Cadete del espacio, de Robert A. Heinlein (página 6)
Enviado por Ing+Licdo:Yunior Andrés Castillo S.
– J'ai soif – murmuró el Teniente, y después repitió claramente -. J'ai soif.
-¿Qué dijo?
– No sé.
– Me sonaba a francés. ¿Alguno de vosotros sabe francés?
– Yo no.
– Yo tampoco – repuso Matt -. ¿Por qué hablaría en francés? Siempre pensé que era americano del Norte; hablaba básico como silo fuera.
– Tal vez sea un canadiense francés – Tex se arrodilló a su lado y le tocó la frente -. Parece que tiene algo de fiebre. Tal vez tendríamos que darle un poco de agua.
– De acuerdo – Oscar cogió la vejiga y la colocó en los labios de Thurlow; la apretó suavemente para que saliera un poco. El herido movió los labios y empezó a chupar, sin que pareciera que despertase. Al fin, la dejó caer de la boca -. Eso es – dijo Oscar -, tal vez se sentirá mejor ahora.
-¿Vamos a guardar esto para él? – inquirió Tex, ojeando lo que quedaba de alimentos.
– Va, cómetelo, si lo quieres. Se vuelve rancio pocas horas después de que… bueno, se vuelve rancio.
– No creo que ya quiera más – decidió Tex.
Estaban durmiendo desde hacía algún rato, cuando un ruido les despertó. Una voz, indudablemente humana:
– Eh – decía -. ¿A dónde me lleváis? ¡Insisto en que me llevéis a ver a vuestra madre!
La voz sonaba exactamente en su puerta:
– ¡Apaciguad la voz !- contestó un acento nativo. La cortina se corrió, alguien fue empujado dentro del cuarto y la puerta se cerró otra vez.
-¿Quién es? – preguntó Oscar.
La forma se volvió.
– Hombres… – dijo, como si no lo pudiera creer -. ¡Hombres!
Empezó a sollozar.
– Hola, Maloliente – dijo Tex -. ¿Qué estás haciendo aquí?
Era Girard Burke.
Hubo mucha confusión durante los momentos que siguieron, Burke pasaba de las lágrimas a sacudidas nerviosas incontrolables. Matt, que fue el último en despertarse, tuvo problemas para diferenciar entre lo que pasaba en realidad y la fantasía que había estado soñando, y todos hablaban al mismo tiempo, todos preguntaban, pero ninguno contestaba.
¡Tranquilos! – ordenó Oscar -. Aclaremos esto. Burke si no entiendo mal, estaba en la Gary, ¿no?
– Soy el Capitán de la Gary.
-¿Qué? ¡Que me aspen…! Pensándolo bien, sabíamos que el capitán de la Gary se llamaba Burke, pero nunca se nos ocurrió pensar que podía ser Maloliente Burke. ¿Quién podría estar lo bastante loco como para confiarte una nave, Maloliente?
– Es mía propia o mejor dicho, de mi padre. Y agradecería que me llamaras Capitán Burke y no «Maloliente».
– De acuerdo, Capitán Maloliente.
– Pero, ¿cómo llegó aquí? – quería saber Matt, que todavía trataba de entender lo que pasaba.
– Acaba de explicarlo – le dijo Tex -. Es el chico que pidió ayuda a gritos. Pero lo que me toca las narices es que tuviéramos que ser nosotros los elegidos. Es igual que jugar al bridge y que te den una mano con trece espadas.
– Oh, no sé – objetó Oscar -. Es una coincidencia, pero no tan sorprendente. Es un hombre del espacio, pide ayuda y naturalmente la Patrulla le ayuda. Por casualidad, estábamos por aquí. Es tan probable, o improbable, como encontrarte a tu profesor de piano en las calles del centro de tu ciudad natal.
– No tengo profesor de piano – objetó Tex.
– Olvídalo. Yo tampoco. Ahora pienso…
– Espera un minuto – le interrumpió Burke -. ¿Debo deducir que fuisteis enviados aquí para contestar a mi llamada?
– Ciertamente.
– Bueno, doy gracias a Dios por esto; aunque vosotros, chicos, fuisteis lo bastante estúpidos como para caer en la boca del lobo. Ahora, decidme, ¿cuántos hay en la expedición y cuál es su equipo? Nos va a resultar bastante difícil cascar este huevo.
-¿Qué? ¿De qué estás hablando, Maloliente? Aquí está toda la expedición, frente a ti.
-¿Qué? No es momento de gastar bromas. Pedí un regimiento de infantería de marina, equipados para operaciones anfibias.
– Tal vez lo hiciste, pero esto es todo lo que has conseguido, en total. El Teniente Thurlow está al mando, pero recibió un golpe en el cráneo y, temporalmente, lo reemplazo. Puedes hablar conmigo. ¿Cuál es la situación?
La noticia pareció aturdir a Burke. Los miró fijamente, sin hablar. Oscar continuó:
– Animo Maloliente. Danos los datos, para que podamos planear algo.
-¿Qué? Oh, no es necesario. Es totalmente desesperado.
-¿Qué es lo desesperado? Los nativos parecen amables, en conjunto. Dinos cual era la dificultad, para que podamos arreglarlo con ellos.
-¡Amables! – Burke rió amargamente -. Mataron a todos mis hombres. Van a matarme a mi y os matarán a vosotros.
XV
– De acuerdo – asintió Oscar -. Ahora que esto está aclarado, todavía quiero saber los motivos. ¿Qué tal si te reanimas un poco y nos dices lo que ocurrió?
La nave cohete mercante Gary, construida por «Reactores y Cía.» y cedida a la empresa familiar «Empresas Sistema Solar» era un cohete con alas, adaptado especialmente para operaciones específicas en Venus. El señor Burke, padre, había puesto a su hijo al mando de una tripulación experimentada. La meta del viaje era investigar sobre un informe referente a minerales de los elementos transuránicos.
El informe era justo. Los minerales eran abundantes. Entonces Burke, hijo, había empezado a negociar los derechos de explotación con las autoridades locales de Venus, para obtener los títulos de propiedad necesarios, frente a otros explotadores que sin duda vendrían después.
No había podido interesar a «la madre de muchas» local en sus deseos; le dejó entender que el pantano que quería era tabú. Sin embargo, pudo arreglárselas de manera que subiera a visitar la Gary. Una vez a bordo de la nave intentó otra vez hacerla cambiar de idea. Cuando rechazó de nuevo sus deseos, le impidió la salida de la nave cohete.
– Quieres decir que la has secuestrado – dijo Matt.
– Nada de esto. Subió a bordo por su propia voluntad. Solamente no me levanté para abrirle la puerta, y continué con la discusión.
-¿Oh, sí? – comentó Oscar -. ¿Cuánto tiempo duró esto?
– No mucho.
– Exactamente, ¿cuánto tiempo? De todas maneras el mejor que me lo digas, pues lo sabré por las nativas.
-¡Oh, bueno! Una noche, ¿qué hay de criminal en esto?
– No sé exactamente lo criminal de ese acto por aquí. En Marte, como lo aprendí en la Escuela y estoy seguro de que tú también, el castigo hubiera sido dejarte en el desierto, sin protección, durante exactamente el mismo tiempo.
– Por el infierno, no le hice daño. No soy tan tonto. Quería su cooperación.
– Y le torciste el brazo para conseguirla. La retuviste como prisionera, secuestrada por seducción, y la mantuviste para pedir rescate. De acuerdo, la detuviste una noche. ¿Qué pasó cuando la dejaste marchar?
– Es lo que estoy intentando decirte. Nunca tuve la posibilidad de dejarla irse. Iba a hacerlo, naturalmente, pero…
– Si tú lo dices.
– No te pongas sarcástico. A la mañana siguiente atacaron la nave. Debía haber miles de esas bestias.
-¿Y entonces la dejaste en libertad?
– Tenía miedo de hacerlo. Pensé que, mientras la retuviera, nada grave nos podía ocurrir. Pero me equivoqué… echaron algo sobre la puerta que se la comió en un momento y estuvieron dentro de la nave antes de que tuviéramos la posibilidad de pararlos. Mataron a mi tripulación, la aplastaron… ¡pero seguro que hemos matado al doble! ¡Los muy salvajes!
-¿Y cómo es que tú aún respiras?
– Me encerré en la sala de mando, e hice la llamada que les trajo aquí. No me encontraron hasta que examinaron la nave, compartimento tras compartimento. Me debí desmayar a causa del humo que hicieron cuando entraron… de todas maneras, me desperté mientras me traían aquí.
– Ya veo – Oscar se sentó un rato, y pensó, sus rodillas dobladas bajo su barbilla -. ¿Es la primera vez que vienes a Venus, Maloliente?
– Bueno, sí.
– Lo suponía. Se ve que no sabías lo obstinado y difícil que puede ser el Pequeño Pueblo, cuando empiezas a molestarlo.
Burke hizo una mueca.
– Lo sé ahora. Es la razón por la cual llamé precisamente a un regimiento de infantes de marina. No sé en lo que el Departamento pensaba, cuando mandó a tres cadetes y a un oficial de guardia. ¡Qué militares tan estúpidos! Mi viejo armará un follón cuando vuelva.
Tex evidenció su disgusto.
-¿Pensabas que la Patrulla fue inventada para impedir que una cabeza vacía como la tuya pague por hacerse el gracioso?
-¡Oye, tú…!
– Tranquilo Burke. Y no hagas observaciones que no vienen al caso, Tex. Esto es una investigación, no un debate. Sabes que la Patrulla nunca manda a los infantes de marina antes de haber intentado negociar, Burke.
– Seguro, por eso especifiqué infantes de marina. Quería que se saltasen el papeleo y actuaran.
– Te engañaste a ti mismo. Y no tienes que hablar de lo que harás cuando vuelvas. No sabemos todavía si volveremos.
– Es verdad – Burke frunció sus labios, y lo pensé. Mira, Jensen, nunca fuimos muy amigos en la escuela, pero esto no importa ahora, estamos en la misma barca y tenemos que aguantarnos. Tengo una propuesta que hacerte: Conoces a estas ranas mejor que yo.
