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Borges (y El Aleph, claro), el Teatro Colón, y el extraño hombrecillo de las cajas (página 2)


Partes: 1, 2

Martínez Irurtia apunta luego que el caso fue vivamente comentado entre todos los intelectuales presentes, y se dice que la visión destellante a la que se refiriera Borges, terminó por llevarlo lentamente a la ceguera.

Recordé el hecho después de la vivísima impresión que sufrí cuándo miré a los ojos del hombre de las cajas; mirada de una carga atávica demoledora.

Intenté evitar el primer contacto visual, girando mis brazos delante de su aflautado rostro, pero él continuó su morosa levitación, mientras las cajas giraban en el aire impulsadas por una incipiente brisa.

Así fuimos dejando atrás diferentes cotos geográficos. Por momentos, sintiendo que mis pies rebotaban en el piso en forma suave y silenciosa, y en otros, deslizándome como empujado por una arcana fuerza en la que ni siquiera me atrevía a pensar (un hecho por demás significativo que merece ser acotado, es que, mientras discurríamos a través de calles y avenidas, nadie reparaba en nuestra presencia, cómo si nosotros – por algún hecho que yo no podía precisar- resultáramos invisibles para el resto de los mortales).

Así fue que me vi transitando por el corazón mismo de la City porteña, en medio de las imponentes fachadas de los grandes Bancos. Luego giramos en torno a la Casa de Gobierno y de pronto – como en medio de una exhalación – sentí que era arrastrado por el desconocido hasta uno de los pasillos semi-circulares del Paraíso del Teatro Colón, en el preciso instante que la Filarmónica de Buenos Aires-bajo la batuta de Pedro Ignacio Calderón- arrancaba con el Allegro ma non troppo, un poco maestoso, de la Novena Sinfonía de Beethoven.

En las altas gradas del teatro, detrás del misterioso sujeto, disparé esperanzado:

-Lo vengo siguiendo porque estoy sumamente intrigado por esas cajas que usted lleva…

Se dio vuelta repentinamente y yo cerré los ojos de manera instintiva, mientras un siseo sutil se desprendía de su boca…

Retrocedí, sentándome en el piso, justo en el momento que las notas del pentagrama se habían filtrado en cada una de los millares de neuronas creadas para vibrar con la música; poco a poco, traté de sumergirme en la sublimación de sus sonidos.

No me fue posible (primera vez que me sucedía con la música de Beethoven); por un acto reflejo abrí los párpados en el preciso momento en que el desconocido, -apoyado en la baranda del paraíso-, comenzó a abrir cada una de las cajas, con un imperceptible movimiento de sus manos.

Luego vi como exponía sus palmas en dirección al escenario, permaneciendo de pie durante la ejecución de la obra.

Por algún extraño hechizo, aquella criatura – se me antojó singular simbiosis entre uno de los esperpentos de Valle Inclán, y alguna perturbadora criatura de Asimov– desafiaba las aristas de mi propio asombro.

Cuándo la batuta de Calderón puso el cierre a la alquimia musical de las maderas y los metales, el hombre de las cajas bajó los brazos y como animadas por un mágico sortilegio, las tapas traslúcidas, comenzaron a cerrarse lentamente. Todas, menos la correspondiente a "El alma de la música".

El hombre la había descolgado de su cuello, moviéndola a diestro y siniestro, y de arriba hacia abajo, en un vaivén que tenía mucho de mágico. No pude dejar de pensar que estaba tratando de capturar los ecos finales que aún danzaban en los espacios físicos de la sala

Mientras los últimos rumores de los espectadores se perdían en los pasillos y las galerías del teatro, el hombre continuaba hendiendo el aire con la caja.

Yo permanecía de pie, como una absurda estatua sin pedestal, divorciado de toda acción motora del cerebro.

El río de voces de la multitud cedió de pronto. A través de las puertas y las paredes del gran Coliseo, ascendían hasta el Paraíso, los decibeles vocales aislados y dispersos del personal de maestranza.

Durante algunos momentos, temí que alguno de los acomodadores irrumpiera por la puerta y nos obligara a abandonar el palco de los pobres y los exquisitos; aprehensión que al fin cedió, cuándo – después de apagadas las luces del escenario y de la sala – pude respirar aliviado (sólo permanecían encendidas dos tenues lámparas en los vértices contiguos de los palcos bajos).

Sin saber por qué, sentía que mi espíritu se llenaba de una imperceptible pátina de armoniosa conjunción, como si vísceras, cerebro y alma, se hubieran aunado en un nirvana emocional de todo el ser.

