- Base Tierra
- Procesos de eliminación
- Pasando los ?baches?
- Primera revista de tropas
- En el espacio
- Lectura, escritura y aritmética
- Para convertirse en un hombre del espacio
- Estación Tierra
- Largo recorrido
- Quis custodiet ipsos custodes?
- N.C.P. Aes Triplex
- N.C.P. Pathfinder
- Un largo viaje de regreso
- Los nativos son amistosos
- Comer tarta con un tenedor
- N.C.P. Astarte
- Pasteles calientes para el desayuno
- En el despacho del Comandante
I
«Para MATTHEU BROOKS D0DSON», decía el papel en sus manos. «Felicidades: Habiendo pasado con éxito las pruebas de eliminación, para el nombramiento como Cadete en la Patrulla Interplanetaria, está autorizado a presentarse al comandante, Base Tierra, Campo de Santa Bárbara, Colorado, Unión de América del Norte, Tierra, el 1 de julio del 2075 o antes, para un examen más completo. Le rogamos que recuerde que la mayoría de los candidatos participantes en estas pruebas últimas acostumbran a fallar y debe estar preparado para esta eventualidad.»
Matt plegó el papel y lo dejó otra vez en el bolsillo de su cinturón. No le importaba pensar en la posibilidad de fracaso. El pasajero de enfrente, un chico de la misma edad que él, atrajo su mirada.
– Me parece que conozco este papel, ¿candidato también?
– Sí, eso es.
– Bueno, chóquela, me llamo Jarman, vengo de Texas.
– Encantado de conocerle, Tex. Me llamo Matt Dodson, y vengo de Des Moines.
– Hola, Matt. Ya tendríamos que haber llegado
-El coche roncó suavemente y moderó su marcha; los asientos se bambolearon con la rápida desaceleración. El coche se paró y los asientos volvieron a la posición normal -. Aquí estamos -terminó Jarman.
La pantalla de televisión que estaba al otro extremo del coche, en la que un momento antes se vela una belleza rubia anunciando el Jabón Super Astral de Sorkin, ahora dejaba leer: ESTACIÓN BASE TIERRA. Los dos chicos cogieron sus maletas y salieron de prisa. Un momento más tarde, estaban en la escalera mecánica, subiendo a la superficie.
Frente a la estación, a un kilómetro de distancia, estaba Hayworth Hall, bajo un aire frío y transparente, cuartel general en la Tierra de la fabulosa Patrulla. Matt lo miró con asombro, intentando darse cuenta de que al final lo veía.
Jarman le empujó.
-Vamos.
-Oh, naturalmente.
Un par de aceras mecánicas se desplegaban de la estación hacia el vehículo. Se subieron en la que iba hacia el inmueble. La acera estaba abarrotada de gente, más chicos salían de la estación tras ellos. Matt se fijó en dos de ellos, de rasgos morenos y delgados, que llevaban unos turbantes muy apretados y altos, aunque, por lo demás, iban vestidos como los otros. Un poco más lejos, en el paseo, divisó un joven alto y guapo cuya cara impasible era de un color negro brillante.
El tejano metió sus pulgares en su cintura y observó a su alrededor.
-Abuelita, mata otro pollo -dijo, tenemos compañía para cenar. Hablando de esto, espero que no tardaremos mucho en comer. Estoy hambriento.
Matt extrajo un dulce de su bolsillo, lo partió y dio la mitad a Jarman, que lo aceptó agradecidamente.
-Eres un buen camarada, Matt, he vivido de mis propias grasas desde el desayuno, y esto es arriesgado. Eh, tu teléfono está sonando.
-¡Oh! -Matt buscó a tientas en sus bolsillos y sacó su teléfono -. ¿Hola?
-¿Eres tú, hijo? -dijo la voz de su padre.
-Sí, papá.
-¿Has llegado bien?
-Oh si, estoy a punto de presentarme.
-¿Cómo está tu pierna?
-Está bien, papá -su respuesta no era franca. Su pierna derecha, que acaba de recuperarse de una reciente operación de un tendón de Aquiles demasiado corto, le dolía mientras hablaba.
-Muy bien. Ahora mira, Matt, si lo que pasara es que no fueras escogido, no desesperes. Llámame en seguida y…
-Sí, sí, papá -cortó Matt-. Tengo que colgar, estoy en medio de la muchedumbre. Hasta luego. Gracias por llamarme.
-Buena suerte, hijo. Adiós.
Tex Jarman le miró de manera comprensiva. Tus viejos se preocupan todavía, ¿no? Yo engañé a los míos, poniendo mi teléfono en la maleta. La acera mecánica tomó una pronunciada curva antes de regresar. Bajaron con la muchedumbre, enfrente de Hayworth Hall. Tex se paró para leer la inscripción encima del gran pórtico.
– Quis custodi…
-¿Qué dice, Matt?
-Quis custodiet ipsos custodes. Que en latín, quiere decir: ¿Quién vigilará a los guardias?
-¿Lees latín, Matt?
-No, solamente me acuerdo de esto, de un libro sobre la Patrulla.
La rotonda de Hayworth Hall era enorme y aún parecía más grande, porque, a pesar de una brillante iluminación a nivel del suelo, el techo en forma de domo no reflejaba ninguna luz; estaba negro como la media noche y tachonado de estrellas. Estrellas conocidas: la resplandeciente Orión hacía frente a la cabeza amenazante de Tauro; la forma familiar de la Osa Mayor bamboleaba sobre su brazo roto en el horizonte Nornoreste; brillaba exactamente al sur, encima de las Siete Hermanas.
