- Recuerdo para unas memorias
- Aquellos barcos de vapor y chapaleta
- Si en el cielo me la ponen al cielo voy a buscarla
- Los hermanos Cortes Sánchez
- Un matrimonio de por vida
- Se inicia una ardua y noble empresa "La educación de los hijos"
- Un largo peregrinar
- Doñana y su larga vida octogenaria
- De la ciudad de los crepúsculos al jardín de los recuerdos
Recuerdo para unas memorias
Dr. Adelis León Guevara
Creo que de alguna manera mi vida debe estar amarrada con lazos del sentimiento a estas Memorias de Doñana. Soy también llanero, aunque del lado de acá del Apure, en las barrancas tierrosas de Puerto Nutrias, hasta donde debía llegar ese vapor que ancló los sueños primero de la estirpe de los Cortés en San Fernando de Apure, para que se desparramara en el largo gentilicio Rodríguez Cortés, que lleva en su ancestro la soberbia progenie del Orinoco y las leonadas aguas del Apure. Pero el azar, que es una forma eufemística para ocultar la revelación de Dios, hizo que yo también contemplara y viviera de cerca la terneza y la bondad de Doñana, pues a la sombra de su efecto colgué también mi hamaca, en los aleros neblinosos de la memorable Mérida, y sentí, como todos quienes se acercaban a ella, la calidez de su sueño y el cristiano fervor de sus devociones. Fue en el año de 1.959, recién llegado a Mérida, desde los barrizales llaneros de ciudad de Nutrias, desparasitado y con secuela del paludismo en mi rostro jipato, cuando las Letras, no las de cambios a las que hemos estado muy alejados sino las de los humanistas, me juntaron a Elba y, desde entonces, hemos mantenido una amistad trajinada de clásicos y modernos. Desde ese instante conocí todos los lugares merideños donde Doñana, por esa costumbre llanera, solía mudarse con frecuencia, cuando el tedio o el aburrimiento le hacían insoportable su permanencia en cualquier lugar. La nobleza de su alma y la serenidad de su espíritu, se paradojaban con su eterno habito del peregrinar, hasta el extremo de que me aventuraría a calificarla como enemiga del reposo pues, a excepción del que nos cuenta Manuel, el día que tomo su toallita para emprender el definitivo, no le conocí a Doñana un instante de descanso, aunque sí mucho sosiego.
Los primeros recuerdos que de ella tengo, me vienen desde los maitines merideños, en que su piadosa imagen tañía de devoción las frescas mañanas de El Llano, como apostándole a las campanas las primicias de fervor. Allí me la imaginaba a esa hora, frente a la imagen de San Miguel de El Llano, rogándole a Dios por el perdón de mis anatemas e implorando para que mis herejías no la alcanzaran la desgracia del pecado. Sospecho que sus oraciones fueron oídas, puesto que, al tiempo, la revelación y la misericordia de Dios llegaron a mi alma, consciente de que no tenía por qué seguir desdeñando las sabrosuras del cielo, en contraposición con las miserias terrenales. Creo que nunca observe rastro alguno de disgusto en el alma bondadosa de Doñana o cuando acaso lo estaba, lo disimulaba de tal forma que nadie podía ver en ella una mueca de enfado. Yo era asiduo visitante de su casa o, cuando no, huésped peregrino de su hogar, pues que el suyo lo era para todo quienes buscaban, en el silencio del desasosiego, la paz y la quietud angelical que destellaban sus esquivos ojos de llanera, acostumbres a las infinitas lejanías y a los ilimitados horizontes. De allá trajo las perspicacia de su mirada y la altivez de su carácter que, sin duda, fueron el acicate para la construcción de una familia, numerosa como todas del llano, de la que siempre se sintió orgullosa y sus descendientes mas jactanciosos aún por la prosapia que iluminó sus vidas.
A la sombra de Elba, mi condiscípula en las aulas de la Universidad y el cariño, fui adentrándome en el afecto de Doñana, desbordado siempre por la dimensión del amor con que ella supo enaltecer la amistad y allí, a su regazo, encontré la caricia maternal que había perdido en la ingenua adolescencia de mis quince años. Allí con la alegría primaveral de Elba, Audelina, de Romelia, de Carmen, Lila y Adalgiza y la iluminosidad de los libros y las noches que nos daban Giraluna, la librería de Raúl frente al claustro memorioso del Liceo Libertador, mi vida reconquisto en Doñana el dulzor y la abnegación de la madre que había perdido pues, al margen de los propios, Doñana adopto como suyos a muchos hijos que no tuvo. Sintiéndose en la cercanía de ese deseo yo la evoco en el delirio del agradecimiento y me enternezco con el recuerdo de su imagen y la sospecho con todo dinamismo de su diario ajetreo y con la siempre lozana sonrisa en sus labios, por los iluminados predios de Dios, solicitándole al Señor alguna diligencia para no dar tiempo a que el reposo amaine su ansiedad.
