Si bien es cierto que hacia mucho tiempo no se escuchaba de grandes avances en el conocimiento como en los días de Valdivia y de Chorrera o de hechos gloriosos como los de Quitumbe y Llira cuando civilizaban el continente, si se vivía con el recuerdo y el orgullo de pertenecer a una raza de colosos, de fundadores y educadores de cien naciones.
Efectivamente, desde tierras como las del valle del Cielo, habían salido logros materiales, intelectuales y espirituales que habían formado a buena parte del continente. La primera casa, la primera ciudad, la primera cerámica, los primeros trabajos en oro y platino, la navegación, la moneda, el comercio, la trepanación craneana, la raíz de muchos idiomas, los fundamentos religiosos, los símbolos ideológicos y el arte eran, entre muchos otros, aportes ecuatoriales a la civilización de América o Abya Yala, como se la denominaba entonces. Por eso, el orgullo sano que sentían los descendientes de semejante raza. En todo caso y volviendo al hilo de la narración, así transcurrían los días de los hijos de la agonizante civilización de los Caranqui, en el corazón mismo del mundo, en la legendaria Tierra de la Mitad, llamada por las generaciones Quito.
CAPITULO 2
DEL CIELO LLEGÓ UN RELÁMPAGO
Un día lluvioso, a inicios de otro año Caranqui, un hogar del vecino valle del Cayambe se llenó de luz. Un hermoso y saludable niño, llegó para la felicidad de una joven pareja. El padre sujetando la cabeza de la madre, ella abrazando a su hijo; los abuelitos mirando tiernamente a su nieto. Todos estaban en silencio, estupefactos ante la belleza de la criatura. Los minutos pasaban y el abuelo rompió el silencio preguntando cómo llamarían al bebé. El padre guardó silencio; la madre se afirmó: "lo llamaremos Pinda porque ha llegado como un relámpago desde el cielo". "Bien dicho –interrumpió la abuela—pues tiene la viveza del fuego y el rayo". "Escuchen su llanto –añadió el padre—pues será privilegio solo nuestro escucharle llorar". Los días pasaban y el pequeño crecía fuerte y juguetón, bajo el atento cuidado de padres y abuelos. "Será un artesano de manos firmes, hijo, como lo fui yo", vaticinaba el abuelo; "no lo creo papá, en verdad, será un agricultor de manos fuertes como lo soy yo", sentenciaba el orgulloso padre. "¿Y si las dos cosas; y si ninguna de ellas?", cuestionó la abuela, sorprendiendo a los desprevenidos hombres que disfrutaban adivinando el futuro de Pinda. Las mujeres tienen una intuición innegable. Sin saberlo, la abuelita había visto a través de la neblina del tiempo, al niño hecho hombre, estremeciendo al mundo como solo lo hace el relámpago.
Dicen los ancianos con su natural sabiduría, que el tiempo no solo lo cura todo sino que además lo descubre todo. Sabia sentencia que se aplica en este caso. Sin sentirlo, el pequeño Pinda entró en la edad en que debía aprender un oficio digno que lo acompañe por el resto de sus días. Como era por ley, su padre se esmeraba en enseñarle los secretos de los ricos suelos y de las fragantes plantas que en ellos prosperan; de los milenarios conocimientos de la agricultura de los Caranqui: cómo acompañar a un cultivo con otro para que los dos se beneficien, cómo regar por las tardes para evitar que el sediento sol del medio día se beba lo regado, cómo sembrar en los surcos gigantes de las riberas de los lagos de su valle; en fin, como cultivar el campo sin dañar el bosque, eran entre otras, las enseñanzas de un padre que envejecía confiando su sabiduría al niño que caminaba rápidamente hacia la pubertad. En los días de descanso, entre las faenas agrícolas, Pinda iba con sus padres a visitar a los abuelos. Eran los momentos que más disfrutaba el niño y que, pasados los años, más recordaría de su niñez. Allí, mientras los adultos hablaban en torno al fogón familiar, el niño jugaba con las viejas herramientas de carpintería del abuelo y que entre sus dedos, parecían recuperar su perdida vitalidad. Las ramas, los retazos y hasta las astillas, se convertían en arcos y flechas para el ágil cazador, en botecitos que navegaban raudos por el viejo canal o en dardos para la bodoquera o cerbatana que su abuelo le fabricó un día, para que espantara a los pájaros que asaltaban los maizales. En otras ocasiones, el niño y sus padres viajaban con sus vecinos y otros caminantes, a las ciudades cercanas para vender lo producido y adquirir lo necesario. Los caminos eran largos y rectos; bien trazados y construidos. Saltaban sobre los ríos, sorteaban las quebradas, caían en los valles y trepaban a los páramos. Pinda y sus jóvenes amigos, gustaban mucho de estos viajes pues además de descubrir la vida en las ciudades y de adquirir una que otra cosa curiosa, pasaban a los pies de innumerables pucaráes. Eran aquellos, esas temibles construcciones militares en forma de anillos concéntricos, enlucidas con piedras y que en enormes barracas, albergaban a centenares de soldados en vistosos uniformes de colores rojo y blanco, con penachos de plumas y mortíferas armas que, desde sus atalayas, los observaban al pasar. Pinda los miraba desde el camino y mientras se sujetaba a las manos de sus padres, soñaba despierto pensándose así mismo en uno de esos gallardos trajes.
