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Biografía Benito Mussolini (página 2)


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Una amistad trágica

La relación que mantuvieron durante varios años Benito Mussolini y Adolf Hitler quizás no encuadre en el concepto tradicional de amistad. La elevada posición que ambos ocuparon en sus respectivos países con una imagen de mito a nivel popular, impide hablar de una relación normal de amistad entre dos hombres. Sin embargo, existió entre ambos una estrecha conexión que supera largamente el típico trato diplomático entre dos jefes de Estado.

Analizando los hechos históricos parece evidente que se trató de una vinculación en sentido único. Hitler con su devoción casi enfermiza hacia Mussolini quedó en vuelto en un espiral de desastres militares que a lo largo le costaron la guerra. Mussolini, por su parte, nunca se cansó de denigrar y despreciar a Hitler, a pesar de todo lo que éste hizo por él. Si existiera un monumento a la amistad nadie lo merecía más que Hitler en su relación con Mussolini.

La admiración de Hitler por Mussolini ya era de índole fanática en los años veinte cuando por todos los medios intento acercarse al Duce. Pero éste se mostró inflexible durante muchos años e incluso llegó a negarle un autógrafo. Recién en 1934 el Duce se dignó a recibir a Hitler, quien por entonces ya era jefe de Estado. El primer encuentro entre ambos tuvo lugar en Venecia y los contrastes se hicieron evidentes desde el momento en que el canciller alemán bajo del avión. Un Hitler con impermeable y de aspecto burgués fue recibido por un Mussolini que vestía su mejor uniforme. La personalidad arrolladora del Duce conmovió a Hitler mucho más de cuanto éste pudiera suponer.

En su viaje de regreso a Alemania, Hitler repetía en estado de trance que Mussolini era para él el hombre más importante que había nacido en los últimos mil años. Mussolini, por su parte, se refería a Hitler en su círculo íntimo de un modo despectivo y a menudo lo tildaba de homosexual.

La admiración de Hitler por Mussolini lo cegó por completo y alcanzo niveles enfermizos durante la guerra. Aún sabiendo que Mussolini hacia un doble juego tratando de establecer alianzas con los aliados, lo siguió apoyando a pesar del consejo de sus generales y ministros en el sentido de deshacerse de Italia. Cuando en 1943 los alemanes ocuparon Italia descubrieron un arsenal increíble de armas que jamás fueron usadas y depósitos llenos de combustible escondidos a nivel subterráneo. Durante tres años, Mussolini recibió de Alemania todo tipo de recursos (carbón, nafta, gasoil y otros productos primordiales) sin utilizar gran partes de ellos. Cuando los alemanes descubrieron esta dura realidad, tras la caída del Duce, en vez de fusilarlo lo rescataron en un operativo espectacular. Goering, Goebbels y otros altos exponentes de la Alemania nazi quedaron indignados con la actitud de un hombre que supo explotar la debilidad de Hitler por su persona.

Mientras los aviones de la Luftwaffe caían en el Canal de la Mancha por falta de combustible, cientos de trenes cargados habían salido de Alemania para satisfacer las pretensiones de Mussolini. Pero a pesar de las abrumadoras evidencias, Hitler hizo caso omiso al consejo de sus hombres y siguió protegiendo a su amigo hasta el final. Cuando en 1937 Mussolini pronuncio un celebre discurso en alemán ante un millón de personas en Munich dijo que cuando se tiene un amigo había que marchar con él hasta el final. Sin embargo, fue Hitler quién se mantuvo leal a su amigo hasta el final. Tras el rescate de Campo Imperatore, Hitler le creó a Mussolini una República fantoche en el norte de Italia para tratar de resucitar al antiguo Duce. A pesar de todos los daños, mentiras y traiciones que le provocó, Hitler de desvivió para que Mussolini se sintiera cómodo en un mundo de ilusiones.

Una República fantasma bajo la tutela alemana, una sede ficticia de gobierno en Gragnano custodiada por hombres de la SS y un Duce que era la sombra de aquél gran estadista que alguna vez había sido, conformaron una obra de teatro que Hitler montó para sí mismo.

