El capitán veneno, por Pedro Antonio de Alarcón (página 2)
Enviado por Ing.+ Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
Vida del hombre malo
– I – La segunda cura A las ocho de la mañana siguiente, que, por la misericordia de Dios, no ofreció ya señales de barricadas ni de tumulto (misericordia que había de durar hasta el 7 de mayo de aquel mismo año, en que ocurrieron las terribles escenas de la Plaza Mayor), hallábase el doctor Sánchez en casa de la llamada condesa de Santurce poniendo el aparato definitivo en la pierna rota del Capitán Veneno. A éste le había dado aquella mañana por callar. Sólo había abierto hasta entonces la boca antes de comenzarse la dolorosa operación, para dirigir dos breves y ásperas interpelaciones á doña Teresa y á Angustias, contestando á sus afectuosos buenos días. -¡Por los clavos de Cristo, señora! ¿Para qué se ha levantado V. estando mala? ¿Para que sean mayores mi sofocación y mi vergüenza? -¿Se ha propuesto V. matarme á fuerza de cuidados? Y dijo á Angustias: -¿Qué importa que yo esté mejor ó peor? -¡Vamos al grano! -¿Ha enviado usted á llamar á mi primo para que me saquen de aquí y nos veamos todos libres de impertinencias y ceremonias? -¡Sí, señor Capitán Veneno! Hace media hora que la portera le llevó el recado….. -contestó muy tranquilamente la joven, arreglándole las almohadas. En cuanto á la inflamable Condesa, excusado es decir que había vuelto á picarse con su huésped, al oir aquellos nuevos exabruptos. Resolvió, por tanto, no dirigirle más la palabra, y se limitó á hacer hilas y vendas y á preguntar una vez y otra, con vivo interés, al impasible doctor Sánchez, cómo encontraba al herido (sin dignarse nombrar á éste), y si llegaría á quedarse cojo, y si á las doce podría tomar el caldo de pollo y jamón, y si era cosa de enarenar la calle para que no le molestara el ruido de los coches, etc., etc. El facultativo, con su ingenuidad acostumbrada, aseguró que del balazo de la frente nada había ya que temer, gracias á la enérgica y saludable naturaleza del enfermo, en quien no quedaba síntoma alguno de conmoción ni fiebre cerebral; pero su diagnóstico no fué tan favorable respecto de la fractura de la pierna. Calificóla nuevamente de grave y peligrosísima, por estar la tibia muy destrozada, y recomendó á D. Jorge absoluta inmovilidad si quería librarse de una amputación, y aun de la misma muerte….. Habló el Doctor en términos tan claros y rudos, no sólo por falta de arte para disfrazar sus ideas, sino porque ya había formado juicio del carácter voluntarioso y turbulento de aquella especie de niño consentido. Pero á fe que no consiguió asustarlo: antes bien le arrancó una sonrisa de incredulidad y de mofa. Las asustadas fueron las tres buenas mujeres: doña Teresa por pura humanidad; Angustias por cierto empeño hidalgo y de amor propio que ya tenía en curar y domesticar á tan heroico y raro personaje, y la criada por terror instintivo á todo lo que fuera sangre, mutilación y muerte. Reparó el Capitán en la zozobra de sus enfermeras, y saliendo de la calma con que estaba soportando la curación, dijo furiosamente al doctor Sánchez: -¡Hombre! ¡Podía V. haberme notificado á solas todas esas sentencias! ¡El ser un buen médico no releva de tener buen corazón! -¡Dígolo porque ya ve V. qué cara tan larga y tan triste ha hecho poner á mis tres Marías! Aquí tuvo que callar el paciente, dominado por el terrible dolor que le causó el médico al juntarle el hueso partido. -¡Bah, bah! (continuó luego). -¡Para que yo me quedase en esta casa!….. -¡Precisamente no hay nada que me subleve tanto como ver llorar á las mujeres! El pobre Capitán se calló otra vez, y mordiéndose los labios algunos instantes, aunque sin lanzar ni un suspiro….. Era indudable que padecía mucho. -Por lo demás, señora….. (concluyó dirigiéndose á doña Teresa) ¡figúraseme que no hay motivo para que me eche V. esas miradas de odio; pues ya no puede tardar en venir mi primo Álvaro, y las librará á Vds. del Capitán Veneno!….. -Entonces verá este señor doctor….. (¡Cáspita, hombre, no apriete V. tanto!) qué bonitamente, sin pararse en eso de la inmovilidad (¡caracoles, qué mano tan dura tiene V.!), me llevan cuatro soldados á mi casa en una camilla, y terminan todas estas escenas de convento de monjas. -¡Pues no faltaba más! ¡Calditos á mí! ¡Á mí sustancia de pollo? Á mí enarenarme la calle! ¿Soy acaso algún militar de alfeñique, para que se me trate con tantos mimos y ridiculeces? Iba á responder doña Teresa, apelando al ímpetu belicoso en que consistía su única debilidad (y sin hacerse cargo, por supuesto, de que el pobre D. Jorge estaba sufriendo horriblemente), cuando, por fortuna, llamaron á la puerta, y Rosa anunció al marqués de los Tomillares. -¡Gracias á Dios! -exclamaron todos á un mismo tiempo, aunque con diverso tono y significado. Y era que la llegada del marqués había coincidido con la terminación de la cura. Don Jorge sudaba de dolor. Dióle Angustias un poco de agua y vinagre, y el herido respiró alegremente, diciendo: -Gracias, prenda. En esto llegó el Marqués á la alcoba, conducido por la Generala. – II – Iris de paz Era don Álvaro de Córdoba y Álvarez de Toledo un hombre sumamente distinguido, todo afeitado, y afeitado ya á aquella hora; como de sesenta años de edad, de cara redonda, pacífica y amable, que dejaba traslucir el sosiego y benignidad de su alma, y tan pulcro, simétrico y atildado en vestir, que parecía la estatua del método y del orden. Y cuenta que iba muy conmovido y atropellado por la desgracia de su pariente; pero ni aun se mostró descompuesto ni faltó en un ápice á la más escrupulosa cortesía. Saludó correctísimamente á Angustias, al doctor y hasta un poco á la gallega, aunque ésta no le había sido presentada por la señora de Barbastro, y entonces, y sólo entonces, dirigió al Capitán una larga mirada de padre austero y cariñoso, como reconviniéndole y consolándole á la par, y aceptando, ya que no el origen, las consecuencias de aquella nueva calaverada. Entretanto doña Teresa, y sobre todo la locuacísima Rosa (que cuidó mucho de nombrar varias veces á su ama con los dos títulos en pleito), enteraron vellis nollis al ceremonioso marqués de todo lo acontecido en la casa y sus cercanías desde que la tarde anterior sonó el primer tiro hasta aquel mismísimo instante, sin omitir la repugnancia de D. Jorge á dejarse cuidar y compadecer por las personas que le habían salvado la vida. Luego que dejaron de hablar la Generala y la gallega, interrogó el Marqués al doctor Sánchez, el cual le informó acerca de las heridas del Capitán en el sentido que ya conocemos, insistiendo en que no debía trasladársele á otro punto, so pena de comprometer su curación y hasta su vida. Por último: el buen D. Álvaro se volvió hacia Angustias en ademán interrogante, ó sea explorando si quería añadir alguna cosa á la relación de los demás; y, viendo que la joven se limitaba á hacer un leve saludo negativo, tomó su Excelencia las precauciones nasales y laríngeas, así como la expedita y grave actitud de quien se dispusiese á hablar en un Senado (era senador), y dijo, entre serio y afable….. (Pero este discurso debe ir en pieza separada, por si alguna vez lo incluyen en las Obras completas del Marqués, quien también era literato….. de los apellidados «de orden».) – III – Poder de la elocuencia Señores: en medio de la tribulación que nos aflige, y prescindiendo de consideraciones políticas acerca de los tristísimos acontecimientos de ayer, paréceme que en modo alguno podemos quejamos….. -¡No te quejes tú, si es que nada te duele!