La reforma luterana y la guerra de los campesinos en Alemania (página 2)
Enviado por Patrick E. Pedulla
La organización estamental
- Los campesinos: por ser numéricamente los más importantes y porque la economía era fundamentalmente agrícola, tanto el poder de los otros estamentos como su seguridad existencial se asentaba sobre estos. No se puede hablar de homogeneidad en éste sector, habiendo campesinos libres y siervo, así como pobres y ricos, dependiendo de circunstancias regionales o geográficas, así como de las climáticas. Se podía dar el caso de que un campesino en condición de servidumbre llevase una existencia más segura y de prosperidad mayor que uno libre. De todos modos las posibilidades de acumular reservas eran bastante escasas. Esto se debía tanto a las limitaciones técnicas, a la tendencia a la autosuficiencia de la unidad doméstica (Chayanov) como a la presión de los señores para la extracción de excedente. Al tributo señorial debemos agregarle el pago de impuestos a los estados territoriales así como el pago del diezmo que percibía la Iglesia. Hasta un 70% de los campesinos se mantenía apenas por sobre encima de las posibilidades de reproducción– situación que se agravaba por los cambios que venía sufriendo la agricultura– y solo una pequeña proporción llevaba un nivel de vida digno (a veces ostentoso).
Entre un 30 y 40% de la población de las ciudades eran el sector social más bajo, vivían al límite de su existencia, carecían de ciudadanía y raramente pagaban impuestos. Estamos hablando de los artesanos empobrecidos, jornaleros, pequeños tenderos, vendedores ambulantes, e incluso pobres y mendigos. Sus posibilidades de ascenso eran casi nulas y su situación era más bien la de un marginado social (Van Düllmen, 107-110). La mendicidad, el vagabundeo y el bandidaje eran algunas de las salidas de los marginales, tanto en la sociedad urbana como en la campesina.
La lectura y la escritura tuvieron un alto nivel de difusión en las ciudades debido a las actividades comerciales-administrativas como del artesanado, más aún si las contrastamos con los niveles de alfabetización del campesinado, y aún los nobles. la actitud mental de la naciente burguesía era abierta al interés práctico, a la capacidad artística, al espíritu humanista y científico, y esto influía incluso en una religiosidad sustancialmente distinta a la de los campesinos, nobles y clero. Con éste último polemizaba tanto por la condena al préstamo con interés, problemas de jurisdicción, la exención tributaria y la vida disoluta de los curas (Engels, 43). La sociedad urbana tenía un alto grado de conciencia política: en Alemania estaba representada como estamento en las asambleas regionales (Van Düllmen, 113-117).
- La burguesía: los rasgos diferenciales de ésta con repecto a los otros estamentos eran "un trabajo radicalmente distinto, comercial o artesanal, y una vida diferente determinada por la ciudad" (Van Düllmen, 108). La capa más alta de la burguesía era el patriciado, cuya posición social estaba determinada no solo por la riqueza sino también por el privilegio. Sus aspiraciones e ideales de vida se conjugaban con los de los nobles, y ostentaban el monopolio económico tanto como el político. Por debajo del patriciado estaban los comerciantes, el elemento más dinámico y pujante, que compartía – o en caso contrario que aspiraba a compartir- el poder con aquellos. Su ideal de vida era el éxito económico y el ascenso social. Ambos, comerciantes y patricios, constituían grupos sociales que tendían a cerrarse, a ser exclusivos. El artesanado, los tenderos y los funcionarios y letrados eran la capa media. La forma de organización preponderante era el gremio, los cuales representaban formas de asociación con respecto a una actividad, formas de vida en común y un estatus determinado. Los gremios aspiraban al monopolio de la producción, así como al control de la calidad y el proceso de trabajo del producto, garantizando la subsistencia del artesano, pero frenando el desarrollo productivo de las ciudades, y en conflicto constante con los mercaderes y patricios. Los gremios tendían también a ser grupos cerrados, pero no exentos de conflictos en su interior, existiendo la marginación de algunos artesanos por el gremio, así como un conflicto latente entre oficiales en ascenso y maestros.
El noble se consideraba miembro del estamento dominante, tanto si ejercía directamente el poder sobre sus vasallos como si vivía de las rentas y consagrado exclusivamente al cuidado de su casa. Su preeminente posición social radicaba en su función como propietario de feudos, señor de horca y cuchillo y guerrero. Se hallaba vinculado por contactos directos tanto a sus súbditos como al príncipe (Van Düllmen, 125).
