Plutarco Elías Calles: el fin del caudillismo y la fundacion del partido nacional revolucionario en México
Enviado por marcos cueva
- Resumen
- Introducción
- Un México todavía convulso
- Calles y la ley
- Calles contra el caudillismo
- Un Maximato sin caudillo
- Conclusiones
- Bibliografía
Resumen
Mediante la creación del Partido Nacional Revolucionario, en 1929, Plutarco Elías Calles, presidente de México entre 1924 y 1928, buscó consolidar el fin del caudillismo y crear las condiciones de una democracia con competencia de partidos. La movilidad ascendente de una nueva clase política "revolucionaria" bloqueó este esfuerzo e intentó a su vez hacer de Calles un "hombre fuerte", aunque sin mayores resultados, salvo entre 1930 y 1932.
La fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en México tuvo lugar en 1929. Este partido suele ser considerado como el antecedente del actual Partido Revolucionario Institucional (PRI), aunque este último fue creado varios años más tarde y con características distintas de la organización que surgiera en 1929. No es que el PRI no haya heredado muchas de las intenciones del PNR, pero este se transformó en un partido corporativo bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas (cuando se convirtió en 1938 en Partido de la Revolución Mexicana, PRM) y utilizó luego esta corporativización para beneficio de objetivos distintos a los del PNR en 1929 (el PRI como tal surgió a su vez en 1946). En la medida en que el PNR se creó por iniciativa de Plutarco Elías Calles, presidente de México entre 1924 y 1928, no es posible atribuirle las funciones del PRM ni las del PRI. Las circunstancias de fuerte crisis económica, social y política en las cuales apareció el PNR difieren de las circunstancias más estables en las cuales surgieron el PRM y el PRI.
En este texto precisaremos estas circunstancias de creación del PNR y el papel de Calles, ya que hasta la actualidad los textos más socorridos en México sobre la historia del periodo no suelen considerar ni el texto íntegro del último informe de Calles, el 1º de septiembre de 1928, ni los distintos testimonios que relativizan la creencia de que un "jefe máximo" -el mismo sonorense, quien en realidad era bastante impopular- pudo imponer su voluntad de 1929 a 1935, cerca de seis años. Los testimonios recogidos aquí sugieren algo distinto. Por lo demás, consideramos que la "voz popular" -que en México no tenía particular aprecio por Calles- no puede ser el punto de partida para hacer la historia del periodo, sobre todo cuando en éste estaban desatadas todavía las más diversas ambiciones personales. Estas mismas solían permitir esa "voz popular" escudada en el anonimato. Así, el periodo que en México va de 1928 a 1934 aún sigue siendo leído de manera distorsionada y con poca compresión sobre lo que significó de anulación de la autoridad de Calles, así se lo adulara y se lo convirtiera en "Jefe Máximo".
En vísperas de la fundación del PNR, México salía de varias convulsiones, la más reciente de ellas por el asesinato del candidato presidencial Alvaro Obregón en 1928. Este asesinato le costó mayor impopularidad a Calles, visto por muchos -obregonistas incluidos- como la probable mano detrás del crimen, directa o indirectamente, en particular a través de Luis N. Morones -para ese entonces Secretario de Industria, Comercio y Trabajo– y su Grupo Acción. "Los días que siguieron a la consumación del crimen, escribió Emilio Portes Gil, no fueron menos aciagos. El Presidente se hallaba debilitado, su autoridad estaba casi extinguida y fuera de unos cuantos de sus amigos y colaboradores más cercanos, casi no lo visitaba nadie. La casa que habitaba en la Colonia Anzures se encontraba desierta ( )" [1]En desgracia y ante la sospecha, a Calles lo habían dejado solo. A petición de Portes Gil y otros políticos (Luis L. León y Marte R. Gómez, en particular), Calles aceptó de todos modos las renuncias de Morones y otros líderes laboristas y luego la de Roberto Cruz, Jefe de Policía del Distrito Federal. Por lo demás, Portes Gil ha dejado constancia de que Calles de inmediato manifestó que no pretendía seguir en el cargo presidencial[2]pese a las sospechas de algunos obregonistas. "En efecto, escribe Portes Gil, para nadie de los que (actuaban) en aquella época en la política de México, fue un secreto que algunos de los Secretarios de Estado que colaboraban con el Presidente Calles y a quienes mayor confianza llegó a dispensar, unidos a elementos militares adictos a él, le insinuaron la conveniencia de que, haciendo caso omiso de nuestras leyes constitucionales, se prorrogara el mandato presidencial, dizque para evitar al país una agitación innecesaria, lo que habría equivalido al desconocimiento de la Constitución General y a la instauración de la dictadura ( ) tales insinuaciones ( ) fueron rechazadas enérgicamente por el Jefe del Ejecutivo"[3] . "Recuerdo, escribe asimismo Portes Gil, que cuando el señor ingeniero Luis L. León y yo le hicimos ver nuestra alarma por las actividades que ya tomaban cuerpo, recibimos de parte del general Calles la agradable contestación de que, en efecto, algunas de las gentes que estaban cerca de él en el Gabinete trataban de inducirlo a cometer tal desacato, pero que ya les había ordenado se abstuvieran de tratar este asunto, pues él no se prestaría a un golpe de estado, ya que no era otra cosa lo que se le aconsejaba"[4] Parece bastante obvio que de haberlo querido Calles habría aprovechado la ocasión -más si él había contribuido a crearla, como se rumoreaba- para perpetuarse en el poder. Sin embargo, el sonorense parece haber tenido sentido del límite.