….. -Pero ¿cuándo me toca á mí hablar? -interrumpió el Capitán Veneno. -¡Á ti, nunca, mi querido Jorge! (le respondió el Marqués suavemente). Te conozco demasiado para necesitar que me expliques tus actos positivos ó negativos. ¡Básteme con el relato de estos señores! El Capitán, en quien ya se había notado el profundo respeto….. ó desprecio con que sistemáticamente se abstenía de llevar la contraria á su ilustre primo, cruzó los brazos á lo filósofo, clavó la vista en el techo de la alcoba, y se puso á silbar el himno de Riego. -Decía….. (prosiguió el Marqués) que de lo peor ha sucedido lo mejor. La nueva desgracia que se ha buscado mi incorregible y muy amado pariente D. Jorge de Córdoba, á quien nadie mandaba echar su cuarto á espadas en el jaleo de ayer tarde (pues que está de reemplazo, según costumbre, y ya podía haber escarmentado de meterse en libros de caballerías), es cosa que tiene facilísimo remedio, ó que lo tuvo, felizmente, en el momento oportuno, gracias al heroísmo de esta gallarda señorita, á los caritativos sentimientos de mi señora la generala de Barbastro, Condesa de Santurce, á la pericia del digno doctor en medicina y cirugía señor Sánchez, cuya fama érame conocida hace muchos años, y al celo de esta diligente servidora….. Aquí la gallega se echó á llorar. -Pasemos á la parte positiva….. (continuó el marqués, en quien, por lo visto, predominaba el órgano de la clasificación y el deslinde, y que, de consiguiente, hubiera podido ser un gran perito agrónomo). -Señoras y señores: supuesto que, á juicio de la ciencia, de acuerdo con el sentido común, fuera muy peligroso mover de este hospitalario lecho á nuestro interesante enfermo y primo hermano mío D. Jorge de Córdoba, me resigno á que continúe perturbando esta sosegada vivienda hasta tanto que pueda ser trasladado á la mía ó á la suya. Pero entiéndase que todo ello es partiendo de la base ¡oh querido pariente! de que tu generoso corazón y el ilustre nombre que llevas sabrán hacerte prescindir de ciertos resabios de colegio, cuartel ó casino, y ahorrar descontentos y sinsabores á la respetable dama y á la digna señorita que, eficazmente secundadas por su activa y robusta doméstica, te libraron de morir en mitad de la calle….. -¡No me repliques! ¡Sabes que yo pienso mucho las cosas antes de proveer, y que nunca revoco mis propios autos! -Por lo demás, la señora Generala y yo hablaremos á solas (cuando le sea cómodo, pues yo no tengo nunca prisa) acerca de insignificantes pormenores de conducta, que darán forma natural y admisible á lo que siempre será, en el fondo, una gran caridad de su parte….. -Y, como quiera que ya he dilucidado por medio de este largo discurso, para el cual no he venido preparado, todos los aspectos y fases de la cuestión, ceso por ahora en el ejercicio de la palabra. -He dicho. El Capitán seguía silbando el himno de Riego, y aun creemos que el de Bilbao y el de Maella, con los iracundos ojos fijos en el techo de la alcoba, que no sabemos cómo no principió á arder ó no se vino al suelo. Angustias y su madre, al ver derrotado á su enemigo, habían procurado dos ó tres veces llamarle la atención, á fin de calmarlo ó consolarlo con su mansa y benévola actitud; pero él les había contestado por medio de rápidos y agrios gestos, muy parecidos á juramentos de venganza, tornando en seguida á su patriótica música, con expresión más viva y ardorosa. Dijérase que era un loco en presencia de su loquero; pues no otro oficio que este último representaba el Marqués en aquel cuadro. – IV – Preámbulos indispensables Retiróse en esto el doctor Sánchez, quien, á fuer de experimentado fisiólogo y psicólogo, todo lo había comprendido y calificado, cual si se tratase de autómatas y no de personas, y entonces el marqués pidió de nuevo á la viuda que le concediese unos minutos de audiencia particular. Doña Teresa le condujo á su gabinete, situado al extremo opuesto de la sala, y, una vez establecidos allí en sendas butacas los dos sexagenarios, comenzó el hombre de mundo por pedir agua templada con azúcar, alegando que le fatigaba hablar dos veces seguidas, desde que pronunció en el Senado un discurso de tres días en contra de los ferrocarriles y telégrafos; pero, en realidad, lo que se propuso al pedir el agua, fué dar tiempo á que la guipuzcoana le explicase qué generalato y qué condado eran aquellos de que el buen señor no tenía anterior noticia, y que hacían mucho al caso, dado que iba á tratar de dinero. ¡Pueden imaginarse los lectores con cuánto gusto se explayaría la pobre mujer en tal materia, á poco que le hurgó D. Álvaro!….. -Refirió su expediente, de pe á pa, sin olvidar aquello del derecho virtual, retrospectivo é implícito….. á tener qué comer, que le asistía, con sujeción el artículo 10 del Convenio de Vergara; y, cuando ya no le quedó más que decir y comenzó á abanicarse en señal de tregua, apoderóse de la palabra el Marqués de los Tomillares, y habló en los términos siguientes: (Pero bueno será que vaya también por separado su interesante relación, modelo de análisis expositivo, que podrá figurar en la Sección vigésima de sus obras, titulada: Cosas de mis parientes, amigos y servidores.) – V – Historia del capitán Tiene V., señora Condesa, la mala fortuna de albergar en su casa á uno de los hombres más enrevesados é inconvenientes que Dios ha echado al mundo. No diré yo que me parezca enteramente un demonio; pero sí que se necesita ser de pasta de ángeles, ó quererlo, como yo lo quiero, por ley natural y por lástima, para aguantar sus impertinencias, ferocidades y locuras. ¡Bástele á V. saber que las gentes disipadas y poco asustadizas con quienes se reúne en el Casino y en los cafés, le han puesto por mote Capitán Veneno, al ver que siempre está hecho un basilisco y dispuesto á romperse la crisma con todo bicho viviente por quítame allá esas pajas! -Úrgeme, sin embargo, advertir á V., para su tranquilidad personal y la fe de su familia, que es casto y hombre de honor y vergüenza, no sólo incapaz de ofender el pudor de ninguna señora, sino excesivamente huraño y esquivo con el bello sexo. -Digo más: en medio de su perpetua iracundia, todavía no ha hecho verdadero daño á nadie, como no sea á sí propio, y por lo que á mí me toca, ya habrá V. visto que me trata con el acatamiento y el cariño debidos á una especie de hermano mayor ó segundo padre….. -Pero, aun así y todo, repito que es imposible vivir á su lado, según lo demuestra el hecho elocuentísimo de que, hallándonos él soltero y yo viudo, y careciendo el uno y el otro de más parientes, arrimos ó presuntos y eventuales herederos, no habite en mi demasiado anchurosa casa, como habitaría el muy necio si lo deseare; pues yo, por naturaleza y educación, soy muy sufrido, tolerante y complaciente con las personas que respetan mis gustos, hábitos, ideas, horas, sitios y aficiones. -Esta misma blandura de mi carácter es á todas luces lo que nos hace incompatibles en la vida íntima, según han demostrado ya diferentes ensayos; pues á él le exasperan las formas suaves y corteses, las escenas