Porque desde muy temprano Dios o Cristo, sin arrianismos de por medio, se le metió en el alma y en la conciencia a Pániker como un indomable y "tremendo sarampión cristiano", alimentado por casa, entorno y familia, y en especial, tiernamente, por Bulita, "mi abuela, la madre de mi madre. Tardé tres días en llorar. Algo bloqueaba mi espontaneidad, quizá el gentío familiar: Pero le dedique al suceso unas cuantas páginas, en las que explicaba que mi abuela había sido una mujer "buena, fina, amable, cariñosa, agradable, generosa, delicada"; la persona que me había enseñado a rezar, en catalán."
Entre monjas teresianas y curas jesuitas transcurren los años de infancia y adolescencia del escritor, es decir, entre rezos y más rezos que alimentaron tanto la fe como la duda. Recuerda Pániker el momento aquel, único e irrepetible cuando tuvo que abandonar la certeza del regazo hogareño para enfrentar las incertidumbres de la escuela: "Lo anunció mi madre con tono irreversible: Fue el único quebranto de mi infancia: los niños, ya se sabe, son crueles y huelen mal. Pero enseguida me protegió ser más listo que la mayoría: El colegio era el de las monjas teresianas, edificio de Gaudí, calle de Ganduxer. Al cruzar el vestíbulo había que decir "Viva Jesús."
La monja respondía; "Muera el pecado." Allí hice mi Primera Comunión y declamé en público la famosa cantinela; "renunciamos a Satanás, a sus pompas y a sus fastos?" No me gustaba recitar aquello; recuerdo perfectamente que no me gustaba: aún sin disponer de un instrumental crítico, percibía que era un discurso amanerado y tonto. Al año siguiente me llevaron a la Academia Ramón Lull, Paseo de la Bosanova, donde unos dómines de aspecto severo iban a prepararme para el ingreso al bachillerato. Reaparecieron los dómines, al cabo de los años, con faja, sotana y bonete. Eran los incombustibles jesuitas."
Años de iniciación y aprendizaje realiza el niño Salvador, el joven Pániker, en medio de pupitres y confesionarios, de aulas y capillas, de pecados y arrepentimientos, de monjas y curas, de Cristo y la Virgen todo por conseguir, comulgando diariamente, el reino de Dios en la Tierra. AMDG. Lustros propicios para que el escritor desarrolle su bradmacharya, es decir, el primer estado de la existencia humana de acuerdo con el drama hindú: "1) estado de bradmacharya o época del estudiante: castidad y aprendizaje con gurú." que conduce al escritor a dejar plasmados lejanos recuerdos y remotas vivencias en su Primer Testamento.
No parece, sin embargo, que el ambicionado gurú del filósofo en ciernes haya portado sotana y tonsura, haya sido soldado de Cristo en la tierra, en fin, que haya sido un ignaciano, un iñiguista, un teatino, es decir, un jesuita.
El mismo escritor, prolijo en juicios y evocaciones, rememora el viejo edificio de concreto de los jesuitas de Sarriá ? "una fábrica entre modernismo y neogótica, de gran envergadura, ladrillo rojo, estructurado en horizontales y verticales, con dos extrañas torres de vigilancia, una de ellas sin rematar, en cierta forma un college ingles" – para afirmar sin embarazos que: "hubiera sido plausible encontrar allí una cierta tradición real, una paideia respetable. Y he aquí la lástima, que no hubiera nada, de eso.
En la escalinata de la entrada, una vez a la semana, dábamos los gritos patrióticos: La verticalidad gótica, la espiritualidad afilada y consistente, quedaba neutralizada por la tremenda banalidad de la época y de los curas. Aunque tampoco era cosa nueva: Ya lo había advertido el perspicaz Ortega, él mismo antiguo alumno de la Orden: "El vicio radical de los jesuitas, y especialmente de los jesuitas españoles, no consiste en su maquiavelismo, ni en la codicia, ni en la soberbia, sino lisa y llanamente en la ignorancia." Maticemos: la ignorancia con adornos, la ignorancia de cartón hueco: El vicio radical de los jesuitas ha sido siempre el de un mal equilibrio entre lo secular y lo sagrado (?) Sólo recuerdo un aceptable profesor de filosofía, el P. Orovio, que finalmente se salió de la Orden. El resto eran unas impresionantes medianías." (Las negritas son nuestras)
El desencanto institucional y pedagógico de sus años jesuíticos no llevó a Pániker a renunciar a su devoción cristiana, a prescindir de la religiosidad, a dejar de buscar el gurú iniciatorio en sus propias intuiciones que en enjundiosos tratados, rigurosas monografías, y en especial, en sus desarropados dietarios, formalizaría, décadas después, como un cuerpo de doctrina religiosa libertaria y personal, para convertirse él mismo en inusitado y sobrevenido gurú. Desde aquellos juveniles tiempos de religiosos desengaños, el escritor, admitía con toda lozanía y sinceridad juvenil: "es curioso, pero durante todo el tiempo que he estado apartado de Dios, ni un solo día he dejado de rezarle una salve a la Virgen." En efecto, para Pániker "el personaje más puro de todos los tiempos era la Virgen María.
Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza."
Años más tarde, aventurero a sus anchas, sin idealizaciones orientalistas y sin occidentales prejuicios, en la búsqueda de sus hindúes orígenes paternales ? "lo particular del caso es que nosotros éramos medio indios y apenas nos dejaron concienciarlo" – para a su manera, hacerlos suyos; Pániker, más maduro y firmemente conciente, consiente: "La Virgen, la Madre, la Diosa, Kumari, Maha ? Devi, tal era el mito religioso que, en el fondo me atraía, y que me sigue atrayendo. El tantrismo privilegia ese tipo de devoción y prefiere venerar a Parvati antes que a Chiva, a Lakshmi antes que a Vishnú (?) Sólo el judaísmo y el islamismo expulsaron a la madre para implantar una religiosidad orientada hacia la voluntad, la masculinidad, la historia, el superego."