Casi sin darse cuenta transformo a Mussolini en una marioneta que le reportó muy poca utilidad a Alemania durante los dos últimos años de guerra. La presencia de Mussolini en el norte de Italia seguía despertando adhesiones entre su gente y esto resultó de cierta utilidad para los alemanes invasores. Pero desafortunadamente para Hitler, el Duce siguió buscando la forma de traicionar a su aliado firmando la rendición por separado con los ingleses. Sus devaluadas acciones no le permitieron ganarse el interés de los ingleses quienes finalmente decidieron negociar con los alemanes. En un último acto de ingratitud hacia Hitler, poco antes de morir, Mussolini repetía ante quien quisiera oírlo, que el Eje había perdido la guerra por culpa de ese homosexual de Hitler que no lo había escuchado y con su gran cinismo acuso a los alemanes de haberlo traicionado.

La doctrina del fascismo

En los años 20 aparecen en Europa, como reacción contra la marea ascendente de los socialistas, una serie de movimientos ideológicos que con los medios de la revolución de izquierdas hacen una revolución de derechas. El contenido doctrinal pasa a segundo plano, se das más importancia a los hechos; así Hitler se resiste, al principio, a presentar un programa y Mussolini exclama:

"Nuestra doctrina es el hecho". Aunque el proceso afecta a varios países europeos sus realizaciones modélicas se materializan en Italia y Alemania. Algunas notas pueden resaltarse en unos movimientos que arguyen el valor adjetivo de las ideas frente al sustantivo de los hechos:

  1. Omnipotencia del Estado: Los individuos están totalmente subordinados al Estado; será la fórmula. El Estado totalitario no tolera la separación ni el contrapeso de los poderes, que es cambio el símbolo de los Estados democráticos. En el campo político se suprime toda oposición a la que se la considera sólo como una perturbación para el buen gobierno; en el campo intelectual el Estado monopoliza la verdad y la propaganda, al tiempo que se rechaza cualquier crítica. "Todo en el Estado, nada fuera del Estado", sentencia Mussolini.

    Esta desigualdad esencial de seres humanos ofrece reflejos diversos. En primer lugar una desvalorización de la mujer. Las mujeres, dirán los ideólogos nazis, deben estar en su lugar, su objeto debe ser las tres k (Kinder, Küche, Kirche: niños, cocina, iglesia). Argumentando que las mujeres son incapaces de usar las armas se convierten automáticamente en ciudadanos de segunda clase y se procura evitar la mano de obra femenina; el papel de las mujeres centra en el hogar, donde vive subordinada al marido.

    Más dramáticas fueron las conclusiones racistas que se dedujeron de la desigualdad de los hombres. Mussolini habla de la superioridad de los gobernantes y de la grandeza del pueblo italiano, llamado a regir y dominar a otros pueblos. Hitler desarrolla en Mein Kampf su doctrina de la superioridad de la raza aria. La igualdad democrática se basaba en la tradición judeocristiana, que considera a todos los hombres hijos de Dios. Para el fascismo, que rompe con esta tradición, la desigualdad no sólo es un hecho, sino un ideal.

    La dicotomía superiores-inferiores ha sido bien resumida por Eienstein: "En el código fascista, los hombres son superiores a las mujeres, los soldados a los civiles, los miembros del partido a los que no lo son, la propia nación a las demás, los fuertes a los débiles, y (lo que quizás es más importante para el punto de vista fascista), los vencedores en la guerra a los vencidos.

