Teorías cognitivistas, constructivistas y postconstructivistas sobre el aprendizaje (página 2)
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
3. Estrategias Cognitivas, facilitadoras del conocimiento: a) de Atención: exploración, fragmentación, selección y contradistractoras; b) de Comprensión: captación de ideas, subrayado, traducción a un lenguaje propio y resumen, gráficos, redes, esquemas y mapas conceptuales (a través del manejo del lenguaje oral y escrito –velocidad, exactitud y comprensión–); c) de Elaboración: preguntas, metáforas y analogías, organizadores, apuntes y mnemotecnias; y d) de Memorización/Recuperación: codificación y generación de respuestas.
4. Estrategias Metacognitivas, facilitadoras de la cantidad y calidad del conocimiento que se tiene y su control, dirección y aplicación a la resolución de problemas o tareas: a) de Planificación: selección de las estrategias apropiadas y del uso de recursos para su ejecución; por ejemplo, hacer un análisis de cuál es la mejor estrategia para buscar la idea central del texto; b) de Control: verificación del resultado de las estrategias aplicadas, revisar su efectividad, hacer una autoevaluación de cuánto estamos comprendiendo, almacenando, aprendiendo o recuperando información; c) de Evaluación: de los procesos reguladores y del resultado de la comprensión y de nuestro aprendizaje; d) de Reorganización (feedback): de cada una de las fases del proceso, analizando su idoneidad y oportunidad, y/o modificándolas, optimizándolas, rechazándolas; e) de Monitorización: observación y apreciación de la eficacia de la estrategia y microestrategias utilizadas o de la modificación del proceso con relación a los resultados obtenidos; y f) de Acceso: ya que se necesita no sólo el conocimiento, sino la habilidad para adquirir ese conocimiento en el momento apropiado.
Respecto a la autorregulación del aprendizaje, como punto de partida, es preciso hacer constar que los estudios acerca de los factores cognitivos-metacognitivos y motivacionales se han abordado de forma conjunta desde hace relativamente poco tiempo, ya que en un principio fueron analizados por separado, impidiendo apreciar su alcance y posibilidades. Como consecuencia, el enfoque conjunto dio como resultado la aparición del nuevo constructo conocido como aprendizaje autorregulado (SRL: Self-Regulated Learning).
Ciertamente, la óptima realización de una tarea o resolución de problema no depende exclusivamente de las capacidades (cognitivas y metacognitivas) de los aprendices; sino, además, de la motivación (inteligencia emocional) que las mueve y de la evaluación que éstos realizan de ellas, a partir de la información recibida acerca de la efectividad de sus anteriores realizaciones, y especialmente por parte del docente. Por tanto, al intentar explicar por qué los aprendices rinden de la forma en que lo hacen, es imprescindible tener en cuenta sus motivaciones y creencias personales sobre las capacidades de que disponen para realizar las tareas o afrontar los problemas que se les plantean.
De manera que, por una parte, habrá que tener presentes las variables cognitivas y metacognitivas, en cuanto a la particular forma de recoger, procesar, asimilar, guardar y recuperar la información, y la consiguiente planificación, regulación, evaluación y reorganización, para aplicarlas a la solución de problemas; y, por otra, las variables motivacionales, especialmente de la imagen que sobre sí mismo se tiene (autoconcepto-autoestima-autoeficacia), particularmente como aprendices, como valoración personal y subjetiva que determinará el éxito o fracaso escolar (Núñez, 1992; Cabanach, Núñez y García-Fuentes, 1994; Núñez y González-Pienda, 1994).
Si bien es cierto que el alumno entra en la escuela con una motivación y un autoconcepto parcialmente establecido, ello no implica ningún tipo de limitación a la hora de intervenir sobre éstos de cara a su modificabilidad (Feuerstein, 1979; Sternberg, 1983; Gardner, 1983; Branden, 1993; Clark, Clemes y Bean, 1993). Precisamente, el grado de congruencia existente entre la capacidad real del aprendiz y el nivel de la capacidad percibida, determinará que genere altas o bajas expectativas de éxito en su aprendizaje, lo cual quiere decir que el rendimiento está mediatizado directamente por las elaboraciones cognitivas personales (Paris, Olson y Stevenson, 1983); aunque, los determinantes motivacionales no son exclusivamente los intereses, sino también las expectativas del aprendiz y sus pautas atributivas (Jussim y Eccles, 1992).
Los modelos motivacionales más recientes destacan que la motivación está, en gran medida, mediatizada por las percepciones que los aprendices tienen de sí mismos y de las tareas a las que se ven enfrentados (Borkowski y Muthukrishna, 1992), postulando que la conducta humana es propositiva e intencional y que está guiada por la representación de metas, siendo unánimes los acuerdos en que las metas generales de la conducta de rendimiento son demostrar competencia e incrementar, o al menos proteger, los sentimientos de valía y autoestima. Por ello, no es de extrañar que Weiner (1990) señale como hecho más significativo de la moderna Psicología la conceptualización del fenómeno motivacional en términos cognitivos y la inclusión del autoconcepto, como elemento nuclear. Sin embargo, más que hablar de autoconcepto directamente, se estudia en interacción con las atribuciones causales, las percepciones de autoeficacia, las estrategias cognitivas-metacognitivas y motivacionales, para mantener las creencias personales.
En definitiva, la variedad de teorías y modelos cognitivos de la motivación existentes, hoy día, destacan que las percepciones sobre uno mismo son determinantes de la conducta de rendimiento. Todas ellas explicitan las correlaciones entre cogniciones acerca de las causas de los resultados, creencias de control y eficacia, pensamientos sobre las metas que se desean alcanzar y las reacciones emocionales que tales cogniciones generan.
Desde tiempos remotos, el objetivo de la educación siempre ha sido hacer buenos aprendices enseñándoles a aprender; pero, a pesar de ello, no todos los modelos utilizados a lo largo de la historia lo han conseguido, de tal manera que las actuales concepciones se centran en que se consideren responsables y autoconstructores activos de su propia formación.
En ese sentido, el modelo de aprendizaje autorregulado, enfatizado por los autores cognitivos del procesamiento de la información, aunque también desde otras ópticas (conductista, fenomenológica, socio-cultural, constructivista y cognitivo-social), constituye un nuevo avance y un importante acercamiento al estudio del logro académico de los aprendices. Esta concepción parte de la teoría del aprendizaje social de Bandura (1977), centrando su atención en cómo los estudiantes personalmente activan, modifican y mantienen sus prácticas de aprendizaje en contextos específicos, desplazando el centro de los análisis educativos, desde la concepción de la capacidad del aprendiz y los ambientes de aprendizaje como entidades fijas, a sus procesos y acciones personalmente iniciados y diseñados para aumentar su capacidad-habilidad y entorno de aprendizaje (Zimmerman, 1989, 1990).
Como indica Herrera (2009), puede considerarse autorreguladores a los aprendices en la medida en que son, cognitiva-metacognitiva, motivacional y conductualmente, promotores activos de sus propios procesos de aprendizaje (Zimmerman, 1990; McCombs y Marzano, 1990).
Cognitiva-metacognitivamente, cuando son capaces de tomar decisiones que regulan la selección y uso de las diferentes formas de conocimiento: planificando, organizando, instruyendo, controlando y evaluando (Corno, 1986, 1989).
Motivacionalmente, cuando son capaces de tener gran autoeficacia, autoatribuciones y gran interés intrínseco en la tarea, destacando un extraordinario esfuerzo y persistencia durante el aprendizaje (Borkowski, 1990; Schunk, 1986).
Conductualmente, cuando son capaces de seleccionar, estructurar y crear entornos para optimizar el aprendizaje, buscando consejos, información y lugares donde puedan ver favorecido su aprendizaje (Wang y Peverly, 1986; Zimmerman y Martínez-Pons, 1986), autoinstruyéndose y autorreforzándose (Rohrkemper, 1989).
En suma, un aprendiz efectivo es aquel que llega a ser consciente de las relaciones funcionales entre sus patrones de pensamiento y de acción (estrategias) y los resultados socio-ambientales (Corno y Mandinach, 1983; Corno y Rohrkemper, 1985); es decir, cuando se siente agente de su comportamiento, estando automotivado, usando estrategias de aprendizaje para lograr resultados académicos deseados, autodirigiendo la efectividad de su aprendizaje, evaluándolo y retroalimentándolo.