La ilusión de estar al aire libre, durante la noche, era muy fuerte. Las paredes y el suelo, iluminados al nivel de la gente que andaba, hablaba y corría, no parecían más que una pequeña banda de luz, un círculo de calor y de confort, contra la inmensidad horrible del espacio, como carretas en la pradera dispuestas en círculo para la noche, bajo un cielo desierto y ardiente.
Los chicos contuvieron su respiración, como lo hacían todos los que lo veían por primera vez. Pero no tuvieron tiempo de maravillarse ya que otra cosa atraía su atención. El suelo de la rotonda se hundía varios metros por debajo del nivel por donde habían entrado; estaban en un balcón que se extendía alrededor de la enorme sala, rodeando un hoyo, inmenso, circular y poco profundo. En este hoyo una astronave rota estaba abandonada sobre un lecho de rocas y de arena como si al aterrizar se hubiera estrellado, cayendo desde este cielo de imitación
– Es el Kilroy – dijo Tex, casi como silo dudara.
– Debe serlo – convino Matt, en un susurro.
Andaron hasta la barandilla del balcón y leyeron una placa puesta allí:
«Cadete del Espacio. »La primera nave interplanetaria: Nave Cohete USSF Kilroy estuvo aquí. »De la Tierra a Marte y vuelta: Teniente Coronel Robert de Fries Sims, Comandante; Capitán Saul S. Abrams; Sargento Primero Malcolm Mac Gregor. Ninguno sobrevivió al aterrizaje de vuelta. Descansen en Paz.»
Se unieron a otros dos chicos y miraron a Kilroy con asombro. Tex empujó a Matt.
-¿Ves la marca en la tierra, donde cayó? Dime, ¿crees que construyeron esto justo encima de donde estaba?
Uno de los otros dos, un chico robusto de un metro ochenta, de pelo moreno, contestó:
– No, el Kilroy aterrizó en Africa del Norte.
– Pues deben haberlo arreglado para que lo parezca. ¿Eres candidato, también?
– Eso es.
– Soy Bill Jarman, de Texas. Y aquí está Matt Dodson.
– Soy Oscar Jensen, y éste es Pierre Armand.
– Hola, Oscar, encantado de conocerte, Pierre.
– Llámame Pete – dijo Armand. Matt observó que hablaba un inglés básico con cierto acento, pero no sabía de dónde. Su manera de hablar era extraña, también se le notaba un vago tartamudeo. Volvió a mirar hacia la aeronave.
-¿Te imaginas tener tripas como para ir al espacio en una caja de galletitas como ésta? – dijo – Me da miedo pensarlo.
– A mí también – reconoció Óscar Jensen.
– Es vergonzoso – dijo Pierre, a media voz.
-¿Qué, Pete? – preguntó Jarman.
– Que su suerte no siguiese. Puedes ver que era un aterrizaje casi perfecto: no se desplomaron, porque en este caso no quedaría nada más que un hueco en el suelo.
– Cierto, creo que tienes razón. Oye, hay una escalera, allá lejos. ¿La ves, Matt? ¿Crees que podríamos verlo por dentro?
– Tal vez – le dijo Matt -, pero pienso que lo mejor sería dejarlo para otro momento. Tenemos que presentarnos, ¿sabes?
– Mejor que vayamos todos – convino Jensen -. ¿Vienes, Pete?
Armand fue para coger su maleta. Óscar Jensen le apartó y la cogió junto con la suya.
– No es necesario – protestó Armand, pero Óscar le ignoró.
Jarman miró a Pierre.
-¿Te sientes mal, Pete? – preguntó-. Noto que pareces enfermo, ¿qué te pasa?
Sí lo estás – intervino Matt -, solicita un aplazamiento.
Armand parecía avergonzado.
– No está enfermo y pasará los exámenes – dijo Jensen con firmeza -. Olvidadlo.
– Bueno, bueno – repuso Tex. Siguieron a la muchedumbre y encontraron un anuncio que ordenaba a todos los candidatos que se presentaran en la sala 3.108. Pasillo número tres. Localizaron el pasillo tres, subieron a la acera mecánica, y dejaron sus maletas en el suelo.
– Dime, Matt – dijo Tex -, ¿quién era Kilroy?
– Déjame ver -contestó Matt -. Fue alguien de la Segunda Guerra Global, un Almirante creo. Sí. Almirante «Bull» Kilroy, me parece recordar.
– Es curioso que le dieron el nombre de un almirante.
– Fue un almirante que volaba.
– Eles un maldito sabelotodo – dijo Tex con admiración -. Creo que me pegaré a ti durante las pruebas.
Matt le ignoró.
– Es simplemente un hecho que recuerdo.
En la sala 3.108, una atractiva joven rechazó sus credenciales pero les tomó las huellas digitales. Las introdujo en una máquina que estaba a su lado. La máquina rápidamente arrojó unas hojas de instrucción, encabezadas por el nombre, número de serie, huella digital y fotografía de cada candidato, junto con la colocación temporal de cuarto y mesa.
La chica les dio las hojas y les dijo que esperaran en la puerta de al lado. Se despidió bruscamente.
– Me gustaría que no hubiera sido tan ruda -se quejó Tex, mientras se marchaban -. Quería preguntarle su número de teléfono, ¿sabes? – luego continuó, estudiando su hoja -. Aquí, no te queda tiempo para hacer la siesta.