  2. Protagonismo de las "elites": Una minoría debe gobernar. Se parte de la desigualdad de los hombres, en contraposición al liberalismo decimonónico, basada en la igualdad, y en consecuencia se rechaza la democracia porque concede los mismos derechos a todos. Las elecciones se consideran un espectáculo inútil, una "falacia democrática"; Mussolini niega que el número pueda dirigir las sociedades humanas, y Hitler afirma que "es más fácil ver un camello pasar por el ojo de una aguja que descubrir un gran hombre por medio de la elección".
  3. Exaltación del jefe carismático: Llevando a sus últimas consecuencias, el postulado de la desigualdad de los hombres, una nación fuerte necesita encontrar al hombre excepcional, al superhombre, según la doctrina de Nietzsche; cuando la Providencia lo pone al frente de un pueblo debe prestársele obediencia ciega y seguirle sin titubeos. Max Fritsch presenta en una obra de teatro importante en la dramaturgia de nuestra época, La muralla china, al emperador como "el que nunca se equívoca", "el que siempre tiene la razón"; retrata así irónicamente la concepción del jefe carismático, inspirado. En escenografías grandiosas Mussolini invoca los estilos de la antigua Roma imperial; es el hombre histórico, indiscutido. Hitler utiliza los mitos del romanticismo alemán y organiza grandes concentraciones de escenografía wagneriana, en las que el centro de todas las atenciones y decisiones es el Führer.
  4. El imperialismo: A veces se ha definido el fascismo como un nacionalismo de vencidos, engendrado por la humillación de la derrota. Expresan sus mitos la desorientación de los antiguos combatientes. En Francia los ex combatientes se oponían a medidas democráticas, pero su actitud fue menos desafiante que la de los alemanes; los vencidos adoptan posturas de revancha, que la nueva idea canaliza. Del nacionalismo se pasa con facilidad al imperialismo, una gran nación encuentra su verdadero horizonte en la formación de un imperio, y en relación con él se defiende al principio del espacio vital. Un pueblo superior tiene derecho a disponer de espacio para realizarse y a conquistarlo; esta necesidad se coloca por encima del derecho internacional.
  5. Desconfianza en la razón: La tradición racionalista es uno de los más decisivos legados de Grecia a Occidente; el fascismo rechaza esta tradición y adopta posturas antirracionalistas, desconfiando de la razón y exaltando los elementos irracionales de la conducta, los sentimientos intensos, el fanatismo. En esta línea irracionalista se desenvuelven los dogmas, las ideas indiscutibles, como la superioridad de la raza o del jefe. En contraposición, la democracia estima que ningún tema debe dejar de discutido. El tabú, lo que debe aceptarse sin discusión, lo que no puede ser sometido a análisis, es rasgo particular de los regímenes totalitarios.

Las raíces del fascismo italiano

Otto Bauer ha señalado tres procesos sociales, relacionados entre sí, que confluyen en la génesis del fascismo: la Guerra Mundial, la crisis económica, y la perdida de beneficios de la gran industria.

  1. La guerra de clases, es decir, separa de su grupo social, a grandes masas de combatientes. Estos, incapaces de reincorporarse a los modos de vida burgueses, nostálgicos de heroísmo, forman milicias. En Italia se organizan en muchos pueblos tropas de choque, orgullosas de sus condecoraciones y heridas, con hábitos de dar y recibir órdenes, de llevar uniformes y organizar desfiles. Su ideología es militarista, exigen la disciplina de las masas a los jefes. Psicológicamente la guerra crea hábitos definidores del fascismo. Pero lo he señalado antes como un nacionalismo de vencidos, e Italia se encuentra en 1918 en el bando de los vencedores. La antinomia es sólo aparente. Se ha hablado, certeramente, de una paz perdida. Italia a sufrido mucho en la guerra y considera que ha perdido la paz porque no obtiene satisfacción a sus reivindicaciones territoriales.
  2. La situación económica es complicada. La guerra deja un aparato industrial superior a las necesidades normales, y de esta forma la superproducción coexiste con la escasez. Ha de buscarse culpables de esta coyuntura paradójica; la agresividad empieza a considerarse una virtud.

  3. La crisis económica es otra condición indispensable, hasta el punto de que Angelo Tasca afirma que sin crisis económica no hay fascismo. Las destrucciones de la guerra sumen en la miseria a masa de pequeños burgueses y campesinos, que abandonan desengañadas a los partidos parlamentarios; las devaluaciones de la moneda arruinan a los pequeños propietarios. Con las subidas de los precios se producen en cadena reivindicaciones salariales. A los pequeños burgueses les indigna que el proletariado, arrancando constantes subidas de salarios, afronte mejor la crisis, y odia a los obreros insumisos.
  4. La perdida de los beneficios de los grandes industriales es considerada por Otto Bauer como una tercera raíz. Ebenstein considera que el desarrollo industrial es una condición esencial para el crecimiento del fascismo; en primer lugar porque pone a disposición de la nueva ideología un aparato indispensable para su propaganda y actividad –radio, transportes-, y en segundo porque su apelación constante a la guerra no puede sino basarse en la posesión de considerables recursos industriales.