Repentinamente, el hombre de las cajas se dio vuelta y un extraño cosquilleo pareció brotar desde las plantas de mis pies. Momento en el cual escuché que una voz me inducía a mirarlo sin temor.

Efectivamente, al liberar los párpados, los ojos del hombre de las cajas habían adquirido un tono azul violáceo que parecían emanar efluvios de contención emocional.

Se había acercado a mí, mientras se quitaba las indescriptibles correas de su cuello.

Luego se sentó sobre el piso, con las manos laxas apoyadas sobre sus muslos, en búdica postura.

Me di cuenta que no había respondido aún a su acotación, y es que el registro de su voz no parecía humano. Yo sentía vibrar cada segmento aislado de sus palabras, con una arcana y a la vez excelsa resonancia.

-Me siento fascinado- me oí decir como un troglodita del lenguaje.

-Lo sé…

-¿Lo sabe…?

-Lo sé. Por eso te he elegido.

-¿Elegido…? No entiendo…

-Verás…; yo pertenezco a una legión de servidores del Gran Ordenador Universal; nuestra morada está en las antípodas del mundo de los humanos-el hombre de las cajas captó mis dudas-. Aunque me veas similar a ti, sólo en apariencia parezco humano. Él nos concede el privilegio de la metamorfosis para adaptar nuestras formas a las circunstancias.

-¿Dios…?

Una sutil sonrisa se dibujó en aquel rostro de pergamino.

-No, no; no vuestro Dios. Vuestro Dios no es más que un resorte en el complejo cósmico del Gran Ordenador. Con un papel importante, cierto es, pero circunscrito a una concepción del espacio tiempo muy limitada. Para vosotros, de alcance infinito, claro…

Cerré los ojos durante unos segundos, diciéndome que aquello era producto de un loco sueño.

Me encontraba en una de las gradas del Colón, a solas con un ente de insospechados poderes, cuyas palabras abrían zanjas en mi cerebro, amenazando volar en pedazos a la mismísima catedral de mis pensamientos.

Sonaba como un absurdo y gigantesco equívoco, y sin embargo, no pude menos que sentirme insignificante frente a tan prodigiosa manifestación.

Repentinamente, me di cuenta que había comenzado a sentir un temor nuevo y diferente; algo jamás experimentado.

Mi mente pareció estallar en el preciso instante que aquel ente pronunciaba la palabra Él -refiriéndose a ese Ordenador Universal al que hiciera referencia-, con un registro sobrecogedor y deshumanizado, procesado por mis neuronas a modo de miedo ancestral; más aún: como si todos los miedos de la raza se hubieren fundido en un solo miedo.

Yo sentía que algo se deslizaba por mi cuerpo de manera pegajosa, un poder ominoso e inasible que parecía sellar cada uno de los poros de mi piel.

¿Quién era ese hombre que se reconocía a sí mismo como no humano? ¿Qué clase de oscuros conjuros manejaba?

Pareció leer mi mente (estoy seguro que captaba mis pensamientos más recónditos) cuándo habló nuevamente:

-No debes temerme, humano. Sé que en vuestra conformación electroquímica, el temor a lo desconocido hace secretar las partículas químicas a las que llamáis miedo.

No sé cómo ni por qué, pero me animé con la pregunta:

¿Así que nuestro Dios, al cual llamamos creador, no es el gran arquitecto universal?

Mientras su mirada cambiaba del violáceo al azul prusia, el sujeto soltó una risa por demás extraña, y yo tuve la impresión que un dejo de lástima se había instalado en su romboide rostro.

