En la teoría económica los términos uso y consumo aluden al acto individual o social de satisfacción de una necesidad cualquiera. En los diccionarios consumir se define como destruir, extinguir y gastar; a usar se le define como hacer servir una cosa, disfrutarla, utilizarla y servirse de ella para un fin útil.
El panorama de la mayoría las ciudades contemporáneas demuestra la manera en que los habitantes "consumen " despiadada e inconscientemente sus ciudades, con el pretexto o la excusa de que esa misma urbe no les proporciona otras alternativas y que por lo tanto están condenados a destruirla.
Los usos y consumos están ligados permanentemente con la vida política y económica. García Canclini dice que debemos preguntarnos si al consumir no estamos haciendo algo que sustenta, nutre y hasta cierto punto constituye un nuevo modelo de ser ciudadanos.
Así pues, de la misma manera que estos habitantes consumen, reclaman una ciudad donde puedan sentir que son parte de la construcción de lo cotidiano, de los espacios que ellos mismos reconocen como su primer, su segundo o su único hogar.
Cuando la concepción, construcción y apropiación de un espacio público tiene como objetivo el consumo y no el uso del mismo, se desvirtúa la esencia de las ciudades y su fin último que para Giandoménico Améndola en su texto La Ciudad Posmoderna es la interacción simultánea de los individuos al realizar el conjunto de actividades económicas y sociales, de una manera pública y privada que favorezca el bien común.
La incorporación del concepto de uso a la planeación y al diseño de los mecanismos de control urbano tiende a confundirse y a perderse en la necesidad de hacer atractivos (en traducción, consumibles ) los espacios de las ciudades.
En la tesis Los mecanismos de control urbano y su incidencia en la ocupación del espacio público de Medellín de Maria Teresa Uribe y Alfonso Bustamante, se describe como el espacio se usa al servir como elemento de las fuerzas productivas sociales y por lo tanto al intervenir en la producción del capital en su conjunto. Así mismo las maneras en que se usa productivamente al servir como medio de producción para otros objetos materiales e interviene en la reproducción de la fuerza de trabajo.
Dentro de las lógicas actuales donde los espacios se producen para ser usados de acuerdo con los requerimientos de la reproducción del capital en su conjunto, es importante tener en cuenta la siguiente clasificación de los usos del espacio:
– Uso del espacio como condición de producción: en tanto que:
a. Actúa como base , como instalación o como infraestructura física que ha de albergar los obreros, las materias primas y mercancías.
b. Actúa como base e instalación para la distribución de los productos (mercancías) ya elaboradas a sus consumidores directos.
c. Actúa como base, instalación o infraestructura para el transporte de las diferentes mercancías, incluida la fuerza de trabajo a nivel de proceso de producción, distribución y consumo.
– Uso del espacio como medio de producción:
El uso como condición objetiva de la producción capitalista: así como la producción social del espacio condiciona la forma como este se usa, el uso productivo del espacio incide en las condiciones de su producción como objeto de mercancía, en tanto que será necesario dedicar subespacios exclusivos en la ciudad para que se realice allí la producción capitalista.
cabe también tener en cuenta la clasificación de los usos del suelo que tienen que ver de manera directa en la forma como se conciben las ciudades en la actualidad.
Los usos del suelo agrupados forman unidades en la ciudad, por ejemplo, los usos del suelo residenciales en unidades son los barrios, o los usos industriales agrupados forman el área industrial o el parque industrial; los usos comerciales agrupados constituyen el centro comercial o centro de negocios, los usos administrativos conforman el centro administrativo, etc.
En algunos casos los usos tienden a mezclarse unos con otros. Un ejemplo de esto es como La Alpujarra, cuyo uso es netamente administrativo pasa en ocasiones, a tener un uso comercial cuando se realizan bazares y ventas en la plazoleta principal.
Una edificación como la del Centro Administrativo de Medellín está íntimamente ligada a los usos del suelo, así como el uso del suelo a las actividades que se cumplen en este sitio y en la ciudad.