En general, podemos señalar que los modelos de aprendizaje autorregulado están integrados por tres elementos básicos: el uso de estrategias de aprendizaje autorregulado, el compromiso hacia las metas académicas y las percepciones de autoeficacia sobre la acción de las destrezas por parte del aprendiz.
Las estrategias de aprendizaje autorregulado son acciones o procesos dirigidos a la adquisición de información, lo que supone destrezas que incluyen la implicación, el propósito y la percepción instrumental del aprendiz. Su utilización, además de proporcionarle un conocimiento del estado de su autoeficacia, aumenta la autorregulación de su funcionamiento personal-individualizado, su actuación académica y su entorno de aprendizaje (Kinzie, 1990). Las estrategias de aprendizaje autorregulado más significativas identificadas por Zimmerman y Martínez-Pons (1986) son las siguientes: autoevaluación, organización y transformación, planificación de metas, búsqueda de información, toma y control de apuntes y notas, estructuración ambiental (espacio-temporal), autopremonición, ensayo y memorización, búsqueda de apoyo social entre sus significativos y revisión del material, entre otras.
Las metas académicas pueden variar sustancialmente la naturaleza y el tiempo de la consecución, tales como: calificaciones, aprobación social, oportunidad de empleo al finalizar los estudios, etc.
La autoeficacia es la clave determinante del proceso de aprendizaje autorregulado, referida a las percepciones y creencias que tiene el alumno respecto a las propias capacidades para organizar y emprender las acciones necesarias para alcanzar un determinado grado de destreza en la realización de una tarea específica (Zimmerman, Bandura y Martínez-Pons, 1992). La autoeficacia está integrada por tres componentes: el valor del resultado, la expectativa del resultado y la expectativa de la autoeficacia. Esta última puede variar atendiendo a tres dimensiones: la magnitud, la fuerza y la generalización.
Las investigaciones sobre metacognición han demostrado que los estudiantes eficaces difieren de los ineficaces en la forma en que autorregulan sus procesos mentales y usan las estrategias de aprendizaje. Los estudiantes eficaces rinden mejor porque saben cómo dirigir su pensamiento para alcanzar una meta de aprendizaje propuesta, qué estrategias utilizar en su adquisición y empleo de los conocimientos, y cómo, dónde y por qué emplearlas (Chipman y Segal, 1985; Weinstein y Mayer, 1986; Zimmerman y Martínez Pons, 1990; Weiner y Kluwe, 1987; Paris et al., 1990).
Las investigaciones sobre motivación sugieren que los estudiantes con altas creencias de autoeficacia o competencia, altas expectativas de éxito, alta motivación intrínseca, que valoran la tarea y persiguen metas de aprendizaje, es más probable que se impliquen activamente en el aprendizaje y rindan mejor (Harter, 1986; Pintrich, 1989; Schunk, 1989; Dweck, 1986; Stipek, 1988). Dweck (1986), por ejemplo, indicaba que existen numerosas evidencias de la repercusión de los procesos motivacionales en: a) cómo los estudiantes emplean sus capacidades existentes y sus conocimientos; b) con qué eficacia adquieren nuevas capacidades y conocimientos; y c) cómo transfieren esas capacidades y conocimientos a situaciones nuevas.
Según Schunk (1991), las principales claves para autoevaluar el aprendiz su autoeficacia se podrían reducir a: los resultados de la propia actuación, el contexto del aprendizaje, las atribuciones causales, la experiencia vicaria o similitud del modelo, la credibilidad del persuasor y los síntomas psicofisiológicos.
Los componentes del aprendizaje autorregulado (conocimiento, estrategias, metas y autoeficacia), están modulados por las influencias personales: conocimiento del alumno, metacognición, metas y reacciones emocionales; por las influencias conductuales: autoobservación, autoevaluación y autorreacción; y por las influencias ambientales, en torno al aprendizaje por observación o vicario (Zimmerman y Rocha, 1984, 1987; Zimmerman y Martínez-Pons, 1986, 1988, 1992).
Según McCombs (1993), las funciones del docente en un contexto de aprendizaje autorregulado deberían ser las siguientes:
Diagnosticar y comprender las necesidades, intereses y objetivos particulares de los aprendices.
Ayudarlos a definir sus propios objetivos y a que establezcan relaciones entre ellos y los objetivos del aprendizaje escolar.
Relacionar el contenido y las actividades de aprendizaje con sus necesidades, intereses y objetivos particulares.
Desafiarlos a que inviertan tiempo y esfuerzo en asumir responsabilidades personales que les impliquen, en mayor medida, en las actividades de aprendizaje.
Proporcionarles oportunidades para que ejerzan control y elección personal sobre las variables de tarea seleccionadas, tales como el tipo de actividad de aprendizaje que realizan en cada situación, el nivel de pericia que se les exige y que demuestran, el grado de dificultad que prevén, la cantidad de esfuerzo y tiempo que les exige, el tipo de recompensa, el efecto sobre el conocimiento que ya tienen.
Crear un clima seguro, de confianza y de apoyo, demostrando interés real, solicitud y atención a cada aprendiz.
Atender a las estructuras organizativas de la clase potenciando las estructuras cooperativas en función de los objetivos de aprendizaje, frente a estructuras competitivas donde priman los objetivos de ejecución.
Subrayar el valor del cumplimiento y la responsabilidad personal de los aprendices, así como destacar el valor de las destrezas y habilidades singulares de cada uno, el valor del proceso de aprendizaje y las tareas que conducen a él.
Recompensar las realizaciones de los aprendices y estimularlos para que se recompensen a sí mismos y desarrollen la autoestima personal por los logros que obtienen.
La concepción del aprendizaje desde los enfoques constructivistas
5.1. Características compartidas por las teorías constructivistas
Las teorías constructivistas tratan de trasladar el énfasis de la enseñanza centrada en el docente a la instrucción centrada en los discentes, de tal forma que la misión fundamental del primero consistirá en ayudar a los segundos a autoconstruir su conocimiento y desarrollar otros nuevos, sin reducirlos a la educación formal y sin limitarlos a una simple recolección de información, sino ampliándolos al mundo que les rodea y como procesadores activo de la misma. Para lo cual, se les enseña a asimilar lo que ya saben (experiencias) para que autoconstruyan nuevos significados. Por tanto, la idea principal de estas teorías consiste en que el aprendizaje humano se construye en la mente de las personas y que ésta elabora nuevos conocimientos a partir de la base de los aprendizajes anteriores. Por otra parte, asume la idea de que las personas aprenden cuando pueden controlar su aprendizaje y están al mando del control que poseen sobre él.
Las teorías constructivistas comparten fundamentalmente las siguientes características referidas al discente:
Es el responsable último de su propio proceso de aprendizaje.
Construye su conocimiento por sí mismo y nadie puede sustituirle en esa tarea.
Su conocimiento lo construye a través de su experiencia.
Relaciona y enlaza la información nueva con sus conocimientos previos.
Establece relaciones entre elementos potenciando la construcción del conocimiento.
Su experiencia le lleva a la creación de esquemas mentales.
Comprende la información que recibe y autoconstruye significados a medida que va aprendiendo.
Su actividad mental constructiva es el resultado de un proceso de construcción a nivel social y personal.
Los esquemas son modelos mentales que almacenamos en nuestras mentes y van cambiando, agrandándose, estructurándose y volviéndose más sofisticados cada vez, a través de dos procesos complementarios: la asimilación de los nuevos conocimientos y su acomodación con los ya existentes (Piaget, 1952). Por otra parte, cada función en el desarrollo cultural de las personas aparece doblemente, primero, a nivel social y, más tarde, a nivel individual; al inicio, entre un grupo de personas (inter-psicológico) y, luego, dentro de sí mismo (intra-psicológico). Esto se aplica tanto en la atención voluntaria, como en la memoria lógica y en la formación de los conceptos. Todas las funciones superiores se originan a través de la relación entre los individuos (Vygotsky, 1934).
En lo referente al docente, éste debe asumir los siguientes roles:
Mediador entre el aprendiz y sus experiencias.