-No, no; vuestro dios -como ya os dije-, es uno de los tantos dioses que componen el espectro universal. El gran ordenador es una especie de usina forjadora de incontables dioses, a los cuales – como entidad suprema- les asigna determinado papel. Tu dios maneja el plano tridimensional de la creación, aquello que conforma ese mundo visible e invisible de galaxias surgido a partir de lo que vuestros científicos denominan el big-bang. Pero por encima de ese universo –sólo asumido por la raza humana-, existen incontables escalas de vida, extrapoladas en planos de dimensiones diferentes-pareció meditar un momento antes de proseguir-. Voy a tratar de daros un ejemplo: el átomo -ya lo sabéis- es el núcleo básico de la materia; estoy al tanto de los avances de vuestra raza respecto al estudio de las infinitesimales partículas derivadas del mismo, y aún os esperan descubrimientos asombrosos sobre la antimateria. Ahora bien: sabiendo que los átomos representan la porción primigenia de la materia, ahí tienes en escala microscópica, el ordenamiento, el génesis de toda la creación. Luego se halla un sistema planetario con sus elipsis respectivas y a continuación, cada una de las galaxias conteniendo miles de millones de soles con sus correspondientes sistemas planetarios, en una conjunción a su vez de millones de galaxias que también orbitan en coordenadas prefijadas milimétricamente. Pues bien, este fantástico universo, cuyo mentor y capataz es tu dios-por decirlo de una manera clara- no es más que un guisante en un océano de eternidad de espacio tiempo donde palpitan infinidad de universos más gigantescos que él vuestro, y dentro de planos secuenciales de diferentes dimensiones. Parece complejo pero no lo es. Dime algo…

Pasmado. Lo pensé pero no lo dije. Pero me sorprendí de escucharme decir:

-No me asombra tu descripción del universo. Ciertamente no confronta con el que Dios nos cuenta en…

-¿La Biblia?

-Exactamente. Dios no habla de límites prefijados; ni siquiera de finitud.

-¿Entonces?

-Que yo creo que…

-Dilo. Ya sé qué piensas al respecto; pero dilo tú.

-Yo soy pastor evangélico…

-Disidente…

-Bueno…

-Disidente no asumido.

El sonido, puro nervio de mi risa, rebotó en el ceñido silencio del teatro.

-Es cierto que tengo algunas facturas pendientes, pero yo creo que el señor me está poniendo a prueba a través de tu presencia…

-Continúa.

-Hablo de Satanás…

-¿El diablo? ¿El ángel caído? ¿El gran demonio…?

-Así es…

-¿O sea, que tú crees que yo soy un enviado del opuesto de tu dios para minar tu fe?

-Yo no soy un pastor en el sentido religioso de la palabra. No me valgo de mi Dios para confirmar mi fe. Me valgo de mi fe para confirmarme en Dios. Pero no sé a que se refiere usted cuándo habla de los opuestos…

-Tú debieras saberlo como pastor, porque tu culto es protestante. La naturaleza de las cosas impone los opuestos como fenomenología de la creación. El problema del culto a vuestro dios forma parte de las contradicciones del alma humana: demasiados doctores de la fe para interpretar el mensaje de la divinidad. Sabemos que los opuestos han condicionado la propia esencia de la creación, en parte prescindiendo del hombre y en parte utilizando a éste como meridiano: Materia, antimateria. Luz y tinieblas. Noche y día. Carne y espíritu. Belleza y fealdad. Paz y guerra. Armonía y violenciaAmor y odio. Puedo seguir durante horas… Estas contradicciones marcan la esencia de la vida misma. Y ni siquiera dios – hablo por supuesto de tu dios – ha podido sustraerse a este sino dónde los opuestos son retro- alimentados entre sí. Por lo tanto, tu dios ha sido víctima de esta impronta a través de Satanás. Y ya se sabe de sobra que ambos se disputan el dominio del alma humana, haciendo del hombre la víctima propicia y excluyente de esta despiadada cacería. Resumiendo: esta ambivalencia, esta dualidad de los opuestos, también ha terminado por esclavizar al corazón humano – durante unos segundos me miró con sus ojos de color cambiante y luego agregó -: ¿Y que te hace creer que yo podría ser un enviado de Satanás?

-Porque el cola – yo digo cola al diablo- se vale de todo tipo de artimañas para socavar la fe en Cristo.

Otra vez la sonrisa burlona haciendo un rictus apenas visible en sus labios.

-Para vuestra desilusión, debo deciros que esta apreciación sobre Satanás es tardía. El diablo ya está con vosotros. Y vino precisamente a hacer honor a la semántica de su nombre: diábolo, igual a separar y desgarrar. Tú que hablas de la fe en cristo, yo debo decirte que cristo es la máxima figura diabólica.

-¿Cómo puede decir semejante blasfemia?

-¿Blasfemia…? Escucha esto: "si alguien viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y hermanos- sí, incluso su propia vida -, no puede ser mi discípulo". Lucas 14: 26. Basándonos en esta declaración de principios, términos, como armonía, bien común, justicia y paz, poco tienen que ver con la misma. Y como hijo excluyente del creador, vuestro dios-o sea, el opuesto – no persigue más fin que el dominio y la sujeción incondicional de todos los creyentes.

