Cómo recordar a un filósofo: a propósito del bicentenario de la muerte de Kant (página 2)
Enviado por H�ctor Valle
Grandes cuestiones
Este hombre que, en el año de 1793, formuló cuestionamientos que aun hoy continúan mereciendo toda nuestra atención, en tanto queramos ahondar en nosotros mismos, reiterando y haciéndonos, a la vez, estas ineludibles preguntas:
¿Qué puedo saber? (La Metafísica)
¿Qué debo hacer? (La Religión)
¿Qué puedo esperar? (La Moral)
¿Qué es el hombre? (La Antropología)
Ciertamente un desafío y una necesidad recordar las tres famosas interrogantes que, según Kant, debe tratar de responder la filosofía a las que, el prusiano solía añadir una cuarta –como reza ut supra– ¿Qué es el hombre?, precisando que todas juntas pueden denominarse "antropología" porque las tres primeras cuestiones refieren a la última.
Kant, que quede claro, no fue ni el primero ni el único en hacerse tales cuestionamientos, pero sí fue el que con mayor rigor y hondura los formulara, coadyuvando a una auto evaluación racional de las potencialidades de la razón humana en el hombre, bien como de sus limitaciones. Tales disquisiciones le llevaron a elaborar su obra Crítica de la razón pura, que como es sabido y reiterado por la crónica, lleva al absurdo las aparentes pruebas ideológicas y considera inalcanzable el conocimiento científico de la cosa en sí (noumenos).
Veamos, sucintamente, lo que el hombre de Königsberg laboró sobre un tópico tan relevante para la existencia humana, deteniéndonos en su obra La paz perpetua, con un breve pasaje que dice así:
La política verdadera no puede dar un paso sin haber rendido previamente homenaje a la moral. La política en sí misma es un arte difícil; mas la unión de la política con la moral no es un arte, pues ni bien nace entre las dos un conflicto que no puede resolver la política, viene la moral y salva la cuestión, cortando el nudo.
El derecho de los hombres debe mantenerse como algo sagrado, por más sacrificios que le cueste al poder dominante. En este punto no caben enmiendas, no es posible inventar un término medio entre derecho y beneficio, un derecho condicionado en la práctica. Toda la política debe inclinarse ante el derecho, pero en cambio, puede concebir la esperanza de que poco a poco, llegará el día en que brille con esplendor inalterable.
Convengamos en que la actividad política está intrínsecamente asociada a la persona humana en su relación con la cosa pública porque política es, o al menos así lo entiendo yo, la sustanciación de nuestra responsabilidad personal en el hacer colectivo y abierto de nuestra comunidad. Y un tal hacer, a la vista de lo dicho por Kant, por ejemplo, es hacer constructivo, sujeto a derecho, en el respeto irrestricto por las normas de convivencia que una sociedad, por ejemplo la nuestra, se ha dado a sí misma, a través de la Ley junto con el espíritu que da vida a la letra inserta en la misma. Trascendente también, si le acompaña un sustrato ético y moral acorde a lo mejor del espíritu, a la mayor y más amplia defensa de la libertad, de la dignidad y de las oportunidades para que el otro, ese otro diferente, desconocido, aunque complementario a uno, se dé tiempo y espacio para desplegar lo mejor de sí en la salvaguardia de nuestra responsabilidad para con él, reitero; en el compromiso asumido por uno previo a toda reflexión y distante de cualquier cálculo utilitarista, por cierto.
Ese sería, creo yo, un desarrollo, una continuación de la obra kantiana, labor que, sin ningún tipo de dudas, le cupo a memorables figuras del pensamiento occidental contemporáneo, tales como Edmund Husserl, Karl Jaspers, Martín Buber, Franz Rosenzweig, Hannah Arendt, Emmanuel Lévinas, Theodor W. Adorno, Max Horkheimer, entre tantos otros seres que no sólo pensaron sino que actuaron como pensaron; he aquí la distinción entre una cosa parlante y un ser humano dotado de una trascendencia luminosa, merced a un sustrato ético y moral abiertos a lo mejor de lo humano.
La política
Apoyándonos en el excelente trabajo del pedagogo Heinrich Kanz, vemos que en Kant el término persona vale también para designar, en todos los niveles de la cultura general alemana, que todo ser humano es un fin en sí mismo, esto es, una realidad por derecho propio y con una dignidad específica, con independencia, remarcamos, de su clase, ideología, religión, raza o nación, y del grado de impedimentos con que se encuentre desde el comienzo de su existencia.