Dispensador de entornos y situaciones de aprendizajes cooperativos, colaborativos, participativos y reales de la vida cotidiana de los aprendices.
Diseñador de la estructura de la información y el conocimiento que va a proporcionar al aprendiz.
Orientador que guíe el aprendizaje.
Proveedor del contacto con múltiples representaciones de la realidad.
Facilitador de un buen clima de aula (social, de aprendizaje y de enseñanza).
Motivador que favorece el desarrollo del autoconcepto, la autoestima y la autoeficacia.
Dosificador de los tiempos, medios y esfuerzos, en función de las capacidades y competencias de los aprendices.
Administrador del feedback necesario y oportuno.
Además, Woolfolk (2006) recomienda a los docentes interesados por la práctica del constructivismo que:
Inserten el aprendizaje en ambientes complejos, realistas y pertinentes.
Ofrezcan elementos para la negociación social y responsabilidad compartida, como parte del aprendizaje.
Brinde múltiples perspectivas y utilicen múltiples representaciones de contenido.
Fomenten la conciencia personal y la idea de que los conocimientos se construyen.
Motiven el aprendizaje.
Estas teorías podríamos diferenciarlas y agruparlas en dos, las de corte evolutivo, como las de Piaget (1952), Vygotsky (1934) y Bruner (1962), y las de corte instruccional, como las de y Ausubel (1978), Novack (1983) y Anderson (1983).
5.2. La construcción del conocimiento como proceso individual: Jean Piaget
Las denominadas "teorías biológicas" han tratado de explicar la existencia de las diversas formas de vida, y cómo éstas, se han adaptado al medio. Por su parte, las "teorías epistemológicas" han tratado de exponer, cómo se adaptan las formas de pensamiento a la realidad. Jean Piaget encontró una estrecha relación entre estas dos ramas del conocimiento mencionadas y se propuso unirlas en un marco teórico al que denominó Epistemología Genética. En este marco teórico, el objetivo principal sería el estudio del desarrollo del conocimiento (episteme) desde su propio origen (génesis). En esta propuesta, una de sus principales aportaciones, es el reconocimiento del carácter activo del aprendiz en la elaboración de su propio conocimiento; siendo, por medio de la acción, donde se conectan las formas biológicas y las epistemológicas. Así, se construye el conocimiento como proceso individual.
En la exposición de este tema obviaremos algunos aspectos de la teoría piagetiana, especialmente lo referido al desarrollo de la inteligencia, centrándonos en la influencia que ha tenido dicha teoría en el marco educativo. Es importante hacer notar que según Piaget existen un conjunto de factores que posibilitan y explican la adquisición del conocimiento; estos factores son: la maduración, la interacción con el mundo físico y social, y la equilibración. La maduración se refiere a la herencia genética que condiciona nuestro conocimiento y desarrollo; a partir de esta estructura heredada, el aprendiz comienza a realizar acciones sobre el mundo físico y social, mediante estos dos tipos de interacciones se pone de manifiesto el peso de la acción como motor del desarrollo; es decir: las acciones que el aprendiz realiza sobre el medio físico y las interacciones que lleva a cabo con los demás, se convierten en factores fundamentales en la explicación del conocimiento. Aunque la tendencia del organismo es el equilibrio, la interacción con el medio provoca en el organismo una serie de desequilibrios que hay que resolver para lograr la adaptación, Piaget propone la existencia de un cuarto mecanismo denominado equilibración que coordina al resto de los factores: la equilibración supone un elemento de autorregulación del propio aprendiz que tiende a dotar a todo el sistema de equilibrio para lograr la adaptación.
La teoría piagetiana es, sin duda, una de las más influyentes en la educación, tanto en lo que respecta a las elaboraciones teóricas como en la propia práctica pedagógica. Desde el marco constructivista en el que se sitúa, todo conocimiento es construido activamente por el niño a medida que actúa e interactúa con la experiencia; es este su marco general, que ha ejercido una notable influencia sobre cómo plantear la educación y organizar las actividades educativas. Su rasgo principal es la concepción del alumno como aprendiz activo que elabora la información y al hacerlo progresa en la formación de sus propios esquemas de conocimiento. Esta concepción supone que el educador tiene que fomentar este papel activo del aprendizaje y que el propio proceso educativo se tiene que adecuar al nivel alcanzado por los alumnos en cada momento del desarrollo.
Durante gran parte de su vida profesional Piaget estuvo muy interesado por problemas relacionados con la educación; sin embargo, aunque dedicó numerosas conferencias y artículos al tema, las aplicaciones directas de su teoría a la práctica educativa, no fueron escritas por él, sino por uno de sus colaboradores, Hans Aebli, que trabajó durante varios años en su equipo de Ginebra. Aebli, psicólogo y docente, publicó en 1951 Una didáctica fundada en la psicología de Jean Piaget, obra que se reconoce una de las mejores síntesis de las prescripciones que la teoría piagetiana realiza a la educación.
En base a ello, analizaremos la contribución piagetiana a la educación según un triple plano de consideración: 1. La necesidad de que las actividades de enseñanza-aprendizaje tengan en cuenta el nivel de desarrollo de los alumnos. 2. El contenido que ha de aprender (en relación con la importancia de la acción del niño sobre los objetos: aprendizaje por descubrimiento). 3. La relevancia de la cooperación entre iguales, del trabajo en grupo dentro del aula.
1. La necesidad de adecuar la instrucción al nivel de desarrollo cognitivo. En el enfoque piagetiano la riqueza del conocimiento que un individuo puede adquirir, depende directamente de los esquemas de asimilación de que disponga en cada una de sus etapas de desarrollo. Estos esquemas, van variando a lo largo del desarrollo, pudiéndose diferenciar esquemas sensoriomotrices (agarrar, cortar, etc.), esquemas perceptivos (explorar, transponer, etc.), operaciones lógicas (seriar, clasificar, etc.), operaciones numéricas (contar, sumar, extraer raíces, etc.), operaciones espaciales o geométricas (superponer ángulos, longitudes, reducir, desarrollar, seccionar, etc.), explicaciones causales (establecer relaciones entre fenómenos), esquemas lógico-matemáticos (combinatoria, proporcionalidad, correlaciones, etc.), etc.
Lo importante para la teoría piagetiana, es que el niño ha de tener la oportunidad de aplicar estos esquemas sobre los objetos para que pueda llegar a conocerlos; pero, al mismo tiempo, el tipo de esquemas de que dispone "limita" la cantidad y riqueza de conocimiento que pueda adquirir y, de ahí, la necesidad de adecuar las actividades de enseñanza-aprendizaje al nivel de desarrollo de los aprendices; es decir, al tipo de esquemas que posee para aprehender la realidad en cada momento del desarrollo. Esta limitación supone la necesidad de tener en cuenta algunas prescripciones de la teoría a la hora de secuenciar los contenidos de la enseñanza, tales como:
a) No tratar de enseñar a los alumnos contenidos que estén por encima de su nivel de desarrollo cognitivo. Por ejemplo, dado que la adquisición de la noción de número no se adquiere hasta la etapa de las operaciones concretas, no tiene sentido enseñar a sumar y restar antes de los 6 años.
b) Los docentes no deberían tratar de "acelerar" el aprendizaje de los niños. Por el contrario, es mejor que se potencie el dominio o la maestría de conocimientos relacionados con el nivel de desarrollo cognitivo en el que se encuentren los alumnos.
c) La enseñanza de conceptos nuevos en la escuela debería seguir el mismo orden en el que éstos aparecen espontáneamente durante el desarrollo cognitivo. Por ejemplo, para enseñar geometría a los niños, primero sería mejor enseñarles las nociones topológicas, seguidas de las proyectivas y sólo, posteriormente, las euclidianas o métricas, porque éste es el orden en que se construyen espontáneamente las nociones espaciales.
d) La enseñanza debería constar de dos componentes indisociables, el diagnóstico y la instrucción. Esto significa que el docente debe ser capaz de identificar el nivel de desarrollo cognitivo de sus alumnos, e incluso, para cada alumno individual, el nivel de desarrollo de cada uno de los componentes implicados en cada área de conocimiento sobre la que se va a realizar la instrucción (el nivel de desarrollo clasificatorio, relacional, espacial, etc.). Una vez establecido el nivel de desarrollo en cada una de las áreas de conocimiento, el docente deberá diseñar la instrucción de acuerdo con ello.