Luego del asesinato de Obregón, el acto más importante de Calles -y de gran alcance- fue el de convocar a los principales jefes militares del país para convencerlos de no volver a ambicionar el poder. Esta convocatoria tuvo lugar en julio de 1928 y buscó obtener de esos jefes militares el compromiso de no dividirse ni de aspirar a la presidencia. Después de una nueva reunión el 5 de septiembre de 1928, Calles quiso que ningún militar postulase a ninguna de las presidencias: ni a la interina, ni a la constitucional.
De acuerdo con el informe del 1º de septiembre de 1928, Calles parece haber visto en Obregón a un "caudillo", popular sin duda, pero de todos modos "caudillo", "hombre fuerte" si se quiere. Obregón era ante todo militar, estratega victorioso del Ejército Constitucionalista, vencedor de Francisco Villa en la batalla de Celaya y tal vez menos "político" que hombre de armas. Calles nunca destacó militarmente, pero en cambio sí lo hizo en la política, desde que ocupara un cargo de importancia en el gabinete de Venustiano Carranza y fuera asimismo gobernador de Sonora. Durante la presidencia de Obregón (1924-1928), Calles también ocupó un cargo importante y clave para el manejo político del país.
El asesinato de Obregón no era el único problema. El país salía apenas de la guerra cristera, la mal llamada "Cristiada", al final de la cual – y sobre todo gracias a la mediación del presidente interino Emilio Portes Gil (sucesor de Calles)- se pudo pacificar las regiones en disputa y al mismo tiempo restarle a la Iglesia el poder que quería mantener, como lo había mantenido desde la época colonial, con la excepción del periodo juarista.
Por otra parte, Calles se encargó en 1929 de la última rebelión militar de importancia (con la excepción del cedillismo potosino), la rebelión escobarista que tuvo como epicentro el Plan de Hermosillo. Así, al momento de la fundación del PNR, la Iglesia y el Ejército prácticamente salían ya de la escena política mexicana, hecho excepcional por contraste con el resto de América Latina, y que contribuyó a la estabilidad política de México por décadas. Con la rebelión escobarista se depuró el ejército. De hecho, al frente de esta rebelión sin mayor programa estaban militares descontentos con Calles tal vez en parte por haber sido desplazados del poder, aunque hubiera excepciones (encabezaron la rebelión Gilberto Valenzuela, Francisco R. Manzo, Roberto Cruz, Ricardo Topete, Aurelio Manrique, Fausto Topete, Alejo Bay, Ramón Iturbe, Román Yocupicio y Claudio Fox; cabe hacer notar que Cruz y Fox habían tenido papeles turbios en los últimos tiempos del obregonismo). Aunque debió combatir a los rebeldes el general Joaquín Amaro, un accidente se lo impidió y Portes Gil nombró como Secretario de Guerra y Marina – -el tiempo de aplastar al escobarismo – a Plutarco Elías Calles, quien expresó al final de la contienda que México seguramente se adentraba en una etapa de mayor tranquilidad. Calles había constatado en que solían consistir las ambiciones de muchos jefes militares (fue de hecho el caso conocido de muchos escobaristas): "( ) quiero insistir sobre este punto, declaró el sonorense, señalando la dolorosa injusticia, inevitable, de que sean los oficiales y en general todos los jefes subalternos, los que sufran constantemente las consecuencias de la deslealtad de sus malos jefes, quienes, cuando se lanzan a la rebelión, tienen ya de antemano, casi siempre, resuelto el problema de su retirada y de la salvación de sus vidas y fortunas, en tanto que entregan sin el menor sentimiento de pundonor o de hombría, a los jefes subalternos y a la oficialidad, o a la muerte, o a una vida de deshonor, de obscuridad y de miseria, con lo que pagan fatalmente el error de haber aplicado, para norma de su conducta en los movimientos rebeldes, las reglas precisas de disciplina y de obediencia ( )"[5] , reglas que según Calles fueron puestas ahí para el Estado y no para "satisfacción de ambiciones personales" [6]
De igual modo, la crisis económica no tardaría en golpear a México -como consecuencia de la Gran Depresión de 1929-: si este fenómeno se hizo sentir con fuerza durante la presidencia de Pascual Ortiz Rubio y en particular en los años 1931 y 1932, para 1933-1934 (cuando llegó finalmente Cárdenas al gobierno) ya había quedado en gran parte atrás y la recuperación parecía iniciarse. Al mismo tiempo, el presidente Calles había tenido que vérselas algunos años antes con una amenaza de intervención estadounidense muy pocas veces mencionada, que tuvo como pretexto el petróleo, cuando en enero de 1927 venció el plazo para que las empresas extranjeras se registraran y obtuvieran concesiones confirmatorias de acuerdo con la ley [7]Estados Unidos pensó en intervenir y sólo una hábil maniobra mexicana de espionaje desbarató el plan en ciernes. Sucede simplemente que en esta materia, como en materia religiosa y militar, Calles había buscado hacer valer la ley, topándose con los "usos y costumbres", en este caso de empresas del exterior que estaban acostumbradas a hacerse de la vista gorda ante los ordenamientos mexicanos.