-¿Lo esperabas? – preguntó Matt.
– No, pero puedo soñar, ¿verdad?
La sala contigua estaba llena de bancos pero los bancos estaban llenos de chicos. Jarman se paró frente a un banco ocupado por tres grandes cajas, un pequeño refrigerador portátil floreado, y una funda de banjo. Un joven de tez rosada estaba sentado al lado.
-¿Es tuyo? – le preguntó Tex.
El joven lo admitió de mala gana.
-¿No te molesta si lo aparto y me siento? – continuó Tex. Empezó a poner las cosas en el suelo. El propietario parecía descontento, pero no dijo nada.
Habla sitio para tres. Tex insistió para que los otros se sentaran, y él se sentó sobre su bolsa, apoyándose sobre las rodillas de Matt, con sus piernas estiradas. Su calzado, que quedaba a la vista, parecía ser unas buenas botas del Oeste, con tacones altos y elegantes.
Un candidato que estaba frente a ellos miró las botas y habló con el chico de su lado.
-¡Fíjate en esas botas!
Tex resopló, y empezó a levantarse.
Matt puso una mano sobre su hombro, haciéndole retroceder.
– No vale la pena, Tex. Nos espera un día muy ajetreado.
Óscar asintió con la cabeza.
– Tómalo con calma, amigo.
Tex se calmó.
– Bueno, muy bien. Siempre lo mismo – añadió, mi tío Bodie le hubiera hecho morder el polvo por menos de esto.
Miró con furia al chico.
Pierre Armand se inclinó y habló con Tex:
– Perdóname, pero, ¿son realmente zapatos para montar a caballo?
– Sí, ¿qué crees que son? ¿Esquís?
– ¡Oh! Perdona, pero es que nunca he visto a un caballo.
-¿Qué?
– Bueno, sí – rectificó Oscar -, pero en el zoo.
-¿En un zoo? –repitió Tex.
– En el zoo de Nueva Auckland.
– Oh – dijo Tex -, entiendo. Eres un colonial de Venus, – entonces Matt se acordó de cuando habla oído este tartamudeo que le parecía vagamente familiar: en el discurso de un conferenciante. Tex se volvió hacia Pierre- Pete, ¿Vienes de Venus tú también?
– No, soy… – la voz de Pete quedó ahogada.
-¡Atención, por favor! ¡Silencio! -el que hablaba estaba vestido con el uniforme de un cadete del espacio, completamente desprovisto de adornos, y de un blanco perlado -. Todos – continuó, hablando con un altavoz de mano- los que tienen números en serie impares vienen conmigo. Tomen sus cosas. Números pares esperen aquí donde están.
-¿Números impares? – dijo Tex- ¡Yo!
Se puso de pie de un salto.
Matt miró sus instrucciones.
-¡Yo también!
El cadete bajó el pasillo que estaba frente de ellos. Matt y Tex esperaron que pasara por su lado. El cadete no estaba derecho, andaba un poco agachado, las rodillas relajadas y elásticas, las manos preparadas para agarrarse. Sus pies se deslizaban suavemente por el suelo. Tenía la gracia de un gato. Matt creyó que, si de repente la sala se pusiera al revés, el cadete aterrizaría sobre sus pies en el techo; lo que era perfectamente cierto.
Matt deseaba de corazón parecerse a este hombre. Mientras el cadete pasaba, el propietario del enorme equipaje le tiró de la manga:
-¡Eh… Señor!
El cadete se dio la vuelta rápidamente, se agachó y se detuvo con la misma velocidad.
-¿Si?
– Tengo un número impar pero no puedo transportar todo esto. ¿A quién puedo encontrar para ayudarme?
– No puede – el cadete empujó el montón con su pie -. ¿Todo esto es suyo?
– Sí, ¿qué hago? No puedo dejar esto aquí. Alguien me lo robará.
– No veo por qué tendrían que hacerlo – el cadete miró los bultos con aversión -. Devuélvalo de nuevo a la estación y mándelo a casa. O tírelo.
El joven palideció.
– Al final tendrá que hacerlo – continuó el cadete -, cuando suba a la nave escuela, allí solamente podrá llevarse diez kilos.
-Pero… bueno, supongamos que lo haga. ¿Quién me ayudará a llevarlo a la estación?
-Esto es problema suyo. Si quiere estar en la Patrulla, tendrá que aprender a solucionar sus propios problemas.
-Pero…
-Cállese -el cadete se marchó. Matt y Tex le siguieron.
Cinco minutos más tarde, Matt, desnudo como Adán, estaba llenando un saco, que llevaba su número de serie, con su propia bolsa y sus vestidos. Tal como le hablan ordenado, pasó una puerta, agarrando sus órdenes y a un residuo de dignidad. Se encontró con un grupo automático de baños que le ducharon, le restregaron, le aclararon y le secaron otra vez a la manera de una línea de montaje. Su hoja de instrucción era impermeable; sacudió de encima unas gotas de agua.
Durante dos horas, fue empujado, golpeado, aporreado, fotografiado, pesado, inyectado, probado y examinado, dejándole completamente desconcertado. Vio a Tex una sola vez, en otra cola. Tex se movió, se golpeó sus costillas desnudas, y tembló. Matt empezó a hablar pero su fila se adelantó.