-Pero…como te llames. Eso es inaudito. Ofrendó su sangre para redimirnos del pecado.

La risotada de la entidad, parecía abrirse paso en el interior de las paredes.

-¡Ese es el dogma perverso! Pon atención: el concepto de existencia, se asienta filosóficamente sobre el rito de la sangre. Toda la vida ha sido concebida para matar. Y aquellos que no participan de esta concepción-hablo de la inocencia de los herbívoros-, han sido creados para satisfacer y fagocitar la ferocidad de sus predadores. Obviamente, el dios que os ha sido dado, se ha ungido en el predador por excelencia, desde el momento de hacer de su propio hijo, la víctima excluyente. Recuerda: seres concebidos para matar.

Sobrevino un particular silencio, que yo atribuí a una respuesta de mi parte que no supe ni pude elaborar. Pero aún había más.

-Tú sabes muy bien, que desde que el hombre comenzó a llevar registros escritos de sus acciones, las ofrendas de sangre han sido particularmente destacadas como pacto de comunión con tu dios. Primitivismo indigno en un dios impecable. La inmanencia del bien fue trastocada por una acción tenebrosa, propia de los ángeles caídos. Por eso todos ya habéis sido tomados por la entidad maligna. No tenéis más que sentaros frente a esas pantallas hogareñas que entronizan la estupidez humana, para daros cuenta que la decadencia del espíritu es harto manifiesta; que la autodestrucción de la raza es un hecho irreversible. La compasión ha muerto, y la misericordia – como último baluarte del espíritu administrado por vuestro dios – pronto saltará en pedazos aún entre aquellos que se sirven desesperadamente de la fe. ¡Ah! Pobre Jesús…

-¿Pobre…? No entiendo…

-Será el principal testigo en el juicio a su padre, al cual – entre otras cosas- acusarán de filicidio. Para el gran ordenador, eso de instrumentar la salvación del alma por medio de la inmolación del propio hijo, resulta una aberración total. ¡Cordero de dios que quitas los pecados del mundo! ¡Sangre para lavar los pecados de los hombres! Absurdo. Absurdo. Confusión mental lamentable. ¿Pero qué clase de padre es aquel que no es capaz de perdonar una falta de su hijo? ¡El hombre no vino al mundo por un acto volitivo! ¡Si tu dios le dio al hombre potestad sobre sus propios actos, es ese mismo dios quien debió haber asumido las consecuencias de tamaña responsabilidad!

Se mostraba colérico. Su enjuto e inasible cuerpo vibraba produciendo ruidos que yo jamás había escuchado.

Sentía que la realidad de esos momentos comenzaba a sobrepasar mi capacidad de comprensión.

Escindido, quebrado de la otra realidad de las cosas cotidianas, por momentos tenía la impresión de que mis pasadas contradicciones, se corporizaban a través de las contundentes expresiones de aquel ente.

En esos momentos, alzó su mano derecha y un rayo de luz blanquísimo hendió el aire como una estrella fugaz. Al instante, todo su cuerpo se volvió azul y una conmovedora paz pareció llenar todos los espacios físicos posibles; repentinamente, sentí que una pátina de éxtasis se deslizaba en medio de mis músculos, a modo de armonía indescriptible.

-¿Un juicio a Dios con Jesucristo como testigo de cargo? – pregunté, sin dar crédito a mi propia pregunta.

-¿Quieres saber concretamente, cuáles son las acusaciones que pesan sobre vuestro dios? Son muchas. Para decirlo en términos religiosos, un rosario de cargos. Pero se condensan en dos pecados capitales: abuso de poder y arrogancia.

Azul dejó su búdica postura y se tendió en el aire con las manos sobre la nuca, mientras las cajas permanecían en desorden sobre el piso.

Cada tanto, movía sus manos para capturar algunos de los compases de la novena, que vibraban en su majestuosidad sonora, a través de intrincadas e invisibles bandas del éter. Luego cerraba sus palmas, arrojando las notas musicales: -blancas, negras, corcheas y semicorcheas -, dentro de la caja.

A esta altura de la charla, yo estaba seguro que aquel seductor perturbador de los sentidos con formas humanas, no podía ser más que un enviado de Satanás, con el fin de poner a prueba la integridad de mi propia fe. Por eso había decidido seguirle la corriente, aún a riesgo cierto de saber que él leía y descifraba todos mis pensamientos.

-No lo tome usted a mal, pero me resulta temerario eso de acusar a Dios de soberbio y arrogante.