El hecho de que se hiciera valer la ley -consiguiendo su observancia- no hace de Calles un curioso "personaje" como el que retrataran por ejemplo Enrique Krauze y Jean Meyer. Este último insinúa las simpatías de Calles por "la grandeza de Alemania" y las "realizaciones de Mussolini" (estas últimas simpatías no fueron del todo falsas y hoy están documentadas)[8] y luego da cabida a un testimonio del general Roberto Cruz recogido por el periodista Julio Scherer en el periódico mexicano Excélsior y retomado luego en un libro con un título que bien pudiera sonar despectivo (El indio que mató al padre Pro): "era como carne reseca a la que no entra el cuchillo, relata Cruz sobre Calles. Su sangre no formaba un torrente cálido, palpitante, sino un caudal de temperatura siempre fría. Era soberbio y su comportamiento como si él mismo fuese el águila y la serpiente de nuestro escudo. No podía ofendérsele, porque era tanto como mancillar a la patria. Una contradicción a sus deseos llegaba a ser una negativa a un servicio nacional. En su rostro, lleno de ángulos, que a ratos parecía tallado en roca; en sus ojos, que a veces de tan severos parecían malignos; en su misma voz, que sólo por excepción fue efusiva y nunca dejó de ser dominante, se encuentran elementos objetivos del carácter de ese hombre que se llamó Plutarco Elías Calles. Pero era, al mismo tiempo, inteligente y organizado, probo, revolucionario de convicción y más bien sobrio en sus costumbres personales. Recelaba de casi todo el mundo, aunque se confió en exceso en algunos amigos que llegaron a traicionarlo"[9]. Cruz no está lejos de describir a Calles como un dictador: "era omnímodo y absoluto. Si por dictador debe entenderse a un hombre que nada vislumbra, que nada concibe más allá de su voluntad, Calles ha sido la estampa viva del dictador de México. No era sanguinario, en el sentido de que gustase matar, de que experimentase complacencia en el acto mismo de ver caer a un hombre, pero tampoco le inquietaba ese acto postrero y en cierto modo supremo de la existencia. Sin que le temblase la voz, sin que se alterase un músculo de su cara, tranquilo como si acabara de tomar un baño de agua tibia, podía disponer -y hasta con indiferencia- de la vida de los demás. Su pulso no se alteraba por ello ni desviaba la línea de su pensamiento"[10]. Meyer no dice que Cruz fue sospechoso de estar involucrado en el asesinato de Obregón, por lo que fue removido por Calles (a petición de los obregonistas), ni que el mismo Cruz creyó resolver sus diferencias con el general sonorense por la vía de las armas durante la rebelión escobarista.
¿Qué tipo de "dictadura" era ésta? Parecía ser la de quien quiere imponer la idea sobre la realidad (¿deformación de maestro?): "cierto cartesianismo -escribe Meyer- no persigue nada más que la perfección intelectual pura, y Calles tenía algo de esa actitud ( ) Por eso la presidencia de Calles ( ) -prosigue Meyer- era impaciencia pura, impaciente Morones, impaciente Gómez Morín, que no pueden satisfacerse con las costumbres, con un estado determinado, con situaciones estables, con el mundo tal cual es "[11]. Frente a esta supuesta artificialidad impuesta desde arriba estaba el mundo natural, por ejemplo el de los campesinos cristeros, diríase que casi tan naturales como el paisaje: "hay un México visible y un México invisible -escribe Jean Meyer. Invisible, en particular, el México de la gente del campo, gente que constituye como mayoría "la nación" aunque bien poco cuenta en la dirección del estado y bien poco es tomada en cuenta por los intelectuales. Así ocurren los fenómenos de "grande peur" ( ), cuando los campesinos se movilizan. Actúan como fuerzas misteriosas, como fuerzas elementales de la naturaleza y, sea Lozada, sea Zapata, sean los cristeros, provocan el mismo horror que causan también los terremotos o los huracanes" [12]En realidad, el problema estaba entre quienes querían conseguir la observancia de la ley -algo propio de cualquier país moderno, de Francia a Estados Unidos- y quienes buscaban darle la vuelta y evitarla en nombre de "usos y costumbres", "tradiciones", "voces populares" y otras de las apariencias del mundo "tal cual era". Ese había sido el trasfondo del conflicto religioso: la Iglesia, en nombre de algo así como lo "tradicional", lo que "siempre había existido", trató de eludir la ley, que por lo demás no es asunto de una "idea" ni de "impaciencia", sino de lo que los estadounidenses llaman enforcement. Calles simplemente no había querido saltarse la ley en nombre de los usos y costumbres.