2. La importancia del aprendizaje por "descubrimiento" frente al aprendizaje por "transmisión". Un supuesto básico de la teoría piagetiana es que «pensar es actuar". Para Piaget el pensamiento puede verse como una forma de acción —una acción interiorizada u operación— que va perfeccionándose progresivamente en el curso del desarrollo. Es decir, a partir de la acción con y sobre los objetos, los niños construyen operaciones mentales progresivamente más complejas que les permiten, a su vez, interactuar con los mismos de forma cada vez más elaborada: desde los reflejos, en el momento del nacimiento, pasando por los esquemas de acción, los esquemas representativos y las operaciones concretas, hasta finalmente las operaciones formales. Por lo tanto, las operaciones que los niños construyen, no son más que una interiorización "representación" de estos esquemas de acción. Esto significa que, hasta que no han alcanzado el pensamiento operatorio, los niños no extraen los conceptos a través de la explicación lingüística, o de la representación simbólica de los mismos; sino que necesitan manipular los objetos de forma concreta, actuar sobre ellos, para «aprehender» sus propiedades y sus relaciones con otros objetos.
Las implicaciones educativas de estos supuestos de la teoría piagetiana son claras: habrá que potenciar la enseñanza a partir de la acción de los alumnos. En relación con este punto, también señalaremos algunas prescripciones educativas importantes. La primera, se refiere a la naturaleza de los materiales que van a utilizarse para la enseñanza. Estos deberían ser lo más concretos posible; preferiblemente, objetos que los propios niños puedan manipular. Con respecto a los libros de texto, deberían estar ilustrados con múltiples imágenes que capten la atención de los alumnos, más que con explicaciones verbales o símbolos. La segunda de las recomendaciones está dirigida a los docentes, quienes deberían evitar la explicación de conceptos a un nivel puramente verbal. En términos de Piaget, los niños aprenden más a partir de unas pocas demostraciones simples, que a partir de horas de clase magistral.
En resumen, se debe potenciar que los estudiantes manipulen los materiales y contenidos que han de aprender Estas acciones deben repetirse una y otra vez, de diferente manera y con diferentes materiales, de forma que el niño las interrelacione y coordine entre sí. Sólo así se logrará que tales acciones se esquematicen e internalicen hasta convertirse en las operaciones propuestas por Piaget con sus propiedades de composición, reversibilidad y asociatividad. Conseguir esto, supone potenciar el aprendizaje por descubrimiento, o lo que es lo mismo, dejar que los niños actúen sobre los objetos para que espontáneamente vayan construyendo conceptos y categorías de forma análoga a como lo hacen durante el desarrollo; porque, como subraya la teoría piagetiana, los niños sólo pueden «aprender» verdaderamente aquello que son capaces de «descubrir» por sí mismos. Ahora bien, para que el aprendizaje por descubrimiento sea efectivo debe cumplir tres condiciones: a) que sea activo, es decir, que implique la manipulación del contenido que se ha de aprender; b) que sean los propios alumnos quienes realicen la manipulación y no se limiten a observar las manipulaciones realizadas por el docente; c) que el docente proporcione retroalimentación sobre la adecuación de las manipulaciones realizadas por los alumnos, si ellos mismos no la dispensan.
3. El papel de la interacción social en el desarrollo cognitivo: conflicto cognitivo y conflicto sociocognitivo. De acuerdo con la teoría piagetiana, los niños van asimilando la información —van creando individualmente nuevo conocimiento— a partir de la interacción con los objetos; pero, esto, no significa que la interacción social no tenga también un importante papel en el desarrollo. La interacción con los iguales es la vía fundamental mediante la cual el niño se libera de su egocentrismo y le permite confrontar su propio punto de vista con el de los demás; sin embargo, este «efecto positivo» de la interacción social en el aprendizaje no ocurre en todas las situaciones, sino que requiere ciertas condiciones. En este sentido, Flavell (1979) subraya que para que la cooperación con los iguales sea eficaz es necesario que los niños hayan llegado a cierto nivel de desarrollo cognitivo que les permita comprender los puntos de vista de los otros miembros del grupo y adaptar su propio punto de vista al de los demás; es decir, superar su egocentrismo, lo cual, como se sabe, sólo es posible cuando el niño ha llegado al pensamiento operatorio.
El niño, cuando trabaja en grupo, al observar que el razonamiento de otros niños y de los adultos puede ser diferente al suyo, toma conciencia de la existencia de puntos de vista diferentes, aunque no necesariamente contradictorios en relación con la observación de un determinado hecho. Por ejemplo, en una tarea en la que se tenga que estimar el tamaño de un determinado objeto, un niño puede pensar que es grande, una niña que es mediano, etc.; sin que esto sea necesariamente contradictorio, puesto que pueden estar comparando el objeto en un sistema de referencia diferente o con objetos distintos (un lápiz es pequeño, si se compara con una lámpara; pero, es grande, si se compara con un sacapuntas). Como consecuencia, para extraer «conjuntamente» alguna conclusión objetiva sobre el tamaño de los objetos, es necesario que los miembros del grupo coordinen sus propios puntos de vista. En este caso, es la cooperación con los demás lo que permitiría al niño superar su egocentrismo inicial y alcanzar el pensamiento más flexible y coherente característico del pensamiento operatorio.
Como cabría esperar, las criticas más importantes que se han realizado a las aplicaciones educativas de la teoría piagetiana provienen del rechazo explicito de su concepción sobre las relaciones entre aprendizaje y desarrollo; es decir, se critica la dependencia unilateral que Piaget parece asumir del aprendizaje con respecto al nivel de desarrollo. Sin embargo, una crítica como ésta puede analizarse a diferentes niveles de complejidad y profundidad. En un primer nivel, podríamos situar las críticas de índole práctica que subrayan la dificultad de aplicar e incorporar este postulado a las situaciones reales de enseñanza-aprendizaje. En segundo lugar, podrían situarse las críticas de índole empírica, que tratan de refutar la teoría psicogenética atacando el soporte empírico de la misma; y, finalmente, podríamos hablar de una crítica conceptual que rechaza los supuestos epistemológicos en los que descansan las relaciones propuestas entre desarrollo y aprendizaje.
A lo largo de nuestro análisis hemos intentado reseñar las implicaciones educativas más relevantes de la teoría de Piaget. Como habrá podido apreciar el lector, la psicología genética ha constituido, durante los últimos cuarenta años, una innegable fuente de inspiración para teorías y propuestas educativas. Si bien, Piaget y sus colaboradores de la Escuela de Ginebra nunca desarrollaron una teoría de la enseñanza, los conceptos y modelos psicológicos elaborados por ellos fueron ampliamente utilizados para fundamentar y derivar teorías didácticas y propuestas educativas. Actualmente, la utilización de los conceptos de la teoría de Piaget en educación se inscribe dentro de un marco teórico más amplio, el "constructivismo", en el que confluyen, además de la psicología genética, los aportes de la teoría de Vigotsky y los enfoques socioculturales, así como de teorías de la psicología cognitiva.
Para terminar este apartado, tan sólo citar de forma resumida las implicaciones educativas de la teoría de Piaget, partiendo de que la enseñanza se produce "de dentro hacia fuera". Para él la educación tiene como finalidad favorecer el crecimiento intelectual, afectivo y social del niño, pero teniendo en cuenta que ese crecimiento es el resultado de unos procesos evolutivos naturales. La acción educativa, por tanto, ha de estructurarse de manera que favorezcan los procesos constructivos personales, mediante los cuales opera el desarrollo, donde las actividades de descubrimiento deben ser, por tanto, prioritarias. Esto no implica que el niño tenga que aprender en solitario; al contrario, una de las características básicas del modelo piagetiano es, justamente, el modo en que resaltan las interacciones sociales horizontales.