-Y es entendible tu postura. Tu dios se ha valido siempre del temor para sojuzgar a sus acólitos.

-Pero…

-Aguarda. Cuándo el Gran Ordenador ungió a tu dios, le encomendó una misión nueva y revolucionaria: la creación de un ser original, compuesto de materia y espíritu, es decir, cuerpo y alma. Un ser vivo dotado de un prodigioso cerebro que aún no ha aprendido a utilizar. Un ser que debería desarrollarse y evolucionar rodeado de otros seres vivos animados e inanimados que habrían de servir a sus fines superiores. Eso sí, el Gran Ordenador le advirtió a tu dios que no le cedería ninguno de los cotos de nuestro universo poli-dimensional. Por lo tanto, quedaba limitado a generar su propio universo dentro de la escala primitiva de los mundos tridimensionales. Aceptó tu dios-por otra parte no tenía otra opción-. Y después de divagar a través de los infinitos corredores del espacio- tiempo, se presentó ante la Suprema Deidad y le dijo que ya estaba preparado para llevar adelante el proyecto; que a la nueva criatura imaginada, al arquetipo de la especie nueva, le había bautizado hombre. Dijo tu dios que el hombre sería la envidia de todo ente pensante. Como ves, desde el inicio, tu creador comenzó a mostrar la hilacha con ese asunto de la soberbia.

.Aún con mis pensamientos expuestos impúdicamente, me atreví a comentar, no sin cierta ironía:

-Fenomenal tarea si la hay…

-Aún para un dios. Mientras su universo se conformaba en medio de grandiosas demostraciones de la energía en movimiento, el hábitat que había elegido para el hombre era motivo de una especial atención de su parte. Nosotros sabemos que se tomó largo tiempo para elaborar al hombre. Primero experimentó con toscas y primitivas formas de vida-execrables diría yo-, buscando recrear la escenografía más adecuada; ya sabes: montes, desiertos, bosques, selvas, ríos, océanos y montañas. Diversidad de climas y un sistema planetario para sustentar los principios gravitatorios de ese mundo. Mientras tanto, fueron surgiendo, en una sucesión de hechos, otras formas de vida, con una serie de aristas majestuosas. Especies, claro, al servicio de quien habría de ungir como rey indiscutido de su creación.

Esto lo comparto plenamente.

-Lo sé. Tu dios tuvo a buen recaudo dar a conocer su concepción a través de ese libro al que llamáis Biblia, en algunos casos, libro apócrifo por obra de mediocres intérpretes.

-Así es.

-El caso es que mucho antes de vuestro advenimiento, algo comenzó a salir mal. Con la creación pasa lo mismo que con las palabras: si uno no las controla, se termina por hacer menos efectivo el discurso.

-No entiendo.

-Pasó que en algún momento, tanta profusión de vida intercalada sin ton ni son, contribuyó a desquiciar el proyecto original. Ya sabes que tu dios se había comprometido ante el Gran Ordenador, a crear la más excelsa de las criaturas vivientes. Anatomía de formas que rozan la perfección; cerebro con un potencial de enorme riqueza de inventiva y expresión artística, y, como regalo adicional, dotarlo de un alma como elemento de intangibilidad sublime, canal de comunión entre creador y creado. Semejante criatura, no podría siquiera rozarse con la sombra del mal. Sin embargo, mucho antes de Adán, éste ya amenazaba germinar en un mundo infecto, en el cual, la destrucción y el crimen, se desarrollaban como sinos excluyentes de la existencia misma. Veo tu expresión de sorpresa. Verás, para sobrevivir, cada rama animal tenía su presa asignada, y a la vez, ésta era presa de otra; un mecanismo perverso de vida absolutamente innecesario y gratuito. Diría particularmente perverso. ¡Y no vengáis a decirme lo que dicen vuestros etólogos: que eso se hace en el nombre de los sagrados intereses del equilibrio de la vida…!

A punto de hacerle una pregunta, un gesto de él me detuvo: Azul había vuelto a capturar los compases sinfónicos, sólo que en esta oportunidad, a manera de enorme holograma, músicos y cantantes se desplegaban en derredor nuestro, confiriéndole a la partitura beethoveniana, una solemne escenografía.

Mientras la masa coral, solistas y orquesta giraba en torno a nosotros, de arriba hacia abajo y viceversa, los versos de Schiller circulaban por las invisibles aristas del recinto, en medio de una estremecedora belleza.