tiernas y cariñosas, y todo lo que no sea rudo, áspero, sin nodriza….. (Su madre murió al darlo á luz, y su padre, por no lidiar con amas de leche, le buscó una cabra….., por lo visto montés, que se encargase de amamantarlo.) Se educó en colegios, como interno, desde el punto y hora en que le destetaron; pues su padre, mi pobre tío Rodrigo, se suicidó al poco tiempo de enviudar. Apuntóle el bozo haciendo la guerra de América, entre salvajes, y allí vino á tomar parte en nuestra discordia civil de los siete años. -Ya sería general, si no hubiese reñido con todos sus superiores desde que le pusieron los cordones de cadete, y los pocos grados y empleos que ha obtenido hasta ahora, le han costado prodigios de valor y no sé cuantas heridas; sin lo cual no habría sido propuesto para recompensa por su jefes, siempre enemistados con él á causa de las amargas verdades que acostumbra á decirles. -Ha estado en arresto diez y seis veces, y cuatro en diferentes castillos; todas ellas por insubordinación. -¡Lo que nunca ha hecho ha sido pronunciarse! -Desde que se acabó la guerra, se halla constantemente de reemplazo; pues, si bien he logrado, en mis épocas de favor político, proporcionarle tal ó cual colocación en oficinas militares, regimientos, etc., á las veinticuatro horas ha vuelto á ser enviado á su casa. -Dos ministros de la Guerra han sido desafiados por él, y no le han fusilado todavía, por respeto á mi nombre y á su indisputable valor. -Sin embargo de todos esos horrores, y en vista de que había jugado al tute, en el pícaro Casino del Príncipe, su escaso caudal, y de que la paga de reemplazo no le bastaba para vivir con arreglo á su clase, ocurrióseme, hace siete años la peregrina idea de nombrarle contador de mi casa y hacienda, rápidamente desvinculadas por la sucesiva de los tres últimos poseedores (mi padre y mis hermanos Alfonso y Enrique), y muy decaídas y arruinadas á consecuencia de estos mismos frecuentes cambios de dueño. -¡La Providencia me inspiró sin duda alguna pensamiento tan atrevido! Desde aquel día mis asuntos entraron en orden y prosperidad: antiguos é infieles administradores perdieron su puesto ó se convirtieron en santos, y al año siguiente se habían duplicado mis rentas, casi cuadruplicadas en la actualidad, por el desarrollo que Jorge ha dado á la ganadería….. -¡Puedo decir que hoy tengo los mejores carneros del Bajo Aragón, y todos están á la orden de V.! Para realizar tales prodigios, hale bastado á ese tronera con una visita que giró á caballo por todos mis estados (llevando en la mano el sable á guisa de bastón), y con una hora que va cada día á las oficinas de mi casa. -Devenga allí un sueldo de treinta mil reales; y no le doy más porque todo lo que le sobra, después de comer y vestir, únicas necesidades que tiene (y esas con sobriedad y modestia), lo pierde al tute el último día de cada mes….. -De su paga de reemplazo no hablemos, dado que siempre está afecta á las costas de alguna sumaria por desacato á la autoridad….. -En fin: á pesar de todo, yo le amo y compadezco como á un mal hijo….., y, no habiendo logrado tenerlos buenos ni malos en mis tres nupcias, y debiendo de ir á parar á él, por ministerio de la ley, mi título nobiliario, pienso dejarle todo mi saneado caudal; cosa que el muy necio no se imagina, y que Dios me libre de que llegue á saber; pues, de saberlo, dimitiría su cargo de Contador, ó trataría de arruinarme, para que nunca le juzgara interesado personalmente en mis aumentos. -¡Creerá, sin duda, el desdichado, fundándose en apariencias y murmuraciones calumniosas, que pienso testar en favor de cierta sobrina de mi última consorte; y yo le dejo en su equivocación, por las razones antedichas!….. -¡Figúrese V., pues, su chasco el día que herede mis nueve milloncejos! ¡Y qué ruido meterá con ellos en el mundo! ¡Tengo la seguridad de que, á los tres meses, ó es Presidente del Consejo de Ministros ó Ministro de la Guerra ó lo ha pasado por las armas el general Narváez! -Mi mayor gusto hubiera sido casarlo, á ver si el matrimonio lo amansaba y domesticaba, y yo le debía, lateralmente, más dilatadas esperanzas de sucesión para un título de Marqués, pero ni Jorge puede enamorarse, ni lo confesaría aunque se enamorara, ni ninguna mujer podría vivir con semejante erizo….. -Tal es, imparcialmente retratado, nuestro famoso Capitán Veneno; por lo que suplico á V. tenga paciencia para aguantarlo algunas semanas, en la seguridad de que yo sabré agradecer todo lo que hagan Vds. por su salud y por su vida, como si lo hicieran por mí mismo. El Marqués sacó y desdobló el pañuelo, al terminar esta parte de su oración, y se lo pasó por la frente, aunque no sudaba….. -Volvió en seguida á doblarlo simétricamente, se lo metió en el bolsillo posterior izquierdo de la levita, aparentó beber un sorbo de agua, y dijo así, cambiando de actitud y de tono: – VI – La viuda del cabecilla Hablemos ahora de pequeñeces, impropias, hasta cierto punto, de personas de nuestra posición, pero en que hay que entrar forzosamente. -La fatalidad, señora condesa, ha traído á esta casa, é impide salir de ella en cuarenta ó cincuenta días, á un extraño para ustedes, á un desconocido, á un D. Jorge de Córdoba, de quien nunca había oído hablar, y que tiene un pariente millonario….. -Usted no es rica, según acaba de contarme….. -¡Lo soy! -interrumpió valientemente la guipuzcoana. -No lo es V…..; -cosa que la honra mucho, puesto que su magnánimo esposo se arruinó defendiendo la más noble causa….. -¡Yo, señora, soy también algo carlista! -¡Aunque fuera V. el mismísimo don Carlos! -¡Hábleme de otro asunto, ó demos por terminada esta conversación! -¡Pues no faltaba más, sino que yo aceptara dinero ajeno para cumplir con mis deberes de cristiana! -Pero, señora, V. no es médico, ni boticario, ni….. -¡Mi bolsillo es todo eso para su primo de V.! -Las muchas veces que mi esposo cayó herido defendiendo á D. Carlos (menos la última que, indudablemente en castigo de estar ya de acuerdo con el traidor Maroto, no halló quien lo auxiliara, y murió desangrado en medio de un bosque), fué socorrido por campesinos de Navarra y Aragón, que no aceptaron reintegro ni regalo alguno….. ¡Lo mismo haré yo con D. Jorge de Córdoba, quiera ó no quiera su millonaria familia! -Sin embargo, Condesa, yo no lo puedo aceptar -observó el Marqués, entre complacido y enojado. -¡Lo que no podrá V. nunca es privarme de la alta honra que el cielo me deparó ayer! -Contábame mi difunto esposo que, cuando un buque mercante ó de guerra descubre en la soledad del mar y salva de la muerte á algún náufrago, se recibe á éste á bordo con honores reales, aunque sea el más humilde marinero. -La tripulación sube á las vergas; tiéndese rica alfombra en la escala de estribor, y la música y los tambores baten la Marcha Real de España….. ¿Sabe V. por qué? ¡Porque en aquel náufrago ve la tripulación á un enviado de la Providencia! -¡Pues lo mismo haré yo con su primo de usted! ¡Yo pondré á sus plantas toda mi pobreza por vía de alfombra, como pondría miles de millones si los tuviese! -¡Generala! (exclamó el Marqués, llorando á lágrima viva). ¡Permítame V. besarle la mano! -¡Y permite, querida mamá, que yo te abrace llena de orgullo! -añadió Angustias, que había oído toda la conversación desde la puerta de la sala. Doña Teresa se