Las implicaciones del pensamiento piagetiano en el aprendizaje inciden en la concepción constructivista del aprendizaje y sus principios generales son:
1. Los objetivos educativos que, además de estar centrados en el aprendiz, deben partir de sus experiencias.
2. Los contenidos no deben concebirse como fines, sino como instrumentos al servicio del desarrollo evolutivo natural.
3. El principio básico de la metodología piagetiana es la primacía del método de descubrimiento.
4. El aprendizaje es un proceso constructivo interno.
5. El aprendizaje depende del nivel de desarrollo del aprendiz.
6. El aprendizaje es un proceso de reorganización cognitiva.
7. En el desarrollo del aprendizaje son importantes los conflictos cognitivos o contradicciones cognitivas.
8. La interacción social favorece el aprendizaje.
9. La experiencia física supone una toma de conciencia de la realidad que facilita la solución de problemas e impulsa el aprendizaje.
10. Las experiencias de aprendizaje deben estructurarse de manera que se privilegie la cooperación, la colaboración y el intercambio de puntos de vista en la búsqueda conjunta del conocimiento (aprendizaje interactivo).
5.3. El aprendizaje como proceso social: L. S. Vygotsky
En la visión vygotskyana, el desarrollo cognitivo se concibe básicamente como el proceso por el que el niño va «apropiándose» de los conocimientos, metas, actividades y recursos culturales, de pensamiento y de conducta, que la sociedad o comunidad en que vive ha desarrollado para su supervivencia. De hecho, es a través de este proceso, que implica una internalización personal de ese bagaje socio-cultural que se le transfiere, como el individuo se convierte, en un miembro más de la sociedad. Este es el sentido en el que la teoría de Vygotsky (1932) puede calificarse de "histórica" o "socio-histórica" y, además, puede considerarse también "cultural", en la medida en que esa apropiación y personalización de los recursos y conceptos de la cultura propia, se produce a través de un proceso de aprendizaje de carácter eminentemente social; un proceso que implica, no sólo la observación e imitación de los otros más competentes, sino toda una serie de actividades interactivas en las que, implícita o explícitamente, esos miembros más preparados entrenan, enseñan o guían a los menos preparados, proporcionándoles la ayuda que necesitan con el fin de facilitar las distintas adquisiciones.
Lo dicho no supone negar la incidencia de los factores de origen natural y biológico; es decir, el papel de los factores madurativos ligados al crecimiento puramente biológico. Por el contrario, Vygotsky entiende el desarrollo ontogenético cómo una síntesis entre la maduración orgánica y la historia cultural, en la que según el proceso descrito y a través de la interacción social, el individuo actualiza y se apropia de los productos y recursos de la evolución cultural del hombre.
De la misma manera que una herramienta se construye y se emplea como instrumento material en las actividades prácticas de transformación del medio externo, también se construyen recursos y estrategias cognitivos como "instrumentos simbólicos" internamente orientados: los signos, que permiten dirigir la actividad psíquica, y que, en última instancia, sirven para regular la propia conducta y también la de los demás, al condicionar la actividad práctica. Así, y en línea con la idea del desarrollo como transmisión social y reconstrucción interna, personal, de los recursos cognitivo-culturales, éstos se consideran en sí mismos como "instrumentales", en el sentido de que son "medios" de los que se sirve el pensamiento para conseguir sus fines en el plano de los procesos psicológicos. Sin embargo, una vez más, lo más destacable es que esta función mediadora de la conducta instrumental se construye originalmente a partir y a través de la interacción social. Los "signos" son proporcionados esencialmente por la cultura, en el marco de la interacción con los otros, precisamente y sobre todo, como instrumentos de relación y comunicación (mediaciones) entre las personas. Pero, más en general, esta relación entre conducta instrumental y signos, en virtud de su origen social, implica que cualquier recurso cognitivo, antes de hacerse propio e individual, ha surgido y se ha ido configurando previamente en la relación social, en la interacción "mediadora" y "significativa" con los demás.
Al respecto, como ilustración del origen social de los «signos» y su relación con la conducta instrumental, Vygotsky ofrece un sorprendente análisis sobre cómo se desarrolla el gesto de señalar, a partir de la conducta de agarrar. En un primer momento, el niño simplemente alarga su brazo tratando de alcanzar algún objeto. Al menos, ésta es la interpretación que hace el adulto cercano o la madre ante los intentos fallidos del niño, lo que les mueve a ayudarlo acercándole el objeto; y es justamente, a través de esta atribución de significado al movimiento del niño por parte del adulto, como la situación cambia radicalmente. Cuando el niño se da cuenta de que su intento por agarrar el objeto provoca la reacción del adulto, la orientación de su propia conducta cambia y ya no se dirige al objeto, sino a las personas. Esto supone que el niño ha pasado a compartir con el adulto la atribución de significado –el signo–, con el que "el movimiento de asir, se transforma en el acto de señalar", como una simplificación que constituye la base de su posterior internalización. Aunque posiblemente su valor es más descriptivo que explicativo, el concepto de interiorización o internalización es, sin duda, el eje de la concepción vygotskyana del desarrollo. Como ya hemos sugerido, hace referencia simplemente a un tránsito que va desde lo interpsicológico a lo intrapsicológico.
En las implicaciones educativas, debemos recordar la peculiar concepción vygotskyana del desarrollo, que toma como principal eje de referencia el concepto de "internalización". Vygotsky lo interpreta esencialmente como un "tránsito" que va desde lo interpsicológico a lo intrapsicológico y que, por tanto, implica siempre dos planos, uno social y otro individual. Esta doble expresión, externa primero e interna después, designada por algunos como ley de la "doble formación", es la que recogería esencialmente la naturaleza y funcionamiento de todos los procesos y mecanismos psicoevolutivos; su génesis es, en todo caso, social e instrumental, para transformarse posteriormente en funciones mentales individuales, en medios internos del pensamiento.
Este planteamiento es la base de la peculiar concepción de Vygotsky sobre las relaciones entre desarrollo y aprendizaje y, consecuentemente, también de ahí surgen las principales implicaciones educativas que se han derivado a partir de sus propuestas. El punto clave a este respecto es que, en la medida en que el proceso de interiorización reclama la necesidad de una previa "mediación externa", ello supone sustentar el desarrollo en los procesos de aprendizaje y de aprendizaje mediado socialmente.
Para Vygotsky, aprendizaje y desarrollo no son lo mismo, ni son independientes, ni hay una simple subordinación del primero respecto al segundo; muy al contrario, considera que aprendizaje y desarrollo son procesos interrelacionados, siendo el primero condición previa del segundo. La razón, es que para Vygotsky las funciones psicológicas superiores no provienen simplemente de procesos madurativos, sino de la internalización de los recursos, pautas e instrumentos de interacción social y, por tanto, el individuo se desarrolla en la medida en que, por su inserción en las estructuras sociales, puede aprender de los otros.
Con ello, pues, el aprendizaje se convierte en el factor auténticamente responsable de los cambios cualitativos en los que consiste el desarrollo; y es, justamente, en este sentido en el que se defiende la idea de que el aprendizaje "tira" del desarrollo. Sin embargo, esto no significa que Vygotsky niegue que el aprendizaje esté condicionado por los niveles de desarrollo previos; al contrario, lo admite como algo necesario, reconociendo que sólo una vez alcanzados ciertos niveles, los niños pueden empezar a aprender determinadas cosas. El problema, entonces, es explicar ambas direcciones, este doble carácter asignado al aprendizaje: como promotor del desarrollo y como condicionado por el mismo. Pues bien, para conjugar este doble estatus del aprendizaje, Vygotsky introduce la noción que, sin duda, ha tenido mayor trascendencia educativa dentro de sus propuestas: la "zona de desarrollo próximo".
De la dinámica interactiva entre aprendizaje y desarrollo que Vygotsky plantea, se desprende una idea crucial: para establecer adecuadamente el momento del desarrollo en el que se encuentra el niño en un aspecto cualquiera, no basta con considerar el nivel actual ya alcanzado, como en la perspectiva tradicional, sino que, también, es necesario determinar la capacidad potencial de aprendizaje; o sea, es necesario conocer tanto su desarrollo efectivo como su desarrollo potencial a través del aprendizaje. El desarrollo efectivo vendrá indicado por lo que el niño es capaz de hacer de manera autónoma e independiente, lo que atañe, lógicamente, a los aspectos que ya tiene internalizados; mientras que el desarrollo potencial se manifestará en lo que el niño es capaz de hacer bajo el apoyo y la guía adulta o en colaboración con un compañero más hábil.