A su vez, la ciudad es productora constante de cambios que, inicialmente son en las edificaciones y estructuras físicas y luego en los usos y actitudes de las personas que los habitan. Todo esto da como resultante el llamado "paisaje urbano", resultante del plano, el uso del suelo y la edificación, tres variables que se entrecruzan haciendo parte de ese sistema urbano que se reproduce en cada rincón.
De esta manera se empieza a concebir y a percibir el espacio urbano desde una perspectiva diferente a la que tenían, por ejemplo, las polis griegas y se materializan las intenciones de volver a la ciudad un ente productor de diferentes alternativas de subsistencia y autosostenimiento, conveniente para los intereses del Estado, que a su vez se empieza a preocupar por la regulación de esos espacios que diseñó para el acceso y uso "libre" de sus beneficiarios.
Es en esta otra ciudad, creada con base en unos intereses específicos y algunas veces discriminatorios, donde se intensifica la demanda de claridad y honestidad con respecto a lo que se ofrece en estos espacios, supuestamente diseñados para el uso que cada habitante quiera o necesita darles. La contradicciones son a menudo absurdas si se observa cómo las ciudades están reduciendo y regulando cada vez más las libertades o posibilidades de crear nuevas propuestas de uso, que garanticen la optimización de estos lugares no vistos sólo como alternativas de apropiación sino como inversiones que vienen del dinero de los mismos ciudadanos.
"Hoy, la ciudad nueva crece encima y dentro de la vieja de la cual, en la lógica de la reutilización, toma progresivamente el lugar. La transformación es profunda aunque a menudo las formas físicas de la ciudad preexistente permanecen invariables y asumen a veces el papel de simples contenedores. El cambio es real porque la ciudad que toma vida en las formas y en los espacios de la vieja es creada tomando como referencia la nueva aunque ambigua demanda de ciudad expresada por la gente".
Partiendo de esas demandas de la gente que habita las ciudades es que el espacio debería construirse, fabricándose como respuesta al objeto de su uso, a su valor de uso, lo que implica su destinación, adecuación y remodelación progresiva y constante en concordancia con el cambio continuo que siempre han presentado las urbes.
Richard Sennet afirma que la planificación urbana proveniente del sistema estatal debe estar encauzada a aportar orden y claridad a la ciudad como un conjunto. "La planificación de las divisiones funcionales, de procesos, de aprovechamiento del suelo antes de la edificación del mismo, debería prohibirse. Más bien, la creación de espacios urbanos debería ser para empleo diverso y cambiante".
Este autor nos pone como ejemplo una ciudad donde las diversas áreas puedan servir en un periodo para el comercio y en otro para la vivienda, o de igual manera tener diversos tipos de uso al mismo tiempo y por las mismas personas.
Así, la idea de un espacio que no sea preplaneado apunta a asegurar el verdadero uso del espacio. De ésta forma, adquiere mucha más importancia en las vidas de sus usuarios, pues cuando se elimina el uso predeterminado, el carácter de un vecindario dependerá de los específicos vínculos y alianzas de las personas que lo habitan; su naturaleza estará determinada por actos sociales y la carga de estos actos en el curso del tiempo como una historia de la comunidad.
El proceso comunicativo que está ligado a la vivencia y ocupación de los espacios es el resultado de los diferentes tipos de relaciones que se establecen entre quienes buscan puntos de la ciudad donde puedan sentirse dueños de la misma, lejos de las exclusiones y los limitantes, donde puedan crear a su antojo esa ciudad contenedora de historia y de imágenes, esa ciudad que se constituye como un espacio vital y vivible.
Sin embargo, para Améndola la ciudad contemporánea sigue proponiendo nuevos modos de "estar juntos", pero la desurbanización y el control estatal conlleva a una reducción progresiva de la ciudad que es realmente usada por los ciudadanos. El tamaño y la fragmentación hacen que se pierdan ciertos usos.