Manuel Rodríguez Cortés, su hijo y amigo desde los distantes años de San Juan de Payara cuando me llegué por su casa en busca de algunos dato que necesitaba para un libro que escribía sobre el insigne escritor Don Rómulo Gallegos, Manuel, Digo, desde las lejuras de San Fernando de Apure, pasando por las níveas lejanías andinas, a través de Elba, me ha enviado a Ciudad de México, desde donde escribo estos recuerdos, estas Memorias de Doñana para que yo las prologue. ¿Qué se puede decir sobre algo que está escrito desde los más hondos sentimientos humanos? Que he leído con mucho regocijo estas memorias y que ellas, desde la atalaya del recuerdo han endulzado la añoranza de unos instantes vividos a la sombra de un alma toda llena de terneza, generosa como la llanura que avivó la llama de su fuego sublime y siempre pródiga en el afecto y el amor al prójimo, tal como las aprendiera de las enseñanzas evangélicas del divino Maestro. Los libros que se escriben con la fe del corazón no necesitan de ninguna ciencia para explicarlos. Estas Memorias de Manuel son testimonio filial, como heterónimo de todos sus humanos, hacia la madre bondadosa que, fatigando la perseverancia, levantó con el arduo empeño de la estirpe llanera, una familia que lleva como enseña la gracia bendita del vientre generoso. Allí está la historia del solar doméstico de los Rodríguez Cortés, desde la primigenia estancia en "La Coroba" y posteriormente en el Drago, hasta esparramarse en innúmeros lugares del país, a donde la tenacidad de Doñana quizo izar el abigarrado estandarte de la familia, para gloria de la constancia y el orgullo de quienes testimoniaron, con la superación y el estudio, la grandeza de aquel prístino matriarcado. Desde la distancia azteca de este pasado prehispánico lleno de monumentalidad y en la cercanía de un presente paradójico, saludo estas Memorias de Doñana, escritas por su hijo Manuel, pues que en ellas me remonto al instante en aquel el azar me llevo a conocer la bondad, la generosidad y la abnegación, personificada en Doñana que, desde los divinos arcanos, nos recuerda también a la Madre de todas las Madres.
Gracias a Elba, por cuyo intermedio, seguramente, Manuel me hizo el honor de la lectura de los originales de sus Memorias, para que yo pudiera decir algo sobre quien yo sé que dijo, antes Dios y ante los hombres muchas cosas de mí, pese a que en los momentos del humor mis anatemas fueron oídas por ella y siempre ella, ante Dios, invocó mi perdón. Como me consta la solidaridad de la familia Rodríguez, en los múltiples afluentes de sus apellidos, rindo a todos ellos, en el botalón de mis recuerdos, el homenaje sincero de admiración y la seguridad de que me identifico en los párrafos de estas Memorias por el profundo afecto, amor y cariño por quien yo sé que lo tuvo hacia mí y lo desparramó por toda la humanidad.
Ciudad de México a 22 de Mayo de 1.994
CAPITULO I
Aquellos barcos de vapor y chapaleta
En una tarde decembrina, de agradable brisa fresca que soplaba alegremente de este a oeste- se ven agolparse grupos de personas en los barracones de la simpática población provinciana de San Fernando de Apure.
Todas ellas, como la población entera de aquel pueblo del pasado siglo miraban hacia el río Apure. No como hoy, que le damos la espalda a tan majestuoso y vivo caudal de aguas, comentaban entre sí, algo que para los que se incorporaban a los grupos no entendían y, naturalmente, comenzaban a preguntar:
¿Qué pasa, qué sucede?
A lo que respondían las personas que, desde algún tiempo, se encontraban en esos sitios:
Que se oye ruido hacia abajo, hacia donde corren las aguas del río y parece que es una embarcación "vapor". De esos barcos de chapaleta, que vienen remontando el río, Junto con este viento que sopla tan agradablemente.
Y replican los curiosos y preguntones.
Pero si es que esos vapores tienen meses que no pasan por aquí, por San Fernando con destino a Puerto Nutrias. Una empresa de navegación había prometido enviarlos mensualmente.
Y continuaban
¿Pero qué barco puede ser ese?
-Porque el ruido que se oye más cerca ahora es de un "vapor"
Bueno dijo un viejo mirón curtido por los rayos del sol y los sexagésimos años que llevaban encima, por estos ríos han surcado sus aguas El Venezuela, El Apure. El Barinas, El Masparro. El Arauca y hay otros tales como El Guayana y El Delta.
De repente muy a lo lejos y sobre el espejismo del río, se divisa la silueta muy fina de una gran embarcación y, mientras más se acercaba el chapaleteo al puerto, más gente llegaba a todos los sitios de lo que fue la Inglesera. San Ramón. Puerto Arturo. Ligeron, Los Barbaritos e Ignacio Rodríguez Maíz.
Parece el barco a vapor llamado "Barinas"
Otra vez replicó el sexagenario.