Ciertamente, dos niños que se manifiestan al mismo nivel en tareas que requieren una actuación independiente (intrapsicológica), pueden, sin embargo, aprovechar de modo distinto la guía de un adulto y mejorar en distinto grado a este nivel de interacción (interpsicológico). De hecho, es en la interacción donde se concretan los procesos de aprendizaje de los distintos recursos cognitivo-culturales en el camino hacia su posterior internalización. Las personas que rodean al niño no son testigos pasivos de su desarrollo, sino que, en la medida en que planifican, regulan o apoyan su conducta, se convierten en agentes activos del mismo. En una palabra, lo que el niño hace con los demás, es lo que luego podrá hacer sólo, y la distancia entre ambos extremos, es lo que Vygotsky denomina «zona de desarrollo próximo», que define el margen en el que el aprendizaje puede actuar.
En relación con los estudios sobre la interacción adulto-niño, el principal objetivo, justamente, ha sido el de examinar cómo de hecho el adulto dirige la interacción, ajustando sus expectativas y las demandas hacia el niño, en función de sus niveles diferenciales dentro del grupo o también de sus niveles cambiantes en el transcurso de la tarea; esto es, tratando de mantener la interacción dentro de la zona de desarrollo próximo. El proceso, en general, ha sido descrito como una especie de "andamiaje" de la participación del niño, que supone ir escalonando las ayudas en dos sentidos complementarios: por un lado, en el sentido "facilitador", proporcionándolas gradualmente según los niveles cambiantes que se van alcanzando de manera que supongan, efectivamente, un apoyo a la ejecución del niño; pero, al mismo tiempo, la estimulación tiene que ser "demandante", por lo que esas ayudas deben disminuirse progresivamente en cada nivel, a medida que las habilidades del niño van aumentando, de manera que éste vaya tomando mayor responsabilidad, hasta lograr una ejecución autónoma. Así, este andamiaje constituiría, de hecho, la base de la transición del funcionamiento interpsicológico al intrapsicológico.
5.4. Aprender es construir significado: D. Ausubel
Para Ausubel (1978) aprender es sinónimo de cómo prender e implica una visión del aprendizaje basada en los procesos internos del alumno y no sólo en sus respuestas, externas. Con la intención de promover la asimilación de los saberes, el docente debe utilizar organizadores previos que favorezcan la creación de relaciones adecuadas entre los saberes previos y los nuevos. Los organizadores tienen la finalidad de facilitar la enseñanza receptivo significativa, con lo cual, sería posible considerara que la exposición organizada de los contenidos, propicia una mejor comprensión. De acuerdo al aprendizaje significativo, los nuevos conocimientos se incorporan de forma sustantiva en la estructura cognitiva del alumno. Esto se logra cuando el alumno relaciona los nuevos conocimientos con los anteriormente adquiridos; pero, también, es necesario que el alumno se interese por aprender lo que se le está mostrando.
Algunas ventajas del Aprendizaje Significativo son: a) Produce una retención más duradera de la información. b) Facilita adquirir nuevos conocimientos relacionados con los anteriormente adquiridos de forma significativa, ya que al estar claros en la estructura cognitiva se facilita la retención del nuevo contenido. c) La nueva información al ser relacionada con la anterior, es guardada en la memoria a largo plazo. d) Es activo, pues depende de la asimilación de las actividades de aprendizaje por parte del alumno. e) Es personal, ya que la significación de aprendizaje depende los recursos cognitivos del aprendiz.
Los requisitos para lograr el Aprendizaje Significativo son: a) Significatividad lógica del material: el material que presenta el docente al discente debe estar organizado, para que se dé una construcción de conocimientos. b) Significatividad psicológica del material: que el alumno conecte el nuevo conocimiento con los previos y que los comprenda. También debe desarrollar la memoria de largo plazo, porque de lo contrario se le olvidará todo en poco tiempo. c) Actitud favorable del alumno: ya que el aprendizaje no puede darse si el alumno no quiere. Éste es un componente de disposiciones emocionales y actitudinales, en donde el docente sólo puede influir a través de la motivación.
Según Ausubel existe un "aprendizaje de representaciones": que se produce cuando el niño adquiere el vocabulario. Primero, aprende palabras que representan objetos reales que tienen significado para él y, sin embargo, no los identifica como categorías. Un "aprendizaje de conceptos": el niño, a partir de experiencias concretas, comprende que la palabra "mamá" puede usarse también por otras personas refiriéndose a sus madres. También, se presenta cuando los niños en edad preescolar se someten a contextos de aprendizaje por recepción o por descubrimiento y comprenden conceptos abstractos como "gobierno", "país", "mamífero". Y, un "aprendizaje de proposiciones": cuando conoce el significado de los conceptos, puede formar frases que contengan dos o más conceptos en donde afirme o niegue algo. Así, un concepto nuevo es asimilado al integrarlo en su estructura cognitiva con los conocimientos previos.
En la década de 1970, las propuestas de Bruner sobre el Aprendizaje por Descubrimiento comenzaron a tomar fuerza. En ese momento, las escuelas buscaban que los niños construyeran su conocimiento a través del descubrimiento de contenidos. Ausubel consideraba que el aprendizaje por descubrimiento no debía ser presentado como opuesto al aprendizaje por exposición (recepción), ya que éste puede ser igual de eficaz, si se cumplen unas condiciones. Así, el aprendizaje escolar puede darse por recepción o por descubrimiento, como resultado de la estrategia de enseñanza y puede lograr un aprendizaje significativo o memorístico y repetitivo. De acuerdo al aprendizaje significativo, los nuevos conocimientos se incorporan en forma sustantiva a la "estructura cognitiva" del alumno. Esto se logra cuando el alumno relaciona los nuevos conocimientos con los anteriormente adquiridos; pero, también, es necesario que se interese por aprender lo que se le está mostrando.
Ausubel diferencia dos tipos de aprendizajes que pueden ocurrir en el aula: 1) El que se refiere al modo en que se adquiere el conocimiento y 2) El relativo a la forma en que el conocimiento es subsecuentemente incorporado en la estructura de conocimientos o estructura cognitiva del aprendiz. Ausubel rechaza el supuesto piagetiano de que sólo se entiende lo que se descubre, ya que también puede entenderse lo que se recibe. "Un aprendizaje es significativo cuando puede relacionarse, de modo no arbitrario y sustancial (no al pie de la letra), con lo que el alumno ya sabe". Para que el aprendizaje sea significativo son necesarias al menos dos condiciones, la primera, que el contenido de aprendizaje debe poseer un significado en sí mismo, es decir, sus diversas partes deben estar relacionadas con cierta lógica; y, la segunda, que el contenido de aprendizaje resulte potencialmente significativo para el alumno, es decir, que éste posea en su estructura de conocimiento, ideas inclusoras, con las que pueda relacionarse el material. Para lograr el aprendizaje de un nuevo concepto, según Ausubel, es necesario tender un puente cognitivo entre ese nuevo concepto y alguna idea de carácter más general ya presente en la mente del alumno. Este puente cognitivo recibe el nombre de organizador previo y consistiría en una o varias ideas generales que se presentan antes que los contenidos de aprendizaje propiamente dichos, con el fin de facilitar su asimilación.
Las características que el docente debe mostrar en el proceso de enseñanza son: a) Presentar la información al alumno como debe ser aprendida, en su forma final (recepción). b) Presentar temas usando y aprovechando los esquemas previos del alumno. c) Dar cierta información al alumno provocando que éste por sí mismo descubra un conocimiento nuevo (descubrimiento). d) Proveer información, contenidos y temas importantes y útiles que den como resultado ideas nuevas en el alumno. e) Mostrar los materiales y recursos de forma coloquial y organizada que no distraigan la concentración del estudiante. f) Hacer que haya una participación activa por parte del alumno. Además, el docente debe: a) Conocer los conocimientos previos del alumno, es decir, debe asegurarse de que el contenido a presentar pueda relacionarse con las ideas previas; ya que, conocer lo que sabe el alumno, le ayudará a la hora de planificar. b) Organizar los materiales en el aula de manera lógica y jerárquica, teniendo en cuenta que no sólo importa el contenido, sino la forma en que se presenta a los alumnos. c) Considerar la motivación como un factor fundamental para que el alumno se interese por aprender, ya que el hecho de que el alumno se sienta contento en su clase, con una actitud favorable y una buena relación con el docente, hará que se motive para aprender. d) Utilizar ejemplos, por medio de dibujos, diagramas o fotografías, para enseñar los conceptos.