1.2 La experiencia del uso
La experiencia urbana ha perdido su carácter tradicional de proceso dotado de fin. La ciudad no se construye sólo por el espacio de la función, de la previsión y de la causalidad, sino también por aquel de la casualidad, del azar y de la indeterminación. Es entonces cuando cada uno puede convertirse en divinidad al construirse una ciudad a su imagen y semejanza, una ciudad hecha a medida de sus propios deseos. Cada uno puede crearse una experiencia urbana personal.
Este sería el ideal de nuestros tiempos donde tanto se apela a la autoconstrucción y al empoderamiento de los procesos urbanos por parte del ciudadano. Sin embargo, la realidad muestra y demuestra que no sólo con el deseo de construir lo que cada uno quiere se llega al fin soñado de armar la ciudad que soñamos.
El Estado , en vista de las necesidad creciente de espacios públicos para los habitantes, acude a nuevas propuestas de uso de los espacios existentes. Es decir, que si bien las personas no pueden hacer su voluntad, si pueden utilizar y reutilizar espacios ya creados con la claridad de que se deben seguir las normas que existen para regular dichos espacios.
La Plazoleta de las esculturas, situada alrededor del Museo de Antioquia, como espacio reconstruido para nuevos usos es una muestra de como los habitantes de una ciudad son los actores y constructores de nuevos usos, no sólo los que se proponen desde la planificación estatal sino los que nacen a diario alrededor de cada escultura. Estos usos que a simple vista parecen imperceptibles son la esencia de esos lugares, que aunque reutilizados con intenciones determinadas se convierten en fuente de historia y sorpresa para cualquier visitante.
Casas y calles, espacios edificados y espacios abiertos sufren con mayor facilidad, en sus dimensiones y cantidad, los efectos de los cambios económicos y sociales; las reconstrucciones individuales, que no modifican el trazado y las correcciones de importancia secundaria, consecuencia de los alineamientos externos, forman parte de las costumbres triviales de la ciudad.
Giandoménico Améndola afirma que ha comenzado la época de la reutilización y de la puesta en valor de viejas partes de la ciudad según principios diferentes a los del pasado: valorización de las diversidades, recuperación de los testimonios del pasado, búsqueda del genius loci y de las bases espaciales de la identidad de los habitantes, ligamen de lo bello y lo funcional.
Esto comprueba el postulado de la época de la Revolución Industrial donde lo útil va remplazando a lo estético sin necesidad de aniquilarlo. Sin embargo, el concepto de lo útil está madurando hacia la consolidación de la ciudad como espacio de aprovechamiento completo, en la medida en que los transeúntes de los espacios públicos entiendan las posibilidades que les ofrece la urbe.
De igual manera, hay que tener en cuenta que por una parte están los diseños arquitectónicos y la planificación, y por otra, la sensación y la percepción que de todo ello tiene un habitante o un turista.
Detrás de los objetos urbanos y su disposición, se intenta encontrar la acción de la sociedad que los construye, los utiliza o los interpreta; detrás de las distribuciones está el juego de las relaciones y los cambios de los que esas relaciones no son sino la expresión inmóvil.
Para Darío Ruíz Gómez la ciudad es, por antonomasia, el derecho del ciudadano a cualquier espacio, o sea, la ciudad existe como espacialidad porque existen en ella los recorridos, sin embargo, en el descuido de la racionalidad urbana hemos perdido y sido despojados en el uso de la ciudad.
En este panorama es donde se evidencia la relación entre la conducta humana y el espacio urbano, que es en últimas lo que ofrece la posibilidad de que los hombres se conozcan y creen alternativas para vivir mejor. De esta manera, como afirma Marcel Roncayolo, ya no habría consumidores sino productores del espacio urbano, que participan de manera activa en ese intento de "planificación" de la ciudad, pues según él no está dicho que una planificación urbana, provista de reglamentaciones y regulaciones, llegue a corregir el uso del suelo ni las prácticas de los grupos sociales.