Si, es ese barco. Recuerdo que sus piezas fueron traídas desde Nueva York y fue la primera vez que se hizo un ensamblaje de este tipo en Guayana o, más propiamente, al frente de Ciudad Bolívar en el Puerto de Soledad. Ese es un Barco de 250 toneladas y, se distingue del "Apure" solamente en su casco, que es metálico. En 1.852 hizo su primer viaje a Nutrias y, desde entonces, esta surcando el río Apure. Ahora parece que está recién pintado y debe ser por eso que todavía no le han puesto el nombre. Bueno lo interesante es que tenemos barco a vapor a la vista: no importa que no tenga nombre, puede ser cual sea y eso lo averiguaremos después.
El vapor, al llegar frente a San Fernando, lanzo semejantes pitazos. Echando fuertes chorros de humo por la chimenea, para luego anclar en el gran muelle ante la atenta mirada de aquel gentío que, con aplausos y gritos, daban la más calurosa bienvenida al "vapor".
Días después, y luego que el capitán de la nave hiciera entrega de sus mercancías y encomiendas como era la costumbre, invitó a las distinguidas personalidades ligadas al comercio y el gobierno junto
con sus respectivas familias, a una recepción en uno de los salones de esta confortable embarcación. Entre los invitados se destacaba un Joven muy apuesto, comunicativo y alegre que venía de Cuidad Bolívar. Guayana, para realizar contactos comerciales y, posiblemente, a residenciarse en San Fernando, donde vivían unos familiares.
En este agasajo y excepcional recepción para los visitantes, hubo de todo un poco: brindis, música, baile, comidas especiales, discursos, declamaciones y hasta romances. Todo ello se asemejaba a una de aquellas veladas que se hacían en San Fernando. El joven visitante se prendó de una núbil doncella de apenas 15 años primaverales, bella entre los bellos botones de rosa que formaban aquel arreglo floral de muchachas, llenas de encanto y ternura sin igual. Esa joven quinceañera lucía de mediana estatura, cuerpo de guitarra, piel blanca, cabello negro y encrespado, ojos de color del ámbar, cejas pobladas, labios sensuales. Era agradable y de atractiva presencia, comunicativa y estaba risueña todo el tiempo, enérgica e impulsiva, combinaba toda belleza y cualidades con gestos graciosos para hablar, caminar y danzar.
Los distinguidos marinos antes de partir para Puerto Nutrias correspondieron a sus anfitriones con un sencillo acto de despedida, lo que, naturalmente. hicieron en el mismo "Vapor" La concurrencia no fue tan numerosa como la anterior pues la euforia de la llegada del "barco" ya había pasado un poco, sin embargo, fue una lucida tertulia familiar y, desde luego, muy amena y misteriosa. Salieron a relucir las anécdotas, cuentos y encantos de las muchachas llaneras que asistieron a la anterior recepción. El joven locamente enamorado cantó, declamó v se volvió un trompo bailando, los más románticos "Valses" de moda para aquel tiempo, y, en medio de la tertulia, uno de los marinos dijo, el joven Hernán Cortés superó en esta oportunidad a Eduardo Turpin, cuando en 1.848 era el capitán del gran vapor "El Venezuela", quien en cada puerto dejaba un amor.
A lo que replicó el joven.
Yo no soy de esos tantos "picaflor" que abundan allá en mi tierra de Guayana, pero si les digo que es la primera vez que me encuentro locamente enamorado.
A lo que respondió su interlocutor.
Con razón no vas a viajar con nosotros a Puerto Nutrias, como eran tus planes.
A lo que el joven respondió.
Así es. Me quedo en San Fernando, oyendo la voz de mi conciencia haciéndole honor a mis sentimientos, pues pienso consolidar mis propósitos amorosos con todas las de la ley, ante Dios y ante los hombres.
Al día siguiente después del acto de despedida, apenas se veía hacia el naciente el titilar centelleante del gran "Lucero del Día" llamado también "Lucero de la Mañana". La tripulación del "vapor" comenzó a levar ancla, a soltar los cabos, de arrejerar. De pronto, uno de los marineros comenzó a despedirse a toda voz y pulmón diciendo:
Nos vamos porque "barco parao no gana flete" y este aparato consume mucha leña verde en la panza de esa caldera de vapor y el que corta esa leña es Don José Lorenzo Rodríguez. Quien se quedó muy lejos allá atrás en costa de Apure y boca de Arauca. Dicho esto el "vapor" hizo tres estrepitosos pitidos y arranco aguas arribas por el caudaloso Río Apure.
Dijo otro marinero:
Los barcos, como el viento también remontan los ríos.
Muelles de San Fernando (1.945) foto: Harold L. Brigg.
Tomado de la obra "HISTORIA DE APURE", del laureado Docente y escritor Lic. Argenis Méndez Echenique.
CAPITULO II
Si en el cielo me la ponen al cielo voy a buscarla
Ese mismo día de la partida del "vapor". con el olor del humo a la leña verde que quemaba el "barco a vapor" y que todavía enrarecía la atmósfera, el joven Hernán Cortés fue a visitar a sus familiares, va que en San Fernando vivían unas hermanas s unos tíos. Al llegar a la casa montonera se encontró con sus hermanos Don Dionisio Sánchez. María del Rosario y Ana del Socorro. La salutación que se dieron se convirtió en un momento de contento y gran emoción en cada una de sus hermanas fue llamando a sus hijos para presentarlos a su distinguido tío Hernán Cortés, que había llegado en el "barco a vapor" desde Guayana (Bolívar), La última en presentar a sus hijos fue la menor de sus hermanas. Ana del Socorro quien, de inmediato llamó a su hija menor, la "bordona".