CAPITULO 3
EL JOVEN PINTAG
El pequeño creció y al pasar por la pubertad, le fue cambiado el nombre a Pintag. El joven era muy hábil en el juego de las cañas –especie de lanzas sin punta, con las cuales debía derribarse al oponente sin herirlo-, por lo que sus amigos lo llamaron Caña Brava, de donde, pasado el tiempo, las personas creyeron que aquello se traducía en la palabra Pinda o Pintag. En todo caso, era el tiempo en que Pintag debía tomarle la posta a su padre. La agricultura le gustaba mucho; sin embargo, también le atraía la carpintería. El joven demoraba en su elección, ante la preocupación de sus padres. Un día, decidido, Pintag se acercó a ellos. "Queridos apala" –les dijo–, "deseo que ustedes conozcan la decisión que he tomado sobre el trabajo que me acompañará de ahora en adelante. La agricultura produce exquisitos frutos y la tomé de mi honorable padre; la carpintería pone a prueba mis habilidades y la aprendí de mi recordado abuelo. Difícil elección era la mía, apala amados, hasta que un día cuando hablaba con mi amigo Canto, descubrí mi verdadera vocación: servir a los míos como soldado, como un valiente guerrero capaz de sacrificarse por los más altos ideales de la nación. Para ustedes no es desconocido el hecho de que un poderoso como cruel imperio avanza desde el sur. Tupac Yupanqui, su emperador, ha invadido cien naciones y se propone conquistar mil más; solo requiere del desaliento de los defensores para crecer más y más. Nuestra hermana Cañari está por sucumbir ante su avance y la centenaria nación de los Duchicela se fortifica para enfrentar al ejército del rey tirano. Si Puruhá es derrotada, nos tocará a nosotros detener a ese despreciable monstruo. Por eso, deseo estudiar la ciencia de la guerra para un día, poder dirigir a los míos en contra del mal". Los padres guardaron silencio por un instante; estaban perplejos. Sin embargo, ya recuperados del impacto causado por las palabras de Pintag, le dijeron que respetaban y admiraban su determinación. "No debíamos esperar menos de un joven valiente y animoso que ama a la nación y es estimado por ésta. Hubiéramos deseado algo menos peligroso para ti, querido hijo, pero si eso es lo que verdaderamente deseas, sé el mejor", anotó el padre mientras la madre abrazaba al muchacho.Al día siguiente, muy por la mañana, Pintag y Canto, emprendieron viaje hacia el pucará de Pesillo para enlistarse y recibir las primeras instrucciones en la ciencia de la guerra. Los soldados allí estacionados, escoltaron a los decididos reclutas frente a su nueva autoridad, el miyá Ajara. El señor Ajara, comandante de la guarnición de Pesillo, era un hombre de mediana edad, de cuerpo delgado y, más bien, pequeño; poseedor de un gran temperamento y personalidad, se lo conocía por su gran capacidad en las cosas de la guerra. Un hombre forjado en los cuarteles, al que no detenía nadie ni nada; él mismo asesoraba a los militares de la querida nación Puruhá para enfrentar de ser necesario, con guerra de desgaste o de guerrilla, al invasor Tupac Yupanqui. Ajara era un alto oficial cuyas enseñanzas debían atesorarse más allá del deber y del tiempo.Pintag y Canto pronto aprendieron el arte de ordenar y de obedecer. "El equilibrio entre estas dos conductas, es la clave del éxito cuando uno se encuentra combatiendo; depender obstinadamente de los designios de otro o abandonarse a la fascinación del mando, es dirigirse a una derrota segura", les decía el miyá, durante las largas horas de estudio. "Combatir de frente y sin ventaja a un ejército numéricamente mayor, es de valientes más no de estrategas" –afirmaba el comandante–; "… de ser ese el caso, jóvenes cadetes, golpeen en los flancos que son de las partes más débiles del adversario, retirándose después por un sendero distinto y áspero", les compartía el señor Ajara, en los momentos de descanso, entre las prácticas de guerra. El aprendizaje de las estrategias militares y las marchas forzadas por las alturas de la cordillera –la teoría y la práctica de la mano–, se combinaban inteligentemente para hacer de los jóvenes prospectos verdaderos oficiales del lucido ejército de los Caranqui. Ahora, Pintag hacía realidad su sueño de la infancia: vestir el uniforme rojo y blanco de los aguerridos soldados y vivir en las entrañas de las fortalezas, allá en los solitarios páramos, junto a los camaradas de armas.
CAPITULO 4
LA NOBLE NARAA
Un día, cuando Pintag y una patrulla de soldados encargada a su mando, regresaba a la fortaleza de Pesillo, se encontró con una agradable sorpresa. Naraa, la hija del comandante, estaba visitando a su padre en el pucará. Era la muchacha más bonita que Pintag había visto jamás. Como su padre, Naraa era delgada y baja de cuerpo, vivaz pero controlada; energía invisible pero perceptible, brotaba de todo su cuerpo. Su piel de bronce y su cabello café le daban un aire de escultura; sus ojos marrones, en cambio, proyectaban la vida que fluía por su juvenil estructura. Sus miradas se confundieron; la muchacha no bajó la vista. Tiempo después, Naraa le confesaría al joven estudiante de su padre, que ella también quedó atrapada por el porte del oficial y el guerrero que descubrió en Pintag. Un soleado día de verano, el joven se animó a hablar con el señor Ajara; buscaba su permiso para cortejar a Naraa. El miyá lo miró de reojo; le agradaba el joven cadete para compañero de su hija. Sin embargo, se mantuvo en silencio por un rato; al fin y al cabo, el comandante era un buen estratega. Luego le dijo: "quien se atreva a cortejar a mi hija tiene que ser un verdadero valiente, todo un discípulo de nuestro Thome, el que inventó la guerra; como hija única, ella es impetuosa y caprichosa. Difícilmente se somete a la autoridad del padre; impensable que se deje gobernar por un hombre de tu edad. En todo caso, si te permito pasar un tiempo con ella y si eres capaz de sobrevivir a sus demandas, tendrás que pasar el doble de ese tiempo practicando para lo que verdaderamente viniste, teniendo que satisfacer todas mis órdenes. Como hasta ahora, joven Pintag, gozarás de las muchas obligaciones y de los pocos beneficios que te confiere tu grado y tu ejercicio. Y nunca olvides esto: no será a mi a quien tengas que derrotar; Naraa será tu primer objetivo militar y quizá el más difícil", dijo el miyá, mientras sonreía. Pintag se inclinó frente a su comandante y sin darle la espalda, se retiró lleno de discreto contento y alivio.
El apuesto y joven cadete no perdía ocasión para visitar a Naraa. El deseo de estar con ella era cada vez más fuerte; lo mismo le ocurría a ella. Eran dos jóvenes que tenían mucho en común: orgullosos, enérgicos, valientes, determinados y enamorados de un solo futuro para los dos. Sentían dentro de sí el creciente poder para conquistar juntos el mundo que se les mostraba. Soñaban ya con el momento de unir para siempre sus destinos; ver crecer a los hijos que proyectaban tener y educarlos en los principios y valores de la nación. De envejecer juntos honrando sus años con una vida ejemplar. Una sola cosa les inquietaba. El tirano Yupanqui había doblegado por fin, a los orgullosos cañaris. Los señores Dumma, Pisar, Cañar y Chica, líderes de la resistencia Cañari, habían sido asesinados por orden del inca, después de hacerles conocer que sus hijos, mantenidos por la fuerza en el Cuzco, también habían sido ejecutados. Y semejante individuo no tardaría en asaltar a la altiva nación de los puruháes. Pintag veía la guerra cercana y Naraa se consolaba pidiendo al Aakume por su padre y por su amante.