De la igual manera, sólo se logra construir ciudadanía a través del conocimiento de la ciudad en su estructura física, en la forma de distribución del espacio, en la identificación de sus elementos más determinantes y en la manera cómo se hace una real apropiación de ellos.
2. LA CIUDAD: ESCENARIO DE LO PÚBLICO
2.1 Espacio público
"El espacio público, el lugar por definición de lo urbano, puede ser entonces contemplado como el de la proliferación y el entrecruzamiento de relatos, y de relatos que por lo demás, no pueden ser más que fragmentos de relatos, relatos permanentemente interrumpidos y retomados en otro sitio, por otros interlocutores"
Manuel Delgado
El espacio público es por excelencia el territorio del ejercicio ciudadano, en donde se anudan infinidad de relaciones, reina el anonimato de los transeúntes, pierden casi totalmente valor las relaciones parentales y en donde la razón debe unirse al sentimiento para hacer posible la vida ciudadana, sin que ello signifique la desaparición de la afectividad. Por el contrario, el juego de los afectos se extiende tanto como las fronteras de la ciudad.
A este escenario de un tipo insólito de estructura social, organizada en torno la desatención mutua o bien a partir de relaciones efímeras basadas en la apariencia, la percepción inmediata y relaciones altamente codificadas y en gran medida fundadas en el simulacro y el disimulo es como se le llama también en el ensayo El Animal Público al espacio público.
El Centro Administrativo La Alpujarra, La Plazoleta de las Esculturas y el Metro, son tres espacios públicos que poseen estas características, asociadas con los diferentes procesos urbanos que se viven a diario en una ciudad con especificidades como las de Medellín. La cultura, el transporte como posibilidad de conocimiento de otros territorios y el terreno de lo oficial como contacto con la esfera Estatal, constituyen una verdadera fuente de posibilidades para que el habitante-transeúnte renueve sus relaciones con la ciudad y haga de ella un lugar habitable y aprovechable en todos los aspectos y desde todos los sentidos.
El espacio ciudadano y las territorialidades públicas anudan esporádicamente a los actores, sin arreglo a fines, sólo en virtud de ser pobladores de la ciudad. Kevin Lynch argumenta que estos espacios se convierten en marcas y nodos que los habitantes de una ciudad adhieren a sus rutas y costumbres cotidianas, dándoles un sentido y un significado particular de acuerdo a sus necesidades, para incorporarlos y aprovecharlos.
En medio de sus recorridos los habitantes de una ciudad como Medellín incorporan y modifican lenguajes y códigos para recrear esas marcas urbanas a su gusto. Por esto es importante pensar que la codificación alterna a la habitual que el habitante hace de la calle no genera algo parecido a un continente homogéneo y ordenado, sino un archipiélago de microestructuras fugaces y cambiantes, discontinuidades mal articuladas, inciertas, hechas un lío, dubitativas, imposibles de someter. Se puede decir entonces, que cuando se hacen nuevos usos de las ciudades, se crean a la par, relaciones de comunicación e interacción alrededor de dichos usos y éstas son enriquecidas desde la cultura y las vivencias ya no sólo de los habitantes sino de los usuarios de dichos lugares.
En la medida en que se observa la vida cotidiana de las personas ordinarias que viven en las ciudades, y se da cuenta mediante procesos etnográficos de lo que sucede con las actividades y lo que se desenvuelve de sus ritmos, se puede decir que espacios públicos, dan pie a situaciones altamente ritualizadas pero de carácter impredecible, pues aunque El Metro, La plazoleta de las Esculturas y El Centro Administrativo La Alpujarra ya son marcas urbanas de Medellín, no pueden crearse para ellas protocolos de uso y recorridos de manara estructurada ni rígida, sino procesos de vivencia espontáneos que las convierten en escenarios ricos para el descubrimiento.