Meyer no menciona que el detonante del conflicto con los cristeros no fue la llamada "Ley Calles", sino el intento de la jerarquía católica por volver al estado de cosas del Porfiriato, cuando a la Iglesia se le reconocía personalidad (1873), pese a las leyes de Reforma, mientras que el artículo 130 de la Constitución de 1917 había terminado con esa personalidad jurídica. Esta polémica fue retomada por Alfonso Taracena, por lo demás un relator de la Revolución con mínimas o incluso nulas simpatías por Calles. El Comité del Episcopado Mexicano se vanagloriaba de que en el pasado las leyes hubiesen quedado en letra muerta o papel mojado, como se quiera decir: "si los católicos no acudieron a los medios legales para la reforma de la Constitución de 1857, decía este Comité, se debió, entre muchas otras razones, a que con prudente acuerdo de los gobernantes, tales leyes se quedaron "solamente" escritas, porque entendieron que así convendría hacerlo para el bienestar de la Nación, y en la práctica, la Iglesia pudo, aunque empobrecida, multiplicar sus Escuelas y Colegios, sus Asociaciones Religiosas y sus Obras de Beneficencia, al grado que alguien dijo que si Juárez hubiera resucitado y visto los resultados de su obra, se habría muerto. Igual cosa pasó con la Constitución de 1917, y menos necesario era procurar la reforma de la Constitución, cuando vimos que su autor, el señor Carranza, fue el primero, al año de expedida, en reprobar sus artículos antirreligiosos y proponer su reforma"[13]. Desde luego que la Constitución de 1917 nunca había sido antirreligiosa, contra lo que afirma aquí el Comité, máxime que, como lo recordó Calles en carta a José Mora y del Río y Pascual Díaz, las libertades de pensamiento, de culto, de enseñanza, de asociación y de prensa quedaron garantizadas en los artículos 3º, 6º., 7º., 9º, y 24º. de la Constitución[14]Lo que Calles quería evitar era la vuelta a una "situación de tolerancia" -como la solicitada por Mora y del Río y Díaz- como la de 1873, que de algún modo reconocía la personalidad de las Iglesias y creaba así un "Estado dentro del Estado". Contra esto, la Constitución de 1917 había establecido que "La Ley no reconoce personalidad alguna a las corporaciones religiosas denominadas iglesias", y los ministros de culto, no perseguidos, pasaron a ser "( ) personas que ejercen una profesión y que estarán estrictamente sujetos a las leyes que sobre la materia se dicten"[15]. Pese a los excesos anticlericales, que los hubo, el argumento de Calles no iba dirigido contra la religión, sino contra la ignorancia y los riesgos de que ésta fuera manipulada por aquélla.
El mensaje del 1º de septiembre de 1928 sobre el que volveremos tuvo otro sentido y fue en la dirección contraria a la de un hombre que supuestamente hubiera querido imponer su (igualmente supuesto) "cartesianismo" a una "nación profunda". ¿Qué significaba que México viviera sin la observancia de la ley? En concreto, que el poder seguía siendo visto como botín para ambiciones personales que igual podían escudarse en la Iglesia o en el ejército. Para 1928-1929, estos estamentos se hallaban en retirada. Sin embargo, no sucedía lo mismo con la llamada "clase política".
No estuvo lejos la ambición de muchos políticos mexicanos el convertir a Calles en un nuevo "caudillo". Volveremos sobre este tema. Sin embargo, el sonorense estaba consciente, así fuera a grandes rasgos, de los males que el personalismo había provocado en la Historia de México y como pudo -no sin tropiezos- se defendió durante el llamado "Maximato" de los intentos por convertirlo en "hombre indispensable". "El juicio histórico, declaraba Calles en el informe del 1º de septiembre de 1928, como juicio a posteriori en todos los casos, es frecuente y necesariamente duro e injusto, porque se olvidan o ignoran muchas veces las circunstancias imperiosas que determinaron las actitudes y los hechos, y no seríamos nosotros los que en esta ocasión pretendiéramos analizar situaciones de México, desde su nacimiento a la vida independiente como país, para arrojar toda la responsabilidad o toda la culpa sobre los hombres a quienes los azares de la vida nacional, la condición inerte de las masas rurales, ahora despertadas por la Revolución, y una dolorosa condición de pasividad ciudadana casi atávica en las clases medias y submedias, también ahora por fortuna despiertas ya, las convirtió en caudillos, identificándolos, por convicción, por lisonja o por cobardía, con la patria misma, como hombres "necesarios y únicos""[16]. Bien vale la pena destacar que este párrafo es muy claro: en la creación de "caudillos" en la Historia de México no solo operó la imposición desde arriba o tal vez la sola brutalidad del "hombre fuerte"; también actuó una voluntad -consciente o no- de moldear al "hombre necesario y único" desde abajo, por convicción, pero también por distintos defectos, desde la adulación hasta la cobardía (¿tal vez para que a su vez distribuyera poder y favores?).