Llegó el día en que el joven cadete dejó de serlo para convertirse en oficial del ejército. Recibió las insignias de manos del estado mayor. Frente a la atenta mirada de su maestro y comandante Ajara, los Uñi o generales Pillahuaso, Incurabaliba, Conllocando y Poochina, saludaron al nuevo oficial. Igual cosa hizo la Quilágo o comandante Pacha, en representación de su padre el Shyri Cacha. Las felicitaciones llegaron de Naraa y sus padres, que orgullosos veían en el joven Pintag a un soldado digno de toda honra. El ejército pensaba igual; por eso destacaron al flamante oficial a la guarnición de Rumicucho. Allí, dirigiría un batallón dispuesto a proteger el camino de Quito a Sarance y el de Calacali a la costa. No tardó en llegar el día en que Pintag y Naraa unieron sus vidas. La boda fue sencilla pero los festejos posteriores muy animados. Los novios, sus parientes y amigos, disfrutaron mucho de la ocasión. Unos días después, Pintag dejó a su joven esposa al cuidado de sus padres, mientras volvía a sus ocupaciones militares; Naraa empezó la construcción de su propia casa en los terrenos que sus suegros les obsequiaron con motivo del matrimonio.
CAPITULO 5
PURUHÁ ENTRA EN GUERRA
Al sur, Tupac Yupanqui inició con éxito sus operaciones en contra del estado Puruhá. En las provincias centrales de Chimbo, los señores Chauan Callo y Cantu se fortificaban para la defensa; en la región de Liribamba, Hualcopo Duchicela y su hermano Epiclachima, se organizaban para una larga resistencia. Los demás miembros de la regia familia Duchicela visitaban las guarniciones de frontera para elevar el ánimo de los soldados; no se descuidaba el envío constante de embajadores al Shyri caranqui, en busca de alianza y apoyo militar. El Shyri no era ajeno al dolor que sentía el rey Duchicela al ver asaltado su estado por un ejército de doscientos mil soldados extranjeros, perfectamente dispuestos. Por eso, no solo ordenó que los graneros de Puruhá fueran abastecidos por los excedentes de la producción caranqui, sino que además, mantuvo el envío de tropas auxiliares del norte para que se sumarán a las fuerzas militares de su amigo Hualcopo. A pesar de estas movilizaciones masivas de soldados del norte, Canto quedó al mando de la fortaleza de Achupallas, en las alturas orientales del valle de Chillos, al pie del imponente Antisana, y su amigo desde la infancia Pintag, permaneció al frente de Rumicucho, al norte de Pomasqui; su suegro no corrió igual suerte. El comandante Ajara volvió como asesor de los oficiales puruháes. Allí y a las órdenes de Epiclachima, ayudaría a diseñar la estrategia de guerra.
El inca avanzó territorio adentro, conquistando hasta la región de Tiocajas. Ahí, chocaron los dos ejércitos con tal estrépito que se dudó por algún tiempo de quién sería la victoria. Finalmente, el triunfo quedó en manos de Yupanqui, dejando muertos en el campo amigo a Epiclachima y 16,000 de los suyos.
A pesar de su agotamiento, el ejército puruhá continuó causando sensibles bajas entre las tropas del inca. Inclusive, llegaban momentos en que se pensaba en la probabilidad de una victoria aplastante por parte de la nación Puruhá y la posibilidad de devolverle la libertad al noble pueblo Cañari. Sin embargo, todo fue vana ilusión. Batalla tras batalla, el inca rehacía su desgastado ejército con reclutas traídos de distintos y distantes puntos de su ya inmenso imperio. Mapuches, collas y chimúes, entre muchos otros, engrosaban las filas peruanas; los norteños, por el contrario, veían disminuidas sus fuerzas cada día. Sin embargo, la resistencia era pertinaz, al punto de encolerizar hasta el extremo al malvado Tupac Yupanqui.
La muerte de su hermano y sus soldados en Tiocajas y las sucesivas derrotas, fueron suficientes para restarle vida a Hualcopo quien murió por una grave depresión. Le sucedió su hijo Cacha Duchicela quien tenía en coraje lo que le faltaba en salud. Tomó éste la determinación de reconquistar su reino y lo consiguió tras larga y dura campaña.Los tiempos pasan y cambian. El mundo ya no era igual al que Pintag conoció durante su infancia y adolescencia. En esos momentos, el bárbaro Tupac Yupanqui moría y le sucedía su hijo Huayna Cápac. Éste era peor que su padre; enamorado de las tierras ajenas, no reparaba en los medios con tal de lograr sus oscuros fines. Más que su padre, éste odiaba todo lo que le recordaba la Tierra de la Mitad; será porque él mismo representaba muy bien a una tierra mitad arena, mitad granito. El imperio que heredaba, era de gente gris, miserable, hecha a la guerra por la necesidad. Totalmente diferente a la raza diáfana y generosa que vivía en la mitad del mundo. De Cariamanga al norte, la gente se volvía persona; de Cajamarca al sur, un número. Era este hombre intransigente e irritable el que volvería a desbordarse con su poderoso ejército, sobre la hermana Puruhá. Sin importarle, su codicia costaría muchas más vidas humanas. Conforme avanzaba el ejército sureño, los soldados puruháes incendiaban los cultivos y demolían las casas para que los extranjeros no encuentren pan y abrigo en tierras que no les pertenecían. Las batallas, cuando se daban, eran feroces. Con defensa frontal y ataques laterales, los soldados de la Casa Duchicela, desangraban a las armadas del emperador cuzqueño. Estos últimos, de su lado, ejecutaban a los prisioneros que tenían la desgracia de caer en sus manos; otros pocos eran deportados como sirvientes de los grandes señores de la corte de Huayna Cápac.
