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Memoria sobre el cultivo del maíz y otros poemas

Enviado por Hernan


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Memoria sobre el cultivo del Maíz
  3. De los terrenos propios para el cultivo, y manera de hacer-se los barbechos, que decimos rozas
  4. Que trata de la limpia y abono de los terrenos, muy especialmente por el método de la quema. De la manera de hacer las habitaciones, y de la siembra
  5. Método sencillo de regar las sementeras, y provechosas advertencias para espantar los animales que hacen daño en los granos
  6. De la recolección de frutos y de cómo deben alimentarse los trabajadores
  7. Aures
  8. A Julia
  9. ¿Por qué no canto?
  10. A Julia
  11. Notas

Gregorio Gutiérrez Gonzalez

1872 – Julio 6 – 1972

GOBERNACIÓN DE ANTIOQUIA

GREGORIO GUTIÉRREZ GONZÁLEZ

MEMORIA SOBRE EL CULTIVO DEL MAÍZ

Publicada por LA GOBERNACIÓN DE ANTIOQUIA con motivo del centenario de la muerte del ¡lustre bardo antioqueño -1872 – 1972

EDITOR: ARTURO PUERTA

Introducción

Estas tres gees que para nosotros los antioqueños son sig-nos cabalísticos, como si dijéramos las letras por donde se abre el sésamo de la poesía, pues que ellas son las incon-fundibles iniciales del nombre de nuestro poeta inmortal, Gregorio Gutiérrez González; estas tres letras, digo, me rememoran una anécdota referente a él, y por tanto digna de consignarse aquí, como introito a este recuerdo mío para su primer centenario.

El poeta de "Aures" era alto de estatura, desgarbado y cargado de espaldas, como Pope o Cervantes. Era, además, en política, godo rematado, conservador de envolver en el dedo. Al regresar de un viaje, salieron a encontrarlo varios amigos, entre los cuales estaba el insigne médico medellinense, doctor Ricardo Rodríguez Roldan. Al darse los abrazos del encuentro, el poeta dijo a este Doctor como saludo cordialísimo:

"Venga ese abrazo, hombre Ricardo Rodríguez Roldan, rojo, recto".

Pues en realidad el Doctor Rodríguez era rojo en política y recto de pies a cabeza, con ribetes de Brúmmel, por lo elegante y buen mozo. Como además de estas prendas excelentes exteriores, era muy inteligente, respondió al punto a su amigo el bienvenido: "Toma mi abrazo, hom-bre Gregorio Gutiérrez González, godo gacho" . . .

Estas tres iniciales famosas las vi escribir yo en la propia lápida que cubría los restos del poeta, en el cementerio de los pobres de Medellín, situado por la Asomadera, después de atravesar el barrio de Guanteros, en ocasión muy digna de memoria.

Recién entrado el general Trujillo, vencedor en Medellín, en 1877, vi subir por la calle de Guanteros, estando yo parado en la esquina de la calle del Palo que la cruza, a un hombre flaco, afeitado al rape, menos un bigotillo blanco y recortado, ojos zarcos vivos y chispeantes, que venía como con vino y vociferando más de lo que convenía como explicándoles a unos seis u ocho negros caucanos que lo acompañaban, quién era Gregorio Gutiérrez Gonzá-lez, cuya tumba solitaria iban a visitar y a dejar en ella una corona que uno de los negros llevaba incómoda y ceremoniosamente

El hombre blanco, de ojillos vivarachos, hacía posas cada veinticinco pasos, y a voz en cuello quería trasfundir su entusiasmo y veneración a sus oyentes de azabache (por aquellos días muy peligrosos huéspedes de los medellinitas. "Gutiérrez González, les decía, valía más que toda Antioquia con su oro y su plata, y sus minas, su comercio opulento y sus innúmeros curaisantes y moros tornadizos barbudos que poblaban todo su territorio y tenían por sanhedrín y atarazana el marco de la plaza de la ciudad en que se hallaban. A Gutiérrez González lo habían sepultado esos judíos en el hueco para donde iban a descubrirlo, después de matarlo a pesares en toda su vida tic.–», porque no fue codicioso ni aferrado a los nego-cios, pero él se vengó de ellos, vengando a otro poeta Desdeñado, en unos versos famosos que Gregorio no repu-dió jamás. El, (el hombre blanco de los ojillos vivarachos) había entrado en la guerra con esos negritos de su tierra, porque los antioqueños quisieron invadirla y la invadieron audazmente al grito de ¡religión! violando la soberanía del Cauca, al comenzar no más. Por eso él, en defensa de la soberanía de los Estados, empeñó su espada ("aquesta espada que me ciñe ñanga . . . ") y aún su lira, y antes de pelear animó a los negritos con aquella épica proclama que comenzaba:

" ¡Caucanos! Los fanáticos de estas montañas próximas a nuestro suelo acércanse Gritando ¡religión . . . ! "

Y fueron los Chancos y el Arenillo y San Antonio y Otún y Bateros y Manizales y la entrega a discreción de los godos vencidos. Entonces el hombre blanco volvió a can-tar para pedir cesación de hostilidades y reconciliación fraternal de todos los combatientes:

" ¡Liberales! oid, cesad los fuegos, Antioquía dice que rendida está …"

El -seguía diciendo aquel como fantástico profeta bíblico caído al callejón de Guanteros en aquel día insólito- él entró vencedor en Manizales por complacer a los compa-ñeros; pero a fe de caballero que había querido volverse para su Valle sin pisarles su tierra a los barbudos. El hubie-ra querido hacer lo que hizo el invicto David Peña después de Bateros y la rendición de Antioquia: saludar a ésta con la espada en alto y la cabeza descubierta y no consentir que. su caballo blanco pisara la tierra del oro y los capita-les a premio, para que ¡amas se creyera que él había entra-do en esa guerra con otro ánimo que el defensivo de sus lares invadidos, jamás por tomar venganza de los herma-nos extraviados ni palpar los bolsillos de los Recaredos fugitivos . . . Pero el hombre blanco, una vez en Manizales, se acordó de su condiscípulo y viejo amigo Gutiérrez Gon-zález, muerto apenas cinco años antes, y quiso proseguir su viaje sólo por dejar una corona en aquella tumba humil-de, iluminada empero por todos los resplandores, "tumba silenciosa", como acababa de cantar otro poeta antioqueño -Federico Jaramillo Córdoba- llorando la muerte de Gregorio, en una inmortal parodia elegiaca del "¿Por qué no cantó? ":

"El astro que se hundió su luz no avanza.

Ni rayos lanza ya desde el cénit:

Ya duerme en una tumba silenciosa

La que amorosa lira estremeció feliz …"

Y volvió la esquina el hombre zarco, seguido de sus negri-tos, buscando el cementerio de los pobres. Yo, a conve-niente distancia, los seguía también, curioso de ver en qué paraba aquella peregrinación inusitada, y seducido, casi arrobado, por los discursos de aquel hombre, que era de los vencedores, se veía bien pero que no había venido a cosas humanas y vulgares, mas a cumplir ritos de la santa religión de las Musas, por aquellos días olvidadas en el fragor de los rencores políticos.

Como se endilgaron por un zanjón arriba, dejando la calle de la Asomadera, ya estuvieron en la puerta o boquete del paredón de bóvedas semicirculares que constituía el ce-menterio, con algunas cruces diseminadas en el prado o suelo empradizado que servía de centro al murallón. El guarda del lugar se puso a las órdenes del extraño visitante y lo condujo, tomando a la izquierda de la entrada, como unos treinta metros y allí le señaló una bóveda de la se-gunda o tercera serie del suelo al cielo, y le dijo: "Ahí está . . . !

El Doctor Próspero Pereira Gamba, (pues no era ni podía ser otro el hombre blanco que dirigía a sus negritos en aquella romería al lugar sagrado), arrojó al suelo su som-brero e hizo que sus fieles compañeros lo imitaran con sus kepis ahumados de muchas y muy sangrientas batallas; se puso de rodillas y ordenó a sus negros que se arrodillaran también, lo que hicieron al instante y con rápido y unifor-me militar movimiento. Levantóse incontinenti y ordenó a sus negritos que rezaran un padrenuestro, que él encabe-zó con unción sincera; luego sacó del bolsillo de su cha-queta de coronel una cartera en que traía algo escrito, cogió un lápiz y escribió en la losa sepulcral un epitafio en latín, que no recuerdo, ahora, pero qué J. de D. Uribe, llevado por mí a pocos días al mismo lugar, lo copió y se lo sabía de memoria, y el siguiente cuarteto endecasílabo, que jamás he olvidado:

" ¡Luz de mi patria, vate sin segundo, Aquí Gregorio el inmortal reposa; Paz y descanso ofrécele esta losa, corona el cielo, admiración el mundo! ".

Enseguida, colocó la corona que llevaba prevenida, les pronunció otra breve oración a sus negritos y por sus pasos contados volvió a la ciudad, que desocupó con el alba del siguiente día.

Por allá en el año de 1867 estaba yo en un Colegio famoso de Titiribí, la rica y muy sonada ciudad, patria de Ricardo Escobar Quijano, que libertó su alma grande de la prisión del cuerpo, imbuido en las doctrinas caóticas de Platón, » que todavía hacían estragos con sus falaces trasmigracio-nes, estaba, digo, estudiando el "quisvel quis" y el "eleolo guayabito, equis ojo pandequeso", y vivía en la calle de Cantarranas, casa de ño Jacobo Arias, donde tenía una tiendecilla, entre pulpería y ultramarinos, Don Cerbeleón Vélez, joven incrúspido de Salamina, liberal relapso, anti-, guo prisionero de Don Julio Arboleda y que era uno de los políticos del lugar de quien se podía tomar noticias frescas sobre las campañas del 60, de Mosquera, del Tuso Gutiérrez, de Marcelino y sobre todo del general Braulio Henao, antioqueño ¡lustre, jefe de la 3a. División que aso-ló el Cauca, pero que por allá le quitó a la cólera peligrosa, por lo evaporada, de Don Julio, un sinnúmero de antioqueños liberales, que por ello vivían agradecidísimos al general Henao, hombre compasivo y noble, muy diferente de la sarta de facinerosos galonados que han deshonrado luego las armas antioqueñas.