La joven salió desde el extremo opuesto de un extenso corredor de aquella amplia casa colonial que ocupaban los Cortés Sánchez. Se acercó con un rítmico caminar que parecía que danzaba y, con su acostumbrado gesto encantador llenó de primor y ternura: se presentó ante el grupo familiar, no sin antes encontrarse sorprendida al observar a tan distinguido visitante. Su mamá, dirigiéndose a su hermano le dijo:
Esta es mi hija menor y la llamamos Anita, pero su nombre es igual al mío Ana del Socorro. Ella es su sobrina y usted su tío. El joven le tiende la mano con un gesto de fina cortesía, quedándose enmudecido por la sorpresa y diciendo asombrado:
Entonces. ..!Ella es mi sobrina!
Sí señor, ella es su sobrina y usted es su tío, replicó su hermana reafirmó: Bésele la mano niña.
Y ella, ruborizada y nerviosa, le pidió la bendición. En tanto- su tío, aún enmudecido y lleno de rubor la abrazó diciéndole.
Dibujo en plumilla hecho por José Gregorio Vivas (1.985) tomado de la obra "HISTORIA DE APURE" del Laureado Docente y escritor Lic. Argenis Méndez Echenique.
– Que el señor te bendiga. Anita.
Pasaron muchos días desde aquel reencuentro familiar y el joven Hernán, Cortés continuó visitando todas las tardes s noches a su hermana Ana del Socorro y a su sobrina, sin poder disimular el atractivo amoroso que sentía por ella. Su hermana lo notó claramente y. un buen día, después de aquellas largas y fascinantes visitas de su hermano resolvió llamaren privado a su bordona y le dijo:
– Anita, has observado que tu tío Hernán, gusta de ti?
La joven se quedó callada un buen rato Y le respondió a su madre:
Sí. Mamá, mi tío gusta de mi.
¿ cómo lo sabes, le replicó su madre.
Y ella le respondió:
– Voy a ser sincera contigo, como siempre, he acostumbrado. La noche de la primera fiesta en el "barco de vapor", él se me declaró diciéndome cosas muy bellas. Claro, que todavía no nos conocíamos ni sabíamos quién era cada cual, como ahora.
Inquirió su madre:
– y qué me dices tú, hija querida?
A todo esto ella respondió:
– Bueno ya sé que él es mi tío y no podremos casarnos.
– Esta bien, mi hija, así es, y continuó:
En la próxima visita, hablaré con el de este problema. Así que usted, cuando él llegue, no va a salir, porque yo lo recibiré
Y así fue. A la hora acostumbrada llegó Hernán Cortés y luego del saludo, lo primero que hizo el joven fue preguntar por Anita y su hermana le respondió: "tu sobrina".
A lo que respondió: "Si Anita"
Su hermana le dijo:
– He venido observando que usted como que gusta de mi hija, la cual es su sobrina; eso no puede ser. En nuestra familia, y tú lo sabes también como yo, no se acostumbra contraer matrimonio entre sus miembros ya que biológica y socialmente no es lo correcto.
El joven, muy nervioso y ruborizado ve hacia todas partes hasta que fijó su mirada en el cielo, el cual se encontraba encapotado igual que su hermana. Luego, tomó del jardín en donde se encontraba hablando con su hermana un botón de rosa encarnado y dijo:
– Hermana, así como no te quito la razón quiero que tú oigas las mías. Por estar locamente enamorado de mi sobrina es que estoy pasando por esta prueba de fuego. Es tan duro para mí; ante ti me da vergüenza y me golpea fuertemente en mi mente y corazón. Terminando de decir esto, se miró la mano izquierda, donde tenía el botón de rosa encarnado, el cual había hecho desaparecer al estrujarlo entre sus dedos y manos y dijo:
– Si así. Como se escapó este botón de rosa de entre mis manos en donde solamente me quedó el perfume igualmente siento que, si también se evaporara al cielo y se me escapara de mi entorno la presencia física; espiritual de quien es mi sobrina sería capaz del más duro sacrificio.
Prontamente su hermana le cortó la palabra diciéndole:
– Perdona hermano mío, tu palabra vaya por delante. Porque de lo que has hablado no te he entendido nada. Háblame en cristiano para que podamos entendernos. ¿Qué has querido decir con esto?
Está bien, contestó él. Estoy locamente enamorado de mi sobrina y "Si en el cielo me la ponen, al cielo voy a buscarla"
Su hermana, que ya estaba presa de los nervios y llorando, le contestó:
Mi hija con tierna edad no puede casarse con nadie. Mucho menos con usted. que es su tío, esa niña aun tiene sus sentimientos dormidos y no podrá ser madre tan joven. Correría el mismo riesgo y suerte que tuvo entre tus manos el tierno botón de rosa encarnado que deshojaste en este jardín, del cual solo le quedó el perfume, y quizás, el recuerdo de haberle marchitado tan prematuramente..