En la posguerra los beneficios, muy altos, que algunos empresarios han conseguido disminuyen rápidamente. Para evitarlo es preciso romper la resistencia obrera por medio de milicias; se comienza apoyándolas financieramente y se termina cederles el poder.

En el campo se producen enfrentamientos de colonos y terratenientes, éstos recurren a los grupos de combate llamados fascios. La clase capitalista había descubierto la forma de romper el ataque impetuoso ataque de la clase obrera. El dinero con que contó el fascismo le trajo un infraproletariado de parados, que así recibían, un uniforme y una soldada. Al final, lo mismo en Italia que en Alemania, había que destruir el fascismo y ceder al empuje obrero, o entregarle el poder. Los capitalistas se inclinaron por la segunda alternativa.

La marcha sobre Roma

Al terminar la Guerra Mundial Italia se encuentra en una situación económica crítica. Cierran las fábricas de armas, suben los precios, el Estado se halla endeudado con Estados Unidos e Inglaterra, por empréstitos. Paro, hambre, huelgas, delinean la coyuntura difícil. Tropas de obreros efectúan expediciones a tiendas de comestibles. En las elecciones de 1919 consiguen mayoría los socialistas. Durante la crisis aguda de 1920 los obreros de Lombardía y Piamonte ocupan las fábricas declarando que son capaces de dirigir ellos mismos las industrias.

Mussolini es el clásico hijo del pueblo, de familia humilde, educado por los salesianos, maestro y periodista. Su cultura tenía todas las lagunas del autodidacta, pero poseía instinto para arrastrar a las masas y una oratoria avasalladora. Su carrera política se inicia como redactor-jefe de un periódico socialista, pero choca con el partido cuando defiende la entrada en la guerra contra Austria y Hungría. Al perder su puesto de trabajo y su carnet funda otro periódico, 11 Popolo d’Italia. El primer programa de los fascios (1919) es todavía democrático, pacifista, internacionalista; defiende las libertades de prensa y asociación y la participación de los obreros en los beneficios de las empresas. El espíritu versátil de Mussolini convierte en poco tiempo el programa de 1919 en la defensa de todo lo contrario.

El escuadrismo fue el sistema utilizado para ir debilitando progresivamente la autoridad del Estado y para asediar y destruir los baluartes rojos. Ciegos para el peligro, los liberales, como el jefe del gobierno, Giolitti, y su ministro de Educación, el historiador Benedetto Croce, les permitieron que tomaran sucesivamente gobiernos locales, proceso que alcanza su punto culminante en julio de 1922. 11 Popolo d’Jtalla del 15 de julio dice: "El fascismo italiano está empeñado actualmente en una serie de batallas decisivas que implican depuraciones locales…".

Durante los meses de septiembre y octubre los fascistas pasan revista a sus fuerzas; un directorio se encarga de las cuestiones políticas; varios dirigentes, de los problemas militares. En los primeros días de octubre la presión sobre el gobierno se hace más fuerte; Mussolini anuncia la "Marcha sobre Roma". Los acontecimientos se precipitaron. Miles de camisas negras se reúnen en Nápoles; unos días después ocupan los edificios públicos de la Italia central y los centros de comunicaciones del Norte. El gobierno quiso proclamar el estado de excepción el 28 de octubre, pero el rey se negó a firmar el decreto, para evitar derramamiento de sangre. Dimite el gabinete y el rey pide a Mussolini que forme gobierno, el 30 de octubre.