Los médicos examinaron su pierna operada, la hicieron mover, 4e preguntaron la fecha de su operación y si le dolía. Reconoció que si. Otras fotografías fueron tomadas, otras pruebas hechas. Después le dijeron:
– Es todo, vuelva a su fila.
-¿Está bien, señor? – interpuso Matt.
– Probablemente. Le darán unos ejercicios. Adelante.
Mucho más tarde entró en una sala en la cual muchos chicos se estaban vistiendo. Sus pasos le condujeron por una plataforma para pesar; su cuerpo interrumpió los rayos de una fotocélula. Estando cerrado el relé, se produjo una operación automática basada en su peso, su altura, las dimensiones de su cuerpo. Luego, un bulto se deslizó por un plano inclinado y cayó frente a él.
Contenía ropa interior, un mono azul, un par de botas ligeras, todo a su medida.
Consideró el mono como algo temporal, pues estaba ansioso de cambiarlo por el uniforme de cadete, igualmente desprovisto de adornos pero de un color blanco-perlado. Los zapatos le gustaron mucho. Se los puso y cerró la cremallera, apreciando su suavidad y como le cubrían como guantes. Le parecía que podía pisar una moneda y decir si era cara o cruz. Unos «pies de gato»… ¡sus primeras botas del espacio! Dio unos pasos, intentando andar como lo había visto hacer antes el cadete.
-¡Dodson!
-Vengo. -Salió corriendo y pronto se encontró empujado a una sala, con un hombre más viejo, vestido de paisano.
– Siéntate. Soy Joseph Kelly – Cogió la hoja de instrucción de Matt -. Matthew Dodson. Encantado de conocerte, Matt.
-¿Cómo está, señor Kelly?
– Bastante bien. ¿Por qué quieres entrar en la Patrulla, Matt?
– Porque… humm… porque – Matt dudó -. Bueno, para decir la verdad, señor, estoy tan desorientado actualmente, que maldita sea si lo sé.
Kelly se rió entre dientes.
– Es la mejor respuesta que he oído hoy. ¿Tienes hermanos y hermanas, Matt -la conversación continuó; Kelly incitaba a Matt a hablar. Las preguntas eran bastante personales, pero Matt era bastante culto como para darse cuenta de que el señor Kelly era probablemente un psiquiatra; balbuceó una o dos veces pero intentó contestar de manera honesta.
-¿Me puedes decir ahora por qué quieres estar en la Patrulla?
Matt lo pensó.
– Desde que recuerdo, he querido ir al espacio.
-Viajar, ver planetas y gente extraña… eso se entiende, Matt. Pero, ¿por qué no en la marina mercante? La Academia es una larga y difícil prueba y tienes una probabilidad sobre tres de aprobar, aunque llegues a jurar como cadete, y solamente una cuarta parte de los candidatos serán aceptados. Pero podrías entrar en la escuela mercante. Te podrías trasladar hoy… y con tus cualificaciones te sería muy fácil conseguir ser piloto antes de tener veinte años ¿Qué te parece esto?
Matt se emperro.
-¿Por qué no, Matt? ¿Por qué insistes en intentar ser oficial en la Patrulla? Te trastornarán, te matarán a disgustos y nadie te agradecerá tus enormes esfuerzos. Te cambiarán tanto, que ni siquiera tu madre te reconocerá y no por esto te vas a sentir más contento. Créeme amigo, lo sé.
Matt no dijo nada.
-¿Todavía quieres intentarlo, sabiendo que las cosas están contra ti?
-Si, sí, creo que sí.
-¿Por qué, Matt?
Matt todavía dudaba. Finalmente contestó en voz baja:
-Bueno, la gente admira a los miembros de la Patrulla.
El señor Kelly le miró.
-Por ahora, basta como razón, Matt. Pero encontrarás otras… o te irás.
Un reloj en la pared gritó de repente:
-¡La una! ¡La una! -y añadió solícitamente-. Tengo hambre.
-Por Dios dijo Kelly-, yo también. Vamos a comer, Matt.
II
Las instrucciones de Matt le decían que tenía asignada la mesa 147, Refectorio Este. Un plano en el revés de la hoja indicaba donde estaba el refectorio Este. Por desgracia, no sabía dónde se encontraba él, pues había dado muchas vueltas durante la loca carrera de la mañana. Al principio se encontró solamente con importantes personajes, vestidos con el negro uniforme de la Patrulla, por lo que no pudo decidirse a preguntarle a ninguno de ellos.
Finalmente se orientó volviendo a la rotonda y empezando otra vez, pero le costó un retraso de diez minutos. Pasó a lo largo de una interminable fila de mesas, buscando el número 147, a la vista de todo el mundo. Cuando la encontró, estaba rojo de vergüenza.
Había un cadete a la cabeza de la mesa, los otros llevaban el mono de los candidatos. El cadete levantó la cabeza y dijo:
– Siéntese, señor… allá a la derecha. ¿Por qué se ha retrasado?
Matt tragó saliva.
– Me perdí, Señor.
Alguien sonrió. El cadete le lanzó una fría mirada.
– Usted, el de la sonrisa tonta de caballo. ¿Cuál en su nombre?
-¡Oh! Schultz, señor.
– Señor Schultz, no hay nada divertido en una respuesta honesta. ¿Nunca se ha perdido?
-¿Cómo? Bueno… Si, una o dos veces, tal vez.
– Humm… Me gustaría verle trabajar en astrogación, si es que llega tan lejos.