La razón principal de la decadencia de la nobleza feudal era la desaparición progresiva de su función como casta guerrera. Su papel militar se había resentido frente a nuevas formas de hacer la guerra, la aparición de la infantería como reina del campo de batalla, el declinio de la caballería pesada –que se había demostrado sobradamente inútil frente a las ballestas y los mosquetes desde hacía por lo menos un siglo- el auge de la artillería y las armas de fuego en general y las nuevas técnicas de construcción de fortalezas, entre las que se destacaba la del bastión.
Si bien los conocimientos literarios, científicos, universitarios y técnicos no eran una de sus principales inclinaciones y la ciencia burguesa estaba bastante mal vista, a menudo necesitaban la colaboración de funcionarios burgueses para un funcionamiento adecuado del aparato estatal. Grande en cambio fue su admiración y mecenazgo por el humanismo y el movimiento renacentista, aunque en este caso primaba más la necesidad de adquirir prestigio que la de cultivar el espíritu. La cultura intelectual humanista encontró un interesante apoyo de la nobleza, que protegía y refugiaba a los perseguidos por la Iglesia o por cuestiones políticas. La Reforma encontrará apoyo en muchos de estos nobles, que más por intereses políticos que piadosos refugiaban a perseguidos y excomulgados –como lo fue Lutero- o consintieron la práctica y el establecimiento de comunidades religiosas protestantes.
En Alemania se daba la situación de una nobleza dependiente del Imperio y otra dependiente de los Estados provinciales, siendo los primeros más pobres y menos poderosos que los segundos, sujetos a la soberanía de un príncipe.
- La nobleza: era quien detentaba la supremacía política y social, los poderosos y gobernantes. Su número era inversamente proporcional a su poder y alcanzaba hasta el 1% de la población. Poseía, además de la casi totalidad del poder político, la mayoría de la propiedad de la tierra, si sumamos los bienes eclesiásticos, en su mayoría en poder de nobles. En la nobleza se combinaban el prestigio político y social con el poder económico, percibía de sus súbditos el tributo y tenían prerrogativas sobre los cargos de funcionario de los Estados y de los príncipes. Sus diferenciaciones internas eran quizás aún más profundas que entre burgueses y campesinos, pero poseía una mayor conciencia de sí, una autopercepción positiva de superioridad sobre el resto de la sociedad.
- El clero: gozaba de una situación especial por pertenecer a una organización –la Iglesia- supraestatal y supraestamental de estructura jerárquica, representante de la verdadera doctrina, transmisora de la ciencia, el arte y la cultura eruditas, así como de los bienes de la salvación espiritual, con influencia e injerencia en todos los sectores sociales, y a la que se accedía no por nacimiento sino por ordenación. Por esta última razón es notoria la diferenciación entre clérigos nobles, que respondían a los intereses de su estamento original, y clérigos plebeyos, que sufrían las mismas penurias que el resto del pueblo. La carrera eclesiástica era la única vía de ascenso social segura fuera de la dependencia del nacimiento o el privilegio, aunque los altos cargos eran en su mayoría ocupados por sacerdotes de origen noble y en menor medida patricios o burgueses. La Iglesia de la época que nos ocupa era esencialmente medieval, situación que cambiará profundamente luego de la Reforma y la Contrarreforma, más tarde (Van Düllmen, 134-138). Pero su posición privilegiada no le era suficiente para sustraerse del odio de el resto de las capas sociales, incluida la nobleza, tanto por los excesos lujuriosos y la vida mundana de sus integrantes, como del poder político que detentaban, muchas veces en conflicto con príncipes y burgueses. Y este odio se reforzaba por la antipatía que causaban las exacciones constantes hacia Roma desde los estados y ciudades de Alemania (Engels, 38-40).
II – La Reforma Luterana:
Lutero: primeros pasos; su pensamiento.
En Eisleben, Electorado de Sajonia, nacía Martín Lutero el 10 de noviembre de 1483, el mismo lugar donde moriría 62 años más tarde. En 1501 se inscribe en la Universidad de Erfurt, donde se gradúa como Baccalaureus artium. En 1505 lo hace como Magister Artium y el 17 de julio de ese mismo año se incorpora al convento de la orden agustina en Erfurt. Lutero se dedica a la enseñanza universitaria en Wittemberg donde comenta la Etica Nicomaquea de Aristóteles, logrando un gran ascendiente sobre los estudiantes. En 1508 ya es Baccalaureus Biblicus y dos años después viaja a Roma por cuestiones concernientes a la orden. En 1512 se recibe de Doctor en Teología. En 1517 estalla el asunto de las indulgencias. Estamos aquí en el punto inicial de la Reforma.