A lo que él respondió después de un largo y profundo suspiro:
– Hermana, te repito lo que ya te he dicho: Si en el cielo me la ponen al cielo voy a buscarla.
Al terminar esta escalofriante conversación, el joven Hernán Cortés dijo:
– Hermana mía, en lo sucesivo continuaremos hablando; espero que nuestras conversaciones sean más amenas y comprensibles. Dicho esto agrego: Permíteme tomar de nuevo, de este tu hermoso y florido jardín, otro botón de rosa encarnado y un limón de este frondoso limonero para guardar esta flor y este fruto como un imperecedero recuerdo de este inolvidable día y continuo: Dicen que, así como el limón corta la grasa, también corta la nostalgia y la fragancia de la rosa estimula el romance. Afortunadamente, lo aprendí allá en Guayana, el paraíso de la flora en Venezuela y América, a conservar naturalmente, con todo su color; aroma, a muchas flores y frutos, tales como esta rosa y este limón. la vainilla es la sarrapia y te digo, hermana, los vas a ver dentro de dos o tres años Esta flor y este limón estarán igualitos como lucen en esta tarde de hoy
Dicho esto, se despidió, implorando a su hermana su perdón por si algo la había molestado
De ahí en adelante, la familia Cortés Sánchez comenzó ha hacer reuniones familiares para buscarle solución al problema planteado por el joven Hernán Cortés y en una de aquellas tertulias en que estuvo presente la pretendida joven, esta manifiesto, para asombro de su madre; demás parientes, que también estaba locamente enamorado de su tío y era tanto que a espalda de sus padres, había empeñado su palabra de compromiso, de casarse con su tío.
Vista tal actitud, sus padres resolvieron consultar con el señor Obispo de Calabozo, que era el jefe espiritual de esa diócesis, sobre la firme determinación de los enamorados de contraer matrimonio, y los planteamientos hechos por ambas partes, el Obispo les manifestó que, por lo visto, no había nada que hacer y que los dejaran casar como eran sus deseos.
Todavía estaba fresco el recuerdo cuando, a mediados del mes de diciembre de 1.894, arribaba a San Fernando de Apure aquel "barco a vapor" y justamente al año siguiente, en 1 895 en el mismo mes de diciembre, esta pareja de jóvenes estaba contrayendo matrimonio.
Quizás hubiera querido celebrar sus nupcias en uno de los salones del mismo "vapor", donde hacia un año se habían conocido sobre las aguas del río.
– Como dijo Andrés Eloy Blanco:
¡Esta es mi patria! En mi río.
Siendo lo mío más mío.
Porque aquí recuerdo yo.
Que luchando brazo a brazo.
Con la sangre de un flechazo.
Un indio me bautizó.
Así mismo diría Hernán Cortas cuando tuvo en sus brazos, ya como desposados, a su núbil doncella Ana del Socorro, quien, para el 16 de septiembre de 1896 dio a luz a una hermosa niña, Siguiendo la tradición ancestral de sus antepasados, le pusieron también el mismo cristiano nombre de su madre: "Ana del Socorro". Ya para ese entonces, no se hablaba de tío y sobrina. El poco tiempo transcurrido comenzaba a borrar muy prontamente aquel hito histórico familiar, Así mismo en todo el entorno familiar reinaba la armonía y ahora, más que antes el amor familiar: Ya que, la nene Ana del Socorro era el centro de atracción de la familia, de sus abuelos y tíos en general según la opinión de los pariente y amigos la niña era el retrato de su Joven madre, la que se encontraba orgullosa y llena de felicidad.
Al comienzo del año de 1.899, la cigüeña visitó de nuevo al hogar de los esposos Cortés – Sánchez, dando a luz en esta oportunidad a un niño que, al igual que la hembra llevaría el mismo nombre de su padre: Hernán, siguiendo la tradición de sus antepasados.
A la semana de dar a luz, la joven madre enfermó repentinamente de Colerina (enfermedad parecida al actual Cólera), lo que le causó Una Intempestiva muerte, dejando a todos los familiares y amigos llenos de asombro y dolor. Su joven esposo fue el más afectado. Entró en un estado de depresión y profunda tristeza, no queriendo aceptar la realidad de seguir viviendo sin ella. Decidió encerrarse en su habitación, aislándose totalmente del mundo que lo rodeaba, con aquel botón de rosa encarnado en la mano izquierda y en la derecha, el mismo limón que arrancara aquella tarde del jardín de su hermana cuando pidió la mano de su amada Ana del Socorro.
Para sacarlo de su tristeza, le llevaban a sus hijos pero, al verlos, pedía que se los llevaran para proseguir con su monólogo y recuerdos, oliendo la rosa y el limón, repitiendo las frases que, aquella tarde en el jardín, su hermana y él habían pronunciado.