El cadete dio la vuelta hacia Matt.
-¿No tiene hambre? ¿Cómo se llama?
– Si, señor. Matthew Dodson, señor – Matt miró deprisa los controles que le hacían frente, rechazó la sopa y empujó los botones de «segundo plato», «postre» y «leche». El cadete continuaba mirándole, mientras la mesa le servia.
– Soy el Cadete Sabbatello. ¿No le gusta la sopa, señor Dodson?
– Sí señor, pero tenía prisa.
– No hay prisa, la sopa le sentará bien – el Cadete Sabbatello estiró un brazo y empujó el botón de sopa de Matt -. Además así le da al cocinero la oportunidad de poder limpiar el fogón.
El cadete se dio la vuelta, para alivio de Matt. Comió con ansia. La sopa era excelente, pero el resto de la comida parecía insípida, comparado con lo que le habían acostumbrado en casa.
Se quedó con los oídos atentos. Una observación del cadete se grabó en su memoria.
– Señor Van Zook, en la Patrulla nunca le preguntamos a un hombre de dónde es. Está bien que el Señor Romulus quiera decir que es de Manila, pero no es correcto que usted se lo pregunte.
La tarde estaba llena de pruebas: de inteligencia, control muscular, reflejos, tiempo de reacción, respuestas sensoriales. Otras le exigían hacer dos o tres cosas al mismo tiempo. Algunas parecían completamente tontas. Matt lo hizo todo lo mejor que pudo.
En cierto momento entró en una sala que sólo contenía una silla ancha y fijada al suelo. Un altavoz le dijo:
– Átese a la silla. Apretando los brazos de la silla se controla un destello de luz sobre la pared. Cuando las luces se apaguen, verá un circulo iluminado. Centre su destello de luz en el círculo y manténgalo centrado.
Matt se ató. Un destello de luz brillante apareció en la pared frente a él. Vio que el control de su mano derecha hacia mover la luz de arriba a abajo, mientras el de la mano izquierda la hacía mover de un lado a otro.
-¡Tranquilo! – se dijo Matt -. Me gustaría que empezaran ya.
Las luces de la sala se apagaron, el circulo luminoso se movió lentamente de arriba abajo. No encontró demasiado difícil llevar su destello de luz hasta el círculo y controlar el movimiento del mismo.
Entonces, su silla se puso boca abajo.
Cuando se recobró de la sorpresa de encontrarse colgado cabeza abajo en la oscuridad, vio que el destello de luz se había alejado del circulo. Frenéticamente los juntó, se desviaron y tuvo que rectificar.
La silla osciló hacia un lado, el circulo hacia otro, y una explosión fuerte se produjo en su oreja, izquierda. La silla saltó, se balanceó, una sacudida eléctrica agitó violentamente sus manos, y perdió el circulo por completo.
Matt empezaba a sentirse dolorido. Obligó al destello a volver al círculo y lo clavó en él.
– Te tengo.
La sala se llenó de humo, haciéndole toser, llorar y ocultando el blanco. Parpadeó y se obstinó ferozmente intentando pegarse a este fastidioso círculo de luz, mientras continuaban produciéndose otras explosiones, ruidos agudos y penosos, relámpagos de luces, soplos de viento en sus ojos, y movimientos locos e interminables de su silla.
De repente, las luces de la sala se encendieron y la voz mecánica dijo:
– Fin de la prueba, lleve a cabo su próxima misión.
Una vez le dieron un puñado de judías blancas y una pequeña botella, le pidieron que se sentase y pusiera la botella sobre una marca hecha en el suelo, y localizara en su memoria la posición exacta de la botella. Después tenía que cerrar los ojos y echar las judías blancas una tras otra en la botella… si es que podía.
Podía averiguar por el sonido que no estaba acertando mucho, pero se sintió humillado al encontrar, cuando abrió los ojos, que solamente había una judía en la botella.
Escondió el fondo de su botella en su puño e hizo cola hacia la mesa del examinador. Varios chicos haciendo cola tenían un buen número de judías en sus botellas, aunque notó dos sin ninguna. Entonces entregó la suya al examinador.
– Dodson, Matthew, señor, una judía.
El examinador lo anotó, sin comentario alguno. Matt no pudo contenerse y le dijo:
– Excúseme, señor… pero, ¿qué es lo que le va a impedir a alguien el mirar y hacer trampa?
El examinador sonrió.
– No hay nada que se lo impida. Vaya a su próxima prueba.
Matt se fue, murmurando entre dientes. No se le ocurrió el pensar que quizá no supiese qué era lo que querían averiguar con aquella prueba.
Más tarde, aquel mismo día, fue metido en una pequeña habitación que contenía una silla, un aparato montado sobre un escritorio, lápiz y papel, y unas instrucciones enmarcadas.
Si en la ventanilla marcada «Tanteo», leyó Matt, aparece el tanteo de la anterior prueba, vuelva la manecilla de inicio a la posición señalada «cero», para limpiar la pantalla para su prueba.
Matt halló la ventanilla marcada «Tanteo»: en ella se veía una anotación: «37». Bueno, pensó, esto me da una marca que superar. Decidió no limpiar la pantalla hasta que hubiera leído las instrucciones.