Antes de continuar sería oportuno detenernos para profundizar un poco en el pensamiento de Martín Lutero. La divergencia más notoria con la doctrina católica se dio en lo que concierne al problema de la justificación o de la justicia de Dios. Para alcanzar la salvación –profesaba la Iglesia- era necesario que el hombre se hiciera justo. Pero este hecho se aceptaba como imposible: el hombre no puede alcanzar la justificación solo porque el abismo que lo separa de Dios es insalvable. Es Dios con su infinito amor quien justifica al hombre, el único que puede saltar ese abismo, regenerar a su criatura y elevarla. Pero si bien la justificación es obra de Dios, "no hace más que coronar los méritos adquiridos por un esfuerzo moral" bajo el impulso de la gracia (Febvre, 59). Dios no puede hacer desaparecer al pecado: el esfuerzo moral que busca la justificación divina es el camino. La moral humana no se contrapone a la justicia de Cristo.
Lutero creía, en cambio, que la justificación no eliminaba el pecado y que la justicia de Dios era incompatible con la moral y la justicia humana. El pecado es la condición humana y nada lo hará desaparecer, porque hasta las buenas acciones están signadas por éste.
La relación de Dios con el hombre no tienen basamento jurídicos: es una relación de amor regenerador que no perdona los pecados sino que los imputa. Así, el hombre debe reconocer su miseria moral y aceptarse como pecador, y que su Creador está en derecho de rechazarlo. El hombre debe tener una conciencia sin complacencia de su situación miserable, detestar su situación pero aceptar que es irreversible y entregarse a la misericordia divina esperando confiado en Dios.
Este hombre es mirado por Dios como justo, aunque sea injusto (porque sólo Dios puede ser justo). Y aceptar su condición de pecador y reconocer la justicia de Dios implica haber recibido el don de la fe. Por esta razón las obras desaparecen, no hay ninguna obra humana que merezca la justificación de Dios. Ninguna. Las prácticas exteriores son rechazadas abiertamente.
La salvación solo es alcanzable por el don de la fe, que no se refiere a la creencia a secas en la existencia de Dios, como ya explicamos. Debemos llevar a Dios dentro de nuestro corazón, y es esa la única esperanza de ser justificados, la que nos dará la seguridad y confianza de estar entre los elegidos y predestinados por Dios para salvarse. Esta es una concepción religiosa que tiene un acento personal, primando la espiritualidad interior por sobre la práctica exterior. El cristiano debe sentir a Dios trabajar dentro suyo: esto le dará la certidumbre de la salvación. Entonces tendrá a Dios de su lado, no un Dios estático sino activo, dinámico en el interior del hombre (Febvre, 56-66).
No eran los abusos de los clérigos ni su modo de vida disoluto lo que más le inquietaba a Lutero. Era que la Iglesia había perdido la brújula, haber abandonado el ministerio de la Palabra, haber olvidado su misión universal: predicar al pueblo de Dios La Verdad. No era una reforma eclesiástica lo que buscaba sino una reforma religiosa. Una reforma de la vida interior. "Unus quisque robustus sit in conscientia sua".
De las indulgencias a Worms.
Era una práctica bastante común que ciertos eclesiásticos vendieran indulgencias a los fieles esperanzados de salvar sus almas o las de sus seres queridos que aguardaban en el Purgatorio. Estas ideas y prácticas, condenadas por la Sorbona en 1482, fueron el punto de apoyo de Lutero para exponer los males que la escolástica y la doctrina de la salvación por las buenas obras causaban al cristianismo. Las indulgencias, escandalosas de por sí, eran un ejemplo ideal con el que podía exponer su propio sentir, atraer la atención pública y provocar el ridículo de sus adversarios. Dejemos que L. Febvre nos relate lo que predicaba Tetzel, conocido charlatán, contra quien disputaría Lutero:
Remisión plena de todos sus pecados a aquellos que, contritos de corazón, confesados de boca, habiendo visitado siete iglesias reverenciadas y recitado cinco padrenuestros y cinco avemarías, dieran a la caja de las indulgencias una ofrenda, cotizada según el rango social y la fortuna, que variaba desde 25 florines de oro para los príncipes, hasta medio florín, o incluso absolutamente nada, para los simples fieles (Febvre, 83).
La situación era favorable para Lutero porque su protector Federico el Sabio, Elector de Sajonia, había prohibido a Tetzel que predicara en su territorio, pero no en Maguncia, por razón de que ese dinero que entraba en las cajas apostólicas se desviaba del destino que pretendía: las cajas de las ciudades y grandes administraciones (Contempori, 9-10). Lutero publicó en Wittemberg el 31 de octubre de 1517 el anuncio de sus 95 tesis, clavándolas en la puerta de la capilla del castillo. La proposición de Lutero es la siguiente: el hombre, criatura perdida, sólo puede querer el mal, no puede amar a Dios sino de forma egoísta, de este modo su voluntad no es libre.