Por motivos que hasta hoy ignoro, el general Henao incu-rrió en la inquina del poeta. Por aquel año, Antioquia federalista, con su gran Berrío de portaestandarte, se rebu-lló en hervezón gloriosa contra los intentos dictatoriales de Mosquera, y quién sabe en esas circunstancias qué di-cho o hecho del general Henao le produjo un remezón de ira al cantor de "A los Estados Unidos de Colombia" en 1864 cuando fue conveniente amenazar al Gobierno gene-ral para que reconociera el gobierno de facto de los con-servadores revolucionarios triunfantes. Entonces decía Gregorio, azuzado por Berrío:

"Vednos aquí con el fusil al brazo. Esperando el " ¡Descansen! " o el " ¡Alerta! " ¿Queréis la paz? Se tornará en azadas El hierro de las mismas bayonetas. No creáis que las puertas del Estado Como otro tiempo encontraréis abiertas; Iremos a escuchar cerca de Bosa Si el eco del cañón como antes suena …"

Conviene recordar que en Bosa, en 1854, cuando la guerra contra Melo alzado con el poder, fue donde se cubrió de gloria el susodicho general Henao, que mandaba las fuer-zas antioqueñas contra la dictadura.

Y contra el general Henao reventaba ahora el Poeta, que era, además, su paisano de Aures, o del Arma o del alto Nare. El terrible don Cerbeleón estaba indignadísimo, un día que el correo de la Villa había llegado al pueblo, porque en su valija de impresos había aportado una hojilla suelta, no mayor que la planta del pie con que la estruja-ba, en que podían leerse unas cuantas estrofas de G.G.G. contra don Braulio, una de las cuales, que se me quedó en la memoria, certifica así la marca de fábrica gregorina:

"Aquí yace por siempre sepultada De Antioquia la infeliz Federación, Y en el mismo sepulcro está enterrada Del indio la fatal reputación"

Después que se doctoró de abogado aquí, fue en Antio-quia magistrado del tribunal en Medellín. Pero el Poeta, empecinado en sus sueños vagos de artista y llevado de la dulcedumbre del no hacer nada, apenas si acaso despacha-ba algún expediente de litigantes demasiado afanadores o si asistía a las audiencias con sus colegas de la Corpora-ción; de tal suerte que hubo de retirarse del puesto dejan-do una fama nada envidiable de somero y maganzón.

Años después fue él litigante a su turno, en un reñidísimo pleito que había de fallar en definitiva el doctor Pascual González, célebre jurista, que figura en las cartas sobre la Antioquia de aquella época (1856) de Emiro Kastos, el gran prosista de la tierra del Maíz. Después de estar ya citadas las partes para sentencia, hubo de volver el poeta a esta capital y demorarse por acá buenos y largos meses, sin obtener noticia del resultado de su pleito, que lo aguijoneaba más que un dolor de muelas.

Al volver a Antioquia, de Salamina o de otra población del camino, le puso a su homónimo González y remplazante en la magistratura este despacho morsiano: "Señor doctor Pascual Gonzá-lez. – Magistrado. – Medellín. – i ¡Cara . . . cho! ni yo! ! " (fdo. G. G. G.)

Viajaba alguna vez Gregorio con el grande, insigne escri-tor, filósofo, poeta también, criminalista incomparable, sabio químico y matemático, doctor Camilo Antonio Echeverri, amigo fervoroso del poeta, y habiendo llegado a una posada escueta y desabastecida en aquellas monta-ñas, querían distraer la murria y la fatiga del viaje a caba-llo todo el día, leyendo alguna cosa de entretenimiento, pero no hallaron ni un "Catón de San Casiano", ni unos "Doce pares de Francia", ni nada absolutamente. Enton-ces Camilo Antonio hizo abrir sus alforjas y sacó reveren-temente el tomo de poesías de Gregorio Gutiérrez Gonzá-lez, que el poeta acababa de publicaren Medellín (1869). A! verse en manos de su amigo que se disponía a leer en alta voz, el Poeta pidió y rogó afanoso que se le suprimie-ra aquel suplicio. Camilo, por de contado, insistió en su modo de ser autoritario, imperativo; y entonces el bardo suave y gentil del "Cocuyo", dijo, sentándose resignado como para sufrir una descarga a quemarropa:

"Leamos, .. . pues, .. . me! "

doctor Pascual Gonzá¬lez. – Magistrado. – Medellín. – i ¡Cara . . . cho! ni yo! ! " (fdo. G. G. G.)