– Gente, no «ranas».
– De acuerdo, conoces a los indígenas. Si puedes arreglar esto y sacarme de aquí, te podré dar un pellizco de…
-¡Ten cuidado con lo que dices, Burke!
– No seas arrogante. Déjame hablar, ¿quieres? Solamente escucha. ¿Me dejas hablar, o no?
– Déjale hablar, Os – dijo Tex -. Me gusta ver sus amígdalas.
Oscar contuvo su lengua, y Burke continuó:
– No iba a decir nada que denigrase tu carácter de alabastro. Después de todo, sólo tenéis que sacarme de aquí; es cosa mía si yo quiero dar una recompensa. Bien, este pantano que hemos acotado está lleno de materiales transuránicos, desde el elemento 97 hasta el 104. No tengo que deciros, lo que significan: 101 y 103 para las aleaciones de revestimiento de los cohetes; e] 100 para la terapia del cáncer, sin mencionar sus usos en catálisis. Porque solamente con la catálisis se pueden sacar millones. No soy egoísta. Les daré a todos una participación… digamos un diez por ciento a cada uno.
-¿Es todo lo que tienes que decir?
– No del todo. Si podéis arreglarlo para que nos suelten y nos dejen estar en paz, de manera que podamos reparar la Gary y sacar de este viaje un cargamento, os daré el veinte por ciento. Os gustará la Gary, es la mejor nave de todo el Sistema. Pero si no se puede lograr eso, y, de todos modos, me sacáis de aquí con vuestra nave, seguís teniendo el diez por ciento.
-¿Has terminado?
– Sí.
– Puedo contestar por todos. Si no considerase el origen de la propuesta, me sentiría insultado.
– El quince por ciento. No tienes por qué tomarlo mal, de todas maneras te es completamente gratuito, y por hacer lo que, de todas formas, os han ordenado hacer aquí.
– Os – dijo Matt -. ¿Tenemos que escuchar estas tonterías?
– Ya no más – decidió Jensen -. Ha tenido su tiempo de palabra. Burke, me limitaré a los hechos y no mezclaré mi opinión personal. No puedes alquilar a la Patrulla, lo sabes. En…
– No trataba de alquilaría, solamente intentaba haceros un favor, demostraros mi aprecio.
– Me toca hablar a mí. En segundo lugar, no tenemos nave, por el momento.
-¿Qué? ¿Qué es esto? – Burke parecía asustado. Oscar le hizo un resumen rápido de lo que sucedió a la navecilla. Burke parecía a la vez sorprendido y terriblemente, amargamente chasqueado. ¡Bueno, so banda de estúpidos! ¡Olvidad la oferta, no tenéis nada que vender!
– Ya la olvidé, y alégrate de que lo haya hecho. Déjame decirte que no hubiéramos aterrizado a cohete en la jungla, si no hubieras hecho el burro y pedido ayuda después. Sin embargo esperamos recuperar la navecilla, si logro arreglar la calamidad que has montado… y no me resultará fácil.
– Bueno, naturalmente, si puedes arreglar las cosas y recuperar tu nave, la oferta se mantiene.
-¡Deja de hablar de ese estúpido soborno! No podemos prometerte nada, aunque lo quisiéramos. Tenemos que cumplir con nuestra misión.
– De acuerdo, vuestra misión es sacarme de aquí. Es lo mismo, solamente que me sentía generoso.
– Nuestra misión no tiene nada que ver con eso. Nuestra principal misión es lo que siempre constituye la principal misión de la Patrulla, mantener la paz. Nuestras órdenes dicen que investiguemos acerca de un informe sobre una insurrección de nativos (que no hay ninguna), y «mantener la paz». No dice nada de sacar a Girard Burke de la cárcel local y ofrecerle un viaje gratuito a casa.
– Pero…
– No he terminado. Sabes, como yo, cómo funciona la Patrulla. Actúa en sitios lejanos y un oficial de la Patrulla tiene que utilizar su propio juicio, siendo dirigido por la Tradición.
– Bueno, si buscas antecedentes, tienes que…
-¡Cállate! Antecedente es simplemente la suposición de que alguien, en el pasado y con menos información, sabe más que el que está en el lugar de los hechos. Si hubieras empleado un poco bien el tiempo, cuando estabas de cadete, sabrías que la Tradición es algo muy diferente. Seguir una tradición significa hacer las cosas en el mismo estilo grandioso que tus predecesores, pero no significa hacer las mismas cosas.
– De acuerdo, de acuerdo, puedes olvidar la lección.
– Necesito que me des más información. El Pequeño Pueblo de aquí, ¿había visto ya a un hombre, antes de que vinieras?
– Este… bueno, sabían algo de los hombres, muy poco de todas maneras. Naturalmente, conocían a Stevens.
-¿Quién era Stevens?
– Un mineralogista, que trabajaba para mi viejo. Hizo la prospección rápida que nos hizo traer a la Gary aquí. Oh, también estaba su piloto.
-¿Y ésos son los únicos hombres que estos indígenas han conocido, aparte de la tripulación de la Gary?
– Por lo que yo sé, si.
-¿Han oído hablar de la Patrulla?
– Lo dudo… Sí, también la conocen. A lo menos la madre jefe parecía conocer la palabra.
– Hum… eso me sorprende bastante. Por lo que sé, la Patrulla nunca ha tenido la ocasión de aterrizar tan cerca del ecuador y si lo hubiera hecho creo que el Capitán Yancey nos hubiera dicho algo de esto.
Burke se encogió de hombros. Oscar continuó.
– Esto afecta a lo que tenemos que hacer. Has organizado un buen lío, Burke. Con el descubrimiento de minerales preciosos aquí, habrá más hombres que vendrán. Por la manera en que has enredado las cosas, puede que haya más y más desorden, hasta que empiecen guerras entre los nativos y los hombres, en todos sitios. Puede extenderse tal vez hasta los polos. El deber de la Patrulla es eliminar estas cosas, antes de que empiecen, y así es como interpreto nuestra misión aquí. Tengo que disculparme y apaciguar, y hacer lo imposible para borrar una primera mala impresión. ¿Me puedes dar más información, la que sea para que pueda ayudarme cuando lo intente?
– No lo creo. Pero adelante, dale coba a la vieja, de la manera que puedas. También puedes simular que me sacas de aquí como prisionero, si va a servir de algo. ¡Eh, esto puede ser una buena idea! Me conformaré con ello, si es que me permite salir de aquí.
Oscar movió la cabeza:
– Tal vez te sacaré como prisionero, si ella lo quiere. Pero, por lo que veo, eres un prisionero perfectamente legal por un crimen contra las costumbres locales.
-¿De qué estás hablando?
– Puedo asegurarte que lo que admites haber hecho es un crimen en todas partes. Puedes ser juzgado por esto en la Tierra si ella así lo quiere. Pero realmente no me importa que sea de una manera u otra. No es asunto de la Patrulla.
-¡Pero no puedes dejarme aquí!
Oscar se encogió de hombros.
– Es mi forma de verlo. Puede ser que el Teniente Thurlow salga de su estado en cualquier momento, entonces puedes hablarlo con él. Mientras esté al mando, no voy a arriesgar la misión de la Patrulla para intentar ayudarte a escapar con bien de un asesinato. ¡Y realmente quiero decir asesinato!
– Pero – Burke miró a su alrededor de manera salvaje -. ¡Tex! ¡Matt! ¿Vais a dejar que se una a esta gente-rana contra un hombre?
Matt le echó una ojeada impasible. Tex le dijo:
– Cierra la boca, Maloliente.
Oscar añadió:
– Sí, hazlo y ponte a dormir. Mi brazo me duele, y no quiero que me molestes más esta noche.
La sala se calmó de repente, aunque ninguno de ellos se durmió enseguida. Matt se quedó despierto durante largo tiempo, atormentado por su difícil situación, preguntándose si Oscar podría convencer a la madre rana… pensaba en ella de esta manera, convencerla de la inocencia de sus intenciones, y culpándose repetidamente del desastre de la navecilla. M fin, cayó dormido, agotado.
Se despertó al oír un gemido. Le despejó completamente, enseguida y se acercó al Teniente. Encontró a Tex, ya despierto, con él.
-¿Qué hay? – preguntó -. ¿Está peor?
– Intenta decir algo – contestó Tex.
Los ojos de Thurlow se abrieron y miró a Matt. Maman – dijo quejumbrosamente -. Maman… pourquoi fait – il nuit ainsi?
Oscar se unió a ellos:
-¿Qué dice?
– Suena como si llamara a su mamá – dijo Tex -. El resto es incoherente.
-¿Dónde está la vejiga? Podríamos darle de beber – la encontraron y el enfermo bebió otra vez, luego pareció que se volvía a dormir.
– Vosotros, chavales, volved a dormir – dijo Oscar -. Quiero hablar con el guardia que nos traiga la próxima comida, para intentar ver a la madre-jefe Tiene que recibir atención médica, de cualquier manera.
– Vigilaré, Os – se ofreció Matt.
– No, de todas maneras no puedo dormir muy bien. Esta maldita cosa me pica – levantó su brazo herido.
– Bueno, muy bien.
Matt todavía estaba despierto cuando se abrió la cortina. Oscar estaba sentado con las piernas cruzadas en la puerta, esperando, mientras la nativa empujaba hacia dentro una fuente de comida, introdujo su brazo en la apertura.
– Sacad vuestro brazo – dijo la indígena enérgicamente.
– Escuchadme – dijo Oscar -, tengo que hablar con vuestra madre.
– Sacad vuestro brazo.
-¿Vais a transmitir mi mensaje?
– Sacad vuestro brazo.
Oscar lo hizo y la cortina se cerró rápidamente. Matt dijo:
– No parece que tengan intención de tratar con nosotros, ¿verdad, Os?
– No pierdas la confianza – le contestó Oscar.- El desayuno. Despierta a los otros.
Era el mismo alimento poco apetitoso de antes.
– Pártelo en cinco, Tex – ordenó Oscar -. Puede ser que el Teniente salga de su inconsciencia y tenga hambre.
Burke lo miró y lo olió:
– Estoy harto de esto. No quiero nada.