Toda acción es pecaminosa y el hombre que acepte su condición natural de pecador pero lleve a Dios es su corazón tendrá la certeza de la salvación; en síntesis, la mencionada doctrina de justificación por la fe. La crítica principal de Lutero a las indulgencias era que estas otorgaban una falsa seguridad, una falsa certeza en los pecadores acerca de su salvación. El éxito de las 95 tesis fue fulminante y recibieron un gran apoyo, tanto por la crítica a una práctica detestable como por la mordacidad de algunas de las proposiciones (algunas de las cuales no hacían más que citar las propias y archiconocidas palabras que predicaba Tetzel). Sin lugar a dudas el hecho de que hayan sido reimpresas numerosas veces y traducidas al alemán, favorecieron su rápida difusión, y la disputa que comenzó siendo de tipo académico en pocas semanas había trascendido las fronteras de Alemania. Y el nombre del ignoto Lutero, en boca de todos.
En enero de 1518 los ecos habían llegado a Roma. El Papa León X por intermedio de los agustinos, la orden a la que Lutero pertenecía, intenta reducirlo al silencio. Lutero contesta enviándole las demostraciones de sus 95 tesis. Resultado: proceso contra Lutero, quien gracias a la intervención de su protector Federico de Sajonia evita la orden de presentarse en Roma y se le otorga la posibilidad de hacerlo en Augsburgo, territorio infinitamente menos hostil. El 15 de junio de 1520 se publica la bula Exsurge Domine, que condenaba las ideas de Lutero y ordenaba quemar su obra, con un plazo de sesenta días para retractarse. Lutero pasaba a ser un hereje. Pero a pesar de los peligros graves que esto le ocasionaba, no estaba solo. Erasmo inicia una campaña en su favor y aboga por una suspención de la sentencia. Hutten, caballero y humanista- imbuido de una especie de protonacionalismo alemán que se originaba en su odio a la fastuosidad y pedantería de que hacían gala los italianos en Alemania- le garantiza la protección de Franz von Sickingen, en caso de que Federico lo abandonara, y dirige una campaña furiosa contra Roma, imprimiendo y divulgando en latín y alemán por todos los rincones del país cartas y manifiestos, entre otros, una copia de la bula papal con comentarios mordaces.
Inspirado en Hutten, Martín Lutero escribe el Manifiesto a la nobleza cristiana de la nación alemana, donde se incita a la rebeldía de la nación contra el papado expoliador. Convierte de esta forma a los príncipes, el poder y la fuerza políticos, en defensores de la libertad cristiana. También afirmaba que todos los cristianos eran el estado eclesiástico, que las diferencias solo son de función, y que el bautismo hace a todos los cristianos sacerdotes.
La ordenación sacerdotal pasa a ser un empleo, revocable por la autoridad civil. Proclamaba la libre interpretación de la Biblia contra el monopolio sacerdotal: todos tienen derecho a su lectura, a escribir y pensar según su parecer. Finalmente un esbozo de programa político, económico y social en el cual condenaba la usura de los bancos, el consumo de alcohol desmedido, el consumo de especias, un programa de asistencia a los pobres y mendigos, el matrimonio para los sacerdotes. Se dirigía al público en general, a todos los sectores sociales, desde el más alto hasta el más bajo. Con un solo dato basta para mostrar la popularidad de Lutero, a esta altura convertido en héroe nacional: en seis días se vendieron los cuatro mil ejemplares de la primera edición (Febvre, 150).
Todas estas proposiciones eran atractivas tanto a los príncipes y nobles como a los burgueses, porque ponía en sus manos el destino y la administración del país, sin intervenciones foráneas de la Iglesia. Pero quizás lo que más impacta es una nueva noción de Iglesia, opuesta a la Iglesia jerárquica y material de Roma; una Iglesia espiritual compuesta por todos los integrantes de la verdadera fe, sin intermediarios ni vicarios, una relación directa entre el corazón de los hombres y Dios. Hacia al interior del pueblo cristiano sin ninguna jerarquía, sin distinciones ni privilegios; son todos sacerdotes. No debe entenderse por esto que Lutero estaba a favor de eliminar las jerarquías y la autoridades civiles. Lutero disitinguía entre dos esferas o dos mundos: el espiritual, interior, donde el hombre es verdaderamente libre y se relaciona directamente con Dios, y el material o de los hombres, donde el hombre es esclavo del pecado y de la autoridad política. En la nueva Iglesia el individuo es escala de toda la sociedad. El resultado de todo esto no puede ser otro: que Roma pase a ser la sede del Anticristo.