El papel del alumno será: a) Recibir un tema, información del docente en su forma final, acabada (recepción). b) Relacionar la información o los contenidos con su estructura cognitiva (asimilación-acomodación cognitiva). c) Descubrir un nuevo conocimiento con los contenidos que el docente le brinda (descubrimiento). d) Crear nuevas ideas con los contenidos que el docente presenta. e) Organizar y ordenar el material que le proporcionó el docente.
Las características que el alumno debe poseer son: a) Tener la habilidad de procesar activamente la información. b) Tener la habilidad de asimilación y retención. c) Tener la habilidad de relacionar las nuevas estructuras acomodándolas con las previas. d) Tener una buena disposición para que se logre el aprendizaje.
Las características de los materiales de apoyo deben ser: a) Poseer un significado en sí mismos, o sea, las partes del material de enseñanza tienen que estar lógicamente relacionadas. b) Proveer resultados significativos para el alumno, es decir, que los materiales puedan relacionarse con los conocimientos previos del alumno. c) Proveer un puente de conocimiento entre la nueva y la previa información (organizador previo). d) Estar ordenados y organizados para que el estudiante tome y aproveche los materiales que va emplear.
5.5. Aprender es comprender la estructura del conocimiento: J. Bruner
Una de las figuras más importantes para la Psicología de la Educación durante las últimas décadas es Bruner, quien, en 1960, fundó el Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Harvard y cuyos trabajos han tenido una extraordinaria influencia en el ámbito de la educación.
La teoría de Bruner se caracteriza por una serie de principios fundamentales que se concretan en los siguientes: la motivación, la estructura, la secuencia y el reforzamiento. Veamos detalladamente cada uno de estos pilares básicos:
1. Primer principio: la motivación. La motivación es la condición que predispone al alumno hacia el aprendizaje y su interés sólo se mantiene cuando existe una motivación intrínseca. Para Bruner, los motivos que impulsan al niño a aprender, en especial durante los años preescolares, son los siguientes: el instinto innato de curiosidad, la necesidad de desarrollar sus competencias y la reciprocidad.
1) El instinto innato de curiosidad, que se manifiesta desde el momento en que nacemos, es una motivación importante para el aprendizaje. Cuando una persona se encuentra en una situación para la que caben distintas respuestas, se origina un impulso de curiosidad que la activa hacia la búsqueda de la información necesaria para resolver el problema.
2) Junto a la curiosidad, los individuos tienen la necesidad de desarrollar sus competencias. Los niños muestran un gran interés por aquellas actividades en las que se sienten capaces y tienen éxito, y resulta difícil motivarles para aquellas actividades en las que su grado de competencia es escaso. Ya, en 1959, Robert White, especialista en el campo de la personalidad, había señalado que uno de los motivos principales de los seres humanos es el deseo personal de controlar su propio ambiente y lo denominaba motivación por la competencia. La competencia, sin duda, es lo que permite a las personas vivir de una forma independiente y responsable de su propio destino. Y también parece ser éste un motivo innato. Como decía Kagan (1984), a partir de los nueve meses de edad, es posible observar en los niños que muestran una sonrisa de satisfacción (sonrisa maestra) cuando culminan una tarea, lo que presupone la existencia de una sensación interna de orgullo por haberla completado.
3) La reciprocidad es también una motivación genéticamente determinada que supone la necesidad de trabajar de forma cooperativa con sus semejantes.
2. Segundo principio: la estructura. El objetivo último en la enseñanza de los contenidos de una materia es que el alumno llegue a comprender la estructura fundamental de los mismos. Y adquirir la estructura de una materia es comprenderla de tal manera que podamos relacionar con ellas otras cosas significativamente (Bruner, 1960). El conocimiento procedente de una asignatura, según Bruner, debe estructurarse de manera óptima, con objeto de que pueda transmitirse a los alumnos de una manera sencilla y comprensible. La estructura de cualquier materia se haya constituida por la información esencial, esto es, por las ideas o conceptos fundamentales, debidamente relacionados entre sí. Y, esto, es lo que debe perseguir el docente: que los alumnos perciban las ideas esenciales de la materia que han de aprender, como un todo organizado y significativo.
Bruner expone una serie de razones por las que la adquisición de la estructura debe ser el objetivo principal de la enseñanza. 1. Porque la comprensión de las estructuras fundamentales de una materia hace que el aprendizaje sea más accesible para el alumno, por que le proporcionan un cuadro general en cuyo interior, los aspectos particulares y sus relaciones, se comprenden mejor. 2. Porque la presentación de las ideas de una manera simplificada y estructurada hace que su retención sea más fácil y duradera. 3. Porque el aprendizaje de los contenidos de una manera estructurada hace posible una transferencia adecuada y efectiva; pues, es entonces, cuando es posible establecer relaciones significativas con otros contenidos. 4. Porque la comprensión de la estructura fundamental de cualquier materia es un requisito para su aplicabilidad en la resolución de problemas dentro o fuera del aula.
3. Tercer principio: organización y secuencia de los contenidos. Cualquier alumno puede comprender las ideas, problemas y conocimientos de cualquier materia, según Bruner, si se presentan de manera sencilla y estructurada. Las dificultades que pueden encontrar los alumnos para aprender una asignatura dependen, en gran medida, del modo en que se presenta la información, y, para hacerlo de una manera adecuada, hay que tener presente cómo se produce el desarrollo evolutivo de los alumnos. Dicho de otra manera, los conocimientos deben ser organizados y presentados de tal manera que sean coherentes con el modo de representarse el conocimiento que tiene el alumno en un determinado momento. El desarrollo cognitivo, según Bruner, atraviesa tres niveles o estadios -enactivo, icónico y simbólico- entendidos de un modo semejante a como Piaget presenta los suyos. En este sentido, las ideas de uno y otro son semejantes, por cuanto que ambos conciben que el desarrollo cognitivo tiene lugar a través de una serie de fases, que son cualitativamente diferentes. Bruner, sin embargo, ve en ese desarrollo una mayor continuidad y una mayor relación entre una fase y la siguiente.
El primer estadio es el enactivo, que se caracteriza porque el conocimiento se representa en acciones. La representación enactiva es la única que tiene lugar en los niños pequeños, pues ellos sólo pueden comprender las cosas de manera activa y manipulativa. Esta fase corresponde al estadio sensoriomotor de Piaget.
El segundo estadio, el icónico o figurativo, aparece cuando el niño ya es capaz de imaginarse los objetos, sin necesidad de actuar sobre ellos; es decir, es capaz de reemplazar la acción por una imagen o un esquema espacial. Este tipo de representación, aunque se limita al campo perceptual, es una manera de representar la información y facilitar la ejecución de determinadas tareas. Esta fase corresponde al estadio preoperacional de Piaget.
El tercer estadio, el simbólico, aparece cuando el niño es capaz de expresar sus experiencias en términos lingüísticos. Mientras que la imagen va siempre ligada al objeto que representa, los símbolos, las palabras, tienen una relación arbitraria con sus referentes. Esta fase corresponde al pensamiento de las operaciones concretas y de las operaciones formales de Piaget.
Por otra parte, Bruner sostiene que la enseñanza debe tener presente estos tres modos complementarios de "conocer": a través de la ejecución, a través de un grabado o de una imagen y a través de un significado simbólico, como es el lenguaje. Y propugna que la mejor forma de presentar los contenidos a los alumnos consiste en una secuencia que comience por una representación enactiva, continúe por una representación icónica y que termine en una representación simbólica. Estas tres formas de representación del conocimiento son paralelas y susceptibles de una traducción parcial de cada una en las otras. Junto a ello, Bruner defiende también el currículo en espiral. En lugar del currículo lineal, donde los alumnos avanzan de manera cerrada hasta conseguir los objetivos de una asignatura, recomienda una enseñanza en espiral, donde los alumnos, al ascender por los distintos niveles educativos, regresan a temas ya conocidos, para ampliar y profundizar sus conocimientos. La enseñanza debe perseguir que el alumno adquiera, en un primer momento, el núcleo más elemental y básico de una materia, su estructura fundamental, y, recurrentemente, debe volver a ella, en otros momentos o en otros niveles educativos, para ser ampliada y profundizada.