Viajaba alguna vez Gregorio con el grande, insigne escri¬tor, filósofo, poeta también, criminalista incomparable, sabio químico y matemático, doctor Camilo Antonio Echeverri, amigo fervoroso del poeta, y habiendo llegado a una posada escueta y desabastecida en aquellas monta¬ñas, querían distraer la murria y la fatiga del viaje a caba¬llo todo el día, leyendo alguna cosa de entretenimiento, pero no hallaron ni un "Catón de San Casiano", ni unos "Doce pares de Francia", ni nada absolutamente. Enton¬ces Camilo Antonio hizo abrir sus alforjas y sacó reveren¬temente el tomo de poesías de Gregorio Gutiérrez Gonzá¬lez, que el poeta acababa de publicaren Medellín (1869). A! verse en manos de su amigo que se disponía a leer en alta voz, el Poeta pidió y rogó afanoso que se le suprimie¬ra aquel suplicio. Camilo, por de contado, insistió en su modo de ser autoritario, imperativo; y entonces el bardo suave y gentil del "Cocuyo", dijo, sentándose resignado como para sufrir una descarga a quemarropa:

"Leamos, .. . pues, .. . me! "

Estando Gregorio en una tienda de Sonsón, conversando con sus amigos y matando el gusano del aburrimiento, le llamaron la atención hacia un forastero que se había colado a la tertulia, con el ímpetu de un ventarrón y la sorpresa pintada en el semblante montaraz.

El entrometido quería conocer al Poeta y venía de una población lejana a satisfacer ese gustazo y ese honor. Pero al ver a Gregorio en su sencillo porte y talante, que nada tenían de ideales y sublimes como sus versos, el hombre vaciló confuso y soltó su duda de que aquel señor fuera el Poeta de "Julia":

-"Aquí me tiene, mi amigo, para servirle -dijo Gregorio-; es que, en realidad, yo soy mejor para no conocido …"

¡Qué tal si ese bausán hubiera visto a Sócrates o a Leopardi . . . !

Gregorio dijo con modestia no fingida que él no escribía español sino antioqueño; es decir, que él no rebuscaba la frase castiza, el giro elegante, las voces poéticas, sino que se dejaba llevar de la medida y la rima y acomodaba dentro de ellas el vocabulario usual de los negocios y menesteres familiares, tales como éstos son tratados por el común de las gentes con quienes el poeta se ponía en contacto. Extremó gallardamente esta libertad en el poema del "Maíz", donde no aventuró ningún término técnico, ni castizo siguiera, para describir maravillosamente las cosas y personas de su tema. El fue; todo naturalidad, sencillez, emoción. Sus imágenes y comparaciones, que se desgranan en sus estrofas como mazorcas del diezmo en troje de campesino rico, salvan todos los escollos del prosaísmo, de suerte que mientras más trivial parece, es más profundo y más conmovedor. El procedimiento espontáneo del poeta de nuestras montañas, es la imagen viva de la cosa o del sentimiento descritos, puestos al alcance del menos letrado de sus lectores, por medio de comparaciones tan elegantemente poéticas, que se graban en la memoria y hieren hondamente las más recónditas fibras del corazón. Y eso es ser poeta, gran poeta, masque natural, nativo, más que primitivo, prístino, casi paradisíaco, si ciertas notas amargas de su libro no nos recordaran que el eglógico Gregorio sabía también de quejas como rebeldías y de sonrisas que eran carcajadas sarcásticas . . .

Es imposible que yo cierre estos apuntes sobre nuestro gran poeta, sin copiar lo que de él dijo otro poeta y hombre eminentísimo, por su numen y letras, don Manuel Pombo, cuando lo visitó en su casa de Sonsón, en 1852, en su admirable relación de Viaje de Medellín a Bogotá, que se publicó aquí en 1914.

Conviene retener que este Don Manuel Pombo es, en mi sentir, el famoso "Felipe" de Gutiérrez González, héroe del tremebundo artículo como de costumbres, que escribió éste para vengar a aquél de los reales o fingidos agravios que a su amor le hiciera un tiazo- judiazo de los del marco de la plaza, que encocoraban también al fundador de Pereira, don Guillermo y Gamba, atrás nombrado. Don Manuel Pombo dice así:

"En las márgenes del Aures que acabamos de dejar, el calor del sol y de la temperatura nos hacían transpirar en abundancia, y ahora el viento y las nieblas del Capiro casi nos entumecían las manos: tan rápidas así son las transiciones en este país, eminentemente montañoso. Con razón me decía mi conductor que en todas estas comarcas no había dónde amarrar un gallo sin que quedarse colgando.

Al cabo de un corto descenso llegamos a Sonsón, en donde me acogió bajo el techo paterno Gregorio Gutiérrez González.

Volvía a ver, en su propio hogar, en el seno de su familia, al lado de sus padres, de sus hermanas, de su esposa y del primer renuevo de su amor, al amigo que tanto habíamos querido en el colegio, y a quien por su organización sensible y fina, exceptuábamos quizá únicamente del régimen de ruda franqueza de implacable burla de aquella vida retozona y atolondrada. A un gran talento, a un corazón honrado, unía Gutiérrez rica imaginación, trato jovial, y cierto olvido de sí mismo, cierto recato, cierta cortedad que, como un velo de gasa, se extendía sobre sus cualidades para hacerlas más simpáticas. Era un alma apasionada, pero púdica; independiente, pero blanda; expansiva, pero discreta.