Pániker parte de sus evidentes raíces catalanas para aproximarse maduramente a su remoto, pero también innegable origen hindú: "A cada momento diseñamos el futuro a la vez que reinventamos el pasado", y reconocerse híbrido, mestizo en carne e ideas, en cuerpo y conceptos, en vida y religión: "Pero nunca he idealizado a la India; me he limitado a incorporar una parte de su sabiduría (lo que, técnicamente, se llama mística) igual que han hecho otros occidentales. Y sigo siendo fundamentalmente un europeo, heredero de Heráclito, Platón, Leibnitz, Juan Sebastián Bach."
Este mestizaje sanguíneo, inocultable y evidente lo transforma en cultural después, y lo lleva, en consecuencia, más allá del color aceitunado de su cuerpo, de sus profundos ojos orientales, de su magra apariencia de fakir intelectual, de su lento aprendizaje de gurú internacionalmente reconocido, de swami en ascenso: "Éste es el país del jazmín y del sándalo, de los riachuelos calmados y las muchachas perfumadas, del arroz y las especias, los dulces cocoteros, la Gran Diosa Madre: Esta es una parte de ni origen, mi raíz perdida y amputada. Soy un niño trasplantado, huérfano de mis propias leyendas."
El propio escritor, espléndido siempre en la explicación de sus motivaciones más intimas y sus razones más recónditas, comunica: "desde hace años, vengo predicando sobre pluralismo de marcos teóricos, gusto por lo difícil, hipercomplejidad, ambivalencia, incertidumbre, margen, juego, apoteosis de lo efímero. Sin embargo, sigo manteniendo un cierto sentimiento de seguridad antológica. Tal vez he convertido el azar en un soplo divino. O he sacralizado el desorden."
A estas alturas sería conveniente preguntarnos entonces qué fue de aquel adolescente católico de dubitativa fe, cuya abuela lo había enseñado, de niño, a rezar en catalán, que denostó de su jesuítico bachillerato, y encontró en otras latitudes orientales su propio Norte religioso y personal; pues, muy simple, el propio Salvador, adulto ahora, nos informa sin empachos: "Pues ya ven, se salió de la cáscara. Pero mantuvo el convencimiento de que hay algo (?) Desde hace tiempo persigo una nueva alianza"
¿Y qué es ese algo? ¿Y con quién y cómo es esa novísima alianza? Nos preguntamos sus lectores, a fin de que el propio Pániker, no podría ser de otra manera, sea quien nos explique con mayor precisión, nos introduzca verazmente en sus hallazgos espirituales, en su renovada fe, en su Dios a la medida, en la religión personal que funda sin ánimos de impuesta universalidad, y, mucho menos, de obligada institucionalidad, y para que no quede ningún asomo de duda el demiurgo fundador afirma que su Primer Testamento. "es un libro de religión, de mi religión (que es tanto re ? ligación como des ? ligación) donde lo que más me importa es lo que ya no me importa a mí: el modo como de realidad se dice así misma (discurso provisional y a menudo chistoso) a través de cualquier minúscula parcela o peripecia (?) Acabo de explicarlo: toda mi vida he tendido a "trascender" o séase ir más allá de los símbolos?"
Y Pániker explica, sin pretensiones episcopales, carente de feligresía, las bases conceptuales de su personal y exclusivo credo:
- "No existe un espacio libre o neutro, para la observación del pasado ni para la proyección del futuro. Cualquier ejercicio de conocimiento modifica la realidad. Lo enseña la mecánica cuántica: no hay nada que responda rigurosamente a la objetividad."
- "Lo que cuenta es el montaje, la reinvención impresionista de pasado / futuro, ese flujo indivisible y variable con un punto de tangencia y de maniobra que llamamos el presente."
- Y en cuanto a su primaria y razonada re ? ligación, el escritor en trance de amores terrenales para explicar el divino, reconoce que en sus primeros tiempos evangélicos: "Mi teología podía ser ingenua, pero servía de trampolín para potenciar fuerzas hondas y secretas. Así que todo aquel jeroglífico, mi ciclo totémico, era real en el marco de un determinado paradigma (?) Poder de los signos. Mi Dios era real dentro de su correspondiente marco (?) La física de Newton funciona dentro de su ámbito macroscópico. Por consiguiente mi Dios totémico, mi Dios platónico, mi Dios hecho de Orden y Perfección, se comportó como yo esperaba: La fe, por definición, viene por siempre verificada por los hechos (?) Mi conciencia y mi fe se mantuvieron fieles al esquema previo (?) Mi ciclo totémico resultó eficaz en tanto que yo me mantenía dentro de la órbita, el universo newtoniano de un catolicismo precrítico: Los sacramentos tenían la eficacia de un placebo (?) Nosotros disponíamos del cristianismo. Era una religión. Era un recurso muy antiguo para mantener a raya la locura y la esperanza."
- La des ? ligación del fervoroso creyente de su inicial Dios totémico, la realiza Pániker en espiral: como "el tránsito que va de la física de Newton a la física de Einstein, y, más todavía, al proceso crítico del saber humano. En cada situación y época, uno echa mano a las metáforas disponibles (?) A mi juicio, la Iglesia, la teología, cometió el error de tantas instituciones humanas: ligar su suerte a la de una determinada visión del mundo, filosofía natural, concepto del hombre."