– De acuerdo, córtalo en cuatro – Tex asintió y lo hizo.
Comieron, después Matt volvió a sentarse, eructó meditativo, y dijo:
-¿Sabéis? Si bien pudiera tomar algo de zumo de naranja y de café, esta cosa no es tan mala.
-¿Ya os hablé – dijo Tex -, del tiempo en que mi Tío Bodie fue encarcelado en la cárcel de Juárez? Por equivocación, naturalmente.
– Naturalmente – asintió Oscar -. ¿Qué pasó?
– Bueno, le dieron de comer solamente frijoles saltarines mejicanos. El…
-¿No le hicieron daño en el estómago?
– Nada de esto. Comió todos los que podía y, una semana más tarde, saltó sobre una pared de cuatro metros y botó hacia casa.
Conociendo a tu Tío Bodie, lo creo. ¿Qué piensas que hubiera hecho en estas circunstancias?
– Es evidente. Hubiera hecho el amor con la vieja, y en tres días hubiera sido el jefe de aquí.
– Me parece que, después de todo, voy a desayunar un poco – anunció Burke.
Dejarás esto para el Teniente – le dijo Oscar firmemente -. Ya ha pasado tu oportunidad.
– No tienes autoridad sobre mí.
Hay dos razones por las que te equivocas.
– Ah, ¿sí? ¿Cuáles son?
– Matt y Tex. Tex se levantó.
-¿Le doy un pescozón, jefe?
Todavía no.
-¡Oh, que asco!
– De todas maneras – objetó Matt -. Yo le daré el primer golpe, soy más viejo que tú, Tex.
– Abusando de los galones, ¿eh? ¡Eres una rata despreciable!
Señor Rata, por favor. Si, en este momento pienso aprovecharme de mi prioridad en el escalafón.
– Pero esto es una ocasión de demostrar la amistad.
– Caballeros, chavales – ordenó Oscar -. Ninguno de vosotros le zurrará, excepto si se acerca a oler esta fuente de comida.
Hubo un ruido en la puerta, la cortina fue abierta y una nativa anunció.
– Mi madre os verá. Venid.
-¿Yo solo, o con mis hermanas?
– Todas, venid.
Sin embargo, cuando Burke intentó pasar la puerta, dos de las pequeñas criaturas le empujaron dentro. Continuaron asiéndole mientras otras cuatro cogían al Teniente Thurlow y le transportaban afuera. El numeroso grupo salió por el pasillo.
– Me gustaría que iluminasen estos nidos de conejo – se lamentó Tex, después de haber tropezado.
– Hay bastante luz para sus ojos – contestó Oscar.
– Bueno – asintió Tex -, pero menudo servicio que a mí me hace. Mis ojos no ven con infrarrojo.
– Entonces cuida donde poner tus enormes pies.
Fueron llevados a otra sala enorme, que no era la sala de entrada, porque no tenía piscina de agua. Un anfibio, el mismo que les había examinado y que había ordenado que se los llevaran cuando llegaron, estaba sentado sobre una plataforma elevada. En el otro extremo de la sala Oscar fue el único que la reconoció; para los otros, todos eran iguales.
Oscar aceleró el paso y se adelantó a su escolta.
– Saludos anciana e inteligente madre de muchos.
Ella se sentó y le miró firmemente. La sala muy tranquila. En cada lado el Pequeño Pueblo esperaba, mirando primero a los habitantes de la Tierra y después a su jefa, y al revés. Matt se dio cuenta de que la manera en que ella les contestase les mostraría su destino.
– Saludos – había devuelto la pelota a Oscar, negándose a darle cualquier título, bueno o malo. Queríais hablar conmigo, pues hablad.
-¿Qué clase de ciudad es la tuya? ¿Acaso he viajado tan lejos que los buenos modales ya no son observados? – la palabra en venusiano significaba mucha más cosas que «modales», se refería a todo código de costumbres obligatorio por el cual la más vieja y más fuerte protege a la más débil y más joven.
El auditorio entero se agitó. Matt se preguntó si Oscar no se había pasado. La expresión de la jefe cambió, pero Matt no pudo comprenderlo.
– Mí ciudad y mis hijas siempre viven según la costumbre – utilizó un término más inclusivo, que incluía tabúes y otros actos exigidos, así como la ley de la asistencia -, y nunca he oído decir que faltemos a nuestra obligación.
– Os oigo, benignísíma madre de muchos, pero vuestras palabras me desconciertan. Venimos mis «hermanas» y yo, buscando asilo y ayuda para nosotros y nuestra «madre», que está gravemente enferma. Yo también estoy herida y no puedo proteger a mis «hermanas» más jóvenes, y ¿qué recibimos en vuestra casa? Nos habéis quitado nuestra libertad, nuestra «madre» yace desatendida y falleciendo. Ni siquiera habéis tenido la delicadeza de darnos habitaciones personales, en las cuales poder comer.
Un ruido nació entre las espectadoras, que Matt interpretó correctamente como equivalente a una boqueada de horror. Oscar había deliberadamente utilizado la palabra ofensiva «comer» en vez de expresar el concepto dando un rodeo. Ahora Matt estaba seguro de que Oscar había perdido el juicio.
Si así era, Oscar continuó, confirmándolo:
-¿Somos peces, para que seamos tratados como tales? ¿O es que son así las costumbres entre vuestras hijas?
– Seguimos las costumbres – dijo ella bruscamente y hasta Matt y Tex pudieron observar la ira de su voz -. Creí que vuestra raza no tenía buenas costumbres. Esas cosas serán corregidas.
Llamó aparte a una de las componentes de su equipo, la pequeña criatura se fue trotando.
– En lo que concierne a vuestra libertad, hice lo que legalmente tenía que hacer, para proteger a mis hijas.
-¿Para proteger a vuestras hijas? ¿De qué? ¿De mi «madre» enferma? ¿O de mi brazo herido?
– Vuestra hermana que no tiene modales ha perdido el derecho a su libertad.
– Oigo vuestras palabras, madre sabia, pero no las entiendo.
La anfibia parecía perpleja. Preguntó concretamente por Burke, llamándole por su apelativo terrestre, diciendo «Capitán Burke» como si fuera una sola palabra. Oscar le aseguró que Burke no era «hija» de la «madre» de Oscar, ni tampoco de la «madre de la madre» de Oscar.
La matriarca consideró esto.
-¿Si os devolvemos a las aguas de la superficie nos dejaréis?
-¿Qué pasa con mi «madre»? – preguntó Oscar -. ¿La abandonaréis a causa de su enfermedad, para que muera y sea destruida por las criaturas del pantano?
En esta ocasión, evitó cuidadosamente utilizar la expresión venusiana de «ser comida».
La madre de muchos hizo transportar a Thurlow hasta el tablado donde estaba sentada. Varios miembros del Pequeño Pueblo se acercaron alrededor y le examinaron, hablando entre ellos entre susurros ceceantes. En este momento, la misma matriarca se unió a la deliberación, y habló otra vez:
– Vuestra madre duerme.
– Es un sueño de enfermedad. Su cabeza fue herida por un golpe.
Oscar se acercó al grupo y les enseñó el chichón en la parte de atrás de la cabeza de Thurlow. La compararon con la propia cabeza, haciendo correr sus manos pequeñas, suaves, inquisitivas, por su pelo rubio. Hubo más charla ceceante. Matt vio que no podía entender ni siquiera lo que oía; la mayoría de las palabras le eran extrañas.
– Mis hermanas sabías me dicen que no se atreven a desmontar la cabeza de vuestra madre, por miedo a no poder montársela otra vez – anunció la madre de muchos.
-¡Bueno, es un alivio! – dijo Tex, murmurando.
– El viejo Os no les dejaría, de todas maneras – susurró Matt.
La jefe dio unas instrucciones y unas cuatro que las «hijas» levantaron al oficial inconsciente y empezaron a sacarle de la sala. Tex dijo:
– Oye, Os, ¿piensas que es seguro?
– No te preocupes – contestó Oscar, y luego le explicó a la Matriarca- Mi «hermana» temía por la seguridad de nuestra «madre».
La criatura hizo un movimiento que, de repente, a Matt le recordó a su tía abuela Dora. Se sorbió la nariz.
– Dile que su nariz no tiene porque picarle.
– Dice que no tienes que preocuparte, Tex.
– Lo oí. De acuerdo, tú eres el Jefe – contestó Tex y después murmuró. Mi nariz, ¡mira que meterse con ella!
Después de que hubo sacado a Thurlow, la jefa se dio la vuelta hacia ellos, otra vez:
– Que vuestros sueños sean de hijas.
– Que vuestros sueños sean igualmente agradables, madre sabia.
– Hablaremos de nuevo.
Se alzó en su señorial metro y veinte, y dejó la sala. Cuando se hubo marchado el grupo de escolta condujo a los cadetes fuera de la sala de consejo, pero por un pasillo diferente al que habían venido. El grupo se paró, al fin, frente a otra entrada. El guía encargado les saludó de la misma manera que la matriarca. Corrieron una cortina pero no la ataron, detalle que Matt registró inmediatamente. Dio la vuelta hacia Oscar.
– Tengo que reconocértelo, Os. En cualquier momento en que te canses de la Patrulla y no quieras presentarte a las elecciones del Primer Ministro del Sistema, te puedo buscar un buen trabajo, el venderles nieve a los esquimales para ti seria cosa hecha.
– Matt no está diciendo ninguna tontería – asintió Tex -. Oscar, estuviste maravilloso. El Tío Bodie no hubiera podido ser más tramposo que tú.
– Ese si que es un elogio, Tex. Admito que estoy aliviado. Si el Pequeño Pueblo no fuera tan francamente razonable, no hubiera sido posible hacer esto.
La sala de estar de su piso, pues había dos cuartos, tenía aproximadamente el tamaño de la sala donde habían estado, pero era más confortable. Había un canapé ancho, blando y suave que corría a lo largo de la pared. En el centro de la sala había una piscina, negra bajo la débil luz.
– Os, ¿crees que la bañera conecta con el exterior? – quiso saber Tex.