En medio de este terrible panorama, se volvieron a dar batallas en sitios como Achupallas de Chimborazo, Tiocajas y Mocha, más siempre desfavorables al Rey Cacha. El agotado y casi deshecho ejército del norte se dispuso a la retirada. El inca, mientras tanto, avanzó en la reconquista de buena parte de la nación Puruhá. Lo demás fue cuestión de tiempo; Pillahuaso murió en la defensa de Latacunga y su ejército se dispersó. En el campo de batalla y entre los cuerpos de sus camaradas, quedó también el cuerpo sin vida del comandante Ajara que tanto defendió a sus hermanos puruháes. La resistencia cesó y el tirano Huayna Cápac sentó los límites septentrionales de su imperio en los páramos del Cotopaxi.Ahora, los caranquis tendrían que combatir solos al poderoso enemigo que los observaba desde los altos de Tiopullo.
CAPITULO 6
LA GUERRA CONTRA CARANQUI
No pasó mucho tiempo después de la caída de Puruhá para que el avezado Huayna Cápac declarara la guerra al debilitado país Caranqui. Movilizó un enorme ejército de trescientos mil soldados a sus guarniciones de frontera. De su parte, los norteños fortificaron más aún la línea sur de sus pucaráes, moviendo decenas de miles de efectivos a las fortalezas que protegían los valles de Machachi, Quito y Chillos. La región de Tulipe, en el occidente del cerro Pichincha, fue militarizada para proteger a la capital ancestral de la Tierra de la Mitad o Quito. Los complejos astronómicos de pirámides truncadas que servían para regular el calendario productivo, recibieron un estatus especial como centros estratégicos. En tal virtud, buena parte del ejército de los caranquis fue distraído en la protección de esos lugares. Esa división de la fuerza, a la postre, resultaría perjudicial para los quiteños. Primero escaramuzas y luego batallas campales, los dos ejércitos enfrentados se disputaban palmo a palmo, los riquísimos suelos agrícolas y de pastoreo inmediatos a las faldas septentrionales o norteñas de los páramos del coloso Cotopaxi. Las fuerzas del inca por su cantidad y por su experiencia bélica, resultaban difíciles de contener. Por ello, el alto mando caranqui decidió abandonar la defensa de los valles, fortaleciendo las alturas desde donde podría lanzar ataques de reconquista. Mantuvo así fortificados los pucaráes de la cordillera oriental sobre las tolas de Sangolquí y Quinche y las guarniciones inmediatas al complejo astronómico en Cochasquí. El ahora Capitán Canto mantuvo la comandancia de los pucaráes de Oñaro y Achupallas, al pie del Antisana; el también Capitán Pintag, en cambio, tuvo que dejar Rumicucho a los peruanos y avanzar hacia Mojanda para ponerse a las órdenes de la comandante encargada de la defensa de Cochasquí.Ya allí, Pintag se reportó con la comandante de la guarnición. La Quilágo que ese era su alto grado militar, era una mujer de mediana edad, alta y delgada, más atractiva que hermosa. Mujer altiva, dicen que hablaba poco y que nunca reveló su nombre de bautizo por cuestiones de seguridad. Así, sus soldados se acostumbraron a llamarla por su rango: Quilágo. Dicen los que entienden, que esa palabra viene de quelá que quiere decir "gato montés" y equivale a persona muy astuta e inconquistable. En todo caso, era entre las mujeres del ejército de esa época, equivalente al grado Uñi de los varones; o sea, uno de los dos rangos más altos en la escala militar de los caranquis. Tenía pues, la autoridad para dirigir una importante sección del ejército y para sus decisiones, descansaba en su estado mayor. Justamente Pintag se integraba a ese estado mayor en calidad de Capitán de Campañas u Operaciones. Cómo extrañaba Pintag a su comandante y suegro el señor Ajara, muerto, como dijimos, en la defensa de Latacunga. Sus consejos siempre le aliviaban las preocupaciones. Más ya el tiempo se agotaba para los recuerdos pues el enemigo había alcanzado con relativa facilidad, la ribera sur del río Pisque, inmediato al complejo astronómico de Cochasquí. Los dos ejércitos tomaron posiciones en sus respectivos campos. Huayna Cápac que se encontraba en una posición desfavorable, envío embajadas a la Quilágo en busca de negociaciones; sin embargo, la comandante nunca respondió. Por un lapso interminable de dos años, la diplomacia inca y las armas quiteñas hablaron por varias ocasiones, en busca de resolver el problema. Al cabo de ese tiempo, demasiado extenso para la paciencia y prepotencia de los sureños, se dio una gran batalla en medio de la cual los hombres de Huayna Cápac lograron sortear el Pisque; al cabo de la pelea, los del inca quedaron dueños de Cochasquí. Los soldados caranquis fueron desarmados y la Quilágo junto con su estado mayor, fueron arrestados. El inca había pagado muy caro esa conquista y no quería perderla por nada. Con el pasar de los días, sin embargo, el emperador cuzqueño empezó a fijarse en la mujer que se ocultaba tras el uniforme rojo y blanco. La Quilágo que más que una mujer era un soldado, no desperdició la oportunidad para reconquistar el espacio perdido. Como buena estratega, fingió aquietamiento y complacencia; el inca avanzó seguro hacia la conquista de esa mujer – felino. Un día, Huayna Cápac ordenó la excarcelación de la comandante y la de sus oficiales. Quería así congraciarse con la mujer, sin darse cuenta que su interés por ella le hacía olvidar que también era una guerrera. Con el pasar de los días, el inca perdió la desconfianza y se dejó llevar por los encantos de la oficial. Ella continuó enamorándolo al punto de invitarlo a su palacio. El inca accedió y cuando acudió, se encontró con una trampa. A tiempo reaccionó éste y en vez de caer en la celada, aprovechó del orificio lleno de guadúas puntiagudas que la Quilágo había mandado hacer para él, para hacer caer en él a la mujer.
En vez de aprovecharse de los devaneos del emperador peruano, la Quilágo murió peleando por la dignidad de la nación y sus oficiales y soldados se rearmaron para vengar su muerte.Pintag y los restantes oficiales sobrevivientes, arengaron a los soldados. La consigna era combatir hasta el último aliento a los invasores y, de ser posible, matar al mismo Huayna Cápac. Con esa resolución, se dirigieron a marchas forzadas hacia Sarance, como entonces se conocía a la ciudad de Otavalo. Allí, se enteraron de que el Shyri estaba acuartelado en la fortaleza de Atuntaqui. Sin embargo, con el ejército del inca pisándoles los talones, no tuvieron otra alternativa que organizar una defensa improvisada al pie del lago Imbacocha, posteriormente llamado de San Pablo. Para entonces, Huayna Cápac preocupado por su seguridad y convencido de que los caranquis vengarían la muerte de la Quilágo, nombró comandante de su ejército al príncipe o auqui Tuma y se desvaneció camino de Tomebamba. Sin embargo, el viaje del inca duró poco porque a los dos días de emprendida la fuga, se enteró por los chasquis, que si bien sus hombres habían desalojado a los caranquis de Otavalo, en el enfrentamiento, su hermano el príncipe Tuma, había caído herido de muerte por una bala de honda norteña.
Lleno de ira, el inca volvió hacia el norte para retomar el control de su asustado ejército. Les increpó por haber dejado morir a su hermano y los comprometió a matar a todos los caranquis. Luego y a toda velocidad, marchó con ellos hacia la fortaleza de Atuntaqui. Allí lo esperaba el Rey de Quito y su hija la Quilágo Pacha, princesa Shyri, con las últimas fuerzas que le quedaban. Pintag y los demás soldados de Cochasquí, se habían sumado para apoyar en algo a los combatientes del Rey legítimo.Antes de llegar a la fortaleza de Atuntaqui, el soberano inca dividió su ejército en tres cuerpos: la facción central se mostraría frente a la fortaleza y las dos laterales flanquearían ocultamente al pucará. Una vez en esas posiciones, la facción central fingiría fuga para animar a los caranquis a perseguirlos. Desamparada la guarnición, las facciones laterales asaltarían la fortaleza matando a cuanto defensor encontraran. Así ocurrió y la suerte del ejército Caranqui quedó sellada pues no solo perdieron muchos hombres sino que el mismo Shyri murió en la contienda.
Los que sobrevivieron, intentaron alcanzar el pucará de Aloburo que protegía el complejo astronómico en Yahuarcocha. Sin embargo, las fuerzas del inca los alcanzaron cuando se encontraban junto a las playas del lago. Allí, la retaguardia de los caranquis fue golpeada con tal severidad por los sureños, que muchos quedaron tendidos en el campo de batalla. Los que se rindieron, fueron desarmados y asesinados en el sitio. El bárbaro Huayna Cápac y sus oficiales, disfrutaron del espectáculo que brindaba la matanza. Sin embargo, no conforme el inca con la atrocidad, una vez concluida ésta, ordenó que los hijos de los veinte mil muertos fueran traídos a la presencia de los cadáveres de sus padres y en medio de los llantos y gemidos de los pequeños, el peruano concluyó su más sincero discurso con la ya famosa frase de: "ahora no me harán más guerra porque solo son muchachos". Únicamente Pintag y mil hombres más entre oficiales menores, cadetes y soldados alcanzaron la fortaleza del complejo astronómico, desde donde a ocultas miraron aterrados la carnicería genocida que se practicaba con sus camaradas y amigos y cómo el lago de transparentes aguas, se tornaba rojo.
En ese momento, Pintag y sus hombres juraron vengar al Shyri y a los compañeros de armas tan vilmente asesinados. Así mismo, el Capitán pensó en Naraa y en sus padres. Su mente estaba confundida y atormentada; más que nunca extrañaba el consejo de sus mejores comandantes, Ajara y la Quilágo de Cochasquí. Finalmente, recuperado del impacto, recordó a su amigo de la infancia Canto. Meditó en la probabilidad de refugiarse en las fortalezas del Antisana, si es que éstas todavía no caían en manos del inca. Estaba seguro de que el Capitán Canto le ayudaría a vengar a los suyos y a la nación toda conquistada ya por el tirano.Llegada la noche del peor día que la nación recuerde, Pintag y sus hombres emprendieron en silencio, el largo y frío camino que las montañas orientales les ofrecía, en dirección de las fortalezas de Achupallas y Oñaro, en el valle del Cielo.
CAPITULO 7
ACHUPALLAS Y OÑARO: EL TEMPLO DE PINTAG
En el camino, el absorto Capitán recordaba los alegres días de la infancia cuando recorría esa ruta de las manos de sus padres. De las pequeñas cosas de las que se aficionaba cuando iba al mercado de Cayambe. También atesoraba la profunda impresión que le causaron los grandes pucaráes y sus guardias, en lo alto de la cordillera. No dejaba de extrañar los recuerdos de sus días de cadete cuando junto a sus camaradas de armas, hacía una parada para escuchar las sabias enseñanzas de su Maestro, el buen señor Ajara. Tampoco olvidaba la última arenga de su comandante, o Quilágo, cuando les dijo que "hay que morir por la nación, nunca vivir por una traición". Sin embargo, era la imagen de Naraa despidiéndolo desde la puerta de la casa familiar, la que más emoción le causaba al hombre curtido por los años y la guerra injusta. Pero no todo eran buenos y dulces recuerdos en esos días de movilización forzada, incertidumbre y desaliento; muchas noches sorprendieron a Pintag con terribles pesadillas en las que se escenificaba una y otra vez, la matanza de Yahuarcocha o los diálogos con los seres queridos muertos en campaña y que, en sueños, volvían de ultratumba a visitarle. Encerrado en ese mundo, caminaba mecánicamente Pintag cuando de pronto se halló a la altura de Cayambe. Allí acampó hasta que cayera la noche. Entonces, pidió a sus hombres que le esperasen ocultos hasta su regreso. Cobijado por las sombras, se deslizó por los maizales primero, y por las quebradas después, hasta alcanzar la casa donde dormía Naraa. Allí, después de despertarla, abrazó tiernamente a su esposa que lloraba de alegría al ver que su esposo vivía, desmintiendo así los rumores de que había muerto en la laguna de sangre. Pintag consoló a su mujer y la invitó a tomar algunas cosas de valor para que luego lo acompañara a las fortalezas de Oñaro y Achupallas. Ella accedió gustosa. Mientras Naraa guardaba lo esencial, Pintag se deslizó hacia la casa de sus padres para hacerles igual invitación; sin embargo, allí la respuesta fue diferente. Viejos y cansados, los padres del Capitán preferían vivir sus últimos años en la casa que los dos levantaron muchos años atrás. Entre lágrimas, los ancianos encomendaron a su hijo al cuidado de los dioses buenos y le despidieron no sin antes recordarle que, posiblemente, esta sería la última ocasión en que estarían juntos. Antes de retornar con su esposa, Pintag fue al sitio donde reposaban los restos de sus amados abuelos y les prometió luchar hasta el final por el país.Cerca del amanecer, Pintag y Naraa alcanzaron a los soldados que se hallaban ocultos por los cerros. Ese día descansaron para retomar el viaje al día siguiente. Días después y sorteando a las patrullas imperiales, divisaron el estandarte Caranqui luciendo orgulloso en lo más alto de los pucaráes de Oñaro y Achupallas. Las fortalezas permanecían libres y en ellas se refugiaban los soldados a las órdenes de Canto. Grande fue la alegría cuando los soldados y los dos Capitanes se reunieron. Hubo música, comida y bebida en abundancia, pero lo que más agradecieron los sobrevivientes de Yahuarcocha fue el descanso reparador al que se entregaron después de departir con sus camaradas.Los días se hicieron meses y los meses años. Mientras Canto mantenía el control de las fortalezas, Pintag y sus hombres, cavando túneles y desviando ríos, se descolgaban sobre el valle y golpeaban a las columnas del ejército imperial que, desde Sangolquí, tenían que pasar por el valle rumbo del norte. Los asaltos eran asestados sobre los flancos –sobre todo el derecho– que siempre son el sector más débil de cualquier caravana. Producido el ataque por sorpresa, se iniciaba el rápido retorno a las fortalezas, por caminos distintos a los empleados para el ataque. La noticia de las victorias obtenidas por las guerrillas de Pintag, irritaban cada vez al tirano Huayna Cápac que reunía más hombres para cercar a los que él llamaba los "rebeldes de Oñaro y Achupallas". Cada vez más, los caminos que entraban y salían de las fortalezas, fueron bloqueados por los soldados del emperador. Cada vez menos, Pintag pudo salir de sus pucaráes. Finalmente, el hambre y el desaliento hicieron presa de los hombres del Capitán. Pintag comprendió la situación y después de agradecerles por tantos años de compañía, siguiéndolo en su suerte, les invitó a partir hacia sus respectivos hogares. Él sabía que Huayna Cápac, a pesar de su crueldad, con el remordimiento de lo actuado en Yahuarcocha, se había vuelto un hombre de palabra y que si tantas veces había ofrecido perdón y olvido para los hombres que abandonasen las armas, lo cumpliría.
Con suma tristeza, muchos soldados caranquis dejaron sus armas y abandonaron las plazas de Oñaro y Achupallas. Ese fue el instante que aprovecharon los comandantes incas para atacar las guarniciones norteñas. La batalla fue cruenta y desigual. Finalmente, Pintag y Canto fueron apresados y los últimos defensores muertos o dispersados.
CAPITULO 8
LA INMORTALIDAD AGUARDA A PINTAG
Los dos valientes Capitanes fueron separados. Pintag fue llevado a Quito donde guardó prisión en la fortaleza de Huayna Cápac. Canto fue llevado al Cuzco. Enterado de la noticia del cautiverio del Bravo Pintag, Huayna Cápac fue a conocerlo. Quiso hablar con él; le ofreció la comandancia general de su ejército, el más poderoso de América. Le quiso hacer ver que ahora el mundo era inca. Pintag no le contestó. El tirano le ofreció la gloria fulgurante pero pasajera, más Pintag nunca le regresó a ver. El emperador seleccionó de su corte a las más hermosas doncellas para que dieran de comer en la boca al Gran Capitán pero la respuesta fue siempre la misma: Pintag se rehusó a ser comprado.Un día, los guardias de la prisión interrumpieron al victorioso Huayna Cápac. "Señor –le dijeron—el Capitán rebelde ha muerto; los cirujanos dicen que murió de hambre y sed". Efectivamente, el Bravo Capitán de la saga de los caranquis, nunca regresó a ver al tirano, nunca le contestó, nunca probó bocado de lo que le invitaban y, peor aún, sacó ventaja de lo que le ofrecían. Nunca se vendió a la gloria enemiga. Él sabía que su patria había sido invadida y destruida; que su gente era sierva de un señor extraño. Que su propia Naraa y sus dos pequeños hijos, con los que un día soñó envejecer, habían sido hechos prisioneros por el déspota. Más nada de lo anterior sirvió para que Pintag se doblegue ante el tirano. Él tuvo la oportunidad de ser uno de los hombres más poderosos del incario y envejecer, entre lujos, junto a su esposa e hijos; sin embargo, su inmenso amor por la Patria asesinada no lo hizo desmayar en su convicción de morir con Ella. En sus horas finales y mientras perdía la vida por el hambre y la sed, el Capitán Pintag soñó con el Míramin Patelé o Sabio Sacerdote de Cochasquí. Años atrás, éste le había dicho que al empezar a dejar el cuerpo, al agonizar, se debía dirigir el espíritu hacia la Paccha, la cascada sagrada del Tocachi. Allí, debe uno desear, con mucha fuerza, regresar al momento más querido de la vida terrenal. Ese deseo se cumplirá inexorablemente.El Capitán Pintag así lo deseó, aunque sus fuerzas lo abandonaban; entonces, como por encanto, se halló de la mano del viejo Míramin Patelé, atravesando un túnel, tras de la cascada, abandonando la media noche, camino de una luz intensa de medio día ecuatorial. Al otro lado, volvió a ver los verdes campos de su niñez, volvió a oler el aroma de sus flores; ingresó en la casa familiar y, en ella, sentados en torno al fogón, le aguardaban sus padres y abuelos. El Capitán, vuelto niño, volvió a sentir el calor del hogar y la ternura de los seres queridos, pero sobre todo, respiró el fresco y perfumado aire de independencia que corría por todo aquel lugar maravilloso.