Aporte este de la mayor importancia para el establecimiento de las necesarias consideraciones que son dables sostener, en palabra y en obra, en defensa del otro, del excluido, de su cosificación –que en definitiva es, a no dudarlo, la nuestra también- por imperio de ser merecedores, unos y otros, de la categoría de accesorios, utilidades del mercado que hasta hace poco tiempo, grandes popes del liberalismo (?), defendían a ultranza, aunque hoy ya estén en franca retirada por la natural refracción que la claridad de lo obvio otorga al ser pensante.
La persona humana, entonces, debe ser tanto respetada como apoyada para el logro en la exteriorización de sus mejores condiciones en pro de sí y de su comunidad.
Por tanto, el concepto de persona como así también la importancia clave de la dignidad humana, hacen de Kant y su pensamiento, fermento de lo mejor del espíritu en lo humano que en la praxis misma de la vida cotidiana de todos y cada uno de los hombres, encuentra sentido y ubicación.
Así y todo, la persona moral –esto es, no el ser humano empírico, parte del mundo sensible, sino la humanidad en su persona, es un fin en sí misma y no, como veremos directamente del filósofo, un medio para fines ajenos.
Imperativo categórico
Recordemos, pues, el primero de los cuatro imperativos que el filósofo de Königsberg asentara, oportunamente:
Cuando pienso un imperativo hipotético en general no sé lo que contiene hasta que me es dada su condición, pero si pienso un imperativo categórico enseguida sé qué contiene. En efecto, puesto que el imperativo no contiene, aparte de la ley, más que la necesidad de la máxima de adecuarse a esa ley, y ésta no se encuentra limitada por ninguna condición, no queda entonces nada más que la universalidad de una ley general a la que ha de adecuarse la máxima de la acción, y esa adecuación es lo único que propiamente representa el imperativo como necesario.
Por consiguiente, sólo hay un imperativo categórico, y dice así: obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal.
Por cierto que tenemos algo que decir respecto de lo que hoy se considera imperativo categórico, no pudiendo dejar de nombrar al nuevo imperativo propuesto por Theodor W. Adorno, en cuanto a Nunca más un Auschwitz y, consecuentemente, a nuestro, a mi, total enfrentamiento con cualquier clase de totalitarismo. Pero ello sería hoy un exceso a lo que es el asunto que estamos tratando que, de por sí, apenas podremos iniciar o propiciar una línea de argumentación, dentro del vasto torrente del pensamiento kantiano, es decir, su recordación puntual.
Vale, pues, dejar consignado el imperativo categórico, como tributo a quien diera la voz de alerta y una línea a seguir. Tiempo habrá para volver sobre esto y recrearlo, o al menos intentarlo, desde nuestra cosmovisión y realidad empírica cercana a lo nuestro, a nuestra circunstancia de vida.
¿Qué es la Ilustración?
Muchas aristas tiene el lema que emplea Kant en su trabajo sobre el sentido de la Ilustración pues, si bien hace relación a lo expresado por Horacio en sus Epístolas -epígrafe de este recordatorio-, fue también, y no menos importante, resaltado por Michel de Montaigne en su ensayo intitulado De la educación de los hijos.
Vayamos, pues, a la célebre introducción de Kant en torno a qué es la Ilustración, cuya vigencia está a la par de la condición humana y de su imperfección a ser salvada mediante el esfuerzo y arrojo de cada uno de nosotros.
Dice Kant:
La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía del otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro, ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración.
(…) Mediante una revolución acaso se logre derrocar el despotismo personal y acabar con la opresión económica o política, pero nunca se consigue la verdadera reforma de la manera de pensar; sino que, nuevos prejuicios, en lugar de los antiguos, servirán de rienda suelta para conducir al gran tropel.
Para esta ilustración no se requiere más que una cosa, libertad; y la más inocente entre todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso público de su razón íntegramente.
Esta lectura que de por sí nos invita a una revisión aguda del sentido de nuestra existencia, es también recogida, en un sentido, por el propio Sigmund Freud al haber tomado éste, como consigna de su accionar el Sapere aude, hoy recordado desde su lectura kantiana.
Kant y la persona y el imperativo categórico
Educación, como conclusión y apertura
A poco de culminar este recordatorio, considero modestamente que es, desde el ámbito de la educación donde debemos partir hacia una reflexión que advierta aquellas acciones a ser o bien tomadas o bien corregidas para el beneficio de todos y, especialmente, de nuestra juventud. Una vez que si toda disquisición puede tener en sí, un valor propio, más válida será si accionada, puesta a consideración en el presente, prepara, primordialmente, el porvenir de los otros.
