El tema de nuestro tiempo es la conciliación entre las conquistas del racionalismo ilustrado y la experiencia sagrada que vuelve a reencantar al mundo. Y eso cada cual tiene que realizarlo por su cuenta y riesgo.
Salvador Pániker
Introducción
Cuando escribo, no pienso nunca en los lectores. Salvo en el sentido de no presentarle dificultades.
Jorge Luis Borges
Disfruto intensamente de la lectura de los sustanciosos dietarios de Salvador Pániker, el retroprogresivo, el desenfadado escritor catalán de indios orígenes, a quien conozco mucho y nunca he visto personalmente; nos carteamos de vez en cuando y hablamos por teléfono de cuando en vez.
Estas reflexiones organizan, a mi manera de lector, las suyas de escritor, no aspiran a ser enjundiosa crítica sino genuino homenaje revestido de manejable simplicidad.
Testimonio de amistad secreta; agradecen unos cuantos consejos no demandados, unas enseñanzas sin intención, unas recomendaciones sin destino específico, que llegaron de pronto a Venezuela en un cuaderno de color amarillo.
Enrique Viloria Vera
Caracas. 2007
Y, una vez más, me digo a mí mismo que sucede aquí como en las religiones, que todas arrancan de la experiencia del fundador; la segunda generación es ya sólo la interpretación de una experiencia ajena, y la 27 generación ya todo es interpretación (doctrina) sin experiencia alguna. Puro manierismo. En este sentido, mi pretensión es actuar siempre como el fundador de una religión.
Dios, la religación, la trascendencia, la posible eternidad, han sido un problema de siempre y de todos. Salvador Pániker no es la excepción. Desde su más jesuítica adolescencia el tema religioso, la relación con la divinidad, el religare, la re ?ligación primero, la des – ligación después, fueron asuntos sustanciales que turbaron sensiblemente los precoces borrones del futuro ensayista, las ardorosas y primigenias páginas escritas al impulso juvenil, que luego, sesudamente, con menos apremio y mayor madurez, releyó y seleccionó para que sus dietarios íntimos fungiesen también de personales y reflexionados evangelios que anuncian su propia y buena nueva.
Ya para marzo de 1944, Salvador, el joven, un tanto confuso acerca de las imposiciones doctrinarias de una católica fe dogmática, a sus nerviosos dieciochos años, perplejo, escribía, en sus iniciales diarios, rasgándose las imberbes vestiduras: "Si Dios es infinitamente feliz, a Dios no le hace ningún daño que el hombre peque. Por fin he sentido que no tengo fe en Jesucristo. Pero entonces ¿qué significado tenía mi emoción de antaño al comulgar?" Para al día siguiente experimentar y escribir todo lo contrario para confesarse a sí mismo, jubiloso esta vez, que: "he vuelto a recobrar la fe casi extinguida. Me he confesado. Me he sentido más alegre, más puro, después de la confesión (?) Es curioso, pero durante todo el tiempo que he estado apartado de Dios, ni un solo día he dejado de rezarle una salve a la Virgen."
Página siguiente |