En Wittemberg, el 10 de diciembre de 1520 Lutero quema en una pira la bula papal, frente a todo el pueblo y el estudiantado. Pocos días después es excomulgado oficialmente. El 27 de enero de 1521 se abre la Dieta de Worms y se presenta con un salvoconducto que le otorga su protector Federico, el 17 de abril. Lutero se niega a retractarse porque su conciencia está cautiva en las palabras de Dios. Ni quiere ni puede revocar nada. Si su conciencia es fiel al mandamiento de Cristo, ¿cómo contradecirla y poder salvar su alma?. Era una proclamación categórica de la libertad de conciencia y de pensamiento, no en el sentido liberal del término, es decir, el derecho a disponer libremente del pensamiento propio, sino aceptando someter su conciencia a la única autoridad reconocida por Lutero, la Palabra de Dios.
La situación de Lutero es grave a pesar de su popularidad creciente. El 4 de mayo Federico lo refugia en el castillo de Wartburg, Turingia, donde permanecerá secretamente por casi un año. Poco después se publica el bando imperial conocido como Edicto de Worms que condena a sus obras al fuego y prohibe la difusión de sus ideas.
Lutero y la guerra de los campesinos
No es posible tener una medida aproximada siquiera de cuanto influyeron las ideas de Lutero en la guerra de los campesino o en qué medida la motivaron. Sí es posible aseverar que fue su intención provocar levantamientos armados contra la autoridad, y esto se desprende de toda su teología. Por lo tanto no es justa la acusación de haber traicionado a los campesinos, como algunos sostienen.
Los años que van de 1521 a 1525 están cargados de una violencia creciente. La población alemana provoca revueltas contra el clero, saquea sus casas, por todas partes se editan innumerables panfletos contra sus integrantes. Es la Reforma por medio de la fuerza y la violencia. Lutero condena este tipo de acciones: al papado debe combatírselo con la Palabra, no la espada. Ya en el Manifiesto a la nobleza Lutero su posición con repecto a la autoridad secular. Los príncipes deben impulsar la Reforma, para que el pueblo no lo haga por sus propias manos. Todo lo que provenga de las autoridades regulares no es sedicioso. "Cuídate de la autoridad. Mientras ella no emprenda ni ordene nada, mantén en reposo tu mano, tu boca, tu corazón… Pero si pues conmoverla para que actúe y ordene, te es permitido hacerlo…" . Con la publicación de Sobre la autoridad secular, hasta qué punto debe prestársele obediencia, Lutero comienza una serie de escritos contra la violencia y a favor del acatamiento de la autoridad secular, incluso llega a afirmar que los cristianos bajo el dominio del Turco deben hacerlo, manteniendo a salvo su conciencia en la fe a Dios. Los príncipes, por más execrables que fuesen, son designio de la Providencia divina, la voluntad de Dios. Alzarse contra la autoridad es alzarse contra Dios, el pecado más grande. Por esa razón son necesarios y legítimos. A Lutero le interesa el orden espiritual, donde todos son iguales ante Dios. Toda su concepción de la autoridad y el papel del Estado se basa en esta dualidad entre vida material y vida espiritual. Estas se yuxtaponen: una se somete a Dios, la otra a la autoridad secular.
Los campesinos justificaban sus reclamos en que estaban cumpliendo las palabras del Evangelio, por lo tanto sus actos de rebelión no eran sino actos de justicia. Lutero, enardecido les contesta que el Evangelio condena cualquier tipo de rebeldía. Y ni siquiera la injusticia debe ser causa de rebeldía. Sólo importa la libertad interior, del espíritu. Y la misericordia nada tiene que ver con mundo temporal, por lo cual los jueces deberán ser duros en el castigo de los sediciosos. "¿Qué razón habría para mostrar a los campesinos tan gran clemencia? Si hay inocentes entre ellos Dios sabrá protegerlos y salvarlos…", "Quien ha visto a Müntzer puede decir que ha visto al diablo encarnado, en su más grande furia. ¡Oh, Señor Dios, si reina semejante espíritu entre los campesinos, es tiempo de degollarlos como a perros rabiosos!". Pero la doctrina dualista que proclama para justificar su fervor homicida es olvidada cuando declama: "Vivimos en tiempos tan extraordinarios que un príncipe puede merecer el cielo vertiendo la sangre, mucho más fácilmente que otros rezando."