Gutiérrez era un buen compañero, que en todo seguía nuestra suerte y estaba sometido a nuestras comunes vicisitudes; pero sin que él se diese cuenta de ello, gozaba de un prestigio que todos acatábamos: era un ave canora que se nos había revelado desde sus primeros gorjeos, un poeta precoz, un destino en que intuitivamente presentíamos algo del Tasso.

En efecto, en aquella edad casi adolescente, en aquella época apenas rudimentaria, entre aquella atmósfera de in-quietud y veleidad, cantar, cantar de un solo arranque "Mi muerte", "A Matilde", "Una lágrima", "La desgracia", "A un niño expósito", "Super flumina", "Babylonis", "A una calavera", "Al Diablo". "Coquetería", "Tu ramillete", "Una visita", etc., etc., era adelantarse a su generación, ser maestro desde el primer ensayo, tener genio, ser poeta.

De los claustros del colegio, de ese almácigo de donde después resulta, al transplantarlo a la sociedad, toda especié de vegetación, desde la ortiga inútil y el manzanillo maléfico hasta el mirto sagrado y el victorioso laurel; de esos claustros de grato recuerdo, cada cual salió a cumplir su vocación, a arrostrar su suerte:

" ¡Quién será de los sabios de la tierra El que rumbo señale a su destino! ¡Quién a sus pasos marcará camino Por el caos fatal del porvenir! "

Gutiérrez regresó a su provincia y, ajeno a toda ambición, queriendo esconder la luz debajo del celemín, se acogió a la sombra de su pueblo, y a su abrigo buscó su compañera y formó su nido. Casó con la bella señorita Juliana Isaza, a quien él, siempre poeta, llamaba Sulamita.

Es hijo del Señor José Ignacio Gutiérrez y de la Señora Inés González, hermana de la Señora María Antonia González, madre que fue de! almibarado Aranzazu (Juan de Dios). Tiene tres hermanas; la señora Carlota esposa del señor D. Valerio Isaza y las señoritas Juana y Bárbara.

Creo que Gutiérrez González nació en jurisdicción de la Ceja del Tambo, en 1826, y que hoy, por consiguiente, tiene veinticinco años.

Gutiérrez, al par del más fino trato, tuvo la condescendencia de franquearme el libro en que guarda originales sus versos. Es un bello volumen en 4o., escrito con limpieza y adornado con viñetas de su propio puño, pues reúne al numen del poeta las manos del artista: conservo un primoroso utensilio, obra de talla suya, que me regaló para memoria de la visita que le hice. Para los dos, sus versos tenían doble interés, nos retrotraían a épocas pasadas, embellecidas ya por el recuerdo: así era que a cada estrofa venía un comento, ya repasando un suceso, ya evocando un amigo; tan pronto entristeciéndonos con las amarguras, como riendo con las alegrías de entonces.

Y como reflexionábamos que cuando esto hacíamos empezábamos a vivir, los acontecimientos estaban aún recientes y los amigos iniciaban apenas su destino, comprendíamos cuánto aumentaría de valor todo esto cuando el tiempo pusiese su sello definitivo sobre los resultados de los hechos y la suerte de los hombres . . .

¡Con razón, decíamos, que los viejos echen tanto de menos sus mocedades! ¡Con razón que les parezca tan insulsa y descolorida la realidad del presente, viendo el pasado al través del prisma de los recuerdos!

¿Y nosotros llegaremos a ese estado? ¿Alcanzaremos la madurez? Si hasta allá vamos, ¿por cuántas averías, por cuántos desengaños tendremos que pasar?

De eso no hablemos, decía Gutiérrez, esos son romanticismos; se alquila la casa con sus goteras …"

Algunos aventureros de la literatura, panfletarios menesterosos u oradores de ocasión y paso enseñado, han pretendido entre nosotros fundar la escuela de Beocia, ruda, sin gracia, sin sintaxis ni régimen y concordancia, sin gramática que ellos dicen, sin trabajo, porque no tuvieron tiempo ni escuela hogareña dónde aprender nada y escriben por ahí sus pataratas para el gran público rumiante, único al bajo nivel de tales corsarios, cuya fama humillante morirá antes que su ficha antropométrica y las plebeyas ediciones de su pornografía en jerigonza y sus catilinarias en germanía. A esa escuela de jornaleros chambones de la pluma se les ha recordado mil veces que la Belleza tiene SUS líneas geométricas y su expresión científica en el idioma que la sirve de vehículo y la fija y la plasma para la inmortalidad; que nada mal escrito puede sobrevivir al ruidajo de su altisonante aparición; que ciertas reputaciones anfibias más descrédito dan que no alabanzas merecidas; pero ello es predicar en desierto. La desvergüenza suple al estudio y el aplauso de la plebe ignara satisface a los que se parecen a ella y que por más que pretendan ser unidades siempre serán turba.