Manuel Delgado argumenta que de la vivencia de lo público se derivan sociedades instantáneas, muchas veces casi microscópicas, que se producen entre desconocidos en relaciones transitorias y que tales sociedades son irrepetibles.
Por esto vale la pena dar cuenta de lo que no se ve a simple vista a través de la escritura periodística. De esta forma, las sociedades de las que habla el autor no pasarán desapercibidas ante la gran sociedad que se construye con base en éstas, y las personas que transforman con su vivencia el paisaje urbano se darán cuenta del rol que juegan y de la importancia que tienen para su ciudad y para el desarrollo de ésta.
El espacio público es pues, un territorio desterritorializado, que se pasa el tiempo desterritorializándose y volviéndose a desterritorializar, que se caracteriza por la sucesión y la creación inconsciente de relaciones fugaces e inestables entre las personas que lo recorren. A su vez , es la plataforma que contiene un cúmulo de significados, percepciones, usos e imaginarios de la ciudad y en donde el transeúnte debe reconocerse como el personaje principal de su concepción, construcción y aprovechamiento.
A partir del siglo pasado, el espacio público se percibe cada vez más como el territorio de las indeterminaciones morales, en el que nadie puede aspirar a realizar su propia autenticidad y los demás constituyen un peligro, y donde sólo en la esfera privada podría aspirarse a la vivencia de la verdad. Es labor tanto del ciudadano como de la esfera estatal recuperar ese significado de lo público donde la confianza sea el eje que ayude al apropiamiento de los espacios que están fuera de lo privado.
Pensar en los usos de la ciudad desde la perspectiva de lo público es reafirmar la premisa de que la función es la razón de ser de las urbes, y que en la medida en que esa función sea ejercida con ayuda de los habitantes se logrará construir una ciudad donde todos sean protagonistas.
2.2 La ciudad como "Acontecimiento Público"
La definición histórica de lo urbano no está hecha sólo por los cambios en los volúmenes de lo edificado sino también por la transformación en los usos, en las percepciones, representaciones e imágenes que la gente hace de su ciudad. Y esto significa, que estudiar los espacios públicos como acontecimiento cultural público y comunicacional implica admitir que en el consumo de la ciudad parte de la racionalidad comunicativa e integrativa de una sociedad.
Lo público entonces, puede constituirse como el espacio para el nacimiento de formas de comunicación basadas en códigos alternos a los comunes, un espacio para "hablarse y mirarse" de otras maneras, con otras intenciones, un espacio para la construcción y la proyección de la ciudad a partir de los deseos.
Por esto, Los urbanitas buscan en los espacios en los que se desplazan qué son y de dónde vienen, realizan una reflexión sobre aquello que la ciudad les ofrece para ser parte de ella e incorporan a sus recorridos esos espacios que los acogen y les aportan a su vida como ciudadanos.
Una de las maneras de comprender lo que son las ciudades como "acontecimientos públicos" es mirándolas como espacio de comunicación donde se generan constantemente procesos de interacción alrededor de lugares, marcas y recorridos, para producir apropiamientos individuales y colectivos de los espacios en función de las necesidades de los transeúntes, además para establecer pactos de convivencia y reglas de juego que ayudan día a día a delimitar las posibilidades, las libertades y los límites de acuerdo a las dinámicas producidas por cada lugar en relación con sus rituales, los usos y las costumbres.
De esta forma, la ciudad se convierte en el lugar por excelencia de la vivencia de lo público en cuanto los habitantes se apropian de los espacios públicos y logran encontrar en ellos otro escenario para vivir y convivir, para comunicarse con sus semejantes y reivindicar la ciudad, sus calles y sus plazas como elementos que permiten el encuentro, el diálogo, los sueños y la realidad.
William Ortiz en su ensayo "La ciudad entre dilemas público y privado" afirma que a lo público y a lo privado hay que asignarles significados políticos, culturales, sociales y económicos pues éstos van estrechamente ligados a los procesos de comunicación que se unen de manera transversal a estos conceptos.