Después de que se inicie la prueba, leyó, resultará un tanteo de « 1 » cada vez que apriete el botón de la izquierda excepto en las situaciones que se especifican a continuación. Oprima el botón de la izquierda cada vez que aparezca la luz roja, siempre que la luz verde no esté encendida, así como con la excepción de que no debe oprimirse ningún botón cuando está abierta la portezuela derecha, a menos que todas las luces estén apagadas. Si la portezuela derecha está abierta y la portezuela izquierda está cerrada, no resultará ningún tanteo al oprimir cualquier botón, pero, de todos modos, debe oprimirse el botón de la izquierda bajo tales circunstancias si todas las demás condiciones permiten que se oprima un botón antes de que pueda 'llevarse a cabo algún tanteo en las fases sucesivas de la prueba. Para apagar la luz verde, oprima el botón de la derecha. Si la portezuela izquierda no está cerrada, no debe oprimir ningún botón. Si la portezuela izquierda está cerrada mientras la luz roja está encendida, no apriete el botón de la izquierda si la luz verde está encendida, a menos que la portezuela derecha esté abierta. Para iniciar la 'prueba mueva la palanca de inicio desde el punto cero hasta la derecha, a fondo. La prueba tiene lugar durante dos minutos desde el momento en que usted mueva la palanca de inicio a la derecha. Estudie estas instrucciones y elija usted mismo el momento que crea más oportuno para comenzar la prueba. No se le permite hacer preguntas al examinador, de modo que asegúrese de comprender las instrucciones. Debe realizar un tanteo tan alto como le sea posible.
-¡Fiu! – resopló Matt.
No obstante, la prueba parecía simple: una palanca, dos botones, dos luces de colores, dos portezuelas. Una vez hubiera aprendido las instrucciones, sería tan fácil como echar a volar una cometa y desde luego muchísimo más que pilotar un helicóptero… y Matt había tenido su licencia para pilotar helicópteros desde los doce años de edad. Se puso a trabajar.
En primer lugar, se dijo a sí mismo, parece haber sólo dos modos en que lograr un tanto. Uno con la luz roja encendida y otro con ambas luces apagadas y una portezuela abierta.
Ahora, las otras instrucciones… Veamos, si la portezuela de la izquierda no está cerrada… no, si la portezuela de la izquierda esta cerrada… se detuvo, y volvió a leer las instrucciones.
Algunos minutos más tarde tenía listadas dieciséis posiciones posibles de las portezuelas, con sus condiciones de luz. Las comprobó leyendo de nuevo las instrucciones, buscando combinaciones que permitiesen lograr tantos. Cuando hubo terminado, miró el resultado, y luego lo comprobó todo de nuevo.
Tras la nueva comprobación, se quedó mirando al papel, lanzó un silbido átono y se rascó la cabeza.
Luego, tomó el papel, salió del cuartito y fue hasta el examinador.
Este alzó la cabeza.
– Por favor, no me haga preguntas.
– No tengo ninguna pregunta que hacer – dijo Matt -. Deseo informarle de algo. Hay algo equivocado en esa prueba. Quizá pusieran unas instrucciones equivocadas. En cualquier caso, no hay modo alguno en que sea posible efectuar un tanteo, siguiendo las instrucciones que hay ahí dentro.
-¡Oh, vamos ya! – le respondió el examinador -. ¿Está usted seguro de esto?
Matt dudó, y luego respondió con firmeza:
– Estoy seguro. ¿Desea ver mi comprobación?
– No. ¿Se llama usted Dodson? – el examinador miró el cronómetro y luego escribió algo en una ficha -. Eso es todo.
– Pero… ¿es que no tendré la oportunidad de efectuar un tanteo?
-¡Nada de preguntas, por favor! Ya he anotado su tanteo. Ahora, váyase… es hora de cenar.
A la hora de cenar había un gran número de plazas vacantes. El cadete Sabbatello miró a través de la larga mesa.
– Veo que se han producido algunas bajas – comentó -. Felicitaciones, caballeros, por haber sobrevivido hasta el momento.
-¿Quiere decir esto que hemos pasado todas las pruebas a las que hemos estado sometidos hoy, señor? – preguntó uno de los candidatos.
-O al menos, que se han ganado la posibilidad de repetirlas. No han sido suspendidos.
Matt lanzó un suspiro de alivio.
– Pero no se hagan muchas esperanzas -prosiguió el cadete -. Mañana, aquí quedarán muchos menos de ustedes.
-¿Es que las cosas empeoran? -preguntó de nuevo el candidato.
Sabbatello hizo una mueca malévola.
– Se hacen mucho peores. Y les aconsejo a todos que coman muy poco desayuno. Sin embargo, también tengo buenas noticias. Se rumorea que el Comandante en persona va a bajar a la Tierra para honrarles con su presencia cuando tenga lugar su jura… si es que llegan a la jura.
La mayor parte de los presentes pusieron expresiones de no entender nada. El cadete miró a su alrededor.
-¡Vamos, vamos, caballeros! -dijo con tono seco -. Seguramente no deben ser todos ustedes tan ignorantes. ¡Usted! -se dirigió a Matt -. Señor… esto… Dodson. Parece tener alguna idea de lo que estoy hablando. ¿Por qué debería usted sentirse honrado por la presencia del Comandante?
Matt tragó saliva.
-¿Se refiere al Comandante de la Academia, señor?
Naturalmente. ¿Qué es lo que sabe de él?
-Bueno, señor, es el Comodoro Arkwright -Matt se interrumpió, como si el solo nombre ya fuera suficiente explicación.
-¿Y qué es lo que distingue al Comodoro Arkwright?