Volviendo a nuestro poeta inmortal, pues lo dicho para los hombres de la prosa no toca con él, y como una enseñanza para los jóvenes principiantes, (si los jóvenes de ahora no son todos acabantes), quiero copiar aquí una palabras de Eca de Queiroz, el gran novelista lusitano, artista de perfección que abruma, y que tomo de una de surcarlas a un amigo, gran literato también, pero sin duda, descuidado o desconocedor de las reglas, que reza así:

"Mis parabienes por su trabajo sobre don Sebastián. Ninguno más bello, más patriótico, ni más poético. Pero perfeccione la forma! ¡Pula, cincele, cristalice! No se deje llevar por las teorías abominables del amigo Oliveira Martins sobre "la sinceridad de la emoción" (la escuela de la Beocia). El sentimiento más artificial puesto en un verso de factura maravillosa, es una obra de arte; en tanto que el grito más verdadero de pasión en un torpe alejandrino, es una vulgaridad insulsa. Sólo hay Belleza donde hay Orden. ¡Pula su forma! ".

Orden, armonía, ritmo, mesura, proporciones, acentos, censura, rima, metro . . . palabras sin sentido para los pretendidos poetastros de estos tiempos, que fabrican unas escaleras de ripios enteleridos y los bautizan de poemas muy orondos. Ya no necesitan ni escribir, cosa que les haría .subir los colores a la cara "al ver" sus páginas de dislates: le dictan al linotipista, lo mismo un poema de cuatro renglones que otro de cuatro mil. . .

Gregorio, que no escribía en español sino en antioqueño, como él dijo por chanza y llevado de su indolencia dejativa, tampoco sabía lenguas extrañas ningunas. Mi amigo don Carlos Latorre comerciante muy leído y viajado, del marco de la plaza de Medellín, me contaba (y era hombre de una veracidad escrupulosa) que él le hizo conocer al dulce "Antíoco" (seudónimo que usó Gregorio mucho tiempo) las poesías de Byron, de las cuales le tradujo algunas hermosísimas, que Gregorio puso en versos castellanos tan perfectos como los quería de Queiroz.

"La lágrima", el "Canto a Grecia", fueron vertidos así del francés o del inglés, de un modo inrivalizable. Compárese, por ejemplo, la traducción del "Canto a Grecia" de Gregorio, con la que luego hizo el profundo conocedor de la lengua inglesa, César Contó, y se verá que es mucho mejor la del primero. Sin duda viene aquí aquello de Larra: para traducir a un poeta se necesita ser tan poeta como él o más si se puede. Y Gutiérrez era cien veces más poeta que Contó, en el sentido de poeta lírico, sentimental, sagrado. Contó era un admirable repentista, un poeta jocoso apenas superado entre nosotros por Joaquín Pablo Posada. Era más indicado para traducir a Byron Gregorio que César. Gregorio rico hubiera sido un Byron. Pero, así y todo como él fue, quizá no tenemos en Colombia otra gloria poética mayor que la suya, más universalmente conocida y más hondamente apreciada. El siglo que hoy cumple esa gloria es apenas modesto pórtico de años para el templo que a su fama imperecedera levantarán los siglos por venir.

En este día glorioso, saludo conmovido su risueña cuna en La Ceja, el más bello y poético valle de Antioquia; a Sonsón, donde el poeta se casó y vivió los más felices años de su vida, porque en aquel otro vallecico todo respira felicidad, y a mi tierra toda donde se adora a la santa trinidad gregoriana -" ¡salve frisoles, mazamorra, arepa! "- que en este día honra con altares dignos de su afecto a su genial poeta.

Bogotá 9 de mayo de 1926.

Antonio José Restrepo

El uso de voces indígenas o pecu-liares de ciertas comarcas, desacom-pañado de … aclaraciones, conde-na a no ser entendidas fuera del sue-lo donde nacieron a obras que me-recieran otra suerte; dígalo si no la Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia, poema bellísimo que con gusto prohijaría Virgilio, pero que su autor, modesto en demasía o injustamente celoso con sus lectores no antioqueños, destinó sólo a su patria.

GREGORIO GUTIÉRREZ GONZÁLEZ y yo nos conocimos en los bancos de la escuela.

GUTIÉRREZ GONZÁLEZ era un joven contemplativo y propenso a la reflexión; yo era un mozo frívolo e insustancial.

Yo adiviné en GUTIÉRREZ el germen del genio; él adivinó en mí la personalidad de un amigo fiel.

En el mundo moral hay leyes semejantes o iguales a las que arreglan el mundo físico: electricidades de naturaleza contraria se atraen; caracteres diversos tienden a la unión. Fue por eso, sin duda, por lo que GUTIÉRREZ GONZÁLEZ y yo, al entrar en el camino difícil de la vida, nos estrechárnosla mano y quedamos ligados por el vínculo santo de una amistad imperecedera.