En la base de este planteamiento del currículo en espiral está el principio de que cualquier contenido puede ser enseñado y aprendido por el niño en cualquier edad, o lo que es lo mismo, que puede ser enseñado tanto en Primaria, como en Secundaria o en los niveles superiores. Todo es un problema de conversión: basta con convertir o traducir las ideas abstractas en una forma intuitiva o figurativa, que estén al alcance del nivel de desarrollo cognitivo que tenga el alumno, para que puedan ser comprendidas. Esta idea de un orden cíclico en la enseñanza ya había sido defendida por Comenius (1632), quien sostenía que, en cada una de las etapas de la educación por las que atraviesa el alumno, no se enseñan distintos contenidos, sino los mismos, todo el saber, "enseñar todo a todos", aunque de diferente manera y, en cada etapa, con más amplitud y profundidad que en la etapa precedente.
Pero, ¿puede realmente enseñarse cualquier tema a cualquier edad?, ¿acaso no es necesaria una cierta disposición para el aprendizaje, de la que prescinde Bruner? Ausubel dice que, en general, es preferible restringir el contenido del currículo de la enseñanza primaria a contenidos para los que el alumno muestre una adecuada disposición, aunque pudiera aprender intuitivamente materiales más difíciles e ingeniosamente presentados. Además, sigue diciendo, que indudablemente es una exageración proclamar que puede enseñarse cualquier tema a cualquier edad, aun cuando los materiales se presenten de modo intuitivo y con la ayuda de la manipulación o de apoyos empíricos concretos. Y aun en el supuesto de que todos los conceptos abstractos pudieran ser reestructurados de manera intuitiva, la experiencia y la observación nos muestra que no sería razonable esperar que todos ellos pudieran ser comprendidos por los niños de cualquier edad y nivel. Por otro lado, Bruner defiende el aprendizaje por descubrimiento, lo que implica que el aprendizaje debe ser inductivo, es decir, debe partir de datos, de hechos y de situaciones particulares, experimentando y probando hipótesis, más que tener su apoyo en lecturas o en las explicaciones del docente. Se debe estimular a los alumnos a que sean ellos, por medio del descubrimiento guiado, los que descubran la estructura de la asignatura. Los docentes, pues, deben plantear situaciones y problemas adecuados que conduzcan a los alumnos a intentar descubrir las soluciones y respuestas.
4. Cuarto principios: el reforzamiento. Por último, Bruner también cree que el aprendizaje se favorece mediante el reforzamiento. Para llegar a dominar un problema es necesaria la retroalimentación. La importancia del reforzamiento ya ha sido puesta de manifiesto en los capítulos anteriores y surgirá de nuevo cada vez que se consideren las variables del aprendizaje.
Acabamos de decir que Bruner defiende el aprendizaje por descubrimiento. Aunque admita que, en ocasiones, sea oportuno hacer uso del aprendizaje memorístico, como cuando se aprende la tabla de multiplicar o cuando se aprenden las capitales de las naciones de un continente, la enseñanza debe buscar aprendizajes significativos, lo que se consigue, según él, estableciendo las condiciones necesarias para que tenga lugar un aprendizaje por descubrimiento. Bruner deja también abierta la puerta para el aprendizaje por recepción, pues él mismo admite que sería una pérdida de tiempo que cada estudiante tuviera que redescubrir todo el conocimiento que debe almacenar en su memoria. Sin embargo, Bruner insiste que los alumnos tienen que aprender a descubrir por sí mismos, pues con ello se desarrolla la capacidad de aprender y de pensar, y se garantizará que el niño será capaz, en su momento, de hacer uso de una manera eficaz de todo aquello que haya aprendido. Sin duda, no cabe ninguna objeción a esa propuesta, ya que todos coincidimos en que uno de los objetivos principales de la educación es conseguir el desarrollo intelectual de los alumnos, lo que implica, que el currículo escolar debe organizarse de manera que promueva el desarrollo de destrezas de solución de problemas, a través de un proceso de investigación y de descubrimiento.
Las escuelas necesitan que la retención se subordine al pensar. Los programas educativos deben ofrecer gran cantidad de prácticas de exploración, de manipulación y de búsqueda. La escuela debe dar a los alumnos la oportunidad de que experimenten el descubrimiento autónomo: proponiéndoles nuevas metas, en lugar de transmitirles información para almacenar y recordarla cuando se les pide, de manera que desarrollen las funciones cognitivas que se necesitan para buscar y organizar la información. La única condición necesaria para hacer que la lección impartida con el método de descubrimiento obtenga éxito, es que el estudiante sea realmente capaz de descubrir, por sí solo, el principio que se le propone. Las ideas anteriores pueden ser estructuradas en una secuencia de pasos o de actividades que debería seguir el docente en el aula a la hora de diseñar el aprendizaje de sus alumnos, mediante el aprendizaje por descubrimiento. Esa secuencia, podría ser la siguiente:
1º. La situación de aprendizaje se debe organizar de tal manera que al alumno se le plantee una serie de preguntas desconcertantes o un problema que tenga que resolver; pero, según hemos precisado en el párrafo anterior, con la condición de que el concepto o el principio que se pretende que sea descubierto sea accesible.
2º. El docente debe ayudar y dirigir el proceso de descubrimiento (descubrimiento guiado o dirigido), lo que implica que tiene que proporcionar las pistas oportunas que ayuden al alumno en ese proceso. El docente no explicará cómo se puede resolver el problema, sino que proporcionará ayudas y estimulará a los alumnos a que observen, formulen hipótesis y las pongan a prueba.
3º. El docente debe ofrecer retroalimentación para que el alumno sepa cuándo ha adquirido el concepto y, de esta forma, llegará a dominar un problema.
4º. A partir de los éxitos obtenidos por el alumno, el docente debe ayudarle a enfrentarse con otros problemas que hagan posible su adquisición de conocimientos y que desarrollen su capacidad de descubrimiento.
Novedad de los enfoques postconstructivistas
La novedad de los enfoques postconstructivistas reside en complementar y enriquecer las teorías o modelos constructivistas sobre la instrucción. Entre ellos, los más relevantes son los siguientes: el aprendizaje de dominio de Carroll (1963), el aprendizaje cooperativo de Slavin (1990), el aprendizaje situado de Brown (1993) y el aprendizaje estratégico de Beltrán (1993).
Aprendizaje de dominio
Este modelo desarrollado por Carroll (1963) gira en torno al concepto de economía de tiempo, de tal forma que el éxito del aprendiz dependerá del tiempo que emplee y su distribución; es decir, el tiempo orientado y comprometido en la tarea, que estará en función de variables tales como: la aptitud, la habilidad para comprender la situación, la calidad de la instrucción, el tiempo permitido y la perseverancia. Para Carroll, el grado de aprendizaje del alumno es el resultado de la razón del tiempo empleado realmente para aprender una tarea, respecto a la cantidad total de tiempo que necesita.
Brown, Collins y Duguid (1989) opinaban que el aprendizaje cognitivo se apoya en el aprendizaje de dominio, con la intención de capacitar a los alumnos para que adquieran, desarrollen y utilicen herramientas cognitivas a través de actividades reales: a la práctica desde la práctica. El término "cognitivo" enfatiza el conocimiento como una herramienta que se construye y desarrolla con la interacción social colaborativa y la construcción social del conocimiento.
Aprendizaje cooperativo
Slavin (1990) consideraba que la cooperación suponía una aproximación integradora entre las habilidades sociales y los contenidos educativos, contraponiéndola a la competición y la individualización. Todos los modelos de aprendizaje cooperativo comparten tres supuestos teóricos básicos: 1. La vygotskyana zona de desarrollo próximo, en términos cognitivos de creación de conflicto y desarrollo de la disonancia. 2. El andamiaje, que representa la ayuda del docente al discente en su proceso de autoconstrucción del aprendizaje, a través de una instrucción mediada. 3. La discusión socrática, basada en la idea de que todo pensamiento tiene una lógica y una estructura, y que, lo que se expresa, contempla parcialmente la información que se desea transmitir.
Aprendizaje situado
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