"No necesito recordar -proseguía Calles en su informe- cómo estorbaron los caudillos, no de modo deliberado quizás, a las veces, pero sí de manera lógica y natural siempre. La aparición y la formación y el desarrollo de otros prestigios nacionales de fuerza, a los que pudiera ocurrir el países en sus crisis internas o exteriores, y cómo imposibilitaron o retrasaron, aun contra la voluntad propia de los caudillos, en ocasiones, pero siempre del mismo modo natural y lógico, el desarrollo práctico evolutivo de México, como país institucional, en el que los hombres no fueran, como no debemos ser, sino meros accidentes sin importancia real, al lado de la serenidad perpetua y augusta de las instituciones y las leyes" [17]Con todas estas palabras parecía cerrarse un capítulo que Obregón muy imprudentemente buscaba prolongar, probablemente sin mayor visión de país, pese a los logros de su mandato (1920-1924). En adelante, Calles consideró que otras medidas eran necesarias, e ideó en particular la institucionalización de la "familia revolucionaria" con tal de que tuviera programa e ideología y de que supiera defenderlos frente a otros grupos e intereses políticos. Fue así que surgió la idea de un partido revolucionario.
Así, la convocatoria a la formación de este partido surgió a finales de 1928, pasada la crisis por el asesinato de Obregón, y se oficializó en enero de 1929, con el llamado a una Convención en la ciudad de Querétaro en marzo de ese mismo año. En principio, Calles debía dirigir el nuevo partido, pero se desistió pronto. Los estatutos de la agrupación, aunque bastante generales, no dejaron mayor lugar a dudas: seguían la "línea revolucionaria", ponían el acento en la defensa de los artículos 27 y 123 de la Constitución (para la defensa de las reivindicaciones de los campesinos y los obreros), reivindicaban al "conglomerado indígena" y reiteraban la importancia de defender la soberanía nacional[18]Hasta hace poco, era mínimo lo que se sabía sobre las ideas de Calles al llamar a formar este partido, que tomó finalmente por nombre el de Partido Nacional Revolucionario.
Justamente contra las ideas de Calles, sobre las que volveremos un poco más adelante, la Convención de Querétaro tomó otro rumbo: se convirtió en arena de disputa por la candidatura presidencial entre los partidarios de Aarón Sáenz y los de Pascual Ortiz Rubio, en medio de toda suerte de intrigas. En vez de concentrarse en el programa, el recién creado partido se adentraba en los personalismos que parecían interesarle a la naciente "clase política" -por llamarla de algún modo- mucho más que el programa y que la competencia con otros grupos políticos.
Así las cosas, el PNR corría desde entonces el riesgo de convertirse en medio de ascenso de esa "clase" y de reproducir al mismo tiempo el fiasco ante los electores. Ahora se sabe, gracias al material de archivo disponible, que era precisamente lo que Calles quería evitar. En 1929, Calles consideraba que la Revolución Mexicana había fracasado en la política: "La Revolución, declaraba después de fracasada la rebelión escobarista y después de la Convención de Querétaro-, el movimiento material y moral que viene operándose en nuestro país desde 1910, ha sido un éxito, a nuestro modo de ver, en el campo económico-social, y no creemos que pueda culpársenos de vanidosos (por la parte de responsabilidad o de insignificante mérito que podamos haber tenido en este punto), si afirmamos que también en el terreno administrativo y constructivo de la política ejecutiva del gobierno federal y de algunos gobiernos locales no ha fracasado la Revolución. Pero en el campo meramente político, en el terreno democrático, en el respeto al voto, en la pureza de origen de las personas o de grupos electivos, ha fracasado la Revolución" [19]Adelantándose sin quererlo en la crítica a los males de un presidencialismo que habría de consolidarse con la figura de Lázaro Cárdenas, aunque éste no fuera un "caudillo" al estilo de Obregón, Calles lamentaba que la política mexicana pendiera siempre del hilo de las decisiones del presidente, sin "cuerpos intermedios", por así decirlo. "( ) la misma mayoría revolucionaria del país -expresaba el sonorense- repudia abiertamente fórmulas y formas de orden político, y discute o niega la legitimidad de numerosos y diversos representantes de la autoridad ( ) Y de esa convicción que se traduce naturalmente en impopularidad de autoridades, en desprecio para otras, y en un sentimiento de desconsuelo, de real y generalizado escepticismo político, perfectamente explicable, resulta un estado de pasividad aparente de verdadera inercia nacional en materia política, sólo interrumpida o sacudida por acciones y reacciones locales, por murmuraciones constantes y por constantes desconfianzas justificadas que son, como es natural, fácil abono para hacer germinar propósitos sediciosos o propagandas subversivas de cualquier orden ( ) En estas condiciones, la verdad, la verdad honrada es que el país sigue a los gobiernos en las crisis políticas o militares ( ) casi única y exclusivamente por confianza en el ejecutivo federal ( )[20].