En el debate encarnizado de los bandos y en medio del combate nos encontrábamos de vez en cuando, -vos mirábamos', nos estrechábamos de nuevo la mano y nos confundíamos en estrecho abrazo: el odio era imposible en nuestras organizaciones.

GUTIÉRREZ quería resolver el problema de la existencia humana.

Recuerdo que un día me dijo: "Manuel, tú que estudias al hombre, dime qué es la vida y qué es la muerte".

No lo sé, le respondí; pero entiendo que el día en que la losa del sepulcro cubra tus restos y al instante en que tu espíritu comience a transitar por el interminable camino de lo eterno, oirás la primera palabra de verdad en ese asunto.

Salidos del colegio, el destino nos separó por algunos años. El quedó viendo el humo que salía por la chimenea del hogar paterno, continuó oyendo el suave susurro de las cascadas del Aures, y siguió contemplando por algún tiempo la casita blanca en que pasó su niñez. Yo ascendí al Cotopaxi y al Chimborazo, escuché el trueno de agua de la cascada americana y navegué sobre las ondas revueltas del golfo de San Lorenzo. Mi amigo fue más feliz que yo.

Pasado algún tiempo, nos encontramos de nuevo en el país 'natal, y nos estrechamos la mano con la efusión de antes y la ternura de siempre.

Las pasiones estaban enardecidas, nuestras opiniones sociales eran idénticas; pero nuestras creencias políticas diferían un tanto.

Un poco más tarde mi amigo cayo mortalmente enfermo, y yo le presté los estériles cuidados de mi ciencia.

Era el crepúsculo; una débil luz alumbraba su rostro moribundo; su sensible esposa tenía el corazón hecho pedazos, y sus hijos, agrupados en torno del techo de muerte, estaban inundados en lágrimas.

La siniestra mano de mi amigo reposaba helada sobre la mía; en la diestra tenía la efigie de Cristo, y sus ojos estaban fijos sobre la Cruz.

La vida ,de aquel amigo se apagó de un soplo, y su alma ¡nocente y honrada voló hasta el seno de Dios en alas de la fe.

Ni un solo día, ni una sola hora, ni un solo instante su recuerdo ha dejado de vivir en el mío.

Hoy, me toca escribir el prólogo a la MEMORIA SOBRE EL CULTIVO DEL MAÍZ, que, acaso por mis indicaciones, cantó en buena hora el vate inspirado de las montañas antioqueñas.

Cuando los españoles llegaron al nuevo mundo, el maíz representaba para los americanos el mismo papel que el trigo representó siempre para los pueblos primitivos del viejo continente. El trigo era la base del pan entre los habitantes del Asia, y lo fue para las gentes europeas; y el trigo sirvió al Redentor de los hombres para simbolizar con él su encarnación en la noche de la Cena.

El maíz como alimento fue el primer bocado que cayó de la mano misericordiosa de Dios sobre la boca necesitada del indio. Como elemento de nutrición, pasó de la rústica choza de los aborígenes a la sencilla mesa de los conquistadores. Como elemento de fuerza y de vigor sostuvo más tarde la escasa provisión de los colonos y mantuvo la energía necesaria para sus difíciles y fatigosas tareas de organización social.

Esparcido este grano redentor por todos los lugares de nuestro continente, ha sido provechoso, sobre todo para las poblaciones establecidas en las comarcas montañosas.

En Antioquia el maíz se encuentra como recurso clásico de alimentación, y aún el nombre mismo de antioqueño despierta en todo el país la imagen socorrida de este riquísimo cereal.

Por una coincidencia que nos ha llamado la atención de algún tiempo a esta parte, el maíz se ha encargado de perpetuar en la memoria de los antioqueños el nombre ¡lustre de dos esclarecidos compatriotas: el nombre de Zea (Zea maíz), transmitido por la ciencia a las generaciones venideras, y el nombre de GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, que vuela en alas de la gloria literaria, por haber sido su cantor inmortal.

Las estrofas de GUTIÉRREZ GONZÁLEZ tienen hoy su divina resonancia en los valles y en las crestas de nuestras cordilleras; su MEMORIA SOBRE EL CULTIVO DEL MAÍZ se repite con delicia en la cabaña del pobre y se declama con orgullo en el aposento del rico y en el gabinete del literato. Las baladas de Osián no caen mejor sobre el oído del montañés de Escocia, que el eco tierno de los versos de nuestro poeta sobre el oído de nuestros sencillos y honrados trabajadores.

En tanto que los bosques antioqueños puedan caer con fragoroso estrépito al impulso del brazo robusto y de la cortante hacha de nuestros agricultores; en tanto que la serpiente se deslice por entre la maleza, y el turpial se meza lanzando canoras voces, en la mazorca sazonada; en tanto que hacendosas cocineras se inclinen sobre la piedra para preparar infatigables el sustancioso y delicado pan de nuestros festines; en tanto que las devotas gentes asistan regocijadas a la fiesta de la Candelaria; en tanto que haya cosechas que repleten nuestros graneros y sostengan el aliento de nuestro virtuoso pueblo; en tanto que las viejas tradiciones del hogar sean una religión para nuestros campesinos; en tanto que queden inteligencia, memoria y sensibilidad en el alma y en el corazón de nuestros compatriotas, y en tanto que exista nuestra raza con su lengua y sus costumbres; en nuestros campos, en nuestras villas y ciudades vivirá fresco el nombre de GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, bardo inspirado de nuestras montañas.