– Esto… que está ciego, señor.
– No está ciego, señor Dodson, ¡no está ciego! Simplemente, sucede que tiene los ojos quemados. ¿Y cómo perdió la vista? – el cadete le interrumpió cuando iba a contestar -. No… no se lo diga. Que lo averigüen por si mismos.
El cadete siguió comiendo y Matt hizo lo mismo, mientras pensaba sobre el Comodoro Arkwright. Cuando había sucedido era demasiado joven para que le interesasen las noticias, pero su padre le había leído un relato de lo sucedido: el espectacular rescate en solitario de un yate privado averiado entre Mercurio y el Sol. Se había olvidado de cómo el patrullero había expuesto sus ojos al Sol… había tenido algo que ver con la transferencia del personal del yate, pero aún podía oír a su padre leyendo el final del articulo: «…esas acciones no están fuera de lo corriente, en la tradición de la Patrulla.»
Se preguntó si alguna acción que él llevase a cabo llegaría alguna vez a recibir una mención tan superlativa. Era poco probable, decidió; «realizó su trabajo de modo satisfactorio», acostumbraba a ser la mejor mención que podía esperar tener un hombre normal.
Matt se encontró con Tex Jarman cuando salía del comedor. Este le golpeó en la espalda.
– Me alegra el verte, chico. ¿Qué habitación tienes?
– Aún he de ir a verlo.
– Veamos tu hoja – Jarman la tomó -. Estamos en el mismo pasillo, estupendo. Vayamos allí.
Hallaron la habitación y entraron en la misma. En la litera inferior, tumbado leyendo y fumando un cigarrillo, se hallaba otro candidato. Alzó la vista.
– Entrad, camaradas – dijo -. No os molestéis en llamar.
– No lo hemos hecho – le respondió Tex.
– Ya lo veo – el chico se sentó. Matt reconoció al que había hecho el comentario sobre las botas de Tex. Decidió no decir nada… quizá no se reconociesen el uno al otro. El muchacho continuó -. ¿Buscáis a alguien?
-No -le contestó Matt-. Esta es la habitación a la que he sido asignado.
-Mi compañero de cuarto, ¿eh? Pues bienvenido al palacio. No tropieces con las bailarinas. He colocado tus cosas en tu cama.
El saco que contenía la bolsa y las ropas civiles de Matt descansaba en la litera superior. Lo bajó.
-¿Qué quieres decir con eso de su cama? -le preguntó Tex-. Deberíais echar a suertes la litera de abajo.
El compañero de cuarto de Matt se alzó de hombros.
– El primero que llega elige.
Tex frunció el ceño.
– Olvídalo, Tex – le dijo Matt -. Prefiero la de arriba. A propósito -prosiguió, hablando con el otro chico-. Soy Matt Dodson.
– Girard Burke, a tu servicio.
La habitación era adecuada pero austera. Matt dormía en su casa en una cama de agua, pero había utilizado camas con colchones de muelles en el campamento de verano. El lavabo adjunto era severamente funcional pero muy moderno y Matt notó con placer que en la ducha había instalado un masaje automático. No había mascarilla de afeitado, pero el afeitarse no le costaba aún demasiado trabajo.
En su armario halló un paquete, marcado con su número de serial, que contenía dos mudas de ropa y un segundo par de botas espaciales. Lo guardó, y también el resto de sus pertenencias, y luego se volvió hacia Tex.
-Bueno, ¿qué hacemos ahora?
-Vamos a echarle una mirada a este lugar.
-Excelente. Quizá podamos llegar hasta el Kilroy.
Burke lanzó su cigarrillo hacia la taza del retrete.
– Esperad un segundo. Iré con vosotros -desapareció dentro del lavabo.
Dile que se vaya a freír espárragos -le dijo Tex a Matt en voz baja.
-Me gustaría mucho, pero creo que será mejor ir con él, Tex.
-Bueno, quizá lo eliminen mañana.
– O a mí – sonrió hoscamente Matt.
-O a mí. Maldita sea, no, Matt… lograremos pasar. ¿Has pensado en un compañero de cuarto permanente? ¿Quieres compartir un cuarto conmigo?
-Trato hecho -se estrecharon las manos.
-Me alegra haber solucionado esto – prosiguió Tex -. Mi compañero de celda es un buen tipo, de poca estatura, pero tiene un hermano de sangre o algo así, con el que quiere estar. Lo vino a ver antes de la cena. Charlaron en algo que creo que era indostaní. Me pusieron nervioso. Luego pasaron al Básico por educación, y esto aún me puso más nervioso.
-No pareces ser un tipo muy nervioso.
– Oh, todos nosotros los Jarman somos muy impacientes. Ahí tienes a mi tío Bodie. Se excitó tanto en una feria campestre que saltó entre los cuernos de un toro y lo derribó dos veces antes de que pudieran atraparlo y echarlo fuera.
-¿Es verdad eso que me dices?
-Te doy mi palabra de honor. Sin embargo, no le sirvió de nada: lo descalificaron, porque aún no había cumplido los dos años de edad.
Burke se unió a ellos y fueron hacia la rotonda. Varios centenares de candidatos habían tenido la misma idea pero la administración había previsto la multitud. Un cadete, estacionado en la escalera que bajaba al pozo permitía que los visitantes descendieron únicamente en grupos de a diez, cada uno de ellos supervisado por un cadete. Burke contempló la cola.