Me pregunté que portentoso poder tenía Azul para lograr semejante magia desplegada ante mis ojos. Lo ignoraba. Sólo una cosa tenía en claro: Satanás mostraba todo su refinado arsenal a fin de impresionarme.

Cuándo finalizó la Oda a la alegría, Azul movió su mano derecha en forma de abanico, y el holograma se esfumó delante de mi atónita mirada. Momento en que me animé con la pregunta.

-No entiendo eso de abuso de poder por parte de Dios.

-Espero que lo entiendas. Tu dios cometió un error imperdonable en un creador. Animado por su propia y soberbia egolatría, creyó que el hombre era la más acabada muestra lindante con la perfección. Una suprema conjunción electroquímica encastrada en millones de células con un programa independiente cada una, sometidas todas a un cerebro maravilloso, alter ego de su creación. Semejante muestra de perfección artesanal -debo reconocer que tu dios se encargó de armar una por una las moléculas como libros activos de un conocimiento preciso y sin fisuras – le dieron la convicción de que el hombre sería capaz de convertirse en un ser autónomo, capaz de manejar los fabulosos poderes con los cuales había sido dotado. Para usar un término bien humano, pastor, tu dios apostó a ganador con el hombre. ¡Nada de cadenas! ¡Cero de sujeción a sus resortes morales! ¡Viva el libre albedrío!

-Para eso nos dio como contralor nuestra propia conciencia… – argüí un tanto a la defensiva.

-¿De qué contralor me hablas, pastor? ¿De qué contralor? Vuestros ancestros han edificado toda la historia de tu raza sobre una enorme pira de cadáveres. Latrocinios, engaños, hipocresías, asesinatos… Hombre contra hombre. Hermano contra hermano… Pueblos enteros masacrados. Guerras en cadena; guerras locales; individuos solitarios que asesinan, sujetos a esa impronta de exterminio demencial; terrorismo tomando a tu dios como bandera- si no fuere trágico, movería a risa-; atentados en masa; ¿continúo? Sin duda, algo le salió mal a tu dios cuándo conformó ese complejo conglomerado de ADN; alguna fisura llevó la clave equivocada a ciertas neuronas responsables de la conducta, y la supuesta obra perfecta ¡crash! , comenzó a resquebrajarse, infecta por las pústulas del mal. ¿Consecuencias? El hombre se ha vuelto contra sí mismo, como consumado depredador de su especie. ¡El único animal de la naturaleza que mata por placer! ¡Y esto sucede, en medio de leyes que imponen la pena de muerte a sus actos de felonía! ¿Qué clase de obra perfecta crees que ha hecho dios con vosotros? Sal a la calle y verás en las miradas de tus supuestos hermanos, el odio fratricida. Deroga todas las leyes de contención de los instintos, y os puedo asegurar que en menos de un mes del calendario terrestre, vuestra preciada humanidad será un triste recuerdo…

Sorpresivamente, escuché ruido de pasos provenientes de los sectores de la galería que conducían al paraíso. Miré hacia la puerta en el instante en que ésta era abierta por un hombre rubio y de gruesos bigotes, quien al verme, echó la cabeza hacia atrás.

Señor… -dijo en una mezcla de estupor y forzada cortesía.

-Discúlpeme…-miré hacia el lugar dónde levitara Azul, y al notar que éste había desaparecido, intenté reordenar mi compostura–. Lo lamento, amigo. Me he dormido.

El hombre pareció darse cuenta que yo no era de temer.

-¿La música, tal vez…?

-No, no; al contrario. Beethoven forma parte de mi religión musical- lentamente había comenzado a avanzar en dirección a los ascensores-. Es que vengo con el sueño atrasado. El maldito estrés; tantas preocupaciones económicas; usted sabe.

-Lo entiendo, señor. No se preocupe. Permítame-abrió la puerta del ascensor-.Yo tengo las llaves de la salida de servicio.

Mientras el ascensor bajaba lentamente, le eché una mirada (no fuere que Satanás se hubiera mimetizado en ese empleado de maestranza): cara cuadrada, mentón saliente que lucía un hoyuelo pronunciado; bigotes gruesos cayendo en cadena hasta el maxilar, y ojos de un gris oscuro que parecían esconder una mirada turbia, casi provocativa.

"Liberad las leyes que sujetan la condición humana y todo hombre se convertirá en un asesino"

No era la frase exacta disparada por Azul, pero las palabras aspiraban a ser parte de la misma sentencia.