echó también á llorar, al verse tan aplaudida y celebrada. Y como la gallega, reparando en que otros gemían, no desperdiciaba tampoco la ocasión de sollozar (sin saber por qué), armóse allí tal confusión de pucheros, suspiros y bendiciones, que más vale volver la hoja, no sea que los lectores salgan también llorando á moco tendido, y yo me quede sin público á quien seguir contando mi pobre historia….. – VII – Los pretendientes de Angustias Jorje! (dijo el Marqués al Capitán Veneno, penetrando en la alcoba con aire de despedida). -¡Ahí te dejo! -La señora Generala no ha consentido que corran á nuestro cargo ni tan siquiera el médico y la botica; de modo que vas á estar aquí como en casa de tu propia madre si viviese. -Nada te digo de la obligación en que te hallas de tratar á estas señoras con afabilidad y buenos modos, al tenor de tus buenos sentimientos, de que no dudo, y de los ejemplos de urbanidad y cortesía que te tengo dados; pues es lo menos que puedes y debes hacer en obsequio de personas tan principales y caritativas. -Á la tarde volveré yo por aquí, si mi señora Condesa me da permiso para ello, y haré que te traigan ropa blanca, las cosas más urgentes que tengas que firmar y cigarrillos de papel. -Dime si quieres algo más de tu casa ó de la mía. -¡Hombre! (respondió el Capitán). Ya que eres tan bueno, tráeme un poco de algodón en rama y unos anteojos ahumados. -¿Para qué? -El algodón, para taparme las orejas y no oir palabras ociosas, y las gafas ahumadas, para que nadie lea en mis ojos las atrocidades que pienso. -¡Vete al diantre! -respondió el Marqués, sin poder conservar su gravedad, como tampoco pudieron refrenar la risa doña Teresa ni Angustias. Y, con esto, se despidió de ellas el potentado, dirigiéndoles las frases más cariñosas y expresivas, cual si llevara ya mucho tiempo de conocerlas y tratarlas. -¡Excelente persona! -exclamó la viuda, mirando de reojo al Capitán. -¡Muy buen señor! -dijo la gallega, guardándose una moneda de oro que el marqués le había regalado. -¡Un zascandil! (gruñó el herido, encarándose con la silenciosa Angustias). ¡Así es como las señoras mujeres quisieran que fuesen todos los hombres! -¡Ah, traidor! ¡Seráfico! ¡Cumplimentero! ¡Marica! ¡Tertuliano de monjas! ¡No me moriré yo sin que me pague esta mala partida que me ha jugado hoy, al dejarme en poder de mis enemigos! -¡En cuanto me ponga bueno, me despediré de él y de su oficina, y pretenderé una plaza de comandante de presidios, para vivir entre gentes que no me irriten con alardes de honradez y sensibilidad! -Oiga V., señorita Angustias: ¿quiere V. decirme por qué se está riendo de mí? ¿Tengo yo alguna danza de monos en la cara? -¡Hombre! Me río pensando en lo muy feo que va V. á estar con los anteojos ahumados. -¡Mejor que mejor! ¡Así se librará V. del peligro de enamorarse de mí! -respondió furiosamente el Capitán. Angustias soltó la carcajada; doña Teresa se puso verde, y la gallega rompió á decir, con la velocidad de diez palabras por segundo: -¡Mi señorita no acostumbra á enamorarse de nadie! -Desde que estoy acá ha dado calabazas á un boticario de la calle Mayor, que tiene coche; al abogado del pleito de la señora, que es millonario, aunque algo más viejo que V., y á tres ó cuatro paseantes del Buen Retiro….. -¡Cállate, Rosa! (dijo melancólicamente la madre). ¿No conoces que esas son….. flores que nos echa el caballero Capitán? ¡Por fortuna ya me ha explicado su señor primo todo lo que importaba saber respecto del carácter de nuestro amabilísimo huésped! Me alegro, pues, de verle de tan buen humor; y ¡así esta pícara fatiga me permitiese á mí bromear también! El Capitán se había quedado bastante mohino, y como excogitando alguna disculpa ó satisfacción que dar á madre é hija. Pero sólo se le ocurrió decir, con voz y cara de niño enfurruñado que se viene á razones: -Angustias, cuando me duela menos esta condenada pierna, jugaremos al tute arrastrado….. -¿Le parece á usted bien? -Será para mí un señalado honor….. (contestó la joven, dándole la medicina que le tocaba en aquel instante). -¡Pero cuente V. desde ahora, señor Capitán Veneno, con que le acusaré a V. las cuarenta! Don Jorge la miró con ojos estúpidos, y sonrió dulcemente por la primera vez de su vida. Parte Tercera
– I – Escaramuzas Entre conversaciones y pendencias por este orden, pasaron quince ó veinte días, y adelantó mucho la curación del Capitán. En la frente sólo le quedaba ya una breve cicatriz, y el hueso de la pierna se iba consolidando. -¡Este hombre tiene carne de perro! -solía decir el facultativo. -¡Gracias por el favor, matasanos de Lucifer! (respondía el Capitán en són de afectuosa franqueza). ¡Cuando salga á la calle, he de llevarlo á V. á los toros y á las riñas de gallos; pues es V. todo un hombre!….. ¡Cuidado si tiene hígados para remendar cuerpos rotos! Doña Teresa y su huésped habían acabado también por tomarse mucho cariño, aunque siempre estaban peleándose. Negábale todos los días D. Jorge que tuviese hechura la concesión de la viudedad, lo cual sacaba de sus casillas á la guipuzcoana; pero á renglón seguido la invitaba á sentarse en la alcoba y le decía que, ya que no con los títulos de General ni de Conde, había oído citar varias veces en la guerra civil al cabecilla Barbastro como á uno de los jefes carlistas más valientes y distinguidos y de sentimientos humanos y caballerescos….. -Pero, cuando la veía triste y taciturna, por consecuencia de sus cuidados y achaques, se guardaba de darle bromas sobre el expediente, y la llamaba con toda naturalidad Generala y Condesa; cosa que la restablecía y alegraba en el acto; si ya no era que, como nacido en Aragón, y para recordar á la pobre viuda sus amores con el difunto carlista, le tarareaba jotas de aquella tierra, que acaban por entusiasmarla y por hacer llorar y reir juntamente. Estas amabilidades del Capitán Veneno y, sobre todo, el canto de la jota aragonesa, eran privilegio exclusivo en favor de la madre; pues tan luego como Angustias se acercaba á la alcoba, cesaban completamente, y el enfermo ponía cara de turco. -Dijérase que odiaba de muerte á la hermosa joven, tal vez por lo mismo que nunca lograba disputar con ella, ni verla incomodada, ni que tomase por lo serio las atrocidades que él le decía, ni sacarla de aquella seriedad un poco burlona que el cuitado calificaba de constante insulto. Era de notar, sin embargo, que cuando alguna mañana tardaba Angustias en entrar á darle los buenos días, el pícaro D. Jorge le preguntaba cien veces, en su estilo de hombre tremendo: -¿Y ésa? -¿Y doña Náuseas? -¿Y esa remolona? -¿No ha despertado aún su señoría? -¿Por qué ha permitido que se levante V. tan temprano, y no ha venido ella á traerme el chocolate? -Dígame usted, señora doña Teresa: ¿está mala acaso la joven princesa de Santurce? Todo esto, si se dirigía á la madre; y, si era á la gallega, decíale con mayor furia: -¡Oye y entiende, monstruo de Mondoñedo! Dile á tu insoportable señorita que son las ocho y tengo hambre. ¡Que no es menester que venga tan peinada y reluciente como de costumbre! ¡Que de todos modos la detestaré con mis cinco sentidos! ¡Y, en fin, que si no viene pronto, hoy no habrá tute! El tute era una comedia, y hasta un drama diario. El Capitán lo jugaba mejor que Angustias; pero Angustias tenía más suerte, y los naipes acababan por salir volando hacia el techo ó hacia la sala, desde las manos de aquel niño cuarentón, que no podía aguantar la graciosísima calma con que le decía la joven: -¿Ve V., señor Capitán Veneno, cómo soy yo la única persona que ha nacido en el mundo para acusarle á V. las cuarenta? – II – Se plantea la cuestión Así las cosas, una mañana, sobre si debían abrirse ó no los cristales de la reja de la alcoba, por hacer un magnífico día de primavera, mediaron entre D. Jorge y su hermosa enemiga palabras tan graves como las siguientes: EL CAPITÁN.- ¡Me vuelve loco el que no me lleve V. nunca la contraria, ni se incomode al oírme decir disparates! ¡Usted me desprecia! ¡Si fuera V. hombre, juro que habíamos de andar á cuchilladas! ANGUSTIAS.- Pero si yo fuese hombre me reiría de todo ese geniazo, lo mismo que me río siendo mujer. Y, sin embargo, seríamos buenos amigos. EL CAPITÁN.- ¡Amigos V. y yo! ¡Imposible! -Usted tiene el dón infernal de dominarme y exasperarme con su prudencia; yo no llegaría á ser nunca amigo de V., sino su esclavo; y por no serlo, le propondría á V. que nos batiésemos á muerte. -Todo esto….. siendo V. hombre. -Siendo mujer, como lo es….. ANGUSTIAS.- ¡Continúe! ¡No me escatime galanterías! EL CAPITÁN.- ¡Sí, señora! ¡Voy á hablarle con toda franqueza! Yo he tenido siempre aversión instintiva á las mujeres, enemigas naturales de la fuerza y de la dignidad del hombre, como lo acreditan Eva, Armida, aquella otra bribona que peló á Sansón, y muchas otras que cita mi primo. -Pero, si hay algo que me asuste más que una mujer, es una señora y, sobre todo, una señorita inocente y sensible, con ojos de paloma y labios de rosicler, con talle de serpiente del Paraíso y voz de sirena engañadora, con manecitas blancas como azucenas, que ocultan garras de tigre, y lágrimas de cocodrilo, capaces de engañar y perder á todos los santos de la corte celestial….. -Así es que mi sistema constante se ha reducido á huir de Vds….. -Porque, dígame qué armas tiene un hombre de mi hechura para tratar con una tirana de veinte abriles, cuya fuerza consiste en su propia debilidad? -¿Es decorosamente posible pegarle á una mujer? -¡De ningún modo! -Pues entonces, ¿qué camino le queda á uno, cuando conozca que tal ó cual mocosilla, muy guapa y puesta en sus puntos, lo domina y gobierna, y lo lleva y lo trae como á un zarandillo? ANGUSTIAS.- ¡Lo que yo hago cuando usted me dice esas atrocidades tan graciosas! ¡Agradecerlas….. y sonreir! -Porque ya habrá V. observado que yo no soy llorona…..; razón por la cual, en su retrato de las Angustias sobra aquello de las lágrimas de cocodrilo….. EL CAPITÁN.- ¿Está V. viendo? ¡Esa respuesta no la daría Lucifer! -¡Sonreir!….. -¡Reirse de mí, es lo que hace usted continuamente! -¡Pues bien! Decía, cuando V. me ha clavado ese nuevo puñal, que de todas las damiselas que había temido encontrar en el mundo, la más terrible, la más odiosa para un hombre de mi temple….. (perdóneme la franqueza), ¡es V.! -¡Yo no recuerdo haber experimentado nunca la ira que siento cuando usted se sonríe al verme furioso! ¡Paréceme como que duda V. de mi valor, de la sinceridad de mis arrebatos, de la energía de mi carácter! ANGUSTIAS.- Pues oígame V. á mí ahora, y crea que le hablo con entera verdad. Muchos hombres he conocido ya en el mundo; alguno que otro me ha solicitado; de ninguno me he prendado todavía….. Pero si yo hubiera de enamorarme con el tiempo, sería de algún indio bravo por el estilo de V. -¡Tiene V. un genio hecho de molde para el mío! EL CAPITÁN.- ¡Vaya V. á los mismísimos diablos! -¡Generala! ¡Condesa! ¡Llame V. á su hija, y dígale que no me queme la sangre! -En fin; ¡mejor es que no juguemos hoy al tute! -Conozco que no puedo con V…… Llevo algunas noches de no dormir, pensando en nuestros altercados, en las cosas duras que me obliga V. á decirle, en las irritantes bromas que me contesta, y en lo imposible que es el que V. y yo vivamos en paz, á pesar de lo muy agradecido que estoy….. á la casa. -¡Ah! ¡Más me hubiera valido que me dejara V. morir en mitad de la calle!….. -¡Es muy triste aborrecer, ó no poder tratar como Dios manda, á la persona que nos ha salvado la vida exponiendo la suya! -¡Afortunadamente, pronto podré mover esta pícara pierna; me iré á mi cuartito de la calle de Tudescos, á la oficina de mi seráfico pariente y á mi Casino de mi alma, y cesará este martirio á que me ha condenado V. con su cara, su cuerpo y sus acciones de serafín, y con su frialdad, sus bromas y su sonrisa de demonio! -¡Pocos días nos quedan de vernos!….. -Ya discurriré yo alguna manera de seguir tratando á solas á su mamá de V., ora sea en casa de mi primo, ora por cartas, ora citándonos para tal ó cual iglesia….. -Pero lo que es á V., gloria mía, ¡no volveré á acercarme hasta que sepa que se ha casado!….. -¿Qué digo? ¡Entonces menos que nunca! -En resumen…… ¡déjeme V. en paz, ó écheme mañana solimán en el chocolate! El día que D. Jorge de Córdoba pronunció estas palabras, Angustias no se sonrió, sino que se puso grave y triste….. Reparó en ello el Capitán, y dióse prisa á taparse el rostro con el embozo de la cama, murmurando para sí mismo: -¡Me he fastidiado con decir que no quiero jugar al tute! -Pero, ¿cómo volverme atrás? -¡Sería deshonrarme! -¡Nada! ¡Trague V. quina, señor Capitán Veneno! ¡Los hombres deben ser hombres! Angustias, que había salido ya de la alcoba, no se enteró del arrepentimiento y tristeza que se revolcaban bajo las ropas de aquel lecho. – III – La convalecencia Sin novedad alguna que de notar sea, transcurrieron otros quince días, y llegó aquel en que nuestro héroe debía abandonar el lecho, bien que con orden terminante de no moverse de una silla y de tener extendida sobre otra la pierna mala. Sabedor de ello el marqués de los Tomillares, cuya visita no había faltado ninguna mañana á D. Jorge, ó, más bien dicho, á sus adorables enfermeras, con quienes se entendía mejor que con su áspero y rabioso primo, le envió á éste, al amanecer, un magnífico sillón-cama, de roble, acero y damasco, que había hecho construir con la anticipación debida. Aquel lujoso mueble era toda una obra maestra, excogitada y dirigida por el minucioso aristócrata: estaba provisto de grandes ruedas que facilitarían la conducción del enfermo de una parte á otra, y articulado por medio de muchos resortes, que permitían darle forma, ora de lecho militar, ora de butaca más ó menos trepada, con apoyo, en este último caso, para extender la pierna derecha, y con su mesilla, su atril, su pupitre, su espejo y otros adminículos de quita y pon, admirablemente acondicionados. Á las señoras les mandó, como todos los días, delicadísimos ramos de flores, y además, por extraordinario, un gran ramillete de dulces y doce botellas de champagne, para que celebrasen la mejoría de su huésped. Regaló un hermoso reloj al médico y veinticinco duros á la criada, y con todo ello se pasó en aquella casa un verdadero día de fiesta, á pesar de que la respetable guipuzcoana estaba cada vez peor de salud. Las tres mujeres se disputaron la dicha de pasear al Capitán Veneno en el sillón-cama; bebieron Champagne y comieron dulces, así los enfermos como los sanos, y aun el representante de la medicina: el Marqués pronunció un largo discurso en favor de la institución del matrimonio, y el mismo D. Jorge