A los pocos días, después de un largo delirio, muere. Dijo entre frases entrecortadas, quizás recordando aquellas palabras de su hermana "Mi hija, con su tierna edad, no puede casarse con nadie. Mucho menoss con usted, que es su tío. Esa niña aun tiene sus sentimientos dormidos y no podrá ser madre tan joven. Correría el mismo riesgo y suerte que tuvo entre tus manos el tierno botón de rosas encarnado que desojaste en este jardín, del cual solo te quedó el perfume y, quizás el recuerdo de haberla marchitado tan prematuramente…"
Y otras veces, se le oía decir llorando amargamente
"Si en el cielo me la ponen, al cielo voy a buscarla"
Y un fatídico día encontraron el cadáver de Hernán Cortés. Sus hermanos llegaron tarde para verlo vivo. Su alma había partido al mas allá en busca de su amada Ana, con la que tenía la esperanza de reunirse, cumpliendo así con su palabra empeñada ante la ley de Dios y la de los hombres como solía decir siempre.
CAPITULO III
Los hermanos Cortes Sánchez
Apenas comenzaba la niña a dar sus primeros pasos y pininos y el niño recién acababa de dar su primer grito al nacer, cuando ya habían quedado huérfano de padre y madre.
Comentaban sus familiares, hablando del reciente y lamentable hecho, que Hernán Cortes, en su estado de melancolía, había simbolizado en la flor a su hija y en aquel limón a su hijo. Aunque pareciera raro en la vida real y futura de Ana del Socorro y su hermano, ella se parecía a la flor. Era bella, rozagante, optimista, alegre y emprendedora. Por el contrario, Hernan era un hombre de carácter agrio, pesimista, taciturno, triste y melancólico.
Tal vez en el momento del alumbramiento. En lugar de recibir el calor del vientre de su madre, recibió el escalofriante frío de su prematura muerte que, por casualidad no fue un parto póstumo.
Luego de morir sus padres, los niños quedaron al cuidado de sus tíos: Don Dionisio y Marta del Rosario Sánchez.
Don Dionisio era muy blanco a pesar del fuerte sol llanero que parecía no quemarlo, era un hombre de temple. Utilizaba un depurado lenguaje para expresarse, de recio carácter y con una gran habilidad para los negocios. A los cincuenta años tenía el cabello completamente encanecido, el cual le daba un aire señorial a su rostro. Amaso una fortuna en su bello y prospero "hato de Cabuyare", cerca de Boca Arauca, logrando ser un *chivato entre los chivatos de su época y dueño de botijas y morocotas de oro, además de unos "entierros".
María del Rosario o María de García. Fue una hermosa y atractiva mujer de ojos azules y cabellos castaños. Era alta y de fuerte contextura, siempre estaba risueña y atenta con todo el que le tratara. Lamentablemente estos tíos al correr de los años, quedaron inválidos.
*CHIVATO: palabra utilizada en el llano venezolano para denominar a una persona importante y rica.
Ella, paralítica a causa de un terrible reumatismo que la condujo al sepulcro y él quedo ciego por mucho tiempo.
La infancia de los niños transcurrió bajo el más solicito cuidado de sus preocupados tíos, recibiendo el calor materno v paterno del cual no pudieron disfrutar en su primera y tierna infancia. La tía María, por su gran bondad y por ser amorosa con sus familiares y amigos era muy querida. Se ocupaba a tiempo completo de su hogar junto con su esposo Julián García, y entre los dos levantaron una gran familia logrando una altísima estima social. Sus hijos Rosario, Rafaela, Josefina, Isabel. Julián y Nelly llegaron a ser unos hermanos mas para los huérfanos: Ana del Socorros y Hernán Cortés.
DON HERNAN CORTES SANCHEZ
31 de enero de 18.99 + 26 de febrero 1967
El tío Dionisio Sánchez manejaba sus negocios con mucha inteligencia, especialmente la ganadería del Bajo Apure, se codeaba con la alta sociedad, políticos, comerciantes y ganaderos. Fue amigos de muchas personalidades: Carlos Rodríguez Rincones de los Hnos. Barbaritos los Hnos. Salerno Melo, el Dr. Humberto Barrios Araujo, el Profesor Héctor Saldeño, Manuel Sánchez Veracierto y su hijo Perucho. Ignacio Rodríguez Maíz. Hnos. Hernández Cortés, Doña Magdalena Hernández, el poeta Andrés Eloy Blanco, Ángel Bravo, Clemente Garrido, Félix Argotte, Manolo Corado, José Maria Soler, Cristóbal Azuaje, Ramón Hidalgo, Ricardo Valera y muchos otros.
Don Dionisio igual que su hermana también formo un envidiable hogar con Doña Rosa Rodríguez, una hermosa catira Apureña con la cual tuvo cuatro hijas llamadas: Balbina, Matilde, Lucia Rosita: ésta ultima era una bella joven que llamaba mucho la atención de quienes la miraban.