Que Lutero no haya traicionado a los campesinos a los campesinos, no quiere decir que éstos no se hayan sentido traicionados. Los campesinos se sentían continuadores del monje que renegó en Worms, de quien proclamaba valores de igualdad dentro de una sociedad eminentemente jerárquica, del defensor de los pobres y humildes, del que proclamaba ideales de libertad y no se había sometido al Papa ni al Emperador, de aquel que denunciaba los abusos y expoliaciones que sufrían de los clérigos y señores. Al menos esa era su imagen de Lutero. También el artesanado tenía una imagen parecida. Porque Lutero ponía en tela de juicio a toda una sociedad en crisis. En palabras de Febvre, "pulverizaba el sistema de creencias y de las representaciones colectivas mejor arraigadas, más veneradas de su tiempo,… … para que pudieran recrear el medio necesario para el libre desarrollo de sus concepciones…" Todos detestaban a la Iglesia, desde los príncipes a los campesinos, y todos leyeron un Lutero diferente.
Thomas Müntzer era admirador de Lutero, formado en su catecismo y hasta 1523 un seguidor incondicional. Pero ese amor se trastoca en un odio furibundo, en una irrespetuosa divergencia. Y más allá de las divergencias teológicas se nos aparece una sustancial: quien debe ejercer la espada. Para Müntzer es la comunidad de los elegidos, para Lutero la autoridad secular.
III – La guerra de los campesinos
Antecedentes
Alemania, al igual que el resto de Europa, conocía la presencia de movimientos milenaristas desde muchos siglos atrás. Las profecías milenaristas se referían al fin de los tiempos y el cristianismo tenía su propia escatología que se remontaba al Libro de la Revelación, o Apocalipsis. Se esperaba la segunda venida de Jesucristo, que vendría a redimir al mundo de sus penas y a juzgar a los impíos, instaurando el reino de Dios sobre la Tierra, igualitario y si dolor en la presencia del Señor. Esta era una lectura liberal más que literal –como explica Norman Cohn. Esta salvación sería colectiva (disfrutada colectivamente), terrestre (debía realizarse en la tierra), inminente (sería pronta y repentina), total (sería la perfección) y milagrosa (con la ayuda sobrenatural) (Cohn, 11-12).
Los antecedentes se remontan a muchos movimientos, mitos sociales y sectas religiosas, entre otros, al retorno de Federico II, las profecías de Joaquín de Fiore, la herejía del Libre Espíritu y los revolucionarios husitas y taboritas de Bohemia. Por la importante influencia que ejercieron y para no extendernos demasiado solo nos aproximaremos a estos últimos.
Juan Huss era un predicador contra los abusos y la corrupción del clero. Era un personaje notorio de la sociedad de Bohemia, rector de universidad y predicador notable. El Papa Juan XXIII –que luego dejó de ser reconocido como tal por la Iglesia- predicaba una cruzada contra el rey de Nápoles, su enemigo personal, prometiendo indulgencias a quienes participaran. Huss se opuso y comenzó una campaña contra la venta de indulgencias. No era un extremista ni rebelde pero por negarse a obedecer a su autoridad superior fue excomulgado en 1412 y quemado por hereje dos años más tarde. La noticia de su muerte conmovió al país y se impulsó una reforma nacional, con apoyo del rey Wenceslao, de la nobleza y la burguesía checas.
La Iglesia pasó bajo la autoridad civil y todos los clérigos adictos a Roma destituidos. Dentro del movimiento popular husita surgieron grupos de tendencias radicales cuyas intenciones iban más allá de los objetivos de la nobleza. Sus integrantes pertenecían a los estratos más bajos: obreros textiles, tejedores, artesanos herreros, etc. En un levantamiento general, triunfa una insurrección en Praga y la ciudad queda en poder de los gremios de artesanos, aunque el grueso del movimiento se componía de desempleados, sirvientes, jornaleros y miserables de toda laya. También encontró un fuerte apoyo del campesinado. Alrededor de 1419 el ala radical del husitismo comienza a separarse de la conservadora, lo que sumado a las políticas persecutorias del rey los llevó a formar congregaciones fuera de los poblados. El grupo más importante se instaló en un monte al que rebautizaron Tabor. Los taboritas fueron un movimiento combativo de corte milenarista con elementos igualitaristas, de gran heterogeneidad. Luego de su derrota muchos de sus adeptos se refugiaron en Alemania y continuaron su actividad, notoria por cierto ya que en el Concilio de Basilea se los percibía como una amenaza y una mala influencia para el campesinado alemán. Sus influencias se hicieron patente cien años después en la guerra de los campesinos.
Thomas Müntzer
En 1520 en la ciudad de Zwickau, Müntzer tomó cargo de su ministerio y conoció a un tejedor llamado Miklas Storch. Este había sido un adepto de las ideas taboritas, las cuales las había adquirido en Bohemia. Müntzer, seguidor de Lutero, poco a poco fue incorporando la escatología taborita. Sus prédicas iban dirigidas a los sectores más miserables, los trabajadores de las minas, los tejedores a los obreros y jornaleros, quienes vivían una situación de penurias debido a la explotación incontrolada de las minas de plata de la zona. Zwickau se dividió en dos sectores antagónicos: los acomodados que apoyaban al párroco y los marginados liderados por Müntzer.