- Y para aclarar ese cambio de física ? de la newtoniana a la de Einstein – que alteró las bases de su primigenio y convencional religare a un Dios barbado y proscriptor, a una Iglesia Católica dogmática y reguladora, Pániker explica sinceramente: "Lo que ocurrió más adelante fue que la vida se encargó de deshacer la estrechez del marco de referencia: Los ruidos, los desórdenes y "las imperfecciones" me hicieron salir del sueño dogmático: Y no para renegar de lo anterior. Ya digo que tampoco Einstein destruyó a Newton: sólo demostró que la física de Newton era un caso particular de una física más amplia. El totemismo de mi primer catolicismo era un caso particular de una sabiduría más amplia: Y así indefinidamente."(Las negritas son nuestras)
- A raíz de su relación con la divinidad, de su experiencia numinosa, Pániker cree en un cierto encantamiento del mundo que traduce en una religiosidad polimórfica y libre de confesionalidad (?) En el pasado "yo" no era nada y "Dios" lo era todo. (?) Un nuevo paradigma está emergiendo, y procede revisar nuestra metáforas (?) Procede abandonar la idea newtoniana de que tenemos conceptos sobre un mundo independiente de estos conceptos. Hay quien estima que las implicaciones de la mecánica cuántica son casi psicodélicas: no sólo influimos sobre el mundo al observarlo sino que en cierto modo lo recreamos."
Y luego de estas personales y enjundiosas reflexiones del sobrevenido filosofo ? teólogo – ingeniero – catalán – indio, nos preguntamos habiendo ya entendido el ritmo epistemológico – psicodélico de la religión personal del escritor
- ¿Cómo se llama entonces el Dios de Pániker? A lo que responde enfatizando en la mística y no en la religión: "¿Infinito?, ¿Dios?, ¿Brahman? El nombre es lo de menos. No es prudente ligar la mística a una determinada imagen física del mundo, por mucho que aparentemente le convenga. Sólo que una cosa es la mística y otra la religión, una cosa es lo absoluto y otra el ritmo (?) ¿Dios? En fecha tan temprana ? para mí ? como agosto de 1956, anoté en mi diario: "Sigo creyendo que detrás de la palabra Dios se esconde algo, no se qué, pero algo. Lingüísticamente, Dios es más una interjección que un substantivo." Hoy añadiría que Dios es un símbolo polisémico de del cual sería higiénico desprenderse. Remitirse a dios tiene mucho de superfluo y tautológico: hay algo: No se sabe qué, pero hay algo: Inaccesible. También lo más intimo. Intimus cordis, decía San Agustín. Eso ? llámese como se quiera ? con lo cual poder establecer una alianza."
- Y si el nombre es lo de menos ¿Cómo es entonces el nuevo Dios del escritor desligado y vuelto a religar? Y Pániker solicito responde: "Uno rechaza absolutamente al Dios Juez Todopoderoso que te vigila como un personaje de Orwell. Ya decía Allan Watts que eso del dios ? jefe ? ese invento tan propagado por las iglesias cristianas ? corresponde a una imagen política de del universo. Y nada de eso tiene hoy pie. Uno opta por el dios cómplice, o con la complicidad divina, porque nos hace sentir en el mundo como en nuestra casa; nos permite jugar a aventureros y a estar tranquilos. Ser artífices ? todo lo minúsculo que se quiera. de una parcela de realidad?En alguna parte tengo escrito que Dios es lo que cada cual hace con su soledad (?) Necesitamos un amigo, no un maestro."
- ¿Y cómo es a final de cuentas la religión de Pániker? ¿Es a la medida? "Eclecticismo, sincretismo, apetito simultaneo de racionalidad y misterio, individualismo y salud. Articulación entre lo psicológico y lo espiritual: auge de los esoterismos ? generalmente de baratija-. Dentro de ese marco, mi postura es estrictamente retroprogresiva: racionalidad y mística, eliminando el irracionalismo y la bisutería."
Porque, recordemos, Pániker el filósofo, ya no el teólogo por universal necesidad de trascendencia, es el padre del término retroprogresión, que, al decir del escritor, es un vocablo fértil, pingüe, fecundo, supone: "el encaje entre fragmentación y mística, es la pieza que falta para dar consistencia a la tan traída y llevada postmodernidad: Aproximándose al origen, la fragmentación se tiene en pie y no hacen falta grandes síntesis totalitarias Uno puede vivir en la interinidad y a la intemperie. Cabe el pluralismo real, el pensamiento débil, la ironía, la religión a la carta (?) El modelo retroprogresivo explica esto: a medida que crece la racionalización crece también la parte oscura que la racionalización deslinda. Ello es que el animal humano necesita desarrollarse y expandirse en ambas direcciones, no sólo en una: en la dirección racional / científica / secularizadora y en la dirección metafísica / originaria / mística. El verdadero progreso es retroprogreso (?) Hoy se trata de mantener el fuego sagrado desde nuestras cotas de secularidad y escepticismo. Aproximarse al origen sin ingenuidad y sin antropomorfismo ? o con el mínimo posible. Es el meollo de mi filosofía retroprogresiva."
Y para que no quede asomo de dudas acerca de su postura religiosa personal y retroprogresiva, sin ánimos de universalidad o de contemporaneidad mal entendida, el propio Pániker aclara: "(Atención: no se confunda mi postura con la llamada espiritualidad de la New Age, aunque exista un denominador común: la fatiga frente a las religiones institucionales, un cierto retorno al origen, un deseo de ensayar la liberación por cuenta propia. Lo malo de la New Age es que ha degenerado en un popurrí popular e irracionalista, un esoterismo de baratija, una dimensión meramente retro, un campo abonado para un montón de espabilados que pescan en río revuelto?"
Lo sagrado en lo profano, la mística en la física, la razón en la magia, la fe en el escepticismo, lo singular en lo plural, el hombre libre de ataduras ligado autónomamente con su alianza personal y cómplice: "necesito volver a rezar. Rezar a mi manera. Esa figura, rezar, la han desprestigiado los profesionales de la religión. Paro era una figura bella, un acto complicado y candoroso, un a música, un cante jondo. Un asomarse al exterior. Al exterior de todo (?) Si no rezo, no respiro."
Pero yo sigo siendo el de la sardana en la plaza del pueblo?
Una ciudad es también una dirección postal, unas señas urbanas que posibilitan comunicar con exactitud, sin incertidumbres, a sí mismo y a los demás, donde se nace, se estudia, se respira, se vive, se trabaja, se hace el amor, se escribe, se procrea, se muere y quizás se resucita. Salvador Pániker así lo subraya, prolija y explayadamente, de entrada y sin tapujos, en sus intimas y enjundiosas memorias personales, en sus dietarios que recogen toda una espontaneidad reflexiva: "el ensayo de montaje de una música inconclusa", en fin, en eso que no quiere llamar autobiografía.
En el primer folio de sus pródigos y numerosos testamentos vitales, el escritor, sin anestesia, nos hace saber, directamente, a rajatabla, con severo tono de registro civil y con la autoridad de un dedo índice enhiesto e inobjetable: "Usted nació (?) en el número 36, piso tercero, puerta segunda, de una calle en la parte alta de una húmeda ciudad fundada por Amílcar Barca, y que con el tiempo habría de llamarse De Ferias y Congresos."
Barcelona habita espiritual y físicamente en las evocaciones del escritor, su ciudad es ayer un chalet – "discreto, una torre con jardín trasero" – , mañana un ático "recoleto con una gran terraza y una excelente vista", hoy una villa, antes de ayer, en tiempos de su empresaria existencia: un ordenado y puntual espacio de oficinas, en otros momentos menos laborales y ejecutivos, un intimo apartamento en el Paseo de Gracia destinado exclusivamente a la tardía apuesta por un futuro de atareadas reflexiones y acaloradas letras: "lo alquilé para estar solo, para escribir y respirar, pensar a ratos, sentir que la ciudad palpita."
Con mayor precisión el escritor confiesa que, a lo largo de su maleable existencia, ha conocido desemejantes Barcelonas: "La de los años 40 era una ciudad indecisa, amable y encogida, provincial y remendada, sin tráfico, sin contaminación, sin lucha de clases, socialmente hibernada, urbanísticamente vivible, poco gesticulante. Miles de inmigrantes vivían en barracas, pero ésa era otra historia. Los domingos en la mañana la burguesía local ? es decir, la clase media ? deambulaba por la Diagonal o por el Paseo de Gracia, antes o después de ir a misa a los capuchinos."
Luego súbitamente y sin aviso arribarían a la vida urbana del escritor otras Barcelonas "la de las iglesias ardiendo al comienzo de la guerra civil, la de los años de la gran clausura, la de los estraperlistas de la posguerra, la de los inmigrantes, la de la gauche divine, la de comienzos de la democracia?Los cambios y los ciclos.", incluyendo la del Teatro Liceo, quemado y reconstruido, que el escritor frecuentaba en su primera y más tonta juventud, "invitado a los palcos de las familias amigas, indiferente a la tramoya de Puccini y compañía:" Sin embargo, en medio del desasosiego que produce la ruidosa trepidación de la modernidad, Pániker con abrumadora honestidad admite que "la nueva Barcelona, la de los juegos olímpicos, es difícil de reconocer?"
Barcelona, la ciudad de origen de este escritor universal, siempre es, a pesar de la diversidad de locaciones físicas habitadas por Pániker, una recurrente y fiera remembranza de las múltiples mudanzas existenciales de un catalán a su manera que se ve a sí mismo, – décadas después, recuerdos luego, niño y consentido – correteando por húmedas habitaciones de alto techo en una casa sita en "Párroco Ubach número 36"; una vivienda familiar que parecía "transplantada del Eixample, con esa dignidad sobria y aburrida de la arquitectura catalana de los años veinte."
Viene y va la temprana vida del filósofo, de su Barcelona natal al Madrid de sus estudios superiores, teniendo siempre como telón de fondo, en el más profundo recoveco de su identidad, a esa ciudad mediterránea de condales abolengos que se abre al mundo desde un puerto acogedor de multiculturales diversidades, por la que se puede pasear jubiloso, entusiasmado, gozoso, ilusionado, del brazo del primer amor. "por la diagonal o por el Paseo de Gracia a las Granjas Catalanas." Inevitables entonces las comparaciones entre la ciudad de siempre del escritor y la advenediza, la definición por contraste, el reconocimiento de la diferencia y la aceptación de lo evidente, tal como acontece en otras latitudes de tradicional rivalidad urbana entre dos ciudades que pujan por ser la mejor , la primera, la verdadera capital.
Pániker registra sus impresiones prematuras y tardías sobre la urbe del oso y del madroño: "Acostumbrado al rigor del Ensanche barcelonés, Madrid, a bocajarro, me pareció un galimatías. Al poco, sin embargo, mis comentarios fueron cambiando: del inicial desconcierto pasé a la atracción y la empatía. Entré en la gracia del bullicio populista (?) Madrid tenía, sigue teniendo, una cierta indecisión espacial, una falta de centro y simetría, un aire de cosa antigua y a la vez inacabada (?) Se puede discutir si Madrid tiene mucho que ver con España, e incluso, si España es un concepto con algún contenido estable: Pero, puestos a discutir, ningún sitio mejor que el propio Madrid."
Barcelona es puerto, Mediterráneo, Barrio gótico, Catedral y Ramblas, sin estas últimas, multitudinarias, comerciales y bulliciosas, perdería parte sustancial de su código genético urbano. Remontar y bajar las ramblas, curiosear a solas, comentar para sí mismo o para otro, beber una caña con su correspondiente tapa, desandar el presente y anticipar el porvenir, en fin, imaginarse otra vida en medio del gentío, ha sido tarea grata y gratuita de barceloneses y turistas; el propio escritor no ha podido escapar a la seducción que producen estas calles con su permanente algarabía, Pániker rememora "Con una imaginaria música de fondo, deambulaba Ramblas abajo, entre las flores y los pájaros, para entrar por el Arco de Teatro al Barrio Chino o a la Plaza Real, donde el protagonista hipotético de una novela no menos hipotética vivía su rebelión, su deseo lujurioso de anonimato (?) Todo poblado catalán costero exige unas ramblas, un canal primitivo y populoso, tercer mundista, alegre, desembocando al mar."
Ni siquiera la visión panorámica que se obtiene de la ciudad condal desde las alturas del Tididabo, desde esa atalaya mixta, natural y artificial, falsa y cierta, genuina y kitsch, Barcelona se escapa a uno de los implacables juicios del escritor – "ese urbanícola recalcitrante" que no aprecia la ruralía porque le produce alergia y ama "la ciudad, la gran ciudad. ¿Qué sería de nuestra civilización sin la gran ciudad? Me conciernen las ciudades misteriosas: Babilonia, Singapur, Nueva York (?) Tal vez la ciudad más relevante de la civilización occidental haya sido Alejandría, punto de encuentro de griegos, árabes, hebreos, persas, indios" -, quien, en repetidas ocasiones, expresa su opinión acerca del color apagado de la ciudad y del tono encendido de los catalanes:
- Sobre la ciudad: Pániker es áspero en la apreciación de su ciudad y sin contemplaciones expresa su categórica opinión sobre una decolorada urbe: "?a mí Barcelona siempre me pareció gris. Quiero decir parda. Y fea. Claustrofóbica: por falta de verde, por darle la espalda al mar, por la viciada atmósfera, por la pusilanimidad de los catalanes: ¿qué fue de aquellas manzanas abiertas que proyectó Cerdá? Hasta las palomas tomaron el color de los adoquines."
- Acerca de los catalanes: Sobre sus orígenes sanguíneos y su nacionalidad inevitable, el escritor reconoce que "mi tanto por ciento de sangre india sólo contribuía a que fuera un punto más moreno que los demás", sin embargo, teniendo muy en cuenta esa particularidad étnica, sin reservas, confiesa que: "Yo soy un catalán con raíz remota, pero catalán al fin. Prueba de que soy catalán: no me gusta pagar impuestos, no me gustan las milicias, no me gusta el Estado." Y más prolijo en argumentos confirma sin tapujos que: "Bien es cierto que Cataluña sigue siendo un país de gente huraña y aburrida, escasamente hospitalaria, poco tribal. Mi abuelo Alemany, cuando le preguntaban "¿cómo está usted?, contestaba: y a usted que más le da." Los catalanes, por otra parte, no saben flirtear ? en la acepción más amplia de este verbo -. A los mejores les salva su sentido irónico. Y un cierto empuje locuril. Dicho sea sin ánimo de contribuir a la maledicencia histórica, y a sabiendas de que existen fastuosas excepciones." Comentarios semejantes, atrevidos y sin cortapisas le prodiga también el escritor a la particular burguesía catalana: endogámica, discreta, oligárquica. Sin embargo, a pesar de todo, Pániker confirma tajante, para que no quede la menor duda acerca de su reconocida condición ciudadana: "O sea que soy catalán pero no me siento catalán. Ni español. Me siento ciudadano del mundo, completamente de vuelta de cualquier nacionalismo."
Barcelona, la ciudad por antonomasia de la gauche divine, es una inmensa editorial, un pie de imprenta, un colofón, una localidad precisa y necesaria para completar citas y referencias de interminables repertorios bibliográficos de ensayos, tesis y tesinas, en fin, en esa peculiar ciudad tipográfica Pániker decidió ser, a la vez, editor y escritor, y en especial, conquistar esta última condición que sólo pueden certificar los interminables folios impresos y una curiosa e intransferible manera de entender la vida, en especial, en los precarios momentos de agudas dificultades existenciales: "Curiosa particularidad de mi sistema defensivo: Siempre, en los momentos de crisis, me he puesto a escribir con intensidad: Siempre, ya digo, he tratado de encontrar alguna ventaja en la desventaja, sin perder el tiempo en quejas o en cantos trágicos. Siempre he sabido que lo más peligroso es el lenguaje", y por si fuera poco, en su condición de escritor de Cataluña, para más añadiduras reconoce humilde y sin remilgos que "el catalán es una lengua recoleta y menestral, también poética, sin pizca de arrogancia, como cohibida y a la vez telúrica. El castellano, ya se sabe, arrastra multitud de improntas históricas, muchas de ellas impresentables."
Una ciudad nunca deja de ser, es posibilidad cierta de redescubrimientos inusitados, de improviso retorno a lo inédito, confesión aceptada acerca de la notabilidad de lo evidente y siempre visto y, ahora, vuelto a ver en compañía de otros ojos, en particular los de una mujer "que no usa perfume (?) no es exactamente una mujer guapa, aunque si atractiva, con una boca sensual y algo porcina, un pelo tupidísimo que le cae por la frente, una sonrisa divina que le transfigura el rostro." Tomado por sorpresa en sus acendradas percepciones citadinas y en sus pretéritas vivencias urbanas, Pániker consiente: "Habíamos deambulado, antes de comer, por el Portal de l?Ángel, pavimentado, por la plaza de la Catedral, Barrio Gótico, y parecía que estuviéramos en una ciudad desconocida."
A partir de cierta edad, quizá a partir de los 40 años, siempre que me he acostado con una mujer me he acostado con la madre, con la
diosa, le point zéro énigmatique, contrapartida del ridículo legislador con barbas.
Para que no quede duda de la importancia que Pániker le otorga a la mujer en abstracto, a sus mujeres en concreto, el autor cita con precisión un pensamiento de la escritora francesa Simone de Beauvoir: "la mujer es lo otro", y, a su usanza, lo desarrolla y complementa. "Pero Simone de Beauvoir se quedaba a mitad del camino: porque lo otro es también es lo uno. Y ésta es la gracia, la aventura, lo otro es también lo uno."
Pániker realiza, en su existencia, una doble re ? ligación, una con su Dios cómplice en novísima y personal alianza, y la otra con la mujer, más que complemento, que co ? existencia, la declara otro yo propio que nos hacer más uno. Su obra está repleta de mujeres plurales: abuela, madre, hermanas, esposa, amantes ocasionales, compañera inseparable, hijas, amigas y hasta enemigas pasajeras, que desde las complejas y diversas perspectivas de lo femenino han tenido y tienen una particular influencia cuando de vivir se trata.
Nuestro escritor apuesta por la mujer, el proletariado verdadero del Siglo XX, al decir del filosofo francés Emmanuel Mounier. Desechando los simplistas y manidos lances fashion, nuestro escritor toma radical partido contra ese feminismo primario de bisutería intelectual que concibe a los géneros como rivales irreconciliables. Superando las conocidas e indudables nociones de complemento e integración entre el hombre y la mujer entre ellos y no en ellos mismos, Pániker reclama. "que más allá de las caricaturas parciales del feminismo de la primera generación, se vaya cobrando conciencia de todas las genealogías subterráneas ? las que van desde el culto a la diosa hasta los mencionados salones literarios – ; uno espera, y cree, que la feminidad se alce con todos sus arquetipos Nada de imitar al hombre, al contrario: que se neutralice la cultura abstracta y agresiva de la pura virilidad. Uno defiende la complementariedad de anima / animus, yin / yang, en cada ser humano. Lo femenino en el hombre: Lo masculino en la mujer. En todo caso, es hora de neutralizar el predominio masculino. Puestos a inventar primacías, habría que decir, más bien, que la hembra es previa al macho (?) En fin. Uno trata de recuperar los arquetipos de la diosa como paso previo para el advenimiento de una cultura andrógina y equilibrada. Insisto: uno es a la vez macho y hembra." (Las negritas son nuestras)
Acerquémonos sin prudencias al sincero y genuino desparpajo del que Pániker hace uso en sus dietarios – "mi diario es un lugar para no hacer trampas, una especie de laboratorio cognitivo para obviar lo obvio ?e ir más lejos? (?) En el diario uno se abandona a veces a una cierta sincopada, no forzosamente coherente, con el ánimo de localizar lo que uno realmente siente." – con el fin de conocer mejor, de propia tinta, ¿verde todavía?, a las mujeres que han ejercido una particular influencia en el escritor y se han permitido, además, y con merecido mérito en todos los casos, ser co ? protagonistas de una singular existencia que "a cada momento diseña el futuro a la vez que reinventa el pasado."
- Bulita, la abuela: En sus tempranas y más emotivas reflexiones y recuerdos, nuestro escritor tenía ya muy presente a su abuela, la madre de su madre, una mujer "buena, fina, amable, cariñosa, agradable, generosa, delicada". Rememora Salvador: "Mi abuela me llevaba exactamente setenta años. No la llamábamos abuela sino abuelita, o más precisamente, Bulita. Fue el ser más afectuoso y menos agresivo que he conocido. Emitía exclusivamente cariño; un cariño suave y milenario, coloquial, integrador, reconfortante (?) la persona que me había enseñado a rezar, en catalán, la que se quedaba conmigo los domingos por la tarde, antes de la guerra, me daba la cena y me llevaba a la cama; la que se entristecía si, al ir al colegio, y cruzar por delante de su cuarto, no entraba a decirle adiós (…) Enfermo de repente y se murió como un pájaro."
- La madre: Evoca nuevamente el escritor: "Mi madre, que no se parecía a Greta Garbo sino más bien a Vita Sakville – West, con algún vislumbre de Virginia Woolf, mi madre, digo, procedía de la paideia burguesa decimonónica, de cuando las familias consideraban que el arte de tocar el piano, el canto, al dibujo, al bordado y el francés eran las mejores cualificaciones de una muchacha que aspirase al matrimonio. Mi madre había cursado tenazmente la carrera de piano (en el Conservatorio de Música del Liceo de Barcelona), y digo tenazmente porque, sin estar particularmente dotada, acabo interpretando muy bien (?) mi madre se casó con el que habría de ser mi padre, que era indio, en contra del consejo de toda su familia: ?No te cases con ese forastero que enseguida te abandona, le decían. Y no sin fundamento (?) Pero ella decidió seguir su instinto y unir su vida a aquel hombre apuesto de treinta años, recién instalado en España, y que una tarde le dijera: ?Yo siempre te quereré? (Lo cual, paradoja de la conjugación perfecta, resultó ser perfectamente exacto.) (?) Ahora bien, si la influencia de mi madre fue definitiva (era una influencia por debajo de la línea de flotación), la de mi padre fue más secundaria, indirecta y como de relleno." Transcurren los años andariegos y de reajustes del escritor, va y viene, tiene y no tiene hogar, va de oficina en oficina, más mundano se hace, termina 1966 y el 67 le trae como presenta la muerte de su madre:"Veamos. Era una mujer casi definitiva, ya muy estilizada, muy pálida y perpleja. Vivía sola con su ama de llaves, escuchaba música, leía libros de espiritualidad personalista, ponía al día un viejo dietario, más de medio siglo de vida interior reducido a una docena de cuadernos: tenía la letra muy menuda. Había amado hasta la extenuación a sus hijos, y sus hijos eran cuatro, cuatro pájaros de calificación dudosa (?) Era una mujer que rezaba. Rezaba ya de vuelta de las cosas, sin ninguna fe del carbonero (?) Aquella mujer, mi madre, consumió su vida entre la metafísica, la música y sus hijos. A cada uno de los hijos le dedicaba un día a la semana. Mi día era el viernes (?) Hacia el final de su vida, mi madre presentía que se encontraba hacia el final de su vida. Tal vez su conciencia lo censurase, pero el presentimiento afloraba en su rostro y en su ánimo. Esas cosas suceden. Y de pronto, ya digo, la catástrofe (?) La gente automáticamente, comenta: habrá usted sentido mucho la muerte de su madre. Y uno no sabe qué decir. Completamente a solas he llorado con suavidad, con una cierta espontánea pureza (?) Tengo a mi madre totalmente desmitificada, pero sigo pensando que fue una mujer excepcional (?) No hay vuelta de hoja. Asumo totalmente a mi madre, y creo que de ella procede lo más honorable que hay en mí. También lo más vulnerable."
- Mercedes, la hermana: Salvador confiesa que los otros hijos de la feliz pareja Pániker – Alemany, Raimundo, Mercedes y José María, sus hermanos "no son mala gente; son, ya digo, gente normal, es decir, gente que sólo se entera de lo que le conviene, de lo que no pone en peligro el concepto que tienen del mundo y de sí mismos." Sin embargo, es Mercedes, la hermana, la que saca de sus casillas emocionales a nuestro escritor; Raimundo le desacomoda más las neuronas y menos el afecto. En la más recóndita intimidad de sus memorias, Salvador la describe, la enjuicia y la exilia de sus prioridades existenciales: "Cara larga, ojos de buey, voluntariosa mandíbula, frente alta (como la tenemos todos nosotros), mi hermana Mercedes (en relación con Raimundo) es un caso aparentemente más sencillo, El personaje se atiene a un código más simple. Cuando menos, no disimula su personalidad autoritaria. Es capaz de reír, de ser afectuosa y cálida. Ofrece un cierto aspecto vital y saludable, incluso espontáneo (?) Políglota, inteligente y aplicada, mi hermana Mercedes hubiera hecho un buen papel en una organización dependiente de la UNESCO, o en una compañía multinacional: Cosas así. Siempre bajo la tutela del Aparato. Pero las circunstancias la llevaron a ocuparse de una empresa familiar, donde trató de conciliar el trabajo directivo con una extraña ideología que incluía unas extemporáneas ideas apostólicas mamadas en un colegio de monjas alemanas (?) Hace años que tampoco me trato con ella, y a lo mejor se ha vuelto más sabia y más desencantada, más de vuelta. Quién sabe."
- La chica de los ojos verdes: En sus años felices de juvenil alborozo, Salvador, el adolescente apasionado y soñador, conoció a la que sería luego su legítima esposa y la madre de sus hijos. Concentrémonos por lo pronto en la joven novia y acompañemos a Pániker en sus juveniles impulsos amorosos: "El 1 de octubre de 1947 conocí a la chica de los ojos verdes (?) Sucedió a la salida del cine Windsor (?) Recuerdo que en el vestíbulo del citado cine, un amigo me estaba diciendo: ?te voy a presentar a la mujer más guapa de Barcelona?, y que yo le contesté. ?No sé de que me hablas, pero me interesa mucho más lo que estoy viendo?. Lo que estaba viendo, o mejor percibiendo, era un bellísimo rostro de mujer jovencísima, rostro como iluminado, galvanizante, prodigiosos ojos verdes que resistían descaradamente mi mirada. Era literalmente una aparición, un despilfarro de radiaciones intensísimas: energía, naturalidad, vivacidad, hondura, humor, ternura, transparencia. Todo en embrión, a flor de piel, a punto para el tacto la presunta colisión (?) Nunca nadie me ha gustado tanto como aquella aparición del vestíbulo del Windsor. ?Por fin he encontrado la mujer con quien me voy a casar?, reconstruí más tarde."
- Nuria: "Princesa en el 48, novia en el 51, esposa en el 52, amante y compañera luego. Mi vida no es concebible sin Nuria. Yo no soy lo que sería sin Nuria. (Y, a mi juicio, a viceversa.) Hubo equívoco, tormenta, ineptitud, confrontación, rivalidad; hubo, al principio de ser ?novios?, una mala acomodación entre sexualidad y cristianismo; hubo mi conflicto neurovegetativo, el que me hacía animal poco propicio al matrimonio ? lo cual yo no sabía -. Pero hubo también la otra cara de la moneda, el amor, la colisión. Algo real." Cualquier otra explicación sobra.
En fin, días más, días menos la fragosa relación con N. "fue una relación que duro un cuarto de siglo. Tampoco está tan mal (?) cada cual hace lo que puede. Nosotros hicimos lo que pudimos hasta 1959, modulamos luego la convivencia hasta 1970; la distendimos hasta 1974. Con posterioridad a esa fecha, la documentación se hace difusa, la memoria se pone perpleja, o acaso desvalida: parece como si la chica de los ojos verdes se hubiese exiliado negativamente, ?Nunca quisiera ser vieja?, me dijo una vez cuando todavía era princesa: Quizá se tratara de eso. La perdí de vista."
De la larga, intensa y pasional relación con N. quedo el fruto de unos hijos, unos más cercanos, otros más lejanos en el afecto y en la revisada concepción del mundo del escritor, que se unirían a la difícil sacralidad de ser profano padre. El fatigado y siempre inexperto progenitor así lo reconoce: "Aquí está uno, a estas alturas, ejerciendo su función de pater (?) Tipología de una familia que hace tiempo quedó herida. (?) Todos mis hijos tienen un corazón sensible. Mi hija Ana suele estar ?próxima? ? en el sentido heideggeriano del vocablo, la cercanía como modo de preocupación (sorge) -: lo que ocurre en la familia le concierne. O sea que mi hija Ana también pertenece al sistema. Todos mis hijos siguen perteneciendo al sistema; han mantenido un referente común. Es su hora, su entrada en plenitud. Es su vida, su historia. Son los nuevos protagonistas de la película. Yo les proporcioné una infancia feliz, una educación elitista, un paraíso en una isla (?) Después se sucedieron las pesadillas. Ahora, hoy desde sus cicatrices y sus genes, comienzan a reconciliarse consigo mismos, hijos e hijas, toman posesión de su mundo, que no es exactamente el mío."
Nuevos tiempos profesionales se suman a los tiempos personales de escritor, quien presiente en sus adentros que ya alcanzó el segundo estado del dharma hindú: el de grihasta, es decir, "el de pater familias; vivir del propio oficio y engendrar hijos, a ser posible varones." Pániker experimenta nuevas necesidades de autorrealización, no le entusiasma lo que hace y lo que es, desea desligarse de las rigidices institucionales y de las matrimoniales en especial, y como lo confiesa el propio escritor:"se produjo una fisura en mi comportamiento, uña pequeña grieta formal. Fisura insignificante, pero fisura al fin. Y toda fisura genera un nuevo espacio simbólico, un nuevo karma. Había que salirse un poco de madre, a ver que había del otro lado."
Ese otro lado del escritor tuvo mucho que ver, según su propia percepción, con la "inmensa dosis de idealismo que precedió mi adolescencia, tropezaba con la realidad compleja y multiforme, tropezaba conmigo mismo, con las asimetrías de mí mismo. Siempre he deseado tener relaciones interpersonales profundas, pero también superficiales, lúdicas, diversas. Y, con demasiado retraso, he comprendido mi escasa predisposición a la fidelidad monógama (?) Para colmo, el 3 de febrero de 1959, N., me comunicó que estábamos esperando un nuevo hijo. Como si dijéramos: todo conspiraba para que mi equilibrio conyuga se quebrara. Y sin embargo, más que quiebra lo que hubo fue evasión. Lo cual era también explicable: la mujer que más me atraía era mi esposa: En las demás yo buscaba, ante todo, pretextos para diseñar atmósferas."
Buena y detallada cuenta de los femeninos pretextos que tuvo para diseñar una atmósfera aquí, otra allá, deja Pániker en sus dietarios. No se trata de hacer el Catálogo de las Mujeres del escritor, pero para la historia de su próximo y decisivo encuentro con la feminidad van quedando nombres y sitios, colores de piel y acentos de voz, nacionalidades y uno que otro despecho ajeno, alguna emoción de más por parte del escritor.
Es prolijo y minucioso, como siempre, Salvador en la discreta pero exhaustiva narración de las atmósferas que creó y pergeño a lo largo de unos cuantos lustros antes de encontrase con la mujer que volvería a conmoverle los adentros y a acelerarle el pulso al sedado corazón del galano seductor.
No tiene sentido caballeresco volver a nombrarlas cuando ya nombradas están, recordemos, antes de sucumbir también a los encantos de JX, lo contado por Salvador en relación con este intenso y plural período de flirts y aventuras de este período de liberación y redención personal y sexual: "Le preguntaron una vez a Juan Rulfo sobre mujeres, El escritor mexicano contestó: "yo de mujeres no entiendo, no he tenido más que una en 34 años?. En 1959 yo no había tenido más que una en 7 años. De pronto comenzaron las fracturas, léase catástrofes, imperceptibles al principio, eslabones del recién inaugurado karma, un cierto ruido perturbador e ineficiente. Porque todo seguiría igual en apariencia. Pero luego se transformaría el tiempo?"
Y apareció JX: "Extraño encuentro anoche con JX, esa mujer me agrada y me estimula, y que uno tenía aparcada en la reserva, en algún rincón de alguna recámara, departamento de mujeres atractivas e inteligentes (?) J X se me antoja una combinación de inteligencia y sensibilidad, precisión de lenguaje (?) Emana de ella una franquía sexual (?) Lo sorprendente es que JX?sea al mismo tiempo tan apasionada, vulnerable y sensorial (?) Me intriga un poco la sexualidad de JX, tan intensa y peculiar".
Sin ambages y sin tapujos, Pániker confirma, para alivio propio y ajeno, que. "JX es la síntesis", conjunción también de lo sagrado en lo profano.
Bibliografía
Pániker, Salvador. Primer Testamento. Nuevas Ediciones de Bolsillo. Madrid, 2000
Pániker, Salvador. Segunda Memoria. Nuevas Ediciones de Bolsillo, Madrid, 2000
Pániker, Salvador. Cuaderno Amarillo. Areté, Plaza y Janés Editores. Barcelona, 2000
Pániker, Salvador. Variaciones 95. Areté. Plaza y Janés. Barcelona, 2002
Enrique Vitoria
Caracas, 2007
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