MANUEL URIBE ÁNGEL.

Memoria sobre el cultivo del Maíz

SEÑORES SOCIOS DE LA ESCUELA DE CIENCIAS Y ARTES

Como es obligación que a todo socio

De nuestra Escuela impone el reglamento presentarle,

por turno, una MEMORIA

Llena de ciencia, erudición y mérito;

Yo, que a fondo he estudiado agricultura,

Que he meditado y consultado textos,

Y que largas vigilias he pasado

Atento siempre y consagrado a eso,

Por amor a las ciencias y a las artes,

En favor de la industria y del progreso,

Y sólo en bien de mi querida patria

mi Memoria científica os presento.

No usaré del lenguaje de la ciencia.

Para ser comprendido por el pueblo;

Serán mis instrucciones ordenadas.

Con precisión y claridad y método.

No estarán subrayadas las palabras.

Poco españolas que en mi escrito empleo,

Pues como sólo para Antioquia escribo,

Yo no escribo español sino antioqueño.

En fin, señores, buenos e indulgentes,

Que estos trabajos aceptéis espero;

Y si logro ser útil a mi patria

Veré cumplido mi ferviente anhelo.

CAPITULO I

De los terrenos propios para el cultivo, y manera de hacerse los barbechos, que decimos rozas

Buscando en donde comenzar la Rosa,

De un bosque primitivo la espesura

Treinta peones y un patrón por jefe

Van recorriendo en silenciosa turba.

Vestidos todos de calzón de manta

Y de camisa de coleta cruda '

Aquél a la rodilla, ésta a los codos,

Dejan sus formas de titán desnudas.

El sombrero de caña2 con el ala

Prendida de la copa con la aguja,

Deja mirar el bronceado rostro,

Que la bondad y la franqueza anuncia.

Atado por detrás con la correa

Que el pantalón sujeta a la cintura.

Con el recado de sacar candela 3 , Llevan repleto su carriel4 de nutria.

Envainado y pendiente del costado

Va su cuchillo de afilada punta;

Y en fin, al hombro, con marcial despejo,

El calabozo que en el sol relumbra.

Al fin eligen un tendón de tierra5

Que dos quebradas6 serpeando cruzan,

En el declive de una cuesta amena

Poco cargada de maderas duras.

Y dan principio a socolar7 el monte

Los peones formados en columna;

A seis varas distante uno de otro

Marchan de frente con presteza suma.

Voleando8 el calabozo a un lado y otro.

Que relámpagos forma en la espesura,

Los débiles arbustos, los helechos

Y los bejucos por doquiera truncan.

Las matambas9 , los chusques 10 , los carrizos.

Que formaban un toldo de verdura,

Todo deshecho y arrollado cede

Del calabozo a la encorvada punta.

Con el rostro encendido, jadeantes.

Los unos a los otros se estimulan;

Ir adelante alegres quieren todos,

Romper la fila cada cual procura

Cantando a todo pecho11 la guavina12 ,

Canción sabrosa, dejativa y ruda.

Ruda cual las montañas antioqueñas,

Donde tiene su imperio y fue su cuna.

No miran en su ardor a la culebra

Que entre las hojas se desliza en fuga,

Y presurosa en su sesgada marcha,

Cinta de azogue, abrillantada ondula;

Ni de monos observan las manadas

Que por las ramas juguetonas cruzan;

Ni se paran a ver de aves alegres

Las mil bandadas, de pintadas plumas;

Ni ven los saltos de la inquieta ardilla,

Ni las nubes de insectos que pululan.

Ni los verdes lagartos que huyen listos,

Ni el enjambre de abejas que susurra.

Concluye la socola13 .De malezas

Queda la tierra vegetal desnuda.

Los árboles elevan sus cañones14

Hasta perderse en prodigiosa altura.

Semejantes de un templo a los pilares

Que sostienen su toldo de verdura;

Varales largos de ese palio inmenso,

De esa bóveda verde altas columnas.

El viento, en su follaje entretejido,

Con voz ahogada y fúnebre susurra,

Como un eco lejano de otro tiempo.

Como un vago recuerdo de ventura.

Los árboles sacuden sus bejucos.

Cual destrenzada cabellera rubia

Donde tienen guardados los aromas

Con que el ambiente, en su vaivén, perfuman.

De sus copas galanas se desprende

Una constante, embalsamada lluvia

De frescas flores, de marchitas hojas,

Verdes botones y amarillas frutas.

Muestra el cachimbo15 su follaje rojo,

Cual canastillo que una ninfa pura

En la fiesta de Corpus, lleva ufana *

Entre la virgen, inocente turba.

El guayacán con su amarilla copa

Luce a lo lejos en la selva oscura,

Partes: 1, 2
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