– Casi siempre lo hacen.
Matt se interesó.
– Tal vez podríamos salir nadando.
– Inténtalo. Sólo que no te pierdas en la oscuridad y recuerda que no debes nadar bajo el agua más de la mitad del tiempo que puedes aguantar la respiración – Oscar sonrió cínicamente.
– Ya veo lo que quieres decir.
– De todas maneras tenemos que quedarnos hasta haber solucionado todo este lío.
Tex recorrió el segundo cuarto.
– Hey, Os, ven a ver esto.
Matt y Oscar se acercaron. Había filas de pequeños cubículos en cada lado, unos diez, cada uno con su propia cortina.
– Oh, sí, nuestras celdillas para comer.
– Esto me recuerda – dijo Matt -, que pensé que lo habías echado todo a perder, Os, cuando empezaste a hablar de comer. Pero te escapaste maravillosamente bien.
– No me escapé. Lo hice a propósito.
-¿Por qué?
– Fue un juego de tira y afloja. Tenía que impresionarles con la idea de que eran indecentes, o que así nos lo parecían. Eso demostró que éramos «gente», desde su punto de vista. Después todo fue fácil
– Oscar continuó -; Ahora que nos han aceptado como gente, tenemos que tener mucho cuidado para no echarlo todo a rodar. No me gusta comer en uno de estos cubículos pequeños y oscuros, ni a vosotros tampoco, pero no nos atreveremos a correr el riesgo de ser vistos mientras comemos, y no os olvidéis de que tenéis que correr la cortina, porque puede entrar alguien de sopetón. Acordaos de que en el comer es en la única cosa que buscan intimidad.
– Te entiendo – convino Tex -. Es como comer tarta con tenedor.
-¿Qué?
– No importa, es un recuerdo desagradable. Pero Matt y yo no lo olvidaremos.
XVI
Al día siguiente Oscar fue citado otra vez a la presencia de la Magistrado de la Ciudad y empezó a trazar de una manera indirecta y deliberada, los fundamentos de unas relaciones diplomáticas formales para el futuro. Empezó por enterarse de la historia de las dificultades con la Gary y su patrón. Se parecía mucho a lo que habla admitido Burke, aunque desde otro punto de vista.
Oscar inquirió, de modo casual, sobre lo que hacía que el pantano que deseaba Burke fuese tabú.
Estaba preocupado por el hecho de que pudiera violar asuntos religiosos, pero creía que tenía que saberlo, pues tenía la absoluta certeza de que otros vendrían, en su momento, para intentar explotar los minerales transuránicos. Si la Patrulla quería impedir otras violaciones de la paz, la cosa tenía que ser examinada con cuidado.
La matriarca contestó sin titubeos: el pantano era tabú porque el fango de los minerales era venenoso.
Oscar sintió el mismo alivio que el de un hombre a quien acaban de decir que, después de todo, no es necesario que le corten una pierna. Los minerales eran venenosos, por supuesto; aquello era una cosa con la que, indudablemente, la Patrulla podía negociar. Los tabúes condicionales o prácticos habían sido superados muchas veces en el trato con las nativas. Archivó el tema, como algo que tenía que ser discutido más tarde por los peritos apropiados.
Más tarde, durante otra entrevista, la sondeó sobre el tema de la Patrulla. En cierto modo había oído hablar de ella, aparentemente, pues utilizaba la palabra en venusiano dada por las nativas de las regiones polares a todo el gobierno colonial, una palabra que significaba «guardianes de las costumbres» o «defensores de la ley».
El significado nativo ayudó bastante a Oscar, porque le parecía casi imposible hacer que ella entendiera que la Patrulla estaba pensaba para impedir la guerra… pues «guerra» era un concepto que ella nunca había oído.
Pero su mentalidad conservadora tenía, naturalmente, muchos prejuicios a favor de cualquier organización etiquetada como «guardianes de las costumbres». Oscar abordó este tema desde este punto de vista. Le explicó que otros de su raza vendrían: y, por esto, «la abuela de muchos» de su propia raza les habían mandado como mensajeros para proponer que una «madre» de la raza de Oscar fuera enviada allí, para ayudarla a evitar roces.
Ella estaba dispuesta a aceptar esta idea, puesto que se ajustaba a su propia experiencia y a sus conceptos. Los grupos de nativos de los alrededores de las colonias polares tenía la costumbre de manejar sus asuntos exteriores intercambiando «madres», que de hecho eran jueces, para que arreglasen los problemas causados por diferencias de costumbres. Oscar había presentado el problema según estos mismos términos.
De este modo, había preparado el terreno para un consulado, tribunales extraterritoriales, y una fuerza policial compuesta por hombres de la Tierra; la misión, tal como la veía, estaba completada, siempre que pudiera regresar a la base y presentarse antes de que empezaran a llegar otros buscadores, ingenieros de minas, y aventureros de todo tipo.
Solamente en este momento habló de volver… para oír como ella le sugería que se quedara permanentemente como «Madre» para su pueblo (la palabra raíz aquí traducida como «madre» se utiliza para todo tipo de autoridad en el lenguaje de Venus; las modificaciones y el contexto dan a la palabra su sentido en cada caso).
La propuesta dejó a Oscar momentáneamente desconcertado.
– No sabía que responderle – confesó más tarde -. Desde su punto de vista, aquello me honraba. Si lo rechazaba podía ofenderla y arruinarlo todo.
– Bueno, ¿cómo te las arreglaste para salir de eso? – quiso saber Tex -. ¿O no lo hiciste?
– Creo que sí. Le expliqué, tan diplomáticamente como me fue posible, que era demasiado joven para este honor, que actuaba de «madre» por el solo hecho de que Thurlow tenía que guardar cama y que, en cualquier caso, «mi abuela de muchos» tenía otras tareas para mí que yo tenía que cumplir, según me obligaba la costumbre.
– Supongo que esto la contentó.
– Creo que solamente lo consideró como un punto a negociar posteriormente. El Pequeño Pueblo es una raza de grandes negociantes; tendríais que venir a New Auckland un día, y escuchar las actuaciones de un tribunal de justicia mixto.
– No desvíes el tema – le advirtió Matt.
– Esto se relaciona con el tema: ellas luchan; solamente discuten, hasta que alguien cede. De todas maneras le dije que teníamos que llevar a Thurlow a un Sitio donde pudiera recibir atención quirúrgica. Lo entendió muy bien, manifestando su pesar, por décima vez, de que sus chicas no pudieran hacerlo. Pero tenía una sugerencia para curar al jefe.
-¿Si? – preguntó Matt -. ¿Cuál es?
Matt se había responsabilizado de la salud de Thurlow, trabajando con las curanderas anfibias, que ahora tenían al Teniente como responsabilidad profesional. Les había enseñado como tomar su pulso y vigilar su respiración, y ahora había siempre una de estas amables nativas en cuclillas a un extremo del lecho de Thurlow, mirándole con ojos serios. Parecían sinceramente afligidos por no poder ayudarle. El Teniente se había quedado en un estado de semícoma, saliendo de él lo bastante a menudo como para que pudieran darle de comer y beber, pero sin decir nunca algo que los cadetes pudieran entender. Matt se dio cuenta de que las pequeñas enfermeras no tenían remilgos a la hora de dar de comer a una persona inerte; aceptaban estas necesidades injuriosas para ellas, con la misma delicadeza que una enfermera humana.
Pero aunque Thurlow no murió, tampoco se puso mejor.
La sugerencia de la vieja chica era bastante radical, pero lógica. Sugirió que sus curanderos desmontaran primero la cabeza de Burke para ver cómo estaba hecha. Entonces, podrían operar al jefe y arreglarlo.
-¿Qué? – exclamó Matt.
Tex tenía problemas para controlarse. Río tanto que se ahogó, tuvo hipo y tuvieron que golpearle en la espalda.
-¡Oh, chico! – estalló finalmente, con lágrimas corriéndole por las mejillas -. Es maravilloso. No puedo esperar para ver la cara de Maloliente. No se lo has dicho ¿verdad?
– No.
– Entonces, déjame hacerlo a mí. Soy un artista en esto.
– Creo que no tendríamos que decírselo – objetó Oscar -. ¿Por qué patearlo cuando está acabado?
-¡Oh, no seas tan noble! No le hará ningún daño el saber que su categoría social es de cobayo.
– La lo odia realmente, ¿verdad? – comentó Matt.
-¿Por qué no tendría que hacerlo? – contestó Tex -. Una docena o más de su gente murieron. ¿Piensas que ella va a considerarlo como una extravagancia de escolar?
– Os equivocáis los dos – objetó Oscar -. Ella no le odia.
-¿Qué?
-¿Puedes odiar a un perro? ¿O a un gato…?
– Seguro que puedo – dijo Tex -. Teníamos una vez un viejo gato de muy mala baba, que…
– Baja el tono, y déjame acabar. Admitiendo tu punto de vista, puedes odiar a un gato solamente colocándolo a tu mismo nivel social. Ella no considera a Burke, de ninguna manera como… Bueno, como gente, porque no cumple con las costumbres. Somos «gente» para ella, porque nosotros si que lo hacemos, aunque nos parezcamos a él. Pero para ella Burke es solamente un animal peligroso, como un lobo o un tiburón, al que se tiene que enjaular o destruir… pero no odiar, ni castigar.
– De todas maneras – continuó -, le dije que no podía ser, porque teníamos un tabú religioso, esotérico e inexplicable, pero inquebrantable, que lo impedía… esto ya no la dejó seguir adelante. Pero le dije que nos gustaría utilizar la nave de Burke, para llevar al Teniente a casa. Me la regaló. Mañana vamos a verla.
– Bueno, eso si es una buena noticia… ¿Por qué no lo dijiste antes, en vez de largarnos todo este rollo?
Hicieron casi el mismo viaje, bajo el agua, que el que habían hecho al entrar en la ciudad; después, nadaron durante un tiempo algo largo y anduvieron un poco sobre tierra firme. La madre de la ciudad en persona les honraba con su compañía.
La Gary era, exactamente, tal como Burke la había descrito: moderna, con motor atómico, costosamente equipada y muy moderna, con unas alas puntiagudas, tan gráciles como las de una golondrina.