En otras palabras, Calles no había querido un PNR para que fuera la arena de disputas entre faccionalismos, cada uno con su figura. Después de constatar que en materia social y económica la Revolución Mexicana había tenido un fuerte impulso desde abajo, plasmado por lo demás en la Constitución, Calles parecía esperar otra "revolución desde abajo" en materia política, algo que no sucedió, ni con el PNR ni mucho menos después, con el personalismo extremo de Cárdenas.
Cabe hacer notar que tampoco estaba en las intenciones de Calles crear nada parecido a un "partido único" o "partido de Estado" -el débil PNR no alcanzó a serlo, al menos no por el peso que seguían teniendo los faccionalismos, hasta que en 1933 se modificó la estructura de afiliación por grupos políticos y se pasó a una estructura por individuos, pasando a ser éstos y no aquéllos la célula de la agrupación[21]En las mismas declaraciones referidas y llamando por lo demás al saneamiento y la "depuración" del PNR -que en cierto modo nacía mal, por las disputas entre "rojos" y "blancos" en vísperas de las elecciones -, el ex presidente sonorense decía: "por esto, porque el correctivo, porque el saneamiento material y moral de orden político a que vengo refiriéndome, sólo puede resultar de la acción, del juego de verdaderos partidos políticos, y porque, naturalmente, la responsabilidad, ante la opinión revolucionaria, tiene que recaer en las organizaciones políticas de matiz o de carácter revolucionario, es por lo que señalo ( ) al Partido Nacional de esta tendencia ( ) (para) reparar los errores que la Revolución haya cometido en materia política. ( ) Tienen también naturalmente los demás grupos o partidos no revolucionarios o identificados con el Partido Nacional Revolucionario, por su inercia, por su indiferentismo o por su falta de vigor, su parte de responsabilidad en el fracaso político que considero, por lo que ratifico en todas sus partes ( ) la necesidad imperiosa de que ( ) se permita que estén representadas todas las tendencias y todos los intereses legítimos del país, con lo que tengo la más firme convicción de que no sólo no se ponen en peligro, sino se afirman y se hacen inconmovibles, se consagran en una palabra, las conquistas de la Revolución" [22]Para Calles, la misión del PNR debía ser "( ) unir a la familia revolucionaria del país, facilitando la vida institucional de México, por el ejercicio democrático de dicho partido y el estímulo de formación y desarrollo de otros partidos antagónicos, incluso de doctrina"[23]. Dichas así las cosas, lejos de instaurar un monopolio político de (y en) la Revolución Mexicana, se aspiraba a concretar también una política desde abajo, de competencia, que debía dar lugar a un régimen de partidos y también a uno de sana competencia democrática dentro del mismo PNR. Si le tocaba ganar al PNR, era entonces no por ese monopolio, ni por su capacidad para granjearse allegados mediante la corporativización (a diferencia de lo que sucedió con Cárdenas y el Partido de la Revolución Mexicana, que creó los sectores obrero, campesino, popular y militar), sino por la capacidad para demostrar tener la razón y seguramente que también para concretar lo prometido. "Que cada quien haga su parte en esta obra de depuración y de verdad política", pedía Calles[24]Ya había dicho el sonorense en su informe del 1º de septiembre de 1928: "nos hallamos ya los revolucionarios suficientemente fuertes; tenemos ya conquistadas en la ley, en la conciencia pública y en los intereses de las grandes mayorías, posiciones de combate por hoy indestructibles, para no temer a la reacción; para invitarla a la lucha en el campo de las ideas, puesto que en la lucha armada, la más fácil y sencilla de hacer, hemos tenido triunfos completos, triunfo que, por lo demás, en este terreno de la contienda armada, siempre ha correspondido, en nuestra historia, a los grupos que representan tendencias liberales o ideas de mejoramiento y de avance social" [25]
Puede decirse que el mérito de Calles -en franco contraste con Cárdenas- estuvo en no confundir el partido y el Estado-nación, según consta en estas líneas en las cuales el sonorense tenía interés en que estuvieran representados todos los intereses del país. "Quiero decir, expuso Calles el 1º. de septiembre de 1928 ( ) que este templo de la ley parecerá más augusto y ha de satisfacer mejor las necesidades nacionales, cuando estén en esos escaños representadas todas las tendencias y todos los intereses legítimos del país, cuando logremos ( ) por el respeto al voto, que reales, indiscutibles representativos del trabajador del campo y la ciudad, de las clases medias y submedias, e intelectuales de buena fe, y hombres de todos los credos y matices políticos de México, ocupen lugares en la representación nacional, en proporción a la fuerza que cada organización o que cada grupo social haya logrado conquistar en la voluntad y en la conciencia pública, cuando el choque de las ideas sustituya al clamor de la hazaña bélica; cuando, en fin, los gobiernos revolucionarios, si siguen siendo gobierno porque representen y cristalicen con hechos el ansia de redención de las mayorías, tengan el respaldo moral y legal de resoluciones legislativas derivadas o interpretativas o reglamentarias de la Constitución en que hayan tenido parte representantes de grupos antagónicos" [26]
Ni siquiera un cronista de la Revolución tan exhaustivo como Alfonso Taracena aquilató lo que Calles había dicho ese 1º de septiembre de 1928. "El general Calles, describió Taracena, en la parte expositiva de su mensaje, escrito por el doctor José Manuel Puig Casauranc en forma ampulosa, confusa, cansadísima, inacabable ( ) empeñó su palabra de honor de que no volvería a la Presidencia de la República después del 30 del actual en que se retirará del poder" [27]"Voz popular", o en todo caso como si recogiera algo de ella, Taracena prosiguió: "(Calles) elogió al general Obregón y terminó por anunciar que el caudillismo ha desaparecido de México. Para los ( ) cronistas parlamentarios, esto hace que el soporífero mensaje se convierta en un documento político "de un interés tan grande y de tanta trascendencia histórica" como ninguno. A pié juntillas creen que el general Calles no volverá a mandar"[28]. ¿Hasta dónde había motivos para esta creencia más o menos popularizada sobre el gusto de Calles por el poder?
En realidad, Calles, presidente de 1924 a 1928 (cuatro años), mandó indirectamente -según veremos- durante el periodo de Ortiz Rubio (1930-32), cerca de tres años, y prácticamente no tuvo injerencia de gran peso en las presidencias de Portes Gil ni de Abelardo L. Rodríguez. En suma, Calles mandó directamente cuatro años y "tuvo el poder" apenas un año más que Lázaro Cárdenas, pero la "voz popular" quiso que el sonorense fuera recordado como un "Jefe Máximo" en franca contradicción con un discurso al que por lo demás nunca se prestó -ni en la historiografía posterior- la debida atención, fuera de las frases sobre el fin del caudillismo y el paso a un país de "instituciones y leyes". Poco pareciera haber importado que el discurso del 1º de septiembre de 1928 cerrara con broche de oro una etapa rapidísima en la que en muy pocos años, a través del conflicto cristero y de la profesionalización del ejército, México creó un régimen de estabilidad único en toda América Latina, aún con la tensión posterior con el populismo y el corporativismo cardenistas.
Resulta paradójico que se haya querido convertir a Calles en el "caudillo" que él mismo rechazaba ser en 1928, cuando no quiso permanecer en un cargo que no le correspondía. Fue así, dentro de una dinámica que explicaremos un poco más adelante, como al sonorense se lo designó "Jefe Máximo" del proceso revolucionario. No cabe duda de que fue hasta cierto punto "hombre fuerte" al que muchos consultaban después de que hubiera pasado a retiro. Sin embargo, las memorias de dos de los presidentes mexicanos -Emilio Portes Gil y Abelardo L. Rodríguez- durante el periodo conocido como "Maximato" (justamente por la supuesta omnipresencia de un "Jefe Máximo") arrojan dudas sobre lo que estuvo sucediendo de 1929 a 1934.
Parece innegable que Calles llegó a dejarse adular y a confiar en gente que no lo ameritaba, como lo señalara Roberto Cruz, ya citado. No es de descartar que esa situación se presentara en medio de la vulnerabilidad personal: desde 1927 había fallecido Natalia Chacón, primera esposa del sonorense, y Calles volvió a casarse en 1930 con Leonor Llorente, quien murió sin embargo en tan pronto como en 1932. Según el testimonio en la película El General, Alicia Calles, hija del sonorense, no dudaba en afirmar que su padre se había visto rodeado de aduladores y que ello bien ameritaría una reflexión sobre las formas del poder. De la misma opinión -por lo demás coincidente con la de Cruz, bien leída- fue Emilio Portes Gil, quien a partir de 1930 se distanció del originario de Guaymas; lo mismo -la presencia de gente dedicada a la adulación, antes que al aprecio verdadero- insinuó Abelardo L. Rodríguez en sus memorias. Mucho más tarde, Calles se quejaría de los "políticos del pilar", llamados así por estar dispuestos a esperar recargados horas en un pilar con tal de obtener algún favor. El hecho es que Portes Gil escribió en Quince años de política mexicana: " como en aquellos años la política agraria tenía una fuerte oposición, aún en los colaboradores más cercanos al Presidente, pero, sobre todo, entre los altos jefes del ejército, entre quienes había -como hay en la actualidad- muchos latifundistas, el chismorreo político cerca del general Calles iba en aumento continuo, lo que provocaba en él cierto descontento en contra mía y de mi principal colaborador en este capítulo de política social, el señor ingeniero Marte R. Gómez, a quien los amigos de aquél censuraban constantemente por sus actividades agrarias" [29]"La mecha estaba encendida -consideraba el tamaulipeco- y los amigos incondicionales del general Calles a quienes se había privado de algunos negocios, seguían en su infame labor de división -afortunadamente con poco éxito, porque aquel se negaba a darles oído. Sin embargo, en su ánimo se operaba un cambio que, indudablemente, revelaba que su afecto para mi estaba muy lejos de ser el de antes "[30]. ¿Qué buscaban muchos de quienes rodeaban a Calles desde 1929? Favores, la garantía de privilegios en la cercanía con el poder, aunque Calles no compartiera esta forma de entender la política -lo que no implica que no tuviera debilidades ante las presiones de las que sin duda era objeto.