Luego, digamos que en medio de la crisis del concepto humanístico de la educación, la filosofía lucha, como disciplina primera, por conservar para sí y desde el hombre, la libertad del espíritu que no obedece al dictado del saber disciplinado, encausado –luego, no-saber-, y que tuvo en Kant como en Hegel, una voz de alerta contra su pérdida, aun audible y cargada de sentido.
El recordado dictum de Kant, en cuanto a que sólo el camino crítico permanece abierto, cobra especial significación, puesto que los filósofos, desde los presocráticos hasta los actuales, han sido críticos. Recordemos, por ejemplo, a Jenófanes quien quería desmitologizar las fuerzas naturales, como el trato incisivo que Aristóteles diera a la hipóstasis platónica y, dando un tremendo salto, observemos cómo Leibniz critica al empirismo, en tanto Kant lo hace, a posteriori, con Hume, para luego merecer la crítica de Hegel, y así sucesivamente.
Esta mirada al pensamiento filosófico da razón a Kant, en cuanto al valor de la crítica, a la vez que labor de resistencia, campeando así la libertad por vía de la más rigurosa introspección que dé paso a una conversación, en lo público, en donde se dé por vía del pensar, la más amplia perspectiva a la posibilidad de cuestionar y cuestionarse, bien como a formular planteos específicos que, apoyados en el rigor reflexivo, sean puestos, a su vez, a la consideración libre del otro y así, ir sumando luz a lo humano en el hombre.
El pensamiento más vasto, aquel que no se atiene a función restrictiva alguna, en tanto se permite un mirar todo lo hondo y abarcador posible, es lo que hace del hombre, reitero, sea o devenga en un ser libre al permitirse, al osar, ser el señor de sus días y de sus noches, con el único límite –que, a la vez, es su norte- del otro que viene y que por lo tanto desconoce pero espera. Libertad, entonces, con responsabilidad para con el otro que resulta así en un autoconocimiento tan liberador como redentor en potencialidades benéficas que ocultas en las capas interiores de su ser, el hombre libre supo conquistar en base a la porfía, tan dura como exenta de vanas ensoñaciones, extrayéndolas en la fragua de lo cotidiano, recordando aquí la memorable cita de Nietzsche en cuanto a que los grandes problemas de la humanidad, continúan tirados en la calle. Nuestra tarea es, según creo entrever, atrevernos a mirar hacia el cordón de la vereda y levantar, intentarlo, sin dar vuelta la cara, esas miserias que tanto nos convocan como, si sabemos ver, se hallan, también en nosotros.
Mientras estos apuntes escribía, se aproximó a mi mesa de trabajo mi pequeño hijo Ignacio, de ocho años, y me preguntó, apoyando su mano en mi hombro:
- ¿Qué escribes Pá?
- Sobre un hombre que vivió hace mucho tiempo.
- ¿Y qué hacía ese señor?
- Era un maestro, m´hijo.
- ¡Ah, un maestro! …Entonces, fue importante, ¿no?
- Sí, Ignacio, lo fue.
Ciertamente que lo fue. Usted y yo lo sabemos. Divulguémoslo; propiciemos, junto con el otro, una reflexión liberadora.
Determínate a ser virtuoso, empieza; diferir la mejora de la propia conducta , es imitar la simplicidad del viajero que, encontrado un río en su camino, aguarda que el agua haya pasado; el río corre y correrá eternamente. HORACIO, Epíst., II, 1, 40.
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Arendt, Hannah – Conferencias sobre la filosofía política de Kant, Piados, pág. 31
Kanz, Heinrich, Immanuel Kant, UNESCO, pág.2
Noúmeno : aquello que pone límites a lo intuido y por lo tanto conocido. Es la libertad, lo que está detrás de los fenómenos de la naturaleza..
Kanz, Heinrich – Immanuel Kant – Unesco, pág. 9
idem, pág. 11
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. 2 (Espasa Calpe, Madrid 1994, 10ª ed., p. 91-92
Kant, Immanuel – Filosofía de la Historia, FCE, págs. 25-38
Montaigne, Michel – Ensayos, Cátedra, Letras Universales, V.II, pág, 104
Kant, Immanuel – Filosofía de la Historia, FCE, pág.25
idem, pág. 28
Adorno, Theodor W. – Filosofía y superstición, Alianza, pág.47
Nietzsche, Friedrich – Aurora, Edaf, párrafo 127, pág. 176
Se sugieren dos fuentes para una guía de lo kantiano, a saber:
– Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Tomo III, págs. 1987 y ss., bien como
– Diccionario de Filosofía Herder, en CD, con definiciones y breves aunque valiosos textos del filósofo prusiano.
Héctor Valle
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