El Gran Capitán, que murió puesto su raído y desgastado uniforme rojo y blanco, sin traicionar jamás a la Patria, a pesar de que por ello tuvo que separarse temporalmente de su querida esposa e hijos, esclavos en el Cuzco por designio de Huayna Cápac, alcanzó la inmortalidad.
El premio a su lealtad, tan puesta a prueba, es vivir ahora mismo en un valle del Cielo libre de opresores y tiranos.
Cuando veamos la bóveda celeste arder presa del relámpago y desgarrarse en poderoso aguacero, no temamos; dicen los ancianos que viven al pie del Taita Imbabura, que es la voz de nuestro Pintag convocándonos a las armas para continuar la guerra justa contra los injustos y sus injusticias.
FUENTES
(01) CABELLO BALBOA, Miguel. Obras, volumen 1. Quito. Editorial Ecuatoriana. 1945.
"De en medio del furor y armas se escapó un valiente y valeroso capitán, de la valía de los Caranguis, llamado Pinta, y con él más de mil soldados que quisieron seguir su fortuna. Y habiendo Guayna-Capac dado la orden y recado necesario para guarda y reparo de la bien ganada fortaleza, enderezó su viaje para el Quito [o sea la ciudad], y de allí despachó gente a prender al Capitán Pinta, que tenía noticia que se había hecho fuerte en una montañas fronteras de Quito, sobre el valle de Chillo, con intento de inquietar y robar toda la tierra sujeta al Inga, como lo había comenzado hacer, y aunque con gasto de vidas y tiempo, fue habido en prisión y puesto delante de Guayna-Capac, el cual le perdonó lo cometido hasta entonces, con tal que en lo futuro hubiese enmienda, más el bárbaro Pinta estuvo tan pertinaz y tan obstinado en su coraje, que ni aun comer no quiso de lo que el Inga lo mandó dar, y procurándolo amansar con halagos más se encendía en su bárbara cólera, y al cabo de algunos días vino a acabarlo la tristeza y melancolía que recibió de verse preso, y cuando supo el Inga que era muerto, tuvo pena por no haber podido atraer a su servicio un hombre tan valiente e industrioso como era aquel bárbaro, más tomó por remedio, servirse de Pinta en muerta, ya que en vida no había podido, y así, el día que murió, lo mandó desollar y hacer de su cuero un atambor, para hacer en el Cuzco el Inti-Raymi, que con ciertos bailes en honor del Sol, y para este efecto le envió allá el pellejo". (p. 358).
(02) CIEZA DE LEON, Pedro de. El Señorío de los Incas. Lima. Instituto de Estudios Peruanos. 1967.
"Guascar de menos días; Atahuallpa de más años. Guascar hijo de la Coya, hermana de su padre, señora principal; Atahuallpa hijo de una india Quilaco, llamada Tupac Palla. El uno y el otro nacieron en el Cuzco y no en Quito, como algunos han dicho y aún escripto… (pp. 234-235).
(03) MONTESINOS, Fernando. Memorias Antiguas Historiales del Perú. London. Hakluyt Society. 1920.
"Mientras Huayna Capac estuvo allí, supo que la población al otro lado del río Pusque, se había revelado y que una señora llamada Quilágo los comandaba. Huayna Capac, molesto por este tumulto, marchó con su ejército hacia esa región, en donde se hallaban los enemigos fortificados. Hubieron muchas escaramuzas, con quema de puentes y muchos muertos de ambos lados. Estas luchas duraron cosa de dos años. Al cabo de ese tiempo, el Inca dio tregua a sus soldados y entonces les preguntó que cómo hombres gobernados por una mujer podían doblarles el ánimo. Les dijo, así mismo, que estaba determinado a luchar mano a mano, de ser necesario, pues su padre el Sol le había prometido la victoria y que, además, le había entregado una honda con tres cristales, una espada y una lanzadera. Esta patraña reconfortó a los soldados. Sin embargo, los amautas la aumentaron diciendo que el Sol les había advertido que los enemigos pretendían dejar pasar al inca y a los suyos, al otro lado y entonces los emboscarían para matarlos a todos. Avisado así el inca, tomó uno de los cristales y lo disparó con su honda; éste golpeó una gran piedra que se hallaba entre altos pajonales que servían de escondite a los enemigos. La gran piedra se partió y de su interior, salió tanto fuego que quemó los pajonales y a los soldados de la emboscada. Entonces, su ejército pasó al otro lado del río y después de una batalla corta, conquistó la plaza de los enemigos. Tomó prisionera a la Quilágo, con la que tuvo muchas deferencias. Le hizo muy ricos obsequios, averiguando siempre sus deseos. Ella, sin embargo, siempre lo evadió diciéndole que se hallaba enferma y que, en último término, una sierva como ella no podía fijarse en tan grande señor. El inca le devolvió la libertad y la señora retornó a su palacio donde fabricó, en recinto muy íntimo, una trampa profunda. Mientras tanto, el inca y ella cruzaban correspondencia; la de él era sincera, la de ella estaba llena de mentiras. Es que la intención de la señora era atraer al inca a su hogar y arrojarlo en la trampa. El inca fue informado de este ardid y empezó a moverse con suma cautela. La señora fijó la hora de la visita y el inca fue. Ella lo recibió con fingidas manifestaciones de júbilo y tomándolo de la mano, lo condujo hacia la trampa. En la puerta, el inca se hizo a un lado y colocando su pie hizo, tropezar a la Quilágo quien trastrabillando, fue a dar al fondo de la trampa, la cual finalmente se convirtió en el sepulcro de aquella señora. Entonces, él hizo lo mismo con unas mujeres – sirvientes que estaban gritando de horror. Así, salvó el inca del atentado.
"Algunos de los señores que fueron testigos del desafortunado evento, viendo que la señora Quilágo no había podido llevar a buen término su propósito, se retiraron liderados por el señor de Cayambe. (pp. 118-120).
(04) MOORE, Bruce R. Diccionario Castellano – Colorado – Castellano. Quito. ILV. 1966.
Palabras Tsafiquis
(05) MURUA, Martín de. Historia General del Perú. Madrid. Edición de Manuel Ballesteros. 1987.