Miré nuevamente al hombre y vi que tenía en una mano una cuchilla puntiaguda y panzona, como la que utilizan los carniceros para despostar las medias reses.

La mirada continuaba suspendida en la nada, y por momentos, volvía a mi cuerpo en un moroso recorrido. Luego lo vi con un revólver. "Es un 38 largo", pensé. Al instante, el empleado del Colón, portaba una Mágnum, la temible 357. Entre todas las secuencias, habrían transcurrido unos 20 segundos

Al llegar a la planta baja, me acompañó hasta la puerta, y luego de hacer girar dos veces la llave, me pareció que me despedía con una sonrisa indulgente, entreabriendo sus labios gordos y morados.

Sentí de pronto que una mano zamarreaba uno de mis hombros.

-Le ruego que me perdone, pero hace más de una hora que lo veo dormitar y pensé que…

Sacudí mi cabeza. No estaba Azul ni el hombre rubio de bigotes cadena y tampoco me encontraba en el teatro Colón. Aún en medio de las imágenes difusas producidas a consecuencia de mi modorra, alcancé a ver una mujer alta y bella que me hablaba en acento ruso (no sé por qué pero pensé que era rusa).

Poco a poco, la escenografía de la confitería del Hotel Presidente fue incorporándose a mis retinas perezosas. ¡Al fin había vuelto a la realidad!

Efectivamente, la camarera había llegado un año atrás de Ucrania y el farragoso español no podía sustraerse a la fuerte fonología de las lenguas eslavas.

Cuándo miré el reloj, me sorprendí al comprobar que llevaba cuatro horas en la confitería, lugar al cuál había concurrido invitado por un grupo de pastores cordobeses que habían asistido al Congreso.

Mientras abonaba la consumición, recordé la acalorada disputa que habíamos tenido, a propósito de la obra de Dios; sin duda aquello había devenido en el sueño con Azul como protagonista excluyente.

Por Cerrito, caminé hacia la avenida de Mayo, con la intención de abordar el subterráneo de la línea A.

La noche se mostraba particularmente oscura, en medio de un cielo de color índigo.

El fulgor de las luces de la avenida y la de los carteles publicitarios, apenas dejaban entrever los puntos un tanto difusos de escasas estrellas.

Siendo medianoche, me llamó la atención ver a inusual cantidad de transeúntes. Todos caminaban de prisa girando la cabeza a diestro y siniestro (parecía un acto reflejo habida cuenta que yo mismo repetía esa especie de ritual colectivo). Varias veces giré la vista, empujado por una extraña aprehensión. Raro en un creyente, para quien el temor pertenecía al pasado. Sin embargo, por momentos, tenía la impresión de cargar en una imaginaria mochila a un ser inasible y ominoso.

Al acercarme a la intersección con la avenida Corrientes, comencé a percibir el rumoroso sonido de voces, con un trasfondo de golpes metálicos y estridentes.

Cada tanto, el ulular de sirenas lejanas-ambulancias, de bomberos o meramente policíacas, no lo sé- hendían el aire de la noche con sus lúgubres sonidos.

A medida que me acercaba al obelisco ("Pene sin profiláctico" "Símbolo fálico de los porteños fornicadores", al decir de mi amigo escritor) recién me percaté de un espectacular despliegue policial.

Al llegar a la avenida Corrientes debí detenerme: sobre las dos esquinas opuestas de Cerrito, vi estacionados varios patrulleros de la Federal, acompañados de una brigada de motociclistas de la división anti- disturbios.

Apostados sobre la esquina de la Diagonal Norte, se hallaban dos vehículos con tropas de infantería, mientras decenas de uniformados se movían presurosos tratando de cortar el tránsito que circulaba por la avenida 9 de julio y adyacencias.

Miré hacia el lado de Callao, justo en los momentos que la columna que se desplazaba por la avenida Corrientes, cruzaba la calle Libertad. Se trataba de una compacta muchedumbre que avanzaba de manera ruidosa – cacerolas, tapas y todo tipo de objetos metálicos, eran aporreados por la multitud – en medio de consignas hostiles. "¡Qué se vayan todos!" "¡Mueran los políticos!"¡"Ladrones!" "¡Fuera ya!". "¡Devuelvan la plata!" "¡Bancos ladrones!" "No al corralito", algunas de las frases de la furia verbal de los manifestantes.

Cuándo le pregunté a un transeúnte si sabía adónde se dirigía aquella multitud, me dijo que marchaban hacia Plaza de Mayo.