Pero también era una ruina irreparable.
Su casco estaba intacto, aparte de la puerta estropeada, que parecía haber sido sometida a un fuerte calor o a algo increíblemente corrosivo, o a ambas cosas. Matt se preguntó cómo habría ocurrido y lo consideró como otra señal de que las venusianas no eran unos simples animales: ranas, focas o castores, que sus prejuicios terrestres le habían hecho pensar.
El interior de la nave parecía en bastante buen estado, hasta que miraron los controles. Para registrar la nave, las anfibias, para las que un simple tirador de cierre de una puerta era un enigma insoluble, simplemente se habían abierto camino a través de los obstáculos quemándolo todo, incluida la trampilla de acceso al piloto automático de la nave y el compartimento de giróscopos. Los circuitos del sistema nervioso de la nave eran una masa de basura fundida y disuelta.
Sin embargo, tardaron tres horas en convencerse de que necesitarían los recursos de un arsenal para que la nave pudiera volver a volar de nuevo. Se rindieron de mala gana, al final, y empezaron el regreso, sin ningún ánimo.
Enseguida, Oscar le había hablado a la madre de la ciudad acerca del proyecto de recuperar la navecilla. No lo había mencionado antes puesto que la Gary parecía mejor solución.
Las dificultades idiomáticas le hubieran embarazado considerablemente, pues sus anfitrionas no tenían ninguna palabra para «vehículo», y aún menos para «nave cohete», pero la Gary le permitió tener algo a lo que apuntar, con lo que se podría explicar.
Cuando ella entendió lo que quería decir, dio algunas órdenes, y el grupo nadó hasta el punto donde los cadetes habían sido atrapados. Se aseguraron de que era el sitio, al localizar la camilla abandonada y de allá Oscar les condujo de nuevo hasta el lugar en que se había hundido la navecilla. Allí explicó lo que había ocurrido, enseñándoles la señal en la orilla donde se había deslizado y midiendo a pasos sobre la orilla las dimensiones de la nave.
La madre de muchos discutió el problema con sus inmediatas subordinadas, mientras los cadetes esperaban, siendo más bien ignorados que excluidos. Luego, precipitadamente, ella dio la orden de marcharse, la tarde estaba muy adelantada y ni siquiera las venusianas se quedan voluntariamente en la jungla, durante la noche.
Con esto se acabó el asunto durante varios días. Los esfuerzos de Oscar para saber lo que se estaba haciendo acerca de la navecilla, si es que se hacía algo, fueron ignorados como cuando se tiene que soportar a un chiquillo obstinado. Esto les dejó sin nada que hacer. Tex tocó su armónica hasta que le amenazaron con tirarle a la piscina del centro de la sala. Oscar estaba sentado, cuidando su brazo y pensando. Matt pasó la mayor parte del tiempo cuidando a Thurlow y se familiarizó mucho con las enfermeras que nunca lo dejaban, especialmente con una pequeña criatura, alegre y de ojos vivarachos que se llamaba «Th'wing».
Th'wing le hizo cambiar su idea acerca de las venusianas. Al principio, la miraba más como habría mirado a un perro bueno y fiel, pero inusitadamente inteligente. Poco a poco empezó a pensar en ella como en una amiga, una compañera interesante y como una «persona». Había intentado hablarle de sí mismo, de su propia raza y de su mundo. Le había escuchado con vivo interés, pero sin apartar sus ojos de Thurlow.
Tuvo que hablar, por fuerza, de conceptos astronómicos, pero chocó con una verdadera pared. Para Th'wing existía el mundo del agua, del pantano y de algo de tierra seca; y, por encima, estaban las nubes infinitas. Conocía el Sol, puesto que sus ojos, sensibles a los infrarrojos, podían verlo, aunque Matt no pudiera, pero lo tenía por un disco de luz y de calor, no por una estrella.
En cuanto a las otras estrellas, nadie de su gente las había visto y ni siquiera tenía tal idea. La noción de otro planeta no era extravagante, era simplemente incomprensible. Matt no llegó a ninguna parte.
Lo habló con Oscar.
– Bueno, ¿qué esperabas? – quería saber Oscar -. Todas las nativas piensan así, son corteses, pero piensan que les hablas de tu religión.
Y las nativas de cerca de las colonias, ¿también piensan así?
– También.
– Pero han visto las naves cohetes, al menos algunas de ellas. ¿De dónde piensan que venimos? Deben saber que no estamos aquí desde siempre.
– Naturalmente que lo saben, pero las del Polo Sur piensan que provenimos del Polo Norte y las de alrededor del Polo Norte están seguras de que venimos del Polo Sur, y no vale la pena intentar convencerlas de algo diferente.
La dificultad no venía sólo de un lado. Th'wing utilizaba continuamente palabras y conceptos que Matt no podía entender, y que aún con la ayuda de Oscar no descifraba. Empezó a tener la idea que era Th'wing quien era sofisticada y él, Matt, el extranjero ignorante.
– A veces, pienso – dijo Tex -, que Th'wing cree que soy un idiota estudiando con ahínco para ser un retrasado mental… pero que suspende el curso.
– Bien, no te dejes abatir por esto, chaval. Llegarás a ser un retrasado mental, si sigues intentándolo.
En la mañana del quinceavo día venusiano después de su llegada, la madre de la ciudad les mandó a buscar, y fueron llevados al sitio donde estaba la navecilla. Estaban en la misma orilla donde habían desembarcado de la nave mientras se hundía, pero la escena habla cambiado. Un hoyo enorme se abría a sus pies, por el cual se veían tras cuartas partes de la navecilla. Una multitud de venusianos se movía por encima y alrededor de ella, como los obreros en un arsenal.
Los anfibios hablan empezado por añadir algo al fango amarillo y poco denso del hoyo. Oscar había intentado descubrir la fórmula del aditivo, pero hasta su dominio del idioma era inútil. Las palabras eran extrañas. Pero, cualquiera que fuera, el efecto había sido transformar el fango casi líquido en un gel espeso que se volvía más y más consistente Con la acción del aire. Las enanas lo iban sacando desde arriba a medida que se endurecía, y la navecilla estaba ahora rodeada por las paredes escarpadas de un hoyo que se parecía a una funda. Una rampa conducía a la orilla y una corriente de las aparentemente incansables criaturas subía trotando, cargada de bloques de fango gelatinoso.
Los cadetes habían bajado al hoyo para mirar, hablando de buen humor. Sobre las posibilidades de poner de nuevo en marcha la navecilla y lanzarla otra vez por el espacio, hasta que la venusiana encargada del trabajo les rogó encarecidamente que salieran del hoyo y no molestasen. Fueron a donde estaba la madre de la ciudad, y esperaron.
– Pregúntale cómo piensa sacarlo de ahí dentro – sugirió Tex -. Oscar lo hizo.
– Decidle a esta hija impaciente que pesque sus propios peces, que yo ya me preocuparé de pescar los míos.
– No tiene por qué ser grosera por esto – se quejó Tex.
¿Qué ha dicho? – preguntó la madre de muchos.
– Os da las gracias por esta lección – tergiversó Óscar.
El Pequeño Pueblo trabajaba rápidamente. Se hizo evidente que la nave quedaría completamente libre antes de que el día estuviera muy adelantado… y que además la dejarían limpia. Ahora la parte exterior relucía y una procesión continua de venusianas había estado entrando y saliendo por la puerta de la nave, llevando ladrillos de fango gelatinoso. Durante las últimas horas, la rutina había cambiado: las pequeñas obreras salían llevando sus vejigas infladas. La escuadra de limpieza estaba al trabajo.
Oscar les observaba con aprobación.
– Ya os había dicho que la dejarían bien limpia aunque fuera lamiéndola con la lengua.
Matt parecía pensativo:
– Estoy preocupado, Oscar, de que toquen algo en el tablero de control y tengan problemas.
-¿Por qué? Los empalmes están todos sellados. No pueden romper nada. Cerraste el tablero cuando te marchaste, ¿verdad?
– Sí, naturalmente.
– De todas maneras, aunque no lo hubieras cerrado, al estar en esta posición no podrían conectar la propulsión.
– Es verdad, pero todavía estoy preocupado.
– Bueno, entonces, vamos a ver. Quiero hablar con el capataz, de todas formas; tengo una idea.
-¿Cuál? – preguntó Tex.
– Tal vez la puedan poner en pie en el hoyo. Me parece que podríamos despegar desde allá, sin tener que sacarla del hoyo. Podríamos adelantar muchos días – bajaron la rampa, y se encontraron a la venusiana que estaba al mando, luego Matt y Tex entraron en la nave, mientras Oscar se quedaba para exponer su idea.
Era difícil imaginarse que la sala de mandos estaba, escaso tiempo antes, llena de fango amarillo y sucio. Unas pocas anfibias trabajaban todavía en un extremo de la sala; el resto del compartimento estaba limpio.
Matt subió al asiento del piloto y empezó a inspeccionar. De lo primero que se dio cuenta fue de que faltaban las protecciones de gomaespuma del visor de infrarrojos. No era importante, pero se preguntó dónde estaban. ¿Es que la gente del Pequeño Pueblo tenía el vicio de robar recuerdos? Apartó esta sospecha e intentó llevar a cabo una prueba en punto muerto de los controles, sin poner en marcha el cohete.
Nada funcionaba… nada en absoluto.
Observó el tablero más cuidadosamente. Inspeccionándolo por encima, parecía limpio, reluciente, en perfecto orden pero ahora podía ver muchos pequeños agujeros y puntitos. Escarbó un poco uno con la uña y salió. Lo hizo un poco más y produjo un pequeño hueco en el interior del tablero de control. Le dio náuseas.
– Hey, Tex, ven aquí un minuto. Quiero que veas algo.
– Si crees haber descubierto algo – le contestó Tex en sordina -, espera a ver esto.
Encontró a Tex con una llave inglesa en la mano, con la que había sacado una tapadera del compartimento de los giróscopos.
– Visto lo que le ocurrió a Gary, decidí revisar esto primero. ¿Habéis visto jamás algo parecido?
El fango había logrado entrar. Naturalmente, los giróscopos, aunque cerrados, estaban todavía girando cuando la nave se había caído en el hoyo y normalmente hubieran estado girando durante muchos días, y deberían estarlo todavía cuando Tex sacó la tapadera. En vez de estarlo se habían parado a causa del fango: estaban completamente quemados.
– Será mejor que llamemos a Oscar – dijo Matt, lentamente.
Con la ayuda de Oscar revisaron el desastre. Cada instrumento, cada pieza del equipo electrónico habían sido invadidos. Faltaba todo lo que no era metálico, y las hojas de metal finas, tales como las cajas de instrumentos, estaban acribilladas de pequeños agujeros.
– No entiendo la causa de esto – protestó Oscar, casi llorando.
Matt le preguntó a la venusiana al mando del trabajo. Primero no le entendió; entonces, él le señaló los agujeros, y ella cogió una masa del fango gelatinoso y lo aplastó. Con uno de sus finos dedos separó cuidadosamente lo que parecía ser un trozo de hilo blanco, de unos cinco centímetros de largo.
Aquí está la fuente de sus problemas.
¿Sabes lo que es, Os?
– Algún tipo de gusano. No lo reconozco. No podría hacerlo, pues las regiones Polares no son como esto, gracias a Dios.
– Pienso que daría lo mismo si despidiéramos a las obreras.
– No te apresures. Tal vez existe una manera de arreglar este desastre.
– Tenemos que encontrarla.
– No hay remedio. Basta con los giróscopos. No puedes levantar una nave sin alas, sin utilizar los giróscopos. Es imposible.
– Tal vez podríamos limpiarlos y ponerlos en marcha.
– Quizá tú puedas… yo no. El fango ha llegado hasta los cojinetes, Os.
– Por lo menos, tenemos que salvar parte del equipo electrónico, y construir un aparato para mandar un mensaje. Tenemos que hacerlo.
– Lo has visto como yo. ¿Qué piensas?
– Bueno, cogeremos lo que parezca en mejor estado, y nos lo llevaremos con nosotros. Nos ayudarán.
-¿En qué estado se encontrará después de una hora o así en el agua? No, Os, lo que hay que hacer es cerrar la puerta una vez que todo el fango esté sacado, y volver a trabajar aquí
– De acuerdo, haremos esto – Oscar llamó a Tex, que estaba todavía fisgoneando. Llegó echando pestes.
-¿Qué pasa ahora, Tex? – inquirió Oscar, cansinamente.
– Pensé que, por lo menos, tal vez podríamos llevarnos un poco de alimentos civilizados con nosotros, pero estos malditos gusanos perforaron las latas. Todas las raciones de la nave están inservibles.
-¿Eso es todo?
-¿Eso es todo? «¿Eso es todo?», dice este hombre. ¿Qué quiere, inundaciones, pestes y terremotos?
Pero no era todo, una nueva inspección les reveló algo más que les hubiera descorazonado si ya no se hubiesen sentido tan abatidos como les era posible. El cohete de la navecilla funcionaba con hidrógeno y oxígeno líquidos. Los tanques de combustible podían conservar el combustible por un período muy largo, pero el fango caliente los habla alcanzado y calentado; los gases dilatados se hablan escapado por las válvulas de seguridad. La navecilla no tenía combustible.
Oscar consideró la situación fríamente.
Realmente me hubiera gustado que la Gary hubiese tenido un motor químico – comentó fríamente.
-¿Y qué? – le contestó Matt -. No hubiéramos podido levantar la nave aún teniendo todo el combustible que haya de este lado de Júpiter.
Tuvieron que enseñárselo a la madre de muchos para que se diera cuenta de lo que iba mal en la nave. Pero aún así, sólo pareció medio convencida, y algo picada porque los cadetes no estuvieran satisfechos con el regalo de haberles devuelto la nave. Oscar pasó la mayoría del viaje de regreso intentando reparar sus buenas relaciones con ella.
Oscar no comió aquella noche. Incluso Tex sólo jugueteó con los alimentos, y no tocó su armónica después. Matt pasó la tarde sentado silencioso, cuidando a Thurlow.
* *
La madre de muchos mandó buscar a los tres, al día siguiente. Después de haberse saludado formalmente, ella dijo:
– Pequeña madre, ¿es verdad que vuestro Gary está realmente muerto, como el otro Gary?
– Es verdad, sabia madre.
-¿Es verdad que sin un Gary no podéis encontrar vuestra camino de regreso hacia vuestra gente?
– Es verdad, inteligente madre de muchos, la jungla nos destruiría.
Se calló e hizo un gesto a una de su corte. La /font>
Por fin lo destapó, y se lo ofreció:
-¿Es vuestro?
Era un libro grande. Sobre la tapa, en adornadas letras se leía esta inscripción:
DIARIO DE NAVEGACION del ASTARTE
Tex lo miró y dijo:
-¡Por todos los fuegos de San Telmo, no puede ser!
Matt lo observó fijamente y murmuró:
– Debe serlo. La perdida primera expedición. No fracasaron… llegaron aquí.
También Oscar se quedó estudiándolo, y no dijo nada hasta que la madre de la ciudad repitió su pregunta, con impaciencia:
-¿Es vuestro?
-¿Eh? ¿Qué? ¡Oh, seguro! Inteligente y sabia madre, esto pertenecía a la madre de la madre de mi madre. Somos sus «hijas».
– Entonces, es vuestro.
Oscar lo cogió, y cautelosamente abrió las frágiles páginas. Miraron con asombro la primera entrada de «despega la nave», pero más específicamente al año, en la columna de fechas: «1981».
-¡Venerado Moisés! – resopló Tex -. Mirad esto… pero miradlo. Hace cien años.
Lo hojearon. Había páginas y páginas de entradas de una línea: «En caída libre, posición conforme a lo previsto», que pasaron por alto rápidamente, salvo en el caso de una: «Navidad. Se cantaron villancicos después de la comida del mediodía.»
Buscaban las entradas de después del aterrizaje. Tuvieron que recorrerlas rápidamente, puesto que la madre de muchos se impacientaba: «clima no peor que el de los trópicos más calurosos de la Tierra durante la estación de las lluvias. La forma de vida dominante parece ser un gran anfibio. Definitivamente, este planeta puede ser colonizado».
… los anfibios tienen una inteligencia considerable y parece que hablan entre ellos. Son amables, intentamos superar el abismo semántico».
«.:.Hargraves ha contraído una infección, aparentemente de hongos, que recuerda desagradablemente a la lepra. El cirujano le está cuidando, experimentalmente». después de la ceremonia del funeral, el cuarto de Hargraves fue esterilizado».
La escritura cambiaba poco después. La madre de la ciudad se estaba poniendo tan obviamente descontenta, que solamente miraron a los dos últimos apuntes: « .. .Johnsson continúa debilitándose, pero los nativos nos ayudan mucho». Ahora, mi mano izquierda está inútil. He tomado la decisión de abandonar la nave, y ponerme en manos de los nativos. Tomaré este diario conmigo y lo acabaré, si es posible».
La escritura era firme y clara, pero la veían borrosa, pues sus ojos se estaban llenando de lágrimas.
Inmediatamente, la madre de muchos ordenó presentarse al grupo acostumbrado que llevaba a los humanos dentro y fuera de la ciudad. No estaba dispuesta a detenerse para hablar, y cuando el viaje empezó, no hubo ninguna posibilidad de hacerlo, hasta llegar a tierra firme.
– Mira, Os – empezó a decir Tex, tan pronto como se hubo sacudido el agua de encima.
-¿Crees realmente que nos está llevando a la Astarte?
– Puede ser. Probablemente.
-¿Piensas que tenemos alguna posibilidad de encontrar la nave intacta? – intervino Matt.
– Ni una. Ni una en este mundo. No podría quedar combustible en sus tanques. Es imposible. Has visto lo que le ocurrió a la navecilla, ¿qué piensas que le habrá hecho un siglo a la Astarte? – se calló, parecía pensativo. De todas maneras, no me dejaré engañar otra vez por mis esperanzas. No podría aguantarlo tres veces. Es demasiado.
– Creo que tienes razón – asintió Matt -. Entusiasmarse no serviría de nada. Debe ser un montón de herrumbre bajo una cubierta de lianas.
-¿Quién decía algo a propósito de no entusiasmarse? – contestó Oscar -. Estoy tan excitado, que apenas si puedo hablar. Pero no pienso en la Astarte como en un posible medio de volver, pienso en ella históricamente.
– Tú piensa en ella de esta manera – le dijo Tex -. Pero yo soy creyente y nunca pierdo las esperanzas, y quiero salir de este vertedero.
-¡Oh, saldrás, algún día vendrán a buscarnos… y acabarán la misión que echamos a perder!
– Mira – le contestó Tex -. ¿Por qué no nos damos un permiso, y no pensamos en la misión durante el próximo kilómetro? Estos insectos son algo feroz. Tú ocúpate de Oscar y yo pensaré en el hijo favorito de mamá Jarman. Me gustaría estar de nuevo en nuestra vieja Triplex.
-¿No eras tú el que siempre decía que la Triplex era un manicomio?
– Pues me equivocaba. Puedo rectificar.
Llegaron a uno de los raros promontorios del suelo, a unos tres metros por encima del nivel del agua. Los nativos empezaron a murmurar y a tartamudear nerviosamente entre ellos. Matt oyó la palabra venusiana que significaba «Tabú».
-¿Oíste esto, Os? – dijo en básico -. Tabú.
– Si, creo que la madre no les dijo a dónde los llevaba.
La columna se paró y se desplegó; los tres cadetes se adelantaron, apartando las plantas exuberantes, y entraron en un claro.
Frente a ellos, con sus alas inclinadas festoneadas de lianas y con todo su casco recubierto por una substancia translúcida, estaba la Nave Cohete de la Patrulla Astarte.
XVII
Pasteles calientes para el desayuno
La madre de la ciudad estaba de pie, al lado de la Astarte, bajo el ala de estribor. Dos de sus «hijas» estaban trabajando en la puerta, utilizando vejigas para rociar un líquido alrededor de los bordes. La capa translúcida que cubría el casco se disolvía cuando el líquido la tocaba. Cogieron un borde libre de la capa recubridora y empezaron a pelarla.
– Mira eso – dijo Tex -. ¿Has visto lo que han hecho? La nave está «venusizada».
La utilización que hacia del término era un tanto libre, un objeto que ha sido «planetizado» es aquel que ha sido estabilizado contra ciertas condiciones típicas del planeta en cuestión, tal como lo define por pruebas la Oficina de Normas; por ejemplo, un objeto inscrito en la edición colonial del Catálogo Sears y Montgomery, como «venusizado» está, de este modo, garantizado para resistir la humedad excesiva, los hongos exóticos, y algunos de los animales dañinos del planeta. La Astarte estaba meramente envuelta en una funda.
– Lo parece – asintió Oscar, controlando cuidadosamente su voz -. Parece hecho con una pistola pulverizadora.
– Apuesto cinco contra diez a que aquí no han empleado una pistola pulverizadora. Lo hicieron las venusianas – Tex dio un palmetazo a un insecto. ¿Sabes lo que esto significa, Os?
– Ya lo había pensado, pero no tengas demasiadas esperanzas. Y no intentes dármelas tampoco. Cien años es un tiempo muy largo.
– Os, siempre te estás haciendo mala sangre.
Las pequeñas obreras teman dificultades. La parte superior de la puerta era mucho más alta de lo que podían alcanzar, y ahora estaban intentando subirse unas encima de otras, pero como no tenían realmente hombros, apenas sí podían hacerlos. Matt le dijo a Oscar:
-¿Por qué no las ayudamos?
– Voy a ver – Oscar se adelantó y sugirió que los cadetes se encargaran del trabajo de rociar el disolvente. La madre le miró.
-¿Os puede crecer una nueva mano, si fuera necesario?
Oscar admitió que no.
– Entonces, no os entrometáis en lo que no entendéis.
Utilizando sus propios métodos, las nativas pronto dejaron la puerta lista. Estaba cerrada, pero no con llave; sin embargo se negó a abrirse por un momento, hasta que de repente cedió. Subieron corriendo la cámara de descompresión.
– Esperad un minuto – murmuró Matt -. ¿No creéis que tendríamos que hacerlo con calma? No sabemos si la infección que cogieron ha desaparecido.
– No seas tonto – murmuró Tex a su vez -. Si tu inmunización no hubiera sido eficaz, hace mucho tiempo que serías un bicho muy enfermo.
– Tex tiene razón, Matt. Y no tenéis que murmurar. Los fantasmas no os pueden oír.
-¿Cómo lo sabes? – objetó Tex -. ¿Eres doctor en fantasmología?
– No creo en los fantasmas.
– Yo sí. Mi tío Bodie se quedó durante una noche…
– Entremos – insistió Matt.
El pasillo de detrás de la puerta interior estaba oscuro, a excepción de la luz que se filtraba por la cámara de descompresión. El aire tenía un olor extraño, no estaba precisamente viciado pero sí sin vida; viejo y enrarecido.
La sala de control era obscura pero estaba suficientemente iluminada, pues la luz del exterior se filtraba por la funda que todavía cubría la portilla de cuarzo del piloto. La sala era muy estrecha. Los cadetes estaban acostumbrados a naves modernas, espaciosas; pero las alas de la Astarte daban una impresión falsa, de gran tamaño. Por dentro, era más pequeña que una navecilla auxiliar.
Tex empezó a murmurar algo acerca de:
– Hombres valientes – pero se interrumpió de repente -. Mirad esta maldita cosa ¡y pensad que realmente hicieron un vuelo interplanetario con esto!. Mirad el tablero de control. ¡Vamos, es tan primitivo como el de un bote de remos! Y sin embargo se arriesgaron. Te recuerda a Colón y a la Santa María.
– O los barcos de los vikingos – sugirió Matt.
– Entonces sí que eran hombres… – asintió Oscar, sin gran originalidad, pero con gran sinceridad.
– Lo puedes decir en voz alta – comentó Tex -. No hay porque dar rodeos, amigos, nacimos demasiado tarde para el tiempo de la aventura. Vamos, que ni tan siquiera se dirigían a un puerto conocido: despegaban hacia lo desconocido simplemente esperando tener la suerte de poder volver.
– No volvieron – dijo Oscar suavemente.
– Hablemos de otra cosa – suplicó Matt -. Esto me da piel de gallina.
– De acuerdo – convino Oscar -, de todas formas, es mejor que vuelva a ver lo que su real señoría está haciendo.
Se fue, y volvió casi enseguida, acompañado por la madre de la ciudad.
– Estaba esperando que la invitáramos – dijo llamándoles, en Básico -, muy ofendida de que la hayamos olvidado. Ayudadme a lisonjearla.
La dignataria nativa resultó serles útil: salvo la sala de control, los otros sitios estaban demasiado oscuros para ella. Se acercó a la puerta. Expresó sus deseos, y volvió con una de las esferas naranjas brillantes que utilizaban para iluminar. Era un pobre sustituto de una linterna, pero era tan eficaz como una vela.
Por todas partes, la nave estaba ordenada y limpia, exceptuando una ligera capa de polvo.
– Di lo que quieras, Oscar – comentó Matt- Pero yo empiezo a tener esperanzas. No creo que haya nada malo en esta nave. Parece que la tripulación se haya ido a dar un paseo. Tal vez podremos hacerla funcionar.
– Estoy a punto de pasarme al bando de Oscar – objetó Tex -. He perdido mi entusiasmo: preferiría bajar las cataratas del Niágara dentro de un tonel.
– Volaron en ella – señaló Matt.
– Seguro que lo hicieron, y me descubro ante ellos. Pero se necesita ser un héroe para volar en un trasto tan primitivo como éste, y no soy ningún héroe.
En este momento, la madre de muchos perdió todo tipo de interés y salió de allí. Tex tomó la esfera naranja y continuó mirando por alrededor, mientras Matt y Oscar examinaban cuidadosamente la sala de control. Tex encontró un cajón, conteniendo pequeños paquetes cerrados marcados: «Efectos personales de Roland Hargraves», «Efectos personales de Rupert H. Schreiber», y otros nombres. Los volvió a guardar cuidadosamente.
En este momento le llamó Oscar.
– Creo que seria mejor que nos marcháramos. Su señoría lo insinuó, cuando se fue.
-¡Venid a ver lo que encontré! ¡Comida!
Matt y Oscar fueron a la puerta de la despensa de la cocina.
-¿Crees que todavía estará buena? – preguntó Matt.
-¿Por qué no? Todo está enlatado. Aguarda un momento y lo sabremos – Tex se sirvió de un abrelatas- ¡ Puf! – dijo luego. ¿Alguien quiere probar carne de vaca embalsamada? Tíralo fuera, Matt, antes de que apeste este Sitio.
– Ya lo he hecho.
-¡Pero mirad esto! – Tex llevaba una lata que decía: «Harina para hacer pasteles calientes», marca «Vieja Plantación>. Esto no puede estar estropeado, pasteles calientes para el desayuno, tropas. Apenas sí puedo esperar.
-¿Cómo pueden hacerse buenos pastelillos sin jarabe?
– Todas las comodidades de casa: tenemos media docena de latas de esto – alzó una en la que ponía:
«Auténtica miel de arce de Vermont, sin adulterantes».
Tex quería llevarse un poco Oscar lo impidió, por razones prácticas y diplomáticas. Tex sugirió que se quedaran en la nave.
– Luego, Tex, luego – asintió Oscar – ¿Has olvidado al Teniente Thurlow?
– Sí que lo hice. Me callo la boca.
– Hablando del señor Thurlow – propuso Matt – Me habéis dado una idea. No toca a mucho de ese picadillo nativo, incluso cuando parece que ya está saliendo bastante bien de su estado. ¿Qué opináis de esta miel de arce? Le podía dar de comer esto con una vejiga.
– No le puede hacer daño, y tal vez le ayude – decidió Oscar -. Llevaremos la mitad de la miel con nosotros.
Tex cogió las latas, Matt puso el abrelatas en su bolsillo y salieron.
Matt se alegró de encontrar a Th'wing vigilando en el cuarto de Thurlow cuando volvieron, le resultaría más fácil discutir con ella que con las otras enfermeras. Le explicó lo que pensaba, con corteses metáforas. Ella aceptó una lata que Matt había abierto y probado de antemano, y dio la vuelta, disculpándose, mientras también ella lo probaba.
Lo escupió.
– ¿Está seguro de que esto no hará daño a vuestra madre enferma?
Matt comprendió sus dudas, puesto que la dieta de las venusianas está compuesta de féculas y proteínas, no de azúcar. Le aseguró que aquello ayudaría a Thurlow. Vertieron el contenido en una vejiga.
Aquella noche, después de la cena, los cadetes discutieron lo que harían con la Astarte. Matt insistía en que se podía hacerla volar; Tex seguía opinando que sería una locura intentarlo:
– Puede ir lo bastante alto como para estrellarse, no más alto.
Oscar escuchó, luego dijo:
-¿Matt, has revisado 105 tanques? – Matt admitió que lo había hecho -. Entonces, sabes que no hay combustible.
– Si es así, ¿por qué discutes? – le interrumpió Tex -. La cuestión está zanjada.
– No, no lo está – anunció Oscar -. Intentaremos hacerla volar.
-¿ Que?
– No puede volar, pero de todas maneras lo intentaremos – continuó Oscar.
– Pero, ¿por qué?
De acuerdo: escucha el porqué. Si nos quedamos aquí durante bastante tiempo la Patrulla vendrá y nos encontrará, ¿verdad?
– Probablemente – asintió Matt.