Expulsado, huyó a Praga, donde sus posiciones se radicalizaron más aún. Nuevamente expulsado peregrinó de pueblo en pueblo, predicando su doctrina por Alemania central. En Allstedt, en 1523, encontró un gran grupo de seguidores que iba a ser la estructura de su movimiento, la Liga de los Elegidos. Compuesta en su mayoría por analfabetos, era la contracara de los seguidores universitarios de Lutero. Müntzer en julio de 1524, predicando un sermón que escuchaba el duque Juan de Sajonia, invita a los nobles a unirse a su causa: o eran siervos de Dios o lo eran del demonio. El esperable rechazo de los príncipes lo colocó más claramente en la senda insurreccional y revolucionaria. Publicó entonces un folleto llamado Desenmascaramiento explícito de la falsa fe del mundo incrédulo. Lanza diatribas contra los nobles y príncipes, contra la usura, las riquezas que disfrutan a causa de la miseria del pueblo. Los elegidos para llevar a cabo el milenio no son ellos- que serán segados como cizaña- sino los desposeídos, los pobres, cuyo único bien es la posesión de la verdadera fe en Dios y libres de las tentaciones mundanas. Su siguiente folleto fue un ataque a Lutero: La más amplia requisitoria. Si bien ambos creían en la próxima llegada de los Ultimos Días, para Lutero el Anticristo era el papado, y el reino que fundaría Cristo en su segunda venida no sería terrenal. Para Müntzer la imagen de Lutero era la de la Bestia del Apocalipsis. Si Lutero apoya a los príncipes está justificando sus injusticias. Y se dirige a él de esta forma:
El malvado adulador calla… sobre el origen de todo robo… Fijaos, las raíces de la usura, del hurto y del robo están en nuestros señores y príncipes, ellos consideran que todas las criaturas son propiedad suya: el pez en el agua, los pájaros en el aire, las plantas en la tierra, todo es de ellos.
Zorro astuto, por tus mentiras has entristecido el corazón del hombre justo, al que Dios no ha oscurecido, y con ello has fortalecido el poder de los ateos canallas, para que sigan por sus antiguos caminos. Por eso te pasará lo mismo que al zorro cuando es atrapado. El pueblo llegará a la libertad y sólo Dios será su señor.
Guerra y revolución
La situación del campesinado alemán no era peor que en otras épocas, sino más bien iba en ascenso. Los campesinos que participaron en la insurrección no lo hicieron desesperados por la miseria, sino para conseguir objetivos concretos, siendo el más importante y el máximo de ellos el autogobierno local. La primera etapa de la lucha que abarcó de marzo a mayo fue circunscripta a localidades y a la obtención de prebendas de los señores específicas, que otorgaran mayor autonomía a los campesinos. No hubo derramamientos de sangre ni levantamientos masivos. Lo que más inquietaba a los campesino era la expansión del estado territorial del los príncipes, que amenazaba su modo de vida tradicional, sometiendo el derecho consuetudinario al derecho romano, de la injerencia de la administración central y de la mayor presión tributaria. Según Cohn explica, los príncipes fueron muy concientes de esta situación, y aprovecharon la oportunidad que les dio el levantamiento campesino para prolongar la guerra y reprimir a todo el conjunto del campesinado, consolidando su autoridad. También se vieron favorecidos por la reducción del campesinado, la degradación de la baja nobleza y las fundaciones eclesiásticas. Un precio que pagarían los 100.000 campesinos alemanes masacrados.
La mayor parte de los campesinos no compartían la ideas milenaristas de Müntzer, pero confiaban en él, lo consideraban un hombre instruido y piadoso, dispuesto a compartir su misma suerte, situación que se reafirmaba en el rechazo que hacía Müntzer de toda riqueza personal. Por otro lado no apareció nadie que rivalizara con éste. Luego de una serie de combates en que los príncipes siempre derrotaron a los campesinos, sobrevino la batalla final de Frankenhausen. El ejército campesino, de unos 8.000 hombres mal armados sin caballería y casi sin artillería fue masacrado por Felipe de Hesse. El ejército campesino sufrió 5.000 bajas contra una docena escasa de los efectivos de la nobleza. Müntzer fue arrestado, torturado y obligado a confesar sobre la Liga de los Elegidos. Luego fue decapitado. Sus seguidores se dispersaron, pero la antorcha milenarista sería retomada en Munster por el movimiento anabaptista una década después. Pero no abordaremos esos acontecimientos en esta oportunidad.