se dignó reír dos ó tres veces, haciendo burla de su pacientísimo primo, y cantar en público (o sea delante de Angustias) algunas coplas de jota aragonesa. – IV – Mirada retrospectiva Verdad es que desde la célebre discusión sobre el bello sexo, el Capitán había cambiado algo, ya que no de estilo ni de modales, á lo menos de humor….. ¡y quién sabe si de ideas y sentimientos! Conocíase que las faldas le causaban menos horror que al principio, y todos habían observado que aquella confianza y benevolencia que ya le merecía la señora de Barbastro, iban trascendiendo á sus relaciones con Angustias. Continuaba, eso sí, por terquedad aragonesa más que por otra cosa, diciéndose su mortal enemigo, y hablándole con aparente acritud y á voces, como si estuviera mandando soldados; pero sus ojos la seguían y se posaban en ella con respeto, y, si por acaso se encontraba con la mirada (cada vez más grave y triste desde aquel día) de la impávida y misteriosa joven, parecían inquirir afanosamente qué gravedad y tristura eran aquéllas. Angustias había dejado, por su parte de provocar al Capitán y de sonreirse cuando le veía montar en cólera. Servíalo en silencio, y en silencio soportaba sus desvíos más ó menos amargos y sinceros, hasta que él se ponía también grave y triste, y le preguntaba con cierta llaneza de niño bueno: -¿Qué tiene V.? ¿Se ha incomodado conmigo? ¿Principia ya á pagarme el aborrecimiento de que tanto le he hablado? -¡Dejémonos de tonterías, Capitán! (contestaba ella). ¡Demasiado hemos disparatado ya los dos….., hablando de cosas muy formales! -¿Se declara V., pues, en retirada? -En retirada….. ¿de qué? -¡Toma! ¡Usted lo sabrá! -¿No me la echó de tan valiente y batalladora el día que me llamó indio bravo? -Pues no me arrepiento de ello, amigo mío….. -Pero basta de despropósitos, y hasta mañana. -¿Se va V.? ¡Eso no vale! ¡Eso es huir! -solía decirle entonces el muy taimado. -¡Como V. quiera!….. (respondía Angustias, encogiéndose de hombros). El caso es que me retiro….. -¿Y qué voy á hacer aquí, solo, toda la noche? -¡Repare V. en que son las siete! -Esa no es cuenta mía. -Puede V. rezar, ó dormirse, ó hablar con mamá….. -Yo tengo que seguir arreglando el baúl de papeles de mi difunto padre….. -¿Por qué no pide V. una baraja á Rosa, y hace solitarios? -¡Sea V. franca! (exclamó un día el impertinente solterón, devorando con los ojos las blanquísimas y hoyosas manos de su enemiga). -¿Me guarda V. rencor porque desde aquella mañana no hemos vuelto á jugar al tute? -¡Muy al contrario! ¡Alégrome de que hayamos dejado también esa broma! -respondió Angustias, escondiendo las manos en los bolsillos de la bata. -Pues entonces, alma de Dios, ¿qué quiere V.? -Yo, señor D. Jorge, no quiero nada. -¿Por qué no me llama V. ya «Señor Capitán Veneno»? -Porque he conocido que no merece usted ese nombre. -¡Hola! ¡Hola! ¿Volvemos á las suavidades y á los elogios? -¿Qué sabe V. cómo soy yo por dentro? -Lo que sé es que no llegará V. nunca á envenenar á nadie….. -¿Por qué? ¿Por cobardía? -No, señor; sino porque es V. un pobre hombre, con muy buen corazón, al cual le ha puesto cadenas y mordaza, no sé si por orgullo ó por miedo á su propia sensibilidad….. -Y, si no, que se lo pregunten á mi madre….. -¡Vaya! ¡Vaya! ¡doblemos esa hoja! -¡Guárdese V. sus celebraciones como se guarda sus manecitas de marfil! -¡Esta chiquilla se ha propuesto volverme del revés! -¡Mucho ganaría V. en que me lo propusiera y lo lograra, pues el revés de usted es el derecho! -Pero no estamos en ese caso….. -¿Qué tengo yo que ver en sus negocios? -¡Trueno de Dios! ¡Pudo V. hacerse esa pregunta la tarde que se dejó fusilar por salvarme la vida! -exclamó D. Jorge con tanto ímpetu como si, en vez del agradecimiento, hubiese estallado en su corazón una bomba. Angustias le miró muy contenta, y dijo con noble fogosidad: -No estoy arrepentida de aquella acción; pues si mucho le admiré á V. al verlo batirse la tarde del 26 de marzo, más le he admirado de oirlo cantar, en medio de sus dolores, la jota aragonesa, para distraerse y alegrar á mi pobre madre! -¡Eso es! ¡Búrlese V. ahora de mi mala voz! -¡Jesús, qué diantre de hombre! -¡Yo no me burlo de V., ni el caso lo merece! ¡Yo he estado á punto de llorar; y he bendecido á V. desde lejos, cada vez que le he oído cantar aquellas coplas!….. -¡Lagrimitas! -¡Peor que peor! -¡Ah, señora doña Angustias! ¡Con V. hay que tener mucho cuidado! -¡Usted se ha propuesto hacerme decir ridiculeces y majaderías impropias de un hombre de carácter, para reirse luego de mí, y declararse vencedora!….. -Afortunadamente, estoy sobre aviso, y tan luego como me vea próximo á caer en sus redes, echaré á correr, con la pierna rota y todo, y no pararé hasta Pekín. -¡Usted debe ser lo que llaman una coqueta! -¡Y V. es un desventurado! -¡Mejor para mí! -Un hombre injusto, un salvaje, un necio….. -¡Apriete V.! ¡Apriete V.! -¡Así me gusta! -¡Al fin vamos á peleamos una vez! -¡Un desagradecido! -¡Eso no, caramba! ¡Eso no! -Pues bien: ¡guárdese V. su agradecimiento, que yo, gracias á Dios, para nada lo necesito! -Y, sobre todo, hágame el obsequio de no volver á sacarme estas conversaciones….. Tal dijo Angustias, volviéndole la espalda con verdadero enojo. Y así quedaba siempre, de obscuro y embrollado, el importantísimo punto que, sin saberlo, discutían aquellos dos seres desde que se vieron por primera vez….., y que muy pronto iba á ponerse más claro que el agua. – V – Peripecia El tan celebrado y jubiloso día en que se levantó el Capitán Veneno había de tener un fin asaz, lúgubre y lamentable, cosa muy frecuente en la humana vida, según que más atrás, y por razones inversas á las que ahora, dijimos filosóficamente. Estaba anocheciendo: el médico y el Marqués acababan de retirarse, y Angustias y Rosa habían salido también, por consejo de la muy complacida guipuzcoana, á rezar una Salve á la Virgen del Buen Suceso, que aun tenía entonces su iglesia en la Puerta del Sol, cuando el Capitán, á quien ya habían acostado de nuevo, oyó sonar la campanilla de la calle; y que doña Teresa abría el ventanillo y preguntaba: -«¿Quién es?»; y que luego decía, abriendo la puerta: -«¡Cómo había yo de figurarme que viniese usted á estas horas! ¡Pase V. por aquí!»; y que una voz de hombre exclamaba, alejándose hacia las habitaciones interiores: -«Siento mucho, señora…..» El resto de la frase se perdió en la distancia, y así quedó todo por algunos minutos, hasta que sonaron otra vez pasos y oyóse al mismo hombre que decía, como despidiéndose: -«Celebraré que V. se mejore y tranquilice…..», y á doña Teresa que contestaba: -«Pierda V. cuidado…..»; después de lo cual volvió á sentirse abrir y cerrar la puerta, y reinó en la casa profundo silencio. Conoció el Capitán que algún desagrado había ocurrido á la viuda, y hasta esperó que entrase á contárselo; pero al ver que no acontecía así, dedujo que el negocio sería del orden de los secretos domésticos, y abstúvose de interpelarla á voces, aunque le pareció oirla suspirar en el inmediato pasillo….. Volvieron á llamar en esto á la puerta de la calle, é instantáneamente la abrió doña Teresa, lo cual demostraba que no había dado un paso desde que se marchó la visita; y entonces se oyeron estas exclamaciones de Angustias: -¿Por qué nos aguardabas con el picaporte en la mano? -¡Mamá! -¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? ¿Por qué no me respondes? ¡Estás mala! ¡Jesús, Dios mío! ¡Rosa! ¡Ve corriendo y llama al doctor Sánchez! ¡Mi mamá se muere! -¡Ven! ¡Espera! ¡Ayúdame á llevarla al sofá de la sala….. -¿No ves que se está cayendo? -¡Pobre madre mía! ¡Madre de mi alma! ¿Qué tienes que no puedes andar? Efectivamente: D. Jorge, desde la alcoba, vió entrar á la sala á doña Teresa casi arrastrando, colgada del cuello de su hija y de su criada, y con la cabeza caída sobre el pecho. Acordóse entonces Angustias de que el Capitán estaba en el mundo, y dió un grito furioso, encaróse con él, y le dijo: -¿Qué le ha hecho V. á mi madre? -¡No! ¡No!