino muestra de una manifestación de superioridad por parte de quien lo ejerce porque se sabe libre de ese perjuicio. La continuación del comentario es un ensañamiento para denigrar a su "amiga".
Si esta chica pudiera realmente contar con sus amigos les pediría que dejaran en paz su nariz. Pero las circunstancias en las que se desarrollan las relaciones sociales impiden esta honesta actuación. Toda relación humana es, aunque no debiera ser, un juego de poder y sumisión.
Clínicamente, la chica gorda sufre un trastorno de personalidad. Pero, en realidad, su respuesta es la reacción noble e inevitable a una agresión externa. La actuación impropia es la de las personas que le están causando un perjuicio que justifican "moralmente" por la falta de sanción de la administración de justicia. A los delincuentes morales les conviene identificar la ley y estatal con la ley moral para no juzgar sus actos como deleznables.
La reacción de la chica con la nariz grande, es una reacción ante un compromiso social.
Este "error" de interpretación de la ciencia pudiera parecer que está originado por una ceguera del científico. Pero científico, antes que científico, es un hombre de la sociedad y está condicionado por todos los prejuicios sociales y por todas sus normas. La ciencia le ha proporcionado información de hechos pero no le ha eliminado sus consideraciones erróneas. Por el contrario, la elevación de su estatus social y hace confiar cada vez más en los valores que configuran esa sociedad. De no ser así, no sentiría una satisfacción por su prosperidad. El científico ve perfectamente las necesidades… de la sociedad.
El psicólogo, es un hombre de la sociedad que ha sido elegido para defender las posiciones sociales. Tiene por lo tanto dos motivos para llegar a ese "error" que mediante su titulación académica puede transformar en trastorno de personalidad en aquellos casos en que un individuo se opone a la conducta de la mayoría.
Lo que existe en la sociedad, debido este juego de poder y su misión, es, entre las personas que desean ejecutar ese juego, la existencia de unas fuerzas relativas por las que los jugadores procuran desarrollar aquellos juegos en los que ellos poseen un mayor poder. Pero, con relación a las personas que no desean jugar a ese juego, lo que existe es una conminación a ejecutarle pues, en el ejercicio de esa actividad, ciertos hombres poseen una superioridad sobre otro. Estos que no desean el juego de poder, lo que desean es el juego de la inteligencia. En el mundo como voluntad y representación, los hombres del fenómeno desean la representación, la medición de fuerzas y, los hombres de ideas, la voluntad, la persecución de las ideas universales.
Para una fundamentación teórica de la psicología
1.- El carácter natural del hombre
El principio del cual debe partir cualquier teoría que pretenda conocer la conducta humana es aquel que determina su naturaleza. Ya lo hemos comentado, en el hombre existe la idea y el fenómeno.
En el fenómeno se produce el efecto del placer y del displacer de sus actos y pudiera parecer que este es el origen de ellos. Pero son efectos de la voluntad de poder, que no es otra cosa que voluntad de dominio. En este estado del individuo, desaparece toda vinculación con sus semejantes, el principio de individuación marca sus acciones y el daño que proporcionen sus actos le resulta indiferente. La voluntad de dominio es una voluntad ciega e irracional como toda fuerza de la naturaleza.
Las leyes penales y las normas sociales condicionan la manifestación del hombre, pero no su esencia. El afán de dominio y la indiferencia por las consecuencias de sus actos siguen siendo originales y determinantes.
La sociedad apela con frecuencia al concepto de conciencia. Pero la conciencia ha sido inoculada en los individuos por la sociedad en forma de sentimiento de culpa. Cuando se habla de conciencia debemos entender que se pretende establecer en el individuo un sentimiento de mala conciencia para estigmatizar los actos que rechaza la sociedad. De tal forma, que, en algunos individuos, el miedo moral es un impedimento para una acción no deseada por la sociedad. No obstante, es ineficaz para los verdaderos delincuentes. Y asimismo para quienes regulan la conducta de los hombres. Estos suelen ser quienes mejor han comprendido el sentido de las normas al ser ellos quienes las establecen, saben que podían no haberse establecido o que podían haber impuesto otras leyes distintas. El valor relativo de tal o cual norma acaba por hacer dudar de su valor y de su necesidad, siempre de su necesidad de acatarla.
La conciencia no pertenece al individuo. La conciencia no existe. Como tampoco existe la moral. Entendamos que las leyes humanas no existen por estar promulgadas, sino porque el estado dispone de medios de controlar su incumplimiento y de castigar a quien no las respeta. Las leyes existen por el poder estatal de castigar a quien las quebranta. La moral es un conjunto de leyes que fueron implantadas para regular la conducta irracional y violenta de los hombres. El principio moral, la apelación a un poder superior que respaldara su validez, permitió convencer a los hombres de su valor. El miedo a Dios era la forma de implantar en individuos indomables la obligación de cumplir las leyes que les limitaban las acciones que causaban daño.
Pero es absurdo que una sociedad que pretende ser racional siga tratando de la moral como si se tratara de una verdad. El problema es que esta sociedad (por parte tanto los que mandan como los que obedecen) ha renunciado a Dios pero ha visto lo prácticos y efectivos que resultaban los medios que utilizaba la iglesia para convencer y someter a sus fieles. Uno de los argumentos que daban los papas para implantar el cristianismo en China era que se dominaba mejor a los creyentes que a los no creyentes. Así, la ley, la moral, y más aún, la indignación del pueblo son principios para juzgar los actos que esta sociedad actual computa como inadmisibles. No nos desharemos de la moral aunque quines la defiendan en sus nuevas formas sean completamente inmorales.
La negación del valor de las normas legales o morales, no implica la inexistencia de alguna norma. Pero las normas por las que se guían los hombres son las suyas propias. Ya hemos dicho que las normas oficiales solo se siguen por el miedo a la mala conciencia o por el miedo al castigo de los tribunales. Los hombres se imponen normas personales según las aspiraciones de cada cual. Entre el hombre más despiadado y el mayor santo hay toda una tabla de valores según el grado de elevación del hombre.
En esta terrible tabla, aparecen pocos de los delitos que figuran en las normas legales y morales. La ley y la moral solo tienen por objeto dominar al individuo, no persiguen la elevación del tipo hombre. Muchas de ellas son normas obvias de convivencia, pero no siempre su quebrantamiento constituye un delito en el mundo de la necesidad natural. La domesticación del hombre no es la educación del hombre. Desconfiemos de las propuestas sociales. Lo más terrible no son los actos violentos, son las pequeñas miserias que reducen la categoría humana. Acabar con la vida de un enemigo puede resultar un acto terrible para quien lo lleva a cabo, pero quizás fuera un acto necesario. Nadie puede entrar en la conciencia de otro hombre para valorar las circunstancias que le llevaron a cometer este acto. Pero nuestra sociedad se ha acostumbrado a admitir pequeños delitos que, de tan habituados que estamos a ellos, no se advierte ya en ellos el carácter de delito, se han convertido en una forma de conducta que resulta hasta respetable. De hecho, toda ironía, impertinencia y cualquier otra forma de menosprecio, que con harta frecuencia se prodigan hasta entre círculos de amigos, son tenidas por manifestaciones de la inteligencia de quien nos las ofrece. Frente al número de estos delitos, los delitos que persiguen los tribunales son escasísimos, y los primeros constituyen la mayor forma de degradación del hombre. La valoración de un acto no puede medirse por el daño que ocasiona a los demás, esto se lo dejamos a la justicia. Un hombre debe valorar qué dice de él la acción que lleva a cabo. Por eso, un acto contra la dignidad de una persona, que nunca tiene justificación, puede constituir una muestra mayor de la miseria de quien le comete que un horrible crimen cuando ha habido una justificación.
Obviamente un hombre elevado evita los delitos morales y legales porque en general coinciden con actos miserables. Pero hoy nuestra sociedad ha acabado por igualar el delito legal con el delito moral.
No se trata de cuestionar las leyes, entiéndase claramente el objeto de este desarrollo, conocer la naturaleza humana para poder establecer principios para fundamentar una ciencia pues entendemos que uno de los muchos errores de esta disciplina ha consistido en admitir criterios sociales, legales y morales como base para valorar las conductas de los individuos, tanto de los que acuden en busca de ayuda como de quienes provocan que los primeros precisen ayuda. Llevamos nuestra exposición a sus extremos para demostrar el perspectivismo con el que una disciplina que pretende ser racional, es decir, objetiva, juzga los actos humanos.
2.- El carácter social del hombre
Este es precisamente otro de los puntos de vista que hay que considerar en la motivación.
Cuando el hombre se ha visto inmerso en la sociedad ha visto una nueva relación de causas y efectos. Las leyes morales, legales y sociales componen una nueva realidad. El hombre ha salido del mundo de lo natural para adentrase en el mundo artificial de la sociedad. Todos aquellos valores naturales que le servían al hombre para aspirar a su elevación, han sido destruidos y sustituidos por nuevas normas. No es que el hombre tenga fe alguna en ellas. Lo que conoce son los efectos de no acatarlas.
Si antes tenía que preocuparse de no estar debajo de una piedra que cae, ahora debe procurar no contradecir a quien, en una posición social superior a la suya, le afirme, por ejemplo, que la piedra no caerá. La contradicción entre la lógica natural y la lógica social se resuelve de dos maneras, según las circunstancias. En un ambiente de libertad, afirmará que la piedra caerá. En un ambiente social en el que su imagen, su prestigio, o su puesto de trabajo estén en peligro, optará por la solución que salve su cabeza. Y mientras que en el campo saldrá corriendo cuando vea una piedra caer, en sociedad, delante de su superior, afirmará que no caerá, de lo contrario, percibirá que pierde su cabeza o su trabajo.
Esta posición es posible por la reducción a la que se somete a los individuos. Una sociedad que enseña a todo individuo a temer a Dios y a temer al estado está más que preparado para temer cualquier cosa que tenga poder. Todo ello se ha santificado con el nombre de respeto.
De esta forma, quien no respeta, está quebrantando las leyes. Lo que no nos dice nadie es qué son estas leyes, pues a primera vista no parecen otra cosa que caprichos o intereses personales. No analizaremos más esta cuestión del contenido de las supuestas reglas, pues lo dicho es cuanto merece ser dicho. Todos los miembros de la sociedad exigen que se restaure el orden. Los que mandan, sienten una falta de respeto a su persona, que no es otra cosa que el hecho de que se ha puesto en evidencia su injustificada ley, y su prestigio exige que, diga lo que diga, debe ser creído, obedecido y acatado. Quienes le "respetan" deciden que si ellos se han humillado, no hay razón para que los demás no lo hagan. Son ellos quienes más esfuerzos hacen para lograr recuperar el orden.
3.- El perspectivismo moral
Desde el punto de vista de una moral natural (para denominarla de alguna manera), los actos indebidos o inmorales o ilegales son aquellos que perjudican al hombre que los comete. La valoración natural nada tiene que ver con el perjuicio que se causa a otro sino con el que uno se causa a sí mismo. Uno debe juzgar si un acto es propio de su naturaleza o es ajeno a ella. Es decir, un acto miserable define al hombre como miserable.
Si un hombre tiene una categoría personal considera indigno de su naturaleza cometer una determinada acción y, aunque esté socialmente admitida, no a la ejecuta.
Las leyes de la moral natural son leyes de elevación del hombre o de reducción de su persona. Podemos establecer en los hombres grados de categoría según las exigencias morales que se imponga. Encontraremos en esa escala desde hombres cuya conducta resulte propia de animales irracionales a hombres exigentes que alcanza la santidad.
La valoración de la moral religiosa y las leyes humanas es una valoración perspectivista de los actos del hombre según los efectos en la sociedad que los valora. De forma que valoramos la calidad de un acto por el daño que causa a los demás no por el daño o la elevación que procura la persona que le ejerce.
Por supuesto, que el hombre agredido tiene derecho a defenderse de esa agresión en tanto que la voluntad de otra persona pretende interferir en la voluntad suya. Obviamente, las leyes religiosas y civiles tienen una justificación práctica, política y social pero no merecen nuestra atención en este apartado en el que tratamos sobre la psicología.
Pero las leyes legales y morales son una interpretación perspectivista de los actos humanos a través de las cuales no podemos valorar la calidad de la persona que lo realiza.
4.- Los pares de emociones
La motivación del hombre era perseguir las consecuencias de la voluntad de poder que tenía como efectos el placer y el displacer. Éstas últimas son denominaciones genéricas que tienen, en las manifestaciones concretas, denominaciones determinadas. Las emociones humanas se muestran por pares opuestos o complementarios: Amor-odio, vanidad-vergüenza, engreimiento-desprecio. Sólo quien ama es capaz de amar. Quien no ama no odia, el odio es una reacción frente a un amor no correspondido. Quien no es vanidoso, no tiene vergüenza. En todo caso la vanidad y la vergüenza atenderán determinados grados. Quien no es engreído no exige el aplauso incondicional a los demás y no se siente defraudado cuando alguien no le aplaude. Pero el engreído mostrará desprecio por quienes no responden a sus expectativas. En todos estos pares de emociones el segundo término es la reacción al primero. Por eso Nietzsche llama a cierto tipo de individuos hombres reactivos porque reaccionan ante circunstancias que esperaban que no se han producido según ellos deseaban. En ciertas ocasiones, el efecto es inverso y es el odio acaba por generar amor o la vergüenza genera vanidad. En estos casos, la reacción es una forma emocional de defensa frente a una agresión externa.
El amor y el odio, la vanidad y la humillación, son manifestaciones de los efectos de la voluntad de poder, del placer o displacer, que resultan de un fenómeno. La vanidad del hombre indica una forma determinada de esa búsqueda de placer (del hombre con necesidad de reconocimiento), lo que no dice nada del valor del acto por el que merece reconocimiento, sino del fenómeno hombre. Los pares de emociones siguen siendo una valoración perspectivista e interesada. Por ejemplo, se ama en la medida en que ese amor reporta alguna ventaja.
Para no odiar, no avergonzarse y no despreciar es necesario no ser un engreído, no ser un vanidoso y no amar.
Esto que puede sonar terrible es consecuencia de un error en la valoración de lo que denominamos amor. En la mayoría de los casos, amor no significa más que el derecho a la posesión sobre el ser querido. El auténtico amor debe ser un sentimiento universal a la humanidad, su manifestación concreta debe ser una manifestación de la idea universal. Un amor manifestado en un fenómeno concreto carece de significación universal. Nada dicen la moral ni las costumbres sociales del verdadero amor sino de una cualidad de las personas que sienten necesidad de amar. Esto, que también puede resultar inconcebible, vemos que lo cumplen los monjes budistas quienes ni aman y odian, ni son vanidosos ni se avergüenzan, ni mucho menos son engreídos o sienten desprecio. Estos hombres piensan que esas manifestaciones no constituyen actos dignos de su naturaleza.
Frente a esta profunda filosofía, el "amaos los unos a los otros" o "respetar a la sociedad" queda como una filosofía de segunda clase para crear hombres de segunda clase.
Estas consignas llevan parejas y ocultas sus opuestas, odiaos los unos a los otros y despreciad a los demás.
Estos principios confirman la existencia humana como una simple existencia del fenómeno impidiendo el conocimiento del mundo de las ideas.
Además, por si esto no fuera suficiente, debemos tener en cuenta que el amor es un sentimiento emocional y ninguna ley ni ninguna moral puede establecer la obligación de amar a otro. Las leyes sólo pueden dar instrucciones para los actos no para los sentimientos. Que una ley que obligue a tener un sentimiento está exigiendo simplemente que muestre los actos externos, es decir aparentes, con los que se manifiesta el auténtico sentimiento. Así se exige una discordancia entre el sentimiento y la expresión, lo que obliga a la falsedad. Por lo visto, la obligación moral acaba por volver al hombre falso.
La obligación de amar lleva también implícita la obligación de dejarse amar, en contra de los sentimientos personales. Se consigue que el hombre honesto, que no acepta manifestaciones externas que no coinciden con el sentimiento interno, rechace esa manifestación generando en la persona que muestra esa actitud un rechazo por la no aceptación del gesto. Es decir, a una falsa manifestación de un sentimiento amoroso le sigue la expresión del odio. Entonces fue necesario establecer en la sociedad, como contrapartida al amor, la obligación de perdonar, con lo que se obliga a los individuos a soportar todo el daño que le quieran infligir. Todas estas normas perjudican al fenómeno y a la aspiración al ideal del hombre que las cumple.
Las leyes morales fueron establecidas en una época en la que se comprendía el sentido interno que pretendía expresarse mediante una serie de conceptos. El uso común de estos conceptos originó que se perdiera el sentido interno y se apreciara únicamente su forma externa concreta. Pero resulta que esa forma externa no puede servir para dar valor a los actos internos. Como sabemos, la filosofía nos enseña que a partir de la experiencia podemos establecer un concepto. Pero a partir de un concepto no podemos hacernos la imagen que representa. Esa imagen imprecisa que se genera de forma inadecuada se llama, en filosofía, fantasma. Al tener un significado impreciso se le acaba dando el significado más conveniente. Entonces, todos los valores y todas las actuaciones resultan falsas y es necesario volver a buscar el origen de los conceptos en la realidad de la experiencia o en los sentimientos.
Conclusión
Mientras se siga pensando que el mundo tiene la forma idílica y el orden que aparenta, nadie se molestará en realizar ningún esfuerzo por descubrir la verdad. Los hechos llegaran parcialmente al conocimiento del investigador y los interpretará, con una capacidad racional que no sirve para conocer la calidad de los actos humanos, según teorías parciales y con criterios sociales que seguirán manteniendo el prestigio de las personas respetables de quienes no se puede dudar. La razón es tan simple como todo hombre está o pretende estar a la altura de los hombres respetables y dudar de sus iguales es dudar de ellos mismos. La consecuencia es que se prefiere con mucho el error a una verdad, porque con el error no nos enfrentamos a los poderes fácticos y podemos dormir plácidamente sabiendo que seremos respetados por la mañana y que de esa forma podemos conservar el puesto de trabajo y el prestigio.
Notas
1.- Nietzsche, La genealogía de la moral, editorial Tecnos, 2003, capítulo III, apartado 15, pág. 174.
2.- Ibíd. p. 138.
3.- Ibíd. p. 171-172.
4.- Ibíd. p. 172.
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