VI – Conclusiones:
Modernidad de la Reforma.
A diferencia de los personajes que le sucedieron, en los cuales los elementos modernos del pensamiento aparecen más claros, Lutero fue un personaje a caballo entre dos épocas, un personaje de transición y con elementos modernos tanto como tradicionales. Lutero inicia la modernidad, pero no la funda (Mendes Sargo, 8-12). Lutero propugna valores de libertad de pensamiento, de libertad de conciencia y da un nuevo lugar al individuo en su relación con Dios y con el mundo. Pero su concepto de libertad dista mucho del concepto moderno, pues está sometido a la autoridad de Dios. Es una libertad de conciencia, pero no de libertad de acción. La libertad de acción luterana no es tal: para Lutero no es necesario modificar la realidad material mundana, por que está instituida por Dios. Libertad dentro de los límites que proponga la autoridad suprema. Pero éste será el pivot sobre el que vendrán a apoyarse nuevas ideas, de contenido moderno. Si Lutero es el padre del mundo moderno- sostiene Febvre- lo fue involuntariamente, rompiendo la unidad de la Iglesia y debilitando su poder, provocando el surgimiento de innumerables sectas, por dar un papel a los laicos prominente en cuestiones religiosas y por propugnar la libre interpretación de las Escrituras.
Pero hay un elemento muy interesante, que Lutero supo aprovechar más que ninguno antes: la imprenta. Y es un elemento innegablemente moderno. Lutero tal vez no hubiera causado el revuelo que causó si sus 95 tesis no hubieran sido reimpresas innumerables veces, y además traducidas al alemán. Entre 1520 y 1540 se imprimieron en alemán tres veces la cantidad de libros que en los dos decenios anteriores, y entre 1518 y 1525 un tercio de lo que se publicaba llevaba su nombre al pie. Todas las guerras que Roma había ganado a la herejía cayeron de un plumazo frente al éxito del capitalismo impreso. Además la comunidad religiosa imaginada que era el cristianismo y que tenía al latín por lengua sagrada y universal, depositaria del conocimiento y la erudición, comenzó a resquebrajarse con la cada vez mayor impresión de obras en lenguas vulgares y vernáculas (Anderson, 34-36). La mayor cantidad de población alfabetizada en las ciudades hizo de éstas los principales centros donde se difundían y arraigaban las ideas de la Reforma, quedando el campo marginado a los efectos de la imprenta por el alto grado de analfabetismo. Por eso los sectores artesanos y burgueses fueron quienes adhirieron más pronto a los nuevos valores.
Con respecto al campesinado no se puede decir que sus valores fueran modernos, sino que más bien intentaban protegerse de los avances de los estados territoriales de los príncipes. En su mayoría no adhirieron al milenarismo de Müntzer, aunque lo hubieran aceptado como su líder. El milenarismo hallaba su fuerza en los sectores desposeídos de la sociedad, aquellos que dentro de la sociedad no tenían ninguna posibilidad de mejorar su situación ni hacer oír sus protestas. La peste, una suba inflacionaria o cualquier cataclismo natural que desestructurase en lo más mínimo la vida de estos pobres seres los arrojaba a buscar la salvación en brazos de un profeta. Este fue el caso de Thomas Müntzer. En la medida que se agudizaban las tensiones sociales surgían estos profetas que con un grupo de radicales poseídos intentaban transformar el alzamiento en un combate redentor y final (Cohn, 305-308). En un retorno a la Edad dorada de los primeros cristianos, único lugar en que sus miserables existencias depositaban una esperanza de felicidad.
Bibliografía
Norman Cohn, En pos del milenio., Barral, 1972.
F. Engels, Las guerras campesinas en Alemania., Grijalbo, 1971
L. Febvre, Lutero un destino., F.C.E.
Mendes Sargo, Martín Lutero, Thomas Müntzer., Biblos 1990.
Van Dülmen, Los inicios de la Europa Moderna., SigloXXI, 1984.
J Macek, La revolución Husita., Siglo XXI, 1975.
Colección Los Hombres, Página 12, N° 19. Lutero
Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna., Alianza Editorial, 1996.
N. Zemon Davis, Sociedad y Cultura en la Francia moderna, Crítica. (Capítulo: La imprenta y el pueblo), 1993.
P. Kriedte, Feudalismo tardío y capital mercantil., Crítica, 1994.
B. Anderson, Comunidades imaginadas., F C E, 1993.
Autor:
Patrick E. Pedulla
Antropólogo (UBA)
Nacido: New York (EE.UU.) 1964.
Lugar y Fecha: Octubre, 1999, Buenos Aires, Argentina
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |