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Consideraciones sobre los efectos electorales de los atentados terroristas del 11-M (página 2)


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Los resultados que arrojaban estos sondeos no dejaban espacio, en principio, para la duda: con una diferencia que oscila entre los 13 y los 45 diputados (entre un 1’3% y un 7’5% de los votos), el PP se alzaría con la victoria en las elecciones. En realidad, estos sondeos venían a corroborar la sensación generalizada, en los medios de comunicación, los ciudadanos y los propios partidos políticos, de que las elecciones, a diferencia de los comicios anteriores del año 2000, eran decisivas, pero no tanto por dilucidar quién las ganaría (que, parecía claro a raíz de las Elecciones Autonómicas de 2003 y, sobre todo, la repetición de las mismas en la Comunidad de Madrid tras un caso de transfuguismo que afectaría al PSOE, sería de nuevo el PP), sino por si lo haría con o sin mayoría absoluta.

Corroboraban dicha sensación, pero con matices. Porque si marcan como probable la victoria del PP, también parecen decantarse mayoritariamente por una victoria sin mayoría absoluta. Es más, en algunos casos (las encuestas de la Cadena SER y, sobre todo, La Vanguardia) podría hablarse, más que de victoria ajustada del PP, de "empate técnico". Así lo haría antes de las elecciones la profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense Belén Barreiro [3], y también Julián Santamaría, igualmente profesor de Ciencias Políticas en la misma universidad, ex director del CIS y actual director del Instituto Noxa (autor de la encuesta de La Vanguardia):

Cuando los partidos están igualados a votos decimos que hay empate. Empate, sin más. Cuando las diferencias entre los dos quedan dentro del margen de error que permite la muestra decimos que hay empate técnico. Esto último es exactamente lo que dice la nuestra. Que los resultados del PP y del PSOE pueden oscilar en torno a un 2,5% hacia arriba o hacia bajo y, por tanto, que cualquiera de los dos podría alzarse con la victoria, aunque hoy por hoy el Partido Popular siga teniendo más probabilidades de ganar y de ganar por mayor diferencia. Se podrá argumentar que juego con ventaja diciendo que todo es posible. Pero eso es lo que dicen los datos al inicio de la campaña oficial y es obvio que, al comentarlos, no pueda ni deba decir más de lo que ellos dicen. Aun así, asumimos un riesgo muy notable. Primero, porque no es eso lo que piensan los entrevistados. Aumenta entre éstos el número de los que prefieren a José Luis Rodríguez Zapatero frente a Mariano Rajoy y los que preferirían que ganase el PSOE, aunque la inmensa mayoría cree que ganará el Partido Popular. Segundo, porque no se trata sólo de la opinión común, ya que son muchos los observadores y analistas que la comparten. Y tercero, porque, habiendo seguido con mucha atención las encuestas que se han publicado en los últimos meses, no he visto hasta ahora ninguna que apuntase como ésta a un empate técnico, aunque casi todas marquen una ligera tendencia a la reducción de la distancia entre PP y PSOE. (2004).

Parafraseando a Julián Santamaría, no se trata de extrapolar consecuencias de las cifras de una encuesta (es decir, asumir que la situación electoral anterior al 11-M ya se caracterizaba por la igualdad entre los dos grandes partidos, o el "empate técnico" PP– PSOE), pero tampoco de pasarlas por alto. La situación preelectoral anterior al 11-M que marcaban las encuestas pronosticaba la victoria del PP, en efecto, pero también indicaba claramente que sería muy difícil, casi imposible, la reedición de la mayoría absoluta de 2000. Todas las encuestas mostraban un recorte de las diferencias entre el PP y el PSOE respecto a una "situación de partida" mucho más beneficiosa para el partido entonces en el Gobierno, y las discrepancias de grado entre unas y otras no eludían la constatación de que la victoria, de darse, como parecía entonces probable, se produciría sin alcanzar los 176 diputados [4].

A falta de una tendencia clara, la comparación entre estos datos y los de las encuestas "a pie de urna" o "israelitas", efectuadas el mismo día de las elecciones, permite arrojar cierta luz sobre el impacto de los atentados del 11-M en los resultados electorales, pero, al mismo tiempo, sobre las deficiencias de las encuestas como instrumento para establecer comparativas:

Como puede verse, la victoria (más o menos desahogada) del PP que pronosticaron los sondeos preelectorales se convierte aquí, en los sondeos a pie de urna, en un empate técnico absoluto (mínimamente favorable al PP en dos sondeos, al PSOE en otro, pero en todo caso en términos despreciables desde el punto de vista de la probabilidad). Sólo encontramos una llamativa excepción: la encuesta de Tele 5, efectuada por Demoscopia, que indicaba unos resultados muy similares a los que habían pronosticado las encuestas preelectorales.

¿Cuál era el motivo de esta distorsión entre la encuesta de Demoscopia y las demás? Justamente que, a causa de las negativas experiencias en anteriores comicios con los sondeos a pie de urna (que normalmente fallaban aún en mayor medida que lo hacían los sondeos preelectorales), Demoscopia había decidido no efectuar un sondeo a pie de urna, y sustituirlo por una encuesta preelectoral similar en su configuración y características a las que hemos visto en la Tabla 1, pero con la ventaja de contar con datos más cercanos en el tiempo al día de las elecciones… y la enorme desventaja de efectuar la recogida de datos con anterioridad al 11-M.

En este contexto, la comparación entre las encuestas preelectorales (incluida en este apartado la encuesta de Demoscopia a la que acabamos de referirnos) y las encuestas a pie de urna resulta esclarecedora: si asumiéramos como ajustados a la realidad los datos arrojados por unos y otros sondeos, el 11-M habría tenido una importante incidencia en las elecciones generales, que oscilaría entre los diez y los treinta escaños de aumento y disminución de PSOE y PP, respectivamente.

El problema es que las encuestas a pie de urna también se equivocaron. En menor medida que las preelectorales (dado que, obviamente, el impacto del 11-M ya estaba incluido en los resultados), incluso podría decirse que dentro del margen de error del 3% en el mejor de los casos, pero, de nuevo, no supieron ver una victoria del PSOE más clara en votos (5% de diferencia) que en escaños (16), pero más amplia, en cualquier caso, que lo que las cifras de las "israelitas" pronosticaban. ¿De dónde provenía la distorsión? Creemos que, en buena medida, de un factor crucial en los procesos electorales en España: el aumento de la participación y la aparición del famoso "voto oculto" socialista, convertido en "voto antiAznar".

2) Resultados electorales

A lo largo de la jornada electoral se detecta ya un elevado índice de participación, muy superior a las elecciones de 2000 y similar a las elecciones de 1996. Se argumentó en su día que la derrota del PP se configuró a partir del aumento de la participación en las regiones donde tradicionalmente ostentaba menor representación (Andalucía, Cataluña y, con matices, el País Vasco), y en parte así se percibe revisando los datos por comunidades autónomas, en la muestra que ofrecemos en la Tabla 3:

Tabla 3: Datos de participación por comunidades autónomas.

Fuente: electionresources.org y elaboración propia.

Podemos observar que, en el caso de Cataluña y País Vasco, el aumento de la participación respecto a las elecciones de 2000 (un 12% y un 11’2% más, respectivamente) es sensiblemente mayor a la media (un 7%), mientras que en las regiones donde el PP obtiene normalmente mejores resultados el aumento es ligeramente menor (un 5’2% en Castilla- León, un 6% en Galicia y un 6’8% en Madrid), aunque lo mismo ocurre en Andalucía, con un 6% de aumento. Es decir, el aumento de la participación se dio normalmente en mayor medida en las regiones socialistas pero tampoco se trata de un incremento que nos permita explicar, por sí solo, el vuelco electoral. Observando los sufragios obtenidos por ambos partidos en estas comunidades autónomas podremos arrojar más luz sobre el efecto de la participación:

Tabla 4: Porcentaje de voto de PP y PSOE por comunidades autónomas.

Fuente: electionresources.org y elaboración propia.

Aparece un dato curioso: el aumento de los votos del PSOE respecto a 2000 es mayor que la media (+8’4%) en las regiones donde en 2000 sufrió un mayor castigo electoral, y significativamente menor en las regiones afines: así, el PSOE aumenta respecto a 2000 un 9’7% en Castilla-León, un 8’2% en la Comunidad Valenciana, un 13’5% en Galicia y un 11% en Madrid, y "sólo" un 6’4% en Asturias (donde el relativamente "modesto" avance del PSOE puede explicarse, atendiendo al criterio tradicional de interpretación de las elecciones generales en España, a una baja participación del 71’7%, en comparación con el 75’9% de 1996), un 5’5% en Cataluña y un 3’9% en el País Vasco. La única región que rompe esta regla es, nuevamente, Andalucía, donde el aumento del PSOE alcanza un 9%.

¿Por qué son, pues, tan importantes los resultados de Andalucía, Cataluña y País Vasco? Su importancia deriva no tanto del aumento del PSOE cuanto del descenso del PP, más importante, por lo general, que la media (-6’8%): un 6’9% en Andalucía, un 7’2% en Cataluña y un 9’4% en el País Vasco, frente a un 5’4% en Castilla-León, un 5’3% en la Comunidad Valenciana y un 2’5% en Asturias. Sin embargo, tampoco esta resulta una explicación satisfactoria, puesto que, con la excepción del País Vasco, el descenso no es en realidad mucho más pronunciado que la media, y en comunidades donde el PP habitualmente gana las elecciones ha sufrido descensos igualmente significativos: un 6’9% en Galicia y un 7’5% en Madrid.

Si observamos la traslación de estos votos en escaños, la importancia de Andalucía, Cataluña y País Vasco es mucho mayor (15 escaños de diferencia a favor del PSOE en Andalucía y Cataluña, y un auténtico vuelco electoral –el PP pasa de 7 escaños en 2000 a cuatro ahora, justamente lo contrario que le ocurre al PSOE), quizás a causa de las circunstancias particulares de estas comunidades autónomas (existencia de partidos nacionalistas en Cataluña y País Vasco que colocan al PP, como "tercer partido", en una posición desventajosa en el reparto de escaños y la desaparición del Partido Andalucista e Izquierda Unida en Andalucía, que convierten el reparto en un bipartidismo puro que, nuevamente, beneficia al PSOE), pero no puede decirse que, ateniéndonos a los índices de participación, se observe una tendencia clara diferenciando por comunidades autónomas.

Tabla 5: Datos de participación en municipios. 

Fuente: Ministerio del Interior y elaboración propia

Resulta evidente que el aumento de la participación beneficia al PSOE, pero lo hizo por igual, o al menos sin disonancias dignas de mención más allá de diferencias anecdóticas (salvo, quizás, en el País Vasco).

Los datos de participación, sin embargo, sirven para poner de manifiesto, con independencia de las eventuales diferencias por comunidades autónomas, un factor importante: las comunidades, provincias y municipios donde el PP suele obtener una mayoría de los votos son más participativos que aquéllos donde es la izquierda quien gana las elecciones, y son, además, más "disciplinados", es decir, votan de manera sistemática, con independencia de que las elecciones sean decisivas o no, a diferencia de lo que ocurre en los feudos de la izquierda, cuyos votantes son tradicionalmente más abstencionistas que los votantes del PP y tienden a abstenerse salvo en situaciones que perciben como cruciales.

Este fenómeno, que puede apreciarse ya en el análisis de los datos de participación de comunidades autónomas, queda claramente de manifiesto en las siguientes dos tablas, que agrupan veinte municipios españoles que esperamos resulten representativos del conjunto del país (asumiendo la distorsión que supone excluir el voto rural), de los que mostramos datos, respectivamente, de participación y porcentaje de voto en los comicios de 1996, 2000 y 2004:

Tabla 6: Porcentaje de voto de PP y PSOE en municipios.

Fuente: Ministerio del Interior y elaboración propia.

Las tablas muestran con cierta persistencia que aquellos municipios (en particular, en las grandes ciudades) donde el PP gana las elecciones suelen presentar unos datos de participación mayores que la media, y lo hacen, además, en mayor medida en un contexto en el que la participación general es menor, como ocurriría en las elecciones de 2000.

Barrios como Salamanca o Retiro en Madrid, Sarrià en Barcelona, Pla del Real en Valencia o Triana en Sevilla, o capitales de provincia como Murcia, Vitoria o Salamanca así lo atestiguan. Por el contrario, los feudos de la izquierda, además de mostrar de manera casi sistemática una participación menor que los bastiones del PP, también incrementan su abstencionismo en mayor medida que la media. Así ocurre, por ejemplo, en Puente Vallecas (Madrid), Ciutat Vella (Barcelona), Este (Sevilla) o Poblats Oest (Valencia), y en municipios como Santa Coloma de Gramenet, L’Hospitalet de Llobregat o Sanlúcar de Barrameda. En las elecciones de 1996 y 2004, por el contrario, con un alto índice de participación en ambas, el aumento en estos centros poblacionales se da a la inversa: aunque los datos absolutos siguen siendo mayores, por lo general, en los feudos del PP, el aumento es mucho más pequeño que en los municipios y barriadas tradicionales de la izquierda.

Es la participación, por tanto, el principal factor que provoca el vuelco electoral, pone en evidencia las encuestas y pone de manifiesto, también, que el público ha percibido estas elecciones como decisivas. Las preguntas, sin embargo, afloran de nuevo: ¿por qué se moviliza el público, en particular el público de izquierdas? ¿Y en qué medida esta movilización es producto de los atentados y su posterior evolución en los medios de comunicación, el quehacer político y la participación ciudadana en manifestaciones sociales? De nuevo, no existe una respuesta clara. Pero sí podemos indicar lo siguiente:

1) Los atentados contribuyeron poderosamente, como resulta lógico, a la movilización electoral, con independencia del signo político que con anterioridad a los mismos sintieran como más afín los ciudadanos potencialmente abstencionistas y que finalmente decidieron votar. Esta sobremovilización, indeterminable numéricamente (parece claro que sin mediar los atentados la participación habría sido más reducida, pero también lo es que, en todo caso, habría sido mayor que en el año 2000; el sondeo preelectoral del CIS, por ejemplo, pronosticaba un índice de participación del 75%, muy similar al que finalmente se dio), resulta beneficiosa, por lo anteriormente expuesto, para la izquierda [5].

2) Este aumento de la participación pudo derivar especialmente de la implicación de los nuevos votantes, y en general los votantes jóvenes, en las elecciones, una implicación mayoritariamente contraria al Partido Popular. En un curioso proceso que ya había vivido el PSOE en sus años de Gobierno, podemos aventurar que quizás el PP había logrado hacerse con buena parte del voto de la tercera edad, mayoritariamente partidaria de la estabilidad política (y por ende, de tendencia conservadora en el sentido de apoyo al Gobierno), perdiendo en el camino los apoyos, mayoritarios en 1996, entre los más jóvenes, una pérdida de apoyos que pudo visualizarse claramente en las manifestaciones antiguerra de 2003, y en las propias manifestaciones del 12 y 13 de Marzo.

3) Junto al propio factor inicial de los atentados, la gestión posterior del Gobierno fue compendio, para buena parte de la ciudadanía, de la peor parte del balance de los cuatro años de Gobierno del PP con mayoría absoluta [6]:

•el autoritarismo y el monopolio de la verdad: la crisis se gestiona totalmente en solitario, se descalifica a aquéllos que apuntan la posibilidad de una línea distinta a la marcada por el Gobierno (tildándolos de "miserables"), y se utiliza subrepticiamente el atentado para atacar a los adversarios políticos, como queda patente en el propio lema de las manifestaciones del 12 de Marzo.

•la manipulación informativa, tanto por parte del Gobierno, insistiendo continuamente en la autoría de ETA, como por parte de los medios de comunicación públicos [7], en particular TVE, que mostró, en su programación especial, un rosario de imágenes de anteriores atentados de ETA, entrevistas con las víctimas del terrorismo de ETA e incluso la programación súbita, el sábado 13 de Marzo, del documental "Asesinato en Febrero", sobre el asesinato del político vasco del PSOE, Fernando Buesa, por esta banda terrorista.

•Y el sorprendente giro atlantista en la política exterior que llevaría al Gobierno del PP a apoyar sin reservas la invasión de Irak en Marzo-Abril de 2003, haciendo caso omiso al sentir mayoritariamente contrario (en torno al 90%, según los sondeos) de la opinión pública. Por injusto que resulte, los atentados, una vez queda confirmada la autoría del terrorismo de raíz islamista, son leídos como consecuencia directa de este viraje en la política exterior.

De esta forma, si las campañas electorales son fundamentalmente un instrumento de precipitación del voto en la jornada electoral (voto que puede estar decidido en mayor o menor medida con anterioridad a la propia campaña), los atentados, pero sobre todo la gestión posterior de los mismos [8], habrían contribuido a que una parte importante del público optase por votar, o por cambiar su voto, en el último momento, en lo que se llamó el "voto Antiaznar" [9], en virtud del cual potenciales abstencionistas votaron al PSOE, votantes del PP fueron a la abstención o a otros partidos (no olvidemos que aunque la participación subió ocho puntos, los votos totales del PP descendieron, no drásticamente, pero sí de forma importante, más o menos medio millón de votos), y votantes de otros partidos (en particular, pequeños partidos nacionalistas como el BNG y, sobre todo, Izquierda Unida) acabaron dando su apoyo al PSOE con el fin primordial de, más que conseguir que este partido ganase las elecciones, que no las ganase el PP, esto es, "castigar" al PP y, muy particularmente, a José María Aznar. Así fue leído en la prensa española y extranjera, como podemos ver en esta tira gráfica (de Oroz, en el Diario de Navarra, el 16 de Marzo) altamente descriptiva:

Esta concentración de apoyos en torno al PSOE, o búsqueda del "voto útil" tanto de la izquierda como de la oposición genérica al PP, probablemente permitió sobreponderar los resultados del partido ganador, beneficiado también por el sistema electoral, reeditando lo sucedido en 1982 (hasta las elecciones de 2004, récord de votos del PSOE, pero también los comicios en los que el PCE, antecesor de IU, presentó peores resultados), y acentuando la tendencia, sistemática en la democracia española en casi todos los procesos electorales anteriores, hacia el bipartidismo.

La lectura de los apoyos al PSOE como "voto en negativo" también contiene, para algunos analistas, aspectos indudablemente positivos como ejemplo de un aumento de la cultura cívica de los españoles. Así, Enrique Gil Calvo afirma que "en contra de lo que todos esperábamos, el pueblo español ha sido capaz de comportarse como ciudadano y no como súbdito, osando exigir la rendición de cuentas a su gobernante. Y, por primera vez en la historia de nuestra democracia —y esperemos que sirva de precedente para ocasiones futuras—, el pueblo español ha ejercido la accountability, recusando formalmente al gobernante saliente" [10]. (2004).

¿Podría percibirse un fuerte "sentido cívico" en la motivación del voto de una parte de los ciudadanos? ¿Estaríamos hablando, siguiendo a Habermas, de la búsqueda de un modelo de democracia deliberativa, con una fuerte sociedad civil imbricada en la vigilancia y el diálogo permanente con las manifestaciones del poder? Al fin y al cabo, el vuelco electoral del 11-M podría leerse, en este contexto, como un castigo del público al Gobierno, pero un castigo por su desinterés por tener en cuenta a la opinión pública. Como clarifica Habermas:

Los procedimientos y presupuestos comunicativos de la formación democrática de la opinión y de la voluntad funcionan como las más importantes esclusas para la racionalización discursiva de las decisiones de un gobierno y de una administración sujetos al derecho y a la ley. Racionalización significa más que mera legitimación, pero menos que constitución del poder. El poder disponible de modo administrativo modifica su propia estructura interna mientras se mantenga retroalimentado mediante una formación democrática de la opinión y de la voluntad común, que no sólo controle a posteriori el ejercicio del poder político, sino que, en cierto modo, también lo programe. A pesar de todo ello, únicamente el sistema político puede ‘actuar’. El sistema político es un subsistema especializado en la toma de decisiones colectivamente vinculantes, mientras que las estructuras comunicativas del espacio público conforman una red ampliamente expandida de sensores que reaccionan ante la presión de los problemas que afectan a la sociedad en su conjunto y que además estimulan la generación de opiniones de mucha influencia. La opinión pública transformada en poder comunicativo mediante procedimientos democráticos no puede ‘mandar’ ella misma, sino sólo dirigir el uso del poder administrativo hacia determinados canales [11]. (1999: 244).

El Gobierno del PP, con su gestión de los atentados y la actuación precedente, según esta vía de interpretación, habría recusado los principios del buen gobernante, siguiendo a Víctor Sampedro: "El representante democrático debe cumplir tres requisitos (Sartori 1999). En primer lugar, la receptividad (responsiveness) a las demandas del electorado, aunque con cierta independencia y liderazgo. En segundo lugar, el líder debe rendir cuentas (accountability) de su gestión. De ahí la importancia del voto de castigo, sobre todo en cuestiones económicas; y de la información negativa o los escándalos como pistas para votar. En tercer lugar, el líder debe ser revocable (removability), pudiendo ser destituido en determinados momentos. La tensión entre receptividad y liderazgo, la necesidad de rendir cuentas y la posibilidad de ser revocado, sitúa al político ante el dilema de acatar o manipular la OP". (2000: 168) El Gobierno, y en particular su presidente, José María Aznar, habría ignorado las demandas del electorado a propósito de una serie de cuestiones; se habría negado a rendir cuentas de su gestión, y a reconocer, en su caso, los errores cometidos. Y posiblemente la confianza en la irrevocabilidad de sus actos (pasara lo que pasara en 2004, José María Aznar terminaría allí su etapa como Presidente del Gobierno no presentándose a la reelección) propició dicho comportamiento. El voto de castigo sería, pues, un intento de parte de la ciudadanía de ejercer su poder como opinión pública vigilante del Gobierno, y ejercer la revocación de un dirigente que no se presentaba a las elecciones, pero posiblemente fue el principal perdedor de las mismas.

4) Por último, cabría preguntarse si el vuelco electoral fue producto de un shock momentáneo a causa, bien de los atentados, bien de la posterior gestión del Gobierno, fácilmente reversible una vez superado, o corresponde a una tendencia de fondo más acusada que habría sido alentada, en todo caso, por los atentados y los eventos posteriores.

A falta de datos contundentes al respecto, las encuestas poselectorales sí muestran un apoyo mayoritario al actual Gobierno del PSOE, incluso más acusado que el que recabó en las elecciones (por ejemplo, el barómetro de Abril del Centro de Investigaciones Sociológicas indica una estimación de voto del 45’8% al PSOE y el 35’4% al PP). Por otra parte, las Elecciones Europeas de Junio de 2004 supusieron una nueva victoria del PSOE, aunque el PP recortó las distancias (43’3% frente a 41’3%), si bien el bajo índice de participación (un 45’9%) nos debería obligar a asumir estos datos con reservas (especialmente porque la misma tendencia a una desigual participación del electorado de derechas e izquierdas que observábamos en las elecciones generales puede detectarse, muy acentuada, en este caso).

3) Conclusiones

Fracaso de los sondeos: Los sondeos de opinión efectuados para instituciones públicas y medios de comunicación cosecharon en 2004 un nuevo fracaso. Y no podía ser de otra manera. Como ya indicamos, desde el momento en que se producen los atentados terroristas, los sondeos efectuados con anterioridad quedan invalidados. Y ello por una razón muy sencilla: como "fotografía" de un estado concreto de la opinión pública, los sondeos adquieren mayor valor (y una posición más central en el proceso de formación de la opinión pública) en virtud de que se desarrollen en un contexto general de "normalidad", esto es, en la medida en que no ocurren acontecimientos particularmente significados entre la fecha de configuración de los sondeos y la fecha de las elecciones [12].

Sin embargo, no nos resistimos a realizar una breve reflexión respecto de los fallos continuados de los sondeos en las elecciones generales españolas (recordemos que al menos desde 1993 fracasan sistemáticamente). Quizás las empresas e instituciones encargadas de configurar las encuestas en España no hayan podido superar aún su dependencia de los procesos electorales inmediatamente anteriores. En 1993 y sobre todo 1996 los institutos demoscópicos sistemáticamente minusvaloraron el alcance de la participación y el "voto oculto" socialista. En 2000, en un contexto de baja participación que ya podía adivinarse mucho antes de las elecciones, se sobreponderó enormemente el famoso "voto oculto" socialista. En 2004, finalmente, y asumiendo que en estos comicios particulares los sondeos cuentan con la "excusa" de los atentados del 11-M, se volvió a infraponderar el "voto oculto" socialista, hablando en su lugar (a raíz, de nuevo, de lo sucedido en las elecciones inmediatamente anteriores) de un "voto oculto" popular. Tal vez sea hora de tener más en cuenta, en la configuración a partir de los datos brutos (o "cocina") de las encuestas de opinión, otros factores, y en particular el grado de participación previsible (que es el que, en última instancia, acaba arrastrando el "voto oculto", más bien "voto abstencionista").

Proceso acelerado de la opinión pública: El 14 de Marzo, tres días después de los atentados, las elecciones generales en España, con un alto grado de participación, otorgaron una sorprendente victoria al PSOE. "Sorprendente" según los parámetros en que nos movíamos con anterioridad al 11-M, pero quizás no tanto después de lo vivido en estos tres días. Aunque el lapso de tiempo entre atentados y elecciones fue muy breve, la intensidad de lo vivido, la proliferación de datos y el interés del público por conocerlos, interpretarlos y debatirlos, la madurez de la opinión pública española, en suma, ya demostrada el año anterior a raíz de la eclosión del movimiento anteguerra [13], propiciaron la formación de un proceso acelerado de la opinión pública; acelerado, porque ésta se movilizó, recorriendo todas las fases del proceso de formación de opiniones (culminado con el voto) a gran velocidad, en una especie de lucha "contra el tiempo" que mediaba entre los atentados y las elecciones [14]. Y un proceso, además, que configura una opinión pública aún incipiente, pero posiblemente de raíz distinta a la "tradicional": una opinión pública que se rige por las reglas, prácticamente a todos los niveles, de la comunicación en red, y obra en consecuencia. Y es que, apelando, para finalizar, de nuevo a Jürgen Habermas:

El espacio de la opinión pública, como mejor puede describirse es como una red para la comunicación de contenidos y tomas de postura, es decir, de opiniones, y en él los flujos de comunicación quedan filtrados y sintetizados de tal suerte que se condensan en opiniones públicas agavilladas en torno a temas específicos. Al igual que el mundo de la vida en su totalidad, también el espacio de la opinión pública se reproduce a través de la acción comunicativa, para la que basta con dominar un lenguaje natural; y se ajusta a la inteligibilidad general de la práctica comunicativa cotidiana. Al mundo de la vida hemos empezado acercándonos en su calidad de depósito de interacciones simples; con éstas quedan también retroalimentativamente conectados los sistemas especiales de acción y de saber que se diferencian dentro del mundo de la vida. Éstos parten, o bien de funciones generales de la reproducción del mundo de la vida (como sucede con la religión, la escuela, la familia), o bien (como sucede con la ciencia, la moral y el arte) de diversos aspectos de validez del saber circulante en la comunicación lingüística cotidiana. Pero el espacio de la opinión pública no se especializa ni en uno ni en otro aspecto; en la medida en que se extiende a cuestiones políticamente relevantes, deja la elaboración especializada de ellas al sistema político. El espacio de la opinión pública se distingue, más bien, por una estructura de comunicación que se refiere a un tercer aspecto de la acción orientada al entendimiento: no a las funciones, ni tampoco a los contenidos de la comunicación, sino al espacio social generado en la acción comunicativa. (1998: 440 – 441).

Bibliografía citada

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– BARREIRO, Belén (2004b): "14-M: Y hubo sorpresa…", El País, 16 de Marzo de 2004.

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– LÓPEZ, Guillermo (2004b): "Internet, e-communication and public opinion: antiwar movement in the Internet and from the Internet in Spain". En SALAVERRÍA, Ramón, y SÁDABA, Charo (eds.): Towards New Media Paradigms. Content, Producers, Organisations and Audiences. Pamplona: Eunate.

– MEDINA, Alfons, y ROCA, Meritxell (2004): "L’opinió pública en crisi?". En Trípodos (Extra 2004): 11M-14M: Els fets de Març. Política i Comunicació. En: http://www.tripodos.com/especials/11M14M/PDFS/11medina-roca(4).C3.pdf .

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– WERT, José Ignacio (1996): Carta abierta a un incrédulo sobre las encuestas y su muy disputado crédito. Madrid: Península.

Notas

[1]: Como resumen Cándido Monzón y José Luis Dader: "Las encuestas de opinión son un procedimiento para conseguir información (opiniones) a través de mediciones cuantitativas de un grupo de sujetos (muestra) que pretende representar a un universo mayor (población), dentro de unos márgenes de error controlados (probabilidad). Como toda técnica que investiga la realidad, las encuestas pueden ser de gran utilidad (…) para el estudio de las opiniones, actitudes, valores e, incluso, la opinión pública, sabiendo que la información que nos aportan no es exacta, sino aproximada o probable". (1992: 465).

[2]: Hablamos en todo momento de sondeos públicos, generalmente encargados por los medios de comunicación de masas y publicados, según marca la ley, con un mínimo de cinco días de antelación respecto al día de las elecciones. Con posterioridad a dicho proceso electoral aparecieron en la prensa diversas alusiones a los sondeos privados manejados por los partidos políticos, que arrojarían unas cifras no por casualidad coincidentes con la estrategia política poselectoral de cada partido (achacar el vuelco electoral a los atentados, en el caso del PP; minimizarlo, en lo concerniente al PSOE), y que hablaban de unos resultados que oscilaban entre la mayoría absoluta del PP y el empate técnico favorable en votos al PSOE. Obviamente, no podemos tomar como referencia supuestos estudios de carácter privado y sujetos a todo tipo de filtraciones interesadas.

[3]: Barreiro apuntaba, a cinco días de las elecciones, la importancia de la movilización del electorado y en particular de los "indecisos", mayoritariamente afines al PSOE: "Los individuos que dejan para el final la decisión de a quién votar no se distribuyen uniformemente a lo largo del eje ideológico, de 1 (extrema izquierda) a 10 (extrema derecha). Los indecisos son principalmente de izquierdas. En 2000, mientras que el 50% de los indecisos se situaba en el área izquierda del eje (del 1 al 5), únicamente el 14% lo hacía en la zona de la derecha (del 6 al 10). El grueso de los indecisos, el 28%, se hallaba en el punto 5 de la escala, técnicamente el centro izquierda, mientras que el 18% se colocaba en la izquierda (posiciones 3 y 4). La indecisión en la derecha era, por el contrario, mucho menos frecuente: únicamente el 9% de los ciudadanos indecisos se consideraba de centro derecha (posición 6) y el 5% de derecha (posiciones 7 y 8). Esta asimetría en la distribución ideológica de indecisos es, sin duda alguna, un determinante crucial de la incertidumbre en las elecciones del 14 de marzo. Si los indecisos de izquierda se activan a favor del PSOE, Zapatero puede ser presidente". (2004a).

[4]: Excluimos de esta interpretación algunos elementos de juicio que contribuirían a socavar en mayor medida la fiabilidad de las encuestas, como son las posibles inexactitudes en el tratamiento de las mismas, es decir, amplitud y adecuación de la muestra, método de análisis —la famosa "cocina" de las encuestas— e incluso intencionalidad política de la publicación de unos determinados resultados por parte de los medios de comunicación.

Dichas inexactitudes, e incluso utilización partidista, de las encuestas, podrían contribuir a explicar su falta de acierto, de proporciones mayúsculas, en las elecciones generales españolas, pero conviene, por indemostrables, no incluirlas en la interpretación de los datos que hacemos aquí.

[5]: Aunque, como hemos dicho, nunca podremos estar seguros de en qué medida los atentados alentaron al público a votar, ni a qué partido votar, la encuesta poselectoral del CIS de Marzo-Abril de 2004 indica un 10’6% de respuestas que afirmaron decidir su voto después de los atentados del 11-M; en preguntas más específicas, un 4% de los votantes de IU, y un 9’4% de los votantes del PSOE, por sólo un 1’5% de los votantes del PP, manifiestan haber votado por cada uno de estos partidos principalmente "por los atentados del 11-M y sus consecuencias". Por otra parte, la investigadora mexicana María de las Heras considera también que el porcentaje de votantes que decidió acudir a las urnas a raíz de los atentados y los eventos posteriores, y en particular los votantes que optaron por el PSOE, es de un 10%, muy similar al marcado por el CIS: "Sostengo, porque mi escenario inercial me permite afirmarlo, que lo único que lograron los terroristas fue mover a las urnas a un millón de electores más que los que hubieran votado en condiciones normales por el PSOE. El 90% de los votos que obtuvieron José Luis Rodríguez Zapatero y su equipo los hubieran obtenido con o sin actos terroristas, y el otro 10% proviene también de simpatizantes de la opción socialista, la mayoría concentrados en las provincias donde la izquierda ya era primera fuerza". (2004).

[6]: Felipe Romero sintetiza con tino este proceso de cristalización en parte de la opinión pública de un Gobierno, el del PP, profundamente deslegitimado: "La verosimilitud es la posibilidad de que una descripción de los hechos, sin ser necesariamente cierta, pudiese llegar a serlo. A lo largo de tres días, resultó verosímil pensar que el responsable del atentado fuese Al Qaeda en lugar de ETA. En estos momentos, esta interpretación, a parte de ser verosímil, parece coincidir con algo así como "los hechos". En segundo lugar, a un cuerpo importante del cuerpo social le ha resultado verosímil pensar que el PP no solo se equivocó sino que se le atribuye intencionalidad: ocultación y desvío de las responsabilidades políticas. Un paso más allá, se le atribuye la pretensión de, ante la imposibilidad de ocultar la autoría, al menos desplazar el reconocimiento oficial de la autoría más allá del domingo. Y en un cuarto momento, para los manifestantes ante las sedes del PP (y no solo) cobra sentido una interpretación verosímil de los comentarios de Zaplana y Rajoy como "amenaza" de una suspensión de las elecciones. Así, ante la ausencia de "verdad", de interpretaciones en las que hubiese consenso, parte de la sociedad civil se agarra a lo verosímil. Le explotan aquí al PP las experiencias de manipulación durante los últimos cuatro años: los hilillos del Prestige, la huelga que no existió pero que retira Decretos, C.C.O.O., las mentiras de distracción masiva,… Dicho de otra forma, se le agota el crédito, y la caja salta". (2004).

[7]: Al respecto, indica Enrique Gil Calvo: "Para deslegitimar no tanto la victoria de Zapatero como la derrota de Aznar, sus portavoces mediáticos denuncian la manipulación de la opinión pública a raíz de la masacre de Atocha. Y es verdad que ha habido manipulación mediática. Pero quien la ha protagonizado ha sido el Gobierno saliente, que pretendió editar su versión de la matanza para que ningún elector pudiese exigirle rendición de cuentas por su evidente responsabilidad tanto por acción -complicidad con la ilegal conquista de Irak- como por omisión, dada su incapacidad de prevenir la previsible venganza del terrorismo islamista. Y así es como toda la ejecutoria entera del presidente Aznar ha quedado marcada y definida por la manipulación mediática". (2004).

[8]: En ese sentido interpreta los resultados Belén Barreiro, quien afirma que "la explicación más sonada atribuye el éxito del PSOE a una movilización de última hora, cuyo detonante esencial sería la matanza del 11 de marzo. Pero no es el atentado lo que contribuye a explicar el vuelco electoral, sino en todo caso la respuesta del Gobierno ante el trágico suceso. Estudios sobre terrorismo y voto muestran que los ciudadanos no hacen a sus gobiernos responsables de los efectos de las acciones terroristas. En España, el voto a los partidos en el Gobierno no ha dependido nunca del número de víctimas de ETA. Sin embargo, las mismas investigaciones muestran que los ciudadanos son enormemente sensibles a las reacciones de los gobiernos ante asuntos de los que de ningún modo se les puede responsabilizar. Los votantes no castigan los atentados, de la misma forma que no castigan la aparición de corruptos en las filas de un partido, pero sí la gestión que los gobiernos hacen de estos asuntos. Un presidente no es culpable de una matanza, como tampoco es culpable de que durante su mandato se corrompan miembros de su equipo, pero sí está en sus manos reaccionar con rapidez y firmeza, o no hacerlo. Es posible que en esta ocasión los ciudadanos hayan castigado al Gobierno, retirándole su apoyo o votando a la oposición, por lo que para muchos observadores nacionales e internacionales ha sido una pésima reacción ante la tragedia del 11-M. El Gobierno del PP no ha actuado con transparencia y ha pagado por ello". (2004b).

[9]: Podemos decir que Julián Santamaría, ya antes del 11-M, indicaba los dos principales factores, potenciados por la gestión del atentado, que podían darle la victoria al PSOE: la alta participación y la cristalización de los peores defectos del modo de gobernar del PP: "En la última década, el desenlace electoral ha dependido más que nada de la capacidad del PSOE para movilizar a sus antiguos votantes y contrarrestar los esfuerzos de los demás por impedirlo. Ese parece haber sido el secreto de su victoria en 1993 y de su limitada derrota en 1996, cuando los sondeos anticipaban una semana antes de las elecciones el triunfo del PP y su mayoría absoluta, respectivamente. A la inversa, eso explicaría, sobre todo, su espectacular derrota en el 2000, cuyas dimensiones no aparecían en los pronósticos pese a que a lo largo del mes de febrero de hace cuatro años se evidenciaba la incapacidad socialista para convencer a sus electores de que acudieran en su ayuda. No quiero decir que las elecciones del próximo domingo encajen tampoco en el modelo de 1993 o 1996. No tengo claro si el PSOE podrá movilizar a su electorado como entonces, aunque no parece un despropósito considerar la posibilidad de que, en una coyuntura como ésta, mucho menos adversa que la del 2000, recupere posiciones. Pero tampoco tengo claro si el PP ha comprendido la diferencia entre la situación de hoy y la de hace cuatro años. No tengo claro —y creo que es una interrogante ampliamente compartida— por qué, al diseñar su campaña, el PP no ha tratado de combinar los mensajes de continuidad en lo que ha hecho bien con los mensajes de innovación, rectificación y cambio en aquellos aspectos que generan mayor desaprobación en el electorado y que no se asocian con su actual candidato". (2004).

[10]: Y en la misma línea se manifiesta Francisco Laporta: "Se equivocó claramente el responsable de Izquierda Unida cuando habló de sus votantes perdidos como electores de voto útil. No, no hubo comportamiento electoral estratégico, sino una clara opción moral a favor del interés común tomada par una parte de los votantes naturales de esa formación.

Son seguramente los mejores votantes que tiene, y no tiene por qué haberlos perdido. De hecho, ha sucedido lo mismo con otro sector de electores: aquellos ciudadanos moderados que han contemplado escandalizados cómo la mayoría absoluta alejaba al partido que votaron hace cuatro años del perfil básico de un partido conservador a la altura de los tiempos, y muchos otros: todos aquellos que no han dudado entre la exigencia moral de proteger la convivencia constitucional y las eventuales ventajas que hubieran obtenido al votar a su opción natural. En todos esos casos, una reflexión madura tuvo que llevarles a la convicción de que debían votar al Partido Socialista. Los socialistas españoles han recibido así un importante contingente de votos inspirados por el deber civil del sufragio más que por la preferencia política del elector". (2004).

[11]: Resumiendo, con Alfons Medina y Meritxell Roca: "La política deliberativa s’ha de veure com un model de democràcia alternatiu que enforteix els canals institucionalitzats de formació de la voluntat i l’opinió, així com un model més permeable a les xarxes informals connectades amb la societat civil. Aquest espai de conformació de l’opinió es regenera constantment i és difícilment accessible al control i les intervencions de tipus polític". (2004: 77).

[12]: Véase la justificación aducida al respecto por José Ignacio Wert, presidente de Demoscopia: "La paradoja diabólica de las predicciones electorales reside en que cuando la elección está ‘clara’ y no es percibida como importante, no se producen efectos que alteren en el último momento las predilecciones y por tanto la predicción acertada se percibe como menos meritoria; por el contrario, cuando la elección está muy reñida o es ‘leída’ por la gente como crítica o importante, las propias predicciones de las encuestas, junto con otros elementos del clima de opinión más o menos emparentados con aquellas, contribuyen, ocasionalmente de forma decisiva, a modificar la distribución final de las preferencias". (1996: 124).

[13]: Conviene recordar, a este respecto, la velocidad con que el público se movilizó para participar en la primera de las manifestaciones, y con gran diferencia la más importante, el 15 de Febrero de 2003, cuando el papel de los representantes "tradicionales" de la opinión pública, esto es, medios, partidos políticos y sondeos, apenas estaba esbozado. Puede consultarse el análisis, genérico y específicamente orientado a los medios digitales, que respecto a la guerra de Irak efectué en López (2004b y 2004c).

[14]: Siguiendo a Umberto Eco: "Lo que puso en crisis al gobierno de Aznar (…) fue un torbellino, un flujo imparable de comunicaciones privadas que cobró dimensiones de fenómeno colectivo: la gente entró en movimiento; miraba la televisión y leía los diarios, pero al mismo tiempo cada uno se comunicaba con los demás y se preguntaba si lo que decían los medios era cierto. Además, Internet permitía la lectura de la prensa extranjera, y las noticias podían confrontarse y discutirse". (2004).

Guillermo López García Universitat de València

Partes: 1, 2
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