"Ese día entró la figura de Huaina Capac, que en las andas venía trayendo delante della todols los que Huaina Capac por el valor de su persona había preso; traía la cabeza de un señor de un provincia en la mano, alrededor de los más favorecidos y privados suyos y con él se habían hallado en los aprietos de las batallas y se habían señalado con más animo. Juntamente venía rodeado de infinitos indios con los instrumentos de músicas que ellos usaban. Venían detrás de las andas todos los soldados que de las guerras habían escapado, y los que habían escogido y señalado por más valientes, traían delante de sí mucha cantidad de cautivos, como gente que por sus personas habían dado muestras de gran valor en la guerra.
"Otro día entró en el Cuzco todo el restante de la gente común de guerra, con lo que había quedado del despojo; los cuales venían cargados de oro, plata, ropa de ahuasca cumbi, algodón, plumería, armas de todos géneros, vestidos, llautos, ojotas y finalmente todas las cosas más ricas y de más precio que habían huido y ganado a fuerza de brazos en las provincias que habían conquistado. Duró este despojo en entrar en la ciudad desde que amaneció hasta ponerse el sol.
"Pasado esto, otro día por la mañana, entró el cuerpo de Huaina Capac embalsamado, como había venido desde Quito, en hombros de los más principales orejones, famosamente arreados de vestidos y armas, como solían caminar con él cuando era vivo. Entró por encima de la fortaleza triunfando, con grandísima cantidad de cautivos, entre los cuales venían como más principales y de quien más caudal se hacía: La mujer e hijos de Pinto, señor de los cayambis, que ya dijimos murió de rabia y enojo. Venían con el cuerpo de Huaina Capac mucho número de señores y gente que habían salido del Cuzco a sólo a compañar el cuerpo y entrar con él en el triunfo. Todos cantaban cantares tristes y de melancolía, refiriendo las hazañas famosas de Huaina Capac y rogando al Hacedor por él. También venían infinitas mujeres y doncellas, de las que le habían servido y habían sido favorecidas y regaladas suyas en su acompañamiento, cantando con triste son al modo de quien llora, que causaba a los que las oían por las calles dolor y provacaba a lágrimas. (pp. 149-150).
(06) PEREZ T., Aquiles R. El Idioma CUAYKER. Quito. Casa de la Cultura Ecuatoriana. 1980.
Palabra Awa.
(07) ROBALINO LARREA, Mesías (coordinador). Diccionario Cha´palaachi — Español. S. c. ITAPOA. 2000.
Palabras Cha´palaachis.
(08) SARMIENTO DE GAMBOA, Pedro. Historia de los Incas. Buenos Aires. EMECE Editores. 1942.
"Guayna Capac prende a los caudillos de los Cayambis, llamados Pinto y Canto. Pinto se escapó con mil valientes cañares.
"Una vez vencidos los Cayambis, los Cuzcos empezaron a escoger a los mejores de los vencidos, éstos se mataron para no servir al inca:
"… creyendo que los escogían para los matar, quisieron más morir peleando que atados como mujeres, y por esto se rehicieron y empezaron otra vez a pelear. Visto lo cual por Guayna Capac, mandólos matar a todos. (p. 162).
"Guayna Capac manda a uno de sus capitanes perseguir al caudillo Pinto:
"Y le siguió, hasta quel Pinto se metió con sus compañeros en una montaña, adonde se escapó por entonces, hasta que, después que Guayna Capac hubo descansado algunos días en Tumibamba, supo de como andaba por las montañas y le hizo cercar y atajar las entradas y salidas de todas aquellas montañas, y así, fatigado de la hambre, se rindió, él y los suyos. Fué este Pinto valentísimo y tanto coraje tenía contra Guayna Capac, que aun, después de preso, con hacerle el inga muchos regalos y buen tratamiento, nunca le pudieron ver la cara. Y así murió emperrado, y por esto Guayna Capac lo mandó desollar y hacer de su cuero un atambor, para que con él hiciesen en Cuzco taqui, ques danzar al Sol; y hecho, lo embió al Cuzco, y así con esto se dió fin a esta guerra. (p. 162).
(09) SOSA FREIRE, Rex Tipton. Miscelánea Histórica de Píntag. Cayambe. Ediciones Abya Yala. 1996.
"Posiblemente… la población de Oyacachi sea descendiente de los caranquis, específicamente de los de Atuntaqui. Por desgracia el autor anónimo de la cita anterior no menciona a Píntag y a sus guerreros quienes avanzando por las mismas estribaciones de la Cordillera Oriental, siempre más hacia el sur, llegaron casi con toda seguridad a las cercanías del volcán Antisana donde establecieron su campamento combativo. Desde allí el Capitán Píntag y sus seguidores desarrollando estrategias de guerrilla, propiciaban duros golpes a las huestes del inca, asentadas en Quito. (pp. 36-37). A la luz de la tradición oral de los pinteños sabemos que el Capitán Píntag practicó algunas tácticas guerrilleras a efectos de concretar sus sorpresivos ataques; citemos algunos: 1. Tuvo por costumbre desviar las aguas de ríos y/o acequias y por sus cauces secos avanzaba sigilosamente cual una culebra junto con sus guerreros. 2. Cavó túneles para trasladar a sus valientes guerreros, en forma secreta, e hizo cavar hoyos que luego eran camuflados, en los que caían sus adversarios encontrando en su fondo miles de flechas puntiagudas que traspasaban a sus víctimas, matándolas en el acto. (pp. 40-41).
(10) VELASCO, Juan de. Historia del Reino de Quito en la América Meridional; Historia Antigua. Tomo II. Quito. CCE. 1978.
"Dada finalmente la última general y obstinadísima batalla /en Atuntaqui/, en que parecía inclinarse a favor del Scyri /Cacha/ la victoria, cayó éste mortalmente herido de su silla, con una lanza atravesada de parte a parte y cayó juntamente con él, todo el ánimo y el valor de los suyos. Rindieron éstos al vencedor las armas; pero las rindieron contradiciéndolo al mismo tiempo; porque no bien había expirado el Scyri, cuando aclamaron, en el mismo campo de la batalla, por Scyri a Paccha, hija única y heredera del Rey difunto. (p. 109).
Autor:
Jaime Mauricio Naranjo Gómez Jurado
Director del Instituto de Investigación, Ciencia & Innovación Tecnológica
UNIVERSIDAD CRISTIANA LATINOAMERICANA
Quito, 2006
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