Ana del Socorro y Hernán oyendo que los hijos de su tío le llamaban papá, decidieron llamarlo igual pero agregándole el apellido. Así ambos le decían "papá Sánchez", quizás para dejar la denominación de papá para su verdadero padre ya difunto. Cuando Ana del Socorro se casó. Todos sus hijos también lo llamaron "papá Sánchez". En este ambiente tan hogareño de tanta familiaridad y comprensión., fueron criados Ana del Socorro y Hernán bajo las normas y patrones familiares de moral, buenas costumbres y principios de urbanidad que aprendieron de sus tíos, además de recibir una esmerada educación e instrucción religiosa. Todos siempre fueron disciplinados católicos, en especial Ana que era una ferviente devota y cumplidora de los mandamientos de nuestra doctrina cristiana.
Y así terminó la infancia y juventud de Ana del Socorro y Hernán, unas veces estaban en el hogar de su "papá Sánchez" y la mayoría de las veces, en el hogar de doña María del Rosario de García. Vivieron en San Fernando y en los hatos de "Santana" en la margen derecha del río Capanaparo, y de este lado del río, en Araguaquen, hatos propiedad del Señor Nieves Maicas, padre de los parientes muy cercanos de Ana del Socorro y Hernán. Ellas eran Ana Luisa, Bárbara, Chacha, Beatriz, Elena y Nieves Maicas Cortés.
Otras veces en los hatos de papá Sánchez, en Luisico cerca de San Rafael de Atamaica y, a última hora, en Cabuyare, cerca del otro gran hato de Arauquita, "Sanchero" de Don Manuel Sánchez Veracierto. Al tiempo, cuando los niños de ambos hogares de sus tíos estuvieron de escuela, tanto Don Dionisio, como Doña María del Rosario de García, fijaron sus residencias en la simpática población de Arichuna, donde construyeron unas inmensas y confortables casas, una de ellas frente a la plaza Bolívar ; la otra hacia el oeste, cerca del río.
Allí, en esta simpática y bicentenaria población del bajo Apure, hoy castigada y víctima de los desgobiernos y corruptelas de esta mal entendida democracia, asistían a clase la muchachada de Don Dionisio Sánchez y Doña María de García. Era costumbre, como aún se estila hoy que en las vacaciones largas de los meses de julio a septiembre e igualmente las de diciembre a enero, las familias, especialmente las que tenían sus fincas se trasladaran con todos los suyos para aquellos atractivos campos, donde abundaba la comida y, muchas cosechas. Ana y Hernán, ya formaditos, hombre y mujer, frecuentaban mucho los hatos de sus tías Maicas Cortés, que así acostumbraron a decirles también, a las hijas de Don Nieves Maicas llamado comúnmente el General Maica. Así pasaban largas temporadas en los históricos hatos maiqueros de "Santa Ana" y "Araguaquen", sitios en los que acampó nuestro Gran Libertador, Simón Bolívar, por los años de 1.818 a 1.819.
Allá, en esos auténticos hatos llaneros del bajo Apure, Ana del Socorro hija, conoció al distinguido joven apureño Ramón Agapito Rodríguez Camacho, hombre de confianza en todas las actividades del llano de aquel emporio de riqueza. Los hatos maiqueros eran dirigidos aún por sus propios dueños. Don Nieves Maicas, su hijo Julián y las mismas muchachas que les hacían frente a todas las actividades y problemas que se presentaban en aquellas fincas.
Agapito Rodríguez, como comúnmente se le llamaba o simplemente "Don Agapo", era un hombre bastante alto, de porte atlético, cara ovalada, ojos color miel fijos y penetrantes, poco poblado de barba y bigote, dentadura muy fuerte, que mantuvo así de por vida. Caminaba con soltura y tenía un pisar duro, atinado, y con firmeza; era callado y solo hablaba cuando era necesario, con una fuerte voz de mando. También era muy observador y tenía el don de conocer a las personas al rompe y saber para que eran capaces. Era un hombre guapo, sin alardes de su valor y sabia ser cariñoso con todo el que lo tratara. Con sus hijos fue muy amoroso en los momentos de mimo, como también sumamente duro al reprenderlos y censurarlos.
Ramón Agapito Rodríguez Camacho, era hijo de de José Lorenzo Rodríguez, un catire de ojos azules nacido en el histórico hato de Cabuyare, Los Médanos. Boca Arauca. y su madre, la Sra. Ceferina Camacho Orta, nacida en Calabozo, la cual tuvo dos hermanos Pedro y Pablo. Todos eran calaboceños arraigados a este tranquilo pueblo, después que pasó aquella llamarada encendida, hasta entre hermanos de la ola independentista de Venezuela y América. Su abuelo fue el Sr. Juan Andrés Delgado, guariqueño de Camaguán.
Los padres de Don Agapito: de su matrimonio tuvieron los siguientes hijos: Tomas, Ramón Agapito, Narciso, Aniceto, Pancho, Marta, Natividad, Saturdino y Segundo. Toda gente de conducta intachable, responsables, trabajadores, sin vicios, con excepción de la costumbre de masticar tabaco, que algunos practicaban. Lograron formar hogares muy bien constituidos y era tan numerosa esta familia en la región de los Médanos, Boca Arauca, que, donde quiera que se llegara, no era extraño encontrar un Rodríguez.
Don Agapito Rodríguez Camacho
CAPITULO IV
Un matrimonio de por vida
Agapito Rodríguez Camacho; Ana del Socorro Cortes Sánchez formalizaron sus amores y contrajeron matrimonio en el mes de diciembre de 1.911. Siendo casados en el "Hato de Cabuyare" propiedad de Don Dionisio Sánchez, tío padrastro de Ana del Socorro, y los casó el padre Guillermo García.
Luego de casados, habitan en varios sitios del Bajo Apure, en el año de 1.925 fijan su residencia en un lugar denominado "La Coroba", a unos pocos kilómetros de la margen izquierda del río Arauca y desembocadura de este río en el Orinoco, y cerca justamente del Hato de Cabuyare. En "La Coroba" fundan un autentico hato llanero que llegó a ser muy prospero porque Ana y Agapito eran sumamente activos y laboriosos, así llegan a adquirir una pequeña fortuna, ya que, además del Hato de "La Coroba" fundan, a base de puro esfuerzo una hacienda de caña y otros cultivos en el sitio denominado "Trabuco", a la margen izquierda del Arauca.
En esta hacienda de caña se muele durante toda la estación del verano en trapiches de madera hechos por ellos mismos. Allí se producen diferentes cultivos que, en su mayoría, se pierden especialmente las cosechas de bananos, granos, yuca y frutas en general. Además, la familia Rodríguez Cortés era tan trabajadora, responsable e industriosa, que fabricaban desde las alpargatas hasta el chinchorro, el mosquitero y todos los enseres de alojamiento necesarios para un modesto hogar llanero. Así mismo, construyeron las majadas para el ganado, corrales, cercas y chiqueros: el tren de pesca y caza, las embarcaciones: el equipo de molienda, con su confortable trapiche de madera, implementos para la quesera, desde el rejo y el tenedor hasta el bote para el depósito de la leche. Los equipos requeridos para la montura a caballo lo hacían con todo interés y esmero. Así que, en sentido general, era un hogar donde todos trabajaban con afanoso empeño y consagración.
Los esposos Rodríguez Cortés, observando que durante casi 30 años desde 1911 – 1940, habían formado un hogar ejemplar, unido, laborioso y responsable e igualmente habían consolidado una aceptable posición social, resolvieron, para mediados de 1940, fijar su residencia en la simpatice población de Caicara del Orinoco para poner a unos cuantos de sus hijos en la Escuela. Antes Doña Ana, no había vivido aquí con Don Dionisio Sánchez y su familia.
Este fue un hogar tan feliz como prolifero pues tuvieron doce hijos.
José Lorenzo que nació el 28/02/1.912
María del Rosario " " " 07/01/1.914
Ana María " " " 01/10/1.916
Hernán Ramón " " " 21/06/1920
Carmen Rosalía " " " 04/09/1.922
Rosalino Salvador " " " 05/03/1.924
Manuel Felipe " " " 05/01/1.926
Carmen Ramona " " " 11/08/1.928
Audelina Antonia " " " 11/07/1.929
Raúl Agapito " " " 31/01/1.931
Elba Antonia " " " 18/05/1.934
Carlos Vicente " " " 11/09/1.936
De esta gran familia, el primero José Lorenzo, murió de apenas un año. e igualmente, Carmen Rosalía y Carmen Ramona.
María del Rosario, Ana María Y Hernán Ramón ya mayorcitos habían estudiado en Arichuna en las casas de sus tíos Dionisio y María Sánchez de García. Graduándose, de primaria superior.
En 1940, la familia fija su residencia en la población de Caicara del Orinoco, estando en edad escolar Rosalino (16). Manuel Felipe 14) Audelina Antonia (1 l), Raúl Agapito (9) Elba Antonia (6). A excepción de Carlos Vicente que solo tenía 4 añitos.
En aquellos tiempos, no existía el preescolar y los niños fueron inscritos en las Escuela Rural, denominada así por estar ubicada en las afueras de la población. Actualmente, dicho plantel se llama Grupo Escolar "Manuel Manrique" y se encuentra en el mismo sitio donde estaba aquella hermosa Escuela Rural en la que se cultivaban hortalizas.
Se recuerda, de Aquel entonces, a su preceptor, el catire Manuel Manrique, cuyo nombre lleva actualmente esta institución, al señor Manuel Salvador Gómez, llamado comúnmente el "Doctor Gómez", que era de avanzada edad, calvo, de barba blanquecina que le caía sobre el pecho, con un recio carácter y muy sabio, y la Maestra María Luisa, que era corpulenta y exótica de pechos. Todos fueron excelentes educadores.
Durante esta corta estadía de la familia Rodríguez Cortés en Caicara del Orinoco, a Doña Ana le pego muchísimo aquella separación de sus propiedades, allá en el Bajo Apure. A menudo se la veía llorando y comentaba que le hacía mucha falta la leche de sus vacas para sus muchachos y oír el bramido de sus rebaños y, a tanto llegó esto, que hubo que conseguirle con los ricos ganaderos del Distrito Cedeño, una vaca para que la ordeñara en el patio de su casa.
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