El fascismo en el poder

Carente de un autentico programa de gobierno, sin otro bagaje que su ansia de poder, Mussolini va a demostrar una astucia extraordinaria para hacer evolucionar el sistema parlamentario italiano hacia un modelo de dictadura personal. La práctica constitucional exigía el voto favorable de la Cámara, pero constituyendo los fascistas una minoría de una treintena de diputados, resultaba imprescindible el apoyo de la derecha. En conjunto se pueden distinguir dos fases en el proceso de sustitución de las estructuras democráticas; hasta enero de 1925 se cubre una etapa de dictadura solapada, desde esta fecha, de dictadura abierta.

El primer paso es la consecución de la ley de plenos poderes, a la que solamente se oponen socialistas y comunistas. Dotado de atribuciones que ningún jefe de gobierno anterior había tenido, mientras se recrudecen las violencias de las bandas fascistas Mussolini se consagra a la creación de órganos paralelos a los del Estado, como el Gran Consejo del Fascismo, que puede tomar decisiones políticas y reduce al gobierno a un simple papel administrativo; de manera similar la Milicia para la seguridad del Estado suplanta a la Guardia Real —disuelta en enero de 1923—, y los comisarios políticos ("prefectos volantes"), reclutados entre los "ras", restan toda autoridad a los prefectos provinciales. En un año Mussolini dispone de un Estado fascista paralelo. Aunque populares y liberales se apartan recelosos y sus periódicos comienzan a criticar a Mussolini, votan muchos de sus diputados la nueva ley electoral —ley Acerbo—, que prevé una sobre representación de la lista más votada (los 2/3 de asientos de la Cámara). Se trata de un suicidio parlamentario, solamente explicable por la capacidad de convicción del líder fascista, que ofrece a algunos partidos presentarse con una lista conjunta.

En las elecciones de 1924 los fascistas obtienen cinco de los siete millones de votos, pero la resistencia antifascista aumenta por las irregularidades del proceso electoral.

Al abrirse las sesiones del Parlamento el diputado socialista Matteotti hizo una crítica demoledora del fascismo y de la gestión gubernamental de Mussolini. El eco fue grande en toda Italia; el discurso de Matteotti desató las lenguas. Unos días después el valeroso secretario del partido socialista es raptado y asesinado. La prensa publica artículos indignados contra el fascismo criminal.

Una parte de los diputados no fascistas, que colaboraban con Mussolini, como Orlando y Albertini, se apartan de él. En ese momento Mussolini lo tenía todo contra él; la Iglesia y el partido populista de Dom Sturzo, los liberales, los socialistas, la corte, la diplomacia, los universitarios. Benedetto Croce niega al fascismo cualquier valor político o histórico y lo califica de "doloroso incidente". lntelectuales y profesores firman un manifiesto antifascista. Pero Mussolini se queda y sus fieles se dirigen a las provincias para dirigir una campaña de violencia que le afirme en poder.

La oposición abandona el Parlamento; fue un error, no volvería a ocupar sus escaños. Mussolini declara que oposición es inútil. Durante varios meses de 1924 y 19 parece que el rey va a dar el paso de enfrentarse al di dor; los empresarios se muestran recelosos del giro de los acontecimientos; un grupo, dirigido por el senador Ett Conti, intenta persuadir al rey para que despida al dictador; pero el monarca teme el regreso a la anarquía anterior, sólo para poder contemplar después otro tipo anarquía.

Los partidos políticos desaparecen de la vida pública comenzando por los populistas y socialistas; la prensa aherrojada, los libros subversivos quemados en hogueras públicas, por plazas y aldeas se maltrata o asesina a los enemigos del régimen. Muchos abandonan Italia, llega a haber 300.000 exiliados italianos, que publican periódico en su idioma.

Al mismo tiempo, Mussolini, dando muestras de extraordinarias dotes políticas, prescinde de los extremis de su partido. Cuando plantea un posible programa de vuelta a la normalidad, los "escuadristas" amenazan con un golpe de Estado y precipitan un estallido de violencia durante el año 1925. Es su final; Mussolini otorga poder excepcionales a los prefectos de las provincias y se de sembaraza de los que no le obedecen dentro del moví. miento. Es ya la figura clave. Uno de sus aciertos estriba en oponer ramas hostiles y disidentes del fascio; contra los escuadristas, sector exaltado y demagógico, se lanzan los sindicalistas, que soñaban con apoyarse en masas obreras, sector que tampoco agrada a Mussolini. Del choque de ambos sale robustecido el sector que encabezan Mussolini y Farinacci.

Con toda la autoridad del Estado y del partido en un solo hombre, el Duce, se declara la ilegalidad de los restantes partidos políticos y la obligatoriedad de su programa para todos los funcionarios del Estado. La educación se somete a un control riguroso. Se organizan numerosas manifestaciones para demostrar la adhesión de las masas al Duce, en torno al cual se suscita un culto desmedido; se le canta como estadista genial, como la encarnación heroica de la nación. Su palacio de la plaza Venecia se convierte en su cuartel general; de su despacho salen nombramientos, ceses, condenas; algunos funcionarios se suicidan al ser convocados.

En referéndum y elecciones se refleja una paulatina y creciente docilidad política del pueblo italiano. En 1929, en una consulta al pueblo se recogen 8,5 millones de sí es y 136.000 no es; en 1934 diez millones de respuestas afirmativas y sólo 15.000 negativas. En las elecciones hay una sola lista que el elector tiene que aceptar o rechazar.

La gestión de gobierno

Frente al liberalismo, que propugna el libre juego de las fuerzas del mercado, como había postulado Adam Smith, y frente al socialismo, que supone la absorción de la vida económica por el Estado, el fascismo se presenta como una te

rcera vía, en la que se apoya a la empresa privada pero con una intervención estatal.

El corporativismo se inspira en los gremios o corporaciones medievales, en los que, se afirmaba, se habían armonizado los intereses de patronos y trabajadores. De la misma manera el Estado corporativo suprimiría la lucha de clases, constituyendo al Estado en árbitro de las disputas dentro de unas instituciones comunes. El intervencionismo estatal fue una construcción jurídica de Alfredo Rocco, con las leyes laborales de los años 1926 y 1927, disposiciones que se resumen en la Carta del Lavoro (1927), que organiza las profesiones en corporaciones verticales de patronos y obreros. El Estado se reserva la última disposición

Los planes de aumento de la producción se bautizan con denominación bélica. La "batalla del trigo" se inició en 1925; su objetivo era el autoabastecimiento para frenar la pérdida de divisas que provocaba la importación. Se consiguió con el cultivo de tierras marginales y convenciendo a los campesinos para que abandonaran otros cultivos. Una activa propaganda, en la que se presentaba a Mussolini con el torso desnudo, trabajando como agricultor, movilizó a millones de italianos en una empresa cuyo resultado feliz se identificaba con el prestigio de la nación.

Pero la batalla del trigo fue antieconómica. Parte de lo que se ahorró en compra de cereales extranjeros se perdió por el descenso en las ventas de otros productos, se abandonaron cultivos de huerta lucrativos, y en el Sur se antepuso el cereal a los pastos y a la ganadería, cuyos fertilizantes hubieran enriquecido el suelo. La agricultura intensiva, más idónea para una población en aumento rápido, provocado por la "batalla de los nacimientos’, fue olvidada.

La "batalla de la lira" consistió en establecer una cotización excesivamente alta para la moneda italiana, estableciendo una ecuación entre moneda fuerte y prestigio internacional, pero tal cotización redujo la competitividad de los productos italianos en el mercado exterior y produjo la quiebra de las pequeñas empresas.

Con gran publicidad se acometió la desecación de pantanos y marismas, la irrigación y la repoblación forestal. El ejemplo más famoso es la desecación de los pantanos pontinos, cerca de Roma; tras la recuperación de la tierra se trajeron colonos del Noreste, y se construyeron ciudades como Latina y Sabaudia. Obsesionado por hacer de esta tarea un escaparate de propaganda para los visitantes extranjeros, el régimen se olvidó de las zonas más alejadas de Roma.

Según un estudio de Mario Bandini, de los 2,6 millones de hectáreas en las que se inició alguna tarea de recuperación sólo la décima parte mostró un aumento significativo en la producción y en el número de personas que la tierra podía sostener. En un clima de falta de libertad muchos intelectuales tuvieron que abandonar Italia.

 

Javier Castro Suarez

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