….. ¡Pobrecito! ¡Él no sabe nada!….. (se apresuró á decir la enferma con amoroso acento). -Me he puesto mala yo sola….. -Ya se me va pasando….. El Capitán estaba rojo de indignación y de vergüenza. -¡Ya lo está V. oyendo, señorita Angustias! (exclamó al fin en són muy amargo y triste). ¡Me ha calumniado V. inhumanamente! -Pero ¡ah!, no….. ¡Yo no soy quien me he calumniado á mí mismo desde que estoy acá! -¡Merecida tengo esa injusticia de V.! -¡Doña Teresa!….. ¡No haga V. caso de esa ingrata, y dígame que ya está buena del todo, ó reviento aquí, donde me veo atado por el dolor y crucificado por mi enemiga! Á todo eso, la viuda había sido colocada en el sofá, y Rosa atravesaba la calle en busca del doctor. -Perdóneme V., Capitán (dijo Angustias). Considere que es mi madre, y que me la he encontrado muriéndose lejos de usted, á cuyo lado la dejé hace quince minutos….. -¿Es que ha venido alguien durante mi ausencia? El Capitán iba á responder que sí, cuando doña Teresa había ya contestado apresuradamente: -¡No! ¡Nadie!….. ¿No es verdad que nadie, señor D. Jorge? -Estas son cosas de nervios….., vapores….., ¡vejeces, y nada más que vejeces! -Ya estoy bien, hija mía. Llegado que hubo el médico, y tan pronto como pulsó á la viuda (á quien media hora antes dejó tan contenta y en casi regular estado), dijo que había que acostarla inmediatamente y que tendría que guardar cama algún tiempo, hasta que cesase la gran conmoción nerviosa que acababa de experimentar….. -En seguida manifestó en secreto á Angustias y á D. Jorge que el mal de doña Teresa radicaba en el corazón, de lo cual tenía completa evidencia desde que la pulsó por primera vez la tarde del 26 de Marzo, y que semejantes afecciones, aunque no eran fáciles de curar enteramente, podían conllevarse largo tiempo á fuerza de reposo, bienestar, alegría moderada, buen trato y no sé cuántos otros prodigios….., cuya base principal era el dinero. -¡El 26 de marzo! (murmuró el Capitán). ¡Es decir, que yo tengo la culpa de todo lo que ocurre! -¡La tengo yo! -dijo Angustias, como hablando consigo misma. -¡No busquen Vds. la causa de las causas! (expuso melancólicamente el doctor Sánchez). Para que haya culpa, tiene que preceder intención, y Vds. son incapaces de haber querido perjudicar á doña Teresa. Los dos amnistiados se miraron con angelical asombro, al ver que la ciencia se devanaba los sesos para sacar deducciones tan obvias ó tan impías; y, fijando luego su consideración en lo que verdaderamente les importaba entonces, dijéronse á un mismo tiempo: -¡Hay que salvarla! Aquello era principiar á entenderse. – VI – Catástrofe Así que se marchó el médico, y después de largo debate, se tomó el acuerdo de poner la cama de la viuda en el gabinete, que, como ya hemos dicho, estaba situado en un extremo de la sala, frente por frente de la alcoba ocupada por D. Jorge. -De esta manera (dijo la prudentísima Angustias) podréis veros y charlar los dos enfermicos, y nos será fácil á Rosa y á mí atender á ambos desde la sala, la noche que á cada uno nos toque velaros. Aquella noche se quedó Angustias, y nada ocurrió de particular. Doña Teresa se sosegó mucho á la madrugada, y dormitó cosa de una hora. El médico la encontró muy aliviada á la mañana siguiente; y, como pasó también el día cada vez más tranquila, la segunda noche se retiró Angustias á su cuarto después de las dos, cediendo á las tiernas súplicas de su madre y á las imperiosas órdenes del Capitán, y Rosa se quedó de enfermera….. en la misma butaca, en la misma postura y con los mismos ronquidos que veló á D. Jorge la noche que lo hirieron. Serían las tres y media de la mañana cuando nuestro caviloso héroe, que no dormía, oyó que doña Teresa respiraba muy trabajosamente y lo nombraba con voz entrecortada y sorda. -Vecina, ¿me llama V.? -preguntó D. Jorge, disimulando su inquietud. -Sí….., Capitán….. (respondió la enferma). -Despierte V. con cuidado á Rosa, de modo que no lo oiga mi hija. -Ya no puedo alzar la voz….. -Pero ¿qué es eso? ¿Se siente V. mal? -¡Muy mal! Y quiero hablar con V. á solas antes de morirme….. Haga V. que Rosa lo coloque en el sillón de ruedas, y lo traiga aquí….. Pero procure que no despierte mi pobre Angustias….. El Capitán ejecutó punto por punto lo que le decía doña Teresa, y al cabo de pocos instantes se hallaba á su lado. La pobre viuda tenía una fiebre muy alta, y se ahogaba de fatiga. En su lívido rostro se veía ya impresa la indeleble marca de la muerte. El Capitán estaba aterrado por la primera vez de su vida. -¡Déjanos, Rosa…..; pero no despiertes á la señorita Angustias!….. -¡Dios querrá dejarme vivir hasta que amanezca, y entonces la llamaré para que nos despidamos!….. -Oiga V., Capitán….. -¡Me muero! -¡Qué se ha de morir, V., señora! (respondió D. Jorge, estrechando la ardiente mano de la enferma). -Esta es una congoja como la de ayer tarde….. ¡Y, además, yo no quiero que se muera V.! -Me muero, Capitán….. Lo conozco….. Inútil fuera llamar al médico….. Llamaremos al confesor….., ¡eso sí!…… aunque se asuste mi pobre hija….. Pero será cuando V. y yo acabemos de hablar. Porque lo urgente ahora es que hablemos nosotros dos sin testigos!….. -¡Pues ya estamos hablando! (respondió el Capitán, atusándose los bigotes en señal de miedo). -Pídame V. la poca y mala sangre con que entré en esta casa y la mucha y muy rica que he criado en ella, y toda la derramaré con gusto!….. -Ya lo sé….. Ya lo sé, amigo mío….. -Usted es muy honrado, y nos quiere….. Pues, mi querido Capitán; sépalo V. todo….. -Ayer tarde vino mi procurador, y me dijo que el Gobierno había decretado en contra del expediente de mi viudedad. -¡Demonio! ¿Y por esa friolera se apura V.? -¡Me ha denegado á mí el Gobierno tantas instancias! -Ya no soy ni Condesa ni Generala….. (continuó la viuda). ¡Tenía V. mucha razón cuando me escatimaba esos títulos! -¡Mejor que mejor! -¡Yo no soy tampoco General ni Marqués, y mi abuelo era lo uno y lo otro! -Estamos iguales. -¡Bien; pero el caso es que yo….. yo….. ¡estoy completamente arruinada! Mi padre y mi marido gastaron, defendiendo á D. Carlos, todo lo que tenían….. Hasta hoy he vivido con el producto de mis alhajas, y hace ocho días vendí la última…..; una gargantilla de perlas muy hermosa….. -¡Rubor me causa hablar á usted de estas miserias!