La ciudad como acontecimiento público se encuentra ligada a lo comunicacional en tanto que en los espacios públicos – en este caso El Metro, La Plazoleta de las Esculturas y El Centro Administrativo La Alpujarra- es donde se obliga al habitante a establecer otros lazos y maneras de comunicación con esas personas "desconocidas" para poder acceder a estos lugares y dar a conocer lo que se quiere hacer o recibir. La comunicación en el espacio público es diferente a la comunicación en el espacio privado, sin embargo, ambas hacen parte de la vida de las ciudades y se retroalimentan en función de la las necesidades del habitante.
2.3 Los bienes públicos
Contrario a los privados, los bienes son públicos cuando su consumo no está sometido a la exclusión ni a la rivalidad. Siendo así, la asignación de recursos no depende de los precios del mercado, por eso requiere para su provisión de la intervención del Estado. La ciudad es el espacio privilegiado de los bienes públicos o en términos marxistas de los "medios colectivos de uso y consumo". El entorno citadino, representaría entonces un bien público.
Philippe Aydalot resume el planteamiento de los bienes públicos y los considera como "Las actividades urbanas, aquellas que están ligadas a la vida cotidiana de las poblaciones y son el marco privilegiado de los bienes colectivos, en el cual la producción y la distribución están a cargo de la colectividad persuadidas mediante discusiones comprensibles de interés común. Lo público trata de problemas que le conciernen a toda la sociedad y que recluta a la totalidad de los ciudadanos."
Los usos del suelo expresan las diferentes utilizaciones que se hacen del espacio en función de las necesidades y actividades de la población que vive en la ciudad, por esto los usos se clasifican en usos comerciales, industriales, residenciales, públicos y semipúblicos.
Es a partir de esta definición como se conciben y acomodan a partir de lo estatal los espacios y su destinación, por esto la circulación urbana constituye un elemento geográfico de primera importancia, pues supone un uso del suelo y una actividad que posibilita el desenvolvimiento de las funciones urbanas. Así pues, por ejemplo, los transportes como el metro de Medellín constituyen un uso del suelo, ya que son grandes consumidores de espacio.
En la medida en que la "utiliza", la disfruta o la sufre, todo habitante de la ciudad consume bienes públicos. Incluso con este planteamiento se puede ir más allá: el soporte material de la ciudad (su infraestructura, por ejemplo) se consumirá como un bien público. En teoría nadie puede ser excluido de utilizar las vías, las aceras, los parques públicos o los medios de transporte pues en ellos mismos habitan y son bienes concebidos desde lo estatal para el consumo de los habitantes de la ciudad y la satisfacción de sus necesidades.
Sin embargo, por fallas institucionales o de regulación, el acceso a los bienes públicos o colectivos puede dificultarse o impedirse. Así mismo, los factores de "crisis" urbana pueden afectar el nivel deseado de consumo de estos bienes e impedir su sostenibilidad en el tiempo.
Los tres espacios que se mencionan en este trabajo presentan múltiples regulaciones desde lo oficial estatal que están enmarcadas –o enmascaradas- dentro de procesos de renovación urbana o cultura ciudadana y que de una u otra manera trasforman el tipo y nivel de relaciones de uso y consumo del habitante.
En este sentido y respondiendo a las dinámicas establecidas desde la concepción de los espacios, las personas que recorren estos lugares y se los apropian buscan maneras de hacerse "dueñas" de algo que por derecho es propio o por el contrario asumen la imposibilidad de tener acceso a ellas. Por esto se alimentan las barreras puestas de parte y parte y se someten constantemente a rupturas y confrontaciones.
Así pues, en estos espacios públicos puede hablarse de una territorialización, que como afirma Manuel Delgado, viene dada por los pactos que las personas establecen a propósito de cuál es su territorio y cuáles los límites de éste. Sin embargo, éstos pactos no tiene libertad absoluta para desarrollarse ya sea por los límites impartidos desde la creación de los mismos espacios o por las prevenciones de los habitantes en cuanto a la confianza que les producen sus pares para el desarrollo de los acuerdos y su cumplimiento.