Si lo anterior pudo jugarle una mala pasada a Calles, no parece con todo que éste haya metido las manos en los gobiernos de Portes Gil ni de Rodriguez, aunque sucedió otra cosa con Ortiz Rubio, por ineptitud de éste, según el mismo Portes Gil, y no por obcecación de Calles por el poder. Calles se mantuvo fiel a la línea trazada en 1928 y ajeno a lo principal de la vida política mexicana, salvo en una puntual intervención frente a la rebelión escobarista y en el complicado interludio de Ortiz Rubio. Aunque criticara severamente que Calles terminara sintiéndose por un tiempo "indispensable" (durante la presidencia de Ortiz Rubio), Portes Gil afirmó lo siguiente: "durante todo el periodo provisional que me tocó presidir, el general Calles se abstuvo de intervenir en asuntos del Gobierno. Si en varias ocasiones -y, principalmente, cuando estalló la rebelión escobarista- creí oportuna su colaboración, ésta fue siempre con respeto absoluto de parte de él para mi investidura como Jefe del Ejecutivo. Recuérdese que el general Calles, tan pronto como terminó la revuelta -es decir, en julio- salió rumbo a Europa y no regresó hasta diciembre, O, lo que es lo mismo: de los catorce meses que goberné, él estuvo en México solo siete" [31]
Abelardo L. Rodríguez también dio cuenta del respeto de Calles por su investidura. "Calles -explicó Rodríguez en su Autobiografía– jamás fue ni trató de ser el jefe de mi Gobierno. Desde antes se le había llamado el Jefe Máximo de la Revolución. El título se lo endilgó la prensa de México ( ). La prensa no oficial siguió llamando al general Calles con ese título y nadie se encargó de hacer las rectificaciones del caso ( ). Llegó el momento en que el público se había habituado a ese título, que no correspondía a la actuación real del general Calles, quien además, por su actividad, no daba lugar a merecer un calificativo tan contrario a los principios democráticos que había servido y que, luminosamente, había expuesto al sentar las bases de la vida institucional de México en un discurso extraordinario. ( ) (Calles) era un hombre superior y por eso respetuoso de mi alta investidura. Indudablemente que ejercía ascendiente sobre determinados políticos de poca categoría que vivían de la adulación y del servilismo; pero en mi administración no tuvo ni la más leve intervención espontánea"[32], argumenta Rodríguez. Tan es así que éste tuvo en su gabinete tanto a Portes Gil (Procurador General de la República), ya distanciado de Calles, y Aarón Sáenz (regente de la Ciudad de México, ex favorito para la presidencia frente a Ortiz Rubio), quién al parecer -siempre según Rodríguez- distaba mucho de contar con las simpatías del mismo Calles. Este, prosigue el ex presidente Rodríguez, "jamás se atrevió a hacerme un reproche, un comentario o a manifestar su desagrado, si es que existía, por tales nombramientos que eran de señalada importancia y distinción"[33]. Si bien Rodríguez llegó a consultar a Calles, prohibió que colaborados cercanos -en particular Secretarios de Estado y Jefes de Departamento- privilegiaran a Calles por encima del presidente de turno[34]"He tenido conocimiento -expresó Rodríguez en una circular del 27 de septiembre de 1933- de que con frecuencia los señores Secretarios de Estado y Jefes de Departamento, someten a la consideración y consulta del General Calles, diversos asuntos relacionados con la marcha de la Administración y con cuestiones que hoy son competencia de las diversas Dependencias del Ejecutivo ( ) Como constitucionalmente y en mi carácter de Presidente de la República, soy responsable de todos los actos del Poder Ejecutivo Federal, no juzgo conveniente que los señores Secretarios de Estado y Jefes de Departamento sometan los asuntos de su competencia a conocimiento del general Calles ( ) En tal virtud, proseguía la circular, mereceré a ustedes que en lo sucesivo se abstengan de someter a la consideración y consulta del General Calles los asuntos de la competencia de las Secretarías y Departamentos a su cargo ( )"[35]. En marzo de 1934, cuando Secretarios de Estado quisieron asistir sin consultar a Rodríguez a una comida en honor a Calles ofrecida por el embajador estadounidense Daniels, el presidente amenazó con cesarlos y el evento tuvo que ser suspendido[36]
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