….. -¡Hable V., señora! ¡Hable V.! ¡Todos hemos pasado apuros! -¡Si supiera usted los atranques en que á mí me ha metido el pícaro tute! -¡Pero es que mi atranque no tiene remedio! -Todos mis recursos y todo el porvenir de mi hija estaban cifrados en esa viudedad, que con el tiempo hubiera sido la orfandad de Angustias….. Y hoy….. la desgraciada no tiene porvenir, ni presente, ni dinero para enterrarme….. -Porque ha de saber V. que el abogado que me asesoraba, herido en su orgullo, de resultas de haberle desdeñado la chica, ó deseoso de aumentar nuestra desgracia, á fin de rendir la voluntad de Angustias y obligarla á casarse con él….., me envió anteanoche la cuenta de sus honorarios, al mismo tiempo que la fatal noticia….. El procurador traía también la relación de los suyos, y me habló en un lenguaje tan cruel, de parte del abogado, mezclando las palabras «desconfianza…..», «insolvencia», «ejecución», y yo no sé qué otras, que cegué y no vi, tiré de la gaveta, y le entregué todo lo que me pedía; es decir, todo lo que me quedaba, lo que me habían dado por la gargantilla de perlas, mi último dinero, mi último pedazo de pan….. -Por consiguiente, desde anteanoche es Angustias tan pobre como las infelices que piden de puerta en puerta….. -¡Y ella lo ignora! ¡Ella duerme tranquila en este instante! -¿Cómo, pues, no he de estar muriéndome?….. ¡Lo raro es que no me muriera anteanoche! -¡Pues no se muera por tan poca cosa! (repuso el Capitán con sudores de muerte, pero con la más noble efusión). -Ha hecho v. muy bien en hablarme….. -¡Yo me sacrificaré viviendo entre faldas como un despensero de monjas! -¡Estaría escrito! -Cuando me ponga bueno, en lugar de irme á mi casa, traeré aquí mi ropa, mis armas y mis perros, y viviremos todos juntos hasta la consumación de los siglos….. -¡Juntos! (respondió lúgubremente la guipuzcoana). Pues ¿no oye V. que me estoy muriendo? ¿No lo ve V.? ¿Cree usted que yo le hubiera hablado de mis apuros pecuniarios, á no estar segura de que dentro de pocas horas me habré muerto? -Entonces, señora….. ¿qué es lo que quiere V. de mí? (preguntó horrorizado don Jorge de Córdoba). Porque dicho se está que para dispensarme el honor y el gusto de pedirme, ó de encargarme que le pida á mi primo ese pobre barro que se llama dinero, no estaría V. pasando tanta fatiga, sabiendo lo mucho que estimamos á Vds., y conociéndonos, como creo que nos conoce….. -¡Dinero no ha de faltarles á Vds. nunca, mientras yo viva! Por lo tanto, otra cosa es lo que usted quiere de mí, y le suplico que, antes de decir una palabra más, piense en la solemnidad de las circunstancias y en otras consideraciones muy atendibles. -No le comprendo á V., y yo misma sé lo que quiero….. (respondió doña Teresa, con la sinceridad de una santa). -Pero póngase V. en mi lugar. Soy madre…..; adoro á mi hija; voy á dejarla sola en el mundo; no veo á mi lado en la hora de la muerte, ni tengo sobre el haz de la tierra persona alguna á quien encomendársela, como no sea á V. que, en medio de todo, le demuestra cariño….. -En verdad, yo no sé de qué modo podrá V. favorecerla….. ¡El dinero solo es muy frío, muy repugnante, muy horrible….. -¡Pero más horrible es todavía que mi pobre Angustias se vea obligada á ganarse con sus manos el sustento, á ponerse á servir, á pedir limosna!….. -¡Justifícase, por consiguiente, que, al sentir que me muero, le haya llamado á V. para despedirme, y que, con las manos cruzadas, y llorando por última vez en mi vida, le diga á V., desde el borde del sepulcro: -«¡Capitán: sea V. el tutor, sea V. el padre, sea usted un hermano de mi pobre huérfana!….. ¡Ampárela! ¡Ayúdela! ¡Defienda su vida y su honra! ¡Que no se muera de hambre ni de tristeza! ¡Que no esté sola en el mundo!….. ¡Figúrese V. que hoy le nace una hija!» -¡Gracias á Dios! (exclamó D. Jorge, dando palmotadas en los brazos del sillón de ruedas). ¡Haré por Angustias todo eso y mucho más! -¡Pero he pasado un rato cruel, creyendo iba V. á pedirme que me casara con la muchacha! -¡Sr. D. Jorge de Córdoba! ¡Eso no lo pide ninguna madre! ¡Ni mi Angustias toleraría que yo dispusiese de su noble y valeroso corazón! -dijo doña Teresa con tal dignidad, que el Capitán se quedó yerto de espanto. Recobróse al cabo el pobre hombre, y expuso con la humildad del más cariñoso hijo, besando las manos de la moribunda: -¡Perdón! ¡perdón, señora! ¡Yo soy un insensato, un monstruo, un hombre sin educación que no sabe explicarse!….. Mi ánimo no ha sido de ofender á V. ni á Angustias….. Lo que he querido advertir á V. lealmente, es que yo haría muy desgraciada á esa hermosa joven, modelo de virtudes, si llegase á casarme con ella; que yo no he nacido para amar ni para que me amen, ni para vivir acompañado, ni para tener hijos, ni para nada que sea dulce, tierno y afectuoso….. Yo soy independiente como un salvaje, como una fiera, y el yugo del matrimonio me humillaría, me desesperaría, me haría dar botes que llegaran al cielo. -Por lo demás, ni ella me quiere, ni yo la merezco, ni hay para qué hablar de este asunto. -En cambio, ¡hágame V. el favor de creer, por esta primera lágrima que derramo desde que soy hombre, y por estos primeros besos de mis labios, que todo lo que yo pueda agenciar en el mundo, y mis cuidados, y mi vigilancia, y mi sangre, serán para Angustias, á quien estimo, y quiero, y amo, y debo la vida….., y hasta quizá el alma! -Lo juro por esta santa medalla que mi madre llevó siempre al cuello….. Lo juro por….. -Pero ¡V. no me oye……! ¡V. no me contesta!, ¡V. no me mira! -¡Señora! ¡Generala! ¡Doña Teresa!….. ¿Se siente V. peor? -¡Ah, Dios mío! ¡Si parece que se ha muerto! -¡Diablo y demonio! ¡Y yo sin poder moverme! -¡Rosa! ¡Rosa! ¡Agua! ¡Vinagre! ¡Un confesor! ¡Una cruz, y yo le recomendaré el alma como pueda!….. -Pero aquí tengo mi medalla….. ¡Virgen Santísima! ¡Recibe en tu seno á mi segunda madre! -Pues, señor, ¡estoy fresco! ¡Pobre Angustias! ¡Pobre de mí! -¡En buena me he metido por salir á cazar revolucionarios! Todas aquellas exclamaciones estaban muy en su lugar. -Doña Teresa había muerto al sentir en su mano los besos y las lágrimas del Capitán Veneno, y una sonrisa de suprema felicidad vagaba todavía por los entreabiertos labios del cadáver. – VII – Milagros del dolor A los gritos del consternado huésped, seguidos de lastimeros ayes de la criada, despertó Angustias….. -Medio se vistió, llena de espanto, y corrió hacia la habitación de su madre….. Pero en la puerta halló atravesada la silla de ruedas de D. Jorge, el cual, con los brazos abiertos y los ojos casi fuera de las órbitas, le cerraba el paso, diciendo: -¡No entre V. Angustias! ¡No éntre usted, ó me levanto, aunque me muera! -¡Mi pobre mamá! ¡Mi madre de mi alma! -¡Déjeme V. ver á mi madre!….. -gimió la infeliz, pugnando por entrar. -¡Angustias! ¡En nombre de Dios, no éntre ahora! -Ya entraremos luego juntos….. ¡Deje V. descansar un momento á la que tanto ha padecido! -¡Mi madre ha muerto! -exclamó Angustias, cayendo de rodillas junto al sillón del Capitán. -¡Pobre hija mía! ¡Llora conmigo cuanto quieras! (respondió D. Jorge, atrayendo hacia su corazón la cabeza de la pobre huérfana, y acariciándole el pelo con la otra mano). ¡Llora con el que no había llorado nunca, hasta hoy, que llora por ti….. y por ella!….. Era tan extraordinaria y prodigiosa aquella emoción en un hombre como el Capitán Veneno, que Angustias, en medio de su horrible desgracia, no pudo menos de significarle aprecio y gratitud, poniéndole una mano sobre el corazón….. Y así estuvieron abrazados algunos instantes aquellos dos seres que la felicidad nunca hubiera hecho amigos. Parte Cuarta
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