Eving Goffman por su parte, habla de territorios situacionales, a disposición del público y reivindicables en tanto que se usan y sólo mientras se usan. De esta forma el autor reivindica el concepto de espacio público como territorio transitorio que es posible y puede llamarse de ésta forma mientras sea practicado, de lo contrario será simplemente un territorio público pues sólo estará siendo ocupado. La diferencia entonces entre espacio y territorio viene dada por los niveles de uso que los habitantes logren en sus actividades cotidianas.
No obstante hay otras formas de apropiación-producción que podríamos denominar "ilegales" en tanto que desconocen en la práctica la existencia de leyes. Esta es una posesión del espacio que no se garantiza por ningún título de propiedad sino por la ocupación de hecho. Se garantiza con el proceso de trabajo sobre el espacio. Existe, además de esta apropiación ilegal del espacio, otras formas más sutiles de apropiación, no exactamente ilegales en tanto que son transitorias o semipresenciales, pero no por ello dejan de ser percibidas como problemáticas y conflictivas por parte de las clases dominantes.
Se trata de la apropiación que del espacio realizan los grupos, clases, fracciones o individuos aislados para realizar actividades relacionadas con el sustento, la cultura, la política o la recreación.
Manuel Delgado en el ensayo El Animal Público complementa esta posición:
Dicho de otro modo: el espacio viario, como el conjunto de los otros sistemas urbanos, resulta inteligible a partir del momento en que es codificado, es decir en tanto en cuanto es sometido a un orden de signos. En ese sentido, es objeto de un doble discurso. De un lado es el producto de un diseño urbanístico y arquitectónico políticamente determinado, cuya voluntad es orientar la percepción, ofrecer sentidos prácticos, distribuir valores simbólicos e influenciar sobre las estructuras relacionales de los usuarios. Del otro, en cambio, es el discurso deliberadamente incoherente y contradictorio de la sociedad misma, que es siempre quien tiene la última palabra acerca de cómo y en qué sentido moverse físicamente en la trama propuesta por los diseñadores. Es el peatón ordinario quien reinventa los espacios planeados, los somete a sus ardides, los emplea a su antojo, imponiéndole sus recorridos a cualquier modelamiento previo políticamente determinado. En una palabra, a la ciudad planificada se le opone – mediante la indiferencia y/o la hostilidad- una ciudad practicada.
Esta dicotomías planteada por Delgado nos muestra que los controles a los que están sometidos los espacios públicos de las ciudades vienen dados por dispositivos estatales que desde la racionalidad urbana son necesarios. Sin embargo, se muestra por otro lado un relajamiento en estos controles y estas formas de vigilancia debido a que las ciudades tiene como característica una densidad de la población más grande que la de las zonas rurales y las colectividades pequeñas en que todo el mundo se conoce y se fiscaliza.
Debe decirse, por tanto, que lo urbano, en relación con el espacio que se despliega no está constituido por habitantes poseedores o asentados, sino más bien por usuarios sin derechos de propiedad ni de exclusividad sobre ese marco que usan y que se ven obligados a compartir en todo momento.
Esto, los lleva a establecer códigos y a generar procesos de comunicación que los ayudan a convivir en esos lugares. Sin embargo, no en todos los casos se cumple esta regla, por eso es interesante observar en los tres espacios públicos escogidos qué dinámicas se expresan a partir de esos pactos generados por los habitantes que los recorren o los habitan y de qué manera se relacionan con lo establecido desde la concepción estatal para su uso y regulación.
De esta manera se puede crear un marco de referencia que nos ayude a dilucidar hasta qué punto la ciudad y sus espacios públicos está siendo transformada a partir de los usos que se proponen y de los usos que se dan en la realidad de la cotidianidad urbana de Medellín.
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