-La simple aritmética me dice que no vale la pena esperar.
Matt dudó. Tex le dijo:
-Vamos, Matt. Alguno se cansará y lo dejará correr.
Burke se alzó de hombros y dijo:
-Hasta luego, mamones -y se marchó.
Matt comentó, dubitativo:
– Creo que tienes razón, Tex.
– Seguro… pero me libré de él, ¿no?
Toda la rotonda era un museo y lugar de exposiciones de la Patrulla. Los chicos hallaron exhibición tras exhibición dispuesta alrededor de las paredes: el diario de a bordo auténtico de la primera nave que llegó a Marte, una foto del despegue de la desastrosa primera expedición a Venus, modelos de los cohetes alemanes usados en la Segunda Guerra Global, un mapa, dibujado a mano, del lado oculto de la Luna, hallaron entre los restos del Kilroy.
Llegaron a un nicho en la negra pared que contenía una imagen estereoscópica de una escena en un exterior. Entraron y se encontraron mirando, en una convincente ilusión, a través de una tórrida y deslumbrante llanura lunar, con el cielo muy negro, estrellas y la Madre Tierra en último plano.
En primer plano, a tamaño natural, se veía a un joven vestido con un traje de presión de tipo antiguo. Se podían ver sus facciones claramente a través de su casco: una boca grande, unos ojos alegres y un espeso cabello color arena, cortado al estilo del siglo anterior.
Bajo la imagen se veía una inscripción: Teniente Ezra Dahlquist, que ayudó a crear la tradición de la Patrulla 1969-1996.
Matt susurró:
– Debería haber un cartel colocado en algún lugar para decirnos que fue lo que hizo.
– Pues no veo ninguno -le contestó Tex, también en un susurro -. Pero, ¿por qué estamos susurrando?
-No estoy… Sí, supongo que lo estaba. Y, después de todo, él no puede oírnos, ¿verdad? ¡Oh, aquí hay un guía auditivo!
– Bueno, ponlo en marcha.
Matt apretó el botón; el nicho se llenó con los primeros compases de la Quinta de Beethoven. La música dio paso a una voz:
– La Patrulla estaba originalmente compuesta por agentes enviados a la misma por las naciones que entonces formaban la Federación Occidental. Algunos eran dignos de confianza, otros no. En 1996 se produjo un día vergonzoso y al mismo tiempo glorioso en la historia de la Patrulla, un intento de golpe de estado, la llamada Revuelta de los Coroneles. Un complot de oficiales de alto rango, llevado a cabo en la Base Lunar, trató de hacerse con el poder en todo el mundo. El plan hubiera tenido éxito de no haber desarmado el Teniente Dahlquist todos y cada uno de los cohetes de cabeza atómica de la Base Lunar, quitándoles el material fisionable y destruyendo los mecanismos de cebado. Al hacer tal cosa recibió tanta radiación que murió de las quemaduras – la voz dejó de hablar y fue seguida por el tema del Valhalla del Gótterddmrnerung.
Tex lanzó un largo suspiro; Matt se dio cuenta de que también él había estado conteniendo la respiración. Exhaló y luego inspiró; aquello pareció aliviarle el dolor que notaba en el pecho.
Oyeron un cloqueo tras ellos. Girard Burke estaba recostado contra el marco del nicho.
-Esta gente se toma muchas molestias para venderte una idea – comentó -. íd con cuidado, amigos míos, o acabaréis comprándosela.
-¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué es lo que nos quieren vender?
Burke hizo un gesto hacia la imagen.
-Eso. Y la cháchara que la acompaña. Si os gustan estas cosas, hay tres más, una en cada punto cardinal de la brújula.
Matt se lo quedó mirando.
-¿Qué es lo que pasa contigo, Burke? ¿Es que no quieres formar parte de la Patrulla?
Burke se echó a reír.
Claro que sí, pero soy un hombre práctico: no tienen que convencerme con un montón de propaganda 'emotiva. -Señaló hacia la imagen de Ezra Dahlquist -. Ahí tenéis a ese. No le dicen a uno que desobedeció las órdenes de un oficial superior… Si hubiese cambiado la tortilla, le hubiesen llamado traidor. Además, no indican que si se quemó, fue por pura incompetencia. ¿Acaso esperáis que piense que era Supermán?
Matt se puso rojo.
– No, no me esperaría tal cosa – dio un paso hacia adelante -. Pero, dado que eres un hombre práctico, ¿qué te parecería un hermoso y muy práctico puñetazo en los morros?
Burke era un poco más bajo que Matt y no más corpulento, pero se inclinó hacia adelante, equilibrado sobre la parte delantera de sus pies, y dijo en voz baja:
– Me encantaría. ¿Y quién me lo iba a dar: tú y quién más?
Tex dio un paso ahora adelante.
– Si se necesita alguien más, aquí estoy yo.
-¡No te metas en esto, Tex! -le espetó Matt.
-¡Ya lo creo que me voy a meter! No creo que merezca la pena luchar de un modo limpio con la gentuza como éste!
– Ni hablar. Quiero participar. Tú le das un buen puñetazo y yo le pateo el estómago cuando caiga.
Burke miró a Jarman y se relajó, como si supiera que ya había pasado el momento en que era posible una lucha.
-¡Vamos, caballeros! Están peleándose entre ustedes mismos – les dio la espalda -. Buenas noches, Dodson, no me despiertes al entrar.
Tex aún estaba resoplando:
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