– Absolutamente seguro. Es la manera de trabajar de la Patrulla. No nos abandonarán. Considera la búsqueda de ¡a Pathfinder: cuatro naves, mes tras mes!. Si no les hubiera matado un accidente, la Patrulla les hubiera llevado vivos de vuelta a casa. Todavía vivimos y estamos en algún sitio, cerca de nuestro destino inicial. Nos encontrarán… el retraso en empezar la búsqueda significa, simplemente, que no están seguros de que estemos perdidos. No hace tanto tiempo que estamos sin contacto. De todas maneras, sabíamos que no había ninguna nave preparada en Venus, ni en el Polo Norte ni el Polo Sur, para intentar una búsqueda ecuatorial, o sino no hubiéramos tenido que ocuparnos nosotros de la misión, por lo tanto, puede que pase algún tiempo antes de que vengan a buscarnos. Pero vendrán.
– Entonces, ¿por qué no esperamos? – insistió Tex.
– Por dos razones. La primera es el jefe: tenemos que llevarle a un hospital adecuado, antes de que se consuma y muera.
– Y matarle en el despegue.
– Tal vez. Esto no le preocuparía, creo. La segunda razón es que somos la Patrulla.
-¿Huh? Explícame esto.
– Existe la seguridad de que la Patrulla no dejará de buscarnos. Bueno, si éste es el tipo de organización de la Patrulla, y nosotros formamos parte de la Patrulla, cuando nos encuentren, nos hallarán haciendo todo lo posible para despegar sin ayuda, y no sentados tranquilamente esperando que alguien nos recoja.
– Te entiendo – dijo Tex -. Esperaba que tu pequeño cerebro bullicioso llegara al fin a imaginar algo así. Muy bien, puedes inscribirme como héroe, pero de mala gana. Creo que me iré a dormir; este trabajo de héroe va a ser laborioso y fastidioso.
De hecho era laborioso. Las venusianas continuaron ayudando pero el trabajo principal de intentar equipar una nave para el espacio tenía que ser hecho por humanos. Con el permiso de la madre de la ciudad Oscar trasladó su cuartel general a la Astarte. No movieron a Thurlow, pero hicieron arreglos para que un cadete fuera llevado cada día a la ciudad, para vigilar a Thurlow y llevarle alimentos. Quedaban pocas provisiones de alimentos en la Astarte que aún fueran comestibles.
Sin embargo, la mezcla para panqueques era utilizable. Tex había construido una especie de quemador de aceite, pues aún no tenían energía eléctrica, y había llenado el artefacto con aceite de pescado que les habían dado las nativas. Con esto cocinó los pasteles calientes. Eran notablemente peores que todos los que cualquiera de ellos había probado, puesto que la harina había envejecido y cambiado de gusto. Y no tenían ninguna tendencia a hincharse.
Pero eran pasteles calientes, y se los comieron cubiertos de miel de arce. Era una ceremonia, al empezar cada día de trabajo, tomarlos a hurtadillas detrás de la puerta cerrada, para no ofender a sus puritanas amigas.
Empezaron una campaña sistemática para recuperar de las otras naves todo lo que pudiera ser necesario para abastecer a la Astarte. En esto también dependían de las nativas: Matt o Tex podían escoger lo que querían, pero era el Pequeño Pueblo quien lo tenía que transportar todo a lo largo de muchos kilómetros por pantanos, estanques y junglas vírgenes.
Hablaban del vuelo como si realmente esperaran hacerlo:
– Me das un radar – le dijo Matt a Oscar -, cualquier tipo de radar de aproximación, de modo que tenga una posibilidad de aterrizar y la haré bajar en algún sitio cerca del Polo Sur. Te puedes olvidar de esas memeces de la astrogación; lo haré por pura navegación instrumental.
Se habían decidido por New Auckland, en el Polo Sur, como punto de destino. El Polo Norte hubiera sido igualmente razonable, pero lo que decidió el asunto fue el que Oscar era colonial del Sur.
Oscar había prometido el radar, sin saber aún como podría hacerlo. La Gary era la única esperanza; su sala de comunicaciones había quedado destrozada, pero Oscar tenía esperanzas de salvar su radar de popa. Se puso al trabajo, lanzando juramentos ante la imposibilidad de hacer un trabajo delicado con un brazo en cabestrillo.
Pocas cosas se podían salvar de la navecilla auxiliar y nada de ello estaba completamente intacto. Primeramente, Oscar había intentado utilizar el equipo de radar de la Astarte, pero había desistido: un siglo de diferencias en tecnología le había desconcertado. Los circuitos electrónicos de la Astarte no eran solamente mucho más complicados, sino también menos eficientes que el sistema que conocía, además la nomenclatura era diferente, por ejemplo las marcas que había sobre una simple resistencia eran chino para él.
En cuanto a los circuitos de radio, la única instalación emisora que podía funcionar era un radioteléfono de un traje espacial de la Gary.
A pesar de eso, llegó la mañana en la que ya habían hecho todo lo que se podía. Tex estaba distribuyendo pasteles calientes.
– Me parece – dijo -, que estaríamos listos para irnos, si tuviéramos el combustible adecuado.
-¿Cómo dices eso? – preguntó Matt -. ¡Si el tablero de control ni siquiera está conectado con el retropropulsor!
-¿Y qué? De todas formas voy a tener que regular la entrada de combustible a mano. Voy a tomar esta pieza enorme de tubería que sacamos de la Gary y llevarla desde donde tú estés hasta mi puesto, junto al control del cohete. Podrás chillar tus órdenes por ella y, si me gustan, las cumpliré.
-¿Y si no te gustan?
– Entonces haré otra cosa. No te pases con la miel, Os, es el último que queda.
Oscar se detuvo con la lata de jarabe en medio del aire.
– Oh, perdona, Tex. Ven, déjame verter un poco de mi plato en el tuyo.
– No te preocupes. Era solamente una observación espontánea. A decir verdad, estoy harto de pasteles calientes. Los hemos comido cada día, desde hace dos semanas, sin nada más para romper la monotonía que el picadillo a «la nativa».
– Yo también estoy harto, pero no era cortés decirlo, dado que tú cocinabas – Oscar empujó su plato. No me importa que la miel se acabe.
– Pero no está acabada… – les interrumpió Matt.
-¿Te preocupa algo, Matt?
– No, ya nada – continuó pensativo.
– Entonces, cierra la boca. Oye Os, si tuviéramos el combustible adecuado para la nave, ¿qué escogerías?
– Hidrógeno monoatómico.
-¿Por qué escoger la única cosa que esta nave no puede quemar? Yo escogería alcohol y oxígeno.
– Puesto que no tienes ni una cosa ni la otra, ¿por qué no desear lo mejor?
Porque nos hemos puesto de acuerdo para jugar este juego con seriedad. Ahora, tenemos que continuar intentando hacer combustible, desde este momento hasta que nos encuentren. Por eso dije alcohol y oxigeno. Construiré algún tipo de alambique, y empezaré a trabajar en destilar alcohol mientras tú y Matt pensáis cómo se podría conseguir oxígeno líquido con solamente vuestras manos y el equipo de una nave.
-¿Cuánto tiempo crees que vas a necesitar para destilar varias toneladas de alcohol, con lo que puedas improvisar?
– Aquí está lo gracioso del caso. Estaré todavía trabajando en esto, como un muchachito aplicado, tan ocupado como un fabricante de licor ilegal cuando vengan a buscarnos. Di, ¿ya te hablé de mi tío Bodie y los fabricantes de licor ilegales? Parece…
– Mirad – le interrumpió Matt- ¿no os gustaría fabricar un poco de miel de arce… aquí?
-¿Qué? ¿Por qué molestarse con esto? Estamos hartos de pasteles calientes.
– Yo también, pero querría saber como se puede fabricar miel de arce, aquí mismo. O, mejor dicho, cómo lo pueden hacer las nativas.
-¿Estás desvariando, o es un acertijo?
– Nada de eso. Pero me acabo de acordar de algo que había examinado. Dijiste que ya no había más miel de arce, y estaba a punto de decir que todavía quedaba mucho, en el cuarto de Thurlow.
Dos días antes, Matt estaba de turno para ir a la ciudad. Como de costumbre, había ido a visitar el cuarto de Thurlow. Su amiga Th'wing estaba de guardia y le dejó solo con el Teniente, durante unos veinte minutos.
Mientras tanto el enfermo se había despertado y Matt quería darle de beber. Había varias vejigas para beber a su lado. Resultó que la primera que Matt cogió estaba llena de miel de arce, y también la siguiente y la siguiente, en realidad la fila entera de ellas. Después encontró la que quería, sobre la litera.
– No pensé nada en este momento, estaba ocupado con el Teniente. Pero eso es lo que me intriga, ha tomado bastante miel, se puede decir que ha vivido de esto. Abrí la primera lata cuando se la llevamos por primera vez, y yo mismo abrí las otras latas, cuando hizo falta… Th'wing no podía manejar el abrelatas. Por lo tanto, sé que la miel casi estaba acabada.
-¿De dónde venía el resto de la miel?
– Caramba, supongo que los nativos lo fabrican – contestó Oscar -. No les resultaría demasiado difícil de obtener azúcar de alguna de las plantas de por aquí. Hay un tipo de hierba parecido a la caña de azúcar, allá cerca de los Polos, pudieron encontrar algo similar.
-¡Pero Os, aquello era miel de arce!
-¿Qué? No podía serlo, tu sentido del sabor se debe haber trastornado.
– Te digo que era arce.
– Bueno, fuera lo que fuera… y date cuenta que no puedo aceptar que se pueda obtener el verdadero sabor a arce, de este lado de Vermont, ¿qué más da?
– Creo que hemos pasado por alto algo. Hablabais de destilar alcohol, pues apuesto a que los nativos pueden conseguir alcohol, en cualquier cantidad.
– Oh – Oscar lo pensé. Probablemente tienes razón. Son muy hábiles a propósito de este tipo de cosas, como eso que utilizaron para convertir el fango en jalea y los disolventes con que limpiaron la nave. Son químicas aficionadas, de cocina.
– Tal vez no sean químicas aficionadas, de cocina. Tal vez sean verdaderas químicas.
-¿Qué? – dijo Tex -. ¿Qué quieres decir, Matt
– Lo que dije. Queremos el combustible de despegue para la Astarte, tal vez si hubiéramos tenido sentido común para pedírselo a la madre de muchos lo hubiéramos tenido ya.
Oscar movió la cabeza.
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