Durante casi una hora, pasaron delante de mis ojos, elegantes señoras empujando elegantes cochecitos de bebé; señoritas elegantes luciendo finas ropas, y señores elegantemente pulcros.

Cuándo pasó el último de los manifestantes portando un cartelón con la leyenda "De La Rúa duerme", me apresuré a cruzar la calle rumbo a la avenida de Mayo.

Al llegar a la más española de las calles porteñas, me topé con otra ruidosa marcha, salvo que, en este caso, los manifestantes volvían de la Plaza de Mayo.

A pocos metros del ingreso a la estación del subte, me detuve unos minutos a contemplar su paso: mujeres y hombres de piel cetrina, algunos con vestigios aborígenes en sus rostros. Muchachos con el torso desnudo, caminando en forma desafiante-circulaban con la cara cubierta por un pasamontañas- portando palos de regulares dimensiones, esgrimidos amenazadoramente.

Vi también parejas empujando a destartalados cochecitos de bebé, con criaturas que berreaban o dormitaban en su interior.

La multitud avanzaba casi en silencio-como si el derroche de gargantas se hubiera desgastado en la mismísima Plaza -, aunque alzaban con firmeza las pancartas.

"¡Tenemos hambre!". "¡Queremos trabajo!". " "¡Son todos ladrones los banqueros!" "Corriente Clasista Combativa" "P.O." "¡Viva la lucha piquetera!"

Al llegar con el 86 a Once- el subte había dejado de funcionar – tuve suerte: el último servicio de la 52, salía en ese momento rumbo a Luján.

Una hora y cincuenta minutos después, descendía en la estación La Fraternidad.-creo que ya les había comentado que mi amigo escritor alquilaba una casa quinta en aquel lejano paraje – en momentos que en mi reloj vi que faltaban cinco minutos para las dos de la mañana.

Durante las 4 cuadras que me separaban de"Villa María", caminé en soledad acompañado de los ladridos de los perros que marcaban celosamente sus territorios.

Sobre el portón de entrada de la finca, Brandy-el ovejero que había olfateado desde lejos mi presencia – meneaba el rabo y giraba sobre sí mismo como un trompo.

Decidido, avancé en medio de una doble hilera de casuarinas mientras otros dos pequeños perros de indescifrable raza, rasgaban la penumbra con ladridos cortos y acompasados.

Al llegar a la altura del quincho, vi que López Gómez se asomaba desde la puerta de la particular cocina de la casa (acoto lo de particular, porque la propiedad carecía de cocina en su nave central, y ésta había sido acondicionada en un galpón, a unos 30 metros de la fachada principal); enseguida pensé que no se había acostado preocupado por mi tardanza.

-¿Qué hacés levantado, gallego?

-¿Qué te pasó que llegaste tan tarde?- preguntó a su vez.

-Si te cuento, té ponés a escribir. Es para una novela. ¿Y Francisco? ¿Cómo anduvo hoy?

-Un poco mejor. Se castigó todo el día en la pileta. Debe haberse metido cada media hora. También…, con el calor que hizo…

-Bueno, si no te enojás, yo me voy a cebar unos mates antes de ir a dormir.

-Te acompaño. Estoy como desvelado -López Gómez, servicial como siempre, ya había colocado la pava sobre el fuego-. ¡Ah…!, Cachi…, ¿por qué me dejaste escrita esa cita bíblica?

-¿Cita bíblica…?- imaginé que miraba a mi amigo con un gesto de incredulidad- ¿Me estás cargando? ¿De qué cita me hablás?

-De ésta – López Gómez, detrás de la mesa, me alcanzaba una hoja escrita.

Me puse a leer:

"Lo arrebatas como con torrente de

aguas;

son como sueño,

como la hierba que crece en la

mañana.

En la mañana florece y crece;

a la tarde es cortada, y se seca.

Porque con tu furor somos

consumidos,

y con tu ira somos turbados.

Pusiste nuestras maldades delante de

Ti.

Nuestros yerros a la luz de tu rostro.

Salmo 90. Vers. 5, 6,7,y 8.

PD) Pastor: Lo inexplicable es explicable a la luz de otra dimensión para el espíritu. Volveremos a vernos.

"Azul."

 

 

 

 

 

 

Autor:

José Manuel López Gómez

lopezgomez7[arroba]hotmail.com

Escritor "argentino" nacido en España

www.sanesociety.org/es/JoseManuel

Acepto y agradezco comentarios

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